38097.fb2 En busca del unicornio - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

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Doce

Luego vinieron dos meses de crudo caminar por entre espesuras húmedas y charcas pobladas de culebras y de enfermar muchas veces de los mosquitos que día y noche nos apesadumbraban con grandes pesadumbres. Y tengo por cierto que de sólo la sangre que en aquellas frondas espesas me chuparon los chinches y mosquitos hubiéranse podido hacer hasta dos grandes calderadas de morcilla. Mas al cabo deste tiempo dimos en una tierra más despejada que los negros llaman Manda. Y allí hay innumerables ríos chicos y grandes que corren al Septentrión y arboledas muy espesas que cubren muchas leguas de verde y están tupidas a maravilla, que no dejan pasar el sol como si la noche se hiciera en medio del día, y nosotros nos hurtábamos deste agobio caminando siempre por donde los ríos, que está algo más despejado porque las avenidas tiran árboles y crece algo la hierba y siempre hay caza de la carne que acude a beber. Y algunos ríos daban en otro más grande y otros en lagos y charcas grandes y chicos donde vivían gran muchedumbre de pájaros muy raros y de muchos colores y de luengas patas, finas como asta de flecha, y de luengos picos, mas poco piadores y roncos.

Y en aquellos verdales no viven hombres, mas los negros señalaban que donde acababan los árboles había pueblos y gente y muchos unicornios, con lo que nosotros nos esforzábamos en soportar aquellas calamidades viendo que al fin serviríamos al Rey nuestro señor.

Y fray Jordi, que había perdido todas sus grosuras y mantecas y ya no tenía panza y parecía más joven, a todos acudía con su esfuerzo y consuelo y a todos confortaba en la fiebre y quebranto. Y decía a veces: "Hay buenos que Nuestro Señor permite que sean punidos por merecer más galardón. Con paciencia sufrir los males como frío o calor hambre y sed y calenturas y pasiones y muertes como los sufrieron los apóstoles, los mártires, confesores, vírgenes, Job y Tobías y Catón". Con lo cual conformaba a los que habían perdido aliento. Mas con todo, él muchas veces se apartaba con el achaque de sus yerbas y luengo rato se estaba en rezos y en lágrimas, más afligido que otros y sin haber quien lo consolara en su disimulado esfuerzo.

Y siguiendo nuestro camino hacia el Mediodía, llegamos a donde viven unos negros que se llaman bandi que es al lado de un río manso como charca que parece que no se mueve según de verdín cría arriba. Y había allí una como puente de grandes losas y luengas y uno podía cruzarla caminando sobre ellas sin mojarse en el agua. Y las chozas de barro donde los dichos negros viven eran como colmenas y estaban a entrambos lados del dicho río así como Triana está a un lado y Sevilla al otro. Y así que nos vieron llegar el primer día, huyeron muchos negros de los que en el campo estaban, con gran prevención y como si hubieran grande pavor. Y yo mandé que Paliques se adelantara con Sebastián de Torres y algunos otros y que sonaran la trompeta. Y en sonándola salieron muchos negros de sus casas y de los árboles como si fuera el día del Juicio Final. Y delante de ellos venía uno con un gorro de melena de león y muy pintado por el rostro y por el cuerpo y lleno de abalorios y raros collares por lo que conocimos que era el mandamás de allí. Y en acercándose a mí quiso postrarse mas yo no se lo consentí, sino que haciéndole gestos amistosos le hice luego alzarse. Y ellos vieron con esto que éramos gente pacífica y el de la melena se volvió y le dijo a sus gentes algo, de lo que parecieron muy contentos. Y a poco, los que antes corrían como si hubieran visto la cara del Demonio, ahora mostraban tan grande placer y alegría como suelen hacer en otros sitios cuando personas altas y señaladas son llegadas. Y el habla de aquellos negros no era de las que Paliques comprendía pero juntando unas palabras con otras y con gestos se podían pasablemente entender. Y Paliques dijo que no buscábamos oro ni plata ni esclavos sino al unicornio. Y el de la melena de león le preguntó si veníamos de la Luna, y esto fue no por simpleza ni mengua de seso, sino porque nos veía tan blancos siendo ellos negros atizonados. A lo que respondíamos que veníamos de Castilla que es un reino que está más allá de los moros, cruzando el mar. Mas tampoco entendían quiénes fueran los moros ni habían visto en su vida el mar, tan apartados vivían de todas las cosas.

