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Capítulo V

Otra vez vuelve esa vida de dependencia: divorciarse, buscar un alojamiento, un trabajo acorde con tus competencias… siempre solicitar en voz baja, la piedad, los favores y la comprensión de los demás. Pero a pesar de todo, esas solicitudes son legítimas. A ver cuando Liu Quan levanta la cabeza, aunque sólo sea un día, para que pueda experimentarlo. Todavía no es vieja; sin embargo, siempre tuvo el sentimiento de tener la columna torcida.

Unos pasos resuenan en el pasillo. ¿Y si alguien entrase en ese cuarto? Liu Quan baja inmediatamente los ojos y se fija en un trozo de hilo que cuelga del bajo de su falda. Teme encontrarse con esas miradas anormalmente educadas pero que en realidad reflejan una bondad simulada, como si ella acabase de molestar a alguien.

Los pasos se alejan. No, nadie entrará en ese cuarto. Pero Liu Quan permanece alerta esperando nuevos ruidos de pasos. ¿Era Xie Kunsheng? ¿Cuándo aceptará hablar con ella?

Desde que han entrado a trabajar, a las ocho de la mañana, Liu Quan ha intentado hablar con él y ya han pasado dos horas. Parece que Xie Kunsheng nunca ha tenido tanto trabajo como hoy. Sale, entra, coge el teléfono, cuelga; no sabe si la línea está ocupada o es que se ha confundido de número. Cuando Liu Quan ve la oportunidad para hablar con él, sólo consigue decir: «Director Xie…» y sin dejarle acabar la frase, Xie le interrumpe: «Espere, espere, ¿no ve que estoy ocupado?». Es verdad, cuando la gente es tan cortés, sientes que la estás molestando.

Eso es, «ocupado». Durante las dos horas que han transcurrido desde que llegó esta mañana, lo único que ha oído gira alrededor de la pregunta siguiente: ¿quién va participar en el banquete que se dará mañana por la noche? Desde hace varios días intentan hacer una lista de invitados para recibir en el banquete a una delegación extranjera surtidora de máquinas eléctricas. ¿Por qué no se han decidido todavía? El motivo es sencillo y complicado a la vez. Pasó lo mismo el día en que las ocho potencias aliadas que acababan de ocupar Pekín intentaban ponerse de acuerdo en el tratado de paz con el Gobierno Qing, para saber qué beneficios iba a sacar cada país con ese tratado. Tal ingeniero y tal jefe de servicio ya participaron en los banquetes; pero, por contra, no se sabe cuántas veces. Lo único que se sabe es que Xie Kunsheng no se perdió un solo banquete.

De lo que quiere hablar Liu Quan con él es referente a un asunto personal así que ¿cómo interrumpir algo tan importante como son las relaciones exteriores? No tiene más remedio que esperar.

Liu Quan juega con los pliegues de su falda de color lila. Eso la tranquiliza. Es como cuando uno sale de escena y todavía no se ha podido quitar el traje. Liang Qian le regaló esa falda amplia con cinturón del mismo color, muy a la moda en el extranjero, y Jinghua le regaló los zapatos blancos con tacón. Liang Qian sabe que a Jinghua le costó comprar esos zapatos por eso les tiene un gran cariño. Todo ello se debe a que desean una nueva vida y un nuevo trabajo para las tres. A pesar de lo mal que les ha tratado la vida, siguen igual de inocentes. ¿Será el mundo tan sencillo? Liu Quan recuerda una frase que a su abuela materna le gustaba decir para darse ánimos a ella y a los demás: «En la vida hay que pasar nueve veces por nueve pruebas. Si uno no sale asado con los ojos color oro como el rey de los Monos, no se debe salir». Por eso ha cumplido ochenta y un años, está en buena salud y parece más ¡oven. Supo prepararse psicológicamente. Es como si se hubiese puesto un dispositivo para amortiguar todos los golpes capaces de amenazarla.

– ¡Xie, Xie!

El señor Xie, no está. Zhu Zhenxiang se da cuenta cómo Liu Quan permanece sentada en el despacho de Xie Kunsheng, preocupada. Le mira al entrar y como lo hizo anteriormente, le sonríe como si no se hubiesen visto hoy.

– Xie Kunsheng estaba aquí hace poco pero ya ha salido. ¿Puedo darle un mensaje? De todas formas tengo que quejarme aquí hasta que regrese.

Liu Quan le sonríe y Zhu Zhengxiang tiene la impresión de sofocarse. Es como si en una fiesta en la que estuviese muy alegre, en el momento de brindar bromeando con sus amigos, alguien le diese un telegrama informándole que unos de sus empleados acababa de tener un accidente de moto.

Tal vez hubiese sido mejor que no le sonriese.

Sabe que Liu Quan debe tener motivos para estar triste. Necesita urgentemente ayuda. De lo contrario no se comportaría como una señorita excesivamente educada y paciente.

Zhu Zhenxiang no conoce muy bien a Liu Quan. Sin embargo por los contactos que tuvo con ella durante la veintena de días que duró la visita de la delegación americana, dio la impresión de ser competente y eficaz en su trabajo, con el conocimiento y la conciencia profesional que caracteriza a los diplomados de la universidad de los años cincuenta y sesenta.

