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19

Francesc Petit y Oriol Martí habían quedado en la cafetería del Sidi Saler. A quince kilómetros de la ciudad, el Sidi era un hotel básicamente para extranjeros. A mediodía la cafetería era un lugar discreto y tranquilo. Oriol se presentó con ropa deportiva. Venía de jugar al golf, del campo del parador del Saler. Petit, de Castelló de la Ribera. Había pasado el fin de semana con sus padres, a los que iba a ver de vez en cuando, especialmente ahora que tan orgullosos estaban de comprobar que su hijo, tras tantos años siendo un político marginal, tras tantas angustias por su futuro profesional, se había convertido en un importante político. Ambos se saludaron en la barra. Enseguida decidieron trasladarse al bar del jardín. Hacía un día espléndido, no demasiado caluroso aunque la sombra fuera imprescindible. Lo cierto es que aquél era el mejor verano que se recordaba, lejos del aplastante bochorno húmedo de la zona y con el pluviómetro en niveles más que aceptables. Se sentaron a una mesa bajo una sombrilla multicolor, parecida a la bandera de La Rioja. Petit pidió un martini seco; Oriol una coca-cola light.

– Te felicito, todo ha salido a pedir de boca.

– Supongo que me has llamado para que evaluemos el favor.

– No tengo prisa, pero me satisface mucho comprobar que la idea de convertir a Lloris en presidente del Valencia fue acertada -se felicitó Oriol.

– Todavía no lo es.

– Lo tiene a huevo. La prensa está de su parte. Con Bouba, su candidatura, la asamblea… se venderán más periódicos. Sólo algo impensable podría impedirle alcanzar la presidencia.

– Algo impensable -repitió Petit sonriendo-. Seguro que Lloris tiene muchos asuntos impensables que esconder. Tú debes de conocer algunos.

– Alguno que otro, sí.

– ¿Ya te han pedido que los cuentes?

– ¿Tú qué crees?

– Pues que seguramente algunos miembros del consejo de administración del club te han llamado a consulta.

– Los conservadores. Están acojonados.

– ¿Por qué?

– No lo sé exactamente, pero te aseguro que están muy nerviosos. Y no acabo de entenderlo.

– Yo tampoco.

– Según ellos, desde la presidencia Lloris les puede hacer mucho daño. Pero no veo que eso sea tan primordial para que de repente se hayan puesto así.

– ¿De verdad es para tanto?

– No lo sabes bien.

– Te han llamado para que les digas algo que pueda frenar a Lloris.

– Sí.

– ¿Qué les has dicho?

– Nada.

– ¿Por qué?

– He pensado en ti.

– Tu sensibilidad me conmueve.

– Se trata más bien de algo profesional. Ahora que Lloris ha dejado de ser un obstáculo, vosotros volvéis a ser la clave de todo. Y más que nunca.

– ¿Y eso?

– Ya no tienes ningún compromiso con Júlia.

– Tengo un compromiso verbal.

– La han despedido.

– ¿Cómo dices?

– Despedida. Por tu culpa. El pacto contigo le ha costado el cargo. Me la imagino bastante desolada. No le queda otra salida que no sea la de ser una funcionaria cualificada.

– Han cometido un error.

– Un error grave.

– Supongo que eres consciente de que has sido tú quien ha causado todo esto.

– Indirectamente. Me pediste consejo y te lo di, pero nada más lejos de mis intenciones que provocar la defenestración de Júlia.

– Sí que debes de estar preocupado.

– Bueno… es una amiga.

– Del alma, ¿verdad que sí, Oriol? Sé que te debo un gran favor.

– No he venido a cobrar nada…

– De momento.

– Aún no he acabado con mi trabajo.

– ¿Ah, no?

– No.

– ¿Qué falta?

– Dos cosas: yo podría facilitar algún dossier a los conservadores para que le pararan los pies a Lloris.

– Pero no lo harás porque me perjudicaría.

– Exacto. Soy tu asesor.

– ¿Y la otra?

– Pues que resulta extraño, inverosímil, que estén tan preocupados sólo por el hecho de que Lloris sea presidente del Valencia. Estoy seguro de que hay algo más.

– ¿Con quién has hablado?

– Con Sebastià Jofre.

– Creía que se dedicaba a sus negocios.

– Eso nos demuestra cuál es la envergadura de todo este asunto. Jofre sólo interviene en los grandes problemas. Él fue el responsable de conseguir dinero para el partido durante mucho tiempo. También se encargó de urdir toda la estrategia de control de los centros financieros. Ahora vuelve a tomar las riendas para corregir el rumbo de una situación que parece ser grave. Me ha llamado sin ni siquiera conocerme personalmente. Y está dispuesto a pagarme el favor de un modo espléndido.

