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Grace, Laura y yo estábamos sentados en un bar del Green Smear unos días más tarde cuando entró Jerry.
– Un whisky doble -le dijo al camarero. Cuando le sirvieron la bebida, Jerry se quedó observándola con la mirada baja.
– Escucha, Grace, no estuviste la noche pasada. Yo me quedé sola con Wilbur.
– No pasa nada, querida, tuve que ocuparme de unos pequeños asuntos. Me gusta dejar al vejete con ganas.
– Grace, se hundió mucho, se hundió de verdad. Henry no estaba, Laura tampoco estaba. No tenía a nadie con quien hablar. Yo traté de ayudarle.
Laura y yo nos habíamos pasado toda la noche en una fiesta en casa del dueño del bar. Desde allí habíamos vuelto al bar. Yo no había empezado todavía a trabajar en el libreto y Wilbur me había estado dando la lata. Quería que me leyera todos los malditos libros. Hacía tiempo que yo pasaba de leer lo que fuera.
– Se puso a beber mucho. Agarró el vodka. Empezó a beber vodka a palo seco. No paraba de preguntar dónde estabas, Grace.
– Eso puede ser amor -dijo Grace.
Jerry se acabó el whisky y pidió otro.
– Yo no quería que bebiese demasiado -dijo-, así que cuando se descuidó, cogí la botella de vodka, eché parte de ella en el lavabo y la rellené con agua. Pero ya se había bebido cantidad de esa mierda cargada de grados. Traté de convencerle de que se fuera a la cama…
– ¿Ah, sí?
– Le estuve diciendo todo el rato que se fuera a la cama, pero él no quiso. Estaba tan desquiciado que yo tuve que beber también. Al final, me entró la dormilera y le dejé sentado en aquella silla con su vodka.
– ¿No le llevaste a la cama? -preguntó Grace.
– No. Por la mañana, entré en la sala y él todavía seguía sentado en la silla, con la botella de vodka a su lado. «Buenos días, Willie», le dije. Nunca había visto unos ojos tan hermosos. La ventana estaba abierta y la luz del sol los hacía brillar, con toda el alma.
– Ya lo sé -dijo Grace-, Willie tiene unos ojos muy bonitos.
– El no me contestó. No conseguí que dijera una sola palabra. Fui hasta el teléfono y llamé a su hermano, ya sabes, el doctor drogadicto. Vino el hermano y le echó un vistazo y cogió el teléfono y nos sentamos hasta que vinieron dos tíos que le cerraron los ojos a Willie y le pusieron una inyección. Luego nos sentamos y hablamos un rato hasta que uno de los tíos miró su reloj y dijo «Ya está» y se levantaron y cogieron a Willie de la silla y lo extendieron en una camilla. Luego se lo llevaron y allí acabó todo.
– Mierda -dijo Grace-, estoy jodida.
– Estás jodida -dijo Jerry-, yo al menos tengo todavía mis cincuenta mensuales.
– Y tu culazo gordo y redondo -dijo Grace.
– Y mi culazo gordo y redondo -dijo Jerry.
Laura y yo sabíamos que estábamos jodidos. No había necesidad de decirlo.
Nos quedamos todos sentados en el bar tratando de pensar en nuestro próximo paso.
– Me pregunto -dijo Jerry-, si no lo mataría yo.
– ¿Matarle cómo? -pregunté.
– Por mezclar agua con vodka. El siempre lo bebía a palo seco. Podría haber sido el agua lo que lo mató.
– Podría ser -dije.
Entonces me volví hacia el camarero.
– Tony -dije-. ¿Podrías por favor servirle a la señorita un vodka con agua?
Grace no encontró la broma divertida.
Yo no vi como ocurrió, pero más tarde me lo contaron. Grace salió y se fue a casa de Wilbur y empezó a dar golpes en la puerta, a dar golpes y a gritar y a dar golpes, y el hermano, el doctor, abrió la puerta, pero no la dejó entrar, estaba de luto y drogado y no la quiso dejar pasar, pero Grace no se dio por vencida. El doctor no conocía a Grace muy bien (puede que todo lo que supiese de ella es que era una buena jodedora) y el tío cogió el teléfono y llamó a la policía, que vino, pero ella estaba demasiado enloquecida y rabiosa e hicieron falta dos de ellos para ponerle las esposas. Cometieron el error de esposarla por delante y ella subió los brazos y luego los bajó y le rasgó a uno de los polis la mejilla, se la abrió de tal modo que podías asomarte por un lado de su cara y verle los dientes. Vinieron más polis y se llevaron a Grace, dando alaridos y pegando patadas, y después de eso ninguno de nosotros nos volvimos nunca a ver.