38126.fb2 Especies Protegidas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

Especies Protegidas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 13

11

La casa está en las afueras de Valencia, en la carretera que lleva al municipio de Montcada, pero lejos de la ciudad. Por la ventanilla de su Golf, Júlia lo mira con cierta nostalgia: observa cómo la depredadora Valencia crece a costa de l'Horta Nord, comarca que poco a poco se está convirtiendo en periferia metropolitana. No ocurre lo mismo con l'Horta Sud, convertida ya, primero por los socialistas y luego por los conservadores, en todo un caos urbanístico e industrial. L'Horta Nord todavía resiste, la pobre, en un intento de preservarse de la demoledora acción de una ciudad, recordémoslo de nuevo, diseñada por constructores que, con el apoyo de la administración, se dedican a edificar auténticos churros urbanísticos.

Decía que Júlia miraba todo aquello con cierta nostalgia. Y es cierto. No puede evitar recordar que hace tiempo tuvo un corazoncito de izquierdas, una pequeña alma ecologista, salvadora, con ideales, con utopías. Pero ahora Júlia está en otra dinámica, llamémosla -como ella la llama- realista. Tiene muchísima responsabilidad política, política de poder. De modo que debe tener las cosas claras, resolver los numerosos problemas domésticos que le plantea la alianza gubernamental con el Front. Al fin y al cabo, como escribió Gombrowicz, autor cuya lectura había dejado grabada en su memoria más de una frase, el mérito no consiste en tener ideales sino en no perpetrar pequeñas falsificaciones en nombre de los grandes ideales. Júlia no perpetraba falsificaciones de ninguna clase; era muy coherente consigo misma, con su propio manual de supervivencia.

Era una antigua casa que llevaba años oculta entre naranjos. Con un paisaje (aún) tranquilo y sobrio, de esencia rural mediterránea. Un ecuatoriano de baja estatura salió a abrirle la puerta (los ecuatorianos han contribuido a elevar la autoestima física de los valencianos). Júlia aparcó y atravesó caminando el jardín hasta llegar al porche, amueblado como una habitación más de la casa, con un suelo de azulejos de barro natural y un techo con vigas de madera restaurada. A la derecha de la casa había una piscina, como un homenaje a las viejas albercas. Júlia conocía la casa de Julio Parma, líder de la Agrupación de Empresarios Valencianos. A principios de los años ochenta habían mantenido una relación sexual; una relación que no llegó a sentimental. Entonces Júlia pensaba que el amor era un pequeño vicio burgués. Quizá la procedencia social de Julio, hijo de un importante empresario de la metalurgia, se lo confirmaba. Entró y se dirigió a la mesa del comedor, revestida con una alfombra de la Real Fábrica. Saludó a Julio y a los otros dos invitados a la reunión: Miguel Ferrer, de la Cámara de Empresarios, la asociación más influyente en los negocios que propiciaba la administración conservadora (la asociación que, cuando los conservadores habían asumido el poder, les había obligado a construir la Ciutat de les Arts i les Ciències, proyecto de los socialistas que la derecha ya había desestimado por excesivamente caro: empresarios de peso se habían apresurado a comprar gran parte de los solares alrededor de la gran obra), y José Luis Pérez, presidente de la Cámara de Comercio y orgulloso títere de todo poder. Pérez estaba allí por delegación de otros empresarios, que preferían permanecer en la sombra. La esposa del ecuatoriano sirvió un Muga del 87. Abrió la botella y llenó las copas. Julio Parma agitó el líquido, lo observó, lo olió y probó un sorbo.

– Magnífico -dijo-. Puedes irte, Eulalia.

La mujer se fue.

– Nunca se sabe cómo saldrán estos vinos hasta que no se prueban.

– Debes de tener una buena bodega -le dio coba Pérez.

– Excelente, pero el otro día destapamos un Vega Sicilia avinagrado. Tenía veinticinco años.

– No hay nada bueno que dure -lo disculpó Pérez, que prácticamente había terminado su copa.

– Ni la mayoría absoluta de nuestros conservadores -intervino Miguel Ferrer.

El representante de la Cámara de Empresarios acababa de poner sobre la mesa el único punto de la reunión. Júlia se lo tomó con calma. Cató el vino e hizo un comentario favorable.

– A lo mejor los conservadores no tienen la bodega adecuada -dijo Parma, pero su tono parecía conciliador.