Durante estos últimos años, las relaciones con el exterior se han multiplicado. Hasta el nuevo aeropuerto no logra absorber a todos los pasajeros. Muchos servicios del aeropuerto se ven desbordados. Un día, como los caddis escaseaban, los pasajeros perdieron más de media hora en el aeropuerto. Liu Quan propuso una solución: sugirió que cada intérprete pusiese los ojos sobre los caddis en servicio, para que los pudiesen recuperan en cuanto se liberasen.

Fue una buena sugerencia que permitió ganar algo de tiempo. Pero eso no gustó a todos. La distancia que suponía andar detrás de un caddi no era superior a 10 metros, pero algunos pusieron la misma cara que si hubiesen tenido que pagar 10 yuanes de su bolsillo.

Zhu Zhenxiang se fija en Qian Xiuying. Se está mirando en un espejo y menea todo su cuerpo. Su cinturón demasiado prieto hace que el exceso de carne en su cintura le sobresalga hacia adelante debajo de su vestido multicolor, y se parezca a una mariposa a punto de poner un huevo.

A Qian Xiuying le gusta pararse delante de todo lo que le pueda devolver su imagen: espejos, ventanas de oficinas, puertas de hoteles, coches, todo lo que brille al sol.

La mirada autoritaria echada por Xie Kunsheng le hace suponer que la propuesta de Liu Quan le fastidió sus planes. Esa mirada quería decir: la culpa es tuya. ¡A quién se le ocurre ir detrás de una bruja como ésa!

Hay muchas cosas en las que Zhu Zhenxiang no está de acuerdo con Xie Kunsheng. Pero no puede hacer nada para remediarlo. Aunque sea el director jefe la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores, su secretario tiene sus propias fuentes para solventar los problemas.

La oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores posee muchos intérpretes, pero pocos son capaces de enfrentarse a cualquier situación. Cuando está en juego algo importante, acuden a otros intérpretes de otros servicios. Tendrían que haber solucionado ese problema hace tiempo pero nadie puede remediarlo. Un día, al oír a Qian Xiuying cambiar delante de unos invitados extranjeros la biografía del emperador Chongzhen al sostener que pertenecía a la dinastía Manchu y no a la dinastía Ming, se quedó de piedra. De todas formas no se va dar un trabajo distinto a esta mujer porque a Xie Kunsheng no le gustaría. Las mujeres son raras. Por ejemplo, Liu Quan vale más que Qian Xiuying tanto en lo físico como en lo mental, sin embargo fuera de su trabajo parece una mujer débil. Durante una fiesta de despedida ofrecida por uno de los dirigentes, muchos peces gordos no vinieron, mientras que Liu Quan, la recién llegada, no faltó a la cita. Zhu estaba asustado. A pesar de todo, supo hacer su trabajo ya que consiguió que los americanos se riesen de las bromas que contaba el interlocutor chino. Hasta la felicitó brindando con ella y diciendo: «¡Le felicito, ha traducido muy bien!».

Liu Quan le sonrió con esa sonrisa típica de las intelectuales que son conscientes de su intento y que inspira el respeto de los hombres honestos.

Por eso, la Liu Quan de la fiesta es muy distinta a la que tiene frente a él. La compara a un buen cuadro que no fue protegido a su debido tiempo de los cambios de temperatura, de humedad y de insectos y que ha perdido por ello los colores. Está muy disgustada. Es más fácil destruir que crear, aunque sea de forma involuntaria.

¿Qué le ocurre? Liu Quan no se ha dirigido directamente a él así que no tiene motivos para preocuparse. ¡Además bastantes problemas tiene ya con sus obligaciones!

– Gracias, ya le hablaré en persona.

Dentro de la lista de los miembros de la delegación que se va a Inglaterra, aparece el nombre de un personaje que no conoce y a quien los ingleses no han invitado. ¿A qué ministerio pertenece? ¿En qué es especialista? Zhu Zhenxiang no sabe nada de todo esto. Quiere hablar de ello con Xie Kunsheng y con nadie más.

Mientras hablan, oyen la voz de Xie Kunsheng en el pasillo: «Hagámoslo así, si pasa algo, yo tomo la responsabilidad».

Xie Kunsheng siempre actúa de esa forma, mandando a todo el mundo. Pero hay que reconocer que se necesitan hombres como él para que las cosas vayan bien. Algunos han nacido para mandar.

– Director Zhu, ¿venía a verme?

Xie Kunsheng siempre lleva en la mano una pitillera de hueso con un paisaje de montañas azules y de aguas verdes como sólo se ven en las pinturas chinas. Al lado de la pitillera hay un cigarrillo encendido permanentemente y él mismo siempre viste un traje elegante de Hongdu o de Lantian. Hoy en día la vestimenta se ha convertido en un símbolo de clase social. Xie Kunsheng sólo se quita las gafas Polaroid, que cambian de color según la intensidad de la luz, para dormir. No lleva gafas de sol de importación porque no cuadran con su imagen de secretario. Para Zhu Zhenxiang todo lo que lleva ese hombre es como si lo hubiese pedido prestado, un poco como los accesorios fotográficos que alquilan para las bodas. Zhu Zhenxiang se fía de su intuición. Sabe que es difícil juzgar a una persona por sus gustos, pero siempre descubre el punto débil que se quiere disimular, es decir sus preferencias en materia de sexo opuesto.

