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Todos los televisores del inmueble están encendidos. Por las ventanas adornadas con cortinas de todas clases, alumbradas por todo género de lámparas, se escapan los lloros de la misma chica sobre el mismo canal. Emitidos rítmicamente, estos lloros parecen venir de un ensayo. Así la gente puede apreciar estas expresiones de dolor y tristeza, saboreando las pastas de después de la cena, eructando y chismorreando sobre los vecinos.
Pero en la vida real, cuando uno llora por dolor, llora de otra forma. Liu Quan tiene ganas de decirle a esa chica que deje de llorar porque si sigue así acabará cansando a la gente.
En esta calle todavía se puede apreciar la tranquilidad.
Al no pasar por ella ni autobuses ni tranvías y por la noche sólo algún que otro automóvil, camina de forma relajada como si estuviese rodeada de árboles, de césped y de flores. Al otro extremo de la calle hay una pequeña huerta rodeada de alambres, en la que crecen unos manzanos protegidos de la luz eléctrica antes de madurar y de ser comestibles.
La claridad de las farolas envuelve en un manto amarillo a los jóvenes sentados y charlando en la hierba, a los estudiantes que vienen con sus libros para preparar los exámenes de acceso a la universidad y a los transeúntes que sólo buscan el fresco. ¡Cuánta gente ama la vida! A Liu Quan le dan ganas de tumbarse en el césped para contemplar las estrellas o como ese bebé adormecido en un moisés, dejarse llevar por sus sueños para no ser más un juguete que funciona con un muelle, ¡pan, pan, pan! A Mengmeng le compró un mono que en cuanto le dabas cuerda, volteaba sin parar. De tanto jugar con él, se le fue el esmalte y se le aplastó la cabeza.
Todavía no ha cenado. Jinghua le ha preparado una infusión de «leche de trigo» pero no ha logrado tomarla. Su estómago sólo admite agua hervida, todo lo demás le da ganas de vomitar. Seguro que es debido a una insolación. Estuvo mirando a ver si encontraba el frasco de «diez gotas de agua» pero a pesar de sacar todos los cajones de la casa no encontró nada. Les falta de todo, tanto de lo útil como de lo inútil.
Durante la tarde, Liu Quan estuvo pedaleando bajo un sol que calentaba como una caldera encendida.
El administrador Wei le acaba de mandar un ultimátum pidiéndole que regrese a su antiguo puesto de trabajo.
Liang Qian le aconseja esperar otro poco, ya que cree que le contestarán del Ministerio. ¿Qué hacer? Le prometieron una respuesta hoy mismo.
No hay manera de encontrar a Liang Qian; no está ni en su casa, ni en el departamento de fotografía, ni en el estudio. Seguro que sigue teniendo pegas con su película ya que el comité del Partido no le ha conseguido el permiso. ¿No se habrá suicidado colgándose? A Liang Qian le gusta hacer este tipo de afirmaciones: «¡Estoy tan enfadada que me dan ganas de quitarme la vida con una soga al cuello!». No, estará luchando a muerte, frente al adversario.
Por fin alguien le avisó que Liang Qian estaba en uno de los estudios de grabación. ¿Por qué habrá ido allí si su película ya está lista?
Todas las salas están iluminadas, los focos alumbrando los personajes que hacen toda clase de papeles. Sólo la sala del estudio número dos está vacía, aunque a la persona responsable de los focos se le haya olvidado apagar las luces. Tal vez haya tenido una necesidad urgente.
Liang Qian permanece sentada en un estanque lleno de agua y protegido por un cristal en la superficie. De lejos parece un hibicus [18]. ¡Lo malo es que de cerca parece otra cosa muy distinta!
En el estanque se reflejan las cosas que se han añadido en el estudio como son los ángulos de un tejado, las ramas de los arboles, las luces, las rocas con formas extrañas, etc.
¿Qué estará pensando Liang Qian con los brazos cruzados sobre sus piernas, el mentón apoyado sobre las rodillas, y la mirada lejana? Liu Quan la encuentra rara y cree que no es la Liang Qian de todos los días.
– ¿Qué estás haciendo? Me ha costado encontrarte.
Liu Quan permanece a una cierta distancia, pues teme romper el cristal que recubre el estanque.
– ¡Se está tan bien aquí!