– Pero tú sabes que están en la cuerda floja.

– Digamos que dependen del Front.

– Y nosotros de ti.

– Es obvio que si detengo a Lloris volverás a tener un problema.

– Es obvio. Siempre he pensado que podrías serme muy útil.

– Ya te dije que no me importaba asesorarte.

– La factura cada vez es mayor.

– Los buenos servicios se cobran, pero no será caro ni comprometedor para vosotros.

– Me tranquiliza el hecho de estar ante un hombre inteligente, un hombre que sabe lo que puede pedir. Por cierto, ¿no sabes qué es lo que les preocupa? -Por toda respuesta obtuvo un calculado silencio de Oriol-. Supongo que es tu as en la manga.

– En cualquier caso no es lo que debe preocuparte.

– Mi problema es asegurarme de que no facilitarás ningún dossier sobre Lloris a los conservadores.

– En efecto. Puedes quedarte tranquilo.

A Petit le resultaba difícil creer que un tipo que bebía coca-cola light, educado y de modales tan sutiles y delicados, fuera tan malnacido. Y en realidad lo era aún más de lo que él creía, ya que sabía como nadie jugar con las necesidades y los temores de los demás. Su refinamiento no andaba falto de aspectos macabros. No tenía nada que pudiera detener a Lloris en su ascenso a la presidencia. Pero el mero hecho de que Petit intuyera ese poder era suficiente para Oriol, que conocía a la perfección la lógica inherente a la inseguridad de las cosas.

– Por cierto -dijo Oriol-, ¿no habéis pedido comisión por el fichaje de Bouba?

– Lloris está en contra.

– No habéis jugado bien vuestras cartas. Lloris os ha cobrado muy por encima el favor que os hizo.

– Esperar un trato justo de Lloris es pedir peras al olmo.

– Con un poco de paciencia lo habrías conseguido.

– Me conformo con que no se cabree. -Petit dio un pequeño sorbo de martini-. ¿Crees que deberíamos dar el Govern a los socialistas?

– Sí. Que se quemen ellos con el proyecto de la Ruta Azul. Pero no tengas prisa. Deja que te lo pidan a la desesperada. Te lo pedirán; llevan muchos años en la oposición y para un partido que aspira a gobernar eso nunca es bueno. Y sobre todo espera a que los problemas de los conservadores con la patronal se acentúen aún más. Tú puedes echar más leña al fuego de esa problemática. Algunos miembros de la patronal acabarán hartos y se sentirán tentados de apoyar a los socialistas. Eso causará problemas internos a los conservadores. Con la derecha y la patronal divididas, por un lado, y los socialistas con la Ruta Azul y parte de la patronal, por otro, vosotros saldréis reforzados de todo sin necesidad de mojaros en nada. Es cuestión de tiempo. Mientras tanto, que Lloris vaya haciéndoos parte del trabajo.

– ¿Y Jùlia?

– Es un cadáver político.

* * *

Rafael Puren confeccionó un listado de peñas para que Juan Lloris las visitara. Eran peñas adictas, según el tesorero; peñas que él controlaba desde la coordinadora y que, en principio, eran las más entusiastas con la candidatura de Lloris. No obstante, Curull, catalán pragmático, insistió, ante un mapa desplegado con la ubicación de las peñas, en que el candidato pisara todos los locales posibles desde Vinaròs a Oriola. Por supuesto que no había tiempo para pisarlos todos, pero estratégicamente era muy importante, además de respetar la ineludible obligación de acudir a los de las más significativas, mantener contacto con las más alejadas de la ciudad, tradicionalmente las más olvidadas. Sostenía Curull que también era necesario visitar las más conflictivas e ideológicamente exigentes, patrimonio escaso en el entramado valencianista, pero que a pesar de todo, al fuego lento de la conciencia nacional valenciana, existían. Juan Lloris debía ser el candidato de todos. Y si no conseguía serlo, por lo menos tendrían una idea exacta de dónde estaba y de dónde provenía la oposición.

Pero con Bouba llegó la unanimidad al universo valencianista. Aconsejado por Celdoni Curull, Juan Lloris inició la campaña hasta la asamblea (el 23 de agosto) en la peña «Gol Gran», considerada la más intelectual porque parte de sus integrantes eran de extracción universitaria. Si bien la peña recibió a Lloris con cierto escepticismo (el primitivismo retórico del candidato no era del agrado de sus componentes), la presencia de Bouba los convenció de que el fichaje del jugador no era una típica promesa electoral, un bluff mediático. Lloris aprobó el examen en el local más exigente, porque, con Curull como consueta, se comprometió a crear una área social y cultural de la que se encargaría el miembro de la peña que ellos designaran. Me gustaría que fuera una mujer, añadió como requisito innegociable.

