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Liu Quan sabe muy bien que no debería fumar. Cuenta las colillas que se hallan sobre la mesa, en el platillo blanco con bordes azules que trajo del comedor y que le sirve como cenicero: una, dos, tres… en una tarde ya ha fumado siete cigarrillos; saca el octavo del paquete.
Los círculos de humo se escapan lentamente de sus finos labios y se acumulan y dispersan de forma incierta delante de ella. Uno de los círculos ha tomado la forma de un punto de interrogación que se mueve bajo sus ojos.
¿Qué tipo de pregunta será y quién será su destinatario?
Qu Yuan escribió Preguntas al cielo y luego se ahogó en las aguas del río Miluo convirtiéndose en sus olas que vienen a romper el silencio de las orillas del río. El signo «Mi» del nombre del río Miluo le recuerda la palabra «lei» (lágrimas) del que se diferencia sólo por un trazado menos. Para ella es un río de lágrimas. Le da las gracias al Creador por dotarnos de conductos lagrimales para que podamos disipar las penas.
Con un soplo, el punto de interrogación desaparece. Liu Quan sonríe tranquila, como si hubiese despedido a una de esas ratas de biblioteca que pasan el tiempo llevando la contraria a los demás. Hace ya tiempo que Liu Quan no hace preguntas porque cree que la respuesta está en el destino. Nadie sabe definir el destino ni conocer con antelación lo que nos depara. Ella no se imaginaba que llegaría a fumarse ocho cigarrillos seguidos en una sola tarde. El fatalismo es una especie de droga, pero también sirve de consuelo. Se hace más soportable la vida.
Antes, cuando era una ¡oven y buena estudiante del departamento de inglés, con una larga cabellera negra de la que surgían dos trenzas, no entendía cómo una mujer podía fumar. Ahora no es más que una mujer divorciada, una simple empleada de una compañía de exportación.
El cigarrillo es una cosa extraña. Cuando uno fuma, ve cómo la punta se enciende y se apaga, y es necesario sacudirlo para que caiga la ceniza. Estos gestos ayudan a concentrarse en un punto y olvidarse de los problemas. Liu Quan no sabe decir quien de ellas tres empezó la primera a fumar.
Si uno compara Liu Quan con sus dos amigas, verá como Liu Quan es la que más se ha integrado en el seno de las masas. Si uno la ve en la calle o en la oficina, no podrá adivinar por su forma de hablar, de andar o de vestir que ha realizado estudios superiores.
La oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores ha expresado su deseo de «acogerla». Tal vez sea cosa del destino. Jinghua ya le avisó que cuando uno toca fondo es que se avecina un cambio.
¿Será verdad que ya ha sufrido bastante? No se lo puede creer. Sería demasiado fácil. Eso le recuerda a Jia Gui que tenía tanta costumbre de permanecer de pie, que ya no se atrevía a sentarse. Jia Gui era un esclavo. ¿Y ella?
A Jinghua le gusta hablar de dialéctica y de materialismo. Liu Quan sabe que si una mujer no sabe hablar de otras cosas, espantará a los hombres por muy bella que sea. En cuanto acaba con su discurso, sus ojos parecen envolver a su interlocutor en un silencioso vapor. Lo que los hombres buscan es una esposa y no un profesor de teoría marxista leninista. Es imposible quitarle esa manía. Es como quitarle a un lesionado sus muletas o a un cantante sus cuerdas vocales.
¿Cuándo mejoraran las cosas para Jinghua? Por ahora está sometida a críticas muy duras. La peor fue un artículo firmado por El Comandante. ¿El comandante de qué o de quién?
Liu Quan sabe que, en las compañías comerciales, los precios al por mayor son más bajos que los precios al detalle.
Un día, Jinghua dijo sin pensárselo dos veces: «En los años cuarenta, las chaquetas occidentales con hombreras anchas estaban de moda. Después de la liberación, todo el mundo cantaba El cielo de las zonas liberadas es un cielo claro. Hasta los gamberros de Shanghai no cantaban otra cosa. Hace dos años se empezó a hablar de "reforma", de "democracia" y de "humanismo"… Mi discurso ya está pasado de moda, debo dejar expresarse a los demás. No me importa si no me dejan hacer mi trabajo. Volveré a la carpintería. Liang Qian, ¿no necesitas algunos marcos para tus cuadros? Ahora, tengo tiempo para el ocio, dame mañana las dimensiones».
