38126.fb2 Especies Protegidas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

Especies Protegidas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

12

Paco llamó por teléfono a Santiago Guillem. Tenía el día libre, quería hablar con él. El periodista lo citó en su pueblo, el Palmar, en el restaurante Mateu. También se tomó el día libre, ya que una empresa de transportes se encargaba de llevar sus muebles hasta la casa que había comprado en el Saler. Desde la acera de enfrente observaba cómo le iban vaciando los recuerdos.

Cuando el camión estuvo cargado, Santiago no quiso echar un último vistazo a la casa. Tampoco se despidió de sus vecinos. Había pensado en volver allí, aunque es preferible no frecuentar los lugares que guardan buena parte de tu memoria.

Se fue con su coche al Saler, seguido por el camión de la mudanza. Con los muebles ya dispuestos en su nueva ubicación, se marchó al restaurante. En la barra del bar, Paco se estaba tomando una cerveza sin alcohol. Pasaron al comedor y les sirvieron, de entrada, un plato de llisa con ajo y cebolla, típico del Palmar. Luego una paella de marisco. Durante la comida Paco y Santiago evocaron, llevados por la nostalgia, momentos y anécdotas vividos con el Valencia C. F. Paco tuvo ocasión de comprobar la fructífera aunque quizá algo prolija memoria de Santiago. Le contó que el solar en el que se había edificado el campo de Mestalla se había comprado por trescientas dieciséis mil cuatrocientas treinta y nueve pesetas y veinte céntimos. Josep Ricart Burgos había sido el primer socio del club. El Valencia había nacido el 18 de marzo del año 1919, día en que el Gobierno Civil aprobó sus estatutos. La gran figura en aquel entonces era Arturo Montes, jugador que había conseguido el primer gol del equipo. En la Liga 1932-1933 un gol de Costa había impedido que bajaran a segunda división, en un partido contra el Alavés, el último clasificado. El primer título se había obtenido en 1941, la Copa del Generalísimo, tres a uno contra el Español. Entonces el Valencia tenía la llamada «delantera eléctrica»: Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza, que también habían ganado la primera Liga. La mejor delantera del equipo de todos los tiempos. En fin…

– ¿Te apetece un café?

– Sí -aceptó Paco.

Pidieron dos. Santiago se encargó de apurar el vino de una botella de tres octavos, ya que el ex jugador no probaba el alcohol desde hacía muchísimo tiempo.

– Te voy a confesar un secreto, Paco.

– ¿Un secreto?

Paco se extrañó ante el hecho de que Santiago, un hombre tan discreto y solitario, quisiera contarle nada más y nada menos que un secreto.

– Nadie lo sabe. Durante muchos años fui seguidor del Levante.

– ¿De verdad?

– Mi padre se llegó a enfadar conmigo. Me llevaba continuamente a Mestalla a ver si me aficionaba. Y lo consiguió. Le costó lo suyo, no creas. Entonces yo pensaba que el Valencia era el equipo de los señoritos de la ciudad.

– Tenía fama de serlo, sí.

La camarera sirvió los dos cafés.

– Los derbis entre el Levante y el Valencia eran muy celebrados en el distrito Marítimo, de donde procedían casi todos los hinchas del Levante.

– Esta ciudad necesita dos equipos en primera, como Sevilla, Madrid, Barcelona…

– Ya lo creo. Volvería la emoción perdida de la rivalidad. -Santiago pidió un poco de whisky con hielo-. Es curioso, Paco, pero hacía muchos años que no nos veíamos fuera de las instalaciones del club.

El periodista había dado pie a sacar el tema que era el motivo de su encuentro. Paco tomó un poco de café.

– Mira, Santiago, me han contado algo en la residencia y he pensado que debía decírtelo.

– Soy todo oídos.

– Ya sabes que allí hay jóvenes de todo el mundo. Pues bien: ayer un chaval senegalés que han traído unos meses en período de prueba, y con el que mantengo una buena amistad, me dijo que es muy probable que Bouba fiche por el Valencia.

– Qué raro, tengo entendido que se lo están rifando los mejores equipos de Europa.

