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Un amigo mío ha descubierto la relación entre la sequía y el vuelo de los pelícanos. Su afición predilecta de los fines de semana es observar, desde un promontorio en la costa, el paso de las aves migratorias. En la primavera los pelícanos, que encuentran su alimento en los mares fríos, emigran al sur. Al comienzo del otoño emprenden el regreso. Pues bien, mi amigo dice haber comprobado que durante los dos últimos otoños los pelícanos continuaron volando hacia el sur.
La desviación del rumbo de los pelícanos obedecería al hecho de que la corriente fría de Humboldt se ha apartado de la costa en la Zona Central. Esto habría obligado a los pelícanos a internarse más al sur para encontrar la anchoveta.
Parece que unos sismólogos japoneses descubrieron este alejamiento de la corriente de Humboldt. La causa se encontraría en los terremotos de los últimos años, que habrían provocado un ligero cambio de posición de la frágil cornisa terrestre que nos ha tocado habitar.
Esta leve alteración ha bastado para que la corriente fría se aleje paulatinamente de nosotros. Con ello, el clima de nuestro Norte Chico podría extenderse hasta el centro del país. La sequía, entonces, dejaría de ser un fenómeno esporádico y pasaría a convertirse en la Zona Central en un rasgo constante.
Como se ve, las especulaciones científicas de mi amigo no conducen al optimismo. Mientras me decía esto, mirábamos con anteojos de larga vista una bandada de pelícanos en vuelo. El sol acababa de esconderse y aún había luz sobre el mar. De pronto, un pelicano gordo y viejo enmendó su rumbo, separándose de la bandada. Estuvo un rato flotando, solitario, en el oleaje de la orilla; después voló con aleteos pesados y lentos hacia el norte. Mi amigo me explicó que había partido a morir.
Pensé en el momento dramático en que los pelícanos viejos sienten que no pueden seguir con el resto de la bandada, que los abandonan las fuerzas. La radio había hablado hacia poco del ganado que muere de hambre a causa de la sequía, de modo que mi estado de ánimo era más bien melancólico. Más tarde, bebiendo una copa, comentamos con mi amigo el caso de Israel, donde el esfuerzo humano ha conseguido irrigar y obtener la fertilidad de las tierras más áridas. Llegamos a la conclusión de que el pesimismo no se justifica nunca, y de que el hombre es más importante que las condiciones naturales.
Por lo demás, mi amigo no es sismólogo ni naturalista. Sólo tiene el "hobby" de observar el vuelo de los pájaros. Me confesó, por añadidura, que jamás había visto con sus propios ojos el informe de esos sismólogos japoneses. Esperemos, entonces, que la corriente de Humboldt siga enfriando nuestra costa, para desgracia de los bañistas, que los pelícanos hayan alterado su rumbo por simple espíritu de aventura, y que los nubarrones que presagian la lluvia empiecen a acumularse pronto en el cielo.