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Sebastià Jofre se puso en contacto de inmediato con los miembros más influyentes del consejo de administración del club. Analizaron las posibilidades que tenían de impedir que Juan Lloris ganara la asamblea. Muy pocas. El equipo, en el que confiaban, aún no había iniciado la temporada. Si Lloris hubiera aspirado a la presidencia un mes o dos más tarde, con el campeonato de Liga con ocho o diez partidos ya jugados, habríamos tenido más oportunidades de contrarrestarlo incluso si luciera la bandera de un fichaje estrella. Con resultados a favor, los accionistas habrían sido reacios a provocar un cambio de consejo administrativo. Pero estando así las cosas, con el agravante de que por culpa de las deudas no hemos podido ni siquiera incorporar a un lateral baratito como el que nos había pedido el técnico, Lloris va a fregar el suelo con nosotros.
Jofre exigió unidad en momentos tan difíciles. Pretendía evitar cualquier dimisión o desbandada general. Los asistentes a la reunión eran conscientes del escándalo contable. También se llamó al gerente del club, que ratificó la imposibilidad de enmascarar los contratos (y advirtió que él sólo era un empleado del club; un empleado al servicio de sus dirigentes). A la pregunta de si los directivos de los clubes africanos, a cambio de algún favor, se avendrían a consentir un cambio de contrato, el gerente, sintiéndolo mucho, informó que ya había hablado con ellos -sondeándolos, vaya; sin revelarles la auténtica naturaleza de la llamada-, pero sin ningún éxito. Estaban bien como estaban. Yo creo, añadió el gerente, que intuyen alguna anomalía y no quieren implicarse. ¿Y si anuláramos los contratos? Nos denunciarían a la FIFA por incumplimiento.
Entonces Sebastià Jofre recurrió a Oriol Martí, ex asesor de Juan Lloris y hombre que en la actualidad era dueño de una promotora de construcción. Solícito, Oriol acudió al despacho de Jofre aproximadamente tres cuartos de hora más tarde. Hubiera ido antes, pero precisamente cuando lo habían llamado no podía abandonar una reunión de ninguna manera.
– Muchas gracias por atenderme -le agradeció Jofre-. Es de vital importancia que hablemos contigo.
Oriol se mostró receptivo y con ganas de ayudar en todo lo que pudiera. Sin embargo, con las prisas, a Jofre se le planteaba un problema en aquella cita. Sabía de las desavenencias entre Oriol y Lloris, pero no conocía tanto al ex asesor como para confiárselo.
– Tenemos un problema con Juan Lloris.
– No queréis que presida el Valencia.
– Exacto. Ya sabes que es un hombre… peculiar. En sus manos, una plataforma como la presidencia del club sería muy contraria a nuestros intereses políticos. Te lo digo en confianza: en el pasado no dejamos que ninguna de sus empresas participara en obras públicas. Trabajabas con él y puedes imaginarte por qué. Es alguien muy resentido y seguro que alberga un deseo de venganza que debemos tomarnos en serio. Si asume la presidencia y las cosas le van bien, nos puede hacer mucho daño. Quisiéramos que nos ayudaras diciéndonos si esconde trapos sucios, algo que podamos utilizar para disuadirlo, para hacer que se porte bien o renuncie a la presidencia del club.
– Es muy tozudo. No renunciará.
– ¿Ni siquiera si encontramos un motivo que lo perjudique?
– Ni siquiera el asunto de prostitución que indirectamente lo afectó ha sido un obstáculo para que se presentara. De hecho, en la rueda de prensa no ha habido ni un periodista que lo mencionara. Hace años que Lloris sueña con alcanzar una posición de prestigio social. Nada lo haría abandonar.
– ¿Nada? Has sido su hombre de confianza.
– Todo lo que podrías encontrar en él también sería imputable a muchos de los empresarios próximos a vosotros. Y lo que podrías imputarle personalmente no sería en absoluto un hándicap para que los accionistas del club no le apoyaran.
– ¿De qué estás hablando?
– De un edificio que construyó cerca de la plaza de la Reina. Edificó sobre ruinas romanas. Lo descubrimos cuando excavábamos, pero ordenó que siguiéramos haciéndolo rápidamente. Pero ahora mismo es algo indemostrable. Ya hay gente viviendo en todos los pisos del edificio y las ruinas han sido destruidas. No queda ni el más mínimo vestigio. Hubo rumores, pero nadie de la administración sintió curiosidad por comprobarlo.
– ¿Compró a algún funcionario?
– No lo sé, pero es probable.
