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La única persona capaz de explicarle hasta el último detalle de la auténtica naturaleza humana de Juan Lloris era Oriol Martí. Durante más de cuatro años había sido su asesor áulico y su hombre de confianza. Conocía todos sus negocios de cabo a rabo, y Petit pretendía utilizar ese conocimiento para obtener algo con lo que contrarrestar el chantaje al que le sometía el empresario. Sin embargo, el encuentro con Oriol presentaba un aspecto conflictivo que el líder del Front debía tener presente: el estatus de empresario que Oriol ostentaba era algo que debía a los conservadores, concretamente a Júlia Aleixandre.
En cualquier caso era inevitable que Oriol se enterara de cuál era el motivo de la visita. Para resolver el problema tenía que ser directo. Pero no confiaba en él. Júlia sabría enseguida de qué habían hablado. Y si había algo que la subsecretaria debía ignorar era el regreso de Lloris a la vida del Front. Francesc Petit tenía que mostrar alguna carta contundente o al menos válida para intimidar a Oriol. Tampoco él carecía de poder político. No tenía tanto como Júlia, pero sí el suficiente para atraer al ex asesor al terreno (o solar) que le conviniera. Cuando se trata de negociar, los empresarios son más pragmáticos que los políticos: tienen intereses más tangibles. Según los informes de que disponía el secretario general, a Oriol Martí le iban bien los negocios, pero Petit, en cierto modo, tenía la potestad de cambiar aquello. Pensó que, por una vez, aunque sólo fuera por una vez, dada la magnitud del problema, tenía que representar el papel de Júlia, situar su conveniencia, la del partido, por encima de cualquier consideración ética.
En una cafetería de la calle de San Vicente, entre la plaza de España y la de San Agustín, Francesc Petit se tomaba un café con leche y un par de tostadas con aceite de oliva para desayunar mientras leía el diario sin ganas. Meses antes, cuando la satisfacción por el decisivo resultado electoral del Front los devoraba, le parecía un magnífico espectáculo después de tantos años de ostracismo informativo casi absoluto. Ahora le daba miedo leerlo. No pasaba un día sin que algún ecologista o algún simpatizante crítico con las actuaciones del partido publicara un artículo en el que, aunque fuera sutilmente, se fiscalizara con mirada recelosa la actuación del Front respecto al proyecto de la Ley de Ordenación del Territorio. La desconfianza impregnaba a los electores más politizados. Leyó los titulares de la derrota del Valencia en un partido de puro trámite contra un equipo italiano. La afición estaba decepcionada porque no había nuevos fichajes. Consultó su reloj y pagó la consumición. Llegaba diez minutos tarde a su cita con Oriol. En lo de la impuntualidad se parecía cada vez más a un político institucional.
El despacho del ex asesor era amplio, decorado con elegancia vanguardista. En la mesa se mezclaban mármol y cristal ahumado. Una voluminosa agenda de cuero y un bote también de cuero marrón con estilográficas de distintas marcas destacaban con distinción en ella. En la pared, presidiéndola desde el centro, un cuadro de trazos esquemáticos de Michavila. En una de las paredes laterales un plano de la ciudad con dos zonas marcadas. El piso había sido alquilado anteriormente a una clínica de estética, le explicó Oriol. Pero él lo había comprado gracias a un crédito. Allí trabajaban ocho personas; él sólo ejercía de promotor inmobiliario, librándose de los quebraderos de cabeza que conllevaba dirigir una empresa con multitud de operarios en las obras. El prólogo de cortesía no tardó en acabar.
– Veo que te van bien las cosas -dijo Petit frunciendo el ceño.
– No me puedo quejar.
– Yo sí. Creo que sabes perfectamente por qué te he pedido que nos viéramos.
– Me lo imagino.
– ¿Y?
– Pues que era previsible que te ocurriera. Como también es lógico que vengas a pedirme consejo. ¿Qué te ha pedido a cambio?
– ¿Por qué sabes que me ha pedido algo a cambio?
– Ha vendido sus sociedades. Ha sacado una buena tajada. No creo que te haya pedido que le devuelvas el dinero.
– Le conoces bien.
– Bastante.