Liu Quan está aún más confusa. Normalmente Liang Qian odia todo lo que es falso: las flores de seda o de plástico, la bisutería… Todas las escenas de su película se han rodado en el exterior. ¿Estará renunciando a todo ello o habrá encontrado la felicidad?
– ¿Qué te pasa?
– Estoy meditando.
Liang Qian levanta los hombros y hace una mueca. Liu Quan se da cuenta de que su amiga le está ocultando algo.
– Busco una emoción. -Empieza a ser sincera y ya no se ríe.
– ¡Basta ya!, -le dice Liu Quan- Sigue siendo tu misma y no intentes cambiar. Algunos dicen que es tan fácil cambiar de carácter como de calle pero sabes que eso no es válido para nosotras.
Eso es cierto. Son iguales a los molinos de viento olvidados en los campos yermos, al borde de un riachuelo sin nombre, incapaces de recordar cuándo nacieron, girando sus brazos sin cesar. Si quisieran cambiar su ritmo al incorporarles motores nuevos, correrían el peligro de romper sus viejos esqueletos.
En la vida cada uno ocupa un puesto determinado.
Liang Qian sonríe ya que sabe que no puede engañar a su amiga y por ello cambia de tema:
– Llegas a tiempo. No puedo salir porque estoy esperando a una persona que va a venir para dar su opinión sobre mi película. Ahora te voy a poner al corriente de tus asuntos. Los que mandan han dado su acuerdo pero ese maldito de Xie Kunsheng afirma que las pegas las están poniendo los de la oficina de personal, porque las masas han hecho no sé qué precisiones. Pero en realidad la culpa no la tiene la oficina de personal. Xie Kunsheng desea dar el trabajo a otra persona. No me extrañaría nada que las habladurías vinieran de Qian Xiuying. Zhu Zhenxiang desea hablar contigo para aclarar todo el asunto. Es un buen hombre.
– ¿Cuándo debo hablar con él?
– Hoy mismo. Ya he arreglado la entrevista. De todas formas llama por si le surge algo y no puede atenderte esta noche. Espera, te voy a dar el número de teléfono de su casa.
Liang Qian mira su carpeta de color azul, buscando el número de Zhu.
– ¡No debo perder esta carpeta, pues contiene más de trescientos números de contactos posibles!
Liang Qian tiene una risa extraña. Le gusta nombrar para divertirse frases típicas de la revolución cultural. Liu Quan la mira y se fija en sus cabellos blancos que le recuerdan las hojas amarillas del otoño. Ya se está marchitando. Su deterioro es súbito y temprano.
Antes de regresar a casa Liu Quan ha llamado por teléfono a Zhu. Una mujer con una voz suave y tranquila le ha contestado: «Todavía no ha regresado. Lo siento. ¿Quiere volver a llamar dentro de un rato?».
Era una voz desprovista de reticencia, arrogancia y desconfianza. No preguntó: «¿Quién es?, ¿Cuál es su unidad de trabajo? o ¿Qué desea?».
Tal vez era la criada. Aunque lo duda. Su voz era profunda, adulta, segura, la de una persona bien educada. ¿Y si fuese la mujer de Zhu Zhenxiang? Será un matrimonio feliz, como la luna que no se separa del sol aunque haga mal tiempo.
Jinghua le acompaña para intentar llamar otra vez. Liu Quan se pregunta si su llamada no le encuentre en plena cena. Teme cortarle el apetito o si está saboreando una langosta, quitarle ese placer. Su problema es una tontería pero también sabe que por pequeñeces empiezan los grandes problemas. Por ello se suele hablar de «momento oportuno», de «terreno favorable» y de «armonía entre las personas».
– No te preocupes, le dice Jinghua, no puede estar cenando porque son ya las ocho pasadas.
¡Menos mal que Jinghua ha venido con ella! Ha fallado tantas veces que duda hasta del derecho a la existencia. Es incapaz de pensar que es una persona cualquiera y que puede llamar a quien quiera y a la hora que quiera.
– ¿Y si se está duchando? Si se está duchando, tendrá que llamar más tarde. Si llama tres veces por la tarde tal vez se enfade y no la quiera escuchar.
– ¿Qué te ocurre? ¡No vas a pedir ningún favor! Son sólo rumores que corren, tú no has hecho nada malo.