– Tengo algo que decirle, pero como la camarada Liu Quan le espera desde hace tiempo, puedo posponer mi caso.

Liu Quan se ha levantado, con la misma sonrisa forzada y molesta. Una sonrisa que separa dos muros, el de los burócratas incrédulos que se ven a menudo en las películas y en las novelas, y el de un empleado humilde hablando en voz baja como el que describe Chejov [17] en La muerte de un pequeño empleado. Basta que uno de los dos bandos estornude para que, el otro, lo tome mal durante tres días. Zhu Zhenxiang ignora lo que piensan los demás sobre esto, pero él prefiere tratar con profesores, ingenieros y especialistas.

Liu Quan es tonta. A Qian Xiuying no se le ocurriría sonreír de esa forma. Esa es la diferencia que hay entre las dos. Qian recuerda siempre que es una mujer mientras que a Liu Quan se le olvida a menudo.

Al oír las palabras de Zhu Zhenxiang, Xie Kunsheng cambia de actitud. Hace como que le presta atención pero sus manos no cesan de jugar con los documentos que están sobre la mesa de su despacho, cambiándolos continuamente de sitio. Abre los cajones como para buscar algo y al no encontrar nada los vuelve a cerrar. De vez en cuando sonríe a Liu Quan.

Es una comedia o, por contra, toma a la gente por imbécil. Exagera. Zhu Zhenxiang se siente incómodo: ¡Ese hombre se está comportando como un prefecto de la antigua administración imperial!

– ¡Camarada Liu Quan, hable! -Zhu Zhenxiang tiene ganas de apoyarle.

Liu Quan se sonroja. La piedad de Zhu Zhenxiang, y la actitud de Xie Kunsheng, le ponen en una situación humillante, como si fuese a pedir limosna. Pero no tiene otro remedio, aunque estén en juego su amor propio y su dignidad. Hay un dicho que dice: «Aunque se tenga el corazón tan alto como el cielo, el destino es tan frágil como un papel». Describe exactamente su situación.

Anteayer, Liu Quan se fue al comedor a comprar unos billetes para el restaurante y cuando le preguntaron a qué servicio pertenecía, respondió que al del Ministerio de Asuntos Exteriores. La empleada consultó la lista y Liu Quan no aparecía por ningún sitio. Entonces le contó cómo todavía no era fija y la empleada le contestó que se los tenía que comprar algún miembro fijo. Liu Quan habló de ello con Qian Xiuying. Esta le contestó: «¡Vaya, no sé ni siquiera donde está la ventanilla para comprar los billetes del comedor! Yo misma no he comprado nunca los billetes, siempre he encontrado alguien que me los compre. Claro, estaré encantada de ayudarte».

Qian Xiuying debía referirse a esos caballeros dispuestos a socorrer a la viuda y al huérfano. Ha acariciado con el dorso de la mano unos pelos rebeldes y los ha empujado detrás de la oreja, moviendo ligeramente la cabeza.

¿Será posible? El hecho de que esta mujer le negase una ayuda le hace pensar que nadie se preocupa por su existencia. Sólo es una piedra a la que se puede pegar con el pie, sin que a nadie se le ocurra pensar que esa piedra puede sufrir.

Cuando estuvo haciendo un cursillo de trabajos manuales en la escuela de los cuadros, Liu Quan se preocupaba mucho por su asno. ¡Cómo temblaban sus patas finísimas, tan finas que las podía romper con la mano, al subir una pendiente con el carro a cuestas! Liu Quan solía empujar la rueda para ayudar al animal. El asno parecía entender esa amistad, la miraba con sus ojos grandes y brillantes, siempre tranquilo y obediente, le dejaba tocarle su cuello. A Liu Quan le dieron el apodo de «humanista de los asnos». Ahora es ella la que necesita un poco de ese «humanismo para asnos».

«Compra primero billetes por tres yuanes».

Qian le ha dado los billetes y las vueltas, o sea 12 yuanes.

Está claro que era una manera para deshacerse de ella. Si no deseaba ayudarle se lo podría haber dicho a la cara. ¿Por qué le vendió solo billetes por tres yuanes? Actúa como si tuviese el derecho de disponer de ella.

Más tarde Liu Quan pidió una mesa para el despacho. El jefe, siempre con la sonrisa, le contestó mirando hacia otro lado: «¿Una mesa? No te precipites. Este despacho ya está lleno, no cabe nada más. Primero vas a compartir esta mesa conmigo, te voy a dejar unos cajones. ¿De acuerdo?».

Todos esos incidentes se produjeron anteayer, por la tarde. Como ya habían acabado con la delegación americana, quería aprovechar ese respiro para mejorar sus condiciones e trabajo.

Aquella tarde, Qian Xiuying parecía estar muy contenta. En la otra punta del despacho se echó a reír y dijo: «¡Vosotros no habéis logrado nada, pero yo lo conseguí a la primera! ¡Miren, 10 yuanes!».

Mostraba su billete de 10 yuanes. Un billete nuevo que acaba de salir del banco. Uno se puede imaginar cuánto quería esa persona a ese billete y sin embargo se lo dio a esa Qian Xiuying. Ella por su parte jugaba a la benevolencia:

– Digan, ¿qué vamos a comer?