– Pues ya tendrás una idea aproximada de lo que me ha pedido.
– Aproximada. ¿Poder?
– Quiere ser alcalde de Valencia.
– Me esperaba algo por el estilo.
– ¿Y qué crees que debo hacer?
– Ya no soy asesor.
La respuesta y la sonrisa de Oriol preocuparon a Petit y a la vez lo hicieron enfadar. Quizá el ex asesor pretendía sacar provecho del problema del Front. Como empresario que vivía fundamentalmente de los favores institucionales no se le escapaba el innegable valor añadido de la posición política del secretario general de un partido bisagra.
– Tus respuestas siempre tienen un precio, ¿verdad?
– No exactamente.
– Pues mis preguntas sí. Nos entenderíamos mejor si me dijeras qué quieres a cambio de asesorarme en el tema Lloris.
– ¿Qué significa entendernos mejor?
– No tengo el poder de adjudicar obras, pero puedo revocar algunas o al menos cuestionarlas públicamente.
– ¿Te refieres al proyecto de la Ruta Azul?
– Entre otros.
– Tengo la sensación de que no te interesa ponerte en contra.
– Es cierto, políticamente a lo mejor no me interesa. Pero estoy tan cabreado que no me importaría morir matando. Si todo el mundo sigue tocándome los huevos no lo pensaré dos veces. Al fin y al cabo no me quedan muchas opciones. De modo que…
– El primer consejo que te puedo dar es que no pierdas los nervios.
– Un consejo buenísimo. Pero el problema lo tengo yo.
– ¿Te apetece un café?
– Ya he tomado.
– ¿Te importa que me haga uno?
– Si va en perjuicio de la conversación, sí. No quiero perder el tiempo.
Oriol pidió por teléfono que le subieran un café. Ordenó unas carpetas vacías que había en un extremo de la mesa. Estaba pensando qué le diría. Petit se le adelantó:
– Hay algo que tienes que tener muy claro: si Júlia se entera de lo que hoy estamos hablando lo pasarás mal. -Se dio cuenta de la dureza que había empleado y añadió-: En fin, no me gustaría que saliera de aquí.
– Sé perfectamente por dónde piso.
– Siempre me has parecido un tío inteligente. Un acuerdo sería bueno para ambos.
– Yo decidiré lo que me interesa.
– Me parece bien. Sólo quiero que entiendas que soy una persona agradecida. Y otra cosa: ya no soy el idiota que aceptó el dinero de Lloris. En todo caso, soy un idiota cabreado.
– La maleta te ha ayudado a ser decisivo en política.
– Sí, pero puede que el remedio acabe siendo peor que la enfermedad. ¿De quién fue la idea?
– Mía.
– Felicidades, pero ahora tendrás que sacarme de este lío.
Un camarero de constitución fuerte y cuello robusto, con camisa blanca y un chaleco oscuro a rayas, entró con el café. Era uno de esos camareros charlatanes que cada día tienen un chiste nuevo que contar. En vista de la sobriedad coloquial de Oriol, dejó el café sobre la mesa y se fue. El ex asesor disolvió el azúcar lentamente y con afectación. Tanta parsimonia inquietaba a Petit.
– Cuando Lloris se empeña en conseguir algo es muy difícil quitárselo de la cabeza.
– Seguro que tú lo has conseguido alguna vez.
– Siempre cambiando ese algo por otra cosa que también le apetecía.
– ¿Y qué alternativa, siempre que no fuera perjudicial para nosotros, podría satisfacerle?
– Complicado.
– No es una respuesta de asesor.
– No he dicho imposible.
– Bueno, ya hay alguna esperanza.
– No muchas. Si no quiere que le devolváis el dinero ni ningún favor empresarial, son pocas las opciones que os quedan.
– ¿Qué me dices de sus trapos sucios? Seguro que tú sabes bien cuáles son.
– Tiene de dos tipos: los que han prescrito y los teóricamente legales pero inmorales.
– Como las operaciones de la caja B.
– En efecto. Pero recuerda que tú te has aprovechado de una de ellas. Además, a Lloris le dan exactamente igual los problemas morales, y por otra parte hay tantos empresarios que practican ese tipo de operaciones que se divertiría mucho publicando la lista completa. El primer elemento que debes tener en cuenta es que, en sus actuales condiciones, no tiene absolutamente nada que perder.
