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Capítulo IV

Diez dedos largos, finos y oscurecidos por el serrín y el polvo, aprietan el cepillo y lo empujan hacia adelante y atrás en un vaivén continuo. Los copos, similares a los tirabuzones de una cabellera de mujer, se entrelazan unos con otros. Las venas de la madera se hacen cada vez más visibles. Se inscriben en marrón sobre el color amarillo claro de la madera y parecen tan simples y tan bellas, que Jinghua se para a menudo para acariciar esta madera lisa, tibia y brillante. Jinghua se siente muy orgulloso. Si uno compara su trabajo con el de un carpintero profesional, no hay casi diferencia.

Aprendió a trabajar la madera durante sus 10 años de exilio en las regiones forestales, lo que le permitía soportar esas ¡ornadas aburridas y tristes. A veces lo hacía sin ningún fin.

Muchas veces trabajó unos trozos de madera cuadrados y los convirtió en unas tablas que no servían para nada, sólo por el placer de pasar su cepillo. Al final, todo acababa en el horno de su Kang y las quemaba.

Desde su regreso a Pekín, Jinghua no ha vuelto a hacer carpintería. Menos mal que ni la herramienta ni las maderas están dotadas de sentimientos ni pensamientos, si no acabarían por reprocharle acudir a ellas sólo en los malos momentos para olvidarse de las penas. Con ellas siempre hay una recompensa al final, como son los taburetes, las mesillas, las cómodas, las estanterías y más de cien artículos de ese estilo. Nunca se quejan ni intentan saltarle al cuello para morderla cuando tiene momentos de descuido. Hacer trabajos de carpintería es más gratificante que escribir artículos que puedan levantar críticas. Entonces, ¿por qué seguir escribiendo? Si nadie tuviera el sentido de la responsabilidad y si todos pensaran conseguir algo de la sociedad sin dar nada a cambio, ¿qué sería de nosotros?

La gata está entre sus piernas. Levanta la cabeza y maulla. ¿Qué querrá? Hace poco, cuando regresó, olvidándose de su propio estómago que le pedía comida, se ocupó de la gata y le preparó un saco lleno de pequeños peces antes de cocinar para ella algo que comer. Como tenía hambre ni siquiera esperó a que el arroz estuviese hervido y se lo comió casi crudo.

La gata salta sobre la mesa de trabajo hecha con unas tablas y luego sobre la espalda de Jinghua, clavándole las uñas hasta encontrar el equilibrio. Cuando Jinghua pasa el cepillo hacia adelante, la gata da unos pasos hacia atrás sobre los riñones de Jinghua. Cuando ésta pasa el cepillo hacia atrás, la gata da unos pasos hacia adelante. Diez uñas se agarran en la chaqueta de algodón azul.

La gata se aburre y teme estar sola. Necesita que se le acaricie, que la tomen en brazos y que la consuelen. ¡Qué animal tan débil! Al final, en este gran universo no hay alguien más fuerte que el hombre. Pero el hombre con el rostro en forma de lámina de cuchillo.

El año pasado, tras la publicación del artículo que la hizo salir del anonimato, recibió elogios durante un tiempo. Los periódicos publicaron su artículo repetidas veces, y las entrevistas fueron numerosas. El hombre con el rostro en forma de lámina de cuchillo le dijo: «Camarada Cao Jinghua, tu punto de vista sobre el marxismo es impresionante, es una contribución importante… tengo ganas de votar para ti en el Comité Central» añadió moviendo su cuerpo delgado como una serpiente moviéndose en el agua.

¡Terrible! ¡Ni siquiera bromeaba!

Al principio Jinghua tuvo carne de gallina: «¡Qué cosas dice, nunca he tenido semejante ambición! Espero que tengas cuidado con las reglas del partido.¡Lo que acabas de decir, no está bien!».

Era una señal de alarma. Jinghua es una mujer muy lúcida. Desde entonces, ha procurado no mezclarse con ciertos temas y ciertas gentes. Fue testigo de muchas celebridades que acabaron sus vidas trágicamente. Aunque uno tenga talento no puede liberarse de las barreras que le rodean y que le hacen perder sus capacidades de ver de forma objetiva las cosas, de mantenerse con buena salud, fuerte… y permite a los que le rodean devorarle, como los gusanos hacen con las hojas de las moreras.

