38126.fb2 Especies Protegidas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Júlia Aleixandre y Oriol Martí conservaban el hábito de verse en la intimidad. Antes lo hacían por miedo a que Juan Lloris supiera de la amistad con una de las personas que consideraba del staff enemigo; ahora porque, desaparecido éste de la competencia empresarial, Oriol tenía en Júlia a la mujer gracias a cuya influencia institucional podía orientar sus negocios de la construcción hacia zonas que, en un futuro más o menos inmediato, o bien a medio plazo, se revalorizarían de forma considerable. Eso también exigía discreción: por motivos políticos, fundamentalmente, pero también para evitar malestar en el gremio, que a causa de una incipiente crisis se mostraba muy suspicaz ante cualquier favor.

Hasta el momento, Oriol Martí no podía competir ni por asomo con las grandes firmas inmobiliarias. Llevaba poco más de un año en la construcción. Pero su ascenso en un ámbito tan competitivo empezaba a notarse y, aunque no representaba un rival incómodo, su trayectoria, de hacerse ostensible, provocaría quejas que afectarían a los conservadores.

Oriol agradecía y valoraba en su justa medida el apoyo de Júlia. Sin su influencia política, los primeros pasos como empresario le habrían resultado mucho más difíciles. Empezó precisamente cuando la crisis del sector mostraba sus primeros síntomas y la actividad en la compra de solares se resentía por ello. Sin embargo, una confidencia de Júlia le permitió una compra cuyo precio hizo posible la construcción del primer edificio de la sociedad recientemente constituida. El problema de tan fructífera relación yacía en el equilibrio del poder, que se volvería inestable si el Front decidía salir del Govern (la visita de Francesc Petit había confirmado sus sospechas), circunstancia que Oriol debía evitar, porque gran parte del volumen de su negocio dependía del estado vigente de armonía política.

El ex asesor quería comprobar en qué punto se encontraba la situación, para saber con antelación lo que debía hacer. Por una parte veía a Petit firme y resuelto a hacer volar el Govern por los aires si las cosas no iban bien. Tenía razón al aducir que un proyecto de la magnitud de la Ruta Azul necesitaba de un amplio consenso, pero quizá se trataba de un farol; a lo mejor profería amenazas simplemente para contrarrestar las presiones políticas que recibía. Oriol no lo tenía claro, y un encuentro con Júlia, mujer que le debía grandes favores pese a que algunos ya se los había devuelto, le haría conocer con exactitud la situación. Si le resultaba conveniente, confiaría a Júlia las decisiones de Francesc Petit o, por el contrario, se dedicaría a resolver el problema de éste.

Júlia comió en casa de Oriol. Era un cocinero aceptable y un muy buen anfitrión. Después de comer, Oriol sirvió dos tés en la sala. Hasta aquel momento habían hablado de asuntos personales, sobre todo Oriol, ya que de la vida de Júlia muy poco se sabía. Mantenía su secretismo incluso estando a solas con él, pese a la amistad que los unía desde que eran estudiantes. Júlia fulminaba sutilmente cualquier asomo de intromisión en su intimidad. Algunos periodistas disfrutarían de lo lindo si se divulgaran los detalles de ésta. Así, para evitar que Oriol tuviera la tentación de preguntarle algo (aunque sabía de la discreción de su amigo, también era consciente de la atracción sexual que sentía por ella), miró su reloj, estrategia a la que recurría para que sus interlocutores fueran al grano. Estaba segura de que Oriol no la había citado para hablar de cosas banales, como perfectamente podían haber hecho en cualquier cafetería de las afueras.

– ¿Me equivoco -dijo- o quieres conocer detalles de la Ruta Azul?

Oriol sonrió como si le acabaran de leer el pensamiento. Con un gesto le dio a entender que aquello era lo que quería saber.

– ¿Qué, en concreto?

– Los aspectos políticos. Sigo los periódicos y me parece que habéis puesto al Front en un callejón sin salida.