El mismo Lloris y su equipo asesor comprobaron, siempre acompañados por Bouba, el entusiasmo que despertaba su candidatura, que de momento sólo integraba el candidato; de los demás directivos que compondrían el consejo de administración no se sabía nada -ni falta que hacía-, excepto que Puren formaría parte de éste como representante de la poderosísima coordinadora de peñas. Aquello provocó una tentativa de rebelión interna auspiciada por el presidente de la coordinadora, que formaba parte de la actual directiva del club. A través de él, el consejo de administración intentó reconducir la situación. Fue en vano: ningún miembro secundó la propuesta de exigir un referéndum entre las peñas que tendría que haber dejado claro a quién apoyaban. En realidad, el consejo de administración pretendía aplazar la decisión de la coordinadora, que, manu militari, apoyaba la candidatura de Lloris. Ese proceso se habría prolongado hasta después de la asamblea y la coordinadora, conducida por Puren con la inestimable ayuda de Bouba, ya estaba claramente decantada en sus posiciones.

Sebastià Jofre movió todos los hilos a su alcance para intentar detener lo que ya era, a esas alturas, un recorrido triunfal entre las peñas, lo que se suponía un futuro paseo en la asamblea. Instó de nuevo a Oriol Martí, en dos reuniones más, a confeccionar un dossier con todas las anomalías e ilegalidades en las que Lloris había incurrido durante sus años como promotor y constructor. Oriol no tenía nada de importancia, ningún hecho grave, muy grave (a no ser que se tratara de un asunto realmente delictivo, Jofre carecía de la fuerza moral para imputárselo públicamente). De todos modos, Oriol no se presentaba ante Jofre como ex asesor falto de información, sino como hombre que aconsejaba no tirar de la manta para no complicar todavía más un proceso que con toda seguridad acabaría volviéndose contra los conservadores. Además, en aquellos momentos, con Lloris imparable y el Front en una posición política envidiable para decidir, Oriol había tomado partido definitivamente y pretendía convertirse en la persona de confianza de Francesc Petit (un asesor sui géneris pero de obligada consulta, porque Petit, que había alcanzado el parlamentarismo dependiendo de Lloris, ahora estaba subordinado a Oriol). Ambos basaban la confianza en su mutua obligación de entenderse.

Jofre quiso empujar al consejo de administración del club a tomar medidas -las que fueran- para frenar a Lloris. Los forzó a convocar a los accionistas más fuertes que públicamente no hubieran tomado partido. Unidos, a lo mejor tendrían alguna posibilidad de enfrentarse a él en la asamblea. Pero los agravios eran tan numerosos y tan profundos que era imposible ponerles de acuerdo. Prácticamente todos habían sido despreciados por el club, al no haberlos dejado entrar en el consejo de administración pese al volumen de sus acciones. Otros habían sufrido un doble agravio que no dudaron en manifestar. Le recordaron a Jofre los olvidos conscientes de Júlia Aleixandre en todo lo relativo a temas urbanísticos propiciados por el Govern de los que acabaron aprovechándose otros empresarios (los mismos de siempre, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, añadieron indignados). Y hasta hubo un sector de accionistas preocupado simplemente por el beneficio del club y a la vez por el suyo propio. Con Bouba, el equipo ganaría mucho deportivamente y, de paso, las acciones se revalorizarían. De hecho, antes del anuncio del fichaje, las acciones se cotizaban a un precio que casi triplicaba el de su salida al mercado (así se las había comprado Lloris a Sintes) cuando el club se había convertido en sociedad anónima. Una vez fichada la estrella, en pocas semanas se dispararían.

