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Capítulo II

Se han ido todos. Sólo queda Liang Qian en el estudio de grabación. Hace poco la sala estaba llena de ruidos de instrumentos musicales y de voces humanas, pero ahora reina el vacío. ¡Qué quietud! Si alguien suspirara, le contestaría el eco. Liang Qian por su parte no tiene ganas de suspirar, ya hoy todo nan sido suspiros. Si le quedase un mínimo de energía, se tumbaría en el suelo y rodaría hasta la otra punta de fa sala. De niña siempre recurría a ello para calmar sus iras.

Con los brazos cruzados, frente al estudio de grabación vacío, tiene la sensación de encontrarse en un lugar desértico. Una luz fría cae del techo y alumbra su rostro de mirada firme como si estuviese esculpido en madera. Unas arrugas finas, semejantes a pequeños canales, acentúan la lasitud y el cansancio de esta mujer. Un soplo de aire frío, que no se sabe de donde proviene, la trae de nuevo a la realidad: no es aconsejable que se quede sola. Apaga al pasar la lámpara del estudio y luego entra en la sala de al lado.

Esta sala se parece a la pasarela de un barco. Se sienta detrás de los mandos de grabación imaginando que ella es el capitán del barco. Enfrente, se extiende un agujero negro del estudio donde acaba de apagar las luces. Entre ese agujero negro y ella existe un cristal grueso que ocupa la mitad del muro. Con la oscuridad Liang Qiang tiene la sensación de encontrarse en un lugar donde el espacio, las distancias y la profundidad son deformadas por la ilusión óptica. Liang Qian se siente sola. Recuerda una novela de Jack London [8], El lobo de mar, que leyó hace tiempo y que narra la historia de un capitán. Ella no quiere cometer tantos errores como ese capitán y acabar rechazado por todos como un lobo feroz. Mira alrededor suyo y ve cómo alguien ha utilizado el papel de aluminio de un paquete de cigarrillos para hacer una pajarita dejándola en uno de los sillones de las primeras filas que están juntoa la pared. Cuando se le tira un poco de la cola, mueve las alas como si fuesen de verdad, pero de una manera muy tosca, como si estuviese agonizando, como ella.

Los técnicos, los músicos, el jefe de orquesta y el compositor se han ido furiosos, como si se tratase de una huelga y ella fuera la directora de la fábrica.

Antes de separarse, se armó de mucho valor para decirles, eso sí, mirando hacia el techo:

– Mañana empezaremos a las nueve, ¿estáis de acuerdo? -No tuvo valor para mirarles mientras les comentaba la hora y aunque pensaba decir a las ocho, no sabe cómo, dijo a las nueve.

– ¿De acuerdo?

Como ella es la directora tendría que haber dicho «Camaradas, mañana empezaremos a las nueve y que todo el mundo esté listo para esa hora».

Para colmo, alguien dijo:

– A las nueve y media.

– Vale, a las nueve y media. -No se atrevió a replicar.

– ¡Maldita sea, cuándo nos libraremos de esta vieja!

Liang Qian sabía que estaban hablando de ella pero se hizo la sorda.

– Queridos amigos, todavía no hemos acabado. Lo siento pero hasta que no logremos expresar esos sentimientos de soledad y de despecho, tendremos que seguir practicando.

Hace ya una eternidad que Liang Qian comentó con el compositor y el jefe de orquesta sus exigencias. Les dijo que algo fallaba en la secuencia musical pero que no era capaz de dar una solución. Tartamudeaba y decía: «¿No deberían añadir algo más?».

«¿Y qué es ese algo más?».

El jefe de orquesta la miraba de reojo, subido en una pequeña estrada mientras pegaba con impaciencia en el libro de notas con la batuta. Se notaba que no hacía gran caso de sus recomendaciones, como si ella no fuera la directora de escena.

¿Quién es el responsable del hecho de que no haya logrado ser un famoso director de escena alguien con el pelo canoso como él, un Li Delun o un Han Zhongjie?

¿Por qué se queja siempre? La culpa es suya por no saber expresar lo que quiere.

Bai Fushan se burló de ella: «¡Seguro que a Chen Jingrun no le ha costado tanto resolver la hipótesis de Goldbach [9]!». Vaya, así que ha oído hablar de la hipótesis de Goldbach. Es verdad que le admitieron como estudiante de investigación en el Conservatorio Nacional.

«¿Por qué trabajas tanto? ¿No has visto cómo son las películas de ahora, muy sofisticadas? Eso es lo que pide el público. ¿Quién se acordará de ti? El público sólo recuerda a los actores. Si no me crees, sal a la calle y pregunta al primero que encuentres. No le des más vueltas al asunto, todo el equipo está harto por tu culpa. ¿Es que no te das cuenta?».

