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El aire se enrareció. Kut Humi no había llegado nunca tan alto. Estaba por encima de las nubes. Sobre ese manto blanco, se alzaba el Himalaya con sus picos y sus glaciares, que alcanzaban los confines inaccesibles para los pájaros. Tan sólo los monjes de las escuelas de magia habrían podido alcanzar la cima, pero, por lo que él sabía, ningún hombre había conseguido convencerlo.
Soportar el frío terrible no era difícil. Iba vestido con ropas de pelo de cabra, y le bastaba con pensar en el calor para que se extendiera por sus miembros.
Se sentó en la nieve, deshizo su hatillo, cogió una torta y se la comió lentamente. En ese universo helado y silencioso, todo gesto debía estar calculado y dominado. Mientras la masticaba a conciencia, dejó que su espíritu recorriera libremente las inmensidades del paisaje. Necesitó poco tiempo para descubrir el foco del mal.
«Todavía quedan dos días de camino», se dijo.
El mal residía en la gruta del Anciano de la Montaña, y enseguida le plantaría cara. Entraría en su cabeza para vaciarle el alma, y luego lo mataría con el pensamiento. Sabía que Helena no corría ningún riesgo en el Küt del sabio Mkhan-po, pero esa seguridad era provisional.
El peligro estaba por todas partes…
Kut Humi había vuelto a ponerse en marcha hacía tres horas. Descendía por la vertiente oeste de un puerto y el reflejo del sol lo cegaba. Creyó que tenía una alucinación cuando el paisaje se oscureció de golpe. Las nubes se estacionaban siempre treinta metros más abajo. Se frotó los ojos. La sombra ganó intensidad.
«¡Es el Anciano!»
En efecto, había tomado posesión de una entidad sombría e inmensa. Kut Humi reconoció a ese demonio de fuerza prodigiosa. Se desató una lucha encarnizada. Kut Humi esquivaba todos los golpes, y evitó el corazón del monstruo y lo quemó desde el interior. Allí abajo, agazapado en el fondo de su caverna, el Anciano se resentía por las quemaduras, pero resistía. Lo asistían otros monjes mágicos. Juntos, invocaron a otra criatura.
Después de haberlo quemado, Kut Humi hundió al monstruo en las tinieblas. Pero no vio llegar el segundo ataque, que lo fulminó con un rayo. Cayó y rodó por la pendiente. Cuando se levantó, no tenía defensas. Así pues, se puso a gritar.
Una mano le trituró el corazón.
En ese instante, Helena y Pakula sintieron una conmoción. Después se miraron sin entender nada. ¿De dónde venía ese dolor? ¿De dónde surgía ese vacío inmenso y repentino?
El Mkhan-po les dio la respuesta.
– El vínculo se ha roto. Vuestro maestro Kut Humi se ha descarnado. El Anciano de la Montaña ha ganado la batalla, pero ha salido debilitado. Tenéis algunas semanas de respiro ante vosotros. Debéis continuar vuestro viaje.