«¡Pequeña Liu, pequeña Liu!».
Tie, el chófer del administrador Wei, la llama alzando la voz, como si fuese una criada. Hum… en vez de estudiar inglés debería haber estudiado dirección, para poder dirigir sacando el pecho.
Menos mal que permanece sentada. Esta mañana, ha dado las órdenes. Todos los datos sobre la investigación, la producción y la situación del mercado están agrupados por orden cronológico. Ha planificado todo lo que relaciona una fábrica con su unidad de trabajo, como los objetivos que deberán cumplir el próximo mes y las nuevas directrices a seguir, más todos los datos de los resultados obtenidos este último trimestre. Lo tiene todo anotado en su agenda. Si quisiera podría volver a casa. Sin embargo sabe que aunque no tenga otra cosa que hacer aparte de fumar, no debe irse ya que por ahora sólo está «prestada», todavía no se ha hecho el cambio. Tiene que tomar precauciones. Esta tarde o tal vez durante esta última hora que acaba de pasar, el administrador Wei ha podido anular su traslado.
Liu Quan apaga la colilla y se levanta. Frente a ella, la cabeza, de corto pelo gris del jefe de servicio Dong sale de una pila de libros. La mira preocupado. Cada vez que el administrador Wei llama a Liu, pone esa cara como si le fueran a tender una trampa.
Liu Quan levanta la cabeza, le guiña el ojo a Dong, se da media vuelta y sale de la oficina.
¿Por qué disimula sus sentimientos? En realidad está muy asustada. Teme que el administrador Wei tenga algún motivo para oponerse a su traslado. No quiere que Dong se preocupe por ella. Es un hombre honesto y la mayoría de los hombres así suelen ser seres débiles, indefensos. A pesar de la edad siguen siendo niños. Liu Quan siempre les sonríe aunque sepa que el peligro le acecha al otro lado de la ventana, como un lobo hambriento. Tal vez se le pueda acusar de hipocresía, pero como lo hace con buena intención, se le puede perdonar.
El chófer Tie está de pie, al lado de la puerta del despacho del administrador Wei, muy seguro de sí mismo. Lleva unas sandalias de verano de plástico y en los riñones un abanico hecho con hojas de palmera, sujeto con el cinturón de su pantalón. Sin darle tiempo a Liu Quan de acercarse a la puerta, le enseña una hoja de papel y le dice:
– ¡Echa una ojeada a estos garabatos y tradúcenoslos!
Liu Quan se hace la tonta y entra en el despacho del administrador.
El chófer Tie siempre mantiene con ella esa relación de superioridad. Así que se imagina con qué desprecio hablarán de ella en su ausencia.
El administrador Wei está tumbado en el sofá cubierto de felpa roja, una pierna descansando sobre uno de los brazos del sofá; la bragueta abierta, mostrando unos calzoncillos con flores como llevan las mujeres. En la mano sostiene un documento que mira distraído. Parece que no se ha enterado de lo que acaba de decir el chófer y deja que Liu Quan esté ante él un largo tiempo, sin molestarse en levantar los ojos.
Al principio Liu Quan contestaba a esos modales injuriosos, pero con el tiempo se dio cuenta de que era una pelea en vano. Ahora actúa de forma más sabia. Sabe que cuanto más luche, más sufrirá. El amor propio, la dignidad y todo lo demás, son como una cascara de huevo que se rompe con el menor golpe. ¿Qué ha sido de Li Qingzhao que en su tiempo quiso ser un héroe?
– Administrador Wei, ¿para qué me ha llamado? -pregunta Liu Quan con un tono inseguro.
Wei tira el documento sobre la mesa, se estira y luego baja la pierna.
– ¿No te lo ha contado Tie? -pregunta impaciente Wei. Para él, Liu Quan, al estar bajo su mando, está sometida a su voluntad, como un trozo de papel escrito por él, o la taza de té que acaba de utilizar. En cuanto a su actitud es muestra de falta de respeto hacia él. Tie se ríe entre dientes y le pone de nuevo el papel bajo sus narices:
– ¡Traduce!
