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Las dos primeras decisiones que tomó Juan Lloris fueron asistir personalmente a Madrid a la reunión del G-14 e impedir que los jugadores Aimar y Baraja actuaran en el partido, denominado «del siglo», que celebraba el centenario del Real Madrid. Los únicos partidos del siglo son los que juega el Valencia cada domingo, declaró ante la prensa de Madrid al acabar la reunión del G-14 (asesorado por Curull, Lloris presentó al G-14 un proyecto revolucionario consistente en la creación de una liga cerrada de dieciséis equipos que sustituiría a la actual Champions). Los aficionados dieron su aprobación a la negativa de Lloris. Marito Kempes, que ya actuaba como presidente de honor del club, añadió (para suavizar más que para matizar) que tanto Aimar como Baraja eran muy importantes en el esquema táctico del entrenador; una lesión inoportuna, en un partido amistoso, habría sido un contratiempo en pleno inicio de la Liga. Bouba -que también había sido reclamado para jugar el partido del siglo- no tenía la preparación adecuada, circunstancia que lo hacía aún más vulnerable a las lesiones.

A propósito del crack senegalés, Lloris y el entrenador tuvieron un encontronazo en su primer contacto. El secretario técnico presentó al entrenador ante el presidente al día siguiente de la asamblea, domingo, en las instalaciones del club en Paterna. Por si las moscas, Celdoni Curull acompañaba a Lloris siempre que podía. Con traducción simultánea a cargo del catalán, el presidente, después de abrazar al entrenador y darle un efusivo apretón de manos -era un inglés que había estado seis años en el Chelsea y que dirigía el Valencia desde hacía tres temporadas-, le dijo:

– Estarás contento con el crack que te he comprado.

Traducción de Curull:

– El señor presidente dice que el club ha hecho un gran esfuerzo para incorporar a Bouba.

Entrenador:

– Se lo agradezco. Es muy bueno. Hacía tiempo que seguía su trayectoria. Pero ahora mismo está falto de ritmo. Tendremos que esperar unas tres semanas para que debute.

Curull a Lloris:

– Está contentísimo y se lo agradece mucho. Lo hará debutar dentro de tres semanas. Le falta ritmo.

– Dile que si no debuta el domingo le rescindo el contrato.

– Señor Lloris, sea razonable…

– Díselo.

Curull, traductor:

– El señor presidente comprende los aspectos técnicos, pero le ruega que lo haga debutar, aunque sólo juegue unos minutos, por deferencia a los aficionados, que están enormemente ilusionados.

El entrenador:

– Entiendo la postura del señor presidente, pero el equipo y el club deben estar por encima de cosas así. Al fin y al cabo, los accionistas quieren que gane el equipo.

Curull al entrenador:

– Oiga…

– ¿Qué dice? -Lloris.

– Un momento, presidente. -Y al entrenador-: Oiga, el domingo jugamos contra el Recreativo de Huelva, un equipo en principio asequible. Sea razonable y hágalo salir unos minutos.

El entrenador vaciló. Jugó cabizbajo con un silbato que llevaba colgando del cuello.

– ¿Qué dice? -Lloris.

– Tenga paciencia.

– Está bien -dijo el entrenador-, procuraré que juegue el último cuarto de hora si el marcador está claramente a nuestro favor.

Curull a Lloris:

– Por consideración a usted, lo hará jugar durante unos minutos.

– ¡Todo el partido! La gente vendrá a verle.

– Señor Lloris, lo más importante es el resultado. Bouba jugará. Lo anunciaremos. El público entenderá que lo haga en la segunda parte. Es lógico. No ha hecho pretemporada con todos los demás. Le falta compenetración.

– ¿Más de diez mil millones de pesetas y necesita compenetración?

Curull al entrenador:

– El señor presidente respeta sus decisiones técnicas, pero de nuevo le ruega que, si el resultado es favorable, lo haga jugar.

– No tendré ningún inconveniente, pero en el área técnica no quiero intromisiones de los directivos.