– …

– ¿Qué? ¿Dejárselo a los jefes? A mí me da lo mismo. ¡Yo me guardo el dinero y vosotros hacer lo que queráis con el resto!

– …

Si se compara a esta mujer con la pobre Liu Quan uno puede decir que está orgulloso de todo. ¡Todo el mundo acepta que esta mujer les mande y hasta lo ven como un honor!

Liu Quan tenía la impresión de que todo lo que hacía estaba bajo la vigilancia de Qian Xiuying, al otro extremo del despacho. Es como si tuviese un ojo detrás de la espalda y tres orejas -dos para escuchar a la persona que tiene enfrente de ella y otra para controlar a Liu Quan. Liu Quan no notó nada extraño hasta ayer por la mañana, cuando le daban las gracias por el servicio prestado al Ministerio de Asuntos Exteriores y le aconsejaban que se tomase unos días de descanso antes de volver a su antiguo puesto. Es entonces cuando recordó todo lo que sucedió la víspera. ¡Por ahí iban los tiros! Al ver cómo la habían humillado y engañado tuvo ganas de llorar pero no quería hacerlo delante de Qian Xiuying. ¿A dónde acudir para llorar? No puede como otras mujeres refugiarse en los brazos de su marido y consolarse sobre unos hombros sólidos. Lo único que le quedaba por hacer es ir a los servicios, cerrar la puerta con el pestillo y dejarse llevar por los lloros, en silencio. Eso sí, tenía que aguantar los malos olores del váter, de la puerta sucia y de los trozos de papel higiénico usados y tirados fuera de la papelera. Menos mal que la bomba del agua andaba mal y su ruido tapaba el de sus llantos, y que era un lugar donde la gente sólo acude por necesidad. Un lugar especialmente apropiado para ella.

Liu Quan oía entrar y salir a la gente de los servicios. Qian Xiuying también vino. Intentó empujar la puerta donde se encontraba Liu Quan.

Oyó como alguien le decía a Qian Xiuying:

– Tus zapatillas son muy bonitas. ¿Dónde las has comprado? ¿Cuánto te han costado?

Qian Xiuying hizo como que no le daba importancia a la pregunta:

– ¿Bonitas? Mi marido me las compró en Shanghai en uno de los viajes que hizo. Cada vez que sale por un asunto de trabajo me trae algo. Si no me las pongo es tirar el dinero, así que las llevo por cumplir. Le digo siempre que no me traiga nada. Pero no me hace caso. ¡Qué pelma!

Liu Quan se imaginaba las mímicas de Qian Xiuying con su boca de hipopótamo.

– A ti te molesta pero pocos son los hombres que tratan así a sus mujeres.

– ¡No tiene nada de extraordinario!

Seguro que Qian Xiuying seguía con sus mímicas pero debía de estar orgullosa de tener un marido que la trataba tan bien.

Liu Quan sabe que esta mujer es muy superficial pero en realidad la envidia y le gustaría poder hablar como ella. Los zapatos blancos que lleva son bonitos, pero se los regaló Jinghua, y no su marido.

De repente, Liu Quan recuerda a su ex marido y no siente ningún rencor hacia él.

Tenía un pecho ancho que la hubiese protegido del viento y de la lluvia. Al principio de la Gran Revolución Cultural su padre se convirtió de la noche a la mañana en un «agente secreto al servicio de los extranjeros». Todo por haber cursado sus estudios en Inglaterra. Después de correr todo el día intentando recuperar en vano la buena imagen de su padre, le hubiese gustado cobijarse en el pecho de su marido y contarle todas sus miserias, como si fuese una pradera en la que poder tumbarse y encontrar tranquilidad. Pero él, con el aliento apestando a alcohol, le obligaba a hacer el amor. En aquella época estaba muy orgulloso de ser el pequeño jefe de no sé qué cuadrilla de guardias rojos y sólo soñaba con ascender.

Después de la boda, todas las noches se comportaba como si la hubiese comprado muy cara y temiera no poder amortizarla.

Liu Quan temía las noches. Para ella cada noche era una prueba difícil, imposible de evitar. Cuando llegaba el crepúsculo y el sol empezaba a desaparecer, se ponía a temblar, como si estuviese enferma. Le hubiese gustado poder parar el sol e impedir a la luna bajar sobre la tierra. Pero él le cogía del brazo y le decía: «¿Eres o no mi mujer?».

Esta pregunta se la tendría que haber hecho Liu Quan, ya que no la consideraba como su mujer sino como un objeto sexual.

Si vuelve a su antiguo puesto será peor que cuando lo dejó. Ya oye al director Wei reírse y disfrutar de sus desdichas. Cada vez que oye esa risa, le hace el mismo efecto que si la tirasen a un lago helado en una noche fría de otoño. Realmente es como si la hubiesen tirado a un lago profundo, sin tocar fondo y sin saber nadar. El agua le está entrando por la nariz mientras la gente, en la orilla del lago, la mira sin intentar salvarla ya que creen que con la profundidad que tiene nadie se puede ahogar.

¿Qué significa eso? Liu Quan está en las tinieblas. No sabe de qué puede ser culpable. A veces te condenan sin darte ninguna explicación. Eso no es justo. Liu Quan se siente como una criada que acaban de despedir y que implora su indulgencia al amo.

