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En la Liga se produjeron dos hechos significativos. La Real Sociedad, que lideraba la clasificación junto al Valencia, empató en su campo contra el Athletic de Bilbao, en el partido de máxima rivalidad vasca. El Valencia aprovechó el tropezón y ganó en el campo del Sevilla. Ahora el equipo del presidente Lloris mandaba a solas en la Liga española y en la europea. Los diarios valencianos no hablaban de otra cosa. Además, fue una semana protagonizada por el equipo, y especialmente por Bouba, ya que el sábado jugaban contra el Real Madrid, un partido clave para calibrar las auténticas aspiraciones del Valencia, que ciertos medios de prensa, sobre todo los madrileños, ponían en duda aduciendo que aún no se había enfrentado a equipos de peso.
Al día siguiente de la victoria en Sevilla, Lloris convocó una rueda de prensa para felicitar a los aficionados por su masiva asistencia a Mestalla -y subliminalmente felicitarse- y a la vez reivindicar una ampliación del campo. Estaba convocada a las doce del mediodía, pero no llegó a tener lugar. Júlia Aleixandre aconsejó a Lloris que la dejara para el lunes siguiente. Argumentó que una victoria sobre el Madrid dotaría de aún más fuerza a la reivindicación. Los aficionados, entusiasmados, apoyarían sin dudarlo las propuestas de su presidente. Además, era previsible que en un partido de aquellas características miles de espectadores se quedaran sin poder entrar a Mestalla.
Se desconvocó la rueda de prensa con el pretexto de una repentina indisposición del presidente. Por orden de Júlia, Rafael Puren provocaría una manifestación con los aficionados que el sábado no pudieran acceder al estadio. Cinco días antes del partido, el club publicó un anuncio de prensa advirtiendo que no quedaban entradas. La nota añadía que el Valencia C. F. lamentaba que muchísimos aficionados se quedaran fuera, pero que, dado el escaso aforo del estadio -se efectuaban comparaciones con la capacidad del Camp Nou y con la del Bernabeu-, no podía hacer nada al respecto.
Ni el president de la Generalitat quiso perderse el gran partido contra el Real Madrid. Si ganaba, el Valencia tendría la posibilidad de distanciarse cinco puntos de la Real Sociedad, que jugaba un encuentro difícil en el campo del Betis (el otro equipo revelación). Los políticos, con la máxima autoridad al frente del séquito, accedieron al palco presidencial (amablemente obligados a apresurarse por las azafatas) cinco minutos antes de que empezara el partido. Con cierta indignación ya tenían asumido que Lloris, cuando le convenía, entrara el último, poco antes de que el equipo saltara al césped de Mestalla. La ovación al presidente -que saludaba levantando los brazos sin ningún rubor- se confundía así de nuevo con la del equipo y con el himno del club. Todo aquello era una representación fantástica, emocionante. Cabe decir que la prensa local calentó el ambiente durante la semana previa al partido mediante la evocación de otros encuentros en los que la actuación arbitral había impedido la victoria del Valencia contra el Madrid. Aconsejado por Curull, Lloris no hizo ninguna declaración para prevenir que, llevado por la euforia, manifestara alguna salida de tono que la Comisión Antiviolencia hubiera penalizado. Por su parte, aquella semana Toni Hoyos se negó a llevar a Bouba de juerga. No obstante, el senegalés no se privó de continuarla por su cuenta.
Apenas iniciado el partido, los espectadores -sobre todo los vips del palco presidencial- escucharon el alboroto causado por los miles de aficionados que protestaban ruidosamente por no poder presenciarlo (se quemaron dos contenedores). Lloris comentó al president de la Generalitat que temía que cualquier día ocurriera alguna desgracia. El president no dijo nada. Santiago Guillem abandonó la tribuna de prensa para observar la manifestación desde uno de los balcones del campo. En un extremo de la calle vio a Rafael Puren. La policía detuvo a veinte manifestantes. Pero las protestas continuaron durante todo el partido.
La Real Sociedad empató en el campo del Betis; el Valencia ganó por dos a cero al Real Madrid, con un gol de «rabona» de Bouba -lo hizo ante una portería vacía- que los jugadores madrileños consideraron una burla, ya que perfectamente podría haberlo marcado con sólo empujar suavemente el balón. Como la «rabona» se produjo en el minuto ochenta y nueve, el final del encuentro fue una pelea multitudinaria entre los jugadores de ambos equipos. El Valencia, el equipo al completo -reservas incluidos-, se quedó en el campo hasta que los del Madrid se marcharon. Los aficionados les obligaron a saludar varias veces entre cánticos y ovaciones.