– Puede contar con ello. -Curull a Lloris-: Dice que hará lo que usted quiera. Lo sacará en la segunda parte.

– Muy bien. -Lloris dio un satisfecho apretón de manos al entrenador-. Encantado de conocerle. Espero que pase aquí muchos años.

Traducción:

– El presidente está muy contento con su labor. Dice que las decisiones técnicas pertenecen exclusivamente a usted y espera que pase muchos años entre nosotros.

– Yo también. Disculpen, pero tengo una rueda de prensa. Recuérdele que tengo una revisión de contrato pendiente.

– Ahora mismo se lo digo.

El entrenador se marchó.

Lloris:

– ¿Qué te ha dicho?

– Que da gusto trabajar con presidentes como usted y que está en el mejor club del mundo.

– Normal. ¿Contra quién jugamos el domingo?

– El Recreativo de Huelva.

– ¿El Recreativo? Se llevarán media docena.

– No diga eso delante de la prensa, sería una falta de respeto al rival.

Domingo 31 de agosto. Mestalla es una olla a presión. En todas las gradas hay pancartas: «Gracias, Juan Lloris» (instigada por Puren, representante de las peñas en el consejo de administración), «Bouba, arrásalos», «Liga y Champions, al bote», «Este año, sí»… En la rueda de prensa del viernes, el entrenador había anunciado que convocaba a Bouba: estaba en mejor forma de lo que creía y era probable que jugara unos minutos. La sala vips, que precede al palco presidencial, está repleta de cargos institucionales y de líderes de todos los partidos. Según el protocolo, el alcalde, en ausencia del president de la Generalitat (de visita en Managua; a Londres, Berlín o Roma no iban nunca), es quien debe sentarse junto al presidente del club. Lloris se niega. Está convencido de que quiere aprovecharse de la popularidad que ahora mismo tiene él en la prensa. Curull insiste en que el protocolo debe cumplirse. A Lloris no le queda más remedio que aceptar (Curull ha llamado por teléfono a Júlia y ésta lo ha convencido: «Tienes que hacerlo. Aún no ha llegado la hora de enfrentarte a ellos»). Las azafatas acompañan a los invitados hasta su sitio en el palco. El alcalde busca al presidente para entrar con él, pero no lo encuentra por ninguna parte. Al final acaba entrando solo. Puren avisa a Lloris (encerrado en el lavabo) que ya puede salir. Un minuto antes de que empiece el primer partido de la Liga de Fútbol Profesional, Lloris accede solo al palco. Las peñas organizadas por Puren aplauden y contagian al resto del estadio, que lo recibe con una gran ovación que se encadena con la de la salida del equipo y el himno del club. El ambiente es extraordinario. Desde la tribuna de prensa, Santiago Guillem procura no perderse ningún detalle (ni recuerda cuántos años llevaba sin asistir a un partido de Liga). Unos metros más allá del palco presidencial ve a Salvador Ribas, el ex directivo que dimitió al descubrir los dobles contratos. Ambos se saludan discretamente, también con algo de complicidad.

Desde que empieza el partido, al público se lo ve con ganas de animar. El equipo está motivadísimo. Se nota en la total confianza del juego ofensivo que despliega ante un Recreativo encerrado en su área. Las ocasiones de gol son continuas. Pero unas veces el poste y otras la mala suerte o la mala puntería impiden que el Valencia se adelante en el marcador. La gente se impacienta. Empieza a oírse el nombre de Bouba. Cuando faltan dos minutos para el descanso, en una desafortunada acción del defensa Pellegrino -un mal pase al lateral-, el extremo del Recreativo intercepta el balón y, solo ante Palop -Cañizares, el portero titular, se había lastimado un pie en la cocina de su casa-, marca en la única ocasión del equipo rival.