Jinghua no desea ser famosa. Se conforma con un trabajo sencillo como miembro del Partido Comunista. Durante estos últimos años, parecía que un viento fresco soplaba en el triste mundo de los teóricos. La investigación empezó a desarrollarse de manera relativamente viva. Un estilo normal de trabajo y de discusión se estaba creando. Iba a tener la posibilidad de expresar sus observaciones y sus reflexiones sobre la vida social así como sus aspiraciones a un ideal comunista elevado.

Ya pasó un año y de repente El Comentarista se acuerda de ella. El seudónimo que se puso entonces no fue tal vez el apropiado. Jinghua ha oído decir que algunas personas han afirmado que su escrito es e de un teórico famoso. ¡Vaya suerte! Le recuerda las bromas pesadas de su juventud. Todas estas interpretaciones erróneas, todo este ¡aleo, le causan una gran tristeza. Durante los 10 años pasados en las zonas forestales, luchando para sobrevivir, su cultura no ha mejorado. ¿Qué valor puede tener ese artículo que le parece tan superficial? ¿Ello le concierne realmente?

Entonces, ¿qué dijo esta mañana el hombre con el rostro en forma de lámina de cuchillo? Ha sido mirando su boca grande que se abría y se cerraba y su rostro estrecho cuando Jinghua lo ha comparado a una punta de cuchillo capaz de penetrar hasta en las juntas más pegadas. Le pidió a Jinghua que cambiase su actitud y que buscase cómo eliminar con seriedad los graves errores de tendencia política aparecidos en su artículo. Tendrá más o menos su edad, algo más de cuarenta años, y sin embargo parece no acordarse que hace poco él mismo le propuso al puesto de miembro del Comité Central.

Jinghua tomó enseguida la palabra. Durante la reunión, hizo un resumen de los principales puntos de su artículo, a pesar de que Liang Qian le aconsejó callarse y mantener la calma. Sabía que el consejo de Liang Qian era bueno pero no se podía callar por ser miembro del Partido Comunista. Si el mundo no conociera ni la lucha, ni las contradicciones, ¿para qué servirían los partidos comunistas? No tenía intención de echarse atrás sobre el tema de los principios. Aunque ahora no la entiendan, la historia le dará la razón. Un comunista debe asumir las responsabilidades sobre la verdad y no sólo sobre uno mismo.

Jinghua notó cómo su discurso actuaba como una corriente de aire caliente sobre el ambiente helado creado por el hombre con el rostro de lámina de cuchillo. Es que tras la revolución cultural, ese tipo de actitud era cada vez más escaso. Eso muestra que la vida política se ha normalizado y que la democracia está más arraigada. ¡Todo un progreso de la sociedad!

Uno debe ser honesto y franco y no dejarse llevar por las corrientes. Uno puede perder todo lo que posee, pero no puede perder su dignidad humana, si no perdería hasta el suelo que pisa.

Jinghua cree que los hombres como el del rostro de lámina de cuchillo no pueden vivir felices y relajados.

Después de que aparecieran en la prensa las críticas contra el artículo escrito por Jinghua, un alto responsable vino a su unidad de trabajo para discutir. Pidió a todos los asistentes que transformaran los puntos negativos en puntos positivos y que mejoraran sus críticas hacia el trabajo, para trabajar mejor y con más ánimo.

Ese día Jinghua tenía fuerte dolores de cabeza. Pensaba pedir fiesta, pero tal como iban las cosas prefirió ir, para que no pensasen que intentaba escurrirse de la reunión en la que era el eje central. Antes de la reunión tomó una aspirina que le dio ese hombre. Ese. analgésico hizo un milagro: no sólo se le fue el dolor de cabeza, sino que la mantuvo dormida toda la tarde, en una de las sillas de la primera fila. Recuerda que alguien le dio con el codo para despertarla, pero en vano. Todo lo que le rodeaba se convirtió en cosas distantes, los sonidos lejanos; su cuerpo en una masa blanda sin brazos ni piernas, sin cerebro, sin corazón, flotando en un espacio vacío. Cuando acabó la reunión, el camarada dirigente vino a darle la mano y le dijo antes de irse: «Camarada Cao Jinghua, como miembro del Partido Comunista, hay que actuar con seriedad frente a ciertas tendencias negativas sobre el frente ideológico. En cuanto a opiniones distintas entre miembros del partido, hay que actuar con modestia. ¡Ah, si no está de acuerdo sobre lo que he contado, no tenga miedo en decírmelo!» Jinghua le contestó con una sonrisa distraída, como un sonámbulo, y con la cabeza le hizo saber que sí. Al día siguiente recapacitó y le preguntó al hombre con el rostro en forma de lámina de cuchillo:

– ¿Lo que me diste ayer era una aspirina?

