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Cèlia conocía cada centímetro del físico de Ndiane Bouba. Lo había estudiado en los vídeos de Jesús Martínez que Santiago Guillem le había llevado a la redacción. De tanto repasarlos -estuvo visionándolos hasta bien entrada la madrugada- sabía cuál era la jugada preferida del senegalés, su extraordinario arranque en seco -habría sido un buen atleta en los cien metros lisos-, su tiro potente y siempre bien colocado. Pero ¿cómo era personalmente? A Cèlia le parecía una persona insegura e indecisa en público. Las dos entrevistas que contenían los vídeos evidenciaban que se trataba de un individuo de extrema inmadurez.
A las ocho de la mañana Cèlia y el periodista gráfico Vicent Chilet ya estaban en el aeropuerto. Sabían que la estrella senegalesa llegaría después de una escala en Madrid, pero no en qué vuelo. En cualquier caso, acostumbrados a las argucias de los intermediarios -ninguno de los dos periodistas sabía qué aspecto tenían Celdoni Curull y Toni Hoyos-, quizá lo desviaran para que aterrizara en Manises en otro vuelo. Pero Curull y Hoyos, sentados en la barra de la cafetería de la planta baja del aeropuerto, no habían tomado demasiadas precauciones, exceptuando que, en principio, lo acompañara el seleccionador de Senegal, amigo personal y consejero del jugador, precaución que finalmente rechazó Curull a última hora. Así pues, nadie estaba al corriente de la llegada de Bouba. No obstante, le sugirieron que llevara un sombrero y gafas oscuras por si acaso.
La espera fue larga. Estaba previsto que Bouba llegara en el avión de las nueve. Tampoco lo hizo en el de las diez y media. A las doce, Cèlia y Chilet, para aliviar su impaciencia, almorzaron cerca de Curull y Hoyos. Si hubieran sabido quiénes eran se habrían acercado un poco más y habrían escuchado la conversación que mantenían. Ambos planificaban su futuro inmediatamente posterior a la formalización definitiva del traspaso. Curull volvería a Cataluña y trabajaría con jugadores europeos. Con su nuevo porcentaje -aún por determinar-, Hoyos empezaría una nueva vida.
– Celdoni, a lo mejor todavía no es el momento, pero deberíamos hablar de la comisión que me corresponde.
– Ya sabes que el traspaso no es seguro hasta que Lloris asuma la presidencia. Pero hablemos… sobre el precio real -advertencia irrenunciable de Curull.
– Ocho mil millones, ¿verdad?
– No exactamente. Encargarme de la manutención de Bouba durante todos estos años me ha salido muy caro.
– Confío en tu ecuanimidad. Calcula tú la cifra y hablemos del porcentaje.
– ¿Te parece bien el tres por ciento?
– Depende de la cifra.
– Aún no la he calculado.
– Francamente, Curull, un tres por ciento…
– ¿Cuál es el porcentaje que pondrías?
– Dejo a tu justo criterio un siete por ciento.
Curull pensó en la «punta» añadida de Lloris, en la sede del Front, en los gastos de mantenimiento de Bouba y del club en que jugaba, en el porcentaje de Toni Hoyos y en el que pediría el jugador. Pensó en la crisis crónica del fútbol y en que, al fin y al cabo, la operación no le había salido nada mal.
– No discutiré más con un hombre como tú, que ha sido trabajador y leal. ¿Te parece bien un cinco?
– Me parece perfecto, pero ingrésalo en un banco de Andorra.
– ¿Te vas a vivir a Andorra?
– Me quedo aquí, pero quiero el dinero allí.
– La seguridad del dinero en Andorra y el bienestar de la familia aquí. -Dejémoslo estar-. Toni, quiero proponerte que sigas trabajando conmigo si no tienes más planes. Por supuesto, fijaríamos el porcentaje por adelantado.
– No lo sé, Celdoni, estoy cansado de tanto viaje y me gustaría hacer vida tranquila en algún pueblecito de la costa. No llevo un tren de vida excesivo y supongo que con el porcentaje de Bouba tendré suficiente.