Para Liu Quan, sí es un favor lo que le va pedir. Por ello sonríe con tristeza a su amiga. Teme por sus bonitas plumas que deben afrontar no sólo los rayos del sol sino también los del infierno. Y si se descuida puede quemarse toda su persona.
Zut, la mujer que vigila la cabina telefónica está cerrando la contraventana.
Jinghua intenta ser lo más amable posible y le dice:
– Perdone, queremos hacer una llamada.
El moño de la vieja se mueve con un no categórico.
– Imposible, ya se ha pasado la hora.
– Es urgente.
– Me da igual. Yo también tengo una urgencia. Mi hija está muy enferma. Tiene 40° de fiebre. Acaba de dormirse. Si no paran de llamar ¿Cómo va descansar?
La vieja está a punto de estallar. No se le puede reprochar. Tal vez su hija esté muy enferma y esté preocupada por no encontrar ni medicamentos ni médicos competentes.
Todo el mundo tiene sus penas. Liu Quan ve que sus problemas empeoran.
– ¿Qué hacemos ahora?
– Creo que al otro lado de la calle, hay una administración. Tienen que tener un teléfono. Probemos a ver.
– Vete tú a casa, iré sola.
– No.
Sabe que Liu Quan necesita un apoyo, por muy pequeño que sea.
Jinghua no le ha contado a Liu Quan que si no es por el apoyo de Lao An, hubiesen lanzado una crítica pública contra ella y le hubiesen colocado un sombrero. Algunos comentan que Jinghua tuvo relaciones ilícitas con ese viejo. Esos cotilleos son tan desagradables que parece imposible imaginar que salgan de la boca de intelectuales. Entre tanto, las calumnias como las difundidas sobre Liu Quan, son moneda corriente.
Eso también es un viejo truco. Tan viejo como la salsa en la que se cocina el buey en casa de Yueshengzhai, comerciante de Qianmen, célebre desde hace siglos.
Cuando uno desea destruir a una persona y sobre todo a una mujer, nada más fácil que tirarle el orinal desde la ventana. Es tan eficaz como la publicidad que se puede ver todas las noches en la televisión sobre los relojes Citizen: «De reputación mundial».
Liu Quan no comprende eso, por eso siempre fracasa.
El amor es algo serio. Pero aun así algunos lo profanan. Medio siglo, o mejor dicho varias decenas de siglos, han pasado, pero todavía muchos se han quedado con la lógica de Ah Qiu: el amor, es dormir acompañado. Luxun [19] fue un gran escritor y su personaje Ah Qiu en la novela La verdadera historia de Ah Qiu muestra la corrupción y la triste mentalidad de aquella época.
Jinghua ya ha leído todas las cartas de amor que recibió el viejo An. Están escritas con dulzura y en una mezcla de chino clásico y moderno. Hace tiempo que Jinghua no leía este tipo de prosa, un poco desfasada, propia de los años treinta. Esa mujer no es como dice An, algo accidentalizada, aunque haya escrito algunas palabras en inglés. En cuanto a ser sentimental, Jinghua no ve nada malo en ello ya que no perjudica a nadie, ni al pueblo ni al país. Piensa ayudar al viejo An a casarse, ya que a pesar de sus 60 años, puede enamorarse como cualquier otra persona. Si Jinghua consigue vivir hasta los 80 años y logra encontrar un hombre tan bueno como el viejo An, no dudará en casarse.
Se respira una impresión de devoción por la causa pública sin ningún tipo de indulgencia para los intereses privados.
El bloque de edificios junto a la administración impone su presencia en la oscuridad de la noche.
Ello les da más coraje y como si fuesen mariposas atraídas por la claridad, aceleran el paso hasta llegar a la entrada iluminada del edificio.
Hay un teléfono en la repisa de la ventanilla. No hay nadie y se oye el ruido de una radio, con el condensador aparentemente muy usado, zumbando al estilo de «Zhu Geliang [20] cantando delante de la ciudad del Este», con muchos parásitos.
– ¿Hay alguien? -Liu Quan mira en todas las direcciones. Sólo les contestan los ruidos de la radio.
– No importa, llama.
Liu Quan coge el teléfono.
– ¿Qué ocurre?
Un personaje parecido a un enorme santo budista, sale de la oscuridad del pasillo. Un pecho más voluminoso que el de Jinghua hincha su camiseta y mide al menos un metro de cintura.¡En su último mes de embarazo, Liu Quan no tenía un vientre tan enorme!