– Claro que sí.

– Tuve la impresión de tomar un somnífero.

– No, era un analgésico, lo que ocurre es que también tienen las mismas propiedades que los somníferos.

Jinghua sentía lástima hacia ese hombre por recurrir a estos medios para mantener a la gente callada.

– Ese comprimido me hizo dormir unas horas. Realmente te falta coraje, ¿Por qué no me diste cianuro?

El hombre cambió de expresión.

– ¿Qué insinúas?

– Nada, una simple broma. ¿Por qué te lo tomas en serio? Sabes que me gusta hacer bromas de mal gusto. Si no te atreves a darme cianuro, eso no significa que otra persona te lo dé. ¡Ja, ¡a!

– ¡Vaya humor! Veo que hoy te comportas de forma extraña.

– Odio a la gente que no tiene temperamento. -Jinghua saca un cigarrillo -: ¿Qué piensas? ¿Quieres uno, un Dazhonghua?

Desde entonces, Jinghua ha podido comprobar cómo ese hombre antes de tomarse una taza de té, echa una ojeada a su alrededor, sospechando, luego mira su taza, la limpia, pone otras hojas de té y nunca se toma los posos. Al ver eso Jinghua se ríe y siempre le dice: «¡Vaya desperdicio, mira que tirar las hojas después de un solo uso!».

Se ve que tiene miedo al cianuro. Sin embargo no teme perder su dignidad humana o su conciencia. Si se pierden, ¿qué sentido tiene la vida?

¡Todo esto es despreciable!

An Tai, el secretario de la célula del Partido tomó la palabra después de Jinghua y dijo: «Apoyo a la camarada Cao Jinghua».

Jinghua vio cómo el rostro de lámina de cuchillo se sorprendió, y luego abrió de nuevo su carpeta, cogió el bolígrafo que tenía en el bolsillo y se apresuró en escribir.

El viejo An continuó: «¿Y por qué motivo? Pues, porque dijo lo que pensaba, o sea la verdad. ¿Qué significa la palabra liberalismo? Eso significa no admitir la dirección del Partido ni el socialismo. Cao Jinghua no dijo nada de eso. En su artículo propuso algunas teorías académicas. No podemos, así por las buenas, ponerle una etiqueta a una camarada. Recuerden cómo trabajábamos al principio en las zonas controladas por Chang Kaichek. Entonces, la gente no se preocupaba por saber si la forma de pensar era correcta antes de hablar con nosotros, aunque fuera reaccionaria. Y nosotros ¿cómo reaccionábamos? Exponíamos la realidad, nuestras razones, para que entendieran el motivo de nuestra lucha y se unieran a nosotros para hacer la gran revolución. Recuerdo las ideas erróneas que tenía antes de entregarme en el trabajo revolucionario. En aquella época había un viejo camarada que trabajaba de día, y por las noches venía a verme y, sentado en la cama junto a mí, intentaba hacerme razonar. Cada vez que se hacía claridad en mi mente, me sonreía, feliz. No olvidaré jamás ese rostro sonriente pero pálido e hinchado por las noches pasadas sin dormir, y esa silueta delgada que corría todas las mañanas a trabajar. Es increíble la energía que gastó ese hombre sólo para mí. Era una época donde todos vivíamos muy tensos. Ahora no es tiempo lo que nos falta… ¿Por qué en aquella época actuábamos así? Porque nuestras fuerzas eran débiles y necesitábamos más miembros en nuestras filas. Poner etiquetas o criticar hubiese asustado a la gente y nos hubiéramos quedado solos y nos hubieran vencido. Ahora que somos fuertes, que tenemos el poder, no debemos olvidar a esa gran mayoría que representan las masas. Tal vez algunos piensen que no importa que alguno que otro sea perseguido. En cantidad es poco, pero piensen un poco, a esos pocos se unirán otros y al final perderemos una multitud de gente…».

Jinghua no esperó el final del discurso de An. Se fue de la sala de reunión y se escondió detrás de la cortina de la sala del auditorio. Esperó así que acabase la reunión. Ya no se atrevía a mirar a An Tai. Ya no deseaba oírle hablar de esa forma, ya que estaba a punto de llorar.

¡Qué extraño oír hablar así a un hombre mayor que parece tan débil! En realidad padece muchas enfermedades que le hacen temblar la cabeza y las manos. El año pasado, tuvo la tensión tan alta que los médicos le dieron órdenes para descansar. Pero él guardaba esas órdenes en el bolsillo. Con ese pelo blanco y despeinado, la mirada perdida y triste, que dejaban ver su mal estado de salud, ya no tiene la fisonomía de un combatiente. A pesar de su estado su rectitud es semejante a un muro de hierro o de bronce impidiendo el paso.