En vez de estirar la mano para coger el papel, le echa una ojeada. Se trata de un telegrama escrito en inglés y enviado seguramente por una sociedad extranjera.
– No puedo traducirlo.
– ¡No puedes traducirlo y sin embargo deseas volar por encima de las nubes! -Wei emite una seca risa forzada.
No está contento porque sabe que la ida de Liu Quan significa una pérdida para él y una ventaja para ella. Nunca hubiese pensado que le haría semejante jugada. ¡El Ministerio de Asuntos Exteriores la reclama! ¿A ella? ¿Sabiendo cómo es? Eso significa que la persona que está detrás de todo esto es un pez gordo. ¿Será que Liu Quan ha creado su personalidad?
La mira de pies a cabeza como si fuese la primera vez: un pantalón azul, una camisa de cuadros blancos y negros y de manga corta, así como un par de sandalias de verano en plástico de color negro. Tiene muchas arrugas alrededor de los ojos, de la frente y de las comisuras de los labios. No tiene nada que pueda asociar con las mujeres coquetas que conoce. Lo que ocurre es que con el tiempo uno le ve un no se qué… Pero ¿qué? Wei recuerda que de pequeño su bisabuela tenía la costumbre de poner sobre la mesa reservada para las ofrendas, un plato «con manos de buda» y que esos frutos con su aroma hacían que la habitación oscura y sin ventilación donde se hallaban, pareciera un jardín lleno de árboles.
Cuando uno ha comido demasiada carne, llega un momento en que ¡e apetece comer otra cosa distinta. Estos últimos años, Wei ha intentado en vano compenetrar con Liu Quan. Ahora despliega sus alas y pretende volar. Los dos saben por qué desea irse, aunque ninguno de los dos quiera admitirlo. Si Liu Quan consigue escaparse, él es quién saldrá perdiendo y le será difícil encajarlo. Si la deja marchar, al menos que sufra un poco.
Liu Quan sabe que la forma de hablar del chófer y esa risa grosera del administrador tienen como objetivo herirla. Frente al poder del administrador Wei, Liu Quan se compara a las hormigas que Mengmeng suele rodear con bolas de naftalina. Las hormigas que están en el interior del círculo son incapaces de salir a pesar de correr en todas las direcciones, mover todo el cuerpo e intentar trepar por encima de las bolas, no pueden soportan el fuerte olor que despiden. Sin embargo, siguen moviéndose creyendo que su universo es muy amplio y que muchas puertas con salida hacia el exterior se abrirán ante ellas.
«Todas las tareas son revolucionarias; ¡quién se atreve a hablar de diferencias sociales! Si la dirección toma esas medidas es porque ha examinado el problema muy atentamente…».
Liu Quan intenta concentrarse y respirar profundamente. Los que practican qigong aseguran que estas respiraciones apaciguan la mente. Sabe que en estas circunstancias debe mantener las ideas claras, pero no consigue deshacerse de esa imagen de las hormigas. ¿De qué estará hablando el administrador Wei? Ya no le oye. Parece como si le quisiera recordar que sólo es un cambio temporal y que aunque no lo desee deberá volver a trabajar para él. Nadie podrá ayudarla si se niega…
– ¡Liu Quan, el teléfono para Liu Quan! -Dong golpea el cristal para llamarla.
Esta llamada por teléfono le viene al pelo.
– Administrador Wei, ¿Me necesita todavía para algo?
Wei frunce el ceño.
– Ya te puedes ir.
Al salir del despacho del administrador, Liu Quan sin querer se toca la espalda. Su camisa está empapada de sudor.
– ¿Diga?, ¿diga…? -Coge el teléfono pero sólo oye un ruido parecido al del viento. Vuelve a coger el teléfono y pregunta, pero no obtiene ninguna respuesta.
– Déjalo, has tardado en coger el teléfono y ya habrán colgado.
– ¿Quién era?
– ¡No lo sé! -le contesta Dong sin levantar la cabeza.
Liu Quan cuelga el teléfono. Al ver la actitud del jefe de servicio, empieza a sospechar que nadie la llamó. Mira a su jefe, pero no se mueve. Con ese rostro dotado de anchas narices y ojos grandes, se parece a un buda hecho de arcilla.
