38097.fb2 En busca del unicornio - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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Siete

Esta es la hora llegada en que debo explicar ciertas cosas cumplideras para el buen entendimiento desta historia. El Rey de Marruecos se llamaba también el Miramamolín que es tanto como decir el enviado de Dios, y los moros, en su ignorancia, lo creen profeta y piensan que hace milagros aunque los tales milagros nadie los ve, pero como gente grosera y de poco ingenio ellos lo creen sobre las fablas mentirosas del Alcorán. Y dicen que la señal que el Miramamolín tiene de ser profeta es que las palas de la boca, que son los dientes delanteros de la parte de arriba, los tiene separados y entre ellos cabe la uña del dedo horramente. Lo que es gran necedad pues siendo así todos los burros y gran parte de los caballos serían también profetas, cosa que, bien pensado sería además de necedad, grave pecado creerla, mas yo la asiento por letra no por imprudencia mía, que soy ferviente cristiano y en todo presto a admitir lo que la Iglesia enseñe tanto si lo entiendo como si no lo entiendo, sino por escarnio del falso profeta Mahoma y de su secta embustera.

Y era el caso que cuando fuimos llegados a Marraqués, había en el reinado de Marruecos no un Miramamolín sino tres distintos y todos pretendían el reino y movíanse entre ellos cruda guerra. Y era el caso que uno de ellos, al cual llamaban "el Bermejo", estaba a las puertas de la ciudad y venía con un gran ejército contra el otro que en la ciudad tenía su asiento y éste era el que llamaban Abdamolica y, por apodo, "el Pajarero", que fue el que nos recibió. Era éste, a lo que me pareció, un mozo obra de treinta años o poco menos, alto, membrudo y con la mirada complaciente como de vaca recién parida. No me pareció muy agudo de entendederas, sino que al lado tenía su Canciller que era el que le iba indicando cuanto tenía que hacer y convenía a la ocasión. Y en llegando a anunciarme el mayordomo, callaron todos los congregados que con el Miramamolín estaban y se volvieron a mirarnos y yo hube gran vergüenza y me subieron los colores doblados, mas, como traía aprendida la lección, me adelanté a donde él estaba echado en unos ricos cojines por mengua de silla donde más cómodamente estar, y me hinqué de rodilla en tierra y le besé la mano que él me tendió y la tenía fría como la de un difunto. En lo cual, ya que no en otra cosa, se parecía a nuestro Rey Enrique. Y luego le tendía la carta del Rey de Castilla que le traía y él la tomó y se la pasó a su Canciller y me hizo señal de que me levantara, lo que yo hice al punto. Y me estuvo preguntando una buena pieza por el viaje y por los hombres que conmigo venían, lo que puntualmente le dije con el intermedio de Paliques que a mi lado estaba haciendo muy puntualmente su oficio sin meter lengua en paladar, si bien estaba algo corrido y mohíno porque para comparecer delante del Miramamolín hubo de destocarse y estaba enseñando su calva lironda, en la que hería el sol como sobre bruñido yelmo, a toda aquella ilustre concurrencia. Dio luego el Rey señal de que me retirara y torné a besarle la mano y salimos haciendo reverencia y andando para atrás cortesanamente sin osar volverle la espalda y yo acerté bien con la entrada mas Paliques diose una gran calabazada con la columnilla de mármol que dividía la luz, lo que, de no haber sido tan solemne ocasión, hubiera sido causa de risa para todos los que lo vieron, sino que allí solamente el Miramamolín se echó a reír a grandes carcajadas y llorando de sus ojos mientras que su Canciller, de pie a su lado, lo miraba con reprobación y desprecio, a lo que a mí me pareció.