Entonces Miguel Ferrer, sentado frente a Júlia, le preguntó:

– ¿Nos explicarás, aunque no sea el motivo de la reunión, por qué tu ex secretario general y ex president de la Generalitat aceptó irse a Madrid como ministro?

– Miguel, no presiones tanto -advertencia de Parma.

– Nos hemos reunido para decirnos las cosas claras, ¿no?

Miró a Júlia.

– Sí -Júlia, seca.

– Pues cuéntamelo. Tengo mucho interés en saberlo. Hace tiempo que esperamos una explicación. Se fue sin despedirse.

– ¿Tenía que habernos dado explicaciones?

– ¿Crees que los que subvencionamos sus campañas electorales no las merecíamos? ¿O es que a lo mejor no recuerdas el apoyo electoral público que os dimos los líderes de las distintas asociaciones patronales, a pesar de todas las críticas y presiones que recibimos? Si hubiéramos sabido cuáles eran sus intenciones lo habríamos pensado mejor antes de hacerlo. Por culpa de eso ahora nos encontramos en una situación política muy delicada. Pero vayamos por partes: ¿por qué se fue y dejó la presidencia de la Generalitat en plena legislatura?

– No nos dijo nada. Todo ocurrió muy deprisa.

– O sea, que también os dejó en la estacada.

– Supongo que es legítimo tener aspiraciones políticas.

– Por supuesto, pero también hay que hacer los deberes.

Pérez se vio obligado a tomar cartas en el asunto. Una pequeña ayuda ante la ofensiva de Ferrer contra Júlia. Un agradecimiento sincero, en el fondo, pues los líderes empresariales de Alicante, Castellón y Valencia, las empresas de los tres, trabajaban exclusivamente con contratos de obras públicas proporcionados por la administración autonómica.

– A lo mejor acaba siendo presidente del gobierno y con ese cargo…

– Con ese cargo, los empresarios madrileños como Florentino Pérez son los que saldrían ganando.

– Florentino sale ganando en todas partes -añadió Parma-. Su grupo de empresas es el que más factura en las obras públicas valencianas, y ahora también controla el Plan Eólico a través de filiales de su compañía ACS.

– Me gustaría que nos ciñéramos al tema que nos ha reunido -cortó Júlia para impedir que le recordaran el «tema» de l'Oceanográfic, que se había adjudicado a una empresa de Florentino Pérez por un precio de salida de sesenta millones de euros (precio que le sirvió para ganar la subasta institucional), un treinta y siete por ciento por debajo de las demás empresas, pero que acabó costando ciento ocho millones por gastos adicionales posteriormente aprobados.

– Bien, centrémonos en lo que nos ocupa -puso orden Parma. Estaban en su casa y gozaba del derecho a dirigir la reunión. Llenó la copa de Júlia-. Estamos algo preocupados con la actitud del Front.

– Nosotros también, pero estamos intentando arreglarlo.

– ¿Qué estáis haciendo, exactamente? -inquirió Ferrer.

– Hablar, persuadirlos. Pero tienen muchos problemas internos.

– ¿Qué tal es Francesc Petit? -preguntó Ferrer.

– ¿En qué sentido?

– En el personal.

– Un licenciado en Historia que no ha ejercido jamás porque lleva veinte años en política.

– Y ahora, por fin, puede dedicarse a ella como profesional.

– En efecto.

– A un hombre así no lo obligarán a abandonar el poder -afirmó José Luis Pérez como si se viera reflejado en Petit.

– Es un profesional de la política, pero proviene de la izquierda radical y del nacionalismo independentista -aclaró Júlia-. Quiero decir que aún es un profesional relativo.

– ¿Su oposición interna es fuerte? -Parma.

– Lo bastante para causarle graves problemas.

– Pero él sabe -añadió Parma- que no han sido los simpatizantes habituales del Front los que le han llevado al éxito.

– Lo sabe. Incluso es consciente de la gran aceptación social que tiene el proyecto de la Ley de Ordenación del Territorio.

– ¿La encuesta es fiable? -Ferrer.

– No. Pero es indicativa del nivel de desconocimiento que tiene la opinión pública de los grandes proyectos.

– ¿Y cuál crees que será la actitud de Petit? -Parma.

– Duda mucho. Sufre mucha presión.