Fue entonces, al final del encuentro, cuando Lloris recibió la noticia de que dos jugadores del Valencia -uno era Bouba- pasarían por un análisis antidopaje. Hoyos comunicó de inmediato a Curull que quizá el crack daría positivo. Entonces el catalán le dijo a Lloris que protestara enérgicamente ante el médico del Consejo Superior de Deportes, el especialista que debía realizar el análisis. Curull necesitaba ganar tiempo para convencer a Claudia de que sustituyera a Bouba en su cometido (tenía que mear en un pequeño bote). La cubana se negó, pero Curull insistió diciéndole que la carrera de Bouba estaba en juego. Sólo tendría que entrar en el lavabo de la estancia en la que se iban a tomar las muestras. Ya le avisarían cuando tuviera que salir. Por amor, Claudia se encerró en el lavabo (la llevó hasta allí el encargado del material). El médico no admitió las protestas de Lloris, incluso se indignó por su actitud. ¿Cómo podía ignorar el presidente de un club tan importante que los análisis se hacían por sorpresa? Aclarado el malentendido, Bouba entregó el pequeño bote. Dos días después, los médicos del Consejo Superior de Deportes se quedaron a cuadros ante el resultado de la analítica: Bouba estaba embarazado. Obviamente se trataba de un error. Además de expedientar al médico que había realizado el análisis, no lo hicieron público para evitar el ridículo. Acordaron realizar otro análisis al senegalés, pero acabaron desistiendo para evitar un previsible escándalo propiciado por el presidente del club, que lo habría aprovechado para manifestar que se trataba de un acoso a su estrella (ya había declarado que Zidane aún no se había sometido ni a un solo análisis antidopaje).
Lloris convocó la rueda de prensa aplazada a la misma hora del lunes anterior. El Valencia sacaba cuatro puntos de ventaja a la Real Sociedad y también era líder destacado de su grupo europeo, y lo más importante: aventajaba por ocho y diez puntos respectivamente al Madrid y al Barça, considerados los únicos rivales dignos de tener en cuenta dado que los equipos revelación suelen perder gas a media temporada. Ante una sala de prensa llena hasta los topes, el presidente manifestó que el motivo de la convocatoria estaba relacionado con la petición de ampliar el estadio que el club quería hacer al Ayuntamiento. Tal como los periodistas habían tenido ocasión de comprobar, la capacidad de Mestalla era del todo insuficiente. El sábado se habían quedado fuera más de quince mil aficionados, aficionados que habían acudido desde todos los puntos de la geografía valenciana. Si la ampliación no era técnicamente posible, entonces pedía un nuevo estadio. Lloris advertía -confesó que así se lo había dicho al president de la Generalitat- que en otra manifestación semejante podría tener lugar una desgracia irreparable. El club no podía hacer nada por satisfacer la multitudinaria demanda de los aficionados, y por supuesto se lavaba las manos ante cualquier incidente grave que pudiera ocurrir. Ahora bien, hacía constar que condenaba las actitudes de ciertos aficionados -por los dos contenedores quemados-, aunque entendía su indignación por no poder ver a su equipo.
La reacción del alcalde fue inmediata. Ni siquiera esperó a recibir las consignas de su partido, consistentes en no seguir el juego de un demagogo como Lloris. Además, Sebastià Jofre tenía pactado un acuerdo verbal con él -acuerdo que el alcalde ignoraba- favorable a la consecución de tratos beneficiosos para ambas partes. Tan pronto como se enteró por una emisora de las exigencias del club, el acalde manifestó que la ciudad aún sufría graves carencias en lo referente a instalaciones de deporte base como para pensar en construir otro estadio. Eso, añadió, no pasaba de ser una quimera actualmente. Enseguida Sebastià Jofre lo llamó por teléfono para advertirle que no siguiera con su dialéctica hostil hacia Lloris. En principio el alcalde se rebeló, confiado en el poder que le otorgaban sus tres mayorías absolutas en las tres últimas elecciones, pero Jofre lo convenció pidiéndole que negociara porque así lo deseaba el president de la Generalitat.
La mañana fue intensa, repleta de declaraciones y réplicas. Lloris, al ser informado de las palabras del alcalde, manifestó que la administración municipal, negándose, estaba en contra de miles de valencianos; miles de ciudadanos que querían que su club, el que representaba a la ciudad gobernada por el alcalde, incluso a toda la comunidad, fuera tan digno como el Barça y el Madrid, clubes que sí eran respetados por sus instituciones políticas.