Y era este Canciller un hombre de mediana altura, obra de cincuenta años, blanco de pelo y de piel, azul y hundido de ojos, delgado como alambre y de nariz aguileña y de mirada muy inquieta e inquisidora, como de águila. Y un nuncio suyo nos dijo que aguardásemos en el patio y luego salió él y nos llevó a un aposento que allí había donde nos ofreció asiento y un refrigerio de nueces y dátiles que yo no caté porque no me fiaba de la morisma, pero Paliques se hartó y fue dificultoso que ejerciera su oficio de lenguas con la boca llena pero al fin supe que lo que el Canciller me decía era que quedaba enterado de los deseos del Rey de Castilla y que el Miramamolín su señor estaba deseando complacerlo pero que había una dificultad no pequeña y ésta era que necesariamente nuestra gente habría de ir a la tierra de los negros en caravana y la siguiente caravana no saldría hasta dos meses pasados. Le dije yo que lo único que necesitábamos era un guía, al cual pagaríamos de lo nuestro, y que con esto partiríamos muy satisfechos y agradecidos. Mas el Canciller replicó que el desierto es como mar de arena, más grande que la mar oceana que nos había traído, y que las naos que cruzan esta mar son los camellos y que los pilotos que los rigen son los guías, pero hay en ese desierto una casta de piratas más furiosos y dañinos que los del mar de Mallorca y son unos demonios que lo habitan llamados targui. Y esos targui tienen concertado con el Miramamolín que sólo dos caravanas pasen el desierto cada año y les dejen tomar agua de ciertos pozos a cambio de un crecido tributo y fuera de esto no hay nada que hacer. Con lo cual quedé yo muy advertido y apesadumbrado y no supe qué decir sino que dije que había de tomar consejo con mi gente y luego nos despedimos y unos pajes vinieron a traernos los caballos y el que nos había llevado nos acompañó a la vuelta. Y el Canciller se quedó mirándonos cómo nos íbamos, por todo el patio, hasta que salimos por la puerta donde los guardas negros estaban.

Y con este negocio acabado tornamos a la casa de la Mamunia y hallamos a la gente muy apaciguada y contenta pues en el mientras tanto de nuestra ausencia se habían recibido unas cargas de pan y ciertas cecinas de carnero que el Miramamolín mandaba para regalo de los huéspedes. Y todos estaban muy confortados con esta fineza, sólo que los afligía un poco la mengua de vino que en la ciudad no lo había, por tenerlo muy vedado y perseguido la ley de los moros. Con todo pasamos adelante y yo los junté en el patio y teniendo a mi lado a Andrés de Premió, al que ya en la nao había comunicado muy en secreto cuáles fueran los designios de nuestro viaje, tomé la voz y dije que estábamos allí para ir a la tierra de los negros a cazar el unicornio y no para escolta matrimonial de dama casamentera. De lo que los ballesteros que ya se veían de vuelta a Castilla, quedaron muy espantados y hubieron gran enojo y empezaron a hablar muy reciamente entre ellos alzando gran vocerío y juntándose en corrillos cada cual con sus más allegados y vecinos y con los de su tierra, como ellos suelen. Y algunos movían mucho los brazos y daban patadas al suelo como si gran furia los poseyera. De la cual alteración cobré yo cierto temor y determiné hacer un ejemplar escarmiento en cuanto se sosegaran los ánimos y ocasión hubiera propicia. Y el tal Pedro Martínez, "el Rajado", salió de entre los otros y a grandes voces altercó diciendo que era gran villanía y que aquel engaño no lo había de sufrir. Y yo levanté los brazos y acalláronse a poco y les dije como era muy servidero del Rey nuestro señor, al cual vida debemos, aquel mandato en que estábamos y prometí grandes mercedes y dádivas y recompensas cuando estuviéramos de vuelta, y paga doblada por el tiempo de servicio, lo que apaciguó a algunos y despartió el ruido de muchos. Y esto dicho los despedí para que pudieran salir a la ciudad y juntarse con la gente y haber mujeres que más los apaciguarían, y di licencia a todos menos a cinco que habrían de quedar a la guarda del hato y el fardaje y de las mujeres en tanto que los otros tornaban. Y con esto Manolito de Valladolid repartió las pagas y ellos fuéronse enhorabuena a gastárselas. Y yo convoqué consejo en un aposento aparte donde no fuéramos oídos de nadie y comuniqué con fray Jordi y Andrés de Premió y Manolito sobre la traza que habría de darse a la empresa. Y todos fuimos del parecer que los ballesteros podrían alborotarse cuando supieran que habían de atravesar el arenal y meterse por tierra de los negros donde nunca un cristiano entró y dicen que hay demonios y espantables monstruos y muy fieras serpientes, a lo que todos fuimos de un parecer que, para remediar estos miedos, habríamos de correr la hablilla de que allí donde íbamos sobraba el oro y las piedras y gemas en gran abundancia, lo que sabíamos por cierto ser verdad, con lo que la natural codicia de la gente baja quedaría contenta y les ayudaría a sobrellevar los trabajos y pesadumbres que vinieren.

Y aquel día, antes que fuera llegada la hora del yantar, vino el Canciller del Rey con mucho y lucido acompañamiento de guardias y espesa escolta que quedaron todos fuera y él se encerró conmigo en un aposento de la Mamunia y allá platicamos y me dijo que pues en dos meses no podríamos salir a tierra de negros me mandaba decir el Miramamolín que mientras tanto quería alquilar a los ballesteros que conmigo traía para que sirvieran con él y que él les pagaría sueldo doblado y a mí una parte no chica y a todos nos haría grandes dádivas y mercedes y me daría buena casa en la que vivir la espera. A lo que yo no dije ni sí ni no, sino que habría de meditarlo y él me dijo que mandaría por la respuesta a la tarde.