– ¿También por parte de los socialistas?

– No tengo noticias de que se hayan reunido con él. Pero tampoco creo que tarden mucho en hacerlo.

– ¿Sois conscientes de que si Petit se opone al proyecto éste no se llevará a cabo?

– Claro, podrían presentar una moción de censura.

– ¿Y qué pensáis hacer?

– Convencerlo.

– ¿Cómo?

– Excelente pregunta.

– Compradlo.

La sugerencia de José Luis Pérez abrió un gran silencio no porque los demás no estuvieran de acuerdo, sino porque preferían guardar las formas. Al fin y al cabo lo mantenían en el cargo de presidente de la Cámara de Comercio para que ejerciera de tonto útil.

– ¿Puedes aportar alguna idea sobre cómo hacerlo? ¿Te atreverías a comprarlo tú personalmente? La idea es delicada y peligrosa. -Júlia evitó decir que, además, enunciarla así había sido una desfachatez.

– Hay muchas formas de comprar -intervino Ferrer-. Estamos dispuestos a que el Front pase la gorra para que les demos algo, pero no todo el mundo querrá subvencionarlos. La gente no sabe con seguridad adónde irá a parar el dinero. Siempre es arriesgado con partidos como ése, que no están del todo definidos ideológicamente. Además, al parecer Juan Lloris lo hizo y donde está Lloris las cosas son siempre dudosas.

– Descartemos la idea de comprarlo. Nos podría salir el tiro por la culata. Probemos con otras opciones.

– ¿Con cuáles, Júlia?

– Darle la Conselleria d'Obres Públiques. Sería un regalo envenenado.

– Ni pensarlo -cortó Ferrer-. No consentiremos que lo hagáis. De ninguna manera.

– Pues di algo.

– ¿Qué tengo que decir yo? Sois vosotros los que tenéis que resolver el problema. Para eso os pagamos. ¿Entendido? -Júlia calló. Ferrer prosiguió-: Si habéis sido incapaces de mantener la mayoría absoluta, si no sois capaces de convencerlos, por nuestra parte lo tenemos muy claro: apoyaremos a los socialistas.

– Un momento, Miguel, no perdamos los nervios -dijo Parma.

– Nos estamos jugando mucho. Hay empresas importantes que dependen del proyecto. Hemos pagado mucho dinero para que salga adelante.

– De acuerdo, pero no solucionamos nada discutiendo. Debemos pensar en la mejor manera de presionarlos.

– También lo estoy haciendo.

– ¿Cómo? -preguntó Ferrer.

– Si el Front da el Govern a los socialistas nos las arreglaremos para resucitar a Unión Valencianista.

– Está muerta.

– Con una buena campaña los muertos políticos resucitan -aseguró Parma-. ¿Se lo has dicho? ¿Le has amenazado?

– Sí. Incluso le he amenazado con echarle a Lloris encima.

– ¿Liderando Unión Valencianista?

– Sí.

– Ni se te ocurra dar cancha a Lloris -exigió Parma-. Es como meter un zorro en el gallinero de la política.

– Todas las asociaciones de empresarios se rebelarían -se asustó José Luis Pérez.

– ¿Y por qué no? -dijo Ferrer de repente-. ¿Por qué no dar poder político a Lloris? Como empresario ya no es competencia. ¿Quiere gloria social? Pues démosela. Encima nos deberá un favor.

– ¿Desde cuándo Lloris ha devuelto un favor? ¿Es que ya no te acuerdas de las putadas que os ha gastado? Si pudiera, nos borraría del mapa.

– Lo tendríamos cogido por los huevos.

– Instalado en el poder, Lloris es incontrolable. Definitivamente me niego. No participaré en algo así.

– Pues propón otra alternativa.

– Lo haré, pero no me la pidas ahora -respondió Parma.

Miguel Ferrer se levantó. Llevaba el desencanto en el rostro.

– Muy bien, Julio, confío en ti. Confiemos en que encuentres la solución adecuada. Pero te recuerdo que la gente está muy nerviosa.

– Lo sé, Miguel.

José Luis Pérez también se levantó. Ambos besaron a Júlia y se despidieron de Parma. Habían llegado en un solo coche y debían volver juntos a la ciudad. Cuando el ecuatoriano cerró de nuevo la verja de la entrada, Parma sirvió un poco más de vino en la copa de Júlia.