Horas después, el alcalde declaró que no había nada más lejos de sus intenciones que perjudicar al club. Era socio desde los quince años. Quizá se habían malinterpretado sus palabras; quizá no se había expresado con la suficiente claridad. En cualquier caso estaba dispuesto a estudiar la situación. Pero dada la envergadura del asunto se tendría que hablar mucho de ello y sin prisas (faltaban ocho meses para las elecciones municipales y prefería aplazar el problema). Invitaba al señor Lloris a hablar de ello. El presidente del club dijo que aceptaba reunirse de inmediato. Cuando se trataba de algo tan importante para los valencianos nada les debía impedir reunirse enseguida. Por su parte, el alcalde dijo tener la agenda repleta; no obstante, ante una cuestión tan indispensable y primordial, aplazaría todas sus citas.
Júlia Aleixandre planificó la reunión entre la primera autoridad municipal y Lloris haciendo especial hincapié en la ampliación de Mestalla, a la que el alcalde sin duda se opondría. A partir de entonces tendrían que ser ellos los que aportaran una solución. Y si ésta no se llevaba a cabo con rapidez -o si al menos no se comprometían públicamente a llevarla a cabo-, la protesta y la indignación de los aficionados alcanzarían límites nunca vistos, de los que sólo las autoridades políticas serían responsables.
El alcalde pidió discreción para su primer encuentro. Pero, a causa de una filtración que Lloris negó con vehemencia (comprometió su palabra), ante la puerta del consistorio se amontonaron enviados de casi todos los medios de comunicación. Cuando el presidente del club bajó del coche -conducido por Puren- pensaba que el alcalde lo recibiría en la misma puerta, pero en su lugar no acudió ni siquiera el concejal de deportes. Un bedel lo acompañó hasta el despacho de la autoridad municipal. Pero antes Lloris declaró a los «amigos» de la prensa que esperaba y deseaba una solución, ya que si no se llegaba a un acuerdo las aspiraciones del Valencia quedarían frustradas. No añadió nada más.
Acostumbrado desde que dirigía sus empresas a que las reuniones fueran rápidas y eficaces, inmediatamente después de saludar al alcalde (lo cierto es que con mucha frialdad) fue al grano: el club necesitaba un estadio como los del Barça y el Madrid. El alcalde respondió que haría todo lo posible -descartada previamente la ampliación porque los arquitectos la desaconsejaban- con tal de solucionar el problema. Para conseguir un golpe de efecto dijo que de hecho él, siendo un hombre pragmático, ya había pensado en una alternativa: construir un gran estadio (con capacidad para más de cien mil espectadores) que compartirían el Valencia y el Levante, el otro equipo de la ciudad. Júlia había previsto aquella propuesta. De modo que Lloris se negó rotundamente. En primer lugar, los intereses deportivos del Levante y los del Valencia eran muy distintos. En segundo lugar, la representación social del Valencia era enorme comparada (eso sí, con todos los respetos) con la del Levante. Y, para terminar, las experiencias de estadios compartidos ya se habían llevado a cabo en Sevilla con resultados nefastos para los dos equipos de la ciudad.
El alcalde trató de persuadirlo, intentó hacerle entender que la ciudad, el Ayuntamiento, no tenía capacidad presupuestaria para construir dos estadios (el Levante también estaba en su derecho). Si construían uno para el Valencia, los del Levante querrían otro. De modo que la mejor solución era compartirlo. Según lo planeado por Júlia, Lloris tenía que levantarse indignado y marcharse en cuanto tuviera lugar la primera discrepancia insalvable. Así pues, el presidente del club dejó al alcalde con la palabra en la boca y se fue montando en cólera, sin hacer declaraciones pero evidenciando su enojo, que, por sí mismo, ya era un titular de primera. Los fotógrafos captaron todas y cada una de las teatrales gesticulaciones de Lloris.
En el coche le contó a Rafael Puren el desprecio que había sufrido. Lloris estaba más que enfadado: el Valencia, sus socios, sus peñas, la masa social, la ciudad, la comunidad, no merecían algo así. Preocupado, Puren pensó en el enorme agravio comparativo que suponía la negativa del Ayuntamiento. Jamás podremos competir en igualdad de condiciones con los grandes clubes. Construir un nuevo estadio y vender Mestalla, además de poseer un campo para cien mil espectadores, implicaría pagar las deudas que lastraban la economía del club y disponer de una gran cantidad de millones de euros para fichar a los mejores jugadores y alzarse como equipo invencible. Asimismo pensó en el gran sacrificio del señor Lloris, en su valencianismo indiscutible, en el espectacular progreso actual del equipo, en las ilusiones que todo el mundo -especialmente él- había depositado en éste… Pensó en la injusticia que cometían con su club, del que ahora formaba parte como directivo importante gracias al señor Lloris. Pensó que algo tendría que hacer por su presidente, por el Valencia, por Valencia. ¿Acaso no lo había hecho por otros que, por supuesto, no merecían ni por asomo el respeto, la consideración y la admiración que él profesaba al presidente Lloris? Presidente, le ayudaré. El lado más humano de Lloris se enterneció. Un hombre humilde, un hombre fiel, Puren. Quizá no era una persona de gran inteligencia, pero su lealtad, para un hombre al que le había faltado tanta, era el bien más preciado.