– Aceptarán el proyecto.

– Y si no, ¿lo llevaríais a cabo solos?

– No. Necesitamos la coartada de un partido de las características del Front. Lo aceptarán, a pesar de que es previsible que pongan muchas objeciones.

– Algunas quizá insalvables.

– No lo permitiremos. Hemos diseñado el proyecto pensando en ciertas cosas que no son vitales para nosotros, de manera que ellos se den por satisfechos retirándolas.

– Las bases del Front, ciertos líderes de opinión, lo cuestionan con vehemencia.

– Quien manda es Petit.

– Relativamente. No tratas con una empresa privada.

– En eso los partidos acaban siéndolo. Petit ha llegado a donde está porque gracias a su fe y a su constancia ha transformado el Front. Su supervivencia como político profesional, el futuro del partido, no depende de las bases. A lo mejor el proyecto le reporta una escisión interna, pero él es consciente de que ha sido la normalidad política lo que le ha llevado a una situación institucional tan privilegiada como la que disfruta. Mejor dicho, como la que ostenta. Está abusando de ella.

– Depende del tipo de escisión al que se enfrente. Al parecer su contestación interna es muy fuerte.

– No lo sé con exactitud. Intentaremos persuadirlo, pero si no lo conseguimos recurriremos a otra estrategia.

– ¿A cuál?

– Tengo tres: resucitar Unión Valencianista, echarle a Lloris encima o incluso hacer que Lloris lidere Unión.

– ¿Lloris?

– Mis noticias son que está algo inquieto.

– ¿Cómo lo sabes?

– He detectado movimientos. Y si se mueve sólo puede hacerlo en una dirección: el Front. Le deben un gran favor, como muy bien sabes. Si ha dejado la estricta actividad empresarial es porque alguna compensación querrá a cambio.

– ¿Política?

– Es posible.

– Podría perjudicaros.

– No creo. -Júlia sonrió-. Lo convenceríamos de que utilizara las siglas de Unión Valencianista. Tienen muchas deudas.

– Lloris no cargaría con ellas.

– Ha vendido sus sociedades. Tiene mucho dinero, muchísimo. Pero no nos importaría financiarle.

– Me parece una estrategia arriesgada, que quizá políticamente se volvería contra vosotros.

– Es más fácil dominar a Lloris que al Front. Lloris no tendría contestación interna. Él sería el partido. Además, siempre puedes destruir lo que tú mismo has creado. En última instancia no deja de ser un empresario y se lo puede comprar. Incluso podríamos negociar con él un puesto de representación institucional que calmara sus ambiciones personales.

– No estarás pensando en el Ayuntamiento…

– Ni loca. Sería un auténtico desastre social. ¿Qué crees que podría satisfacer su vanidad?

– Es difícil saberlo. Es un tipo especial, pero tendría que ser un cargo de auténtica repercusión popular.

– Pues descartemos la Cámara de Comercio.

– Sí. Además de que la desprecia (siempre la ha considerado una institución inútil), los empresarios no verían con buenos ojos a alguien que ha vendido sus sociedades. Alguien que, además, se ha peleado con todos ellos. Lloris pasa de la Cámara.

– Entonces le daremos Unión Valencianista. Ya nos ocuparíamos de que se hiciera muy famoso. Podría ser el anticatalanista perfecto. Cumple con todos y cada uno de los requisitos para serlo. El Front saldría muy perjudicado electoralmente.

– Hay un problema. El Front y Unión se repartirían los porcentajes y quizá ninguno de los dos conseguiría llegar al Parlament. Y necesitáis a uno de los dos para pactar el Govern.

– No los necesitamos. Si no consiguieran entrar, volveríamos a tener mayoría absoluta.

– Unión os quitaría votos.

