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Capítulo VII

Ahora no queda sino pelar las vainas.

A Liang Qian le gusta comer las vainas con un poco de jengibre.

Una vez que estén las vainas peladas, todo estará listo. Sólo tendrá que echarlas en la cazuela cuando regrese Liang Qian. Todavía sigue en el estudio a la espera de la decisión final, pero hay muchas probabilidades cíe que aprueben su película. Estos últimos días, se ha tenido que desplazar a menudo. Ha corrido y jurado mucho: «Mierda, no me extraña que la eficacia en el trabajo sea escasa, si uno debe gastar el 70% de su energía en juicios, en justificarse, en eliminar obstáculos y en buscar enchufes…».

Hay otra cosa que se le olvida contar: la energía que ha tenido que gastar para afrontar sus penas y su desamparo frente a los desamores de Bai Fushan, tanto en el terreno sentimental como en el intelectual.

Las mujeres se ven obligadas a vivir entre dos mundos. Las que consiguen algo, deben ser desde el principio más fuertes que los hombres.

Cheng Cheng ya se ha alejado de ella. Cuando entra Liang Qian, él ya está dormido y se va antes de que él se despierte. Cuando por casualidad se acuerda de sus obligaciones maternales y quiere comprarle un regalo, o no sabe qué elegir, o bien, una vez la compra efectuada se da cuenta de que su hijo ya tiene 15 años y que ya no necesita juguetes. Le da vergüenza y se preocupa. Cuando se coge un día de vacaciones para estar con él, no tienen nada que decirse. Su corazón y su espíritu están ausentes, sólo piensa en la película.

Muchas veces ha hablado con sus amigas de su dificultad en compaginar su carrera con su papel de madre. Pero piensa que ya no puede dar marcha atrás. Ahora, sólo aprieta los dientes, cierra los ojos y no habla más de ello.

¿Y Mengmeng?

– Mamá, tengo hambre. ¿Por qué no ha venido la tía Liang?

– Espera otro poco. Hay pasteles en el armario. Coge un par. ¿Vale?

– Siempre me dices que tengo que esperar. Para la bicicleta me dices lo mismo. ¿Piensas comprármela?

– Mamá no tiene dinero…

– ¿Cómo que no tienes dinero? Todos los meses cobras 56 yuanes por tu trabajo, sin contar las ayudas por la película, las primas, el transporte…

– ¡Mengmeng! -Liu Quan está enfadada. ¿Quién te ha contado todo eso?

– Papá.

¡Vaya padre! ¡Qué cosas cuenta a su hijo!

Jinghua está limpiando los rábanos en el fregadero y ya no aguanta más.

– Mengmeng, ¿cómo te atreves a echar en cara esas cosas a tu madre? Si es tu padre el que te enseña esos modales, te voy a dar una respuesta franca. Todos los meses, tu madre tiene que dar 10 yuanes para tu pensión. Además tiene que comprarte los libros, los zapatos, la ropa. Debe comer, pagar el alquiler…

Lo que no cuenta Jinghua es cómo han tenido que apretarse el cinturón y gastar hasta el último centavo, para que recupere su puesto de trabajo en Pekín, para el traslado de Liu Quan. Están realmente al borde de la quiebra, mientras que esto puede parecer ridículo para quien no le falte nada.

No piensa contárselo a Mengmeng. Aunque en la vida hay también cosas malas, es mejor mantener a los niños al margen para que no sufran. ¿Qué ganaría enseñándole la parte negativa de la vida?

– Los libros, los cuadernos, la ropa, la bicicleta, son cosas que te compra tu mamá porque te quiere y no porque lo decidiese al divorciarse. Aunque tiene poco dinero intenta ahorrar para que no te falte de nada. Te digo esto para que veas que tu madre también tiene problemas. Como ya eres mayor puedes entender…

Los ojos de Mengmeng han comenzado por expresar la sorpresa, para terminar en el enfado y la incredibilidad. Se ve que no está acostumbrado a que se le hable de esa forma.