Mientras todo eso tenía lugar entre bastidores, en el escenario la representación de Lloris (siempre con Bouba, que repartía el día entre el footing, Claudia y la actividad electoral) alcanzaba cotas de éxito inimaginables incluso para el mismo candidato, ya de por sí bastante optimista. El día que fue a Sueca, la entrañable y lubrificadísima población de la Ribera, el alcalde, en vista de la enorme expectación que despertaba la visita del candidato y del crack senegalés, movilizó a la banda municipal, que recibió a la comitiva en la entrada del pueblo. Lloris, Bouba, Curull, Puren y Hoyos tuvieron que bajar del coche y, a pie, junto al alcalde y casi todos los concejales, al son del himno del club, el pasodoble Amunt València, llegaron a la sede de la peña, por la calle de la Mare de Déu, eternamente en obras, conocida como «Madre de Dios qué calle» por los cientos de vecinos que los aclamaban. Pero antes, con el salón de plenos del consistorio lleno a rebosar, la primera autoridad hizo entrega a Lloris de una placa conmemorativa de su visita a Sueca. La adhesión a su candidatura era tan abrumadora que, mientras iban a la sede de la peña, desfilando entre la multitud, también fueron aclamados por los clientes del famosísimo bar Heidi, punto de encuentro habitual de los homosexuales de la comarca (notable éxito el de Bouba al pasar por delante de dicho local). Lloris repetía más o menos el mismo discurso en todas partes. Tenía la intención de convertir a su equipo en un club emblemático en Europa, entre los de referencia ineludible, cosa que beneficiaría a la ciudad y a la comunidad. Pretendía hacer del Valencia el equipo de la comunidad, aunque respetaba a los demás clubes del país. Todavía más (lo digo por primera vez aquí, en el importantísimo y trabajador pueblo de Sueca): tenía la ambición de propiciar la creación de la selección valenciana, propuesta que los aficionados recibían con significativa indiferencia, pero que servía al candidato para evidenciar lo irrenunciable e insobornable de su valencianismo. No obstante, primero haría del Valencia un club a la altura del Milan o del Bayern, clubes, por cierto -añadía con un toque de soberbia-, que no han podido competir con nosotros en la subasta por Bouba. Gracias a aquello Lloris conseguía volver loco al personal. A petición del público -especialmente del femenino-, Bouba pronunció unas palabras: prometía goles y espectáculo. Y acabó con un par de frases cortas en valenciano, cosa que, estando en un pueblo como Sueca, despertó la admiración de los aficionados.

No hubo ninguna peña, ninguna, en la que Lloris recibiera críticas, ni siquiera una sola. De Vinaròs a Oriola, del Sénia al Segura, pasando por Sedaví, Alfalfar, Benetússer, Picanya, Catarroja, Torrent, Benicarló, Alicante (allí recibió un insulto de un aficionado madridista, circunstancia que hizo que a partir de entonces se le aclamara aún más), Castellón, Campanar, Gandía, Bocairent, Ontinyent, Vilamarxant, Alginet… De las seiscientas ocho peñas legalmente registradas, Lloris visitó prácticamente un centenar. Se atrevió a ir incluso al Foro «Fem Valencianía», el lobbby en principio más intransigente, dado que algunos de sus miembros pertenecían a la actual directiva del club, aunque no asistieron para evitar un tour de force con un Lloris entusiasta, eufórico, imparable.

En la campaña, el excepcional despliegue informativo de la prensa, pese a su apariencia neutral, dejaba entrever cierta inclinación por el denominado revulsivo. Los periódicos dedicaban una página de la sección de deportes a la actividad del candidato, bajo los epígrafes «Diario de campaña», «La campaña de Lloris», «El Valencia en campaña», «Bouba convulsiona el valencianismo»… El candidato acudía a las tertulias deportivas de todas las emisoras, a todas las televisiones locales y comarcales, a todas las entrevistas de la prensa escrita. Con la única excepción de la Televisió Valenciana, que por orden gubernamental ignoraba la campaña de Lloris -pese a ser la única cadena del mundo en que la sección deportiva de los informativos ocupaba el doble de tiempo que todas las demás noticias-, no había ningún medio informativo que no hubiera entrevistado a Lloris, algunos incluso dos o tres veces.

También hay que decir que Santiago Guillem no escribió ni una sola línea que hiciera referencia directa al candidato. No estaba ni en contra ni a favor de éste. Le daba igual. Se dejaba llevar por el caos que amenazaba al orden imperante. Desde la época de Arturo Tuzón no había tomado partido por ningún dirigente. Al contrario, se había mostrado crítico con todos. Sin embargo, ahora esperaba impaciente el día que Lloris llegara a la presidencia; esperaba muy atento su reacción al ver el estado de las cuentas. ¿Ordenaría una auditoría? Casi estaba dispuesto a sugerirlo, a aconsejarlo, como paso previo y obligatorio que debería adoptar cualquier junta que iniciara un nuevo proyecto. Pese a todo se limitaría a seguir observando atentamente a Lloris para no levantar sospechas entre los conservadores; para no dar muestras de su interés.