Y no bien se hubo tornado a sus cosas cuando vino a verme otro moro principal de los que estaban a la mañana con el Miramamolín, y me dijo que se llamaba Abulcasima y que sabía lo que había platicado con el Canciller del Rey pero que él me ofrecía el doble de paga y más recompensas y mercedes que el otro si puesto en batalla contra los enemigos del Miramamolín, que de allí a quince días y aún antes habrían de venir contra la ciudad, cuando ya fuera trabado el combate abandonaba al Miramamolín y me volvía contra su gente y le daba mi auxilio a su enemigo, el que llamaban "el Bermejo". Estos tratos traidores y estas felonías conocí ser cosa corriente entre los moros que, como digo, son de ese natural y antes que sellan una alianza ya la tienen rota y muy ligeramente se traicionan unos a otros y pasan del extremado amor al odio desmedido. Mas yo, por no parecer incauto, no dije ni sí ni no, sino que habría de pensarlo y Abulcasima se retiró y dijo que a la tarde mandaría un paje a saber la respuesta y el dicho paje habría de traer por señal una dobla castellana de oro. Y con esto se marchó.

Quedé yo muy confundido y torné a convocar consejo para determinar lo que cumplía hacer y después de grave discusión acordamos que no diríamos ni sí ni no al Canciller ni a Abulcasima hasta que no fuésemos más sabedores de cómo estaban los negocios de los moros y de lo que más cumplía a nuestro beneficio y menos a nuestro daño. Y como hubiéramos visto algunos cristianos genoveses o venecianos en la corte del Miramamolín y pensáramos que serían cónsules de los mercaderes en la ciudad, determinamos de buscarlos y preguntarles por los asuntos de los moros, que seguramente ellos nos podrían dar buena razón dellos y sacarnos de las oscuras en que estábamos, pues, aunque mercaderes, serían cristianos y temerosos de Dios. Y también determinamos de buscar guías aunque fuera a espaldas del Miramamolín y buenos pisteros y hombres conocedores de los caminos del arenal y desierto por si fuera cumplidero al servicio del Rey nuestro señor que saliésemos presto sin aguardar caravana. Y Andrés de Premió barruntaba que la espera de dos meses que los moros decían podía ser embuste para tenernos por ese tiempo a su servicio si estaban en necesidad de buenos ballesteros para sus contiendas, como así lo parescía.

Y con esto quedamos muy inquietos y poco contentos de cómo se iban aparejando las cosas, mas no veíamos mejor remedio que poner. Y como faltaban todavía algunas horas para la tarde acordamos que saldríamos fray Jordi, Paliques y yo a recoger fablas por la ciudad y a poner oído en las cosas cumplideras a nuestro interés. Y salimos y Andrés de Premió quedó otra vez al cargo de la casa mas muy sin enojo, por cerca estar de Inesilla, a lo que barrunté, y mandó luego atrancar la puerta por dentro y dijo a los guardas de la azotea que tuvieran los ojos bien abiertos. Y las mujeres, con todo esto y saber que iban a tierras de negros, quedaron muy afligidas y no hacían más que rezar en su aposento sin osar asomarse al patio.

