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El auténtico nombre de Toni Hoyos era Josep Vallès. Toni Hoyos era el ayudante de confianza de Celdoni Curull; Josep Vallès era un prófugo de la justicia española. Vallès, empleado en el bufete de abogados más importante de Valencia, se marchó a África semanas después de llevarse la provisión de fondos de todos sus clientes. Pero no se llevó a Núria, mujer a la que había prometido amor eterno. Primero vivió en el Hotel Paris de Montecarlo, uno de los más caros de Europa, sólo durante unas semanas. Cuando se le fueron acabando las provisiones huyó a Burkina Faso (tras una breve estancia en Ginebra), aconsejado por otro prófugo valenciano que se había hecho rico exportando chufa para horchata a Valencia. Pero dirigir empresas nunca fue la debilidad de Josep. Además, la aureola emprendedora que había dejado su paisano en Burkina no era el ambiente más adecuado para recibir a otro valenciano. De allí pasó a Namibia, un país que resultaba aburrido para un espíritu crápula como el suyo. Por fin se detuvo en Senegal, donde sus ahorros se fundieron ante la especial atracción que sentía por el caos erótico de las negras.

Casi sin blanca, se instaló finalmente allí mismo, en un hotel de Dakar, una ciudad en la que los blancos son más que visibles. Hoyos contactó con Curull ante la puerta de la embajada española, desesperado y a punto de entregarse a las autoridades. El catalán salía de una recepción a propósito del cumpleaños del rey (gran celebración senegalesa). Curull, que ya era agente FIFA, lo acogió por dos razones: porque necesitaba un ayudante (solía viajar mucho por Europa) y porque, según le contó Hoyos, había huido de Guinea por actividades políticas contra el régimen, evasión con la que Curull se solidarizó.

La misión de Hoyos era encargarse de la cantera de jugadores controlados por Curull, en especial de la figura, Ndiane Bouba, máximo goleador de la liga senegalesa y objeto de deseo de los mejores equipos de Europa (deseo algo exagerado por el intermediario). Bouba, de diecinueve años, era un poco juerguista y Curull se lo confió al valenciano, que, como hombre comprensivo con las debilidades humanas, se hacía el tonto ante las escapadas nocturnas de la estrella. Eso sí, siempre lo acompañaba a fin de que las juergas no tuvieran ninguna consecuencia irreparable para la proyección del crack. El Alexandra House era el night-club predilecto de Bouba (no hace falta decir que en aquel local Hoyos se sentía como en casa).

Toni Hoyos fue a recoger a Curull al aeropuerto con el Mercedes recién estrenado del catalán. En los países africanos se evidenciaban grandes contrastes sociales, generalmente a favor de los blancos, y de ahí que fueran muy respetados por la población. Curull acababa de llegar a la terminal del aeropuerto y Hoyos ya veía en su cara el fracaso en su intento de traspasar a Bouba al Barça. Aquello y el ineluctable calor africano, al que no lograba acostumbrarse, provocaban su mal humor. Para alegrarle la cara, Hoyos informó a Curull de las novedades sobre Bouba, todo buenas noticias: goleaba y se portaba bien. Además, iba progresando en inglés y en español. Ah, y en valenciano.

– ¿De verdad le has enseñado palabras en valenciano?

– Cuatro tópicos por si acaso.

– No te habrá pasado por la cabeza que Bouba pueda fichar por el Valencia. No es que os esté despreciando, pero…

– ¿Y por qué no? Es un club saneado, sólo debe ciento cincuenta millones de euros.

– Tendrían que hacer una oferta.

– La harán, Curull. Por fuerza han de hacerla: un club que ha ganado una Liga después de treinta y un años y que ha quedado dos veces subcampeón de la Champions ni puede rebajar su nivel ni dejarán que lo haga. La afición no se lo perdonaría.

– No lo tengo muy claro. Hay que vivir de realidades y las que más se acercan son el Bayern, el Inter y el Milan, que están muy interesados.