– Tienes un gran problema -le dijo-. Si fallas se te echarán encima.

– ¿Por qué está tan nervioso Miguel Ferrer?

Parma se tomó algo de tiempo antes de responder, como si dudara. Pero no era exactamente así. Pensaba en ella, en su culo, redondito y provocador, en sus labios carnosos, en cómo se la había follado. Porque de repente le vino a la memoria todo aquello. También en su suficiencia de mujer atractiva, en el desprecio y la soberbia con que a veces trataba a los hombres, aunque a menudo dependiera de ellos. Suspiró y estiró las piernas por debajo de la mesa, se acarició la barbilla y volvió a beber un poco de vino.

– Su situación empresarial es delicada.

– ¿Mucho?

– Bastante. -Se incorporó y recuperó su posición anterior en la silla-. Hace dos años solicitó un crédito de cuatro mil ochocientos millones de pesetas a Bancam, para comprar tres edificios con trescientos domicilios. La idea era alquilar los pisos para oficinas y con el dinero del alquiler pagar el crédito. No contento con eso compró, también con el crédito, dos naves industriales y un solar. Sólo ha alquilado una cuarta parte de los domicilios, las naves aún están vacías y por el solar no le ofrecen, ni por asomo, la plusvalía que tenía previsto obtener.

– La Ruta Azul, su gran esperanza.

– Sería una buena salida para él. Pero no es el único que arrastra problemas. El Grup Borràs tiene un riesgo de mil doscientos millones de euros asumido con Bancam y el Cantabria. La operación del Grup con Bancam no ha pasado por el IVEF, y la inspección del Banco de España les ha hecho una advertencia.

– ¿Sólo una advertencia?

– Alguien muy poderoso de tu partido en Madrid ha frenado al Banco de España. Pero la paciencia tiene un límite. Bancam está en su punto de mira.

– ¿Por qué?

– Entre otras cosas por la operación de compra de Sondobank. Al Banco de España no le gustó nada que la compra se hiciera por trece mil millones de pesetas cuando se podría haber hecho por nueve mil. Bancam está avisada. Otra operación de riesgo innecesario y actuarán. Con lo cual, de momento, el grifo de Bancam está cerrado. ¿Entiendes por qué están tan nerviosos?

– Debería haberme ido a Madrid.

– ¿Por qué no lo hiciste?

– El jefe no quiso. Sabía que reaccionaríais de mala manera ante su marcha. Si además me iba yo…

– Pobre Júlia. Siempre eres la gran sacrificada.

– Julio, tienes que echarme una mano.

– ¿Qué puedo hacer? La cosa está difícil.

– Convencerlos de que ayuden económicamente al Front.

– Ya lo has oído, no se fían.

– ¿Y qué coño quieren, que los del Front les hagan el favor a cambio de nada?

– Tal como está el patio, si no encuentras una solución, Ferrer y unos cuantos más cambiarán de bando. Si el Front se opone al proyecto, la siguiente jugada será entregar el Govern a los socialistas. Para los de la Cámara de Empresarios será más productivo iniciar relaciones con ellos.

– Y para ti.

– Probablemente. El futuro de algunas empresas está en juego. Me presionarán. -Parma tomó un sorbo de vino-. Lo siento, Júlia. No querría hacerlo, pero las circunstancias…

– Con los socialistas tampoco tendréis el proyecto.

– Será distinto. Con vosotros, el Front y sus ecologistas cargan con la culpa. Con los socialistas no. Incluso les interesará que sean los responsables directos. Les dejarán gobernar pero se quedarán al margen. Sería estúpido por parte del Front compartir gobierno con alguien que pretende liquidarlos políticamente. Gobiernan con vosotros para adquirir normalidad ante la gran masa de electores y erosionar a los socialistas, pero la Ruta Azul les impide alcanzar su objetivo.

– Tienes que ayudarme, Julio.

– ¿Por los viejos tiempos?

– Yo te quise muchísimo.

Julio Parma sonrió. Se levantó y se acercó hasta una cómoda, de la que abrió un cajón para sacar un pequeño bote de crema.

– ¿Qué serías capaz de hacer con tal de que te ayude?

Júlia no respondió. Probablemente estaba dispuesta a todo, pero no se atrevió a decírselo. Creyó que él sabría hasta dónde podía llegar.