– No, se los quitaría a los socialistas. Acusaríamos a la izquierda de obrar en connivencia con el Front respecto a las cuestiones lingüísticas y nacionalistas. En eso los socialistas tienen ciertas veleidades. Ellos crearon la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià. También tienen voto regionalista. Diremos que pretenden reavivar el conflicto lingüístico. Unión representará encantada ese papel. Aquí ha tenido y sigue teniendo un vivero que la podría llevar, como mucho, al cuatro por ciento, algo insuficiente para ellos pero que bastaría para echar por los suelos las expectativas del Front y evitar que crezcan los socialistas, ya que ambos, además, se disputan entre ellos un sector del electorado.

– ¿Y Lloris?

– Seremos amables. No es empresario, pero continúa especulando. Acumular poder económico tampoco le molesta. Y le molestará aún menos si, después de recibir nuestra ayuda, se da cuenta de que la política no es lo suyo.

Oriol ya se daba por satisfecho. Había comprobado, por una parte, que Júlia no acababa de dominar el tema del Front en lo referente al proyecto de la Ley de Ordenación del Territorio; por otra, que estaba equivocada respecto a la personalidad de Lloris. El empresario no se conformaría con cualquier limosna que no se acercara a sus expectativas de erigirse en gran personaje. Su análisis sobre el Front y Lloris, aunque no era del todo equivocado, distaba mucho de ser correcto. Aquello hizo que Oriol se inclinara por Petit, a quien consideraba ahora, tras la comida con Júlia, un valor más firme que el poder potencialmente precario de los conservadores. Pese a todo no rompería sus lazos con ellos, pero con discreción se iría ganando la confianza del líder del Front.

– ¿Te apetece otro té?

– No, gracias. Me paso el día organizando reuniones. -Volvió a mirar su reloj-. Llego tarde, como siempre. -Besó a Oriol en una mejilla-. Si me haces falta te llamaré.

– Ya no me dedico a la asesoría.

– Da igual. Tu perspicacia es sorprendente. Eres capaz de ver mucho más allá que casi todo el mundo.

* * *

– Llegas tarde.

Francesc Petit puso cara de pocos amigos ante Júlia. Siempre lo había sacado de quicio su impuntualidad, pero la época en que creía tener la necesidad de esperarla ya era historia. Pese a su seductora sonrisa, el secretario general del Front le dio la espalda y se dirigió al comedor. Últimamente su piso se había convertido en una especie de centro social y político por el que todo el mundo circulaba.

Huelga decir que a Júlia no le gustó nada su actitud, que consideró de mala educación. No estaba acostumbrada a que los hombres la trataran con desprecio. Utilizaba la seducción como arma política y, en ocasiones, le daba buenos resultados. Con todo, mantuvo sus modales a causa de la inquietud que veía en su anfitrión. Cerró la puerta con suavidad y fue a reunirse con él, que se encendía un puro sentado en el sofá. Júlia abrió de par en par las puertas del balcón.

– No tengo té -dijo Petit después de lograr la fluidez del puro con una serie de caladas que llenaron la sala de neblina.

– ¿Y no tendrás un poco de amabilidad?

– Ve al grano. -Más humo.

Se sentó justo enfrente de él. Llevaba una falda larga y al cruzar las piernas sólo las dejó a la vista hasta las rodillas. Poco espectáculo para tan seria conversación.

– Somos socios y estamos condenados a entendernos. -No sé cómo lo hace pero siempre está pronunciando frases con doble intención, pensó Petit… o quizá su libido malinterpretaba todo aquello-. El president me ha pedido…

– ¿Qué presidente, el que ahora está de ministro o el títere que ha dejado aquí?

– El de aquí -respondió paciente Júlia-. Me ha pedido que, si es necesario, te explique cien veces el Proyecto de Ordenación del Territorio. Pero confío en tu perspicacia política para llegar a un consenso razonable. También nos reuniremos con los socialistas. Queremos que sea un proyecto de todos.

– Dios mío, cuanto más entiendo la política institucional más me doy cuenta del cinismo que hace falta para ejercerla.

– Eres un poco autodestructivo.