Salimos los otros con nuestros estoques y broqueles y capas pero a pie, como si solamente fuésemos por ver y visitar la ciudad, y en llegando a la antedicha plaza de la Jemaa el Fna notamos cómo éramos seguidos por algunos moros de ruin aspecto, de lo que temimos que fueran espías del Miramamolín o de cualquiera de los moros notables que andaban pretendiéndonos la ballestería. Mas disimulamos con grande disimulación y seguimos adelante y metímonos por el zoco y mercado siempre con los espías detrás, y había en aquellas callecillas estrechas y oscuras y no bien olientes gran copia de gente, moros los unos y negros o retintos los otros, y de éstos mayormente esclavos de moros principales que iban detrás de sus amos y mayordomos con grandes cestas a comprar comida o por guarda y compañía. Y no se veían mujeres fuera de las viejas que allí vendían sus mercaderías. Y en esto se conocía ser los moros gente de natural celoso y guardador del mujerío, como tan grandes desconfiados que son en todos sus otros asuntos. Y cavilé yo que si también las moras muestran ser tan grandes traidoras como los moros son, el gran recaudo en que sus esposos las tenían sería causa de la mucha cornamenta que ellas solían ponerles, mas no quise comunicar estos pensamientos a los que conmigo iban por temor a decir simpleza y que me tomasen por persona de poco seso y razón, como ya temía que me reputasen al haberme elegido el Rey nuestro señor para tan dificultoso negocio. Y así pasamos adelante viendo paños y tazas y espadillas y ajedreces y las otras mil cosas menudas y pacotillas que los moros vendían y compraban en el zoco, hasta que llegamos a una placilla ruin donde estaban los especieros y donde olía no sabría yo decir si bien o mal de la mucha mezcolanza de humos, sabores, ungüentos y yerbas y pebeteros que allí junta estaba, y fue tal que fray Jordi se arrimó a un tenderete y se puso a discutir en arábigo con el moro que vendía y ya le preguntaba por el menjuí, ya por el ámbar, ya por la algadía o por los mosquetes, o a cuánto estaba el solimán, y como se hacía aquel afeite cocido y para qué servían aquellas cortezas y dónde se criaba el espantalobos y qué clase de lagarto era aquel cuya cola vendían y el precio de las aguas de azahar, del jazmín y de la madreselva, y el uso de las raíces de manzanilla y romero, y de la flor de saúco y de la alheña. Y estando en ésta, vivamente departiendo con el moro, acertó a pasar por la placilla un genovés de los que viéramos en el alcázar del Miramamolín por la mañana y antes que yo diera seña de querer hablarle, vino él a nosotros y muy cortésmente nos saludó y nos convidó a su casa donde su mujer y sus hermanos tendrían gran placer en conocer a cristianos venidos de ultramar.

Y nosotros, con la codicia de saber los asuntos del Miramamolín, que, siendo el que nos convidaba mercader en aquella tierra, forzosamente habría de saberlos, lo acompañamos de muy buen talante y, saliendo con él del zoco, fuimos luego a su casa que estaba no lejos del alcázar del Rey de Marruecos, en una calle donde, según luego nos dijo, vivían todos los mercaderes y cónsules francos y genoveses y venecianos que tenían franquicia y permiso del Miramamolín. Y luego que entramos en la casa mandó criados para que avisaran a algunos otros de su nación, que, como vivían vecinos, pronto comparecieron y, en retirándonos a un aposento reservado, el que parecía de entre los venidos persona de más respeto y mayor, se puso en pie y dijo: "Porque sois cristianos y porque hemos recibido carta de nuestro buen amigo y pariente Francesco Foscari, hemos hecho voto y propósito de ayudaros en lo que en nuestra mano esté, así que podéis confiar plenamente en nosotros y habéis de saber que el Miramamolín no tiene pensamiento de dejaros marchar antes que le sirváis en la batalla que muy pronto habrá de reñir con la gente de Abdamolica. Y que si no fuera por eso bien podría daros guías y pisteros para que cruzaseis el desierto mañana mismo, mas aquí los ballesteros cristianos se tienen en mucha estima en las cosas de la milicia y el Miramamolín cuenta con que pelearéis con su gente. En lo de pagaros bien dice verdad y muy bien lo podrá cumplir, que aún tiene entero todo el oro que trajo la caravana del Sudán va ya para seis meses, porque no ha querido comprar trigo hasta verse más seguro en la silla, lo que bien podemos certificar los que comerciamos con grano.

Esto es lo que hay y vosotros debéis decidir". Entonces hablé yo y dije: "Si nos negamos a combatir con la gente del Miramamolín, ¿qué daño puede venirnos?" A lo que el genovés quedóse una pieza pensando como el que considera un grave asunto, y luego dijo: "Eso nadie puede saberlo porque habéis venido con carta del Rey de Castilla y eso puede refrenarlo de ir contra vosotros por temor a que el Rey haga alianza con Abdamolica para tomar venganza". Y estando en estas razones entró un criado a avisar que a la puerta de la casa había un nuncio del Canciller del Miramamolín, el cual nuncio traía recado para Aldo Manucio, que así se llamaba el genovés que había hablado, y él salió y quedamos los otros haciendo conjeturas sobre lo que habría de ocurrir y lo que yo saqué en limpio es que las opiniones estaban divididas y nadie sabía si finalmente habría de prevalecer el Miramamolín o su enemigo Abdamolica, pero los mercaderes y cónsules estaban tranquilos y descuidados porque otras veces habían pasado por estas alteraciones y mudanzas y siempre había resultado que el vencedor no se metía con los mercaderes cristianos y a lo sumo les imponía una multa si sabía de cierto que habían estado ayudando a su enemigo. Y esto acaecía por una parte porque los moros no pueden pasar sin este comercio que es muy útil a su república y por otra parte porque están temerosos de la enemistad de Génova y de Venecia, tan poderosas son estas repúblicas por mar, y prefieren estar siempre amistados y en buenos términos con su gente.