– Queremos llamar por teléfono.
Jinghua se ha dado cuenta de que tiene frente a ella a esa clase de individuo al que le gusta fastidiar a los demás.
– ¿Llamar por teléfono? Busquen un teléfono público. Jinghua está segura de que las manos de ese hombre no temblarían al estrangular un gato, un perro, o no importa qué.
– Los teléfonos públicos ya han cerrado y es muy urgente. Muchas gracias.
Liu Quan le sonríe. Tiene una sonrisa encantadora con los dos hoyuelos que se le forman en la comisura de los labios. Desgraciadamente, ella es siempre tan tonta.
– Ni hablar -se puso a gritar como si estuviese despachando a un perro vagabundo en busca de comida.
Liu Quan sigue sonriendo pero se pone colorada. Jinghua ve esa sonrisa menos impresionante. Su amiga le recuerda a esos perros vagabundos que vuelven a pedir comida moviendo la cola en señal de agradecimiento.
– ¡Liu Quan!
– Es muy urgente.
– ¿Qué le ocurre?
– Aunque sea urgente, no puede llamar. Esto es la administración. ¡Imagínese que llamen a nuestros dirigentes y que la línea esté ocupada!
¡Actúa como si el zorro robase la autoridad al tigre! ¿Qué pasaría si fuese ministro?
Esta administración cuenta con un despacho para dirigentes con sus teléfonos privados, rojos y negros. Todo personaje importante tiene su línea asegurada aunque haga mal tiempo.
Este individuo se ha convertido en un instante en un personaje importante cuando en realidad sólo es un ser débil dotado de un cuerpo enorme parecido a una torre de metal.
– Liu Quan, nos vamos. Llamaremos desde la central. Liu Quan no se lo puede creer.
– Tengo que casarme, encontrar a un marido que tenga coche y teléfono en casa. Entonces no sufriré más estas humillaciones.
Los débiles siempre buscan soluciones a sus problemas haciendo suposiciones gratuitas.
Liu Quan está a punto de llorar y no es el momento adecuado.
¡Vamonos!
Jinghua ya se ha subido en la bicicleta.
Hay tres cabinas telefónicas pero las tres están ocupadas. ¿Cuál se librará antes?
«¿Quedan? ¿Cuántos? Bueno pues mañana los vuelves a calentar al vapor… También los podrás freír».
No tienen intención de esperar a que acabe esta conversación. Es la típica conversación de los cómicos de Hou Baolin [21]. Cuando acaba el diálogo, la actuación ha terminado.
¿Y la otra?
Liu Quan pellizca el brazo de Jinghua.
¡Es Bai Fushan! Tiene el cráneo pegado al aparato, encorvado y sacando el culo, sosteniendo el teléfono con las dos manos. Una vista deplorable.
«Sí, sí. El camarada dirigente lo ha visto. Dice que la película puede traer problemas. ¿Qué? Sí, es cierto. Ya me acuerdo de ti, por eso me ocupo yo del asunto…».
Jinghua tiene escalofríos.
«¿Entiendes?».
Liu Quan le aprieta más el brazo.
«¿Mi mujer no te lo ha contado? ¿Pensabas que te iba a hablar de ello? Sólo busca la fama. Te aviso que ha actuado queriendo, para pisotear a los demás. Estos días, la tormenta ha pasado muy cerca. ¿No te has dado cuenta? Bien. Más vale que lo sepas. No me des las gracias. Hacemos eso ¿Vale? Hasta pronto».
Bai Fushan deja el teléfono y se da media vuelta. Ha dejado ver lo que había tras su máscara. Nada que se pueda comparar con un hombre distinguido. Se acabaron los pantalones con pliegues y las camisas de cuello. Su camisa desabrochada está muy arrugada como si fuese de tela muy basta. Está sudando como un descosido.
A eso se le llama caer sobre su enemigo en un rincón del bosque. Esas dos mujeres le traen mala suerte. Seguro que han oído su conversación. Si no fuese así no le estarían mirando como demonios esperando arrancarle el alma.
Pero ¿qué más da? ¡Mierda! Esas perras con los pechos caídos y dientes podridos no se atreverán a morderle. Tiene ganas de darles una patada como lo hace con todo lo que le obstaculiza su camino. A eso se le llama ojo por ojo, diente por diente. Si Liang Qian se ríe de él, él hará lo mismo.