Y, por las trazas que sacamos, tampoco habían visto al unicornio.

Mas pasando adelante llegamos a las chozas de los negros y ellos hicieron guisar muy bien de comer y aderezaron una buena posada en la cual pusieron, ya que no gran mesa y aparador, aquellas pocas cosas que ellos tenían por muy necesarias y muchas cañas y hojas frescas donde aparejar gentil cama a los que de fiebres venían aquejados.

Y luego se llegaban todos los negros con cestos de mimbre y platos de madera y abastaban de harina y pescados y frutas de diversas maneras. Y el tiempo que con ellos estuvimos nos hicieron muchas honras y fiestas y nos ordenaron muchos placeres y ellos se estrechaban en sus haciendas por más nos honrar, lo que nosotros pagamos como mejor pudimos que no fue mucho para tanta liberalidad y franqueza, porque ya veníamos muy quebrantados y pobres.

Y porque las cosas que pasaron no solamente fuera trabajoso a quien todas las presumiera poner por escrito, mas casi imposible, y a los lectores y oyentes aun fuera causar enojo o fastidio, y por tanto ceso de esplanar por menudo las otras cosas que los otros días pasaron.

Tornados al camino, tres días pasada la Pascua, que solemnemente celebramos con comunión general y muchos signos de religión y piedad, dimos en un prado apacible muy pintado de menudas y variadas flores. Y los negros que con nosotros como criados venían probaron a comer ciertas flores grandes y gordas que había y hallaron que eran buenas y sabían como a meloja, con lo cual nos regalamos y con otra carne de monte que cada día ballesteaban los hombres. Y al tercer día vimos signos de que algunos negros desde lejos en los árboles nos estaban mirando. Y pensamos que serían gente pacífica como la otra aunque asustada de vernos. Y determiné acercarme con algunos para mostrarles buena intención. Y así nos llegamos adonde los habíamos visto antes y les dejamos un cuarto de venado que teníamos asado de la mañana y que nos había sobrado. Y se lo pusimos colgado en una rama alta de un árbol, donde no lo alcanzaran las fieras. Y a la tarde volvimos y no estaba el venado pero había en su lugar una esportilla de harina de mijo. Y con esto vieron ellos que nuestras intenciones eran buenas y nosotros vimos las suyas. Y al otro día ya nos acercamos y les hicimos señas y ellos nos las devolvían y luego algunos vinieron a donde estábamos y Paliques probó a hablar con ellos, mas no se entendían porque la parla era distinta. Y aquellos negros tenían la color más clara que los otros que con nosotros venían y eran de más acomodadas hechuras y proporciones y el pelo lo tenían menos ensortijado y más lacio y las narices mejor hechas y más armoniosas. Y pasamos adelante con ellos por un sendero que nos mostraron y fuimos a dar a una cañada por donde corría una clara corriente muy amena. Y al fondo de la cañada había árboles altos y de debajo de aquellos árboles avanzó hacia nosotros mucha gente bulliciosa que hacía ruido de campanillas y cuernos y bocinas, como en romería, a lo que yo hice seña a Francisco de Villalfañe que tocara la trompeta y él dio dos o tres toques muy agudos a los que los negros se asustaron al principio mas luego viendo que nos reíamos, replicaron ellos con grandes risas como niños, y bullas y algarabía. Y cuando más cerca estuvieron vimos que venían armados de muchos paveses grandes aforrados de cueros blancos. Y portaban arcos y flechas y lanzas muy agudas. Mas luego del primer sobresalto, nos sosegó notar que los principales venían delante y eran cuatro hombres muy gordos con grandes adornos puestos en sus cabezas y detrás de ellos iban mancebos desnudos que serían sus pajes, con las vergüenzas al aire, y les llevaban asientos de madera. Y luego que llegamos a pocos pasos, les hicimos reverencia para saludo y ellos se miraron y se rieron de buena gana y tornaron reverencia y luego se vinieron a nosotros con mucha llaneza y anduvieron palpándonos las carnes y mesándonos las barbas y catando las armas y de todo se maravillaban con aquella simpleza que ya teníamos vista en los otros negros del país. Y nosotros los dejamos hacer sin mostrar reparo, aunque más retrasados quedaban ocho ballesteros puestos en celada, con las ballestas armadas y prestos a intervenir si menester fuera.