Se hacía tarde y yo me excusé y regresamos a nuestra posada de la Mamunia donde aquella misma tarde había de venir Abulcasima por la respuesta de su mandado. Y en llegando encontramos a los ballesteros alborotados. Y estaban sentados en medio del patio y discutían muy vivamente sobre lo que habrían de hacer y, en viéndome entrar, vinieron a nosotros tres de ellos que traían la voz de los demás y nos dijeron cómo estaban quejosos por no haber sabido hasta ahora que habrían de cruzar el desierto de arena, pero que, siendo ellos gente bien mandada y fieles vasallos del Rey nuestro señor, habían determinado obedecerme en todo. Lo que me sorprendió un poco hasta que Sebastián de Torres, que era uno de los criados del Condestable que venía de Jaén, pudo llegarme habla, por medio de Inesilla, de que Pedro Martínez, "el Rajado", los había soliviantado para que en llegando a la tierra de los negros lo alzasen a él por su jefe y se dieran al logro del oro, que allí es fácil, no mirando el interés del Rey, con lo que tornarían ricos y honrados a alguna tierra de cristianos aunque nunca más pudieran entrar en Castilla y les pregonaran las cabezas por traición. Y para esto habían trazado llegar al mar y pagar el viaje de tornada en una nao portuguesa. Mas todo esto había de saberlo yo a la noche. Viéndolos tan bien dispuestos les comuniqué el negocio que nos requería el Miramamolín de los moros, sin mencionar la traición de su consejero, para que no se cundiera el secreto, y cuando ellos vieron que tenían la ganancia fácil tornaron a porfiar entre ellos haciendo sus juntas sobre el asunto, pero al final dieron muestras del poco seso y la mucha codicia que tenían cuando me dijeron que antes querían combatir que estarse allí parados criando panzas, porque ya que tan lejos estábamos de Castilla antes querían ganancia que holganza, pero que al final harían lo que yo mandase. Y yo los despedí y me junté en consejo con los míos y con Andrés de Premió y hube parla de Manolito de Valladolid, que venía de mayordomo real al cuidado de los dineros y soldados, y Manolito dijo que las pagas que traíamos venían muy menguadas y que se acabarían a las dos semanas y luego no habría con qué pagar a la ballestería ni aún de qué comer. Esto visto fuimos de un acuerdo de que, si había que aguardar dos meses a la caravana, más nos cumplía dejar que los hombres se alquilaran para guardas del Miramamolín, mas no consintiendo que se hiciera la traición que Abulcasima proponía, puesto que habíamos traído carta de nuestro Rey y señor al Miramamolín y no a su enemigo, y esto valía por decir en qué bando habrían de estar nuestras lealtades. Y los presentes no entraríamos en el trato militar fuera de Andrés de Premió, que pensaba que su obligación era estar con sus ballesteros y dirigirlos en la pelea como buen capitán, y a todos nos pareció razón discreta y nadie quiso estorbárselos. Y esto que habíamos acordado se lo dijimos a los otros, de lo que hubieron gran placer y contento, mas no mencionamos que lo hacíamos porque las soldadas andaban escasas.

Y estas cosas asentadas pasó una bandada de pájaros grandes, negros, de la parte del Poniente, como buscando la mar, lo que tuvimos por un buen agüero y nos afincó más en nuestra postura. Y en viniendo el nuncio del Miramamolín le hicimos saber lo acordado y al otro de Abulcasima le dijimos que no haríamos traición. Y él dijo que lo de la traición había sido para probar nuestras lealtades, de lo que quedamos muy espantados y no sabíamos si decía verdad o si, vista nuestra firmeza de corazón, quería ahora ocultar su yerro y felonía. Mas nosotros determinamos no comunicar nada a nadie y guardar secreto como discretos a los que no iba ni venía nada en aquellas banderías y rencillas de los moros, y el nuncio se retiró con la dobla de oro castellana que era su credencial muy fuertemente apretada en la mano.

Y antes que fuera la noche vinieron hasta diez camellos con sus serones largos cargados de pan y de carne de carnero fresca y de viandas para la tropa y de todas las cosas que para la despensa habíamos menester muy cumplida y abundosamente proveídas. Y aquellos presentes nos los enviaba el Miramamolín, tan complacido quedaba por nuestra buena disposición y respuesta y yo mandé que se repartiera mucho a la gente y todos fueron contentos y satisfechos a su voluntad sino que lamentaban tener que pasar aquella abundancia y buen año sin vino ni aguardiente.