Xie Kunsheng la deja en la incertidumbre. Desea expresar su cólera y salir airosa. No sabe si coger el tintero que está sobre la mesa y tirarlo al suelo para manchar de tinta a Xie Kunsheng de pies a cabeza. Pero por otra parte sabe que no lo puede hacer. Casi se le olvida el motivo por el que ha venido. ¡No es de extrañar que algunos acaben paranoicos!

Desde el punto de vista psicológico, la presencia de Zhu Zhenxiang no la ayuda para nada a salir de la difícil situación en la que se encuentra. Sin embargo, esas dos frases anodinas le han hecho dirigir la mirada hacia él. ¡Es tan fácil ganarse la simpatía de alguien! ¿Será una muestra de debilidad por parte de Liu Quan? Un corazón agotado es como una báscula sin equilibrio. Ya no es capaz de apreciar las cosas con objetividad, exagera en todo.

A Liu Quan le cuesta aún más abrir la boca:

– Sólo es por un pequeño problema…

– En ese caso, hable, yo volveré más tarde.

Zhu Zhenxiang cree que es mejor que él no esté para que Liu Quan pueda expresar su problema aunque no sea importante.

Xie Kunsheng empieza a sospechar algo aunque Zhu no le haya criticado por su actitud con Liu Quan.

– Director Zhu, iré a verle dentro de un rato, enseguida acabo con ella.

Temiendo que Xie Kunsheng se apresure en despedir a Liu Quan sin explicaciones, Zhu Znenxiang añade antes de irse:

– No hay prisa, tengo otros asuntos que atender. -Y mirando a Liu Quan le dice para animarla.

– Hable con franqueza, no tema.

Liu Quan quiere darle las gracias pero su lengua se ha endurecido y no consigue pronunciar una sola palabra. Sólo intenta que capte su gratitud a través de una sonrisa dirigida a su corazón. Cada persona tiene los ojos distintos y a través de su pupila podemos ver el contenido de su alma.

Xie Kunsheng, recapacitando, le pregunta de forma muy solemne:

– ¿Tienes algo que decirme?

¡Vaya cara! Si no tuviese que decirle algo, ¿por qué esas dos horas de espera? Además él ya sabe el motivo de esta entrevista.

– Claro que sí.

– ¡Pues habla!

Xie Kunsheng empieza a bostezar. Coge un periódico y lee los titulares.

– El jefe de servicio acaba de comunicarme que mi trabajo en la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores ha terminado y me da las gracias por todo. Me aconseja volver a mi antigua unidad de trabajo.

– Así es. -Xie Kunsheng mueve con ruido las páginas del periódico.

– ¡Pero usted me dijo y también se lo dijo a mi unidad de trabajo, que el cambio se haría más tarde y que me necesitabais urgentemente!

– ¿Eso dije yo? -pregunta Xie Kunsheng subiendo las cejas, sorprendido.

Una frase interrogativa en primera persona del singular. Dicen que esta forma gramatical está de moda.

– Lo ha dicho. Si usted me despide ahora ¿qué les diré a mis superiores? ¿No soy lo bastante buena? ¿He cometido algún error?

– Las cosas cambian. -Reflexiona y añade-: Voy a llamar por teléfono a tu unidad de trabajo, para explicar la situación. ¿Qué te parece?

¡Xie Kunsheng parece emocionado por su generosidad! ¡Hasta se toma a pecho un asunto tan insignificante!

– No se moleste. Sólo me gustaría saber si va ser fiel a su palabra.

Xie Kunsheng cambia la expresión de su rostro. ¡Qué mujer tan desagradecida! Deja a un lado el periódico que tenía en la mano y contesta:

– Su despido no depende de mí sino que es el resultado de una discusión colectiva.

Esas frases parecen una amenaza. Muchos recurren a ella para no ser responsable de lo que pueda ocurrir. Uno no tiene donde agarrarse. Liu Quan no sabe qué hacer.

Ahora recuerda que Liang Qian le pidió que la esperase en la puerta de entrada al teatro.

Siempre se cita con ella en lugares insospechados. Cuentan que cuando amaba a Bai Fushan, le propuso una vez reunirse delante de las puertas de los váteres públicos de Xidan.

Ya han sido unos cuantos los que se han acercado hasta Liu Quan. Todos ellos eran jóvenes con el pelo largo, pantalones ajustados hasta la altura del ombligo, me pregunto cómo se podrán agachar. Con un puñado de billetes en la mano le han preguntado: «¿Vende entradas?». Seguramente creían que estaba allí para pasar el tiempo como lo hacían ellos.

Liu Quan giró la cabeza y vio cómo habían pegado un cartel con la foto de Margarita Gauthier, emocionada, melancólica y bella con un vestido largo ajustado a la cintura. Alguien le había añadido gafas, bigote y una espada en la mano. ¿Por qué este disfraz? Tal vez el dibujante añoraba los tiempos en los que todo se solucionaba con un duelo en el que no había ni vencedor, ni vencido.