Como era previsible en todo lo que socialmente irradiaba el fútbol, en Valencia no se hablaba de nada que no fuera Juan Lloris o Bouba. A los socialistas, la figura del candidato no les gustaba en absoluto. Pero, en vista del entusiasmo que suscitaba, consideraron políticamente oportuno mantenerse al margen de ella. De hecho, numerosos afiliados y simpatizantes eran socios del club. Incluso en poblaciones de alcaldes socialistas los ayuntamientos habían participado en los preparativos del recibimiento al candidato (el pueblo, votante de izquierdas, aclamaba a Bouba). A los del Front también les convenía permanecer a una distancia prudencial del proceso. Su militancia no hubiera visto con buenos ojos que el partido se implicara en un debate así teniendo en cuenta los importantes problemas sociales a los que ya debía hacer frente. En ese aspecto hicieron lo mismo que los socialistas: no reprimir que en ciertos municipios sus militantes se sumaran al entusiasmo popular. Quizá se habrían sumado aún con más ganas de haber sabido de la contribución de Bouba a las arcas del partido. Por otra parte, para tranquilizar a Hoyos, Celdoni Curull, convencido del triunfo de Lloris, le notificó que lo recompensaría espléndidamente. Tras contabilizar los gastos y quedarse con el pertinente beneficio como empresario que había arriesgado con la compra del club del Stade de Mbour, para poder controlar los primeros pasos de la carrera de Bouba, le gratificó con ciento cincuenta millones de pesetas. ¿Cifra neta o se incluía en ella la comisión del Front? Curull le informó que había dicho a los nacionalistas que él mismo les daría la mitad (en negro). O sea, que Hoyos recibiría setenta y cinco (también en negro) de los cuatrocientos que en principio esperaba. Por su parte, Marimon intentó llegar a un acuerdo económico con Nùria Oliver: diez millones. El mal gesto de la mujer forzó el acuerdo en veinte. Con los cincuenta y cinco restantes y la venta de la antigua sede, Oriol Martí se comprometió a buscarles una planta baja en una buena zona. Así pues, Bouba se convirtió en el primer mecenas negro de la historia del valencianismo político, y Nùria en la primera mujer que conseguía obtener una plusvalía de un desamor sin actas notariales de por medio. Y una moraleja: a veces quien más trata de perjudicarnos más nos enriquece.

A medida que pasaban los días, que se acercaba la asamblea, la candidatura de Lloris iba adquiriendo una fuerza más que apreciable. Su imagen aparecía por todas partes. Se había hecho tan popular que todo el mundo lo saludaba por la calle. En las cuatro sedes (Valencia, Xàtiva, Castellón y Gandía) que la candidatura había dispuesto para la recogida de adhesiones (firmas de simpatizantes) y delegaciones de acciones de multitud de pequeños accionistas que no tuvieran acceso a la asamblea (era imprescindible tener nueve para asistir) había muchísima gente. Tuvieron que contratar más azafatas (muy atractivas) en todas ellas. El tándem Lloris-Bouba eclipsó casi todos los demás hechos noticiables, que quedaron en un claro segundo plano. La Ruta Azul, el Plan Hidrológico, la concesión de aguas potables (negocio al que también aspiraba Florentino Pérez a través de Fernández Tapias, presidente de la Cámara de Comercio de Madrid)…, todo era una minucia comparado con el interés que despertaba la candidatura de Lloris. De repente el Valencia se convirtió en algo más que un club. Sin duda el fichaje de la sensación del último mundial ilusionaba a la ciudad, que se había quedado en dos ocasiones consecutivas a punto de lograr la Champions League (nadie se acuerda del subcampeón). Pero la personalidad singular de Lloris, su ímpetu, la actitud tan osada y decisiva que mantenía, centraron el debate. La sociedad valenciana, siempre tan necesitada de un espíritu ganador, no había estado tan convulsa desde los tiempos de Paco Roig.

Todas las soluciones que Sebastià Jofre había buscado para pararle los pies demostraron ser inútiles. Entonces se sirvió del último recurso: el pacto. Previamente, el consejo de administración, con los gastos a cargo del club, había pedido a través de la prensa, la radio y la televisión (la Televisió Valenciana participó en todo ello con carácter colaboracionista) que los accionistas delegaran en ellos sus acciones recordándoles que habían ganado la Copa del Rey, la Liga (treinta y un años después de la última) y los dos subcampeonatos de Europa. Incluso enviaron a todos los accionistas una especie de diploma personalizado felicitándolos por los títulos: «Estos trofeos no hubieran sido posibles sin tu apoyo.» Pero era imparable la multitud de accionistas que delegaban en Juan Lloris. La falta de fichajes, que tanto ilusionaban a los aficionados, había sido determinante. Bouba era decisivo. ¿Podría realizarse algún dossier sobre Bouba? Sí. Según la información de varios contactos senegaleses, pasaba más tiempo en los prostíbulos que en los entrenamientos. Pero en Senegal Bouba cumplía con creces, marcaba goles y daba espectáculo. Además, ir contra él suponía herir la sensibilidad de los miles de aficionados que lo aclamaban. Dejémoslo estar.