– ¡No sabía! Cuando mi ropa está usada o debo comprar cuadernos, mi padre me dice: «Pídele a tu madre». Si insisto me pega y luego me duele el cuello durante varios días. Estos últimos años he sufrido mucho. Nunca he hablado de ello. Si es así, ¿por qué quiso guardarme? ¿Por qué se negó a divorciarse si no me entregabais a él? ¿No se puede cambiar la cláusula del divorcio para quedarme con mi madre?

Mengmeng llora. Nadie le puede explicar por qué su padre quiso la custodia de su hijo. Jinghua no tolera que su padre quiera hacer de él un mutilado en el plano espiritual, sentimental e intelectual. De tal palo tal astilla. Eso es un crimen. Un crimen hacia el alma cándida, débil, sin defensa, incapaz de distinguir el bien del mal. ¿No se da cuenta de que está cometiendo un crimen? ¿A eso se le llama ser padre?

– ¡Mengmeng deja de llorar! Le voy ayudar a tu madre para comprarte esa bicicleta.

– ¡No, ya no la quiero!

Si se le dan explicaciones, Mengmeng es un niño razonable. ¡El mundo es cruel! Liu Quan cree que no se tendría que haber casado, ni concebir un hijo, ya que no había preparado nada para su llegada.

¡Ahí viene Liang Qian!

– ¡Qué ocurre?! ¡Vaya cara ponéis! Compañeros, alegrar esa cara, ¿de acuerdo? Mengmeng, ya eres un hombre y los hombres no lloran. Corre, corre, a ver quien me ayuda.

Lleva en los brazos varios paquetes de distintas dimensiones y en la espalda, un saco de tela gruesa como el de los geólogos.

– ¿Por qué has comprado tantas cosas? Puede que se pierdan si no se comen enseguida -le dice Jinghua regañándole.

– ¡Pues a comer! ¡Estamos todas delgadas como pequeños demonios!

– ¿Qué pasa con tu película? -le pregunta Jinghua.

Liang Qian las mira preguntándose si contarles o no la mala noticia.

– Bien. No hablemos más de ello. -Busca algo en su bolso.

¡Pum! La primera botella aterriza en la mesa, dos, tres, en total cuatro botellas de cerveza.

– Ponerlas a refrescar en agua fría. ¡Con lo que trabajamos y todavía no hemos podido comprar un frigorífico!

Mira todos los paquetes y empieza a comer un trozo de pollo.

Jinghua se da cuenta de que las cosas le han salido mal y le pregunta:

– ¿Qué ha ocurrido?

– ¡Fatal! -Empieza a comer otro trozo de pollo.

– No comas más. Cenaremos dentro de poco. Si sigues comiendo, luego no cenarás nada. Además no te has lavado las manos -le dice Liu Quan quitándole el pollo de las manos.

– ¿Por qué dices que te fue fatal?

– ¡Sólo Dios lo sabe. -Liang Qian da una patada al taburete-. El jefe que se llama Wu me ha dicho: «Ese obrero que ronca, ¿por qué le has hecho roncar tan fuerte? ¿Eso no es ridiculizar a nuestra clase obrera?» y Xiao Nie, el del laboratorio ha respondido: «¡Yo ronco aún más fuerte!». -¡Vaya idiota!

El jefe me ha preguntado también a ver por qué motivo la heroína tenía el busto tan alto, y si sus pechos eran verdaderos o falsos. Si eran falsos, es que tenía un verdadero problema de conciencia ideológica. Me preguntó a ver si no era erotismo y si no incitaba a los jóvenes a cometer crímenes. «No quiero películas pornográficas, me dijo. ¡Que esto quede muy claro, camarada Liang Qian!».

Yo le contesté: «Lo del pecho se puede investigar. Basta con manosear. Si una tiene los senos altos, no hay nada malo en ello. Si una los tiene así ¿se los tendrá que cortar? No sé de qué virtud me está hablando. Como dice Luxun en su novela El jabón, basta con ver la parte de los brazos que salen de la manga, para imaginarse todo lo demás. ¡Ja, ja!».

Al verme hablar de esa forma me dijo: «¡Camarada Liang Qian, sea un poco más seria!