– ¿Sabes? -dijo justo al llegar detrás de ella-. Hace tiempo que tengo ganas de follarte. Ha pasado mucho. Demasiado para mi deseo incontenible. ¿Cuántos años hace que no lo hacemos…? Ya ni me acuerdo. Me has querido tanto que ni siquiera has pensado en mí en todo ese tiempo.

– Eres un hombre casado.

– Para una puta mentirosa como tú no es un hándicap insuperable.

Julio dejó el bote sobre la mesa. Júlia lo leyó: «Brum. Vaselina pura. Uso tópico.» Entonces el empresario la besó en la nuca, le acarició el pelo, sedoso, le lamió el lóbulo de la oreja. Júlia le cogió una mano y la llevó a uno de sus pechos. Julio lo palpó con ansiedad. Luego le cogió el otro pecho con su mano libre. La levantó de la silla a peso y la obligó a ponerse frente a él; movió las manos hasta su culo y la estrujó con fuerza contra su cuerpo. Ambos se palparon desesperadamente. La forzó a darse la vuelta bruscamente y, adherido a su espalda, la llevó hasta el sofá sin soltarla. Hizo que se inclinara y la obligó a poner las manos sobre el respaldo del sofá. Entonces le ordenó que no se moviera. Permaneció quieta, sumisa a una jerarquía sexual y de todo tipo, pero de reojo observó cómo volvía a la mesa y cogía la crema. Acto seguido le levantó la falda y le bajó las bragas hasta quitárselas lentamente, primero un pie y luego el otro. Le separó las piernas y le esparció la vaselina por donde ella temía. Dijo no, Julio, no; él le dijo que se callara, pero fue sólo un gesto autoritario, la actitud del que quiere dejar claro quién manda, porque a continuación le preguntó si aún le deseaba. No sabes cuánto, le mintió Júlia. El dolor hizo que se le cayeran las lágrimas.

* * *

Antes de reunirse con Francesc Petit, Josep Maria Madrid, secretario de finanzas de los socialistas y hombre fuerte en la sombra, se citó con Horaci Guardiola. Lo hizo en el lugar más discreto posible, su apartamento de Port Saplaya, lugar que, además, Horaci ya conocía. El apartamento de Madrid, a nombre de su mujer, no solía acoger a casi nadie, ni siquiera a su familia, que prefería la tranquilidad del pueblo. De hecho, allí es donde se consumaban las citas políticas más clandestinas.

Horaci llegó quince minutos tarde, circunstancia que inquietó a Madrid porque una hora después tenía cita con Francesc Petit. Ninguno de los dos sabía que el otro se iba a reunir con Madrid. De hecho, el secretario de finanzas era un hombre bastante autónomo incluso para su propio partido. Lo suyo era manejar los hilos de la política lejos de cualquier mirada y a salvo de responsabilidades directas. En aquello basaba su poder, intentando controlarlo todo sin que nadie le fiscalizara.

Cuando Horaci entró en su apartamento, Madrid ya tenía dos cervezas sobre la mesa a la que se sentaron. Lo había visto aparcar mientras observaba las luces del día corriendo sobre los tejados.

– No tengo mucho tiempo para hablar -dijo Madrid.

– Me has citado tú.

– He recibido una llamada. Me ha surgido un problema y tengo que estar en Benifaió dentro de una hora. Iremos al grano. Por mi parte quiero que sea una conversación seria, sin ambages, directa.

– Eso espero.

– Horaci, es cierto que hemos cometido errores urbanísticos…

– En la comarca de la Marina han sido unos cuantos e imperdonables. En Benicorlí, donde gobernáis desde la transición, tenéis un Plan de Actuación Integral que borrará del mapa trescientos mil metros cuadrados de huerta, los que aún quedan, y duplicará la población.

– Es legal.

– Peor todavía, porque los PAI fueron idea vuestra.

– De acuerdo, no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias, pero no me gustaría recordarte que actualmente, en ciertos municipios gobernados por la facción del Front que tú lideras, corre el rumor de que se están proyectando auténticos despropósitos urbanísticos. Sólo es un rumor, pero… en fin, por encima de eso tú y yo somos de izquierdas. Y también es obvio que no podemos evitar que nuestra gente se nos vaya de las manos. Ya ves lo que ha pasado en Llíria: los nuestros, los tuyos y los de Esquerra Unida han reparcelado una zona boscosa enorme. Al fin y al cabo estas cosas son peccata minuta comparadas con las que perpetra la derecha o está a punto de llevar a cabo.