Júlia esperaba a Lloris en el despacho del Edificio Europa que el ex constructor aún conservaba. Evitaba aparecer por cualquier sitio directamente relacionado con el club. Su mala experiencia con los conservadores le había servido para aprender que mandar en la sombra la protegía un poco más de sus rivales. Lloris le contó la entrevista y ella lo felicitó por su comportamiento.
– Mañana mismo haré públicos los dobles contratos.
– No lo harás.
– Es nuestro mejor recurso.
– Por eso no debes malgastarlo.
– ¿Malgastarlo? Tendremos un estadio nuevo.
– Lo tendrás igualmente.
– ¿Cómo?
– Presentándote a las elecciones municipales. Serás alcalde de Valencia.
¡Alcalde de Valencia! Lloris pensaba que Júlia Aleixandre no sabía que precisamente aquél era su mayor sueño. Sí que lo sabía; y también que era la persona más valorada actualmente, por encima de un alcalde con tres mayorías absolutas seguidas y hasta por encima de doña Concha Piquer (los valencianos siempre la puntuaban con una nota alta). No era ninguna suposición, eran hechos constatados.
– Júlia, no tengo un partido, no tengo…
– Tienes a miles y miles de aficionados; miles de votos. Más de los que el alcalde podría imaginar.
– Los tengo en el fútbol.
– Los tienes en la política. ¿Qué mejor programa que el de prometer, entre otras cosas, un nuevo estadio para que el Valencia sea el equipo más potente de Europa? ¿Qué mejor publicidad para la ciudad que ser reconocida, a través del fútbol, en todo el mundo? Para millones de personas el triunfo de su equipo es más importante que el éxito de su partido político o la implantación de su ideología. Serás un alcalde transversal: todos te votarán, todos son del Valencia. Si el equipo pierde la Copa de Europa, los ciudadanos se llevan un disgusto enorme. Tras las dos que perdió, el rendimiento laboral fue de un treinta por ciento menos durante las semanas posteriores. El fútbol arrastra a la política. Las noticias más importantes de los conservadores, las que les interesan electoralmente, son las que los informativos de Televisió Valenciana emiten antes de la sección de deportes.
Júlia le mostró una serie de encuestas.
– Hace semanas que están en mi poder. No he querido enseñártelas hasta que llegara el momento. Si te presentaras ahora mismo como candidato a la alcaldía alcanzarías una representación considerable.
– Pero no sería alcalde.
– Lo serás cuando la gente sepa que sólo tú eres capaz de construir un nuevo estadio. Lo serás cuando el equipo gane la Copa de Europa. Tendrás a miles y miles de aficionados apoyándote.
– Si ven que van a perder la alcaldía harán el estadio.
– Ahora ya no nos basta con eso. Queremos más. Queremos que seas alcalde. Recurriremos a los dobles contratos si es necesario. No pueden hacer nada.
– ¿Dejaré de ser presidente?
– No son cargos incompatibles. Pero si la oposición nos plantara cara en ese aspecto pondríamos a un hombre de paja en el cargo.
– Puren. Es un hombre fiel.
– Quien sea. Igual que hizo Berlusconi con el Milan.
¡Berlusconi! ¡Juan Lloris, el Berlusconi de Valencia! Él, que procedía de una familia humilde, sería comparado con todo un estadista. Estaba tan orgulloso, tan satisfecho, tan eufórico, que se habría follado a Júlia allí mismo. La cogió por los hombros emocionado, ligeramente erecto. Ella, sin embargo, le apartó las manos con una sonrisa explícita y a la vez misteriosa:
– Tendremos tiempo para estas cosas. Ahora debes centrarte. Tenemos que planearlo todo.
– ¿Qué tengo que hacer?
– En noviembre jugaremos contra el Barça. Puren organizará otra manifestación, pero todavía más contundente. Si ganamos convocarás una rueda de prensa para hacer declaraciones contra el alcalde. Habrá heridos. Poco a poco iremos creando un clima irrespirable que se vuelva contra ellos. Si las cosas van como hasta ahora, el equipo gozará de una gran ventaja sobre cualquier rival y la ciudad estará entusiasmada pero también indignada con los políticos. Entonces habrá llegado el momento de anunciar tu candidatura.
