38085.fb2 El whisky de los poetas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 81

El whisky de los poetas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 81

Nostalgias de la guerra fría

John Le Carré, el autor de El espía que surgió del frío, se llama en la vida real David Cornwell. Por su acento, por su vestimenta, por su aspecto físico, es un inglés inconfundible, que viaja acompañado por una señora inglesa, supongo que su actual esposa, no menos inconfundible. Como dirijo un curso de narrativa en El Escorial, dentro de los programas de verano de la Universidad Complutense, y como se ha colocado una conferencia suya como parte de nuestras actividades, me toca acompañarlo en la mesa. El personaje está muy lejos de corresponder al estereotipo del escritor contemporáneo y sobre todo a los novelistas ingleses que me ha tocado conocer. Anthony Burgess es más estridente para vestirse y peinarse. Graham Greene tenía una distancia pensativa, un poco soñadora. David Cornwell, o su alter ego John Le Carré, podría ser un correcto vendedor de automóviles o un amable cobrador de impuestos. A pesar del calor sofocante, se ha vestido de traje azul, camisa celeste, cuello y corbata. Subraya su intención de respetar al público más que todos nosotros, y su presentador nos hace saber que accedió con gran facilidad, sin la menor complicación de figura famosa, y que ni siquiera ha cobrado honorarios. Claro esta, la editorial española que publica sus libros en castellano ha hecho un despliegue importante, no excesivamente secreto.

John Le Carré nos habla de su infancia y de su temprana vocación para el espionaje. Nos cuenta que a la edad de cinco años ya era espía. Debido, al parecer, a las enmarañadas historias de su vida familiar. Su padre, de orígenes burgueses, era un hombre de negocios aventurero. No muy afortunado, a juzgar por el testimonio de su exitoso hijo. Recuerda su infancia como una huida continua, y su padre, a veces, no tenia más remedio que contemplar los barrotes y los estrechos muros de algunas instituciones de su Majestad Británica. El conferenciante quiso aludir, con humor británico y con meritoria franqueza, a la cárcel pública, pero tuve la impresión de que los auditores no entendieron.

Conoció la brutalidad de las instituciones inglesas en el internado, a los cinco años, y comprendió que el sistema de castigos se transformaba en un aprendizaje para infligir castigos a los otros. Más tarde, traicionándose a si mismo -"los ejemplos de lealtad y deslealtad no sólo son propios de los espías, sino también de los escritores"-, hizo clases en Eaton, y después, en una posición burocrática menor, ingresó a los servicios secretos británicos. Hasta ahora está orgulloso de haberlo hecho. Era un anticomunista convencido, y piensa que el espionaje fue absolutamente necesario durante la guerra fría. Un buen día lo enviaron a Berlín, al parecer para informar sobre las actividades de Willy Brandt y de los socialistas alemanes, y asistió como testigo de vista a un episodio decisivo de la historia contemporánea: la construcción del Muro de Berlín en las cercanías del Check Point Charlie. Regresó con la idea de su novela, El espía que surgió del frío, y la escribió de madrugada, en cosa de tres o cuatro meses. Como era ficción pura, sus jefes le sugirieron que se inventara un seudónimo, pero no le dieron mayor importancia. Afortunadamente para la literatura de espionaje. El éxito fue inmediato, y el autor, sorprendido, partió a vivir y a escribir durante un año entero en la Isla de Creta.

Muchos de los auditores nos preguntamos si ahora, después de la caída del Muro y del fin de la guerra fría, John Le Carré siente un verdadero estímulo para seguir escribiendo. El aseguró que el espionaje está en pleno auge. Como se han dispersado los centros de poder y se han multiplicado los sectores problemáticos del mundo -ya no sólo es el Kremlin, ahora es Moldavia, Lituania, Serbia, etcétera-, todos los servicios de inteligencia de este mundo piden más presupuesto, más especialistas, más espías. Y sus novelas, aseguró, incluyen a personajes menos moldeados por los antiguos sistemas y más jóvenes.

Alguien le preguntó si había conocido a alguno de los grandes agentes dobles británicos. Dijo que había sido invitado en Moscú por Philby, pero que él era huésped en ese momento del embajador de Su Majestad y le pareció de pésimo gusto reunirse con un traidor. Insinuó que él, al fin y al cabo, había redimido su infancia con un trabajo de espionaje menor, pero útil. El caso de Philby había sido muy diferente. "El padre de Philby era un monstruo, y Philby se comportó, por desgracia, a la altura de su padre."