Oriol Martí se apresuró a echar un poco más de leña al fuego del apuro de Jofre. Si había alguna posibilidad, y era él quien la aportaba, el servicio prestado se tendría en cuenta de manera proporcional al problema resuelto. En cualquier caso, y en vista de las dificultades que sufrían los conservadores de un tiempo a esta parte, no estaba seguro de que ayudarlos fuera una gran idea. De repente se dio cuenta de que había sido el propio Jofre y no Júlia Aleixandre quien lo había llamado.
– Soy amigo de Júlia Aleixandre.
– ¿Muy amigo?
En el gesto, en la mirada de Jofre, Oriol detectó una reacción inquisitiva.
– Bueno… nos conocemos desde que íbamos a la Facultad de Derecho. Ella sabe que pasé unos años trabajando con Lloris y me ha extrañado que no se pusiera en contacto conmigo.
– En confianza: le hemos quitado todas las responsabilidades que tenía en el partido.
– ¿Puedo saber por qué?
– Dos errores graves. -Jofre no añadió más.
– Lo entiendo, son asuntos internos. -Oriol se hizo una idea exacta de la situación-. Respecto a Lloris, insisto en que nada de lo que pudierais imputarle tendría demasiada importancia. Como seguramente sabrás, hizo una donación de cuatrocientos millones de pesetas al Front. Pero, en política, esas cosas son bastante habituales.
– ¿En algún pueblo del Front ha construido o comprado solares?
– No. Dejé de trabajar para él cuando entraba en contacto con los nacionalistas.
– ¿La idea de la donación fue tuya?
– Sí.
– Te felicito, sinceramente.
– No nos quedaba otra alternativa. Pero, muy probablemente, si Bancam no les hubiera concedido también un crédito de doscientos millones ahora no serían la fuerza decisiva.
Puñalada a Júlia.
– No me lo recuerdes, fue un error garrafal. -Jofre suspiró-. Oye, no quiero hacerte perder más tiempo. -Se levantó para acompañarlo a la salida. Antes de darle la mano le dijo-: Ha sido una reunión precipitada y a lo mejor no has tenido tiempo de pensar en nada. No obstante, si recordaras alguna actuación de Lloris que pudiera servirnos de ayuda, te estaríamos muy agradecidos.
¿Cuánto? Oriol sabía que nunca sería conveniente preguntar algo así. Además, su ayuda, en caso de que pudiera ofrecerla, no la recibirían los conservadores, con problemas en demasiados frentes.
– Podéis contar conmigo.
Maria, la esposa del tío Granero, estaba hasta la coronilla de preparar paellas y allipebres. Menos mal que el tío tenía cerca un vivero de anguilas. Si tuviera que pescarlas se pasaría todo el día intentándolo. Quedaban muy pocas.
A las tres de la tarde del día de la rueda de prensa, Maria los sorprendió con una espectacular espardenyà, una mezcla de anguilas, patatas y pollo que causó sensación. Daba igual lo que cocinara. Tenía el talento gastronómico propio de las mujeres de la Albufera. Un eufórico Lloris ordenó que llevaran a la mesa los mejores vinos de su bodega. La comida, bajo el sauce, fue alegre y llena de ocurrencias. Se brindó por el futuro presidente, por Bouba -Curull le dio permiso para tomarse dos copas de vino-, por el Valencia. Hartos tras los cafés, Hoyos fue a acostarse a su habitación; Puren lo hizo en el sofá de la casa y Claudia salió a dar una vuelta por los márgenes de los campos, pero Bouba, soñoliento, se quedó en su silla. Sin embargo, Curull y Lloris ya planificaban el futuro del club. El catalán no quería dejar nada a la improvisación, impresionándolo, de paso, con sus capacidades estratégicas:
– Primero, un gerente de confianza. ¿No tiene a nadie así?
– Cualquiera de los que se encargaban de llevar mis empresas será ideal.
– Sobre todo un gerente que se aplique a los números y que no quiera mandar. Hay que controlarlos mucho, a los gerentes. Y ahora los aspectos técnicos.
– De acuerdo.
– Usted, señor Lloris, permítame decírselo, no tiene mucha idea del mundo del fútbol.
– Ya aprenderé.
– Se le ve espabilado. Pero mientras tanto un hombre con mi experiencia lo ayudará a no cometer errores. Mire, para empezar ni se le ocurra destituir a ningún miembro de la secretaría técnica. Se llevarían todo el material a otro club. Yo los controlaré. Control, señor Lloris, la clave del éxito está en el control de todo. Comprobaremos qué contactos tienen, cómo trabajan, etc. En las secretarías técnicas es imprescindible que pongamos a ex jugadores famosos. Son conocidos en todo el mundo y nos abrirán muchas puertas.