Pasa como si no las viera o no las reconociera.
«Si no le da vergüenza, podría sentirse al menos confuso o molesto».
A Liu Quan le fastidia no haber encontrado ninguno de estos dos sentimientos en los ojos de Bai Fushan. Sus ojos colorados no expresaban nada, parecían aguas muertas, una marisma con reflejos verdes y ojos de bestias feroces que se alimentan de la sangre de sus víctimas. ¿Qué pueden ver semejantes ojos? ¿Cómo serán las personas y el mundo reflejados en ellos?
– Vaya marido, murmura Jinghua. -Ya se ve que no podemos contar con ellos. ¡Llamemos!
Liu Quan pedalea sin decir una palabra, con los dientes apretados. La cadena de su bicicleta hace ruido. Necesita que la revisen, o al menos que la engrasen.
Han llegado al este de la cuidad y ya son las nueve menos diez.
Deberían haber dejado las bicicletas en un garaje de Xidan y llamar un taxi. Pero ya están acostumbradas a sufrir. Como no tienen a nadie para que las consuelen, no saben lo que significa escucharse.
Semáforos rojos y verdes.
Semáforos verdes y rojos. Les gustaría que sólo hubiese semáforos verdes. Jinghua está muy cansada pero se calla. Se fija en la carretera y se da cuenta de que hay pocos vehículos, sobre todo bicicletas. Los ciclistas pedalean despacio, sin prisas, como la gente que se pasea por los parques. Nadie pedalea como ellas.
Jinghua tiene la sensación de no llegar nunca. Al bajar de la bicicleta ya no siente sus piernas.
Están frente a un bloque de edificios idénticos. A una gata le costaría encontrar a sus crías. Después de pasar por un laberinto de patios, dan con el piso de Zhu Zhenxiang.
– Sube, yo espero aquí. No te asustes. Sigue el plan que hemos preparado por el camino y que hemos repetido varias veces. Te acordarás, tienes buena memoria.
Jinghua intenta mantenerse impasible. En circunstancias como éstas, el espíritu de Liu Quan es similar al de un mechón de cabellos rebeldes. Cualquier estimulación exterior o alusión puede desviar su meta.
Jinghua se da la vuelta para no ver la cara de asustada que pone Liu Quan. Cuando ya está segura de que su amiga ha llegado a la casa de Zhu, se sienta en el suelo y fuma un cigarrillo. Para calmar su impaciencia, saca el humo de la boca con rapidez y suspira. Cuando un transeúnte la mira extrañado deja efe fumar.
Dios mío, Liu Quan ya no se acuerda de lo que tiene que decir. Su cabeza está vacía. No recuerda ni el nombre de su jefe. Últimamente tiene a menudo pérdidas de memoria. Primero pensaba explicar que fue con el consentimiento de su jefe que acompañó a los extranjeros al pequeño restaurante de Wangfujing y que como aquel restaurante no aceptaba los yuanes extranjeros, tuvo que pagar de su bolsillo. Por la noche, para darle las gracias, los extranjeros la invitaron a tomar una taza de café. También lo contó a su jefe… Pero de repente se siente desmoralizada. ¿Para qué contar todo esto? Parece mentira que con 40 años necesite correr de un lado para otro para justificarse y todo por un plato de sopa con tallarines y una taza de café. ¡Qué triste es verse reducida a tan poca cosa! Toda la energía que había almacenado durante el viaje se deshinchó poco a poco como la rueda trasera de su bicicleta.
La esposa de Zhu Zhenxiang trae dos vasos llenos de zumo y hielo. Los deja sin hacer ruido sobre una bandeja entre el sillón de Liu Quan y el de su marido. En esta casa, hasta los vasos son amables y educados como lo son sus amos.
– Sírvase.
– Gracias, -le contesta Liu Quan levantándose.
La esposa de Zhu le sonríe y le hace una señal con la mano para que se vuelva a sentar. Coge de nuevo la bandeja, sale cerrando tras ella la puerta. Ya no se oye la música dulce y lenta del cuarto contiguo.
Ni siquiera les ha mirado por curiosidad o sospecha. Este detalle tendría que haber dado a Liu Quan confianza, pero sigue muda.
