38153.fb2
Mi madre dio un grito cuando abrió la puerta.
– ¡Hijo! ¿Eres tú, hijo?
– Necesito dormir un poco.
– Tu dormitorio está siempre esperándote.
Fui al dormitorio, me desnudé y me metí en la cama. Me despertó mi madre hacia las 6 de la tarde.
– Tu padre está en casa.
Me levanté y empecé a vestirme. Cuando entré en el salón, la cena estaba en la mesa.
Mi padre era un hombre muy grande, más alto que yo, con ojos marrones; los míos eran verdes. Su nariz era demasiado voluminosa y no podías evitar que sus orejas te impresionaran. Eran unas orejas que parecían querer escaparse de la cabeza.
– Escucha -me dijo-, si te quedas aquí te voy a cobrar el alojamiento y la comida, además de la lavandería. Cuando consigas un empleo, lo que nos debas será deducido de tu salario hasta que lo devuelvas todo.
Cenamos en silencio.