Tras su discurso, el viejo An se sentó en el despacho de Jinghua para esperarle.

– ¿Qué te ha parecido mi discurso?

– Muy bien.

– ¿De verdad?

– ¡De verdad! ¡A todos les ha gustado!

Ahora ya no teme revelar sus sentimientos porque sabe que An Tai ha sido sincero. Le había dejado sobre la mesa unas hojas atadas con una cinta amarilla. Ello le recordaba las novelas clásicas del siglo XVII y XVIII o las óperas como La dama de las camelias en las que los enamorados ataban las cartas de amor con una cinta de seda amarilla. Lo cierto es que Jinghua nunca tuvo que guardar ese tipo de cartas en un baúl o en el último cajón de la mesilla. Sin embargo, sabe que esas cosas tienen mucho valor. Esperaba sin decir nada que tomase la palabra el viejo An.

– Esas cartas son de ella.

An acariciaba esas cartas como si fuese la cabellera de su amada.

Jinghua sabía quien era «ella», el amor de An. Es difícil imaginar que un hombre de más de sesenta años esté enamorado. Jinghua le deseaba, de todo corazón, lo mejor. Un hombre tan bueno como él tiene derecho a encontrar una compañera para disfrutar de los placeres del amor.

An Tai tuvo una vida de familia desdichada. Su mujer se divorció porque quiso a otro hombre. De camino hacia el comité de barrio donde tenían que firmar los papeles del divorcio, An intentó salvar su dignidad: «Digamos que es una incompatibilidad de carácter y que estamos de acuerdo sobre el divorcio. No mezclemos a otra persona en este asunto, para no complicar más las cosas». No dijo más; hablar claramente implica, a veces, herir al otro. Más tarde le comentó a Jinghua: «Soy un hombre de la antigua sociedad donde se maltrataba a las mujeres, por eso ahora las honro. Estoy dispuesto a saltar, pero temo que ella sea demasiado occidental. Por eso necesito que me aconsejes. Mira las cartas, las he ordenado por orden cronológico. Empezarás por leer las de abajo y luego las demás».

Las cartas siguen en su despacho y Jinghua no sabe aún si las va leer. De todas formas, jamás olvidará el hecho de que un personaje importante como An Tai le pida semejante consejo. Lo mismo que le ocurre a An con las sonrisas de su camarada. Ella no lo conoció. ¿Estará todavía vivo? ¿Qué papel desempeñará actualmente en la sociedad? ¿Sabrá que supo transmitir ese carácter noble a las generaciones siguientes? Si es así, puede considerar que su vida ha sido un éxito.

¡Pan, Pan, Pan! Ese ruido semejante a petardos es el carro que trae carbón. En la calle se oye gritar: «¡Carbón, carbón!» Jinghua deja su cepillo de carpintero y baja corriendo las escaleras.

Casi todo el vecindario utiliza butano, menos algunos como ella que siguen quemando trozos de carbón. Jinghua y sus amigas nunca lograron comprar botellas de gas y ahora que valen unos doscientos yuanes ni lo sueñan. Es demasiado caro. Reconoce que los trozos de carbón no son nada prácticos. Como no tienen fechas determinadas para distribuir el carbón, muchas veces se quedan sin él para cocinar. Podrían comprar más cantidad pero no tienen sitio donde dejarlo. Además cada individuo tiene un lugar preciso para ir a recogerlo. Esta vez Jinghua ha conseguido después de recibir un «no» a muchas llamadas telefónicas, que se lo traigan a domicilio.

«¡No hacemos entregas, y basta ya! No tenemos ni carro ni personal. ¿Estáis en ascuas? Pues coged un balde y venir por él». No esperan a que acabes de hablar, te cuelgan enseguida. Ni siquiera puedes suplicar.

La que ha venido a traerle el carbón es una mujer. Una mujer muy delgada. ¿Dónde están los hombres? ¡Parece que prefieren quedarse al teléfono para asustar a los clientes!

Va a llover. El viento empuja unas nubes negras que se acumulan al oeste y hacen volar el polvillo del carbón almacenado en el carro. Ese polvillo roza la cara. La mujer, indiferente, sigue descargando.

La directora Jia ha salido de su casa con una cesta llena de trozos de carbón y le dice a la mujer: «El carbón de la otra vez estaba lleno de tierra. En cuanto lo cogía se hacía polvo. ¿Ya me darás otros trozos, no?».