«¿Que no soy seria? Ya lo creo que lo soy. Es un problema que concierne a los derechos de las mujeres. He tenido que abandonar y sacrificar muchas cosas para conseguirlos. Muchas mujeres siguen luchando para conseguirlos. La liberación de la mujer no debe hacerse sólo en el campo político y económico, sino que debe incluir además el reconocimiento por ellas y por la sociedad del sentido y del valor de sus existencias. Las mujeres no son meros objetos sexuales, son también seres humanos. Sin embargo, todavía hay hombres e incluso mujeres que no están convencidos de ello y éstas consideran que su existencia no está asegurada si no recurren a sus encantos sobre el sexo masculino. Es una actitud de esclavo, una forma de humillarse, un vestigio de la antigua mentalidad. Cuando usted habla, inconscientemente considera a las mujeres como calamidades. Si las mujeres son calamidades, los hombres por su parte tendrían que ser incorruptos como Liu Xiaohui. ¿Por qué tenéis que insultar a las mujeres cada vez que surge un problema?».

Sabía que al hablar así echaba a perder toda la película, cuando todavía había esperanzas. Pero no sé por qué, no me pude controlar. Luego Bai Fushan dijo que algunos dirigentes no estaban conformes con la película. Hay gente que es así, en cuanto ve que se avecina una tempestad, no toma las medidas oportunas y se fía de las habladurías de los demás y da órdenes sin adoptar una actitud responsable con los camaradas o con su trabajo. No les importa que las artes no florezcan y que el socialismo no progrese. ¡Hacen cualquier cosa para que sus puestos no sean revocados!

¡Genial! Jinghua admira cada frase que pronuncia Liang Qian aunque el final no sea feliz. Pero por otra parte quiere reñirle por haberse dejado llevar por sus impulsos y poner en peligro la proyección de la película. Pero ya no puede echarse atrás, tiene que asumir los hechos y esperar a un futuro mejor.

– Tal vez no esté todo perdido ya que falta por ver la postura de los altos cargos.

– Ves, otra cosa que debemos cambiar; ¿por qué siempre hay que recurrir a ellos? Eso demuestra que los de abajo no saben tomar responsabilidades y asumirlas. Hasta para conseguir un alojamiento hay que vérselas con los mandatarios. ¡Vaya vida se pegan los de abajo! Cuando surge un problema lo tiene que solucionar el de arriba y para un trabajo concreto tienen a los subordinados que trabajan para ellos.

De repente, Liu Quan se encuentra sin fuerzas, se quita el delantal y se deja caer sobre el sofá, encima de la gata que ronronea como un monje orando sus plegarias. La gata se escapa gritando enfurecida.

– Si hablas con ellos, ¿no te apoyarán? -le pregunta Liu Quan.

– No soy tan optimista. Sabes que en China es así. Mientras no tienen todas las bazas, no sabes qué puede pasar. Hasta que la película salga en pantalla, habrá que esperar. No hablemos más de ello. ¿Ya te dieron el traslado?

– Sí.

Para anunciar lo contrario no hubiera adoptado un tono tan siniestro.

– ¿Dónde está? Enséñanosla, y no te hagas rogar como si fueses el Emperador de Jade. -La orden de traslado viene escrita en un papel con el formato 20 por 27 centímetros que está sobre la cómoda. Vaya, se ha mojado con el agua que no sabe de dónde procede. Liu Quan lo seca con su blusa y pregunta con enfado:

– Mengmeng, ¿Eres tú el que ha tirado el agua?

– Yo no sé nada…

Jinghua se da cuenta de que Mengmeng no dice la verdad. No sabe que esa hoja le va traer a su madre prosperidad y gloria.

– ¿Así que no sabes de dónde procede ese agua?

– No importa -dice Jinghua-. Basta con secarlo, y no pasa nada.

La mirada de Liu Quan impresiona. Mengmeng se explica con tacto:

– Acabo de coger la botella de agua fresca que estaba sobre la cómoda. Tenía sed…

– ¿No podías haber tenido más cuidado?

Liu Quan no renuncia. Busca cualquier excusa para poder desahogarse y no pegar gritos histéricos.

– No sé -contesta Mengmeng muy asustado.

– ¿Que no sabes?, ¿Que no sabes qué?

Liu Quan levanta bien alto la mano pero la deja colgando en el aire. Ve en la mirada de Mengmeng un lugar de duda, decepción y piedad hacia el mundo que rodea los adultos.