Sebastià Jofre se reunió con Lloris, acompañado por Curull, a la una de la madrugada, en la cafetería de una gasolinera de la pista de Silla (carretera de Alicante). El hecho de que el encuentro tuviera lugar a aquellas horas fue debido a que Lloris, con la agenda repleta, aceptó reunirse después de una cena con las peñas de la comarca de la Costera. No se conocían personalmente, aunque Lloris sabía de quién se trataba. Sebastià Jofre, en principio reacio a cualquier concesión, ofreció a Lloris la dimisión del consejo de administración a cambio de que no fuera beligerante al asumir la presidencia. Poca cosa, están derrotados. Para la sociedad valenciana, añadió Jofre, es muy importante la pacificación del club. Si se inicia una guerra todos saldréis perdiendo. Lloris quiso saber por qué un político le pedía algo así. Jofre se justificó diciendo que él sólo ejercía de intermediario porque se lo había pedido el consejo de administración. Y que era neutral (como su partido). Como Lloris seguía sin entender la mediación de un político, Jofre insinuó que quizá el estado de la contabilidad del club no era el más idóneo (se han tenido que hacer muchos fichajes en estos tres últimos años y las ventas no los han compensado en absoluto). Quería pactar, a cambio de la dimisión del consejo y de la promesa de que no harían oposición de ningún tipo, que no se sacaran a la luz los trapos sucios para no dar una mala imagen del club. Lloris debía saber que todo lo que afectara al club sería perjudicial para la imagen de la ciudad. Le puso el ejemplo de Gaspart y Barcelona. El Valencia es de todos. Lloris seguía sin entenderlo. Desde el Govern, aseguró Jofre, te ayudaremos en todo lo que haga falta para que el equipo alcance grandes éxitos. Sabemos que eso será bueno para la ciudad. Al decir aquello, Lloris aceptó (por Valencia y por su imagen, cualquier sacrificio era poco).

Al día siguiente por la mañana, como hacía con frecuencia desde el inicio de la campaña, Juan Lloris se dirigió a la sede electoral de Valencia, un local situado en la avenida de Aragón, muy cerca de Mestalla. Al bajar del coche se encontró con Júlia Aleixandre, que lo estaba esperando en la puerta. Lloris relacionó enseguida su presencia y la reunión con Jofre. Sospechó que estaba pasando algo fuera de su control. Aceptó tomarse un café con ella (le gustaba mucho, aunque físicamente no fuera su tipo de mujer; pese a sentirse amenazado por su ademán provocador, tenía aquel toque malicioso que lo excitaba, o quizá fueran las virtudes curativas del éxito lo que le estaba devolviendo el firme deseo por las mujeres). Lloris le contó su encuentro nocturno con Jofre. Júlia le preguntó qué era lo que le había ofrecido. Tras revelarle el pacto que habían acordado, Júlia le confesó que deseaba ser su asesora. Lloris le recordó a Júlia la traición de Oriol, le recordó la amistad que los unía. Dos recordatorios que insinuaban su desconfianza en ella. Estaba harto de asesores listillos. Pero ella había ido a verlo para darle una información de tanta importancia que lo convertiría en un hombre capaz de colmar todas sus aspiraciones. Júlia tenía planes para Lloris. Sin embargo, el candidato quería saber en qué consistía aquella información tan primordial. Júlia calló, como si meditara la conveniencia de decírselo antes de llegar a un acuerdo. Si es algo grande, le dijo Lloris, estoy dispuesto a hacerte un contrato blindado y convertirte en el miembro más poderoso de mi staff. Acto seguido le describió con qué condiciones económicas la contrataría, el blindaje y la disponibilidad de medios que le ofrecería para llevar a cabo sus planes. Pero antes quería saber por qué deseaba trabajar para él. Cuando se lo dijo, cuando entendió cómo la habían despreciado, Lloris comprendió que la información sería realmente crucial, y por qué Sebastià Jofre, un hombre clave en el entramado conservador, se había tomado la molestia de contactar con él, otro gran despreciado. Júlia le explicó en qué consistían los dobles contratos y qué función tenían. Entonces le comentó por encima cuál sería la mejor forma de aprovecharlos. Le aseguró que se entenderían muy bien, porque ella sabía lo que él quería y él entendió lo que estaba dispuesta a hacer. La contrató. Júlia permanecería en la sombra, urdiendo la estrategia.

El 23 de agosto, una semana antes de que empezara la Liga de Fútbol Profesional, a las diez de la mañana, tuvo lugar la asamblea del Valencia C. F. más concurrida de la historia del club. Se celebró en la Fonteta de Sant Lluís, el pabellón donde el Pamesa jugaba al baloncesto. Podían participar todos los accionistas con un mínimo de nueve acciones. Si al entrar no habían delegado sus acciones, se entendía que autodelegaban en el momento en que se acreditaban. Podían votar «sí», «no» o en blanco a los puntos del orden del día. La mesa presidencial estaba integrada por el presidente del club y por todos los miembros del consejo de administración, sentados por orden de importancia: vicepresidente, portavoz, tesorero… Al lado del presidente, el notario que daría fe con su acta de todo cuanto allí ocurriera.