La mujer se hace la sorda y sigue descargando.

La directora Jia se ríe, echa los trozos de carbón en el carro y sin avisar coge otros cuatro trozos. La mujer, que parece tener ojos en la espalda, se da media vuelta y sin decir una palabra coge dos trozos de la cesta de la directora y sigue descargando. Como tiene dificultad en coger los que están en el fondo, se pone de puntillas con dificultad.

La directora Jia no para de refunfuñar: «¿Cómo es que sólo me das dos trozos a cambio de toda una cesta?». Ya no sonríe. Su mirada habla por sí sola. Pero como la mujer está cansada no presta atención a esa mirada. Si vio cómo le cogía cuatro trozos, habrá observado también su mirada.

Jinghua salta sobre el carro para empujar hacia atrás, los trozos que están en la parte delantera. La mujer sigue sin hablar. Sólo antes de irse fe dice a Jinghua: «La próxima vez que necesites carbón, llámame. Me llamo Zhou».

El viento se levanta. Anuncia la llegada de una lluvia refrescante y lejana e hincha la ropa de Jinghua. ¡Qué agradable! Tiene que subir el carbón antes de que empiece a llover. La directora Jia está inquieta. Se queda parada junto a la pila de carbón que acaba de comprar y no cesa de mirar el reloj: «¿Cómo hacer? No habrán vuelto del trabajo antes de que empiece a llover». La directora Jia tiene unos pies «liberados» que maldicen junto a su reloj. Aunque no tenga problemas para andar, ¡lo de subir el carbón es otra historia!

Jinghua se resigna a ayudarle. Sabe muy bien que en cuanto se descuide, la directora contará a las demás viejas del vecindario lo siguiente: «Ayer por la noche, apagaron las luces a las doce de la noche. Al amanecer acompañaban a sus invitados…» o «¿Cómo es que a las ocho de la noche ya no había luz en la casa? ¿Qué estaban haciendo?».

Aún así Jinghua le ayuda. Si la directora Jia no actuase así, ¿cómo pasaría sus días? ¿Si no se dedicase al cotilleo, de qué más podría hablar? Son como sus pies «liberados», cicatrices de la antigua sociedad, vestigios abandonados por la historia.

Tres pisos, quinientos trozos a repartir entre ambas casas. A diez trozos cada vez, son un total de cincuenta viajes. ¡No hay hombre que haga esto! Al acabar Jinghua tiene la impresión de que la tierra se derrumba bajo sus pies. Todo su cuerpo tiembla, tiene la lengua pegada al paladar, y los labios secos. Desearía tumbarse en el suelo de cemento.

La directora Jia le da las gracias pero ella no oye nada. Está tan cansada que le duelen hasta las orejas.

– Camarada Cao, quédese, venga a lavarse las manos y beba una taza de té con nosotros.

– Yo también tengo jabón y agua.

Jinghua se tambalea como si estuviese borracha.

Su termo está vacío. Eso es cosa corriente, pero hoy le fastidia más que nunca.

No le queda más remedio que abrir el grifo. Para ella beber agua del grifo no tiene nada de extraordinario, pero en este momento le apetecería tomar una taza de té caliente. Primero debe lavarse las manos con jabón. ¡Imposible! Sus uñas están negras y necesita un cepillo. Se da media vuelta… ¡Ay! Tiene la sensación de estar cortada al nivel de la cintura y, de repente, se cae junto a la fregadera. Intenta mover las piernas y levantarse. ¡No hay forma! A poco que se mueve, un dolor recorre todo su cuerpo. Empieza a quejarse… La gata maulla asustada dando vueltas a su alrededor.

¡Miau, miau! Los maullidos no cesan. La gata levanta la cabeza y estira el cuello como para pedir ayuda.

«Oye gata, no hace falta que llames, la gente no entiende tu lenguaje. ¡Basta ya! ¿De acuerdo? Gracias», le dice Jinghua usando la poca energía que le queda.

Parece que la gata le ha entendido. Ya no maulla pero ha venido a refugiarse contra el pecho de Jinghua, como para protegerla. Sigue inquieta.

Jinghua recuerda las críticas sufridas por su artículo. ¡Ay, gatita, tú tienes mejor corazón que esos críticos! Tú también estás en contra de mi artículo pero sabes cómo hacer para que mis puños, uñas y dientes se desvanezcan. Los gatos sois animales virtuosos.