– El chaval le conoce muy bien. Son del mismo barrio de Dakar y hablan por teléfono de vez en cuando. El propio Bouba le ha dicho que se están haciendo gestiones.

– Tengo contactos con gente muy bien situada en el club y no me han dicho nada. Si fuera cierto, lo sabría. Son fuentes que nunca me han fallado.

– Eso es lo que me ha dicho el chaval, Santiago.

– A lo mejor lo están llevando en secreto. Pero me extraña.

– ¿Por qué?

– El club tiene una deuda enorme. Según algunos especialistas casi está en bancarrota. ¿Cómo quieres que fichen a uno de los jugadores más cotizados del momento?

– No lo sé, pero me fío del chaval. Somos buenos amigos. Es solitario, no se relaciona con nadie en la residencia y solemos pasear juntos y conversar. A mí me ha servido para retomar mis conocimientos de francés. Mi ex mujer era de Marsella.

– Sí, me acuerdo. Te agradezco mucho la información, Paco.

– Soy yo quien ha de estarte agradecido. Siempre me dices que no te debo nada, pero gracias a ti, a tu discreción, no soy el hombre más desgraciado del mundo.

– No exageres.

– No lo hago en absoluto. Tenía ganas de decírtelo.

– Tienes ganas de vomitarlo todo. El pasado es el pasado. Tienes que hacer borrón y cuenta nueva.

– No es fácil olvidar para un hombre manchado. Si pudiera volver a aquella época…

Pequeñas chispas brillaron en los ojos del ex jugador. Para disimularlo inclinó un poco la cabeza y aprovechó para beberse el café. La camarera llevó el whisky de Santiago. El periodista agitó un poco el vaso y lo mantuvo entre sus manos. Paco levantó la cabeza. Se miraron.

– Oficialmente llevo treinta y cinco años siendo periodista deportivo. Son muchos años, Paco. Nadie tiene que contarme nada. ¿Te acuerdas del señor Enrique Sospedra?

– Sí, toda una institución periodística.

– Fue mi maestro. Hombre humilde e insobornable.

– Y granota.

– Del Levante, en efecto. Mi admiración por él hizo que yo también me hiciera granota. Leía todas sus crónicas, un modelo de rigor literario de la época. Las conservo casi todas. A veces aún las repaso. Tuve la suerte de trabajar durante unos años a su lado. Y sobre todo tuve la inmensa suerte de ser, con el tiempo, su persona de confianza. Me contó muchas cosas de las que no se publican.

– ¿Y piensas contármelas para que me sirvan de consuelo?

– No sé si será por eso, pero quiero contártelas.

Lo hacía por eso, para consolarlo. Sentía cierta lástima por un hombre que llevaba tantos años ofuscado por un error. Santiago bebió un poco de whisky. Habitualmente no bebía, exceptuando el vino para las comidas y alguna que otra cerveza. Dejó el vaso en la mesa.

– En 1967 el Levante estaba en posiciones de ascenso a primera división. Jugaba en Inca, contra el Constancia. Perdió el Levante uno a cero. Después del partido, el señor Sospedra entra en el lavabo del restaurante donde estaba cenando con el equipo y sorprende a dos jugadores hablando de la cantidad que había pagado el Constancia por su victoria. Hablaban de cómo iban a repartírsela. Obviaremos el nombre de los dos jugadores. Un año después un ex jugador del Levante que entonces estaba en el Mallorca come con el señor Sospedra. Eran muy amigos. Estaba de paso camino de Badalona, donde al día siguiente tenía un partido. El ex jugador del Levante le confiesa que lleva doscientas cincuenta mil pesetas para comprar el partido. En 1976, el Levante se juega el ascenso a segunda división contra el Olímpic de Xátiva. Un directivo del Olímpic me llama para que hable con el presidente del Levante: querían dinero para dejarse ganar. Lo mandé a la mierda. Ignoro si pactaron o no, pero el Levante ganó por uno a cero. Un año antes, estando de vacaciones, coincidí en un balneario con un ex portero del Villarrobledo que trabajaba allí como conserje. Al enterarse de que era periodista, me enseñó la fotocopia de un cheque por valor de cien mil pesetas. Había «cantado» en un gol del equipo contrario. ¿Quieres más?