– Hombre, interesados, interesados…

– Por lo menos han preguntado.

– Y el Madrid también.

– Descartado.

– ¿Y si los demás no vuelven a preguntar?

– Rebajaremos el precio. Si ficha por el Madrid y les da buen resultado, en Igualada me capan.

– Pero no verían mal que fichara por el Valencia. Somos el club bisagra entre el Barça y el Madrid.

– La verdad es que el Valencia sería un mal menor -observó Curull-. Y en cualquier caso alguna solución tendrá que ocurrírseme. Los gastos son mayores cada día. Tenemos que darnos prisa en traspasarlo. Por cierto, ¿lo has cambiado de hotel?

– Sí, al Continental… en una suite.

– ¿En una suite?

– Me amenazó. Si no transigía, no hubiera jugado el domingo.

– Sabe del interés de los clubes importantes y me presiona.

Taciturno, Curull se bebió la cerveza y pidió otra. La suite de Bouba era otro quebradero de cabeza añadido a la contabilidad de la empresa. Ahora sólo faltaba que reclamara residencia en el hotel para su padre y sus ocho hermanos. Las familias africanas suelen ser numerosas. Entonces la factura de la manutención, sin contar su sueldo mensual y el hecho de que para tenerle en propiedad Curull había tenido que comprar el club en que jugaba y subvencionarlo todos los años (la FIFA no permitía que ningún particular comprara a un jugador), se dispararía hasta la estratosfera.

– ¿Tienes contactos en el Valencia?

– Indirectamente. Mi cuñado es diputado autonómico.

– ¿Del partido que gobierna?

– También indirectamente. Han decidido el Govern, pero son un partido minoritario.

– ¿Cuál?

– El Front Nacionalista Valencia.

– ¿Separatista?

– Están en ello.

– ¿Con quién gobierna?

– Con la derecha.

– ¿Y dices que son separatistas?

– Coyunturas políticas. Con un siete por ciento de los votos no querrás que declaren la independencia.

– Mira que sois raros los valencianos. Un partido que dices que es separatista y que da el Govern a la derecha…

– Convergencia gobernó con el Partido Popular.

– Ni me lo menciones. Yo soy de Esquerra. ¿Te he contado que mi padre fue chófer de Companys por un día? Vino a Igualada a hacer un mitin…

Aquí haremos un inciso para que Celdoni Curull recite a Hoyos algo que éste ya sabe de memoria. Mientras se lo contaba, Hoyos hacía como si le estuviera escuchando. Ya se había acostumbrado a las debilidades nostálgicas del catalán. Total: Companys fue a Igualada y, por la noche, tuvo que volver a Barcelona con el padre de Curull, porque el coche del político se averió y el mecánico del pueblo, militante de la FAI, se negó a repararlo.

– … En fin, dejémonos de sentimentalismos y vayamos al grano. ¿De modo que el Valencia sólo debe ciento cincuenta millones de euros?

– Según su último presupuesto. Pero el club tiene patrimonio.

– Vamos, haz las maletas. No perdemos nada por intentarlo -dijo en tono confiado.

– Me haces feliz. Tengo muchas ganas de volver a Valencia.

– ¿Y cómo es que has pasado tanto tiempo sin ver a la familia?

– Es una historia muy larga. No quería volver hasta que no tuviera perspectivas de futuro.

– ¿Te entiendes bien con tu cuñado?

– Era el único que me comprendía. Siempre estuvimos juntos en la lucha, desde la transición.

– A ver si los valencianos sois capaces de una vez por todas de cambiar la historia.

– Me parece que está a punto de dar un vuelco.

Celdoni Curull asintió con algo de escepticismo. Por tradición familiar mantenía una desconfianza atávica hacia los valencianos (tanto su padre como él habían tenido problemas comerciales con empresas valencianas de la madera). Personalmente apreciaba a Toni Hoyos, no tenía ninguna queja de su ayudante. Pero los valencianos, en conjunto… Suspiró y se secó la frente con el puño de la camisa. Tantos años en África lo cansaban. Bouba lo retenía allí. Su futuro económico pasaba por la venta de la joya senegalesa, lo único que podía compensarle por las calamidades sufridas.