– ¿A quién podríamos poner?
– A Kempes. Vive en Valencia. No hace falta que ejerza como secretario técnico, tan sólo que haga de acompañante. Ya sabe, algo simbólico para que la afición vea que somos respetuosos con el pasado y que nos preocupamos por las glorias del club.
Rafael Puren se sumó a la reunión.
– Os he oído hablar y he pensado que a lo mejor me necesitabais.
– Siéntate, siéntate. Además de situar a Kempes en la secretaría técnica, sería conveniente que incorporáramos también a otros ex jugadores al club. Estoy pensando en Claramunt, una vieja gloria a la que la actual directiva siempre ha ignorado. Eso gustará a los aficionados. ¿Verdad, Puren? Todo eso lo diremos en plena campaña.
– Buena idea -aprobó Puren.
– También, señor Lloris, debe dar la imagen de ser un hombre comedido, que no toma decisiones precipitadas ni a la ligera. Nada de destituciones en ningún ámbito del club, excepto las de miembros que estén muy ligados a la actual directiva. Los cambios deben hacerse poco a poco.
– De acuerdo.
– Tenemos que nombrar a un director deportivo, alguien que de cara a la galería dé la sensación de ser el responsable de los aspectos técnicos, pero en realidad mandaremos nosotros.
– ¿Y por qué nombrar a ése entonces?
– Pues porque los entrenadores son muy caprichosos y fichan pensando en su interés y no en el del club. Ellos se van y nosotros nos quedamos. Por lo tanto, el director deportivo será el que se enfrentará al entrenador sin que usted vea perjudicada su imagen. Usted se ceñirá a esto: «Las decisiones técnicas no son asunto mío.»
– Me parece bien. ¿A quién ponemos?
– A un ex jugador dócil. Ya se nos ocurrirá algo. Eso sí, que sea alguien muy reconocido. -Curull se sirvió un poco de mistela-. Hablemos de los futuros miembros de su consejo de administración, sin contar a los accionistas que pertenecerán a él por derecho. ¿Ya ha pensado quiénes serán?
– Gente que ha trabajado para mí.
– Tienen que ser de absoluta confianza. ¿Hay alguna mujer?
– ¿Mujeres?
– Hágame caso. Hoy en día hay mujeres por todas partes. Que sean guapas, por lo de la imagen. Situar a un par de mujeres en cargos… digamos que sociales, áreas culturales y esas cosas, nos dará un toque de modernidad. Ponga a dos esposas de dos ex empleados suyos.
– Dos dones i un pato, mercat <strong>[5]</strong> -se quejó Lloris.
– Tenga en cuenta que las mujeres van al fútbol. Y otra cosa: sea conciliador. Invite a todo el mundo al palco: socios con antigüedad, un ciego, un inválido, líderes políticos…
– Los políticos sólo quieren hacerse propaganda.
– Oiga, déjese de manías. Los políticos son los que mandan y usted tiene que llevarse bien con ellos. Puede necesitarlos. Además, al fútbol va toda clase de gente.
– Bueno, ya veremos.
– Ah, se me olvidaba. He investigado la situación económica del Levante. Al parecer está saneado y funciona bien en lo deportivo. ¿Sabe qué tendría que hacer?
– ¿Qué?
– Comprarlo.
– ¿Para qué quiero otro club?
– Para que el Valencia tenga una cantera como Dios manda.
– Señor Curull -intervino Puren-, los del Levante nos odian. Ellos fueron los que inventaron el mote de chotos. Usted no sabe cuántas guerras y cuánta rivalidad mantuvimos cuando estaban en primera división. Mi padre me ha contado de todo. Además, están muy cabreados con nosotros. Nos vendieron a Vicente por un precio muy inferior a su cláusula de rescisión, pero el Valencia no les ha cedido a ninguno de los jugadores que pidieron. Pero es que además cedimos a Albiol al Murcia, su rival más directo en el ascenso a primera división.
– No digo que lo compre el señor Lloris, sino un testaferro. Mire, yo tengo un club de mi propiedad en Senegal: el Stade de Mbour. Lo compré para tener controlado a Bouba. Si el Levante fuese nuestro, traeríamos a algunos buenos jugadores para que se foguearan y se aclimataran en un equipo inferior. Así nos darían mucho más rendimiento.
– ¿Y si el Levante llega a jugar en primera? -preguntó Lloris.
– Mejor, el Valencia tendría seis puntos antes de empezar la Liga -afirmó Puren.
– Eso es muy delicado -Curull, reticente.
– Si le hacen falta los puntos…
– Si le hicieran falta ya hablaríamos.