– No estoy para frases simpáticas. Te diré lo que pienso hacer, porque ya lo tengo decidido: estoy totalmente en contra del proyecto general y de la Ruta Azul en particular.

Júlia se armó de paciencia. Sabía de las dificultades intrínsecas a cualquier negociación política. Petit representaba una variante singular: primero partía de la nada y luego aceptaba gran parte de la propuesta. No obstante, le veía, por lo menos en apariencia, bastante decidido. Las apariencias también forman parte de las negociaciones. El espeso humo del puro era prueba de ello.

– Deberías ser algo más pragmático. La opinión pública no entenderá una postura tan radical. Ni siquiera una parte importante de tu electorado. Como mínimo deberías concretar alguna de tus objeciones.

Ya iba cediendo. Le sorprendió que lo hiciera tan pronto. Señal inequívoca de que los necesitaban.

– Te explicaré mi planteamiento, lo que consideras tan radical. La Ley de Ordenación del Territorio atenta contra once de los catorce espacios naturales protegidos que hay junto al mar.

– Pero…

– Calla y escucha, por favor. -Otra orden a la que tampoco estaba acostumbrada. Más paciencia-. Es muy difícil conciliar estos espacios con el crecimiento turístico que buscáis. Queréis el modelo de Benidorm para todo el país. En Benidorm, en temporada alta, hay diez mil personas por kilómetro cuadrado de playa. En verano pasan de los cincuenta y un mil habitantes a los trescientos veinte mil y la oferta hotelera apenas llega a las ciento veinte mil plazas. Pretendéis aplicar esa locura a todo el país.

– Por eso mismo hace falta una ley que racionalice las costas del país.

Petit se fijó en el matiz «país». Los conservadores utilizaban el término «comunidad». Una concesión de Júlia o quizá algún tipo de residuo de su militancia juvenil en la extrema izquierda.

– Si no hubierais volcado la economía sólo en el turismo, nada de esto ocurriría.

– Sabes de sobra que cuando asumimos el Govern el turismo ya era la mayor fuente de ingresos. Lo único que hemos hecho o pretendemos hacer es potenciar nuestro mejor recurso.

– A costa de cargarse lo que haga falta; de edificar un país de ruinas, de construir un país de camareros. Nos necesitáis como coartada.

– Oye, Francesc, que te quede muy claro que disponemos de mayoría suficiente para llevar a cabo el proyecto. Pero pensamos que las cosas se deben hacer, como mínimo, junto a nuestros socios de gobierno. No tiene ningún sentido que forméis parte del Govern y que a la vez estéis en contra de él. Esperamos la negativa de los socialistas. Están en la oposición y es lo que tienen que hacer. Pero vosotros tenéis una oportunidad histórica para demostrar que también sabéis gobernar y ser responsables. Os habéis pasado muchos años en la marginalidad política.

– Histórico sería que fuéramos cómplices de una Ordenación del Territorio bárbara.

– Podemos negociar.

– ¿La barbarie?

– Estás exagerando y lo sabes.

– ¿Crees que es muy razonable concentrar en el litoral una masa de construcción y de habitantes que en verano prácticamente duplicará nuestra población? Tenemos un país pobre en recursos hídricos.

– Tenemos el agua del Ebro.

– Lo dudo. Hay una oposición popular al trasvase muy fuerte en Cataluña y Aragón.

– En un futuro los catalanes recibirán el agua del Ródano.

– El gobierno no permitirá que los catalanes desequilibren el Estado trayendo agua de Francia. Es un tema político, esencial para el nacionalismo español, pero da igual. La Ley destruirá irremisiblemente las pocas zonas naturales que nos quedan.

– Están superprotegidas. Lo hemos especificado muy claramente. Es más: hemos proyectado incentivar a las grandes superficies comerciales del litoral para que se establezcan un poco más hacia el interior.

– Y así construir hoteles en primera línea.

– También ganar zonas de recreo para el público. Te recuerdo que un gran porcentaje de los votantes está de acuerdo con el proyecto.