– Si supieras lo que tengo pensado hacer cuando sea alcalde… Pagarán por todo lo que nos han hecho.
– No pagarán nada. Mientras no tengamos la alcaldía segura necesitaremos aliados para dividirles. Su primera reacción, la de todos los partidos, será unirse en nuestra contra. Pactarán un acuerdo postelectoral para impedir que seas alcalde. Pero lo tienen difícil: los conservadores tendrán que explicar los dobles contratos y los del Front la financiación ilegal de las últimas elecciones.
– Fui yo quien los financió.
– ¿Dónde hay constancia de eso? No existe ningún papel. Diremos que es una difamación. En cambio ellos tendrán que demostrar cómo llevaron a cabo una campaña muy por encima de sus posibilidades económicas, incluso con más fondos que los socialistas. Tú dispones de un activo de miles de personas de todas las condiciones sociales. Haremos que afloren con rabia casi cien años de frustración de miles de aficionados. ¿Sabías que la final de la Copa de Europa tendrá lugar el mismo mes que las elecciones municipales?
No lo sabía. En realidad Lloris prácticamente no tenía ni idea de cuál era el calendario del equipo. Así pues, ¿su destino político estaba ligado a las peripecias deportivas del club? En el peor de los casos siempre tendría el as en la manga de los dobles contratos. Pero, como decía Júlia, era mejor insinuarlo que mostrarlo. Estaba satisfecho con su aportación a todos los niveles. Una vez despedida la cubana, responsabilidad traspasada a Curull -para tapar el escándalo de la paternidad de Bouba abortó a cambio de un puesto de trabajo como azafata en el club-, Júlia ocupaba un vacío en la vida de Lloris. Era ambiciosa, sí, pero sus ideas, su forma de planificarlas y ejecutarlas, lo llevarían muy probablemente a cumplir todos sus sueños. Le gustaba aquella mujer tan implacable y decidida. No como Oriol Martí, un pusilánime incapaz de dar un paso sin tenerlo todo controlado. Júlia era igual que él y quizá por eso se entendían. Tenía la sensación de que la gente de su entorno formaba un buen equipo de trabajo: Curull, una especie de comodín del club, era un hombre de palabra, y Rafael Puren, el ayudante fiel dispuesto a todo por él.
En aquel mismo instante Puren recorría las instalaciones del campo buscando el punto ideal para prender un fuego que se extendiera con la máxima rapidez por todo el Mestalla. Si las autoridades no querían construirles un nuevo estadio, si los sometían a la humillación de tener que compartirlo con un club con tan pocas aspiraciones como el Levante, él pondría remedio a todo aquello como mejor sabía hacerlo. Era una lástima que ni las oficinas del club ni la sala de trofeos estuvieran ya en el estadio. Habrían sido el lugar perfecto para provocar un incendio que, además, nadie sospecharía que hubiera causado un miembro del consejo de administración o alguien cercano a éste: ningún valencianista sería capaz de incendiar los trofeos, la historia viva del club; el equipo iba bien y no les interesaba un incidente como aquél. Hasta entonces, todos los incendios que había llevado a cabo habían sido coser y cantar. Pero un campo de fútbol… No recordaba que hubiera pasado nada semejante en un estadio. Tendría que demostrarse que era capaz de lo más difícil. Tenía que hacerlo por el señor Lloris. ¿No lo había hecho por su jefe, por una empresa que no era la suya? Con más motivo lo haría por lo único que valía la pena en su vida: el Valencia.
Fue a la sala de materiales. Todos los empleados estaban en las instalaciones de Paterna. En la sala se amontonaban camisetas, chándales y petos de entrenamiento. Material inflamable. Además, se encontraba debajo de la tribuna, justo debajo de la sala de vips y del palco presidencial. Echó un vistazo rápido: había suficientes camisetas para provocar un incendio. ¿Con cuál de ellas lo iniciaría? ¿Con la de Kily? ¿Con la de Aimar? Su preferido era Baraja. Pero ahora también estaba Bouba (como había sido el último en llegar le habían dado el dorsal número veintitrés). Pensó en un paralelismo metafórico: si con sus goles el senegalés incendiaba al público, su camiseta serviría para que de las cenizas surgiera el Valencia del siglo XXI. A pesar de todo, para asegurarse, provocaría otro incendio en los vestuarios. Por dos puntos distintos sería infalible. Cerró la puerta de la sala y salió a la calle a buscar una ferretería para que le hicieran una copia de la llave.