– Como los equipos vascos, que cuando es necesario se ayudan entre ellos.
– Bueno, señor Lloris, si a usted no le parece adecuado, me lo dice. Tengo que replantearme lo que voy a hacer con mi club de Senegal.
– Primero tengo que aclararme con el Valencia. Luego ya estudiaremos si conviene o no comprar el Levante.
– Esté muy atento. Tengo la sensación de que a la empresa que lo ha comprado no le molestaría demasiado venderlo. Tenga en cuenta que el estadio y las instalaciones son de su propiedad. Es un club solvente. Y otra cosa: el asunto de los intermediarios. Como usted puede imaginar, los conozco bastante bien. Ojo con declararles la guerra. Hoy en día son ellos los que tienen la sartén por el mango, sobre todo los que representan a jugadores importantes. Mano izquierda y diplomacia.
– Ocúpate de ellos.
– Por usted, lo que haga falta.
– ¿Algo más?
– El contacto con las peñas ya está prácticamente diseñado. Durante casi todos los días que faltan hasta la asamblea asistirá a dos o tres actos diarios. Bouba lo acompañará. Y también Puren. A propósito, Puren ha conseguido que unas cuantas peñas lleven pancartas en el próximo amistoso del Valencia.
– ¿Qué dirán?
Puren leyó una nota:
– «Lloris y Bouba nos harán campeones», «Europa a los pies de Bouba», «Con Bouba, Champions y Liga»…
– Situadas en puntos estratégicos del estadio -intervino Curull.
– «Bouba, orgullo de los valencianistas»…
Demasiado Bouba, observó Lloris.
– En la última cambia el nombre de Bouba por el mío.
– Lo que usted diga, presidente.
– Por cierto -el crack dormía en la silla-, no olvidemos que tiene que entrenarse todos los días.
– Se me ha ocurrido algo -dijo Lloris-. ¿Por qué no organizamos un partido de presentación para los socios?
– ¿Ahora? ¿Antes de la asamblea?
– Sí.
– Imposible, el consejo no le cedería el campo.
– Hablemos con los del Levante.
– Es algo que los socios no verían con buenos ojos -dijo Puren.
– Además, podría lesionarse -Curull, siempre pensando en el club-. Dejémoslo estar. Que se entrene en el coto y sin perder la forma.
Hoyos salió de la casa.
– Toni, estaba pensando en ti. Eres el responsable de que Bouba se entrene a diario. -Curull miró qué hora era-. A las seis que haga footing. Lleva unos días inactivo.
Inactivo, inactivo…, pensó el tío Granero, sentado en un banco de piedra junto al horno de albañilería y fumándose una rabasseta de Alboraia. Curull y Lloris debían volver a la ciudad. Tenían cita con un abogado que estaba preparando el contrato. Antes de subir al coche, Curull le dijo a Hoyos en privado:
– Eh, quería felicitarte.
– ¿A mí?
– Pues claro, hombre. Lo que has hecho por los muchachos del Front…
– Oye…
– No tienes por qué darme explicaciones. Como buen catalanista, te entiendo. Yo habría hecho lo mismo con Esquerra. Me alegro, porque Lloris no quería darles nada. Que sepas que aún te quedará un buen pellizco.
– ¿De cuánto?
– Cuando todo se arregle ya hablaremos.
Lloris lo llamó. Hoyos se quedó algo preocupado: los pellizcos económicos de Curull no eran de los que dejan una huella imborrable en la memoria. El tío Granero apagó la rabasseta y entró en la casa. Se fue a la cocina a hablar con su mujer:
– Maria…
– ¿Qué quieres? ¿Es que no ves cuánto trabajo tengo? -Fregaba enérgicamente la cazuela de la espardenyà-. Hace días que Claudia parece en las nubes y no me ayuda en nada.
– De eso quería hablar contigo.
– ¿De qué?
– El mozalbete…
– ¿Qué mozalbete?
– El morenillo.
– ¿Qué pasa con él?
– Que hace cosas con la novia del sinyoret.
– ¿Cosas? -Dejó la cazuela y se quedó mirándolo-. ¿Qué cosas?
– Joder, Maria, ¿te lo tengo que explicar todo? Desde que ha venido no ha parado dale que te pego…
– ¿Y tú cómo lo sabes? -Considerándolo se le resbaló un vaso en la pila y se hizo añicos.
– Yo… yo…
– ¡Qué poca vergüenza tienes!
– No, si encima tendré yo la culpa. ¡Me voy!
<a l:href="#_ftnref5">[5]</a> Refrán valenciano de carácter misógino que sería equivalente al castellano «Yendo las mujeres al hilandero, van al mentidero». (N. del t.)