Los truenos siguen muy de cerca a los relámpagos, que parecen atravesar los cristales y estallar sobre la cabeza de Jinghua. El viento violento pega contra las puertas y ventanas. Los árboles y los cables eléctricos emiten sonidos extraños. La lluvia se deja oír en todo el universo… Dios está furioso. La tierra parece temblar y quejarse.

La lluvia que pasa a través de la mosquitera ha formado un charco debajo de la ventana y moja las piernas de Jinghua. El frescor del suelo se propaga por todo su cuerpo. Tiene frío y está a punto de tiritar. Debe levantarse y arrastrarse hasta la cama. Se apoya en los codos y cada esfuerzo realizado le hace pegar un grito de dolor. La gata ha vuelto a maullar desesperadamente y a encoger las piernas. «¡Cállate o me vas a volver loca!». Ya no puede más. ¡Si tuviese alguien que le pudiese ayudar a subir a la cama, un par de brazos potentes! ¿Pero dónde encontrarlos? Jinghua sabe que ya no encontrará en este mundo un hombre a quien amar y ser amada. Su destino es el de ir de un lado a otro y de no tener un nido propio. Tal vez se queden solas hasta la muerte. ¿Y por qué? Es como si hubiese un abismo de incomprensión entre ellas y los hombres, igual que entre las distintas generaciones. Tal vez exista entre los hombres y las mujeres una ruptura que se podría llamar «abismo entre sexos». Pudiera ser debido a que uno de los dos sexos hubiese evolucionado más que el otro y que de esa forma no existiese una base común para poder dialogar. El desarrollo del feto dentro del vientre de la madre se hace por etapas. Hay una en la que se desarrollan los cuatro miembros y otra el cerebro, mientras que las otras partes pasan por un período más lento. Tal vez exista un momento dentro de ese desarrollo en el que las mujeres sean superiores a los hombres.

¡Dios mío! No se puede culpar a nadie. En lo referente a la existencia o a la aparición de un fenómeno social, uno debe estudiar el desarrollo histórico o buscar las causas materiales.

El año pasado, vieron una película extranjera titulada Una mujer extraña. En realidad esa mujer no tenía nada de extraño. Sólo pedía a los hombres que fuesen más razonables. Parece ser que en su país de origen, esta película suscitó muchas discusiones y el público no la entendió. Sin embargo, para Jinghua esta película es muy fácil de entender. Lo que pedía la heroína es lo que ella misma busca y aspira y parece que es cosa común a todas las mujeres capaces de pensar, sin diferencias de razas, de naciones o de lenguas. Aparentemente se ha convertido en un problema mundial. Ello le hace pensar en una creación literaria. Si fuera posible estudiaría este fenómeno y escribiría un artículo… Todavía no consigue llegar hasta la cama pero ya se ha podido apoyar en el sofá. Coge la manta del sofá y la coloca debajo de sus riñones. Se encuentra mejor, el suelo ya no está tan frío. Sólo tiene que esperar a que regrese Liu Quan.

Sabe que todavía es pronto para que vuelva su compañera y que tiene que esperar tranquilamente hasta que la gata se mueva de su sitio. Sabe que cuando Liu Quan deje la bicicleta en el pasillo, la gata bajará corriendo para recibirla. ¿Cómo es que no viene nadie con los dolores que tiene? La lluvia continúa cayendo fuera.

De repente la gata sale disparada. ¿Será Liu Quan que regresa a casa? No, es Liang Qian que parece salir de un río. La lluvia cae de su gabardina e inunda el suelo. Enseguida Jinghua siente cómo van desapareciendo los dolores.

– ¿Por qué regresas con esta lluvia?

A Liang Qian no le da tiempo a quitarse la gabardina. Se arrodilla para intentar levantar a Jinghua.

– ¿Qué te pasa? ¡Dios mío! -Entonces se da cuenta de que está mojando a Jinghua con su gabardina, se la quita y la tira detrás de la puerta.

Después de varios intentos, Liang Qian pone su brazo debajo de la cintura de su compañera, y consigue levantarla hasta la cama.

Liang Qian frota las manos heladas, todavía sucias,de Jinghua.

– ¡Vamos al hospital!

– No vayamos con semejante lluvia. De todas formas es una vieja enfermedad, ni moriré ni curaré de ella. Dentro de unos días se me pasará.

Ahora que está tumbada en la cama, Jinghua se encuentra mucho mejor.

– ¿Qué dices? ¡No te vas a quedar así!, ¡estás mal! Veremos qué pueden hacer en el hospital. Tus manos tiemblan. Tienes frío. Voy a buscarte ropa más caliente.