– Un gran porcentaje también está a favor de la pena de muerte y no por ello debería aplicarse. La gente no conoce los detalles, ni tiene el más mínimo interés en ellos. Sólo ve la gran obra.

– En vez de obcecarte, ¿por qué no intentas consensuar el proyecto? Es lo normal y lo más práctico en política. -Júlia calló, Petit no respondió-. ¿Tienes miedo de que los socialistas os acusen? -Permaneció en silencio-. En política tienes que arriesgarte, tienes que tener personalidad propia. Precisamente tu valentía, al enfrentarte a los radicales de tu partido, es lo que te ha llevado al éxito.

– No es una cuestión política sino social.

– Aún no has hecho ninguna propuesta. Presenta una ley alternativa y la discutiremos.

– ¿Cuánto tiempo tendría?

– No podemos esperar a que acabe la legislatura. Es nuestro gran proyecto, la promesa electoral más básica.

– Entiendo: el gremio de constructores presiona.

– No entraré en eso. Un partido que gobierna debe presentar alternativas. No puedes actuar como si aún fueras extraparlamentario. Sinceramente, Francesc -Júlia se levantó de sopetón y se alisó la falda-, creía que habías madurado; estaba segura de que asumir responsabilidades de gobierno os haría más serios.

– No me vengas con el numerito de indignada. Me lo sé de memoria.

– Consensúa, presenta alternativas; haz política, en definitiva. Si te da miedo la reacción de los socialistas, si no puedes resistir la presión de gobernar, presenta la dimisión. Pero entonces tendrás que enfrentarte a la opinión pública. O eso o urdir una alternativa al proyecto. Si no lo haces, lo llevaremos a cabo sin vosotros. Espero noticias tuyas. Buenas tardes.

Júlia se fue hecha una furia. Habría preferido una despedida más afable. Petit se quedó clavado al sofá, observando el techo con la mirada perdida. Se oyó la puerta al cerrarse. Entonces Vicent Marimon salió de una habitación y se reunió con el secretario general.

– ¿Cómo lo ves? -le preguntó Petit.

– Mal.

– No creo que lo lleven a cabo sin nosotros.

– Te equivocas, Francesc. Es cierto que nos necesitan como coartada para intentar acallar las protestas de los sectores críticos, para contrarrestar la oposición de los socialistas al proyecto (seguro que presentarán otro alternativo), pero con la calidad y la cantidad de intereses que debe de haber detrás del plan no tienen más remedio que ejecutarlo solos si hace falta. Ellos también sufren la presión de los grandes empresarios. Además, si lo hacen solos no se quedarán quietos.

– Explícate.

– Pues que nos lo harán pagar.

– ¿Obligándonos a dimitir?

– Quizá. Nos echarían encima a la opinión pública. Tienen todos los instrumentos para orquestar una campaña de desprestigio. Dirían que tenemos mentalidad de marginales. Creo que deberíamos presentar una alternativa al proyecto.

– ¿Qué alternativa? Las bases y los ecologistas se oponen por completo. No quieren ninguna alternativa. Todo el mundo nos pone siempre contra las cuerdas.

Vicent Marimon se sentó. Tenía que explicarle el encuentro con su cuñado, aunque fuera de manera sumaria, por mucho que no supiera cómo hacerlo, por dónde empezar. Le entristecía hacer que su amigo del alma cargara con otro problema, por si fuera poco. Pero Toni Hoyos esperaba una respuesta. No podía retrasarlo más. Tenía que decírselo.

– Francesc…

Petit lo interrumpió:

– A veces recuerdo los años pasados y los echo de menos. Recuerdo nuestras utopías, las ingenuidades políticas que cometíamos. Fueron años duros de travesía del desierto, pero teníamos ilusiones, y, por supuesto, éramos más felices porque nos permitíamos el lujo de tener ideales. Ahora todo es demasiado real, demasiado sucio, inmediato en exceso. Es curioso, tanto tiempo esperando alcanzar el éxito político, la normalidad institucional, y ya ves a qué mierda nos tenemos que enfrentar cada día.