– Te refieres a la Ley de Ordenación del Territorio.

– Sí, y en concreto a la Ruta Azul. Supongo que serás consciente de que se trata de algo trascendental para nuestro país.

– Por supuesto.

– No podemos permitirlo. Si ese proyecto se lleva a cabo, el caos urbanístico será irreversible. Tú eres la clave para detenerlo.

– ¿Yo? No sé si sabrás que…

– Ya sé que tu facción es aún bastante minoritaria dentro del partido, pero ahora tienes una gran oportunidad de ganarte a los insatisfechos, que según tengo entendido no son pocos. Vuestros militantes ya saben lo que significa gobernar con la derecha. Tendrías que ir pisando fuerte.

– Sólo cuento con los míos. Es insuficiente.

– ¿Y qué dicen los dudosos?

– Petit les ha dado responsabilidades de poder y no creo que se arriesguen a perder su estatus.

– Tienes que explicarles que el Front, electoralmente, acabará deteriorándose y con ello las prebendas también se agotarán. Tienes que hacerles ver que deben considerarlo todo en perspectiva. De seguir respaldando a ciegas la política de la derecha, el Front perderá mucho apoyo popular en las próximas elecciones. No podéis confiar en las encuestas que dicen que una gran mayoría de la opinión pública está a favor del proyecto. Son encuestas manipuladas por la derecha. Vuestra gente es de izquierdas. De acuerdo, se ha hecho más pragmática, pero Petit está forzando demasiado las cosas y acabaréis siendo cuando menos cómplices de las acciones urbanísticas de los conservadores.

Horaci Guardiola se encendió un cigarrillo. Luego bebió un poco de cerveza directamente de la botella. Ambas acciones parecían una falta de respuesta por su parte.

– Déjame hacerte una pregunta más… directa.

– Házmela -accedió Horaci.

– ¿Hay gente tuya implicada en algún asunto urbanístico?

– No estoy seguro, pero tenemos indicios de que así es.

– Cárgatelos. No dejes que las cosas se pudran. Te lo digo por experiencia. Si cuando gobernábamos hubiéramos actuado con contundencia ante los primeros casos de corrupción, quizá no habríamos llegado a una situación descontrolada.

– No puedo hacerlo.

– ¿Por qué?

– En primer lugar porque tengo que demostrarlo, y en segundo porque si es cierto que están sucios, indirectamente me mancharán a mí. ¿Cómo voy a enfrentarme a Petit si tengo casos de corrupción entre los míos?

– ¿Qué crees que deberías hacer?

– ¿Qué harías tú? Tenéis más experiencia.

– Si pudiera volver atrás negociaría en silencio la impunidad de los corruptos a cambio de que abandonaran el partido. Pero, claro, tienes que estar seguro de que lo sean.

– Sabes que es difícil demostrarlo. Algunos tienen la convicción, compartida por la derecha, de que las medidas de liberalización del suelo reducen el precio de la vivienda. Además, esta gente es la que domina el partido donde gobierna.

– Tendrías que investigarlo.

– Ya lo estamos haciendo.

– Seguro que Petit también. Y si es cierto tendrá una buena carta para jugarla en tu contra. Pero, mientras tanto, tú y yo tenemos que llegar a un acuerdo que estoy dispuesto a firmar.

– ¿A firmar? ¿Qué acuerdo?

– Si eres capaz de conseguir la mayoría en la ejecutiva aprovechando el desgaste político que está sufriendo Petit, si nosotros posteriormente accedemos al Govern con vuestros votos, os daremos mucho más de lo que los conservadores dieron al Front. E incluso estamos dispuestos a gobernar con vosotros.

– ¿Cambiaríais de cabo a rabo toda la Ley de Ordenación del Territorio?

– Cuando lleven la Ley al Parlament intentaremos bloquearla presentando un gran número de enmiendas. Pero no puedo garantizarte nada que dependa del partido y no de mí. En todo caso, te aseguro que sería muy distinta.

– ¿Estaríais dispuestos a darnos la Conselleria d'Obres Públiques?