Ni siquiera intenta ponerse en su lugar. Eso sí, siempre le recuerda que es su marido. A Liang Qian todo este asunto le da ganas de vomitar.

¡Claro que se daba cuenta de la situación! No es tonta.

Cuando se fueron, nadie la miró, ni le habló, ni la oyó refunfuñar.

Ahora sólo parece una vieja serena, sorda y ciega que no entiende nada. Vive en un mundo de recuerdos en el que nadie se preocupa por ella.

¡Un ser desdichado!

Liang Qiang se levanta y mira su imagen en el espejo del estudio de grabación. Está pálida, disecada, sin fuerzas, mal peinada, con ojeras, pero decidida a luchar hasta llegar a la meta que se ha fijado. Se quita el pañuelo que sostenía sus cabellos, se peina de nuevo y se vuelve a poner el pañuelo. Relaja los músculos de su rostro y de sus labios. La verdad es que su aspecto no ha mejorado. Todavía mantiene ese rostro inexpresivo de un gallo tallado en madera incapaz de inspirar simpatía alguna.

¡Apenas tiene cuarenta años y ya parece una vieja!

¿A dónde se ha ido esa juventud? Apenas ha tenido tiempo de conocerla durante la corta temporada en la que pudo ser atractiva, cuando amó y fue amada.

Liang Qian envidia a esa violinista que la insultó. Veintiuno o veintidós años, el pelo brillante y ondulado, ojos luminosos (seguro que llorará poco), labios encarnados, una frente lisa (seguro que no pensará mucho). Lo que más le choca a Liang Qian son los pendientes, anillos y collares de bisutería que lleva.

A todas las mujeres les gustaría permanecer jóvenes y guapas. Pero ella no tiene tiempo para dedicar dos horas dianas de su tiempo a maquillarse como lo hacen las occidentales nada más levantarse, poniéndose rímel, pintura en los ojos, crema en la cara, masajes… Liang Qian sólo puede conformarse con lo que le ha dado la naturaleza. Su frente se parece a un trozo de madera que se ha quedado demasiado tiempo a la intemperie. Ya compró uno o dos tubos de crema Maxam que decía lo siguiente: «Nuestro producto está hecho con extractos naturales y si lo utiliza a menudo conservará una piel joven», pero no ha mejorado. Después de todo ¿es tan importante conservar la belleza?

Tal vez exista un dilema sin solución. Si una desea hacer carrera, debe renunciar a ciertos placeres femeninos y si no puede renunciar a ellos debe olvidarse de la carrera. La señora Thatcher, siendo Primer Ministro de Inglaterra tiene tiempo para preparar pasteles para sus hijos y vestir a la última moda, pero es, en todo caso, una excepción.

Liang Qian ha conseguido hacer carrera pero no ha sabido nunca cómo expresar sus sentimientos más profundos. Tal vez sea porque confunde lo que es el talento con su amor por el trabajo que desempeña. Aunque consiguiera rodar una película nadie la recordaría. Es como una tragedia similar a un amor no correspondido, a amar sin ser amado.

El director de orquesta se lo ha hecho saber.

¡Ah! si pudiera como Sun WuKong [10], el rey de los monos, arrancarse un pelo y soplar para poder cambiar de personalidad en un instante. Se arrancaría un puñado para poder ser compositor, jefe de orquesta, maquinista, actor… para poder entender el papel que debe desempeñar cada uno y así obligar a todos los de su equipo a trabajar como ella siente y no como ellos piensan que deben actuar.

«El cine es el arte del director». Liang Qian está convencida de ello. Si no fuese así el director de orquesta podría tocar cualquier música que le apeteciera, como por ejemplo Karajan [11] o Seiji Ozawa, o El eco de Apolo, dios de la música, que narra en 36 fragmentos La carta a Elisa de Beethoven. ¡Menos mal que Beethoven está muerto porque si la conociese querría volver a su tumba! Y a pesar de ello la retransmisión de El eco de Apolo continúa.