No sabe si Dong le está tomando el pelo. En primavera, cuando el administrador Wei designó a Liu Quan para que le acompañase a la feria de Cantón, Dong encontró una excusa para que no fuera. Dijo: «No puede ir. Nos están presionando para presentar el proyecto de investigación que dirige Liu Quan. No se puede ausentar».
Liu Quan nunca ha hablado con otra persona de los sentimientos que el administrador Wei siente por ella.
Sólo puede derramar lágrimas ante Jinghua y Liang Qian.
La escena se repite a menudo. Las tres mujeres se mantienen calladas bajo la luz de la lámpara, la mesa llena con la vajilla sucia de la cena, que nadie quiere limpiar. O a veces dos de ellas fuman, mientras escuchan a la tercera contar las humillaciones que ha tenido que aguantar. Sin embargo, ninguna se atreve a consolar a las demás, porque saben que nada cambiaría.
¿Por qué deben soportar tantos insultos y dificultades? ¿Será que se portaron mal en sus vidas anteriores y que ahora les toca sufrir? ¡Parece que las han elegido a ellas tres como víctimas del abuso del sexo masculino y sufrir en nombre del sexo femenino del mundo entero!
Liu Quan tiene realmente miedo. Miedo de ir con el administrador Wei, contarle cómo va el trabajo e incluso de subir con él en el coche. El año pasado, cuando fueron juntos a la provincia de Hunan, se pegó a ella en el autobús. Como era verano vestía poca ropa. Liu Quan tuvo que hacerse un hueco entre los pasajeros y se tiró por así decir en los brazos de otro viajero. Tuvo la impresión de que su cabeza tocaba la mandíbula inferior de ese hombre y olió un fuerte olor a tabaco, pero no supo decir si venía de la boca o de las narices del fumador. El olor era tan fuerte que creyó por un momento que ese hombre era una pipa grande que necesitaba una limpieza con un trozo de papel. Parece que ese hombre se dio cuenta del apuro en el que se encontraba, y le dejó sitio a la vez que con la ayuda de su mochila puso un obstáculo entre ella y el administrador Wei. Liu Quan le dio las gracias con una mirada triste.
Durante el banquete ofrecido por la compañía para festejar el 1 de Mayo, Dong, borracho o simulando estarlo dijo: «¿Por qué no le sube su sueldo? Todos estarían de acuerdo. Aunque seas guapa, la vida debe ser dura para ti. Pequeña Liu, debes casarte. Una vez casada, tendrás alguien en quien apoyarte, ¿No estás de acuerdo?».
¿Casarse? Eso es fácil decir. Hoy en día, hasta las chicas que están en edad de casarse no encuentran marido. Así que una mujer como ella, con más de cuarenta años y con un hijo… Cuanto más viejo es uno, más lúcido. Cuanto más lúcido más difícil acceder al matrimonio, ya que se le suele considerar como una calamidad. Si no es una calamidad es al menos una especie de lotería. Las posibilidades de obtener el premio gordo son casi inexistentes.
Sin embargo, las mujeres son distintas a los hombres ya que necesitan amar. Se podría decir que desde que nacen, sus vidas dependen del amor. Sea del amor por sus maridos o por sus hijos. Si no la vida no tiene sentido. Si no tienen ni marido, ni hijos, entonces dan ese amor a un gato, a un mueble o a la cocina. Menos mal que ella tiene un hijo.
Por suerte, su hijo no se parece a su marido. Su rostro siempre está iluminado. Sus ojos, su nariz, sus labios, todo recuerda a un panecillo recién sacado del horno. Mengmeng es un niño extrovertido y travieso. Nada tiene que ver con la mente estrecha, desconfiada y calculadora de su padre. Cuando se le pedía que trajera un bote de tomate, siempre traía una lata de kilo y medio. Según él salía más rentable que cinco latas de seis liang [14], ya que se ahorraba siete maos [15] y cinco fenes [16]. Como no tenían frigorífico, durante varios días toda la familia estaba obligada a comer tomate: potaje de tomate y huevos, patatas con salsa de tomate, arroz frito con tomate, macarrones fritos con tomate…
Mengmeng tampoco es nervioso como su madre. Se enfada por nada, pero enseguida se le olvida. Tal vez porque todavía es un niño. Cambiará al hacerse mayor. Liu Quan cuando era pequeña también era extrovertida y franca.
