38153.fb2 Factotum - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 79

Factotum - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 79

77

Paul era uno de los empleados de la tienda. Era gordo, tendría unos 28 años. Sus ojos eran muy grandes, vidriosos e hinchados. Le pegaba a las pastillas. Me enseñó un puñado. Todas de diferentes colores y tamaños.

– ¿Quieres unas cuantas?

– No.

– Vamos, coge una.

– Bueno.

Cogí una amarilla.

– Yo me las tomo todas -me dijo-. Son cosas diabólicas. Unas me quieren hacer subir, otras me quieren hacer bajar. Yo dejo que luchen dentro de mí.

– Se supone que eso debe dar bastante palo.

– Ya lo sé. ¿Oye, por qué no te vienes a mi casa después del trabajo?

– Tengo una mujer.

– Cualquiera tiene una mujer. Pero yo tengo algo mejor.

– ¿Qué?

– Mi novia me compró esta maquinita por mi cumpleaños. Follamos con ella. Se mueve para arriba y para abajo, no tenemos que hacer ningún esfuerzo. Todo el esfuerzo lo hace la máquina.

– Suena bien.

– Tú y yo podemos usar la máquina. Hace mucho ruido, pero no pasa nada mientras la usemos antes de las diez de la noche.

– ¿Y quién se pone encima?

– ¿Eso qué importa? A mí me da igual por un lado que por otro. Joder o que me jodan, es lo mismo.

– ¿Es lo mismo?

– Claro, no importa. Lo echaremos a suertes.

– Lo tengo que pensar.

– Bueno, ¿quieres otra pastilla?

– Sí. Dame otra amarilla.

– Te veré a la salida.

– Vale.

Paul me abordó a la salida.

– ¿Y bien?

– No puedo hacerlo, Paul. Yo soy heterosexual.

– Es una máquina cojonuda. Una vez que te pongas con la máquina, pasaras de todo.

– No puedo hacerlo.

– Bueno, de todos modos ven y te enseñaré mi colección de pildoras.

– De acuerdo. Eso sí.

Cerré la puerta trasera del almacén. Luego salimos juntos por delante. Mary Lou estaba sentada en la oficina fumando un cigarrillo y charlando con Bud.

– Buenas noches, tíos -dijo Bud con una ancha sonrisa cruzándole la cara…

La casa de Paul estaba a una manzana hacia el sur. Tenía un apartamento en una planta baja con las ventanas dando a la Séptima calle.

– Aquí está la máquina -dijo. La puso en marcha.

– Mírala, mírala. Suena como una lavadora. La mujer del piso de arriba, cuando me ve por las escaleras me dice: «Paul, se ve que es usted un hombre muy limpio. Le oigo lavar la ropa tres o cuatro veces a la semana».

– Apágala -dije yo.

– Mira mis pastillas. Tengo miles de pastillas, millares. Muchas ni siquiera sé para qué sirven.

Paul tenía todos los frascos en la mesilla de la cocina. Había once o doce frascos, todos de diferentes tamaños y formas, rellenos de pildoras de múltiples colores. Era algo hermoso. Mientras lo contemplaba, abrió un frasco, sacó tres o cuatro pastillas y se las tragó. Luego abrió otro frasco y se tomó otro par de pastillas. Luego abrió un tercer frasco.

– Venga, qué demonios -me dijo-, vamos a ponernos con la máquina.

– Parece que va a llover. Tengo que irme.

– ¡Muy bien! -dijo él-. ¡Si no quieres follarme, me follaré yo solo!

Cerré la puerta detrás mío y salí a la calle. Oí como ponía la máquina en marcha.