Desde que Liang Qian tomó la decisión de rodar esa película, siempre ha sido una constante lucha y un sinfín de rituales, de mímicas, de suplicios para conseguir una miserable ayuda. Esta clase de trabajo no conviene a las mujeres. Primero se volvió loca para que aprobaran la historia de la película, luego tuvo que buscar los actores y todo el gentío que se necesita para rodar una película. La echaron a patadas de todas partes como si fuese una leprosa. Además la han acusado de servirse del nombre de su padre para encontrar trabajo. Eso no es cierto. No fue su padre el que tuvo que convivir con las pulgas, los mosquitos, las cucarachas, el viento, el sol y el cansancio durante los 10 meses que duró el rodaje de la película. Tampoco fue su padre quien tuvo que soportar todas esas miradas y los sentimientos que reflejaban. Es como si hubiera un hombre de edad avanzada y a punto de morir, que rechaza a todos los médicos eminentes del país y sólo la llama a ella, una simple médico de campo, con poderes para curar. Pero todas estas cosas indignas en realidad no le molestan, ya que sólo vive por el arte del cine y para mejorarlo día a día.

Haga lo que haga, todo el éxito se lo lleva siempre su padre, ya que los méritos van acompañados constantemente con esta frase «hecho por la hija de…». No sabe si algún día la sociedad reconocerá su trabajo sin asociarla siempre con el nombre de su padre.

A Liang Qian le da pena no poder colocar un cartel grande en el que se pueda leer que su padre es su padre, que ella es ella, que Bai Fushan es Bai Fushan, y que a algunos les toca ir al paraíso y a otros al infierno, y que nada se puede cambiar. Cada uno tiene que asumir lo que le viene encima y no se debe meter a todos en un mismo molde. ¿Por qué han suprimido los otros instrumentos y sólo han dejado el sonido del tambor?

Liang Qian se siente prisionera, asfixiada, como si de repente no hubiese más oxígeno en la sala. Le gustaría poder romper con los dientes ese capullo que le envuelve como si fuese un gusano de seda y poder así tomar nuevas riendas para dirigir su trabajo.

Está tan deprimida que se identifica con ese arbusto diminuto que aparece en la pantalla, expuesto a la violencia de los elementos y con un aspecto lamentable.

¡Ya no aguanta más! Echa a correr, cierra la puerta y pega un grito histérico… se desahoga y su voz se pierde en la oscuridad. De repente tiene el sentimiento de ser otra persona.

Ahora reina el mundo del silencio. Se siente mucho mejor, con más confianza. Liang Qian se deja caer en el sofá, cierra los ojos y se echa a llorar. Llora por ser vieja, por no haber sabido aprovechar su juventud, por su falta de temperamento…

¿Quién se atreve a tocarle el pie? Liang Qian está muy enfadada y abre los ojos para ver quién es ese atrevido. Ve el rostro de Bai Fushan, sonriente, relajado. Bai Fushan se ha sentado a su lado.

Tendrá un buen motivo para venir a verla. Seguro que se ha metido en un buen lío. De lo contrario, pueden pasar seis meses, un año, sin encontrarse. Si a Liang Qian le pillase un coche o se quedase encerrada en la caverna de Alí Baba y los cuarenta ladrones, Bai Fushan no se molestaría por tener noticias suyas.

Liang Qian se levanta, pone orden en su ropa y se sienta en otro sillón por si alguien aparece y los ve juntos. En vez de marido y mujer, parecen dos extraños.

Hace por lo menos seis meses que no se han visto. Liang Qian lo mira en silencio. Los hombres no envejecen, siempre mantienen esa actitud de play-boy. Si no fuese por esas bolsas debajo de los ojos, se le echaría unos treinta años. Esas bolsas en realidad no son el resultado del paso de los años sino del consumo exagerado de tabaco y alcohol.

¿Con estas pintas todavía puede tocar el violín?

Qué más da que toque bien o mal. Ese tipo de preguntas no se las tendría que hacer, aunque son reflexiones propias de mujeres.

Debe de ser supersticiosa. Cree que para poder tocar un instrumento musical, para pintar o escribir es necesario tener un espíritu artístico. Sin inspiración ocurre como en esas leyendas en las que las tumbas ancestrales pierden sus propiedades geománticas. En este caso más valdría destruir los arcos, los pinceles o las plumas. No habría razón para trabajar.

En realidad no se sabe quién ha sufrido más con este matrimonio, si él o ella. Si Bai Fushan, en vez de casarse con ella lo hubiese hecho con una chica como las que venden tortas de maíz por la calle, tal vez no hubiese perdido tan rápido el espíritu artístico.

Liang Qian le quiso e hizo lo imposible para que ese amor fuese recíproco. Cuando se casaron, durante un tiempo estuvo cuidando su apariencia externa para conquistar el corazón de Bai Fushan. Luego sus vestidos bonitos se quedaron, y siguen aún, en un baúl como si nunca se los hubiese puesto. ¡Qué pena! Sin embargo no desea regalarlos por si transmiten mala suerte. Al poco tiempo de estrenar esos vestidos Bai Fushan y ella comenzaron a conocerse demasiado bien.