Piensa demasiado y se complica la vida. Por eso parece un animal herido. Si tuviese más experiencia, como Zhu Zhenxiang, andaría más a su aire. Hay demasiada diferencia entre sus ojos y su corazón. Siempre se niega a ver lo que le muestran sus ojos y por ello nunca está preparada.
Zhu Zhenxiang ha investigado: sabe que Liu Quan ha cumplido con su trabajo, nadie tiene quejas. En pocos minutos asignó las 25 habitaciones a los huéspedes extranjeros, mientras que Qian Xiuying hubiese tardado diez veces más al no ser tan metódica. Qian Xiuying siempre trabaja con un diccionario grueso chino-inglés debajo el brazo. Mientras ésta habla con los huéspedes del tiempo, o pasa horas delante de un espejo maquillándose, Liu Quan anota en su cuaderno todo el programa del día siguiente, para poder satisfacer los gustos de los invitados. Nunca les pide, como Qian Xiuying, sacarse una foto o gestos muy familiares… pero ¿cómo explicarle que en su vida privada es todo lo contrario? Zhu Zhenxiang desea ayudarle. Sabe que no sabrá defenderse sola ante una persona mal intencionada. ¡Tiene piedad de ella!
– ¿Dónde vive?
Zhu intenta establecer un diálogo. Cuando empiece a hablar se sentirá más relajada.
– En la parte oeste de la ciudad, en la calle los Lotos.
– ¿Hay algún estanque de lotos allí?
– No. Tal vez lo hubiese antes.
Empieza a caer sudor de su frente. Tiene las manos heladas. Su vista se nubla y se siente débil. Apoya sin fuerza su cabeza contra el respaldo del sillón. ¿Qué le ocurre? ¡Si acaba de llegar!
– Las calles de Pekín tienen su historia… -Zhu mira a Liu Quan y se da cuenta de que tiene mala cara. Se levanta y llama a su mujer que está en el otro cuarto-: ¡Zhonglan!, la camarada Liu no se encuentra bien.
La esposa de Zhu llega enseguida. Levanta los párpados de Liu y le toma el pulso.
– ¿Hay que llamar a un coche?
– No hace falta. Prepara un vaso de leche y añádele azúcar.
Ha hablado rápido pero con tranquilidad.
– Lo siento… -dice Liu Quan con una voz muy débil.
– No pasa nada. Eso le puede ocurrir a cualquiera, le contesta Zhonglan con una voz muy suave. Tranquilícese, no hay río que no se pueda atravesar. -Coge el vaso de leche de las manos de Zhu Zhenxiang y le pregunta si puede beber sola.
Liu Quan le sonríe, avergonzada.
– Beba esto y se sentirá mucho mejor. Le voy a preparar algo de comer. No es nada, es un caso de hipoglucemia. A mí también me suele ocurrir lo mismo. Basta con comer algo.
Liu Quan nota cómo ese rostro con la piel todavía lisa le produce una sensación de paz. Como la luna cuando inunda de claridad el cuarto a través de la ventana. Se da cuenta de que tiene hambre y se toma toda la leche caliente.
Zhu Zhenxiang se ha dado la vuelta para no mirarla. Teme que Liu Quan se avergüence. Al verle tomar la leche con tanta ansia le dan ganas de llorar. Sabe por intuición que Liu Quan no es una mujer fácil. ¿Por qué tanta injusticia?
– Camarada Liu Quan, no se preocupe, pienso ayudarle.
Mañana convocará una asamblea general en la que intervendrá Xie Kunsheng y el resto de los miembros de la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores. Cada uno podrá decir lo que piensa de Liu Quan, jugando limpio. Se examinará el caso con detalle, y se confrontarán las acusaciones con las pruebas. Si no es culpable, se quedará y si no, la despacharán. Basta ya de comentarios a sus espaldas. Esta mujer vive sola y ¿qué malo hay en ello? ¿Cómo se puede ser tan cruel?
El paisaje visto desde el décimo piso da la impresión de poder abrazar el mundo entero. Las luces de la ciudad se extienden al infinito. ¡Vaya mundo de luces, de transparencia y de belleza! ¿Por qué no dejar un sitio a Liu Quan?
La velocidad a la que progresa el mundo es impresionante. Se dice que dentro de 20 años se podrán mover los bloques de hielos hacia las zonas desérticas, extraer los minerales de distintos planetas y limpiar las aguas contaminadas para sacar petróleo… ¿Por qué no se habla de poder acabar con el egoísmo, la crueldad, la brutalidad, la codicia, la hipocresía y la mentira de los seres humanos? El progreso científico ha sido enorme, pero tal vez dentro de miles de años, la especie humana no habrá superado el estado de los hombres primitivos.