* * *

Durante el descanso se reclamó de forma más que insistente la presencia de Bouba. Lloris quería bajar a los vestuarios para obligar al entrenador a que incorporara al crack senegalés. Curull se lo impidió para evitar que la prensa lo reflejara al día siguiente (hubiera dado una imagen muy poco seria del presidente). En la segunda parte, el alcalde, con diez minutos jugados y el marcador aún en contra, consoló a Lloris aprovechando que un cámara sacaba un plano del presidente. Lloris estaba convencido de que los políticos querían que su proyecto se hundiera. En el minuto quince, el entrenador hizo que Bouba se quitara el chándal y empezara a calentar por la banda. El público de tribuna se levantó a aplaudirle; el resto del campo le ovacionó. El gol norte y el sur corearon su nombre. Hasta el equipo pareció contagiarse de su presencia todavía simbólica. La apatía de los quince primeros minutos de la segunda parte (el Recreativo «dormía» el partido) se convirtió en un juego otra vez ofensivo aunque inconexo y poco vertical. En el minuto veinticinco, histórico, Bouba debutó en el Valencia. Se situó en la banda derecha, una especie de interior de ataque, sustituyendo a Angulo. En veinte minutos, Aimar marcó dos goles gracias a la movilidad del senegalés, que consiguió dejar atrás a la defensa del Recreativo en un par de ocasiones. La presencia de Bouba bastó para desbaratar los planes ultra-defensivos del Recreativo, que extremó tanto sus precauciones controlándolo que otros jugadores del Valencia se aprovecharon de ello. En el último minuto, un penalti generoso que el arbitro concedió a propósito de una caída en el área rival, llamémosla artística, de Bouba, significó el tercero y último gol de una victoria que el público y la prensa, de modo unánime, atribuyeron sin discusión al senegalés. Santiago Guillem contó cuántas pelotas había tocado Bouba: ocho. Apenas había participado, pero una psicosis de terror mediático se apoderó del Recreativo. Ya tenemos equipo.

Antes de que el alcalde pudiera felicitar a Lloris, el presidente se fue del palco seguido por un numeroso grupo de informadores de radio y televisión. Claudia, que no tenía ni la más remota idea de fútbol pero no quería perderse ningún partido, bajó a la zona de los vestuarios para abrazar a Bouba, que gobernaba como un príncipe su mundo de materia volcánica. Estaba enamorada (y ahora también orgullosa). Contractualmente aún pertenecía a Lloris, pero su corazón estaba con el senegalés, que, por otra parte, no necesitaba evocaciones zoofílicas para ser un hombre sexualmente correcto. Además, Claudia era consciente de la atracción de Lloris por Júlia.

A propósito de las atracciones sexuales de Bouba, Toni Hoyos -que en Senegal, cuando Curull no estaba, se encargaba de las diversiones del crack- lo había introducido, a petición del propio senegalés, en el circuito nocturno de Valencia. Bouba echaba de menos a las negras, pero ni se imaginaba cuántas llegaría a encontrar aquí. De forma discreta, Bouba se divertía muchísimo en ciertos locales que, gracias a sus generosos gastos, guardaban una prudencia exquisita para que no fueran de dominio público sus continuas juergas, con lluvia de farlopa incluida a espaldas de Hoyos.

El sorteo de la Champions se portó bien con el equipo. El Valencia formó grupo con el Galatasaray de Turquía, el Gdánsk de Polonia y el Arsenal de Londres. El primer encuentro, jugado en Mestalla contra los polacos, fue un festival de juego, de goles y de entusiasmo colectivo: ganaron por cinco a cero, con dos goles de Bouba, que, tras el primer partido de la Liga, fue titular indiscutible pese a que su forma física no era inmejorable. El entrenador estaba dispuesto a enfrentarse al presidente, pero no a la prensa y a la afición a la vez.