Al no tener alojamiento tuvo que renunciar a la educación de su hijo. Vivir dependiendo de otros, es una deuda que se mantiene para siempre, aunque uno viva con sus padres o con sus mejores amigos.
Después de su boda, las relaciones entre Liu Quan y los suyos pasaron por un «período glaciar». A su padre no le gustaba ese yerno con espíritu comerciante. Pero cuando le dijo que pensaba pedir el divorcio, se lamentó de haber dado a luz a una hija deshonrada.
Si uno se casa con un gallo, debe seguir al gallo; si uno se casa con un perro debe seguir al perro; es una ley establecida desde la más lejana antigüedad. Sin embargo, su padre hizo estudios en Inglaterra. Llevó la capa y el sombrero cuadrado de los diplomados. Podemos traer siempre de los occidentales todo tipo de artilugios: la electrónica, la Coca-Cola, los aviones Trident, las minifaldas… pero en cuanto a la moral seguiremos siendo los mismos. En algunos aspectos, seguimos prisioneros del viejo Confucio. Según Liu Quan, su padre es una enciclopedia viviente. Las enciclopedias que están en las estanterías de la biblioteca, llevan la tapa cubierta de cuero marrón oscuro que inspiran respeto y en los bordes se pueden ver las letras elegantes y los dibujos dorados e impresos con hierro. Son precisas y podemos encontrar en ellas las respuestas a las preguntas que uno se puede hacer. O mejor dicho a todas, menos una: ¿Con qué clase de hombre casarse? Como los hermanos mayores son incapaces de dar sobre ese punto una respuesta satisfactoria a la siguiente generación, y como la vida nos reserva muchas sorpresas, más vale dejar a los jóvenes investigar por su cuenta.
Además, como pocas veces necesitamos buscar citaciones clásicas, ¡es un estorbo tener que llevar consigo mismo una enciclopedia!
Durante un largo período tras su divorcio, Liu Quan ha llevado una vida de guerrillero, viviendo unos días donde una compañera de clase, otros donde una amiga… Puede dar las gracias a su madre, quien al ser diplomada en las labores de casa, la preparó para ser una buena criada. En todas las casas en las que se hospedó, entregó siempre sus billetes de racionamiento, y sin embargo no se atrevía a comer lo que le correspondía, ni a servirse ella misma. Tenía cuidado en comer los platos que los demás no querían o si no, los restos. Cuando estaba triste y tenía ganas de llorar, debía ocuparse de los niños y entretenerlos. Cuando pensaba en todo lo que tenía que aguantar y no tenía a nadie con quien compartir sus penas, hacía de tripas corazón y escuchaba las quejas de los amos, como si ella fuese una hambrienta oyendo a los ricos charlar sobre sus curas de adelgazamiento. A veces, para seguir la corriente a sus interlocutores se hacía la entendida sobre personajes que en realidad no conocía. No sabía si eran grandes o pequeños, gordos o flacos, si les gustaba la cocina con vinagre o con especias, pero declaraba que eran unos ingratos y que presumían criticando a los demás…
¡Un alojamiento! ¡Cómo lo necesitaba!
En aquella época, eso la obsesionaba hasta el punto de hacerle caer enferma.
Un día, Liu Quan hizo la demanda a su unidad de trabajo, y el administrador Wei le contestó:
– ¿Un alojamiento para qué?
– ¿No se ha enterado de que me he divorciado?
– ¡Ni hablar! Todavía hay gente aquí que se ha casado y sigue esperando conseguir un alojamiento. Si la gente divorciada empieza a exigir, ¡todos van a querer pedir el divorcio! -le contestó con un tono categórico.
– ¿Qué voy hacer? No voy a dormir en la calle.
– ¿Quién te dice de dormir en la calle? ¡Basta con quedarte donde estás! -le dijo riéndose.
– Eso no es posible. El alojamiento pertenece a otro miembro de la unidad de trabajo.