Un jueves de junio Toni Hoyos aterrizaba en Manises, aeropuerto que no tenía casi nada que envidiar al de Dakar (por circunstancias geográficas el clima era distinto). Con el pelo casi cortado al uno y gafas oscuras subió a un taxi y, gracias a las dietas laborales de Curull, se alojó en el Meliá Plaza, el antiguo hotel Oltra, en plena plaza del Ayuntamiento. Camino del hotel, Hoyos se dedicó a examinar los cambios producidos en la red viaria de acceso a la ciudad. Los polígonos industriales se habían multiplicado en poco tiempo. El consistorio llevaba a cabo obras por todas partes, ya que al cabo de unos meses tendrían lugar las elecciones municipales. Le llamó la atención la cantidad de edificios que se estaban construyendo, las numerosas grúas que se alzaban por todas partes, precisamente en una ciudad en la que un informe cifraba en cincuenta mil las viviendas desocupadas. ¿Se había convertido Valencia en un lugar de oportunidades? Sin embargo lo más interesante, como tuvo ocasión de comprobar, era la gran cantidad de información deportiva que llenaba a rebosar los diarios. Todo el mundo parecía aficionado del equipo de la capital, rompiendo una perversa dinámica de años por la que el Barça y el Madrid se habían repartido las principales peñas del país. Los niños lucían la camiseta del Valencia, de algún balcón aún colgaba la bandera del equipo, de un blanco teñido de polución.

Llegó al hotel a las diez de la mañana, con una leve brisa de levante que lo eximía del bochornoso recuerdo africano. Recién salido de la ducha, todavía húmedo, observó que sufría una erección. ¿Había ejercido Valencia su encanto? Por desgracia, la ciudad no estaba tan bien dotada. La erección era producto del recuerdo de Nùria, su amable y afectuosa compañera de bufete. Cuando de forma urgente tuvo que irse de Valencia la echó de menos durante un tiempo; pero luego la distancia -sumada a la sensualidad de las mujeres africanas- atenuó su nostalgia hasta el olvido. Pero quizá el paisaje, la memoria de los rincones compartidos, le había devuelto el deseo. ¿Aún le amaría? ¿Aún se acordaría de él? Difíciles preguntas para un individuo que había interrumpido la relación sin dejar ni una nota de despedida. Precisamente a Nùria, que tantos sacrificios había hecho y tantas normas había transgredido por él. ¿Le había perdonado? A lo mejor el tiempo lo cura todo, pero prefería no arriesgarse cuando tenía entre manos el mayor proyecto de su vida.

Salió del hotel y decidió dar un paseo nostálgico por el barrio del Carme. Descubrió locales nuevos, cerrados a aquellas horas, y pasó por delante de los bares que durante un tiempo había frecuentado. Lo escudriñaba todo con esa atracción instintiva por lo no perdurable. A las doce se sentó en la terraza de un bar de la plaza de la Virgen y pidió una horchata. La probó y constató que la materia prima no era de Burkina Faso. La chufa africana producía un líquido más espeso y un poquito más dulce. Quizá la mezclaban con agua. A primera hora de la tarde caminó un rato por el paseo de la Malvarrosa, hasta que le entró hambre y, en el restaurante La Marcelina, antaño frecuentado por Hemingway, pidió marisco, vino blanco y un plato de paella. Aunque el marisco era de vivero, sin duda sabía mejor que el africano. De nuevo en taxi recorrió el llamado bulevar de la Periferia Sur, una intervención urbanística que iba desde el hospital Provincial, pasando por Tres Creus, el Cementen General y la Creu Coberta, hasta la Pista de Silla, en donde se había interrumpido en espera del reinicio de un proyecto que conectaba Valencia de un extremo a otro. La obra, inmensa, convertía muchos espacios de huerta en zonas urbanizables. Luego se dirigió a la carretera de Ademuz, llena de construcciones casi de lujo a ambos lados; visitó los numerosos edificios que como setas habían crecido alrededor de la Ciutat de les Arts i les Ciències. Encontró Valencia con el aspecto de una city, de un auténtico hervidero de negocios.