¿Sabes como ganarte el cariño de un hombre?

No.

¿Sabes apreciar la música de Debussy? [12]

No.

¿Sabes cuál es la vanidad del hombre?

No, no lo sé.

¿Te apetece escalar el monte Huangshan [13] y mirar las nubes del pico Shixin?

No, no tengo ganas.

Se tendrían que haber hecho esas preguntas antes de casarse. Pero los sentimientos de amor vinieron y se fueron con la misma rapidez, como una lluvia de verano. Se casó con sólo 18 o 19 años, y el amor fue semejante a una pequeña nube que trae poca agua.

¡Es mejor que nos divorciemos!

«¿Divorciarnos? ¿Para qué? Nosotros no podemos hacer eso. Pero soy un hombre con la mente muy abierta y propongo que arreglemos este asunto con diplomacia. Cada uno vive su propia vida sin preocuparse por lo que hace el otro y así quedamos bien ante la sociedad. ¿Qué te parece?».

Liang Qian no supo qué contestar a esta propuesta hipócrita. Se quedó atónita.

En cuanto a él no se inmutó, le hizo esa propuesta con el mismo tono que si hubiese estado vendiendo peces vivos en un mercado libre. Liang Qian sabía que Bai Fushan iba salir airoso de este contrato ya que es un genio en el arte del regateo.

Tal vez Bai Fushan tenga razón y deba preocuparse del estatuto social de su familia antes de tomar cualquier medida. Si uno no es de la familia no se puede imaginar en qué lío está metido, los cotilleos que debe soportar, así como el aislamiento social. La verdad es que Liang Qian siente más compasión hacia Bai Fushan que rencor ya que no sabe a quién culpar de esa actitud tan desagradable de su marido. Aunque ya no le quiera, no puede ser injusta con él. Ella sabe que si se divorcian, todo van a ser críticas ya que al saber que se llevan mal, los antiguos compañeros de armas de su padre no harán más que hablar de ella y de todos los perjuicios que desencadenaría ese divorcio para su padre y para todos los miembros de las dos familias. Bueno, pues si hay que divorciarse, divorciémonos, y si no hay que divorciarse, pues no lo hagamos. De todas formas le da lo mismo, nadie está enamorado de ella.

– Te he buscado por todas partes, ¿cómo andas últimamente?

Bai Fushan saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo, coge un cigarrillo, se lo da a Liang Qian encendiéndolo con una galantería exquisita antes de coger otro para él.

– Normal sin más, gracias. -Liang Qian intenta leer la marca del paquete de cigarrillos: ¡Un 555! ¡Este tío no se priva de nada!

– ¿Cómo va el rodaje de la película?

– Mal.

Quién iba a pensar que me hiciese esa pregunta.

– ¿Te ponen pegas?

– No, la culpa es mía.

No tiene ganas de seguir hablando con él de este asunto porque sabe que en realidad no le interesa cómo va el rodaje. Sólo pregunta por preguntar algo, así que mira fijamente la sandalia que lleva colgando del dedo gordo del pie.

Bai Fushan también mira la sandalia de Liang Qian y se da cuenta de que el calcetín tiene un agujero. ¿Cómo ha llegado a ser tan dejada? No será por no tener dinero para comprarse otro par. Bai Fushan sigue con la mirada el recorrido del calcetín, sube por sus piernas debiluchas, sus caderas estrechas, sus pechos casi inexistentes y acaba en el rostro pálido. Ya no le seduce el cuerpo de esta mujer que ha perdido todo su encanto. ¿Cómo puede ser ahora tan fea, tan horrible?

Bai Fushan no entiende cómo Liang Qian insiste tanto en guardar las distancias. Si ya no existe amor entre ellos podrían al menos ser buenos socios y ayudarse mutuamente en sus negocios. Le bastaría con solucionar los problemas que tiene con su padre y ya no tendría que preocuparse de nada. El le solucionaría todas las cosas. Podría quedarse tranquilamente en casa y vivir como una señorita y alimentarse mejor. Con todos los productos de belleza que uno puede conseguir en Hong Kong podría remediar esa fealdad que tiene. ¿Para qué trabajar tanto? Antes que ella, estuvieron sus antepasados, y después vendrá la nueva generación. ¿Tiene medios para forjarse un nombre? Bai Fushan no ve en ella ningún talento si no es ese afán de luchar hasta la muerte. Aunque consiga hacerse un hueco en el mundo del arte cinematográfico enseguida la enterrarán de nuevo. Lo mismo que le ocurre a él con el violín. Si quieres tener fama, debes renunciar a todos los placeres que procuran los bienes materiales. Pero esto es demasiado penoso. No cree que valga la pena. Uno vive en el mundo de la competición: competir en la educación, en la alimentación, en el empleo…