Indirecta al talonario de Curull.
– Espero que Bouba llegue a las doce y media.
– Deberías haber aceptado que lo acompañara el seleccionador senegalés.
– Prefiero que no lo acompañe. Cuando Bouba tenía diecisiete años y todo el mundo pedía que, pese a su juventud, lo convocara, me pidió tres millones de pesetas por hacerlo debutar. Sabía que convocándolo se revalorizaría y no tuve más remedio que pagarle. -Tres menos en el cómputo de la comisión de Hoyos, pensó Hoyos-. Por hacerle de canguro me habría pedido tres más.
– A lo mejor algún periodista de Madrid lo ha reconocido y está trabajándose la exclusiva.
– En Madrid sólo se interesan por sus estrellas. Además, viaja con otro nombre. Lo que me preocupa es que se haya perdido en un lavabo… Si me la juega acabará pagándomela.
– Curull, estamos en sus manos. Sin él no tenemos nada. Y sin Lloris estamos sin blanca. Es el único capaz de pagar, porque le interesa, los ocho mil millones.
– Lo cierto es que, tal como está el mercado, es una operación redonda. Francamente, Toni, ni el Inter, ni el Milán, ni el Bayern hubieran llegado a pagar más de seis mil.
– ¿De verdad estaban tan interesados?
– Interesados, interesados… Preguntaron por él. Ya sabes cómo funciona el gremio. Si tienes una estrella africana y no la publicitas…
Tres millones menos que quizá estuvieran en el bolsillo de algún periodista.
El panel anunció la llegada de un vuelo procedente de Madrid. Cèlia y Chilet, siempre alerta, se dieron prisa en acabar los bocadillos.
– Bien -suspiró Curull-, a ver si esta vez tenemos suerte.
– Toquemos madera.
Se bebieron las cervezas. Curull pagó las consumiciones y dio unos golpecillos con dos dedos sobre la barra. Enseguida se situaron junto a la puerta de salida de los viajeros. Cèlia y Chilet tomaron posiciones unos metros por detrás de ellos.
Bouba fue el último en salir. Con un sombrero oscuro de ala ancha, gafas ovoides de un verde apagado y un abrigo de piel a manchas blancas y negras bastante indiscreto. Llevaba pantalones vaqueros y botas blancas acabadas en punta. Con cara de pocos amigos, Curull le preguntó el porqué de su retraso. Había perdido dos enlaces por culpa de la demora del avión de la compañía senegalesa. Le ordenó que se quitara el abrigo. Hoyos cogió sus maletas. Cèlia se acercó decidida con la grabadora.
– Señor Bouba, ¿cuál es su primera impresión?
El jugador se sorprendió. Curull se cabreó. Cèlia insistió en preguntar con tanto afán que casi le introdujo la grabadora en la boca.
– Anunciaremos una rueda de prensa -dijo Curull apartando de un manotazo el aparato.
Chilet empezó a fotografiarle.
– ¡Oiga…!
Entonces Hoyos se fue a toda pastilla.
– ¿Se alegra de haber fichado por el Valencia? -otra vez con el aparato en la boca.
– No digas nada -aconsejó Curull a Bouba. De inmediato dispuso el abrigo de forma que le tapase la cara y, cogiéndole enérgicamente de un brazo, le condujo hacia la puerta de salida mientras Cèlia lo interrogaba y Chilet lo fotografiaba. La gente miraba todo aquello entre curiosa y expectante.
– Señor Bouba, sólo una frase, por favor.
– No hay ninguna frase. No hay declaraciones. Ya le he dicho que convocaremos una rueda de prensa.
– Valencia gana Champions -dijo el jugador quitándose de encima el suntuoso abrigo, sonriendo y con dos dedos formando el signo de la victoria. Lo dijo en el valenciano que Hoyos le había enseñado, un cursillo elemental pero productivo.
