38096.fb2 En busca de Buda - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 84

En busca de Buda - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 84

83

Habían pasado varios días desde la aparición del Anciano de la Montaña. La angustia de Helena ganaba terreno. El alba enrojecía el cielo de Leh anunciando el nacimiento de aquel 30 de abril de 1856. Helena escribió la fecha y sus impresiones en su diario de viaje. Normalmente, el monzón debería haber golpeado ya la región. Pero sólo la nube con forma de lanza aparecía de vez en cuando en el cielo. Ningún nubarrón negro y pesado derramaba millones de toneladas de nieve en las cordilleras y en los picos. Lamentaba la decisión de cambiar de ruta. A esas alturas, estaría ya cerca de Lhassa.

¿Qué estarían haciendo Gounjav y Pakula? Desde su llegada no había vuelto a ver al primero. Y el segundo desaparecía durante horas sin dar explicaciones.

Se puso a buscarlo en el templo. Un monje le pisaba los talones.

– ¿Qué quieres, pequeño espía? -le preguntó, irritada.

Aquel angelote con el cráneo rapado era los ojos y las orejas de Gounjav.

– Tú seguir mí -dijo él en nepalí.

El novicio trotaba delante de ella. Sus pies desnudos apenas rozaban el suelo. Parecía tener mucha prisa. Abrió una puerta disimulada detrás de una piel de yak. Helena lo siguió hasta una parte secreta del templo. Cruzaron habitaciones minúsculas en las que meditaban religiosos de alto rango. Esos fantasmas vestidos de púrpura ignoraron a Helena y a su guía. Sólo los budas los espiaban.

Un tramo de escaleras desgastadas conducía hasta un batiente rojo. Un gran candado oxidado colgaba sobre un armazón de bronce. Cuando el monje la invitó a empujar el batiente se le ocurrió que la querían encerrar. Como vacilaba, él hizo caer el pesado tope mal engrasado. Sorprendida, Helena dio un paso adelante. En el centro de una sala esférica, entre dos braseros con llamas chisporroteantes, la esperaba Gounjav. Magníficas pinturas dibujadas sobre seda colgaban del techo de madera tallada. Esos thangkas tornasolados se inflaban como velas bajo el efecto de las corrientes de aire que provenían de las numerosas aberturas redondas de los muros.

– Ven a mí -dijo en tibetano.

– Es la habitación de la Llamada.

– Pakula, te he buscado por todas partes.

El chamán estaba de pie en una esquina, cerca de una rueda de la vida hecha de oro. Ella avanzó hacia Gounjav. Había adoptado la posición del loto, con las manos una sobre la otra, las palmas hacia arriba y los pulgares juntos, preparado para meditar.

Pakula se unió a ella y la invitó a sentarse sobre los cojines colocados ante el Maestro, que habló lentamente. Pakula se lo tradujo.

– Podrá irse de mi templo. He abierto una brecha en el puesto de Tsogstsalu tras lanzar un sortilegio. Por precaución la disfrazaremos de mujer de las montañas. Tiene doce días para alejarse. Después, el encantamiento ya no tendrá efecto. Treinta de mis monjes, reunidos en la sala del horror del diablo, retienen en el cielo al espíritu de su enemigo. Lo acompaña el demonio de las tempestades. Debe partir al alba antes de que se produzca la catástrofe y llegar lo antes posible a Lhassa para ponerse bajo la protección de los lamas magos. El Anciano de la Montaña no se atreverá a entrar en la Ciudad Santa. Que la paz esté con usted.

– Gracias, mil veces gracias -dijo Helena inclinando la cabeza y uniendo las manos.

– Ha encontrado el espíritu del maestro Kut Humi.

– ¿El Maestro se ha reencarnado?

– No, no lo han llamado a la vida… Todavía no. Su fantasma está en la torre prohibida del emperador Bahadur Shah II. Nos guiará.

Helena se dejó llevar por la alegría. Veía por fin perfilarse el final del viaje. Dentro de pocas semanas, llegaría a la misteriosa meta señalada en Londres por Kut Humi, el 12 de agosto de 1852. El lama le sonrió. Dio unas palmas. El joven novicio trajo tres recipientes humeantes con té y manteca. Por primera vez, aquella execrable bebida le pareció deliciosa. No se estremeció al tragar la mezcla de té en polvo, soda, sal y manteca rancia, condimentada con una pizca de boñiga de yak.

Cuatro días después, Gounjav les entregó dos fusiles ingleses y quinientos cartuchos.

– La magia no siempre es suficiente para rechazar a los enemigos, pero hemos encantado estas armas y jamás fallarán el tiro.