– Pues pon una cortina para separar el cuarto, no hay cosa más sencilla. -Se echó de nuevo a reír.
– Cómo se atreve a decir semejantes cosas, -dijo Liu Quan temblando de cólera.
– Es que he visto de todo. Mucha gente vuelve a vivir en pareja.
Parecía insinuar que Liu Quan era una de esas mujeres que no pueden pasar un día sin un hombre.
Desde entonces no han vuelto a hablar de alojamiento. Buscó intermediarios. Pero era cosa difícil ya que no tenía dinero. ¿Dónde encontrar a una persona que sepa solucionar todos tus problemas? Por ejemplo, cambiar de trabajo, encontrar un alojamiento, comprar una botella de gas, un radiocasete y una televisión de Hong Kong… Esa clase de gente si te procura esas cosas luego, en cuanto te descuides, te chupará la sangre. A Balzac le sería fácil encontrar en la sociedad actual los personajes idóneos para escribir otro Padre Goriot.
Al final alguien le habló de un alojamiento en las afueras. Hizo los cálculos y necesitaba más de tres horas para ir a su trabajo por la mañana y volver a su piso por la noche. Eso no le importaba, al menos tendría un sitio donde alojarse. Podría esconderse para llorar a solas y ya no tendría que reírse sin ganas, ni pensar qué contar en unas conversaciones que no le interesan para nada.
Llamó a Jinghua que acababa de conseguir un trabajo en la capital y le dijo muy nerviosa:
– He encontrado un alojamiento. ¡Instalémonos juntas!
Tardaron dos horas en autobús para poder ver el alojamiento. ¡Dios mío, no sé si se podía llamar a eso un alojamiento! Por las roturas del tejado se veía el cielo gris y las hierbas que crecían como en una pequeña selva. El viento soplaba a través de las fisuras de las paredes y se podían observar los ladrillos a través del cemento roto. Las columnas habían sido comidas por los gusanos y se parecían a una frente llena de arrugas.
Liu Quan le dijo a Jinghua:
– Tengo la impresión de que somos los supervivientes y nos encontramos en Hiroshima donde cayó la bomba atómica.
Jinghua, sin embargo, se mostró muy optimista:
– Puedo tapar fácilmente los agujeros del tejado y de los muros. Cuando estaba en los bosques del Noroeste, a la llegada del otoño, tenía que sacar el agua del pozo y preparar el cemento.
– Pero en esta casa, no sólo hay que tapar algunos agujeros. Habría que volver a reconstruirlo todo. ¿Quieres que nos entierren aquí dentro?
La llegada de Liang Qian les vino como el maná caído del cielo. Acababa de salir de la cárcel y con el cabello afeitado y esos pelos que empezaban a salir, parecía un erizo.
– ¡Mierda!, cuando el viejo tiene problemas, su hija también los tiene; ahora que al viejo le han perdonado, su hija está bien considerada. ¡Qué asco! -dijo Liang Qian remangándose como si fuese a pelear.
Jinghua no se lo podía creer:
– ¿Cuándo aprendiste a jurar?
– ¡No sólo he aprendido a jurar sino que he mejorado mis conocimientos sobre el mundo que nos rodea! No os preocupéis. Ahora nos están perdonando. Primero os voy a encontrar un piso. -La voz clara de Liang Qian les reconfortaba.
Liu Quan se echó a reír. Pero su risa sonaba falsa, como la de los artistas de la Opera de Pekín. Sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos y cogió uno.
Liang Qian extrañada le preguntó:
– ¿Ahora fumas?
Jinghua se le acercó:
– Yo también fumo.
Liang Qian cogió en silencio el cigarrillo que le daba Liu Quan. Sacó un mechero de su bolsillo y lo encendió. Mirando los círculos de humo añadió:
– Yo también fumo.
Liu Quan tenía ganas de llorar. ¿Qué había sido de las tres niñas regordetas?