Liang saca del armario una camisa de algodón y unos pantalones limpios. Para Jinghua mudarse es todo un suplicio.

Liang Qian levanta la manta para taparle mejor y es entonces cuando descubre que tiene los pies sucios de polvo de carbón.

– ¡Vaya pies que tienes!

Sale a coger agua caliente para limpiar las piernas de su amiga.

– No te molestes, no tenemos ni agua caliente, ni agua hervida -le dice Jinghua sin fuerzas.

Liang Qian abre la puerta del horno para calentar agua. Coge debajo de la fregadera la cazuela de aluminio a la que le falta el tapón de su tapa perdido hace siglos. Cuando el agua hierve, el agujero central es semejante al cráter de un volcán. ¡Vaya vida llevan! Liang Qian recoge una col y le corta un trozo para tapar el agujero. Todos sus movimientos delatan su poca habilidad. A veces le sobran manos y otras veces no sabe qué hacer con ellas. Una vez puesta la cazuela sobre el fuego, le parece haber hecho toda una proeza. Dice a Jinghua:

– Espera un poco. Llamo a un taxi y vamos al hospital.

– ¿Con esta lluvia? ¡Ni hablar!

Jinghua resiste muy bien al dolor. ¿Ir al hospital? No está acostumbrada ni tiene paciencia para ello. Le bastará con lavarse los pies y ponerse debajo de las mantas para sentirse mejor.

– Basta con enchufar el aparato de rayos infrarrojos para pegármelo en los riñones. ¿Por qué ir al hospital? Sólo me darán un masaje y un analgésico con un antiinflamatorio; después nos devolverán a casa bajo la lluvia.

Pero si se tiene que quedar en casa ¿quién se va a ocupar de ella? Liu Quan tiene que servir de guía a la delegación americana. Además acaba de empezar en ese servicio y todavía no se ha producido el cambio definitivo. ¿Cómo puede pedir un permiso? Si no hay nadie en casa ¿quién le ara la comida a Jinghua o le ayudará a ir al servicio? Liang Qian es la única que se puede ocupar de ella ya que su trabajo está casi acabado; sólo hay que esperar que las autoridades visionen la película y le den luz verde para su difusión. Si ha regresado ahora a casa es para invitar a Liu Quan y a Jinghua a ver la película esta noche en el estudio. Al subir en la moto y luchar contra rayos y truenos para llegar a casa, se ha dado cuenta de la cantidad de energía que posee, y que nada ni nadie podrá interponerse en su camino. Son pocas las mujeres que pueden respirar como ella ese aire de libertad. Si las mujeres desean obtener una verdadera liberación, no sólo deben contentarse con una liberación en el plano político y económico, sino luchar con una plena confianza en ellas mismas y con una determinación inquebrantable a fin de realizar su propia existencia.

– ¿Por qué tanta prisa en regresar a casa?

– Para que tú y Liu Quan veáis la proyección de la película esta noche.

Liang Qian pone la placa de rayos infrarrojos bajo los riñones de Jinghua.

– Lo siento.

– Otro día será. Descansa y no pienses más en ello.

– Eso es imposible. Sé que para ti es tu "hijo".

Es cierto que es su «hijo». Cuando tuvo a Cheng Cheng, sus sentimientos fueron distintos. Todavía no comprendía lo que eran la responsabilidad y los deberes de la madre. Cheng Cheng llegó sin avisar. En aquella época no entendía lo que era el amor y la verdad de la vida. No se reconocía en la imagen de Cheng Cheng. Mientras que a este «hijo» pudo comunicarle todas sus aspiraciones. Se parece más a ella que Cheng Cheng. Entre dos generaciones sólo existe una transmisión genética tomando la forma de una progresión geométrica regresiva. Así como una obra de arte se corresponde realmente con su creador, la genética no es capaz de asegurar esa transmisión que hay entre el autor y su obra. El artista es inmortal porque vive dentro de sus obras. Poco importa que sea grande, pequeño o delgado. No importa que Bai Fushan le haya dejado tirada como un traje viejo y pasado de moda o que Cheng Cheng acabe mal. Al final ha encontrado un punto de apoyo.

Los ojos de Liang Qian empiezan a brillar y le dan una gran belleza. Parecen ser las dos lámparas de su alma.

Ya no llueve. Un arco iris flota en el cielo. La luz del sol parece haber sido deslavada por la tormenta. Es pálida y ya no daña ni quema los ojos. Las gotas que caen están más esparcidas y al golpear sobre las escaleras de piedra emiten un sonido más leve. Reina la calma que suele llegar tras las luchas dolorosos.