Curull se quedó estupefacto y satisfecho por la respuesta. Cèlia no desaprovechó la ocasión. Le preguntó en francés:
– ¿Qué cifra de goles promete?
– En la liga senegalesa marqué cuarenta. En el Valencia marcaré más.
– ¿En qué demarcación le gustaría jugar?
– Señorita, ya está bien. Ya tiene la frase que quería.
– Una más y me voy.
Hoyos se acercó con el coche. Curull metió a Bouba casi con calzador en el asiento de atrás. Chilet se puso delante del coche para seguir haciéndole fotografías. Hoyos se agachó huyendo de la inmortalidad gráfica.
– ¡Arranca! -ordenó Curull, pero el fotógrafo no se movía.
El jugador sonreía y mantenía el signo de la victoria. Cèlia le indicó con un gesto que bajara la ventanilla. Bouba lo hizo, sacó un brazo que llevó hasta la nuca de la periodista y, acercándosela a la cara, la besó en los labios.
– ¡Arranca, coño!
Hoyos dio marcha atrás, desvió el coche hacia la izquierda y esquivó al periodista gráfico.
– ¿Has cogido el beso? -preguntó Cèlia a Chilet.
– Sí. Lo tengo todo.
– Me lo voy a enmarcar -dijo embobada, todavía envuelta en el hálito de Ndiane.
Quizá Bouba fuera inseguro en público, pero por el beso que le había dado no tenía nada de indeciso en privado.
– ¡Cagondena, se pegan como una lapa! ¿Cómo se habrán enterado?
– A saber, están por todas partes -dijo Hoyos.
– Y tú, Ndiane, nada de prometer goles. A ver si de una puta vez nos olvidamos de los tópicos. Cuarenta goles no los ha marcado aquí ni Romario. ¿Y por qué coño has besado a la chica? ¡Una excelente imagen, nada más llegar! Compórtate como un profesional. Has costado muchos millones.
– ¿Cuánto cobraré?
– Aún no has hecho nada y ya estás pensando en cobrar.
– Quiero cobrar lo mismo que Ronaldo. Yo soy el Ronaldo del Valencia.
– Ronaldo cojea. Y tú, de momento, eres una incógnita.
– Quiero un buen contrato. Aimar y Kily González cobran mucho. Quiero cobrar más.
– Ya empezamos con los agravios comparativos.
– Quiero chalet, coche de lujo y billetes de avión para visitar a la familia.
– Deberías traer a tu familia aquí -le aconsejó Hoyos.
– De eso nada, que son un batallón. Ndiane, tú tranquilo. Yo te arreglo un buen contrato de por vida.
– Quiero comisión por el traspaso.
Hoyos, en valenciano:
– Pregúntale si quiere que se la chupemos todos los días.
– Cagondena, estos africanos sólo piensan en el dinero. -Volvió a pasarse al francés-: Oye, Ndiane, tienes que centrarte en tu trabajo, entrenarte a tope, dar la imagen de que eres un chaval serio. ¿Entendido? Aprovecha que aquí tienes un sueldo para toda la vida. Ahora vamos a ver al señor que te ha traído. Un señor muy simpático. Se llama Juan Lloris. Tienes que ser amable con él. Ha pagado mucho dinero por ti.
– Si el contrato es bueno, yo marco cuarenta goles.
– No prometas nada, coño, que luego te lo reprocharán. Tienes que dar una imagen rigurosa y profesional. La imagen de un chaval loco por el fútbol y al que le da igual el contrato. Aquí la gente es muy exigente. Ficharás por uno de los mejores clubes de Europa.
– El club es rico y quiero cobrar como una estrella.
– ¡Dios mío, no hay manera! A ver, ¿cuánto quieres cobrar?
– Más que Kily y Aimar.
– ¡De acuerdo, muy bien, estoy hasta los huevos! Cobrarás más que ellos.
– Una parte en negro.
Otro que pensaba en la «punta».
– En negro, en blanco, en rojo… como quieras. Pero ten en cuenta una cosa: el fichaje aún no se ha llevado a cabo.