Juan Lloris llegó a la Fonteta media hora antes de que se iniciara la asamblea, acompañado por Rafael Puren. Al bajar del coche recibió la primera ovación de los accionistas que se apiñaban ante la puerta, y la multitud de periodistas, mucho más numerosos de lo habitual en las asambleas, no tardó en sacarle titulares. Pero Lloris, prudente, declaró que estaba contento con la campaña; muy satisfecho de la acogida que tanto Bouba como él -Curull insistió en que mencionara al crack siempre que pudiera- habían tenido en las peñas -es una lástima que no haya podido asistir a todas-, pueblos y ciudades que visitaron. A la pregunta de si se consideraba el vencedor de la asamblea, el candidato dijo que primero había que escuchar a los accionistas, pero que, en efecto, al menos se consideraba el vencedor moral. No obstante, añadió que por respeto a la voz y al voto de los accionistas -sobre todo de los pequeños: ellos, con su limitado poder adquisitivo, sí que hacen un esfuerzo de valencianismo- no quería manifestar nada más, aunque se ponía a disposición de los medios informativos cuando finalizara la asamblea.

Entró en el pabellón rodeado de periodistas. Una azafata lo condujo a la primera fila, reservada a los grandes accionistas. Saludó a sus compañeros de butaca, que lo recibieron con mucha amabilidad. La mayoría del público lo ovacionó. Lloris correspondió con un saludo de humildad calculada.

Poco antes de que empezara el acto, el consejo de administración exhibió un vídeo promocional, en una pantalla gigante, con los goles del equipo. Se mostraron las victorias épicas contra el Barça y el Madrid de la anterior temporada. Se produjeron algunos silbidos por lo que se consideraba un abuso demagógico del poder. Pero Lloris aplaudió y todo el mundo acabó secundándole.

Después de la proyección del vídeo, al son del himno del Valencia, todos los miembros del consejo de administración ocuparon la mesa presidencial. Hubo una gran silbada. Un minuto más tarde, al hacerse el silencio, se empezó a cumplir el orden del día con el balance económico del ejercicio anterior. Era un aspecto muy aburrido y ningún accionista intervino. El segundo punto consistió en la lectura del presupuesto previsto para el año siguiente. Mientras el portavoz informaba, el presidente recibió una nota, detalle que no pasó desapercibido a Santiago Guillem. Las intervenciones de los accionistas sobre el modelo de presupuesto fueron interrumpidas por el presidente porque no eran pertinentes. Se quejaban del intento del club, finalmente frustrado, de traspasar a Kily González. Por una amplia mayoría los accionistas no aprobaron el presupuesto. A pesar de todo, se esperaba con auténtica ansiedad el apartado de ruegos y preguntas. Antes de llegar a aquel punto la mesa presidencial ordenó un receso. Todos los miembros de la directiva se retiraron por una puerta lateral. Lloris permaneció en el asiento, para evitar hacer declaraciones. La asamblea se retransmitía en directo por radio y procuraba que la euforia no lo llevara a cometer excesos verbales (hable sólo cuando sea necesario, le había aconsejado Curull, y cuando lo haga diga sólo lo que haga falta). Puren se fue a hablar con el grupo de accionistas que compondrían la junta de Lloris. El presidente del club entró en un despacho y llamó por teléfono a Sebastià Jofre, que seguía el curso de la asamblea por la radio. Ambos acordaron que el consejo de administración dimitiera en bloque. El presupuesto, la única esperanza que tenían, había sido rechazado y aquello suponía el prólogo a una derrota cantada. El presidente nunca llegó a saber que Jofre ya había acordado con Lloris aquella dimisión.

Quince minutos más tarde se retomó la asamblea con el apartado de ruegos y preguntas. El presidente cedió la palabra a un accionista que elogió el comedimiento del consejo de administración al no hacer ningún fichaje que hubiera lastrado aún más la ya maltrecha economía del club. Una bronca monumental le impidió seguir hablando. Entonces el presidente advirtió que anularía la asamblea si no se respetaban los turnos de palabra. Pero la gente siguió protestando y Lloris se levantó para pedir silencio. Tres accionistas más aprobaron la actitud del club. El quinto en hablar según los turnos previamente pactados fue Lloris. Se produjo una ovación clamorosa. El candidato volvió a pedir silencio. Entonces, dirigiéndose con voz potente a la mesa presidencial, con gestos enérgicos aconsejó a la directiva que, en vista de la reacción de la mayoría de los accionistas -que había rechazado el presupuesto-, dimitiera por dignidad. Si no lo hacían, presentaría una moción de censura avalada por los miles de accionistas que habían delegado en él. Lloris hizo hincapié en que el club necesitaba paz y tranquilidad antes de una temporada tan importante; calma posible si el actual consejo cedía el poder sin meterse en una guerra que a nadie beneficiaría. Como valencianistas debían pensar en la imagen del club, y por extensión en la de la ciudad. El presidente contestó que, antes de que tuviera lugar la asamblea, todo el consejo de administración ya tenía previsto dimitir si no les aprobaban el presupuesto, base sin la que un club no puede funcionar, por no decir que, sin eso, era imposible continuar ya que no contaban con su activo más importante, los accionistas. Pero, como valencianista, como socio con treinta años de antigüedad -por cierto, señor Lloris, hace muchos años que usted no viene a Mestalla-, no podía dejar de advertir a los accionistas, a la masa de aficionados, que el meteórico ascenso del candidato gracias a su fichaje estrella -un futbolista así de diecinueve años es una incógnita, por joven y africano, es decir, de cultura y costumbres muy distintas- acabaría llevando al club a una situación económica insostenible. A pesar de todo, el presidente y la junta respetaban, como demócratas, la voluntad de los accionistas, y por eso, sólo por eso, presentaban su dimisión.