El bolso de compra que lleva es muy pesado y le hace daño en los dedos. Se han caído algunas alubias verdes muy tiernas. Mientras se agacha para recogerlas, recuerda al ¡oven a quien vio en el mercado libre. Cogió unas cuantas alubias y se fue sin pagar. E viejo campesino le miró fijamente sin decir palabra. ¿Dónde se le había ido esa energía que tenía para regatear unas pesetas?

Liu Quan le preguntó:

– ¿Por qué se ha ¡do sin pagar, le conoce? El viejo contestó con tristeza:

– No, todos son así.

– ¿Y no le cobra?

– ¡No puedo, ellos son los que mandan aquí!

Liu Quan se fue corriendo a la caseta del control en la punta este del mercado. En su mesa había tomates frescos, alubias verdes, pimientos, huevos… todo lo necesario para pintar naturaleza muerta. ¿Lo habrá pagado?

El chico estaba comiendo un tomate. El jugo le estaba cayendo por la boca, donde el pelo aún no había empezado a crecer. Liu Quan esperó sin decir una palabra, mirando su cuerpo de Apolo, sus brazos de bronce musculosos. Parecía uno de esos héroes antiguos. Sin embargo, no era capaz de resistirse a comer esos productos.

No se fijaba en Liu Quan, su concentración estaba en ese tomate. Tiró lo que no quiso por la puerta y cayó sobre la camisa blanca de una chica joven que pasaba por allí.

– ¡Maldito seas! -le dijo la chica limpiándose la blusa.

– ¡Mierda! -le contestó, limpiándose las manos. Luego le preguntó a Liu Quan:

– ¿A quién busca?

– A ti.

– ¿Para qué?

– ¿Por qué no has pagado las alubias?

– ¿Quién le ha dicho que no he pagado? -No se le veía ni preocupado, ni enfadado.

– Yo estaba al lado y vi cómo no entregabas el dinero. -Liu Quan enderezó la espalda, sintiéndose de repente útil.

– ¿Cómo sabe que no voy a pagar? No llevaba dinero encima. -Dijo tocándose el pecho-. Sólo llevaba una camiseta sin bolsillos. Pagaré más tarde.

Liu Quan se quedó sin voz. Ahora no tenía qué reprocharle. Pero sabía que la estaba engañando. Le molestaba verse indefensa frente a ese ¡oven astuto.

– Dices que le vas a pagar, ¿pero quién te va creer? Tu actitud es deplorable. Tú representas al Estado. Te han dado ese puesto para que vigiles las actividades ilegales de los especuladores. Si tú mismo empiezas a violar los reglamentos, no sé qué pensarán los campesinos de todo esto. A la gente no le importa que te llames Zhang o Li, para ellos sólo te llamas Estado. Debes amar y respetar ese nombre. -Liu Quan le dijo todo eso de un tirón aunque tenía la impresión de no haberse expresado correctamente.

– ¿Quién es usted? -le preguntó el chico con una sonrisa irónica, como si acabase de escuchar a un embustero.

– ¡Soy periodista! -mintió Liu Quan sin pestañear-. Me han encargado la vigilancia de los puestos de los mercados libres. Vengo a menudo por aquí. Si esto vuelve a ocurrir, tendré que avisar a las autoridades y a los servicios competentes.

¡Liu Quan es verdaderamente incorregible!

Bastantes problemas tiene ya para meterse ahora con ese chico. ¿Quién la ayudará a resolver sus problemas y a castigar a los que la han humillado?

Liu Quan se ha vuelto supersticiosa. Si esa mujer vestida de rojo, atraviesa la calle sin mirar hacia atrás, sus problemas se solucionarán. Deja de respirar como si su suerte dependiera de una pura coincidencia. ¡Dios mío, es tan estúpida como una vieja campesina analfabeta! ¿Quién dijo que la superstición y la desdicha iban juntas? Tiene escalofríos, a pesar de que la temperatura ambiente alcanza los 39 grados.

El sol pega tan fuerte que el sudor le cae a lo largo de la columna vertebral, entre los pechos, como si fuesen hormigas recorriendo todo su cuerpo. Las hojas de los árboles están inmóviles. No hay una sola pizca de viento, ni el más mínimo frescor en la sombra. Este año, el verano es especialmente tórrido y la gente coge muchas insolaciones. A Liang Qian no le puede ocurrir eso, pero Liu Quan teme que por su carácter se desmaye al enfadarse. ¿Eso significa que Liu Quan no tiene carácter? Al menos Liang Qian tiene a su padre. La gente no mira a los monjes sino a la cara de Buda que se encuentra detrás de ellos. Nadie se atreve a meterse con Liang Qian. ¡A ver si ha conseguido lo que quería!

Las tres piensan que en este mundo la amistad que les une es una cosa muy rara, una tierra pura, sin contaminación, sobre todo ahora que tienen cierta madurez y han perdido el entusiasmo de la juventud. ¿Quién dice que ofrecer su amistad o su amor es participar en una aventura sin regreso? Las tres han tenido experiencias dolorosos. Como si en el torbellino en el que han sido arrastradas, hubiesen perdido objetos pocos resistentes pero muy importantes para ellas, y quedándose al final con sólo un hueso duro. Sócrates contestó a la gente que criticaba su casa por ser pequeña: «Lo importante es que quepan todos mis amigos».