– Si no me pagan la mitad en negro ficharé por el Milán, el Inter o el Bayern.
– Ya es hora de que sepas que jamás ha habido ningún interés serio por parte de esos clubes. Sólo preguntaron por ti. Sólo con el Valencia tenemos la posibilidad del traspaso. Hay crisis económica en el fútbol. Traspasarte por el precio al que lo haremos es un milagro. Métete en la cabeza que si no te quedas aquí lo tenemos muy mal. Tendríamos que rebajar muchísimo la cantidad.
– Si no rebajaré los goles, ¿por qué tengo que rebajar el contrato? Marcaré cuarenta.
– Pero en el campo, no con la lengua. Cobrarás veinte veces más que en Senegal.
– Una barbaridad -añadió Hoyos.
Pero a Bouba no le salían las cuentas.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Hoyos.
– Al coto del señor Lloris.
– No sé cómo ir hasta allí.
– Nos espera en la entrada de un pueblo llamado Sueca.
La idea de Santiago Guillem de mantener oculta la exclusiva de la llegada de Bouba, por lo menos hasta última hora de la tarde, no fue posible. Exceptuando al director, a Cèlia, a Chilet y a él mismo, no había nadie que lo supiera. Quería llevarlo con la máxima discreción para evitar filtraciones que, intencionadas o no, pudieran ser aprovechadas por alguna emisora de radio que, si daba de inmediato la noticia, echaría a perder cualquier esfuerzo. Pero también hubo un motivo profesional interno: no quería que el redactor jefe de deportes se llevara un mérito que, desde el punto de vista de Guillem, no merecía por inepto. Lo llevó todo con tanto sigilo que hasta el director, haciéndole caso, ocultó la exclusiva al consejo de redacción pese a que la noticia, al día siguiente, ocuparía gran parte de la portada. Pero un descuido de Chilet permitió que el redactor jefe se enterara, de modo que, buscando a otro colaborador gráfico, entró en el laboratorio. Molesto, muy enfadado, fue al despacho del director y esparció las fotos por encima de su mesa.
– Supongo que lo sabías -le dijo.
– Pues claro que lo sabía.
– ¿Y por qué no me lo has dicho?
– ¿Cómo querías que pensara que Guillem no te lo había dicho?
– Todo esto es una falta de respeto que no pienso tolerar. Te presento mi dimisión. Que sea otro el que se haga cargo de la sección. Te pido que me traslades a cultura, a política o a donde quieras. Me da igual, pero no quiero estar ni un minuto más en deportes.
Salió del despacho.
El director soltó un gran suspiro. No podía decirle que se había visto obligado a callar. Llamó a Santiago Guillem.
Camino del despacho, Guillem ya sabía de qué se trataba. Se cruzó con el redactor jefe. Su cara, el hecho de que ni siquiera lo mirara, lo puso en guardia sobre el problema. Un problema que no se iba a quitar de encima fácilmente.
– ¿Ha dimitido? -dijo Guillem al entrar.
– Sí. He tenido que mentirle. Tienes que arreglarlo, Guillem.
– No pienso pedirle disculpas.
– Pues tendrás que hacerlo.
– Tampoco lo sabía el consejo de redacción.
– Puedo explicarlo como medida cautelar, pero que no lo sepa el jefe de sección…
– Siempre lo he hecho así, incluso antes de que él fuera el jefe. Y lo sabes.
– Ahora no es como antes. Tú te vas y él se queda. No me dejes con este marrón. Cuéntale que querías decírselo a última hora. No te lo pido, te lo exijo.
Guillem se quedó pensativo. Luego miró las fotos. Las fue recogiendo con desgana.
– Lo haré por ti.
– Hazlo ya.
El redactor jefe ordenaba su mesa, como si estuviera a punto de marcharse. Hizo caso omiso de la presencia de Guillem.
– Oye -Guillem jamás pronunciaba su nombre-, somos muchos los que estamos aquí trabajando. Teníamos que guardar silencio sobre ello.