Liang Qian coge la hoja arrugada y dice dirigiéndose al balcón:

– ¡Pongámosla a secar al sol!

– ¡Ten cuidado que no se la lleve el viento! -exclama Liu Quan.

– Basta con dejar una piedra encima. No, mejor poner el pisapapeles que hay en la mesa. Así no habrá peligro de que se la lleve el viento.

Todos los movimientos de Liu Quan parecen exagerados, como los de los actores de teatro cuando salen al escenario.

Liang Qian sabe que Liu Quan no se suele enfadar así, pero esa hoja le ha hecho perder los estribos. Siente piedad, no por la hoja sino por el trabajo que le ha dado.

– Démonos prisa en hacer la comida. ¡Tenemos hambre!

Jinghua ha cogido el delantal de Liu Quan y se lo ha dado. Le dice en voz baja.

– ¡Que Mengmeng no pague los platos rotos!

En vez de enfrentarse a sus compañeros de trabajo se enfada con su hijo, que es más débil.

Hay que añadirle azúcar.

Como ocurre a la mayoría de los padres, no existe mayor ambición que su hijo se haga respetar. Es el primer ejemplo concreto de desigualdad que dan a sus hijos.

Ahora debe añadir un poco de vinagre pero es incapaz de recordar dónde está. Pero por costumbre extiende el brazo hacia la segunda estantería del armario y coge la botella. Es un acto puramente automático.

Liu Quan se siente incómoda. Se da la vuelta como para mirar si alguien no ha visto u oído lo que siente dentro de su corazón. No, no hay nadie. Todo el mundo está en la habitación de Jinghua. Parece que Liang Qian está bromeando. Intenta borrar las ideas negativas de Mengmeng. El olvido es temporal. Lo que acaba de sentir se puede convertir en odio. Mengmeng le recuerda a esas manzanas que crecen cerca de su calle, protegidas por alambres y que todavía están en el estado de pequeños capullos de color verde pálido.

– ¡Mengmeng!

– ¿Qué quieres?

Las risas que oía antes ya han cesado.

– ¿Quieres huevos de pescado para comer?

A Mengmeng le encantan. Liu Quan pensaba freídos con el pescado, pero sabe que Mengmeng lo puede interpretar como un chantaje. Liu Quan ama a su hijo y haría cualquier cosa para que fuese feliz.

Mengmeng no se mueve. No sabe qué hacer, ya que su amor propio na sufrido tras la bronca de su madre. Al ver que su madre está dispuesta a perdonarle su corazón se ablanda. Frunce las cejas, coge los huevos para complacer a su madre y los come sin decir una sola palabra.

Mengmeng es un niño bueno y tolerante. A ver si no cambia al crecer.

– ¡Mengmeng no te enfades conmigo!

Liu Quan está muy triste y no sabe cómo explicarlo. Se da la vuelta y mueve con una cuchara de palo las legumbres que están en la sartén.

– La tía Liang propone que vayamos a la Gran Muralla mañana.

Mengmeng ya sabe cómo salir airoso de una situación delicada.

¡Gracias Mengmeng!

– Lleva este plato al otro cuarto. Liang Qian saca las patas de la mesa.

– ¡Si esperamos a que nuestros problemas se solucionen para irnos un día de excursión, lo tenemos claro! Ya no puedo esperar más. Mañana nos vamos a la Gran Muralla. La sorpresa es que he encontrado un coche. En ese bolso hay un montón de latas de conserva… ¿Qué os parece? ¿Y tú Mengmeng, vas a venir?

– ¡Sí, sí!

Mengmeng salta de alegría. Nadie le ha llevado a la Gran Muralla, ni a las Tumbas de los Ming, ni a las Colinas Perfumadas… lugares a los que acuden todos los pekineses. Su madre no estaba de humor para ir y su padre no quería pagar.

– ¡Tienes razón! Tenemos que ir. Por fin reaccionas -dice Jinghua tomándole el pelo.

– ¿Cual de las dos reacciona? -pregunta Liang Qian-: ¿Tú o yo?

– ¡Hurra! ¡Nos vamos a ir a la Gran Muralla! Tía Cao, conoces la Canción de los pequeños pioneros de China?