Con un buen puro se dejó caer por el pub Aquarium, casi en el corazón de la Gran Vía, en cuyo paseo central, cobijado por árboles centenarios, se iban depositando los zurullos de los perros con más pedigrí de Valencia. Después de tragarse dos gin-tonics llamó por teléfono a su cuñado, Vicent Marimon, secretario de finanzas del Front y diputado en las Corts. Marimon recibió la llamada en el despacho de Francesc Petit, mientras ambos comentaban los problemas de la cohabitación política con los conservadores y la búsqueda de una nueva sede.

– Si quisiéramos una grande y céntrica ya la tendríamos.

– ¿Y por qué no la tenemos? -preguntó el secretario general.

– Porque son ofertas muy generosas, tanto que son sospechosas.

– ¿Y qué? Seguro que conservadores y socialistas también se han aprovechado de cosas así al construir sus sedes.

– Las ofertas que estamos recibiendo nosotros son demasiado altruistas. Un tipo, un constructor, un tal Joaquín Solbes, nos vende dos pisos en la calle Colón prácticamente por el mismo dinero que sacaremos de nuestra sede, que por cierto está dispuesto a quedarse.

– En la calle Colón ni gratis. Es zona pija y además por allí pasan las manifestaciones más radicales. Nos la destrozarían a pedradas. ¿Alguna zona más?

– En la avenida de Aragón. Una planta baja de seiscientos metros cuadrados junto a la redacción del Superdeporte.

– ¿Cuánto dinero? -preguntó jugueteando con el estuche de los puros.

– Por la situación es muy barata. Con la venta de la sede y un crédito de medio millón de euros sería nuestra.

– Cómprala.

– Francesc…

– Ya lo sé, ya lo sé. Tendremos que devolver el favor. Pero eso ya se verá. Al fin y al cabo nosotros pagaremos lo que nos pidan. No les deberemos nada.

– Eso es relativo, porque nos piden pensando en la contraprestación.

– Lo que es relativo es la obligación de devolver favores. No figura en el contrato.

Entonces sonó el móvil de Vicent Marimon. Le costó reconocer la voz de su cuñado, pero sólo durante unos segundos.

– Tengo que irme, Francesc.

Petit notó en él inquietud.

– ¿Ocurre algo?

– El chiquillo ha tenido un accidente con la moto y se ha hecho daño.

– ¿Es grave?

– No es nada, pero está en urgencias del Peset Aleixandre.

– Si me necesitas, llámame.

Marimon se fue. Francesc Petit reflexionó sobre la suerte de no tener hijos, con los quebraderos de cabeza que conllevan. En Aquarium, aquel pub pequeño y tradicional de la Gran Vía, Marimon tuvo que mirar a su alrededor varias veces para encontrar a Josep Valles. Sonriente, su cuñado levantó una mano para descubrirle a qué altura de la barra estaba. Cuando lo vio sintió un inevitable malestar, como una especie de cansancio atávico.

– ¿A que no me has reconocido? -dijo señalándose el pelo.

– La verdad es que tenía la esperanza de haberte perdido de vista para siempre.

No se dieron la mano, ni un saludo, nada. Parecía un encuentro habitual, una imagen estereotipada. El aspecto de su cuñado hizo que Marimon recordara claramente cuál era la oveja negra de la familia.

– ¿No te alegras?

– Pues no, Josep.

– Ahora me llamo Toni Hoyos -dijo enseñándole el pasaporte-. Es el nombre de un valenciano que murió en Namibia.

– ¿Hoyos? Muy apropiado, por lo del agujero que dejaste en el bufete.

– Para mí es un asunto olvidado.

– No estoy seguro de que para ellos también lo sea.