– No.

Podría haberle contado unas cuantas más, y del Valencia. Podría haberle explicado la recalificación urbanística de las ciento veinte hectáreas de la ciudad deportiva del Real Madrid, con la aquiescencia del Estado, de modo que trescientos mil metros cuadrados, antes zonas deportivas privadas, pasaron a ser calificados genéricamente como terciarios, o sea, oficinas, establecimientos comerciales, hoteles… Operación que no sólo le posibilitó pagar una deuda que a ningún otro equipo se le habría permitido, sino que además lo situó económicamente por delante de todos sus competidores. Podría haberle explicado lo inexplicable: la relación no proporcional entre la masa social del Deportivo de La Coruña y su capacidad financiera. Podría haberle explicado la vergonzosa historia de los «morenos» del Barça, un club que presumía de funcionamiento democrático; el fichaje de Di Stefano por el Madrid, por orden del Ministerio de Asuntos Exteriores franquista, en perjuicio del Barça… Podría haberle explicado muchas cosas, demasiadas, pero prefirió no seguir a pesar de que le hubiera gustado tranquilizar la conciencia de Paco. Al fin y al cabo sólo representaba una aguja en aquel pajar de mierda, en aquel circo que ilusionaba a millones de personas. Como periodista, él también contribuía a todo ello con su silencio, con su asco. El espectáculo, intocable, debía continuar.

* * *

La segunda cita de Francesc Petit y Oriol Martí no tuvo lugar en la sede del Front ni, como la anterior, en el despacho del incipiente y ya exitoso empresario de la construcción. Oriol exigió absoluta discreción como requisito irrenunciable. Así pues, se vieron en el apartamento de Petit. El lugar elegido aleccionó a Oriol en el mal gusto del secretario general del Front. Las numerosas litografías que colgaban de las paredes parecían hechas por estudiantes de Bellas Artes, y los muebles, estrictamente funcionales, cargaban el ambiente y no mantenían ninguna armonía entre ellos a juicio de Oriol, que vivía en un loft a imagen de los neoyorquinos en el que el propio espacio delimitaba los elementos decorativos.

Eran las cinco y diez de la tarde. Petit ofreció a Oriol una copa de coñac. La rechazó. También rechazó un Cohibas, pero educadamente le indicó que no le molestaba el humo. En un piso así tenía la impresión de que el Cohibas era el toque de elegancia. Petit abrió la puerta acristalada del balcón.

– De modo que estás dispuesto a asesorarme en el tema Lloris.

– Puedo hacerlo.

– Creo que me podrás ser de inestimable ayuda. Pero permíteme que insista en algo que sin duda te parecerá muy lógico. ¿Cuánto me costará?

– Nada, si estás hablando de dinero. No quiero que me tengas en nómina.

– Eso significa que tendremos que intercambiar favores.

– Digámoslo así.

– ¿En qué zonas construyes?

– En las que tengan posibilidades.

– ¿También en pueblos?

– Si las perspectivas son rentables…

– Entendido.

Hasta en eso Oriol podría hacerle un favor. Pensó en los pueblos con proyectos conflictivos controlados por la gente de Horaci.

– Bien -dijo el secretario general-, ya tenemos ese punto claro. ¿Has pensado en el tema de Lloris?

– Tengo una alternativa que a lo mejor es de tu gusto: convencerlo para que acepte ser presidente del Valencia C. F. Es una idea que me propuso y que le quité de la cabeza cuando era su asesor.

Petit no dijo que él también lo había pensado. Pero no sabía cómo llevarlo a cabo.

– Le veo ciertas dificultades. ¿Cómo hacer presidente a un hombre que no tiene ni una sola acción del club?

– Forzando al mayor accionista a vendérselas.

– Si no me equivoco es Lluís Sintes. ¿Y si no quiere?

– Querrá.

– Aspira a la presidencia.

– La Generalitat puede convencerlo. Pero previamente tú deberías convencer a Júlia Aleixandre.