Como en los viejos tiempos. Cada vez que se habla de excursiones, desfiles o viajes en autobús, eso les recuerda canciones…

Les gusta cantar:

Los pequeños pájaros abren la carretera, el viento nos empuja por detrás, somos como la primavera, que llega a los jardines, que llega a los prados, llevamos bonitos pañuelos rojos, bonita ropa…

«Como la primavera». Así es como veían el mundo: todo fresco, de un verde tierno, lleno de vida.

Jinghua ignora las canciones que gustan a los niños como Mengmeng, pero parece que no les encuentran tanto placer como ellas.

– Claro que la conozco. -Deja los palillos sobre la mesa cuadrada y empieza a cantar moviendo la cabeza-: «Pequeños, pequeños pinos…

– ¡No, no! -le interrumpe Liang Qian-. No es así. Liu Quan trae el potaje y añade:

– Cuando éramos unas pequeñas pioneras, cantábamos así… Canta con una cierta tristeza:

Nosotros, los hijos de la Nueva China, Nosotros, la vanguardia de la nueva juventud…

Liu Quan tiene todavía una bonita voz. Su canto les hace recordar buenos momentos. Pero más que los recuerdos, lo que les conmueve es la nostalgia de esos días que nunca volverán. Liu Quan continua:

Las fuerzas oscuras ya no están en China…

Jinghua la interrumpe:

– No mezcles todas las frases. Esas palabras son de la segunda estrofa. La primera es…

Y las tres cantan juntas:

Juntémonos, Tomemos la herencia de nuestros padres y hermanos mayores, No temamos las dificultades, No temamos el peso que debemos llevar…

Liu Quan se ríe al ver como Mengmeng les mira extrañado, como si fuesen tres monstruos recordando su infancia. Nunca oyó esa canción. La melodía no es particularmente emotiva. No entiende cómo se pueden comportar así. Sus amigos y él nunca se excitan con una canción. ¿De jóvenes eran así?

Los labios de Liu Quan empiezan a temblar. Su voz se apaga poco a poco y al final se quiebra.

Jinghua y Liang Qian sólo dejan de cantar cuando Liu Quan se echa a llorar.

Se acabaron las risas. Están ahora calladas y reina el silencio. Sólo se perciben los gemidos de Liu Quan que expresan la injusticia, las penas, el desamparo.

Las tres recuerdan los viejos tiempos en los que cantaban esa canción. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Nunca se hubiesen imaginado lo que les reservaba la vida!

Jinghua se pregunta a qué se deben esos lloros de Liu Quan. Tal vez la culpa la tenga la educación que han recibido. Cuando se dio cuenta de que la vida en este planeta era distinta al mapa de la escuela, no se lo esperaba. Le faltaba preparación para saber adaptarse a los cambios, como les ocurre a los niños que al aprender a utilizar la mano derecha, se olvidan de la izquierda… O tal vez sea la ideología que es cada día más materialista. Quién sabe si un día no se transformarán, como esas viejas un poco locas de la novela de Luxun La abuela de los nueve libros. ¿Podrán cambiar el destino? Dios mío, todavía son jóvenes.

Liang Qian se dirige hacia la cocina a buscar una palangana de agua templada para lavar los ojos de Liu Quan y evitar que en un instante se vuelvan tan grandes como dos melocotones. Sobre la pequeña estantería hay varios termos pero ninguno tiene agua. Aunque comprasen otra docena, se quedarían siempre sin agua caliente. Eso es lo que pasa con la gente que no se sabe organizar. ¡Basta con poner agua a calentar! Por fin encuentra la cazuela de aluminio debajo del fregadero. ¡Vaya!, no está el tapón.

Hace poco había sol y ahora empieza a llover. El tiempo cambia como cuando Mengmeng y sus compañeros de clase juegan con el termómetro: lo ponen debajo de la nieve y luego lo meten dentro de un vaso de agua caliente y el mercurio sube y baja a gran velocidad. Mengmeng se aburre. Tiene hambre, quiere comer, pero no se atreve a moverse. Se queda sentado, formal, mirando cómo sube el humo por encima de los platos y de la sopera.