Josep Maria Madrid no respondió. Tomó un buen trago de cerveza. ¿Cómo iba a decirle que las distintas patronales, un poder fáctico, se opondrían firmemente, con todos los medios a su alcance -y eran muchos-, a la posibilidad de que el Front se encargara de gestionar el meollo de los grandes negocios?

– ¿Por qué no me contestas?

– Porque es obvio que, por muy generosos que queramos ser con vosotros, no puedo decidir lo que debe ser un acuerdo del partido.

– Me has dicho que mantendríamos una conversación franca.

– Y la estamos manteniendo. No quiero engañarte.

– Pues dime que no nos podéis ofrecer la Conselleria d'Obres Públiques porque la financiación de los partidos depende en gran medida del agradecimiento de ciertos empresarios. Vamos, Josep Maria, dímelo.

– Si me estás pidiendo que os consiga dinero, podemos llegar a un acuerdo.

– ¿Con qué porcentajes?

– Mejores que los que ahora tenéis.

– Pero la Conselleria d'Obres Públiques denegada.

– Hablaríamos de ello.

– Ya… sólo hablaríamos.

– Los conservadores negaron a Petit hasta la posibilidad de discutirlo. Yo te garantizo que hablaremos, pero nada más.

– No te preocupes, Josep Maria, os la regalaríamos. Incluso es muy probable que os diéramos el Govern completo.

– Nos gustaría gobernar conjuntamente. Compartiríamos los éxitos, seguro que serían muchos.

– Tal como está el patio, con una Ley del Territorio difícil de dejar a un lado, es preferible quedarse en la oposición.

– Te equivocas. Si tienes corruptos en algún municipio, desde el Govern los encubrirás mejor. Los conservadores lo saben muy bien. Pero, bueno, no cantemos victoria antes del partido. Vayamos poco a poco. Primero, gánate a la ejecutiva…

– Ayudadme.

– De acuerdo, presionaremos haciendo a Petit responsable de todo por ser demasiado blando con los conservadores. Si tú presionas desde dentro, si te encargas de movilizar a la gente que puede manifestar su opinión en la prensa, a lo mejor lograrás crear hostilidades entre los dudosos y algunos de los partidarios de Petit.

– ¿Y luego?

– Luego te ayudaremos a salir beneficiado de la crisis. Pero insisto en que deseamos gobernar con vosotros.

– ¿Condición sine qua non?

– Todo es discutible.

– Muy bien, empezad a presionar. Hasta ahora no lo habéis hecho mucho que digamos.

– Hemos estado analizando cuál sería el modo más eficaz de hacerlo. Queremos que Petit acabe realmente en un callejón sin salida. Los conservadores le presionan, vosotros también y… te contaré algo que quizá no sepas. El constructor Juan Lloris pagó la campaña del Front.

– He visto papeles del crédito de doscientos millones de Bancam.

– En realidad eran seiscientos. Dos de Bancam y el resto de Lloris. Puedes atacar por ahí.

– Todos pasáis la gorra.

– Pero varias veces. Que un solo individuo ponga casi todo el dinero es muy distinto. Eso es peligroso: hay que devolverle el favor.

– ¿Se lo han devuelto? ¿Sabes algo?

– No lo sé. Lloris ha vendido sus sociedades. Pero cuatrocientos millones es mucho dinero para que no haya ningún favor de por medio. Te lo dice un secretario de finanzas.

Josep Maria Madrid miró molesto su reloj. Petit tardaría quince o veinte minutos en llegar al apartamento. Se disculpó con Horaci diciéndole que el problema que había surgido en Benifaió lo acuciaba. Ambos bajaron juntos en el ascensor. Madrid hasta el parking, Horaci salió a la calle para ir a su coche. Luego el secretario de finanzas volvió a subir a su apartamento. Cogió las dos botellas de cerveza y las echó a la basura. Mientras esperaba leyó el diario, pero un poco antes de la hora prevista Petit lo llamó por teléfono: no puedo ir, el coche me ha dejado tirado en el Saler. Estoy en el bar del hotel Patilla. Madrid sospechó que Petit recelaba del lugar de la convocatoria. Quizá pensaba que no era lo bastante discreto y por eso lo acababa de cambiar.

Al llegar al bar del hotel Patilla vio al secretario general del Front esperándolo en la terraza del pub contiguo. Sin dar tiempo a que se encontraran en la acera, Petit entró en el local y se sentó en uno de los sofás del fondo. Madrid lo saludó cordialmente y se sentó a su lado. Pidieron dos martinis.