Ahí viene Liang Qian sobre esa moto color naranja de dos plazas. De lejos parece tener todavía la energía de su juventud. Viste una falda plisada de color negro, una blusa azul claro de seda bordada y un par de zapatos de cuero blanco. Es raro verla tan bien vestida. Lo que estropea todo, es ese sombrero de paja roto sobre su cabeza así como las palabrotas que salen de su boca: «Ese hijo puta, le he echado la bronca delante de Zhu Zhenxiang. ¡Mierda!». Seguro que su discurso habrá sido largo antes de coger la moto y venir hasta aquí. Sus labios están tan secos que se podrían pegar ¡untos.

– Bebamos primero una limonada, ¿De acuerdo?

Liu Quan no pensaba encontrarse con Bai Fushan en ese bar. Le acompañaba una mujer más bien fea, con un gran escote y mangas cortas. Le dan ganas de estornudar a pesar del calor que hace.

Liu Quan no sabe si salirse confundida, o entrar como si no pasase nada. Liang Qian la empuja por detrás diciéndole: «Pasa, ¿por qué te quedas ahí plantada, nunca habías visto algo parecido? Al pasar por delante de Bai Fushan, le habla como si fuese un conocido, lejano conocido, ignorando a la chica: «¿Has salido a tomar el aire?».

La joven, la mira de pies a cabeza, como a un rival, y, después de un estudio meticuloso, gira la cabeza con el aire de superioridad y de compasión que tienen las jóvenes con las que ya no lo son. Pero aunque parece segura en su mente una tempestad se estará avecinando.

¡Pobre gorrión!

Bai Fushan quiere presumir de generoso: «¡Yo pago!».

Liang Qian le señala con el dedo y le aparta como si temiese ensuciarse diciendo: «No, gracias, no hace falta». Se dirige con paso firme hacia otra mesa.

Le entra la risa. A ese tío le falta clase. ¿Por qué no se atrevió a invitarlas a su mesa? A Liang Qian no le hubiese molestado. Sus modales no tienen nada que envidiar a los de los políticos.

«Dos refrescos y dos batidos de chocolate». Mientras la camarera prepara la nota, Liang Qian mira a Bai Fushan. Está hablando con esa tía. Le estará contando quiénes son ya que de repente pone mala cara.

¡Bah! Cada uno protege su huerta.

Liang Qian aspira enérgicamente su bebida a través de una paia. De una sola aspiración se ha bebido la mitad de la botella. «Se van». Vigila la entrada del bar.

Liu Quan se da la vuelta justo cuando Bai Fushan mira hacia ellas. Hace una señal con la mano; Liang Qian le contesta con un movimiento de cabeza. Ciertamente es la chica quien ha querido salir; este encuentro le habrá sentado mal.

Liang Qian se queda pensativa. Pone el dedo en el vaho que ha dejado la botella y escribe algo sobre la mesa, una serie de letras latinas, tan incomprensibles como una adivinanza. También tiene motivos para estar triste, pero esa tristeza está en lo más profundo de su alma, un poco como esa adivinanza. Puede dejar estallar su enfado o saltar de alegría, pero sus tristezas nunca las comparte ni tan siquiera con sus dos amigas. Piensa que puede ser contagioso y quebrantar la voluntad de los demás.

Su vida entera ha sido un eterno fracaso, pero aun así confía en la vida en general. Su generación, la de los años cincuenta y sesenta, no posee ni el optimismo ciego de las generaciones anteriores, ni el pesimismo igual de ciego de las generaciones más jóvenes. Su generación es la más lúcida, la que mejor puede enfrentarse a la realidad y mantener los pies en tierra para poder actuar.

Liang Qian tiene su propio método para luchar contra su tristeza: tomar conciencia del valor de su propia existencia, ser útil a la humanidad, a la sociedad, a los amigos.

– ¿Qué piensas hacer?

– ¿Qué?

Liu Quan cree que la pregunta de Liang Qian no tiene ni pies ni cabeza. Con ella, nunca hay un período de cambio, como en una película mal hecha. Un día, Liana Qian las invitó a una proyección privada para ver una película extranjera, pero el encargado había puesto la película al revés y todos los personajes, coches y aviones salían en marcha atrás y el público se moría de risa. Si el público hubiese reflexionado un poco, no se hubiese reído tanto. ¿Quién puede asegurar que en la vida no ha pasado un solo momento donde el montaje fue mal realizado?

– ¿Qué piensas hacer con tu trabajo?

¡Oh! Liang Qian ya se ha olvidado de Bai Fushan y de su amiguita. Si uno compara a esas mujeres con las de la antigua sociedad, verá que no tienen nada en común en cuanto a preocupaciones y trabajo.

– Creo que lo mejor es que vuelva a mi antiguo puesto. Liu Quan es incapaz de evaluar lo que tendrá que pagar sobre los planos del amor propio, de la voluntad y de la decisión. Sea cual sea su decisión, tendrá que luchar y por eso prefiere rendirse.

– ¡Estúpida, ese hijo de… ¿te va engañar? No lo puedo permitir. -Ella preferiría morir antes de darse por vencida y no le gusta que los demás lo hagan.

– Hablé de ello con el viejo Dong, el jefe de servicio. Se enfadó y me dijo: «¿No tienes orgullo? ¿Deseas ir al Ministerio de Asuntos Exteriores? No vale la pena humillarse delante de ellos. ¡Vuelve en cuanto puedas! Ya me encargaré yo mismo del asunto». ¡Tal vez así haya menos revuelo!