Hace ya tiempo que Bai Fushan consiguió un buen pellizco en Hong Kong. En cuanto su padre muera, se largará al extranjero y allí abrirá un restaurante o una tienda de seda. Aquí no pinta nada. No tiene ninguna intención de divorciarse de forma legal con Liang Qian. Cuando el viejo muera, su nombre podrá abrirle muchas puertas, tal como ocurre en las familias aristocráticas inglesas cuyos títulos de nobleza se transmiten de una generación a otra. Si Liang Qian lo desea, se irá con ella al extranjero y podrá escribir sus memorias o algo parecido y ganar mucho dinero. Luego pasarán el resto de sus vidas viviendo en un mundo de confort.

Sólo con pensar en ello, Bai Fushan siente una cierta ternura hacia Liang Qian y se sienta a su lado. Sus hombros se tocan pero sabe que no debe precipitarse si no quiere que Liang Qian se aparte repentinamente de él.

– ¿Qué ganas con ser tan seria?

Siempre tiene esa voz cariñosa. Liang Qian nota los músculos duros de sus hombros y el calor que despiden. Recuerda esa noche, poco después de casarse, en la que la tomó en brazos y se revolcaron por toda la habitación. No habían encendido la lámpara, sólo los envolvía la claridad de la luna. Cada vez que pasaban delante de la ventana, percibía flotando al lado de la luna, un vapor transparente, brillante, parecido a un ligero plumaje pero era incapaz de decir si era de un color dorado, plateado o violeta. Tenía la impresión de que su corazón encerraba a esa nube y que iban a volar los dos juntos.

«Tócame algo con el violín» le murmuró Liang Qian en la oreja. Fue la más bella serenata que oyó en su vida. Creyó que todo iba a ser tan bello y tan fácil. Tendría que haberla grabado para ponérsela de nuevo y ver la cara que ponía.

Liang Qian mira a Bai Fushan. El también la está examinando con sus ojos colorados y sin brillo. Seguro que ha estado bebiendo toda la noche. Ya es demasiado tarde. No vale la pena hacerse ilusiones ya que hace mucho que vendió su alma al brandy. Le invade un sentimiento de aburrimiento. Le hubiese gustado quedarse sola, tumbarse en el sofá y echar la siesta para poder aclarar las ideas.

– ¿Qué quieres?

Bai Fushan sabe que Liang Qian está deseando que se vaya.

– ¿Puedes venir conmigo a casa del viejo?

Liang Qian se queda extrañada al oír esa pregunta. Normalmente, Bai Fushan nunca hace esa clase de preguntas. Le sobran los enchufes al ser el yerno. Ahora todo funciona mediante enchufes. Basta con dar el nombre de alguien para que se te abran las puertas. Ya no tienen valor las cartas del jefe de tu unidad de trabajo. Si uno tiene problemas, ganará el que tenga el brazo más largo. Si Bai Fushan quiere ver al viejo será porque es el único en poder solucionar su problema.

– ¿De qué quieres hablar con él?

– Quiero salir.

¡Que quiere salir! Eso está de moda. A todos les da por querer salir. Liang Qian ríe interiormente. La gente cree que el mundo exterior es como la caverna de Alí Baba y que basta con llevarse un saco, arrodillarse y llenarlo hasta arriba.

Además, una vez fuera ¿qué hará? ¿Tocar el violín? Hace ya siglos que no toca bien. A menos que toque en la esquina de una calle como un mendigo.

¿Quién le habrá metido en la cabeza esa idea? ¿Le habrá pasado algo tan grave que le obligue a salir?

– ¿Por qué quieres salir? ¿un asunto de faldas, de contrabando o de espionaje para las potencias extranjeras?

– ¡Vaya imaginación!

Bai Fushan nota que la situación se le está escapando de las manos. Al principio Liang Qian era distante, añora ataca. Hace lo posible para calmarla, luego la rodea con su brazo. Liang Qian nota el calor que emana de su pecho. Se da la vuelta y le contesta con dureza:

– No quiero ir contigo. Últimamente anda mal de salud. Yo misma, hace tiempo he dejado de molestarle.

– Entonces iré yo solo.

Los dedos de Bai Fushan que sostienen un cigarrillo reducido en colilla, empiezan a temblar. Otra vez se siente impotente frente a Liang Qian. Ya no es una mujer sino una bruja invencible.

– Llamaré allí para que no te permitan entrar.

Si lo dice es que será capaz de hacerlo. Esta mujer es realmente terrible.