Le gusta venir a casa de Liu Quan y que lo mimen. Actúa como un árbol ¡oven que extiende sus ramas para recibir el calor del sol. Sin embargo, un exceso de ternura tampoco es bueno para él. A veces le parece que le falta oxígeno. ¿Tan frágil es Liu Quan? Le recuerda a sus compañeras de clase que gritan al ver un gusano entre las páginas de un libro o cuando un chico les moja las trenzas en un tintero… Es su madre, pero tal vez no haya mucha diferencia entre ella y sus compañeras de clase. El, en su lugar, en vez de llorar encontraría una forma de vengarse, tal como lo hace con su padre. El día en que su padre le dio una buena paliza, cogió un rollo de película y lo expuso a la luz. Otras venganzas suyas consistieron en escupir en la taza de té y en adelantar o retrasar el despertador. El despertador tendría que haberlo tirado hace tiempo a la basura. Mengmeng intenta pensar en algo para ayudar a su madre, pero no sabe quien le pudo hacer daño.

Todo el mundo permanece callado, con la mirada lejana. La gata salta sobre las rodillas de Liu Quan, empieza a olfatearle el rostro y luego le seca con la lengua las lágrimas que resbalan sobre su cara o que caen gota a gota sobre sus manos. Los gatos son animales muy sensibles.

Liu Quan no deja de llorar. Parece que está llorando desde hace siglos.

– Mamá…

Mengmeng ya no puede más. No sabe qué hacer ni qué decir.

– No llores más. Mengmeng está hambriento.

Tal vez sea el único argumento que pueda serenar a Liu Quan. Liang Qian cree en ese truco: si uno recuerda sus responsabilidades, deja de lado sus penas.

– Empezar sin mí…

– ¡Ni hablar! ¿Somos menos importantes que la gata?

La gata maulla como si hubiese entendido las palabras de Jinghua.

De todas formas nadie puede vivir como le plazca, ni tan siquiera Robinson Crusoe. Pero Liu Quan no sabe qué clase de vida vale la pena vivir. Sólo le queda una alternativa: dejar de llorar y esconder sus penas en lo más profundo de su corazón. Su corazón no tiene límite, como la mar. No, más aún, porque la mar tiene su punto de saturación.

La servilleta templada con la que se ha mojado la cara, le ha calmado. Sus ojos ya no le molestan. La imagen que le da el espejo es horrible, sólo ve un rostro hinchado y destrozado por las lágrimas. Se parece a un peral en flor bajo una lluvia primaveral. Una rama desnuda, que ha perdido todas sus flores, pero que más tarde dará sus frutos. Después del dolor uno se siente más maduro. Debería tener experiencia. Sin embargo, es como una cascara de huevo sin calcio. Pero la vida sigue… ¿Cuál es la solución? Esa pregunta se la hizo hace tiempo y todavía no sabe la respuesta. Se siente como cuando era estudiante y al llegar los exámenes y no haber mirado los apuntes, temblaba. Tal vez su destino sea el fracaso continuo, como lo es la gloria para otros. Liang Qian y Jinghua saben enfrentarse al destino, ella no. Da demasiada importancia a todo lo que le rodea y se deja llevar por los demás. Sus amigas tienen una profesión más intelectual, más abierta, mientras que su mundo es más cerrado. Ellas también lloran, pero por motivos más serios, y saben apretar los dientes.

¿Quién inventó la expresión «apretar los dientes»? Esa expresión les va muy bien.

Tal vez no sea necesario esperar hasta el final para sacar un balance de su vida, pero, ¿será posible controlar su rumbo como lo hacen los marineros sosteniendo el timón del barco?

De todas formas, no ha gastado en vano su energía. La orden de traslado le va permitir poder rendir más. ¿Debe avergonzarse? Su vida se va a enriquecer progresivamente, y cuando llegue la tranquilidad de la noche, cuando todos estén dormidos, podrá volver a leer las revistas inglesas bajo la luz de la lámpara del oso panda. Luego apagará la luz y mantendrá los ojos abiertos, el cansancio y el sueño habrán desaparecido. Si uno encuentra algún sentido en la vida, es fácil vivirla.

«Ahora vuelve el buen tiempo después de la lluvia».