– No estoy de acuerdo contigo. Uno debe saber defenderse en esta vida.

Liang Qian mira a través de la botella de refresco que tiene en la mano: todo lo que las rodea parece sumergido en ese líquido. Tendrá que hablar de ello con el cameraman. Se podría utilizar este método para traducir ciertas modificaciones mentales en los personajes, al estilo Kafka. Sigue hablando:

– Muchas veces nos hemos preguntado si son los malos o los buenos los que más abundan y al final nos hemos puesto de acuerdo en que son los buenos. Sin embargo, la vida sigue siendo muy difícil. Los malos, aunque menos numerosos, despliegan mucha energía y siempre están a la ofensiva, mientras los buenos siguen a la defensiva. Por eso los malos parecen superiores en número. De ahí viene el proverbio: «Una sola rata puede fastidiar todo el guiso». Espero cambiar pronto de estrategia. Debemos pasar al ataque para romper los riñones a los malos y dejarlos fuera de combate. ¡Malditos sean!

Los ojos de Liang Qian se hacen cada vez más grandes y las venas de su cuello se hinchan. Su piel ha perdido todo esplendor, como una manzana vieja, con la piel toda arrugada. Liu Quan lo siente por su amiga; cree que le exige demasiado.

– ¡Dejémoslo!

Pero una no va ser siempre la víctima.

– ¡Ni hablar! -Liang Qian retira el cigarrillo de sus labios y lo golpea con la mesa sin soltarlo-. Sabes, dicen que un día a la hora del almuerzo te fuiste por ahí con un invitado extranjero.

Se calla para ver cómo reacciona Liu Quan.

Liu Quan se ha quedado pasmada. Mueve inconscientemente las manos delante de ella como para apartar una roca deforme que está a punto de aplastarla. Deja caer las botellas al suelo. El ruido hace que acuda de inmediato la camarera.

– Es un buen método, -dice Liang Qian-. Normalmente uno debe llamar cien veces y aun así no te atienden. Ahora para que vengan, tiraré una botella. ¡Veinte céntimos! Es más barato que esperar media hora.

La broma es un poco forzada pero sólo es para disminuir la tensión de Liu Quan.

– ¿Cómo que no sabían donde estaba? La señora Brown propuso ir a Wangfujing para comer algo y el señor Link también quiso venir. Avisé al jefe del grupo y no tardamos más de una hora…

Liang Qian empieza a calcular: para ir del hotel de Pekín a cualquier pequeño restaurante de Wangfujing, andando de prisa, hacen falta al menos treinta minutos para ir y volver. Entonces quedan treinta minutos…

– ¡Puff! -se ríe y dice-: ¡Treinta minutos es poco para tener tiempo de bajarse los pantalones! ¡Hijos de…! -Pero la inocencia y la dulzura de Liu Quan le sacan de quicio. ¿Por qué se justifica de esa forma? ¿Ha perdido el coraje? Hay gente que cuantas más explicaciones des, menos te creen. Con esa gente hay que tener mucho cuidado. En cuanto tienes razón no hay que dejarles pensar. No necesitas justificarte ante mí. Basta con que no hayas hecho nada malo. ¡No debes huir! Si huyes, no te dejarán en paz. Dirán calumnias sobre ti que te perseguirán vayas donde vayas. Alguien está tirando de las cuerdas. Debes aclarar este asunto. Cuanto más ruido hagas, mejor. Al final terminarás encontrando una solución para tu trabajo. Yo me ocuparé de buscar algún pez gordo que te ayude. No debes permitir a Xie Kunsheng que se ría así de ti. La discusión que he tenido con él dará sus frutos. Al menos sabemos por donde van los tiros. Creo que el director Zhu Zhenxiang es una buena persona. Me dijo: «Este asunto es fácil de arreglar». Pero seguro que Xie Kunsheng todavía no ha dicho su última palabra. Debes hablar con Zhu Zhenxiang; pienso que te puede ayudar pero debes explicarle lo que rea mente deseas.

Tal vez Liang Qian tenga razón, pero Liu Quan y ella viven en un mundo distinto. Lo que es posible para una a veces no lo es para la otra. Por ejemplo, hablando del presente, siente que le pesan los hombros, una actitud de capitular sin ambiciones.

Liang Qian, desea luchar. Cuando hay una ocasión para luchar, recobra toda su energía. Liu Quan cree que a Liang Qian le gustan las peleas y que a veces ella misma las provoca, por puro placer.

Pero en el fondo, sólo es una apariencia. Se parece a la espuma de esas bebidas gaseosas que desbordan con ímpetu cuando se abre la botella. Liu Quan se entristece al pensar en las dos.

– ¿Qué ocurre?

De repente parece estar más tranquila. Ésa es la verdadera Liang Qian.

– Nada…

Liu Quan extiende un brazo por encima de la mesa y coge la mano izquierda de Liana Qian. Ésta deja el vaso y le pega en la espalda, como entre hombres.

– ¡Come el helado, ya se ha derretido!


  1. <a l:href="#_ftnref17">[17]</a> Escritor y dramaturgo ruso.