Liang Qian se fija en las mejillas hinchadas de Bai Fushan, piensa comentárselo ahora mismo, pero Bai Fushan le interrumpe:

– ¿De verdad no te quieres encargar del asunto?

En su tono hay como una amenaza. Se está jugando la última carta. Eso significa: «No pongas a prueba mi paciencia».

Liang Qian ha solido utilizar las relaciones de su padre para solucionar algunos problemas, pero nunca ha abusado de ellas. Además casi siempre ha sido para ayudar al prójimo. Cuando Jinghua y Liu Quan se divorciaron y se quedaron sin piso, no las podía dejar allí tiradas. Muchos son los que han podido ser rehabilitados con su ayuda. Ella también pudo empezar a rodar esa película que tanto deseaba gracias a su padre. Eso no lo puede negar, pero no hay nada malo en ello. Salió de la escuela de cine con matrícula, estuvo 10 años como ayudante y si hubiese esperado su turno por años de antigüedad ¿cuánto tiempo hubiese estado de espera? Si no hubiese tenido la suerte de ser la hija del señor X, hubiese luchado hasta conseguirlo. Lo que no ha hecho nunca es utilizar el prestigio de su padre para asuntos ilegales, como lo que propone Bai Fushan.

¡Tiene motivos para estar enfadada! Cuando le ha comentado que su padre estaba enfermo ni siquiera ha preguntado por qué. Cualquier otro, sin ser el yerno, hubiese añadido algunas palabras que aunque hipócritas, muestran una educación elemental. No ha dicho nada, sólo piensa en él.

Liang Qian tiene lástima por su padre. La gente cree que los funcionarios viven como reyes, pero nadie conoce los disgustos que tiene su padre.

Su padre debe de sentirse solo, muy solo. Además no tiene la posibilidad de hablar con Liu Quan o Jinghua para desahogarse. No está al alcance de todos poder expresar su alegría o su enfado tal como se siente.

Antes de casarse, Liang Qian veía a menudo a su padre sentado en un sillón de mimbre, debajo de la terraza, jugando sólo al ajedrez hasta que el cielo se oscurecía y no podía distinguir las fichas. Entonces dejaba de jugar y pasaba horas meditando o miraba cómo los pájaros construían el nido en el viejo árbol del patio. A veces decía frases sin sentido como «Hay que ser honesto…».

Ahora que sus hermanos y hermanas ya son mayores y se han ido del nido, como hacen los pájaros cuando ya les han crecido las alas, su padre está solo. Tal vez siga jugando al ajedrez o contemple los pájaros en sus horas de añoranza. Liang Qian recuerda aún ese día que vino a verle, y al entrar en la casa, levantó la cabeza y descubrió que el nido había desaparecido. Estaba de pie, detrás de su padre, y podía ver cómo ya no tenía casi pelo y su piel había oscurecido. Al verle así tuvo la impresión de tener delante de ella a un recién nacido, muy débil. Cuando le preguntó qué había pasado con el nido, su padre levantó la cabeza. Mirando hacia el lugar donde solía estar el nido le contestó casi llorando: «Desapareció hace dos años, después de una tormenta».

– ¿Le quieres adelantar la muerte? No sé lo que habrá hecho mi padre en vidas anteriores para tener tan mala suerte. Poco falta para que todos se lancen sobre su cuerpo, para devorar su carne, beber su sangre, y hacerle daño. Todo el mundo desea recoger las migajas. Añora quieres que te ayude a salir. Cada vez que te van mal las cosas recurres a mi padre, y si no salen las cosas bien, le culpas a él. Se pasa años sin verte. Ni siquiera sabe lo que estás haciendo. Nunca le has ofrecido un cigarrillo ni le has invitado a casa. Por favor, ¡largo de aquí!

Liang Qian se pone de pie y corre a abrir la puerta del estudio.

Bai Fushan la mira. ¡Vaya mujer más histérica! Sin rechistar, tira la colilla al suelo e imitando a un artista que acaba de terminar la función y de saludar al publico, se da media vuelta y se va a paso ligero.

Este tío nunca se olvida de cuidar su aspecto, pero no se preocupa por averiguar si la colilla que ha tirado al suelo sigue encendida y puede quemar el lino. Liang Qian la aplasta con el pie al pasar.

Desde los pasillos oscuros, Bai Fushan grita:

– ¡Recuerda que todavía tú sigues siendo mi mujer, tu padre mi suegro y Cheng Cheng, mi hijo!

Del pasillo sale un eco, parecido al de las películas donde el fantasma de un castillo murmura desde su tumba, testigo de un pasado lejano…

Liang Qian da un puñetazo al sofá, pero no siente nada. Lo mismo ocurre con sus reflexiones, no sirven para nada.