– ¿Conoces este pub?

– Sí -respondió Petit.

– Entonces sabrás que es un punto de encuentro habitual de amantes.

– Muy apropiado, ¿no crees? -ironizó el líder del Front.

– Quizá crean que somos homosexuales.

– No te preocupes. Por eso aquí no se pierden votos.

El camarero sirvió los dos martinis. Pasaba de la una del mediodía y, aparte de ellos, no había ningún cliente. Madrid pagó la nota.

– ¿Te niegas en redondo a negociar?

– Sólo es una ligera impresión, pero me da en la nariz que también estás hablando con Horaci. Miente y dime que no.

– Pues no, no lo estoy haciendo. En el Front quien manda eres tú, ¿por qué tendría que estar perdiendo el tiempo con la oposición? No me serviría de nada. -Josep Maria Madrid lo dijo casi ofendido.

– Porque estás loco por hacerme desaparecer de la escena política.

– Olvidemos el pasado y centrémonos en el presente.

– En efecto, como dos ex amantes. Centrémonos.

– Tenemos una encuesta en la que no sales muy favorecido. El Front ha perdido dos puntos en cuatro meses.

– ¿Esa encuesta la habéis hecho vosotros?

– Sí.

– Pues pasemos a otra cosa.

– Oye…

– Josep Maria, todos los meses vais vendiendo encuestas que, casualmente, nos perjudican y, además, nadie las ve. ¡Hombre, por favor!

– ¿Es que vosotros habéis hecho alguna?

– Sólo llevamos ocho meses en el Govern. Ya las haremos cuando pase un año.

– El tema de la Ley de Ordenación del Territorio os está desgastando.

– Oficialmente aún no hemos dicho nada al respecto.

– Pero quien calla otorga.

– Callamos porque aún no hemos tomado ninguna decisión.

– ¿Qué es lo que quieres analizar? ¿Es que no te das cuenta de que vas a ser cómplice de los conservadores y de la patronal?

– ¿Y quién te ha dicho que voy a serlo?

– Pues decláralo públicamente.

– Lo haré cuando haga falta.

– Eso significa que estás en contra del proyecto.

– Ni te lo he dicho ni pienso decirte nada que el día de mañana puedas utilizar en mi contra. Tendrás noticias en el momento oportuno.

– Muy bien, pero es evidente que se trata del proyecto estrella de los conservadores para esta legislatura. Si estáis en contra de él resulta obvio que acabarás jodiéndolos.

– Puedo estar en contra del proyecto y salir del Govern para quedarme en la oposición.

– Si estás en contra tendrás que sacarlos del Govern. Si dejas que lo lleven a cabo no te librarás de aparecer como cómplice. La clave está en vosotros. De un modo u otro seréis en parte responsables de todo si no cambiáis el Govern. Debes tomar medidas y debes hacerlo ya. Cuanto más tiempo pase, peor, mayor desgaste sufriréis.

– No daré ni un paso hasta que no llegue el momento.

– ¿Por qué te niegas a decirme cuál es tu postura?

– Porque eres el rey de los líos.

– ¿Es que nunca querrás que nos entendamos?

– ¿Cómo puedes irte a la cama con una mujer que te odia? Puedes negociar con Horaci. Ambos tenéis como objetivo borrarme de la escena política. Pero no te equivoques: si algún día él llega a mandar en el Front, no gobernará con vosotros. Para él sólo sois un medio para apartarme de su camino. Sólo eso. En el improbable caso de que Horaci asuma la dirección del Front os dará el Govern, pero sin formar parte de él. No creo que sea tan idiota como para entregarse en sacrificio. Los pequeños partidos que gobiernan junto a una gran formación política de similar ideología acaban desapareciendo. A los electores les parecería estúpido darles su voto si los otros se dedican a hacer exactamente lo mismo. Si has venido a que te garantice mi oposición al proyecto y mi adhesión a vosotros, de momento estás perdiendo el tiempo. Gracias por el martini.

Se lo había dejado casi todo.

– ¿Te vas?

– He quedado para comer.

– ¿Quieres que te lleve a Valencia?

– No.

– Antes me ha parecido entender que tenías el coche averiado.

– Contigo toda prevención es poca.

– Agradezco tu confianza.

– Sin comentarios.