– Entonces, ¿qué debería hacer?
– Paciencia y tiempo. Pídele tiempo.
– Ya lo he hecho, por eso he venido.
– Me es imposible darte una respuesta inmediata.
– No estarás intentando tú ganar tiempo a mi costa…
– En absoluto. Me he tomado en serio tu amenaza.
– Si juegas sucio, la cumpliré. -De nuevo suavizó el tono-. Siento ser tan directo, pero los problemas me están asfixiando.
Pero Oriol siguió mostrándose tranquilo.
– ¿Serías capaz de abandonar el Govern por el tema de la Ruta Azul, en contra de los intereses del Front? Muchos de vuestros votantes están a favor del proyecto.
– La base no.
– No son ellos los que te han dado el poder de decisión que tienes.
– Los necesito a todos, por eso busco una solución.
– Lo tienes difícil.
– Tú también. Supongo que tu amiga Júlia Aleixandre se te habrá insinuado con algún trocito de tierra prometida en la Ruta.
– No es justo que me señales.
– Tú me metiste en este lío.
– Estaba haciendo mi trabajo.
– Pues imagínate que ahora trabajas para el Front. Si lo piensas bien ya estás haciéndolo. No sería una mala inversión por tu parte. Si dejamos el Govern iniciaremos una gran campaña contra la Ruta. Los socialistas nos ayudarán encantados. En proyectos de tal envergadura no es bueno que un gobierno se quede solo.
– No tengo claro que te interese.
– Ya te he dicho que estoy dispuesto a morir matando.
– ¿Entregarías el Govern a los socialistas?
– Sí.
Oriol dudó que fuera capaz de hacerlo. Se jugaban demasiado. Pero la actitud de Francesc Petit denotaba firmeza. Realmente debía de estar desesperado, porque lo que estaba considerando hacer iba totalmente en contra de los intereses del Front, echaba por la borda la trayectoria de los últimos años, la que había hecho posible que se convirtiera en una fuerza decisiva. No obstante, si entregaban el Govern a los socialistas, las cosas cambiarían radicalmente para él. De nada le servirían sus proyectos empresariales, ya que en gran medida dependían de Júlia Aleixandre. Sus intereses estaban ligados a la política de los conservadores, pero un político desmoralizado, contra las cuerdas, podía echarlo todo a perder. En el caso Lloris ya había cumplido con Júlia. Ahora tenía que salvarse. Si el viento soplaba en dirección opuesta, lo más inteligente era situarse a su favor. Por lo menos de momento, a ver qué pasaba. Ya tendría tiempo de tomar el rumbo correcto.
– Me has dicho que, en cierto modo, podría trabajar para el Front.
– Así es.
– ¿De verdad quieres que lo haga?
– Explícamelo mejor.
– ¿Quieres que te asesore profesionalmente?
– ¿Cuánto dinero es «profesionalmente»?
– No se trata de eso. Ya hablaríamos.
– No haré nada que sea ilegal o sobre lo que puedas pasarme factura.
– Sólo pagarás la factura una vez. Y no será nociva para los intereses del partido.
– ¿Cómo puedo confiar en tu palabra?
– Porque vivo de ella.
– Muy bien. Adelante.
– Una previa.
– ¿Cuál?
– Júlia no debe saber en ningún caso que te estoy asesorando.
– Hecho.
– Pues te ayudaré. Pensaré en una solución.
– No tardes, ya sabes lo impaciente que es Lloris.
Petit se levantó. Por un instante dudó en darle la mano, pero fue Oriol quien estrechó la suya. Lo acompañó hasta la puerta del despacho. Antes de salir, el nuevo asesor del Front le dijo que no tardarían en tener noticias suyas. Volvió a la mesa y tomó un sorbo de café. Estaba tibio y lo dejó en un extremo. Y ahora hay que revelar un secreto: Oriol ya tenía una solución para Lloris, pero prefirió guardársela para más adelante. Quizá Francesc Petit no la habría valorado como merecía de habérsela comunicado en su primer encuentro.