– Francesc…

– Dime.

– He de comunicarte…

– ¿Quieres dimitir o qué?

Ojalá pudiera hacerlo.

* * *

Beniparrell es un pueblo de escasos habitantes situado en dirección a Alicante, a unos diez o quince kilómetros de Valencia. La antigua carretera Real de Madrid parte la población por la mitad. A partir de los años sesenta, gracias a un término municipal generoso, transformó progresivamente las zonas agrícolas en polígonos industriales en los que la mayoría de las empresas se dedicaba a la fabricación de muebles. Aquello y el Hostal Quiquet, uno de los más antiguos del País Valenciano, daban entidad al municipio.

Toni Hoyos se tomaba un gin-tonic en el bar del hostal. Eran las siete de la tarde y estaba solo en la barra, leyendo El Mundo Deportivo después de tragarse el Superdeporte. A las siete y cuarto sacó el coche del parking del hostal (un Mercedes de alquiler) y se fue a la fábrica de Moble-3. Se encendió un puro y bajó del vehículo. Se acercó a la puerta principal de la empresa y observó el interior. Era una nave ancha pero no excesivamente larga. Calculó que tendría unos ochocientos metros cuadrados y que allí trabajarían veinte o veinticinco empleados. En la entrada, a mano izquierda, en una zona más elevada, estaban las oficinas, tres salas acristaladas. En una vio a Puren apagando el ordenador y luego ordenando su mesa. Hoyos volvió al coche. Cinco minutos después Rafael Puren salió de allí junto a otros empleados. Puren puso en marcha su moto. Entonces Hoyos prefirió seguirle hasta el semáforo de una calle que daba a la carretera. Bajó la ventanilla del conductor:

– Hola. Yo le conozco.

– ¿A mí?

Puren se sobresaltó. Le salió una voz culpable, demasiado agresiva. De repente tuvo la sensación de que lo habían pillado. Le pareció estar ante alguien que había hecho un seguimiento exhaustivo de su persona, pero sólo fue una impresión pasajera: la marca del coche, el puro, el aspecto del conductor, el banderín del club colgando del retrovisor, lo disuadieron.

– ¿Me conoce?

– Sí, hombre. ¡Y tanto!

Entonces se alegró muchísimo. El conductor parecía amable y atento. Hasta parecía un admirador.

– Lo escuché en la coordinadora de peñas, el día que vino Albelda. Muy buenas sus intervenciones. Las de usted, quiero decir.

El semáforo se puso en verde. Un par de coches que esperaban hicieron sonar el claxon.

– Oiga, deje la moto en la acera. Me gustaría invitarlo a un café. Tenemos mucho de que hablar.

Puren dudó unos instantes, pero acabó aparcando. No tenía ninguna reunión de las peñas. De manera que, entre discutir con su mujer y con su hijo mayor (fracaso escolar, gamberro y perezoso) o hablar con un desconocido cuyo aspecto le hacía intuir que no perdería el tiempo, decidió subir al Mercedes. Fueron al mismo bar.

– Yo aquí no vengo nunca -confesó Puren antes de entrar.

– ¿Alguna manía?

– El dueño es del Barça.

– Hombre, para tomarse una copa da igual, ¿no?

– Bueno…

Entraron en el local. En la barra estaban el Sport, El Mundo Deportivo y el Superdeporte. Puren hojeó el último.

– ¿Qué quieres tomar?

– Una cazalla.

– Para mí un whisky -pidió Hoyos al camarero.

– De modo que usted estuvo el otro día en la cena. -Puren cerró el Superdeporte. Se lo sabía de memoria.

– Claro que estuve. Me interesa mucho todo lo que pase en el mundo del fútbol y sobre todo con nuestro Valencia.

– Choto, como yo.