Y pasando adelante estos negros nos llevaron a su pueblo que era como de doscientas chozas de paja y barro en forma como de barca bocabajo y las de fuera estaban pegadas unas a otras haciendo barrera. Y nos ofrecieron posada en una choza grande mas nosotros hicimos reverencia y fuimos a montar el campamento enfrente, al otro lado del río. Y catando ellos que nos queríamos establecer allí, luego vinieron muchos de los suyos peritos en aquel arte y nos hicieron en dos o tres días chozas de ramas y barro como las suyas, haciendo un cuadrado grande donde yo les señalé, para mejor defensa. Y como la tierra parecía buena, yo mandé que cavaran una zanja en la otra parte, donde no había rio, y que pusieran estacada de púas pensando que nos podríamos quedar allí unos meses hasta reponernos de los quebrantos y fatigas pasadas y tener hablas de para dónde tirar en pos del unicornio. Y el Rey de aquellos negros era uno de los hombres gordos que salieran a recibirnos, cuyo nombre nos sonaba a Caramansa y así lo llamamos nosotros de allí en adelante. Y los otros que con él iban eran sus hermanos y ministros. Y por intermedio de uno de nuestros negros que entendía algo de su parla, supimos que en aquella tierra había otros dos reyes y que los tres andaban en guerra. Y éste era el motivo y razón de que hubieran salido a nosotros con armas, que pensaron que seríamos de los enemigos. Y el nombre de los tales enemigos eran mambetu y el de la gente de Caramansa los bandi.

Como nos establecimos allí fueron pasando días y el calor no era tan grande en el collado y los yerbazales eran apacibles y los hombres no pensaban en moverse sino que gastaban las horas corriendo montes y matando muchos toros y venados y puercos y otros vestigios y jugando a las cañas y danzando y festejando y habiendo otros muchos placeres. Y fray Jordi amistó con el físico de los negros y cada mañana salían con el Negro Manuel y con otros dos o tres aprendices y se iban a donde los árboles a recoger yerbas y a macerar insectos y sabandijas y a hacer conocimientos de salud para aprender cada uno lo que el otro sabía. Y según pasaba el tiempo los hombres ballesteaban menos carne y se daban más a la molicie y a pasar el día groseramente tirados por la yerba o retozando con las negras, que eran fáciles y reidoras, o jugando a los dados y a otros juegos africanos que iban aprendiendo, como todo lo malo, con singular presteza. Con lo cual nuestros pecados eran multiplicados cada día más y el mal vivir se continuaba sin enmienda que se viera aunque luego, la Cuaresma llegada, todos confesaron con mucha contrición y ceniza y penitencia y propósito de enmienda. Lo que no fue sino una tregua mal guardada para luego volver más reciamente al fornicio y a la holganza. Y yo veía con malos ojos que no se ejercitasen los hombres en labores y milicias más rigurosas pero, por otra parte, viéndolos tan secos y trabajados de las pasadas penalidades y fatigas, pensaba que era mejor dejarlos que se repusieran algo más antes de meterlos por nuevos y desconocidos caminos.