– Da igual. Vamos, hombre -le dio dos golpes en los hombros-, tu cuñadito ha vuelto. ¿Qué quieres tomar?

– Un whisky doble. Sin hielo.

– Te pediré un escocés de pura cepa.

Llamó al camarero. Lo hizo con su actitud de siempre, levantando un ostentoso brazo que lucía una pomposa cadena de oro colgando de la muñeca, con supuesta distinción señorial que no ocultaba modales vulgares. Acostumbrado a la selecta clientela de la Gran Vía, el camarero apenas lo miró.

– ¿A qué te dedicas?

– Ahora te lo cuento, primero la familia. ¿Cómo está Empar?

– Josep…

– Eh, recuerda que me llamo Toni.

– Toni, tu hermana no quiere saber nada de ti. Ni te imaginas qué disgusto nos diste. Empar se pasó más de tres semanas sin salir de casa. Desde entonces tu padre sufre de tensión alta, yo…

– Soy un hombre nuevo.

– Tienes cuentas pendientes con la justicia.

– Las tenía Josep Valles. Ya lo he pagado con creces. He trabajado como un animal en América del Sur y ahora en África.

– ¿Qué coño haces tú en África?

El camarero les llevó los whiskies con una desgana insultante, con cierta mirada de desprecio. Le molestaba servir a un tipo que en el fondo era como él. Dejó la cuenta en un lugar muy visible. Hoyos le dio un puro a su cuñado. Por culpa de Petit fumaba puros sin haber dejado los cigarrillos.

– Soy un honrado agente FIFA de futbolistas.

A Marimon no le pasó desapercibido el énfasis que puso en declararse honrado. Aquello reafirmó aún más sus dudas, aunque no le hiciera falta ninguna declaración de intenciones.

– Estoy asociado con un catalán -dijo con entonación virtuosa.

Marimon pensó en la buena imagen que tenía el Front en Cataluña y en las excelentes relaciones que allí mantenía. Dio un gran trago de whisky.

– He venido a hacer algo importante por nuestro país.

– Toni, tú ya hiciste cosas memorables. Las cuentas del Grup d'Ensenyament en Valencià, del que fuiste tesorero, no cuadraron nunca. Ahora ya sé por qué, después del incidente del bufete.

– Aquello era un caos de contabilidad. Te doy mi palabra.

– Eres poco fiable.

– ¿Piensas restregármelo por la cara toda la vida? Si quieres me entrego a la policía.

Marimon no respondió. No se entregaría ni aunque se lo pidiera de rodillas. Además, Hoyos recurrió a un burlón golpe bajo, al chantaje por el buen nombre político que ahora tenía su cuñado.

– Tu hermana volvería a coger un buen disgusto.

– Me gustaría verla.

– Déjala en paz. Ya ha conseguido olvidarse de todo.

Hoyos se puso melancólico:

– Si supieras lo solo que estaba por Navidad…

– Si supieras el disgusto que teníamos nosotros. La vergüenza que nos has hecho pasar no tiene nombre.

– Te compensaré por ello.

– ¿Quieres compensarme?

– Ni lo dudes.

– Pues lárgate. Desaparece. Vuelve a África, o a Asia, no sé, a donde quieras, pero sal pitando de aquí. Ya tenemos problemas por un tubo, sólo faltabas tú.

– Yo los solucionaré.

– Josep…

– Acostúmbrate a llamarme Toni.

– Vale, si necesitas dinero te lo daré. Pero vete. Si te queda algo de corazón hazlo por tu hermana, por tu padre, por el país…

– Me quedo porque tengo una deuda pendiente.

– Tienes más de una.

– Deja que me explique.

Pidió otro whisky. Se sentaron en un rincón más discreto del pub. Hoyos dio unas palmadas amistosas en los hombros de Vicent.

– Curull y yo…

– ¿Quién es Curull?

– El catalán, mi socio. Una gran persona. Nacionalista, como nosotros.

– A mí no me metas.