Lo único útil que puede hacer es llamar a Xie Kunsheng para tener noticias sobre el nuevo trabajo de Liu Quan. No consigue que le den línea. Cuando no falla la operadora, falla la línea. Desde que Liang Qian empezó a rodar la película, se pasa el día maldiciendo el teléfono. En un lugar tan grande como Pekín, se entiende que uno no pueda recorrer toda la ciudad para comunicarse con otra persona y que el teléfono sea de una gran utilidad. Pero hay tan pocas líneas disponibles y tan pocos aparatos. ¡Cuánto tiempo perdido al teléfono!

– Aló…

Oye una voz muy suave, debe de ser esa mujer que llaman Qian.

Esta voz le inspira a la vez desprecio y envidia. Al oírla le da la impresión de estar dentro de una bañera llena de agua caliente, con el poder de suprimir el cansancio y de apaciguar la mente y así eliminar los problemas. Por qué será que ninguna de las tres pueden imitar a esta mujer. Sus voces no tienen una pizca de dulzura. Son semejantes a las voces de los viejos guerreros de la Ópera de Pekín. Como están acostumbradas a oír sus voces, no se dan cuenta de sus defectos. ¿Y los hombres qué pensarán? Seguro que al oírlas les parecerá que tienen ante ellos a un hombre con voz de mujer.

– Perdone, quisiera hablar con el director Xie.

– No está aquí.

Esa voz suave se ha convertido de repente en una voz fría y tajante como una barra de hielo.

– Por favor, ¿me puede decir dónde lo puedo encontrar? ¡Clic! Ha colgado el teléfono. Una onda de furia recorre su cuerpo. Esta mujer no siente ningún respeto por su trabajo. Liang Qian recuerda que la vio un día en el despacho del director Xie. Sus cejas estaban cuidadosamente depiladas, su talla aunque prematuramente ancha, muy prieta y su gran boca tenía los labios pintados de un rosa pálido…

Liana Qian se enfada de verdad. Llama de nuevo. Oye ese zumbido que le indica que la línea está ocupada. Sin embargo no se da por vencida.

– Diga… -Otra vez esa voz suave.

Intenta presentarse con un tono agresivo:

– ¡Aquí Liang Qian!

– Ah, camarada Liang Qian, ¿Cómo está? Hace mucho que no la vemos por aquí. ¿Por qué no viene a vernos? ¿Cómo va el rodaje? Supongo que bien. Estamos impacientes por ver su película.

Por su tono agresivo, se ha dado cuenta de que la que hizo la primera llamada y la segunda, es la misma persona: Liang Qian. Le hace un montón de preguntas para que no recuerde que le colgó en su primera llamada.

Liang Qian aparta el teléfono y lo mira extrañada. No lo reconoce. Se da cuenta de lo peligroso y falso que puede ser el teléfono. Se convierte en un juego que no le agrada pero que todos deben consentir si quieren conseguir algo. Su tono se suaviza:

– Por favor, ayúdeme a contactar con el director Xie.

– De acuerdo, espere y no cuelgue. -Parece que ahora es la secretaria quien le está pidiendo un favor.

Percibe la voz del director Xie: «Ese asunto ya lo he solucionado, no tema, basta que les dé la señal…». ¡Vaya tono decisivo, quién sabe qué asunto se traerá entre manos!

– ¿Diga…? -Su tono de voz ha cambiado. No puede creer que la secretaria no le haya avisado quién está al otro lado del teléfono.

– ¡Soy yo, Liang Qian!

– ¡Ah, eres tú! -Parece que el señor Xie ya reacciona-. ¿Cómo estás?, ¿Me llamas para invitarme a una proyección de cine? -dice el director riéndose y hablando con Liang Qian como si fuese su hermano pequeño.

– ¿Una entrada para el cine?, de acuerdo. Quiero saber si lo de Liu Quan está arreglado. La última vez me dijo que esperase la respuesta, pero ya ha pasado un mes y no me han dicho nada. Pensé que era mejor llamarle para recordarle este asunto.

– Puedo olvidarme de los asuntos de otros, pero ¿cómo olvidar los tuyos?

Tal vez sea sincero. Tiene un puesto envidiable como secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Además lo consiguió con la ayuda de Bai Fushan y de su padre. Tal vez sea porque el director Xie le hizo un favor a Bai Fushan.

– ¿Ha vuelto Bai de Hong Kong? No he tenido tiempo de verle. ¿Ha traído productos occidentales? ¿Me podría dar un magnetófono de bolsillo?