– ¿Y qué pinto yo? ¿Una mierda?
Con gusto se lo habría confirmado.
– Pensaba decírtelo a última hora.
– ¿Para que no pudiera decidir nada?
– La exclusiva es mía y quería hacerlo a mi manera. Entiendo que debía decírtelo con algo de antelación, pero para hacerlo prefería esperar a que la redacción se quedara vacía. Hay redactores que participan en tertulias radiofónicas y que, además, están locos por significarse. Puedes imaginarte que ni queriendo hacerlo podía dejarte fuera de esto. Es obvio que no tenemos una buena relación, pero eso está al margen de lo profesional. Mira, el texto ya está terminado. Lo firma Cèlia. Repásalo y elijamos las fotos. Elígelas tú. Pero no hagamos de todo esto un drama y pensemos en la exclusiva que vamos a publicar mañana.
El redactor jefe se calmó un poco. Pensó que la gran exclusiva, de puertas afuera, se le atribuiría en gran medida. Se tomó un poco de tiempo mientras ordenaba con dejadez algunos teletipos de agencia. Luego se sentó y puso en marcha el ordenador.
– Déjame las fotos.
Guillem prácticamente las tiró sobre la mesa.
– Publica las que quieras. Yo ya he hecho mi trabajo.
Horas antes, en la entrada de Sueca, Juan Lloris había conocido personalmente al hombre que con un mínimo esfuerzo le proporcionaría dos mil quinientos millones de pesetas de beneficios para la caja B. Sus planes económicos eran mucho más ambiciosos. Quizá por eso, al verlo en persona, se quedó un poco decepcionado, sobre todo por su calzado y por la vestimenta en general. Le parecía curioso, y extraño a la vez, que un negro con aquella pinta fuera el elemento primordial de un gran negocio. Así pues, le abrazó efusivamente y, mirándolo a la cara, con rostro serio de cita ineludible con la gloria, le dijo: Yo seré para ti como un padre. Hoyos tradujo a Bouba la ferviente declaración de intenciones. El francés de vendimia de Lloris llevaba mucho tiempo oxidado. Del coche del ex constructor, también para abrazar al crack -aunque con calidez tropical-, bajó Claudia, que la noche anterior y no sin discusiones había exigido a Lloris estar presente en tan histórico acontecimiento. Se presentó como su compañera y con respeto fue saludada por Curull -«A sus pies, señora»-, siempre tan amable y educado, por Hoyos y por Bouba, que vio en ella no sólo a una madre sino a una mulata que pensaba tirarse al primer descuido del padre putativo.
En la casa del coto, Maria preparó las habitaciones de los invitados y una gran mesa bajo un sauce. Los entrantes y la paella entusiasmaron a Bouba. Después de tomar café, Juan Lloris, junto al excepcional guía que era el tío Granero, les dio un paseo en barca. Lloris había dejado a Claudia con Maria en la cocina, recordándole que sus obligaciones no se limitaban a lo que podríamos llamar aspectos lúdicos.
Aunque no era temporada de caza, Lloris cogió su escopeta Scott de cuatro millones de pesetas, comprada en la casa Pourcey de Londres, que causó gran sensación entre sus invitados. El tío Granero, traducido simultáneamente por Hoyos con las matizaciones pertinentes de Curull, explicaba, siempre mirando a Bouba, las características de la fauna y flora del lago de la Albufera -el Ayuntamiento había pedido doce hectómetros cúbicos de agua a los regantes del Turia, pero éstos no se los darían hasta que no lloviera y tuvieran de sobra-, la producción del arroz y las aves que poblaban el coto, ahora tranquilas hasta que se levantara la veda en octubre.
Bouba admiraba maravillado un espacio natural que le recordaba lugares de su país. Toni Hoyos era el que más se aburría; Celdoni Curull, el que más inquieto se mostraba. Tres veces comentó a Lloris el asunto pendiente del contrato -por lo menos un borrador-, y tres veces obtuvo la misma respuesta: «Ahora no.»