Y así pasaron algunos meses hasta que un día el Negro Manuel llegó corriendo y sin resuello a dar aviso que algunos negros de aquellos mambetu con los que Caramansa tenía guerra, habían cautivado a fray Jordi y al físico de los negros. Y con esto mandé al de Villalfañe que tocara la trompeta e hiciese rebato y acudieron los ballesteros con Andrés de Premió y dije lo que había y tomamos armas y ballestas y salimos detrás del Negro Manuel en busca de los cautivos. Y anduvimos todo el día con Ramón Peñica delante catando el rastro, hasta que, la oscuridad de la noche venida, nos tomó la luna en un pradillo que junto a un cerro estaba y allí nos detuvimos a hacer noche cuidando seguir el rastro muy de mañana. Mas luego que el río dio niebla vimos cómo a menos de una legua de allí había un resplandor de candela que se reflejaba en la niebla arriba y pensamos que serían los que llevaban a fray Jordi.

Y con esto muy animados olvidamos las fatigas del día y proseguimos el camino con gran recaudo para donde la luz parecía. Y cuando estuvimos cerca de ella nos repartimos despacio, cuidando rodearla y no hacer ruido, sino que a veces pisábamos ramas secas y nueces que crujían, mas ya sabíamos que en la noche del país de los negros nadie cuida de estos ruidos chicos porque siempre hay animales y monos grandes y medianos que merodean donde la gente está en busca de qué comer pero sin osar nunca llegarse cerca de donde hay fuego. Con esto fuimos acercando hasta que estuvimos sobre ellos. Y vimos que eran ocho negros muy talludos y fornidos y que a un lado estaban tres negros de los nuestros y fray Jordi y el físico de Caramansa y que uno de nuestros negros estaba herido y parecía que se quería morir. Y yo mandé por señas a Villalfañe que diera luego trompetazo y él diolo muy de recio y antes de que los ocho negros mambetu pudieran ver qué era aquello que pasaba, los ballesteros habían dado con ellos en tierra menos uno que quedó clavado en el árbol que al lado estaba y se miraba con ojos espantados las aletas de cuero del virote que le había pasado el pecho y no sabía qué extraña cosa era aquella que lo cosía al árbol. Y con esto nos llegamos a los caídos y los degollamos y luego soltamos a nuestra gente de sus cuerdas y hubimos gran alegría de verlos sanos y vivos, salvo el que iba herido, que le habían dado un mazazo en la cabeza y llevaban a donde su gente para comerlo. Y con esto nos tornamos a nuestro pueblo después de pasar la noche en otro pradillo más lejos de donde quedaban los dichos muertos.

Y después de esto Caramansa quedó muy agradecido de nosotros y vio que su gente andaba bien defendida y nos colmaba de honores y cada día mandaba mijo y otros granos para nuestro servicio y venían mujeres negras que nos molían la harina en largos morteros de madera con pistilos de palo muy trabajosos de manejar, pero ellas nunca se cansan y, como traen sus crías de pecho atadas a la espalda, ellas se ríen y creen que aquello es un juego, lo mismo que en Castilla cuando los chicos se montan en el borrico que va al molino y no cuidan si son hidalgos o villanos.

Y a poco de entonces los ballesteros fueron habiendo barraganas negras, lo que al principio quiso estorbar fray Jordi mas luego, viendo que sus reclamos no eran oídos, no volvió a decir nada y ellos tuvieron mujer negra y algunos me pidieron licencia para irse a vivir a donde los negros, cruzando el río, mas en esto fui de un acuerdo con Andrés de Premió en no autorizarlo, temiendo que, si los negros fueran luego desleales, no nos podríamos defender dellos si no estábamos juntos en nuestro pueblo. Y con esto fueron las mujeres negras de los ballesteros las que se fueron viniendo a vivir a donde nosotros. Y algunos de los dichos ballesteros se trajeron a dos mujeres, lo que fray Jordi tuvo por gran abominación y paganía mas, con todo, luego hubo de consentirlo pues la vida era dura y las mujeres salían cada día a buscar brotes y raíces y cosas que comer y molían el grano y cocían las tortas y velaban por el fuego y hacían todas las cosas necesarias de la casa con mucha diligencia aunque no poco griterío, que son grandes reñidoras. E Inesilla fue poco a poco tornándose como ellas y aprendió con presteza la lengua de aquellas gentes, al igual que Paliques que tanta facultad tenía para las parlas retintas.