– Ella me exigiría contrapartidas en el proyecto de la Ruta Azul.

– Mira, tú tienes dos problemas: el de Lloris, que tienes que resolver de inmediato, y el de la Ley de Ordenación del Territorio, que es a medio plazo. Primero resuelve el prioritario y luego ya veremos qué pasa con el otro. Es cuestión de tiempo. En el intervalo de un problema a otro pueden pasar muchas cosas.

– Tendría que comprometer mi palabra.

– Pues hazlo, pero sin firmar nada. En política tu palabra no depende de ti. No eres dueño de ninguna empresa, diriges un partido con una ejecutiva que es capaz de cargarse el proyecto.

– Es decir, que si llegado el momento no me conviene puedo forzar una derrota en la ejecutiva.

– Exacto, salvarías tu compromiso.

– Pero no mi dimisión.

– ¿Porque la ejecutiva se carga una de tus propuestas?

– No es una propuesta cualquiera.

– Puedes arreglarlo para que se produzca una derrota por los pelos. Además, aunque algunos de tus partidarios estuvieran en contra del proyecto, todos seguirían oponiéndose a que dimitieras.

– Bueno, todo eso está muy bien. Pero volviendo a Lloris y a la presidencia del Valencia, aún tenemos más de un problema. Con las acciones de Lluís Sintes, Lloris no sería lo bastante fuerte para convertirse en presidente en una asamblea. Necesita más.

– Sí, tienes razón. Pero debemos conseguir que sea presidente sin llegar a las elecciones. La coordinadora de peñas y la agrupación de pequeños accionistas tienen que ayudarle. Eso también pueden arreglártelo desde la Generalitat.

– ¿Cómo?

– El Valencia tiene un crédito pendiente de cincuenta millones de euros. El club necesita ese crédito. Si no se lo conceden, el consejo de administración tendrá las manos atadas. Se vería obligado a dimitir.

– Tendría que negociarle el crédito a Lloris.

– Pues claro, pero es algo factible a cambio de la Ruta. Los conservadores necesitan el proyecto. Es una exigencia de la patronal.

– No estoy seguro de que quiera ser presidente del Valencia.

– Lo que no puedes garantizarle es que sea alcalde de Valencia, pero sí la presidencia del club. Lloris no es alguien excesivamente cultivado, pero desde luego no es tonto. La presidencia es una plataforma inmejorable. Si el equipo funciona se convertirá en dueño y señor de la ciudad. Socialmente el fútbol tiene mucha más fuerza que la política. Sus audiencias son del sesenta por ciento. En cambio los debates parlamentarios apenas alcanzan el dos.

– ¿Qué tipo de relación tienes ahora con Lloris?

– Mala.

– Había pensado que negociaras con él.

– Imposible. Además, exijo absoluta discreción. Si mi nombre aparece por cualquier parte negaré estar implicado. Ni Júlia ni Lloris me lo perdonarían. Que te quede muy claro.

– Discreción absoluta.

– Llama hoy a Lloris y negociadlo.

– Espero que acepte la propuesta.

– Si eres hábil, no tendrás problemas.

– ¿Alguna idea?

– Sí, pero es preferible escuchar antes lo que tenga que decirte. Quiero saberlo. Si no acepta, buscaremos una fórmula para convencerle.

O sea, que si Petit era incapaz de resolverlo, Oriol le ayudaría a hacerlo, y entonces el precio subiría. El secretario general captó que tenía que espabilarse.

– Tendré que espabilarme. Ni loco pondría a Lloris en la candidatura del Front en la ciudad. ¡Ni por todo el oro del mundo!

– Por mucho menos tienes ahora un problema. Si no lo resuelves con inteligencia lo estarás arrastrando durante mucho tiempo.

Y a él, a Oriol, también lo arrastraría.

– Pensaba que tu ayuda, aunque éstas sean sólo las primeras ideas que me das, sería más importante.

– Convenceré a Júlia.

– Entonces sabrá que estás en el ajo.

– No. Ella me lo consultará a mí. Suele consultarme todos los problemas que escapan a su control. Confía en mí.

– ¿Hace mucho que os conocéis?