Aquél era un día de los que hacían feliz a Lloris: cuando enseñaba sus posesiones. Estaba tan orgulloso del coto que nadie se libraba de visitarlo, quisiera o no. Granero, sabedor del deseo del señorito, iba señalando aquí y allá y explicando con afán didáctico qué eran los collverds, las garzas reales, las coes de junç, los bragats, los morells, los boixos, las tencas, las llises, los ullals repletos de agua -gracias a las frecuentes lluvias del año pasado-, la plantà y la recogida del arroz… Todo un documental completísimo de uno de los pocos espacios naturales que quedaban en el país. Como colofón, poco antes de llegar a la casa del coto y a petición del señorito, Granero intentó improvisar un par de versos en honor al crack senegalés. Detuvo la barca junto a un margen del canal. Entonces dibujó un gesto que evocaba un pulcro y riguroso esfuerzo de creación. Permaneció así durante más de un minuto. Cuando alcanzó el clímax anhelado se dirigió a Bouba y recitó declamando:
Negre com un furó,
estrella que ens illuminaràs,
sigues un home i porta'ns,
la glòria del campió. <strong>[4]</strong>
Ni Curull ni Hoyos consiguieron una traducción al francés que le hiciera justicia. No obstante, todo el mundo aplaudió la intervención.
– Qué bueno es el tío -dijo Lloris satisfecho.
– Muy bueno, muy bueno -corroboró Curull.
– Granero, recítanos aquella de la cabra…
– Oiga, señor Lloris, dejémonos de versos y vayamos al grano. Hay que convocar una rueda de prensa. Tenga en cuenta que mañana la noticia saldrá en los periódicos y algo tendremos que decir.
– Si llego a saber que había prensa hubiera ido al aeropuerto.
– Antes de salir en los papeles tenemos que preparar un principio de acuerdo.
– Ya lo firmamos.
– Hombre…, aquello era un papelito.
– Aquí los papelitos son legales.
– Faltan los cabos sueltos.
– ¿Hay muchos?
– Alguno que otro.
– Granero, a casa -ordenó Lloris.
En la misma mesa de la comida, Maria había preparado la merienda: chocolate y rosegons con trozos de almendra incrustados. Curull aún tenía la paella en la garganta, a pesar de que las de Maria no eran empalagosas. Pero prefirió la merienda a la alternativa, sugerida por Lloris, de tomarse unas copas de coñac. Curull le dijo a Hoyos que se llevara a Bouba a dar una vuelta. Como Hoyos no conocía los alrededores, reclamó la ayuda de Claudia. Encantada de ser útil, la cubana los condujo a los campos de arroz por el camino de entrada a la casa. Minutos después, Hoyos regresó con la excusa de que su presencia no era necesaria. Estaba cansado, se volvió a justificar. En realidad quería situarse cerca de la negociación, en un lugar discreto que le permitiera escuchar sin ser visto. Para él los cabos sueltos también eran importantes, porque todo actuaba contra la cifra de la que dependía su comisión, que tenía la sensación de que se iba reduciendo a medida que pasaban las horas.