Los actos ya dichos pasados, las gentes de los bandi fueron otra vez aquejados por los de mambetu, que eran más esforzados y más ahincadamente los estrechaban y combatían y les corrían la tierra. Y con esto lamentaba yo en mi corazón haberme encontrado primero a aquellos bandi y no a los mambetu, mas para entonces Caramansa nos había hecho tanta merced quitando la comida de la boca de sus gentes para alimentarlos a nosotros y trayéndonos leña y haciéndonos otros servicios señalados, que con ello quedábamos muy obligados.

Y, por otra parte, algunos de ellos se habían vuelto cristianos de las pláticas con el Negro Manuel y levantaban cruces de palo en las puertas de sus chozas y con todo esto más nos obligaban a esforzarnos en los defender de sus enemigos. Mas siendo nosotros poca gente y como ave de paso, determinamos que Andrés de Premió y algunos de los ballesteros en saliendo al yerbazal cada día instruirían a los negros más jovenes del pueblo en las cosas de la milicia y en cómo dar vista al enemigo y cómo acercarse a él y cómo ofenderlo y cómo defenderse dél y rechazarlo y cómo retirarse sin daño cuando es él el que va victorioso y cómo perseguirlo si va en derrota, y todo esto hacían a toque de trompeta según en Castilla se hace, y los negros iban entendiendo los toques y se movían por ellos muy ordenadamente, que parecían bien dispuestas batallas y gente disciplinada y esforzada y buena. Y con esto fuimos nosotros cobrando más ánimo en que, cuando fuéramos de allí partidos, ellos solos se sabrían defender. Mas andando las cosas sobre ello, a poco supimos, por espías y hablas ciertas, que los mambetu eran tres pueblos muy poderosos y distantes y que se estaban juntando en uno para venir a correrles las tierras a los bandi y que se habían juramentado a sus dioses para matar a los herreros blancos y comerles los hígados. Y estos herreros blancos éramos nosotros, que así nos llamaban Dios sabe por qué no siendo ninguno de nosotros herrero. Y sabido esto hice yo consejo con Andrés de Premió y ambos acordamos lo que más cumplía para nuestra defensa y la del pueblo. Y fue que, reconociendo el campo, por el lado que no se cortaba el río, había un gran llano de yerbazal con pocos árboles, por donde forzosamente había de venir y entrar la fuerza de los mambetu cuando quisieran ofendernos.

Y pensamos que allí los esperaríamos y les daríamos campal batalla. Y cuando hubimos medidos al campo y visto los otros extremos en él servideros a las cosas de la guerra, dispuse yo que en el día del combate cada ballestero tuviera detrás dos negros de los que con nosotros habían venido. Y los dichos negros ya estaban adiestrados en cargar la ballesta y armarla y sabían hacerlo con mucha presteza. Y desta manera el ballestero tiraba un virote y dejaba a un negro la ballesta descargada y tomaba otra armada del otro negro. Lo cual se puede hacer cuando sobran ballestas, como era el caso. Y en el tiempo de rezar un Paternoster cada hombre podía disparar hasta diez virotes, con lo que, aunque sólo hubiera doce ballesteros, el efecto era como si hubiera treinta.

Y luego calculé la longura y distancia que los venablos de los negros alcanzaban y mandé hacer cavas poco hondas a esa distancia, cruzadas como espina de pez, y poner en lo hondo de esas cavas cañas muy agudas hincadas en el suelo. Porque habiendo visto que los negros tienen la costumbre de tomar carrerilla para lanzar sus venablos, de esta manera se les estorbaba el correr, con lo que los venablos caerían cortos. Y además, para más defensa de los ballesteros, dispuse que delante de ellos estuvieran dos filas de negros con lanzas en la mano, los unos rodilla en tierra y los otros de pie. Y todos cubiertos de escudos grandes como manteletes que mandé hacer de juncos y cañas como en canasta.