– Curull y yo representamos a Bouba.

– ¿Bouba?

– Una perla. Uno de los mejores jugadores de Europa. El Bayern, el Milan y el Inter se han vuelto locos por ficharlo.

– No entiendo de fútbol.

– Pero yo sí. Y detecto un crack con verle tocar el balón. Te aseguro que Bouba es tu mejor aliado político.

– ¿«Aliado político»?

– Es muy fácil: Bouba fichará por el Valencia.

– ¿Y qué?

– Pues que el Valencia está sin un duro. Pero vosotros, los del Front (qué lástima que olvidara votaros por correo), podéis facilitar la operación obligando a la Generalitat, sin que nadie se entere, a que lo traiga.

– ¿La Generalitat fichar a un jugador?

– Mira, la Generalitat habla con Bancam para que la entidad dé un crédito blando al Valencia. Luego Curull y yo afirmaremos sutilmente que, gracias a vuestra insistencia e influencia, el mejor jugador de Europa, un esteta del fútbol, está entre nosotros. ¿Comprendes?

– ¿Y si es un bluff?

– Estamos hablando de un jugador de proyección mundial. ¿Crees que el Bayern, el Inter y el Milan (y también el Madrid, aunque Curull no quiera saber nada de ellos) se chupan el dedo?

– ¿Cuánto cuesta?

Hoyos prefirió, de momento, no hablar de dinero. En el mundo del fútbol es constante el regateo.

– No lo sé. Los números son cosa de Curull.

– Mejor para la empresa.

– Oye, cuñado, cometerías un error si no me hicieras caso.

– ¿Crees que estás en condiciones de recibir mi confianza?

– Si no dejas de sacar los trapos sucios no llegaremos a ninguna parte.

– Tu interés sólo es crematístico.

– Pues claro, me gano la vida así. Pero podría vendérselo a otro equipo y prefiero que venga aquí. ¿Te imaginas al Valencia campeón de Europa?

– Sí, los conservadores se aprovecharían.

– Por eso debéis organizar la operación vosotros.

Marimon se puso a chupar del puro como si tal cosa. Fumaba y pensaba sin dejar de observar la cara de su cuñado: tenía una mirada enérgica, como siempre que fantaseaba con las operaciones más inverosímiles. Pero pensaba también en la situación política del Front, entre la espada de los conservadores y la pared de un pueblo negligente en la información. ¿Qué podía perder haciéndole caso?, se preguntó, y se contestó enseguida: mucho. De repente le vino a la cabeza el auténtico rostro de Josep Vallès, la peculiar facilidad para los embrollos de su cuñado; siempre la había tenido, pero estos últimos años la había acentuado hasta convertirla en una especialidad peligrosa. No obstante, intuía alguna salida (o más bien la necesidad de intuirla) si era capaz de mantenerlo controlado. Pensó que no debía de ser difícil vigilar a un hombre con asuntos judiciales pendientes. No le convenía hacer el crápula. No se recorren tantos kilómetros ni se acepta el riesgo de ser un prófugo si no hay motivos serios para hacerlo. Al fin y al cabo, su cuñado era la clase de tipo que se pasa la vida soñando con un golpe de suerte. Quizá podrían compartirlo con él. No se perdía nada por intentarlo. Se repitió que sólo eso: intentarlo. Con la situación bajo control, claro. ¿Intentarlo con un elemento como su cuñado?, pensó como si de repente acabara de sufrir un ataque de lucidez. Era cierto que el Front se hallaba en una situación delicada, pero ¿tan mal estaban como para añadir a dicha situación un potencial problema de repercusiones incalculables? Controlar a Josep no era fácil y Marimon tenía demasiadas cosas en la cabeza para dedicarse a un asunto, el de su cuñado, prácticamente en exclusiva.

– Toni… pensándolo bien no es posible.

– ¿No es posible?

– Pues no, no lo es. Lo del fútbol es muy complicado. Ya sabes… depende de si el balón entra o no. Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar a donde estamos y no lo vamos a echar todo a perder ahora.