Por otra parte, a Claudia le gustaba muchísimo Bouba, la sensación de lujuria que desprendía. Le recordaba a los negros de Santiago de Cuba, con aquella piel tan brillante, pero además alto, en forma, un deportista. Estaba hechizada desde que lo había visto y le parecía un sueño enamorarse de él y que él le correspondiera. Estaba harta de las humillaciones y de los despechos de Lloris. No veía ningún futuro en él, además. Sentía que el ex constructor se alejaba, hacía añicos sus perspectivas de convertirse en la respetada esposa de un hombre influyente. También Bouba era importante. Y joven. Y atractivo. Pero ¿cómo iba a expresarle sus sentimientos si no tenía ni la más remota idea de francés? A la altura de una caseta para herramientas del campo, cuando ya llevaban diez minutos mirándose tímidamente sin decirse nada, lo cogió de la mano de repente. Bouba la condujo detrás de la casa. Los campos estaban desiertos. Lejos, como una silueta, se veía el campanario de un pueblo. La besó con pasión. Ella no opuso resistencia hasta que le tocó los pechos. Entonces Claudia le dijo que aquello no era correcto. Bouba no entendía nada, si bien captaba los gestos de enojo. Pese a estar excitado, aunque el deseo lo embargaba, se separó de ella. A diez minutos de allí, el patrón estaba arreglando su futuro y se autoimpuso algo de racionalidad. Volvamos, volvamos, dijo señalando en dirección a la casa del coto. No había nada que hacer, ni volviendo ni quedándose. Claudia optó por las posibilidades que le ofrecían sus abundantes pechos, su llamativo culo, su deseo ardiente y contagioso. Claudia, paradigma de la voluptuosidad, de nuevo lo cogió de la mano. Bouba creyó que dudaba mientras le subía la falda, le bajaba las bragas y le separaba las piernas. Arrodillado en el suelo, con devoción religiosa, estuvo unos instantes mirándole el coño, oscuro y frondoso. No era una duda, era una contemplación extática, una fascinación estética. El resto fue una locura observada por el tío Granero en su acto final, media hora más tarde.
Media hora antes, tras diez minutos de prólogo con el chocolate, Curull y Lloris empezaban a decidir el contrato y los cabos sueltos. A todos los efectos, Curull era el representante legal de Bouba. Era exclusivamente de su propiedad, al igual que el club en que jugaba. Él y sólo él estaba capacitado para firmarlo todo, pero había que tener en cuenta -un trámite de cortesía- la opinión del jugador. Acordaron la duración del contrato, la ficha anual -pagada el treinta de junio, como era habitual; si en aquella fecha el club no tenía liquidez, entonces se aceptaría un pagaré con fecha del treinta de julio, cuando ya se hubieran ingresado las cuotas de los socios; el quince por ciento de la ficha serían derechos de imagen-, primas e incentivos por rendimiento, además de una serie de pequeños gastos que incluían el alquiler de un chalet, el coche, la marca de las botas -que elegiría el jugador-, la cláusula de rescisión del contrato y seis billetes de avión de ida y vuelta para ver a la familia y evitar excesos de nostalgia. A cambio, el jugador acudiría a los actos en que el club considerara imprescindible su presencia siempre que ello no afectara a sus obligaciones como deportista.
Por lo general, el proceso de un fichaje es obra de un equipo técnico que recibe información de un intermediario. Entonces el secretario técnico envía a un ayudante para que vea al jugador en directo. Luego, si los informes del ayudante son buenos, se desplaza el propio secretario para ratificarlo. Si está de acuerdo con la impresión del ayudante redacta un informe que presenta al presidente del club. Después vienen las negociaciones entre clubes y posteriormente con el representante del jugador. Pues bien, Lloris se saltaba la mayor parte de todo aquello. Celdoni Curull habría podido estar una hora más, un día, pidiéndole lo que quisiera. A Lloris le daban igual el contrato y los cabos sueltos. Sólo puso dos condiciones: que Bouba estuviera sano para la práctica del fútbol y que el contrato no tuviera validez si él no alcanzaba la presidencia. Sólo eso.
Lo demás, todo lo que costara fichar a Bouba, todo lo que cobrara la gran estrella, lo pagaría el club. A nombre del club estaría el futuro crédito de Bancam. Lloris sólo necesitaba un crédito personal de dos mil millones de pesetas, que le compensaría por el dinero pagado por las acciones de Lluís Sintes. ¿Dos mil millones? No eran muchos para un tipo que siempre había pensado que si uno debe diez millones a un banco tiene un problema, pero si la deuda es de más de mil el problema lo tienen ellos.
<a l:href="#_ftnref4">[4]</a> «Negro como un hurón, / astro que nos iluminará, / sé un hombre y tráenos ya / la gloria del campeón.» (N. del t.)