Y luego de disponer que saldríamos al campo de esta guisa, hicimos alarde por la orilla del río y salió muy lucido. Y luego, durante muchos días, Andrés de Premió y Sebastián de Torres y el de Villalfañe estuvieron disciplinando a los negros en que conocieran los toques de trompeta y se movieran por ellos concertadamente. Y cuando supieron qué toque era el de avanzar despacio y cuál el de aprisa y el de lanzar venablos y el de retraerse, Andrés de Premió escogió a los que más fácilmente lo hacían, que eran los más, y despidió a los otros. Y con los que quedaron formó cuatro batallas de doscientos negros cada una y yo determiné que estas batallas estarían dos a cada flanco de la ballestería cuando fuésemos delante del enemigo. Y sobre ello volvimos a hacer alarde muy vistoso y Caramansa estuvo satisfecho y reía y se hinchaba de aire vano como si todo aquello se aparejase por su virtud y buen seso, de lo que algunos empezamos a desamarlo.

Y pasando adelante con esto, como supiéramos de cierto que ya los mambetu venían con todo su poder, hice poner grandes guardas en todos los lugares do convenía para que no fuésemos de los enemigos ofendidos. Y antes de que amaneciera el día vinieron corredores con el aviso de que el enemigo había levantado el campamento en medio de la noche. A lo que oímos misa muy devotamente y comulgamos. Y los otros negros paganos nos miraban en grande silencio y muchos de ellos, entendiendo la virtud de tales actos de religión, se arrodillaban y juntaban las manos como nosotros. Y acabada la misa y rezos di orden de salir y de tomar el llano del yerbazal y que las mujeres y los niños y los que no iban a luchar se retrajeran a los árboles.

Y luego marchamos por el sendero grande con mucho orden y silencio y salimos al yerbazal y en pasando adelante llegamos a donde las zanjas y trampas loberas estaban, las cuales mandé disimular con yerba, y allí esperamos según lo dispuesto y ensayado de otras veces. Y cuando ya se mostraba el alba se oyeron a lo lejos los recios tambores de los mambetu que venían contra nosotros. Mas estaban tan remotos que aún hubimos de esperar gran pieza antes de que se dejaran ver a lo lejos los flecos y palos y enseñas y plumas que en alto como banderas traían. Y crecía el ruido de los tambores tanto que no había personas que una a otra oír se pudieren por cerca y alto que en uno hablasen. Y muchas bandadas de pájaros asustados se levantaban y pasaban volando por somo de nuestras cabezas y los más de ellos se desviaban a la diestra, lo que tuvimos por señal de buen agüero y con esto nos confortamos mucho. Y Caramansa, muy serio, se puso detrás de nosotros donde no le llegara daño.

Y vestía todos sus arneses de guerra que son trapos pintados y sombreros y collares. Y estaba levantado sobre silla de cañas para que todos lo vieran bien mas el rostro lo tenía serio y sudaba mucho y no osaba decir palabra.

Y luego que los mambetu se acercaron a cuatro tiros de ballesta vimos que venía gran muchedumbre de ellos, tantos como jamás viéramos juntos en la tierra de los negros, que no parecía sino que el universo allí era juntado contra nosotros. Y nuestros negros empezaron a inquietarse cuando vieron tan gran muchedumbre de enemigos y volvían la cabeza y miraban para Caramansa a ver qué decía. Y Andrés de Premió se vino para donde yo estaba y me dijo: "Temo que le dé miedo al gordo y huyan todos. Es menester decirle que esté a pie quieto". Y yo, viendo que tenía razón, luego mandé a Paliques que le fuera con el recado de que según yo veía las cosas aparejadas, de allí a poco íbamos a cobrar gran victoria. Y en esto estábamos, nuestra ballestería puesta en medio y las batallas de los negros bien ordenadas a uno y otro lado y las filas de los lanceros delante. Y venían ya los enemigos a dos tiros de ballesta y se distinguían cuáles eran sus jefes porque los llevaban levantados y puestos encima de sillas de caña. Y viendo así aparejadas las cosas luego llamé a Andrés de Premió y le dije que ordenara a los ballesteros que al primer toque de trompeta dispararan contra los que venían en las sillas que eran los tres reyes y luego siguieran tirando contra los que iban a pie con melenas de león que eran los más esforzados guerreros del enemigo y sus campeones. Mas, por excusar yerros, le dije que dispusiera a dos ballesteros buenos con recado de tirar a cada uno de los que en las sillas levantados venían.