– Oye, que mi futuro, mi rehabilitación moral y social, depende de eso.

– ¿No lo hacías por nosotros?

– No soy incompatible con vosotros. Si llevamos a cabo esta operación, regresaré a África y no volverás a verme el pelo. -Dio un trago-. Tienes que ayudarme lo quieras o no.

Entonces Marimon vio aquella otra cara que ya casi no recordaba. Bajo la apariencia juguetona y traviesa de Toni Hoyos emergieron el aspecto y la actitud de un chorizo de mucho cuidado; los de alguien dispuesto a alcanzar el objetivo que se ha marcado a cualquier precio. Pero era Marimon quien tenía que poner el precio y le parecía tan caro que se resistió:

– En el partido me dirán que estoy loco. El mundo del fútbol no ha sido nunca santo de nuestra devoción.

– ¿Aún vais de intelectuales? ¿No os habíais normalizado? El fútbol es algo muy presente en la sociedad. No podéis ignorarlo. Muchos de los que os han votado son aficionados. No podéis considerarlo un aspecto fútil.

– Tenemos demasiados problemas para…

– ¿Tenéis demasiados problemas? Ahora sí que tienes uno de los gordos -lo amenazó con mirada espectral.

– ¿Cuál?

– Yo, Josep Vallès, el prófugo. Cuando salga de aquí me voy a la primera comisaría que encuentre a entregarme. ¿Te imaginas los titulares? «El cuñado del parlamentario Vicent Marimon detenido por estafador.» Y saldrá la estafa del bufete, pero también las cuentas irregulares del Grup d'Ensenyament.

– ¡Canalla! -Marimon hizo el gesto de levantarse y cogerlo por el cuello de la camisa, pero volvió a sentarse para no llamar la atención-. Matarías a tu hermana, a tu padre…

– Por no hablar de tu carrera política y de la del Front. Recuerda que el Grup estaba muy vinculado a vosotros y también investigarían las cuentas del partido.

Las cuentas del partido, ni pensarlo. Había dudas inexplicables por todas partes. Como secretario de finanzas Marimon sería considerado el responsable.

– Tranquilízate, Josep.

– Toni.

– Da igual. Tranquilízate.

– Estoy muy tranquilo. -Lo estaba-. Y no da igual. Soy Toni Hoyos, agente FIFA, valenciano residente en Senegal. Tú no me conoces.

– Ojalá -maldijo en voz baja Marimon mientras se echaba el pelo hacia atrás con nerviosismo-. ¿Cómo has dicho que se llamaba?

– Ndiane Bouba. -Marimon anotó el nombre-. Quita la a después de la ene. Bouba con dos bes. Fue la revelación de los últimos mundiales.

Él sí que era una revolución mundial, pensó Marimon.

– Hablaré con alguien del partido que entienda de fútbol. No sé por qué te hago caso.

– Yo sí -dijo Hoyos sonriendo.

– ¿Dónde te hospedas?

– En el Meliá Plaza, el antiguo hotel Oltra. Toma nota de mi número de móvil.

Se lo apuntó.

– ¿Pasarás muchos días allí?

– Estaré todo el tiempo que os haga falta.

– Oye -le advirtió Marimon en tono grave-, que conste que no nos haces falta. No aparecerás para nada… en caso de que lleguemos a algún tipo de acuerdo.

– Bueno, pues me quedaré todo el tiempo que haga falta.

– Hazme el favor de no hacerte visible.

– ¡Pero si no me has reconocido!

– A lo mejor no tenía ganas de verte.

Marimon se levantó. Rodeando la pequeña mesa que ocupaban se mostró dispuesto a irse.

– Vicent…

– ¿Qué quieres ahora?

– ¿De dónde sacasteis el dinero para convertiros en partido bisagra?

– Tú dedícate al fútbol, ¿vale?

– Por supuesto, pero recuerda que soy experto en contabilidades fraudulentas.

Lo tendría presente.