– ¡Mira, un arco iris!

Jinghua levanta con dificultad la cabeza hacia la ventana. Parece como si hubiesen tirado el arco iris entre los dos bloques del vecindario. Es como si los inquilinos no tuviesen que subir o bajar escaleras, sino seguir el arco iris desde la ventana para ir al otro bloque.

– Está muy cerca de nosotras, da la impresión de que se puede saltar por encima.

A Jinghua le gustan los arco iris. En sus sueños los puede coger para dirigirse hacia los cuentos de hadas.

El aire es húmedo y fresco. Da la impresión de que el arco iris se ha elevado, húmedo, sobre un lago mágico, y de su superficie parecen caer gotas de agua.

Liang Qian se deja llevar por la calma que sustituye a la tempestad. Piensa en sus pasados y futuros y en la madurez que obtendrían al pasar por otras pruebas. No siente la necesidad de consolar a Jinghua con palabras, pues ya no es una niña. De todas formas, Jinghua se quedará presa en la cama. Eso lo sabe mejor que nadie y es mejor no hablar de ello. Sin embargo, su espíritu siempre quedará erguido. No hay duda de que dejará su nombre en la historia. Si consigue plasmar sobre un papel esos textos escritos en su mente, podrá despertar a toda esa gente que sólo es capaz de leer los clásicos para establecer un índice. Todo el mundo sabrá que los comunistas todavía tienen tareas que cumplir.

– Jinghua no deberías haber pasado el cepillo a esta madera. Si sigues, tiraré el cepillo al fuego.

Liang Qian le da unos golpes suaves en los riñones con el aparato de rayos infrarrojos.

– ¡Basta de pegarme en los riñones! ¿Qué puedo hacer si no me dejan trabajar? ¡Haga lo que haga siempre hay alguien esperando con un bastón para pegarme! -Jinghua está muy emocionada.

Es trágico. Hace tiempo que esta gente perdió el espíritu de progreso de los comunistas. Aunque conservan el nombre de miembro del Partido, ya no saben lo que representa el marxismo. Creen que sólo el hecho de hablar de «marxismo» implica conocer el asunto. Muchos de ellos son verdaderos gamberros. Fracasan a menudo por querer conseguir la fama. Una vez muertos, sólo despertarán desprecio. Si uno se enfrenta con esa gente, se está rebajando. No vale la pena.

A Liang Qian no le gusta hablar de ello, pero a Jinghua le encanta. Aunque ella también debe enfrentarse a muchas dificultades, siempre sale airosa. Jinghua recuerda haber visto en los bosques del Noreste a una especie de grulla cuyo cráneo estaba calvo. Le dijeron que cuando el pájaro se hacía adulto, el cráneo se le ponía de color rojo. Algún día ellas también tendrán esa peculiaridad. Entonces serán capaces de volar más alto, más lejos.

– ¿Qué quieres que haga?

– Quiero que escribas mucho… quiero que estés orgulloso de ser miembro del Partido y que luches para desarrollar la teoría revolucionaria. Si consigues crear algo, te felicitaré. Si no puedes, únete a los creadores y no les dejes solos en la lucha.

– Me sobreestimas.

– Lo mereces.

Liang Qian mira el cuerpo delgado y roto por el dolor de Jinghua, tumbado en la cama. Mira sus ojos hundidos en sus órbitas, sus piernas llenas de polvo de carbón, su camisa de algodón con las mangas y los cuellos usados. Le recuerda a una vela casi consumida que lanza sus últimos rayos de calor. Tiene derecho a decirle: «Para ya de quemarte». Una vez que la vela está apagada ¿A dónde se va la vida? No hay vida sin muerte.

– Me estás «recargando» las baterías.

Cuando eran pequeñas y una de ellas se desanimaba, las otras siempre la apoyaban. Por ejemplo, a Liang Qian le ocurría a menudo que no obtenía la media en los exámenes; a Jinghua le chillaba mucho el maestro; a Liu Quan le costaba persuadir a los demás de que se aprobasen las decisiones del comité de la clase. A menudo usan el termino «recargar», que es propio de aquella época. Lleva la marca de la amistad que les une y están muy orgullosos de ello.

– Bueno, ¿lo vamos a intentar?

Sobre el rostro de Jinghua aparece una leve sonrisa, que había desaparecido hace años, propia de su infancia cuando planeaba una broma de mal gusto.