Con esto llegaron los negros a tiro de ballesta mas yo los dejé acercarse más para que los de las sillas tuvieran el tiro cierto. Y viendo que nosotros no nos movíamos ni traíamos tambores ni ruidos, ellos se crecían más y proferían grandes gritos y alaridos y daban carreras a donde nosotros estábamos y nos tiraban algunos venablos que caían cortos y a nadie hería. Y con ellos crecía el ruido de muchos tambores que traían detrás. Y el ruido era tanto que parecía que tronaba el llano y con esto ponían pavor en los corazones de nuestros negros y ya daban señales de desfallecer. Y Caramansa sudaba mucho como si le lloviera y se pasaba la mano por la redondez de la cara. Entonces hice seña a Villalfañe que pendiente de mí estaba y él tocó la trompeta con todas sus fuerzas, para que bien la pudieran oír por encima del tronar de la tamborada, y al oírla dispararon los ballesteros y los tres reyes que venían contra nosotros recibieron en sus pechos los pasadores de acero y se vinieron a tierra muertos con gran confusión de sus gentes, y en esto alzaron gran grita los ballesteros diciendo: "¡Enrique, Enrique, Enrique por Castilla, Castilla!", y nuestros negros empezaron a tirar sus flechas y sus venablos y los otros que corrían contra nosotros empezaron a trastabillar y caer en los pozos de lobo y a dolerse de las cañas clavadas y los que atrás venían tropezaban en los caídos y se venían a tierra con gran confusión y los de la zaga, viendo muertos a sus reyes, se quedaban parados sin saber qué hacer, mas aunque de ellos los más esforzados que llevaban melena de león querían seguir, luego iban siendo pasados muy a salvo por la ballestería que sobre ellos tiraba y tan de cerca y tan fuerte que hasta hubo pasador que mató a tres negros antes de perder fuerza, tan apretados y espesos venían contra nosotros. Y con esto fue cesando el ruido de tambores y los delanteros se levantaban del suelo y miraban atrás qué pasaba y veían que la zaga se desbarataba y huía en tropel, atropellándose y estorbándose los unos a los otros. Y en diversas partes donde algunos más valerosos se quisieron defender, allá se trabó una escaramuza, la más brava que nunca los hombres vieran, la cual más propiamente se podría decir pelea peleada.

Y visto el buen orden que tomaban sus negocios, Caramansa se alzaba de pie sobre la silla y daba grandes voces y exhortaba a los suyos a la pelea. En esto di seña a Villalfañe que tocara la trompeta de degüello para que las alas salieran en pos de los fugitivos, porque la ocasión se aparejaba para hacer muy a lo salvo gran mortandad y botín de ellos, mas los toques no fueron entendidos por los negros, a pesar de que mucho los tenían ensayados, porque, en el ardor de la pelea, no cuidaron más que a salir adelante muy revueltos y confusos y rematar a los que en el suelo estaban heridos y arrancarles lo poco que llevaban y a los tres reyes los hicieron cuartos muy crudamente y venían a presentarles sus hígados a Caramansa. Con lo que nosotros, viendo que tan gran victoria no llegaba a sus mejores términos por la indisciplina de los negros, luego nos agrupamos y vimos con gran disgusto la bravura que ahora demostraban en los muertos los que antes temblaban de miedo y cómo se juntaban en cuadrilla para llegarse a rematar a los de las melenas de león que malamente heridos yacían en tierra, y luego que se llegaban a ellos les pinchaban los ojos o se los saltaban con palos y les cortaban sus vergüenzas y les tomaban las melenas de león y luego se las disputaban entre ellos con sus ásperas voces, como perros en despojo de montería. De todo lo cual hubimos gran disgusto.