– Desde nuestra época universitaria.

– ¿Cómo es exactamente?

– Decidida, temeraria… sin escrúpulos.

– Coincidimos en lo tercero.

– En el fondo Lloris y ella se parecen mucho, pero usan formas distintas. Se caracterizan por el egoísmo, acentuado en el caso de Lloris por una especie de megalomanía que puede resultar peligrosa. Es muy tozudo. La verdad es que vas a vértelas con un buen embolado.

Petit intuía que cada vez el precio era más alto. Oriol Martí se levantó del sofá y salió al balcón. Estuvo contemplando el mar durante unos segundos. Luego volvió hasta el sofá, pero se quedó allí delante de pie.

– El apartamento tiene buenas vistas -comentó.

– Excelentes, sí.

Al parecer el ex asesor quería algo más que elogiar la situación del piso. Petit le dio rienda suelta, pero no añadió nada más. Fumaba mientras observaba el fingido interés de Oriol por sus muebles.

– Si alguna vez piensas cambiar de piso…

– Supongo que tienes a muy buen precio.

– Lo arreglaríamos.

– ¿No tendrás por casualidad una planta baja céntrica?

– No.

– Pues me quitas un peso de encima. Me habría sentido tentado a comprártela. Necesitamos una nueva sede y nos urge.

– Seguro que hubiéramos llegado a un buen acuerdo.

– No tengo ni la más mínima duda. -Petit bebió un poco de coñac. Dejó la copa en el centro de la mesa y dio dos caladas profundas. Entonces miró fijamente a Oriol-. ¿Quieres decirme algo? Tengo la sensación de que quieres hacerme una pregunta.

– Te la formulo como ciudadano.

– Hazla, me debo al pueblo.

– Si no aprobáis el proyecto, ¿os cargaréis a los conservadores?

– No puedo responder a eso. Eres un ciudadano especial. Pero no te preocupes: si llega el momento te avisaré con la suficiente antelación para que puedas tomar posiciones.

– Francamente, te lo agradecería.

– La información no será gratuita. En dos años he tenido que negociar tanto que me he convertido en un especialista.

* * *

En el Estado español se han llegado a contabilizar ciento sesenta agentes futbolísticos. Entre ellos hay de todo: entrenadores veteranos en paro, pasantes de despacho, jóvenes abogados, estudiantes, empresarios en la ruina e intrusos, muchos intrusos, en una profesión a la que la Federación Española de Fútbol exige un examen. Agente de jugadores (intermediario) y agente de la propiedad inmobiliaria puede serlo cualquiera, y de ahí la intromisión multitudinaria y la proliferación de personajes de métodos dudosos en busca del negocio fácil y productivo. Es un oficio con mala fama (merecida). Pero, después de tantos años, Santiago Guillem sabía dónde obtener información fiable.

Jesús Martínez, argentino establecido en la ciudad -defensa central del Valencia cuando el equipo había ganado la tercera Liga de su historia (en 1969, con Di Stefano como entrenador)-, y Santiago mantenían una buena amistad. Ahora Martínez era agente, pero antes había sido un magnífico defensa de técnica excelente y gran colocación. Salvando las distancias, los articulistas locales de la época lo comparaban con el mítico Beckenbauer, del Bayern de Munich. Pero, sobre todo, Martínez fue y era un caballero dentro y fuera del terreno de juego; un hombre educado y amable, alguien en quien confiar. Santiago y el ex jugador se veían a menudo, por lo menos una vez al mes, y siempre lo hacían en la taberna Alkazar, en la calle Mossèn Femades, junto a la plaza más céntrica de la ciudad, quizá la que, por motivos políticos, más veces había cambiado de nombre. Para simplificar, algunos aún la recordaban como la del Caudillo. Al fin y al cabo ése era el nombre que se había mantenido vigente durante más tiempo.