Jinghua mira a Liu Quan y ve cómo ya está más tranquila.

Todo el mundo quiere servirle la comida, incluso Mengmeng.

– ¡No! Ya me sirvo yo.

Liu Quan aprieta las manos alrededor del tazón. Se siente molesta por haberse dejado llevar por los sentimientos.

– No tienes nada que reprocharte. Ahora le toca al administrador Wei y a sus compinches sentirse avergonzados. Tú has sido la vencedora moral, no sólo en esta ocasión -añade Jinghua.

Han oído decir cómo el administrador Wei estaba bajo una investigación. Parece ser que animó a las fábricas a que vendiesen parte de sus capitales y que luego dio ese dinero a los obreros. También le acusan de haber ordenado a las fábricas preparar regalos para las ferias internacionales y de obtener regalos de los extranjeros apropiándoselos. Asimismo se compró con dinero de los fondos públicos un coche de la marca Bandera roja, un coche de lujo que no se corresponde con su rango… A Liu Quan la trató con tiranía y arrogancia, como si fuese un animal enjaulado y sometido a sus caprichos. Menos mal que la justicia ha triunfado.

– ¡Eh! vosotras, las viejas -grita Liang Qian- venid a beber estas botellas de cerveza que están en remojo.

Sostiene dos botellas en cada mano, como si fuesen granadas a punto de estallar.

– ¿Dónde está el sacacorchos? -pregunta Liang Qian.

– Nunca hemos tenido uno.

Liu Quan no sabe cómo abrir la botella.

– ¡Qué torpe eres! Déjame a mí. -Liang Qian está a punto de abrirlas con los dientes.

Mengmeng se ríe. No es más hábil que su madre. No se atreve a criticar y sólo dice:

– Así no es.

– ¿Entonces, cómo?

Liang Qian mira fijamente a Mengmeng a los ojos, muy seria.

Jinghua se ríe también:

– Eres más torpe que Liu Quan.

– Pues ábrela tú, si eres tan lista.

– Voy a probar -dice Mengmeng.

Las tres mujeres se ponen alrededor de Mengmeng para ver cómo se las apaña para abrir la botella.

Mengmeng pone la chapa debajo del borde de la mesa y apoya con fuerza con la mano derecha. La chapa salta y empapa de cerveza a Liang Qian que está justo en frente de él.

– Vaya energía -ríe quitándose la espuma que le ha saltado a la cara.

– ¡Pobre mesa!

Liu Quan frota amorosamente el borde de la mesa y ve cómo se le ha ¡do un trozo de madera mostrando una cicatriz blanca.

– Así actúan los hombres -dice Jinghua con segundas.

– Deprisa, traer un vaso- grita Mengmeng mientras se sigue escapando la cerveza de la botella.

Empiezan a buscar los vasos. Les cuesta cierto tiempo para finalmente encontrar cuatro. Cuando ya los tienen se dan cuenta de que detrás había una bandeja con unos cuantos vasos.

Liang Qian retoma súbitamente su seriedad:

– Quiero hacer un brindis. -Antes de pronunciar la frase cuyas palabras parecen estar escritas con sangre y lágrimas mira fijamente a sus compañeras. Luego dice-: ¡Un brindis por todas las mujeres!

Jinghua está temblando. Aprieta con más fuerza el vaso que sostiene.

¡Vaya brindis! ¡Todas las mujeres son dignas de este brindis especialmente dedicado a ellas! Este brindis es en honor a todos los derechos conseguidos y que quedan por conseguir, por las penas que deben aguantar en silencio y por las que pueden hablar sin miedo, por los logros que han conseguido o que conseguirán…

– Si nadie lo hace por nosotras… -dice Liu Quan. Sus labios vuelven a temblar.

– Ya lo harán, tú tranquila que ya lo harán…

– ¡Mamá, yo lo haré! Mengmeng levanta el vaso. Jinghua no le deja seguir:

– ¡Mengmeng no lo hagas, espera a ser un adulto!

Sí, cuando la generación a la que pertenece Mengmeng haya madurado, cuando estos niños se hayan convertido en hombres, tenemos que creer que ya lo entenderán.

¡Qué difícil es ser mujer!