En octubre, más de un mes después del inicio de la Liga, el Valencia, junto a la Real Sociedad (el equipo revelación), abría la tabla de clasificación. En la Champions era el líder indiscutible (la prensa detallaba cuántos millones de euros ingresaba el club gracias a sus victorias europeas), con el Arsenal -que perdió en Mestalla por tres a uno- como segundo clasificado. En cada partido del equipo, miles de aficionados se quedaban sin poder entrar a Mestalla; la reventa hacía su agosto. Daba igual que jugara el miércoles, el sábado o el domingo (los clubes de alterne alrededor del estadio se multiplicaron); daba igual que lo televisaran o quién fuera el rival. Mestalla se quedaba pequeño (por cierto, Francesc Petit se había convertido en un habitual del palco: no se perdía ni un partido… al igual que Santiago Guillem). En pocas palabras, el juego del Valencia era similar al de las últimas temporadas, pero con la magia espontánea y resolutiva de Bouba (máximo goleador de la Liga española y segundo de la europea, por detrás del italiano Inzaghi), al que el público mimaba muchísimo, increpando con rabia a los defensas que lo marcaban encarnizadamente. Todo el mundo estaba convencido de que este año la Champions no se escaparía. La Champions, el gran sueño del aficionado, estaba al alcance de la mano. Así pues, había llegado el momento. Por lo menos el de la primera fase. Júlia se lo hizo saber:

– Primero dirás públicamente que Mestalla se ha quedado corto. Tienes que insistir mucho en ello.

– Diré que el Barça y el Madrid tienen campos con casi el doble de capacidad que el nuestro…

– A pesar de que el Valencia es el primero en la Liga y en la Champions. Una vez dicho esto, algunos articulistas, con los que ya he hablado, escribirán sobre la necesidad de ampliar el campo.

– Ya está ampliado.

– Sí, lo hizo Paco Roig. Pero como técnicamente cualquier otra ampliación es casi imposible, pediremos construir otro estadio a causa de la gran demanda de los aficionados. Ofreceremos tres alternativas; en dos ya estamos a punto de comprar terrenos que aún no están recalificados.

– ¿Y si el alcalde no los recalifica?

– Recurriremos al ejemplo del agravio comparativo con el Madrid. El Ayuntamiento de Madrid y el Estado lo ayudaron a pagar su deuda recalificando ilegalmente un solar. Nosotros no pedimos ilegalidades. Si no te ayudan, el Valencia jamás podrá competir con el Madrid. La afición, la ciudad, la comunidad, incluso la prensa está entusiasmada con el equipo. No podrá negarse.

– Se opondrán a que edifiquemos el campo en uno de mis solares.

– Es de una sociedad a mi nombre.

– Sabrán que estoy detrás.

– Pueden imaginárselo, pero no lo sabrán. En cualquier caso, siempre nos quedará el solar de Mestalla para nosotros.

– ¿Seguro?

– Segurísimo.

– ¿Porque tenemos los dobles contratos?

Júlia sacó unos papeles de una carpeta.

– He pedido que nos hicieran unas encuestas de valoración de personajes públicos. En estos momentos se te valora más que al president de la Generalitat. Eres el personaje más conocido.

– ¿Y si el equipo pierde?

– Entonces tu imagen se verá afectada. Por eso hay que empezar a actuar ya.

– Si soy el más valorado, si además tengo los dobles contratos en mi poder, les exigiré levantar el campo donde me dé la gana.

– No es el momento de usarlos. Ahora hace falta crear un estado de opinión favorable.

– Y luego les obligamos con los contratos.

– No. Tengo otros planes.

– ¿Qué planes?

– Primero creamos un estado de necesidad. Luego ya hablaremos. Sin una cosa no sería posible la otra. Pero es mejor que no sepas qué planes tengo. Pronto lo sabrás, pero mientras tanto es preferible que actúes sin condicionamientos previos.

– De acuerdo. Estarás contenta conmigo, ¿no? Te prometí que sería generoso contigo y lo estoy siendo.

– Cariño, te recuerdo que eres presidente del Valencia por los favores que hice al Front.

– Es cierto.

– Y también lo es que gracias a mis gestiones pudiste comprar tanto a Bouba como el paquete de acciones de Lluís Sintes. Soy tan desprendida contigo que no te he pedido nada a cambio.

– ¿No?

– Quiero decir a cambio de la «punta» que añadiste al fichaje de Bouba, que te permitió que las acciones de Sintes te salieran casi gratis.

– Eres una mujer muy completa. ¿Vendrás esta noche al apartamento?

– Iré a donde tú quieras.