Jesús Martínez supuso que Guillem necesitaba información. De hecho se habían visto hacía apenas una semana. El periodista lo esperaba en una de las pequeñas mesas de la terraza, leyendo el Superdeporte, concretamente un artículo de Vicent Bau, director del periódico y reconocido discípulo suyo. Al llegar Martínez, con sus habituales gafas oscuras y ovoides, un señor que estaba comiendo en la mesa de al lado, acompañado por su mujer y por su hijo, le pidió un autógrafo para el niño. Martínez le preguntó cómo se llamaba; el niño cerró el libro que no estaba leyendo (de la serie de Manolito Gafotas, gran clásico de la literatura española y universal escrito por la parienta de un tal Muñoz Molina). Me llamo Marc, dijo el niño, y entonces Martínez le firmó una servilleta de papel que Marc dobló con sumo cuidado para guardársela ante la satisfecha mirada de sus padres. Martínez se sentó a la mesa de Guillem. Sé que me necesitas, viejo. Por supuesto, porque si no fuera así no lo habría llamado antes de su cita habitual, pero el periodista respondió diciéndole si le apetecía un aperitivo de marisco y, en tono jocoso, Martínez manifestó que sí que debía de ser importante el motivo de la convocatoria. El camarero les llevó dos cervezas y un plato de gambas más bien voluminoso. El aspecto del marisco era excelente, y ambos, sin más preámbulos, empezaron a comer mientras comentaban el durísimo artículo de Vicent Bau sobre la falta de fichajes del Valencia. El Superdeporte representaba en gran medida el estado de ánimo de los aficionados, un estado de ánimo a menudo avivado por el propio periódico, porque este tipo de prensa vive de las ilusiones de un colectivo ansioso por iluminar los estadios con grandes estrellas. Justo entonces Guillem preguntó a Martínez por Bouba. El intermediario fue contundente: uno de los jugadores con mayor proyección. El periodista quería saber más. Martínez no sabía demasiado exceptuando que grandes equipos europeos se lo estaban rifando, aunque le advirtió de lo que quizá no era necesario mencionar a alguien de la veteranía de Guillem: de cómo se hinchan los precios y se desvirtúan las noticias alrededor de las figuras incipientes, es decir, que estamos ante un crack, pero, viejo, un crack africano, con las dificultades inherentes de tipo cultural y con lo que eso comporta de cara al rendimiento en países de distintas costumbres. O sea, que habría que comprobar cómo se adaptaría Bouba a una liga europea. El Guillem periodista siguió preguntando hasta que su amigo intermediario le hizo saber que la futura estrella senegalesa era propiedad de un tal Celdoni Curull, agente FIFA catalán, agente, tan sólo, de jugadores africanos. Guillem no sabía quién era. Y si no sabía quiénes eran, ni él ni prácticamente el propio jugador, ¿por qué tanto interés? ¿Triunfaría aquí?, preguntó Guillem obviando la pregunta anterior. ¿Insinuaba que el Valencia quería ficharlo? Guillem no dijo nada y Martínez se echó a reír: era un chiste buenísimo, considerando el lamentable estado que presentaban las finanzas del club. ¿De verdad le estaba insinuando aquello? El intermediario no insistió, consciente de que Guillem no le revelaría su fuente de información, pese a asegurarle que la noticia era fiable al menos teniendo en cuenta la persona que se la había facilitado. ¿Y cómo era posible que él, Martínez, intermediario de confianza del club, no supiera nada de nada? Como respuesta, Guillem se encogió de hombros. Era muy extraño, convinieron ambos, ya que todo lo que pasaba en el Valencia, todo lo relativo al movimiento de jugadores, tanto si se traspasaban como si se contrataban, todo eso era algo que Martínez siempre sabía. Santiago Guillem se pasó la mano por el pelo, por el lado derecho de la cabeza. En el centro apenas tenía. Pidió al camarero dos cervezas más. El matrimonio con niño de la mesa de al lado se despidió agradecido de Jesús Martínez. La información proviene de un chaval senegalés, amigo de Bouba, que vive en la residencia de Paterna, se decidió a contar Guillem. Pero Martínez se mostraba tozudo: es difícil, por no decir imposible, que un fichaje de tal magnitud se lleve en el más absoluto secreto. En el fútbol la discreción no existe. ¿Quieres que lo investigue? Déjamelo a mí, resolvió Guillem.