– Choto perdido, amigo. Desde la primera comunión. Me pelaba las clases para ir a ver los entrenamientos. Tirapu, Claramunt, Rep, Diarte… Tengo autógrafos de todos.

– Cada día somos más -Puren, orgulloso.

– Y los que seremos después de hablar tú y yo. Podemos tutearnos, ¿no?

– Sí, sí. ¿Quieres formar una peña?

– No tengo tiempo. Además, vivo en Senegal.

– En Senegal no tenemos ninguna.

Hacía falta ser oligofrénico para montar una peña del Valencia en Senegal. En fin… Hoyos dio una calada. Esperó a que el camarero les sirviera el pedido y desapareciera con el Sport al otro lado de la barra.

– Te llamas Rafael, ¿verdad?

– Sí. ¿Y tú?

– Toni Hoyos.

– Encantado, Toni.

– El gusto es mío.

Brindaron por los éxitos del Valencia C.F, por la coordinadora y por la eterna decadencia del Madrid y del Barça.

– Rafael, tú entiendes de fútbol, supongo.

– Hombre…

– ¿Te suena Ndiane Bouba?

– Delantero centro de la selección senegalesa, máximo goleador en su país, diecinueve años. El Milan, el Bayern…

– Vale, vale. Eres una enciclopedia del fútbol.

– Te puedo recitar todas las alineaciones del Valencia desde 1962 hasta el año pasado.

– ¡Coño, sí que lo tienes estudiado!

– No he fallado ni un partido. Mira, Toni, ni con treinta y nueve grados de fiebre me los he perdido.

– ¿Los de fuera tampoco?

– No puedo ir a todos. La economía…

– Me parece que podría hacer algo. -Hoyos golpeó levemente el pecho de Puren con un gesto de complicidad-. Un aficionado como tú se lo merece. Voy a darte una alegría. Quiero confiarte un secreto. -Breve silencio de Hoyos-. Puedo confiar en ti, ¿verdad?

– Te juro por…

– De acuerdo, muy bien.

Puren se bebió la cazalla y pidió otra. Se lo veía inquieto, como si alguien estuviera a punto de aparecer con una varita mágica para hacer realidad todos sus sueños perdidos. Hoyos disfrutaba aprovechándose de su naturaleza de aficionado efusivo.

– Bouba fichará por el Valencia.

– ¿Cómo lo sabes?

– Comprendo tu incredulidad. No sabes con quién estás tomándote una copa. -Puren lo observó con atención intentando reconocerlo. Probablemente era la primera persona del mundo del fútbol a la que no había reconocido. Claro que vivía en Senegal-. Mírame bien. Prepárate para recibir una gran impresión: soy el representante de Bouba.

– ¿De verdad eres…? -Más que impresionado estaba idiotizado.

– No levantes la voz. Ya sabes que es un secreto.

Toni Hoyos le enseñó un carnet que lo acreditaba como agente FIFA. Era falso, sólo Celdoni Curull tenía uno auténtico. Puren lo releyó varias veces. Comparó la foto del carnet con su cara. Jamás había visto una acreditación así. Se la devolvió.

– ¿Bouba fichará por el Valencia?

– Si tú quieres.

– ¿Yo?

– A lo mejor te parece raro, pero los milagros existen.

* * *

– No lo puedo creer. ¿Dices que ha vuelto con otro nombre? -Petit recorría la sala sin cesar, inquieto y escéptico-. Tu cuñado Josep, intermediario de futbolistas… Siempre he sospechado que era un gremio por lo menos dudoso. ¡Arruinará a la FIFA!

– Y a lo mejor a nosotros antes.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– Siéntate.

Se sentó. Lo hizo como quien mira antes el asiento para ver si hay algo puntiagudo. Volvió a encenderse el puro.

– Siento decírtelo, sé que tienes muchos problemas…

– Cuéntalo de una vez.

– Verás, es un poco surrealista. En fin, ya le conoces. Ahora se llama Toni Hoyos y tiene residencia en Senegal.

