38153.fb2
Trabajábamos en un sótano. Las paredes estaban pintadas de amarillo. Empaquetábamos los trajes de señora en cajas oblongas de cartón de cerca de un metro de longitud por cuarenta o cincuenta centímetros de ancho. Hacía falta cierta habilidad a la hora de doblar cada vestido para que no se arrugara dentro de la caja. Para prevenir esto usábamos relleno de papel de seda, y nos habían dado cuidadosas instrucciones de plegado. Se utilizaba el correo para los repartos fuera de la ciudad. Cada uno de nosotros tenía su propia escala y su propia máquina de franqueo. No se podía fumar.
Larabee era el encargado. Klein era su asistente. Lara-bee mandaba. Klein estaba tratando de quitarle el puesto a Larabee. Klein era judío y los dueños del almacén eran también judíos y Larabee estaba preocupado. Klein y Larabee discutían y se pasaban toda la mañana y toda la tarde peleando. Sí, toda la tarde. El problema en aquellos días de la guerra era el horario intensivo. Los que llevaban el control siempre preferían explotar continuamente a unos pocos en vez de contratar a más gente para que todo el mundo trabajase menos. Le dabas al patrón ocho horas de sudor y siempre te pedía más. Jamás en la vida te dejaba irte a casa pasadas seis horas de trabajo, por ejemplo. Tenías largo rato para pensar.