Las tres cursaron juntas la escuela primaria. En aquella época, Liang Qian era una niña temida. Cada vez que iba con sus compañeras a las duchas, se ponía con las piernas cruzadas delante de la puerta e impedía pasar a las demás. Las niñas, una vez desnudas, tenían que saludarla y decirle «mis respetos señorita» y entonces las miraba y les hacía una señal con la cabeza para permitirles meterse dentro del agua. Cuando iba al servicio nunca llevaba papel higiénico pero siempre gritaba del interior: «¿Alguien me puede dar papel higiénico?» Y siempre estaba ese alguien para dárselo por debajo de la puerta de madera.
Con el tiempo Jinghua puso fin a esta dictadura. Un día, cuando estaban en las duchas, con la ayuda de otras dos niñas valientes y aprovechando que Liang Qian estaba despistada, la tiraron al agua cuando esperaba las gracias de las demás. Liang Qian se puso a gritar y empezaron a pelearse dentro del agua, así que nadie pudo bañarse. Cuando le tocó a Jinghua darle un trozo de papel higiénico, se negó y Liang Qian se puso a gritar como una loca. Llegó tarde a clase y si no es porque intervino el profesor, Liang Qian no hubiese salido de los servicios. Las dos estuvieron una semana sin hablarse.
En aquella época Liang Qian parecía una salchicha recién embutida. Ahora es una salchicha seca, sin agua y con sólo una capa de sal en la superficie
Durante la guerra de Corea, cuando recogían dinero para apoyar al frente, Liang Qian se paseaba todo el día con un bastón y un clavo en la punta para recuperar papeles de los basureros. Todo el dinero que le daban, se lo entregaba a su profesor. Luego, cuando hablaron de destruir «Las Cuatro Plagas», se quedaba sin siesta durante las jornadas calurosas y en cuclillas en los servicios esperaba con el matamoscas en la mano. Ya fuese por trabajo o por amistad, siempre actuaba con seriedad. Ahora acaba de ayudar a Liu Quan a conseguir ese puesto en la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Liu Quan suspira. ¡El tiempo no está siempre cubierto! La vida es como el tiempo: lluvia, sol, tormentas… Mañana empezará otro trabajo en otro ambiente.
No sólo significa para ella una excusa para evadirse sino también una posibilidad para aspirar a otra cosa.
Las dificultades de la existencia anularon todas sus ilusiones. Sólo le queda un gran sentido de responsabilidad y su conciencia profesional: Liu Quan se merece los 56 yuanes de su salario mensual.
Al acabar la jornada, después de haber suspirado, llorado y maldecido, aprovecha la tranquilidad de la noche para sentarse sola juntoa la lámpara, sujetando con una mano su cabeza y cogiendo con la otra una revista inglesa. Al leerla se suele preguntar para qué habrá estudiado y sacado buenas notas en inglés y qué relación tiene ese idioma con su vida real.
Ahora piensa lo mismo y no sabe qué hacer. Mira fijamente el panda dibujado en la lámpara que está comiendo un trozo de bambú. Suspira, se quita la ropa sin ninguna prisa y se tumba en la cama.
El administrador Wei ha insistido sobre dos palabras «cambio temporal» para recordarle que todavía depende de él.
¿Cuando cambiarán las cosas?
Al teléfono, el director Xie le dijo: «Venga a trabajar el lunes. Una delegación americana llega el martes y necesitamos intérpretes. El traspaso se hará más tarde»,
Dong ya la ha avisado: «No debes precipitarte. ¿Qué significa ese traspaso? Es mejor que esperes a que el Ministerio de Asuntos Exteriores haya recibido la orden de traspaso. Así será más seguro».
Liu Quan tiene demasiadas prisas. Sólo tiene un deseo, que es el de no ver por la puerta de cristal la cabeza calva del administrador Wei, semejante a una cascara de huevo flotando en la superficie del agua. Al principio sólo distingue la punta, pero a medida que se pasea por el despacho, tiene la sensación de que el agua sube y que la parte que sobresale es cada vez más grande. Sin embargo sabe que no tiene nada que temer ya que domina bien el inglés y que trabaja sobriamente. No hay motivos para que el Ministerio de Asuntos Exteriores cambie de idea.
<a l:href="#_ftnref14">[14]</a> Unidad de peso china. Un Liang equivale a 0,05 kilogramos.
<a l:href="#_ftnref14">[15]</a> Décima parte del yuan.
<a l:href="#_ftnref14">[16]</a> Décima parte del mao