La esposa de Zhu Zhenxiang entra en la habitación. Anda despacio y con cuidado. En la mano izquierda sostiene un tazón de tallarines humeantes, en la mano derecha un par de palillos pintados de color rojo y entre el pulgar y el índice, un plato de pollo frío y cortado en láminas.
Zhu Zhenxiang va inmediatamente a su encuentro.
– No hace falta, se encuentra mucho mejor.
Zhonglan deja el tazón y el plato sobre la mesa frente a Liu Quan.
– He echado un poco de mostaza sobre el pollo sin preguntarle si le gustaba. Lo siento.
Liu Quan está confusa y cree que sin querer ha involucrado a esta mujer en una marisma abusando de su bondad.
– Como de todo. Pero… no se tendría que haber molestado…
– Pruebe. ¿Cómo está de sal? Le voy a traer sal.
Zhu Zhenxiang se reprocha su actitud. Su mujer sabe cómo hacer para que la gente se sienta cómoda, con naturalidad. Su gentileza es infinita. Pone su amabilidad hasta en los más ínfimos detalles. Cada día descubre nuevas razones para admirar a su esposa. Es más tolerante que él y no pierde jamás los estribos como él acaba de hacerlo. Siempre actúa con espontaneidad, sin revolver cielo y tierra, como un afluente siguiendo su caudal. Las mujeres parecen ser más fuertes en cuanto a tenacidad y resistencia se refiere que los hombres.
Liu Quan tiene ganas de llorar y para evitarlo coge el tazón de tallarines y los palillos. Sus manos tiemblan tanto que no puede sostener el tazón. Lo deja y se le caen los palillos que van a parar a los pies de la esposa de Zhu.
– Deje, no se moleste. Le voy a traer otro par.
Liu Quan le dice con sinceridad a Zhu:
– Su esposa es muy amable…
Se siente más ligera, con un peso menos.
Se ha levantado el viento, y al pasar a través de las hojas de los árboles hace un ruido espantoso, peor que el aullido de las montañas o de los mares. ¡Crac! Acaban de oír un ruido, el de la caída de un árbol. Se quedan en la entrada del edificio sin saber qué hacer. Imposible subir al piso de Zhu y sobre todo con Jinghua. En cuanto a volver a casa, temen no tener las fuerzas necesarias para poder pedalear hasta allí. De todas formas no se pueden quedar en ese edificio hasta mañana.
– Más vale irse de aquí. Si podemos subir en las bicicletas, daremos a los pedales y si no, las empujaremos. Lo ideal sería encontrar un camión por el camino, lo pararíamos para que nos llevase.
Jinghua saca la cabeza, sus pelos cortos son levantados instantáneamente por el viento que le impide hablar. Con la mano invita a su amiga a seguirla.
Empujan con dificultad las bicicletas. Jinghua grita:
– ¡Tenemos el viento en popa!
¡Es cierto! Liu Quan sube en la bicicleta y sin pedalear, sosteniendo el manillar, se deja llevar por el viento. Una sensación de ensueño.
– ¡Viento en popa! -repite Jinghua con un cierto placer.
– ¿Así que nosotras también podemos disfrutar del viento en popa?
<a l:href="#_ftnref18">[18]</a> Arbusto tropical originario de China, de hojas de color verde brillante.
<a l:href="#_ftnref19">[19]</a> Célebre escritor chino. Dijeron de él que era el «Gorki» chino. Médico y luego profesor de universidad, tradujo novelas japonesas y alemanas. Fue miembro del movimiento renacentista literario de la China del 4 de Mayo de 1919. “La verdadera historia de Ah Qiu”, “El diario de un loco”, “Grito de llamada” y “Las hierbas salvajes” son algunas de sus mejores novelas. También realizó la traducción al chino de las obras de Julio Verne.
<a l:href="#_ftnref20">[20]</a> Hábil general y estadista perteneciente a la dinastía de los Han y héroe del ciclo novelesco de las “Tres Reinas”. Personaje muy popular en China
<a l:href="#_ftnref21">[21]</a> Actor cómico chino nacido en Pekín en 1917