«¡Qué bandido!», piensa Liang Qian. No le da miedo morir por cupido. Vaya cara tiene para pedir. ¡Si actúa así con Liang Qian, cómo será con los demás!

Liang Qian le contesta con una risa forzada:

– Claro que sí. ¡Dígame cuando le van a dar el nuevo puesto. No tome a los demás por tontos!

El director Xie ya no tiene ganas de bromear. No sólo porque su padre, que sólo ve unas pocas veces al año, tiene poder, aunque a él no le podría hacer nada, pero sobre todo por el carácter de Liang Qian. No sabe bromear. En vez de una mujer parece un personaje benefactor de los cuentos antiguos. Según lo que le digas, se puede reír, bromear o enfadarse y maldecirte. Con ella nunca sabes cómo debes actuar. En un instante puede cambiar de rostro y hundirte. Si todas las mujeres fueran como ella, qué sería de los hombres. Mira a su secretaria quien acaba de darle un papel para que firme. Esa mujer tiene una boca grande y un rostro lleno de plenitud y de suavidad. A Xie Kunsheng le gustan más las mujeres como ella y no como Liang Qian. Estas últimas son duras y secas. Un pastel podrido con un olor de aceite rancio.

Xie Kunsheng le contesta con un tono muy serio:

– La semana que viene, ¿Vale?

– ¿Me lo promete?

– Prometido.

Al descolgar Liang Qian tiene una risa amarga. En poco tiempo ha desempeñado varios papeles. No ha perdido el tiempo en las clases de arte dramático, aunque en aquella época era una pésima actriz. Eso demuestra que se aprende más de la vida real que de los manuales. Las facultades de interpretación son más grandes de lo que uno se imagina. Cuando uno interpreta en el teatro a un personaje que sufre, todos esos sentimientos que expresan son ficticios mientras que en la vida real uno los siente en carne propia.

Todavía permanece la pequeña pajarita hecha con papel de aluminio sobre el sofá. En ella se refleja la luz de la lámpara. Le recuerda los trabajos manuales que hacían en los primeros años de la escuela primaria. Hacían pájaros, barcos, monos y ropa en miniatura con unos dedos poco hábiles en el arte del pliegue de papel.

Intenta recordar cómo eran sus dos amigas y las otras compañeras de escuela cuando eran unas chiquillas. Pero no recuerda nada. Sólo consigue verse a ella y a las otras dos tal como están ahora, con el pelo canoso, el rostro arrugado, los ojos sin brillo, siempre corriendo y descuidando su aspecto externo.

Muchas veces ha hablado de ello con Jinghua y Liu Quan. No pueden seguir viviendo como ahora. Deben elegir un día, coger las bicis, la merienda e irse a almorzar en el campo. Siempre atrasan este proyecto, de la primavera lo dejan para el otoño y de un año para otro. Siempre hay una de las tres que falla y no puede ir. A ver si algún día no están tan agobiadas y consiguen escaparse. Por ahora siempre dicen: «Espera que solucione tal o tal cosa…».

Ahora mismo las tres tienen pegas y dicen: «Esperemos que Liu Quan consiga su nuevo puesto de trabajo, que Liang Qian acabe su rodaje con éxito en las pantallas y que las polémicas que ha levantado un artículo escrito por Jinghua desaparezcan…» Entonces podremos pasear. ¿Pero cuándo acabará todo esto? Ninguna de ellas lo sabe.


  1. <a l:href="#_ftnref8">[8]</a> Novelista americano. Nació en San Francisco en 1876 y murió en Glen Ellen (California) en 1916. Es uno de los escritores americanos más leídos en el extranjero. En 1904 escribió la novela El lobo de mar, en la que da una imagen coloreada y romántica de América. La escritora china se refiere a esta novela.

  2. <a l:href="#_ftnref9">[9]</a> Matemático alemán (1690-1764). Conocido por la carta escrita al científico Euler en la que decía que un número par es la suma de dos números primos.

  3. <a l:href="#_ftnref10">[10]</a> El mono peregrino. Personaje de la novela Xi Youji, mono nacido de un huevo de piedra y dotado de poderes mágicos que, como discípulo del bonzo Xuanzang, le acompañó en su viaje a la India. Es el prototipo chino de la astucia y de la desenvoltura.

  4. <a l:href="#_ftnref11">[11]</a> Director de orquesta austriaco nacido en Salszburgo en 1908 y muerto en 1989

  5. <a l:href="#_ftnref12">[12]</a> Compositor francés. Nació en Saint Germain-en-Laille en 1862 y murió en París en 1918.

  6. <a l:href="#_ftnref13">[13]</a> Monte chino