– Dios mío, Toni Hoyos. Es cómico.

– No, no tiene ninguna gracia. Trabaja para un catalán, agente de futbolistas con licencia FIFA, y al parecer representan a una figura mundial.

– ¿En Senegal hay un crack?

– Sí. Tú y yo no tenemos ni idea de fútbol, pero me he informado de todo y es un jugador que promete.

– ¿Cómo se llama?

– Na… Na… Espera. -Se sacó un papel del bolsillo-. Ndiane Bouba. Más o menos, no sé pronunciar correctamente el nombre.

– Lo desconozco.

– Ya te acostumbrarás, te lo aseguro.

– Vicent, explícate.

– Es muy sencillo: mi cuñado (acostumbrémonos a llamarlo Toni Hoyos y sobre todo a que no parezca cuñado mío) pretende que el Valencia lo fiche.

– Cojonudo, si es tan buen jugador.

– Bueno, el problema no es tan sencillo. El Valencia no tiene dinero ni para fichar a un jugador de regional. Por lo tanto, Toni Hoyos nos propone que lo fiche la Generalitat.

– ¿Nos lo propone a nosotros? Está más puta cabra de lo que creía.

– De cabra nada. Es un malnacido. Quiere que nosotros convenzamos a los conservadores de que lo fichen.

– Vicent, por favor, dime que todo esto es una broma de mal gusto.

– No bromeo con esas cosas. Menos aún con la situación que sufrimos. Si no conseguimos que la Generalitat lo fiche, si por lo menos no lo intentamos, amenaza con entregarse a la justicia. Imagínate qué escándalo. Imagínate qué vergüenza pasaría mi mujer. Y eso no es nada: sospecha que en las elecciones nos dieron una maleta.

– Eso lo sospecha todo el mundo.

– Una cosa es sospecharlo y la otra intentar aprovecharse de ello. Tenemos que hacer algo y cuanto antes mejor.

– Pero… pero… es que eso es impensable.

– Bueno, tampoco se trata de que la Generalitat lo fiche directamente. Lo que tenemos que conseguir es que ordene a Bancam que facilite un crédito blando al Valencia…

– ¿Para que fiche al tal Bouba? Los socialistas montarían en cólera y cargarían contra nosotros.

– ¿Y si el negro triunfa?

– Un momento, que no puedo asimilarlo. ¿Me estás proponiendo que pongamos en marcha la operación?

– Es que…

– Entiendo que el crápula de tu cuñado te presione.

– Me amenaza.

– Vale, te amenaza. Es capaz de todo. Por cierto, ahora que me acuerdo, en 1994 hubo irregularidades en las cuentas del partido. Tu cuñado te ayudaba en la contabilidad. Cuando huyó no quise decírtelo, pero ya que estamos hablando de todo esto…

– Tienes razón. Descuidó un puñado de euros.

– Un buen pellizco de las cuotas de los afiliados.

– Yo no disponía del dinero para devolverlo y le encubrí. Por mi mujer, que conste. Lo siento, Francesc.

– No tiene importancia. Yo te encubrí a ti. Estaba seguro de que no tenías nada que ver con el asunto. Bueno, a lo que íbamos: sé que tienes un problema grave…

– Francesc, también lo tiene el Front. Si no lo hacemos, perjudicará la imagen del partido.

Petit volvió a dar vueltas por la sala. Todo lo que pensaba congelaba su imaginación, agrietaba su alma.

– Tal como estamos con los conservadores, ¿cómo quieres que les pidamos algo así? ¡Que alguien me lo explique!

– Si pudiese lo haría encantado.

De repente, el secretario general rompió a reír.

– Por lo menos te queda humor.

– ¿Es que no es para descojonarse?

– A mí no me lo parece.

– La Ley de Ordenación del Territorio, las encuestas a favor, los críticos presionándonos, Lloris que quiere ser alcalde, tu cuñado… Sólo falta que me den por culo.

– A propósito, el jueves hay ejecutiva.