En su turno Lloris replicó que Bouba ni por asomo pondría en peligro el patrimonio del club, del que él personalmente respondería si hiciera falta. Más bien al contrario, el fichaje del crack senegalés -no es ninguna incógnita y a su rendimiento en los últimos mundiales me remito, al interés del Bayern, del Inter y del Milan me refiero- abriría nuevos horizontes para la economía del club, ya que los mecanismos de funcionamiento del fútbol habían cambiado radicalmente con las posibilidades del merchandising (se le atragantó un poco el anglicismo). Pero era el momento de la acción y no de las palabras. Como muestra de buena voluntad, Lloris felicitó al consejo por la decisión de dimitir. Acto seguido entregó al notario el paquete de acciones que obraba en su poder y que le permitía dirigir el club con mayoría absoluta.

El público, que llenaba más de la mitad de las gradas del pabellón deportivo, dedicó una prolongada ovación a Lloris mientras el consejo de administración, con el vencido presidente a la cabeza, abandonaba la mesa presidencial, a la que subió el victorioso candidato. Desde allí reclamó la presencia del resto de los miembros que conformarían la nueva junta. Entre ovaciones -antes de que el notario tuviera tiempo de verificar el porcentaje de acciones que daba a Lloris el derecho de nombrar al nuevo consejo-, el autonombrado presidente fue presentando a los directivos. Después, en una sala especialmente habilitada a la que acudieron todos los periodistas excepto Santiago Guillem, Lloris inició una rueda de prensa. Guillem se acercó a la mesa presidencial y empezó a examinar los papeles que quedaban. Bajo el acta de la asamblea encontró la nota que le habían pasado al presidente recién dimitido: «Llama urgentemente a Jofre.» Se la guardó.

Rodeado por su junta -él sentado y los demás de pie-, Lloris no esperó a que los periodistas le hicieran preguntas. El presidente anunció que, desde aquel mismo instante, empezaba a tomar decisiones. Sobre los dos grandes núcleos del club, el área económica y la deportiva, dijo que personalmente se haría cargo de la gerencia -de forma provisional- y que no habría cambios en lo deportivo en vista del buen rendimiento en esa área. Tenía absoluta confianza en el secretario técnico. Además no eran convenientes cambios en la planificación deportiva una semana antes del inicio de la Liga. Exceptuando, por supuesto, la incorporación de Bouba, que ese mismo día se pondría a disposición del entrenador. Anunció la creación del área social, para la que ya había pensado en una persona de fuera de la junta, que oportunamente daría a conocer. Adelantó que sería una mujer. Y aunque aún no hubiera hablado con el mítico ex jugador Mario Kempes, tenía la intención de ofrecerle la presidencia de honor del club, al igual que el Real Madrid había hecho con Di Stefano. También para el área representativa del club nombraría a otro ex jugador. Quería incorporar a los más históricos, como Puchades y Claramunt, al organigrama del club. Anunció la creación de una línea telefónica directa con el presidente, para que todos los socios, accionistas y simpatizantes pudieran preguntarle cualquier cosa sobre el club. Dedicaría dos horas a la semana a atenderlos personalmente. Con carácter irrevocable renunciaba al sueldo de presidente y al chófer que tenía derecho a disfrutar. Dijo que el Valencia seguiría en la organización G-14 -grupo de presión de los grandes clubes de Europa-, pero no como convidado de piedra, como hasta entonces, sino con la voz decisiva que le correspondía, de acuerdo a su categoría. Por último dijo que esperaba la cooperación de las instituciones valencianas, y pidió unidad al valencianismo para alcanzar el gran sueño de ganar, por fin, la Copa de Europa. Conmigo el Valencia dejará de ser un segundón.