Y viendo esto vino a mí Andrés de Premió con gran enojo y me dijo: "Nunca haremos migas con ellos ni tendrán ordenanza de soldados verdaderos y la otra vez que vengan enemigos a vengar este día, si se saben mantener fuera de las ballestas como presumo que harán, ya no veremos tan fácil victoria como hemos visto hoy". Y con esto nos tornamos a nuestro pueblo y dejamos a los negros allí haciendo grandes fiestas y, según luego supimos por nuestro Negro Manuel y por los otros, luego que fuimos idos, abrieron las cabezas de los reyes y de los que llevaban melenas de león y les comieron los sesos pensando que en ellos está la virtud del hombre. Y luego de los muertos del montón cortaron muslos y brazos y los asaron y comieron dellos. Y las cuentas de aquella muerte que no sé cómo lo diga o estime por incredulidad de los que no lo vieron ni saben, fueron, por nuestra parte, un ballestero y doce negros muertos y unos pocos más heridos y por la parte de los enemigos cuatrocientos veinte muertos y no hubo heridos porque a cuantos tomaron luego mataron.

De los nuestros murió en aquella ocasión Miguel Castro, un ballestero de los que venían de Toledo que era el hombre más callado que pensarse pueda y hasta en las ocasiones de júbilo iba él pensativo y podía pasar días enteros sin despegar los labios ni ser notado, mas siempre fue fiel y bien mandado como bueno. Un venablo le entró por los riñones y la punta le salió por la barriga que es herida de muerte. Y acudió a verlo el de Villalfañe, que desde que muriera Federico Esteban hacía de físico de las llagas, y no lo quiso tocar porque ya estaba muriendo, sino que sacudió la cabeza y se levantó y dijo que viniera fray Jordi. Y acudió el fraile y Miguel Castro abrió un ojo y habló para decir que quería confesión.

Apartámonos todos una pieza y fray Jordi lo anduvo confesando, mas antes de darle la absolución, Miguel Castro tuvo un escrúpulo y dijo a fray Jordi: "Padre cura, algo más hay que decir". Y dijo fray Jordi: "Dilo, hijo mío, y descansa en el Señor". Y él dijo: "Es una duda que he tenido toda mi vida y no quiero irme con ella: La Santísima Trinidad, ¿es una persona o son tres?" "Hijo mío -le dijo el fraile-, ése es un misterio de la Santa Teología.

Son tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, juntas en una". Mas este comento no satisfizo a Miguel Castro y tornó a preguntarle la misma duda. Y fray Jordi le explicó, con muy concertadas razones, el misterio de la Trinidad y ponía la voz persuasiva para decirle que es como tres regatos que se juntan en un solo arroyo, que es como tres cabos de velas juntas en una sola llama, que es como dedos que se juntan en una mano. A lo que replicó Miguel Castro, que ya tenía los ojos cerrados y estaba más blanco que el papel, que los dedos de la mano eran cinco y fray Jordi contestó, impacientándose, que la mano que él tenía pensada sólo tenía tres dedos. Calló un poco Miguel Castro y siguió el fraile hablándole paternalmente y ya parecía que lo tenía convencido y levantaba la mano para la bendición absolutoria cuando en ese momento abrió Miguel Castro los ojos muy abiertos y le dijo: "Fray Jordi, que aún no me tiene persuadido, que no entiendo si es una persona o si son tres". A lo que fray Jordi le replicó, con voz incomodada y enfadosa: "Y ati qué te importa si son tres personas. ¿Es que acaso las vas a tener que mantener?" Y luego le dio la absolución sin más plática y le dejó caer la cabeza muy enfadadamente y nos pareció que Miguel Castro se reía en sus adentros de haber enfadado al fraile antes de partirse de este mundo. Y acudimos a él y fue mirándonos uno a uno con los ojos vidriosos y luego los cerró y expiró.