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Unidad móvil de detección criminal, se podía leer en la furgoneta azul y blanca estacionada frente al bufete. Los coches policiales bloqueaban la calle. Un grupo de periodistas se apelotonaba contra la cinta amarilla del cordón policial. Pasé por debajo de ella y me abrí paso hasta la puerta de entrada mostrando mi documento de identidad a los policías que intentaban apartarme de Mark.
Cuando llegué, hacía rato que se lo habían llevado a hacerle la autopsia. La mera idea me trastornó. No podía responder ni hablar con sensatez cuando un policía uniformado empezó a hacerme preguntas. Mark. Me había ido de su lado. Lo había insultado. Esas serían las últimas palabras que había oído de mis labios. Ni tan siquiera le había dicho adiós.
– Pase, señorita Rosato -me decía el agente uniformado-. Los de homicidios quieren hablar con usted. -Me hizo entrar en la casa mientras las cámaras filmaban sin cesar.
Dentro parecía un manicómio. Marshall estaba cerca de la ventanilla de recepción, sollozando y abrazada a Amy Fletcher. Wingate estaba postrado en el sofá con una camiseta en la que ponía: viajando en aquel tren; se le veía pálido y macilento, y junto a él estaba Jennifer Rowlands, con las mejillas húmedas por las lágrimas.
Renee Butler hablaba con Jeff Jacobs en la biblioteca y me miraron de forma extraña cuando el agente me acompañaba por el pasillo. Sentí que me apretaban fuertemente el hombro.
Era Grady Wells.
– -¿Estás bien, Bennie? --preguntó. Llevaba el traje gris y la corbata estampada, pero tenía los ojos ligeramente enrojecidos tras las gafas.
– -Grady, qué locura.
Trató de separarme del policía.
– Quiero hablar con la señorita Rosato un minuto, agente.
El policía puso una mano sobre mi otro hombro.
– Ahora no. El teniente Azzic quiere hablar con ella.
– Este es un bufete jurídico que tiene que seguir su actividad pese a la investigación.
– El teniente está esperando…
De repente, Grady me liberó del policía y me hizo pasar delante de una Marshall consternada. Traspasamos la puerta del despacho detrás de la recepción y Grady la cerró con llave.
– -Bennie, escucha -dijo cuando estuvimos a solas-. Anoche Mark fue apuñalado. En su despacho.
– -Dios santo. --Me senté junto a los teléfonos.
– -Ahora atiende. No tienen el arma homicida, no tienen nada. Han estado llamando a tu casa toda la mañana. Quieren tus huellas dactilares; quieren hablar contigo. ¿Dónde has estado?
– -En casa de mi madre.
– -¿Y anoche?
– -Creo que fui la última en salir. Cerré con llave.
– -El asesinato tuvo lugar alrededor de las doce. Oí que; lo decía el ayudante del fiscal. ¿Dónde estabas ayer a medianoche?
– -En el río, remando, ¿por qué? --Me sentía aturdida,
casi mareada. Estaba remando cuando mataron a Mark. Tendría que haber estado a su lado. Podría haberlo evitado, fuera quien fuera el asesino--. ¿Quién lo hizo? ¿Cómo entró?
– -No ha habido violencia y no se han llevado nada. La policía piensa que tú mataste a Mark, Bennie. Eres la principal sospechosa.
– -¿Qué? -…Experimenté una sacudida, un segundo terremoto después del golpe inicial--, ¿Yo?
– -La policía quiere interrogarte, pero no puedes hacerlo sin un abogado. Déjame que te represente. Puedo hacerlo.
Todo sucedía a un ritmo vertiginoso. Mark, muerto. Y ahora, esto.
– Grady, no necesito a un abogado. Yo no maté a Mark.
Se oyeron golpes en la puerta.
– Escucha, Bennie, piensa -dijo Grady tocándome un hombro-. Fuiste la última que estuvo con él. Tú cerraste la oficina, por tanto, quien haya entrado tenía la llave o Mark le dejó entrar.
– -Eso no significa que…
– -Están interrogando a los asociados, llevándolos a la comisaría central. Ya lo han hecho conmigo. Yo llegué a primera hora. Todos han contado la trifulca que tuviste con Mark. Wingate en especial, pues lo oyó todo. La policía sabe que Mark te dejó por Eve y que quería disolver R amp; B. Tú eres la que tiene un motivo, y si no dispones de una buena coartada, el asunto se complica.
Cerré los ojos. ¿Cómo podía haber sucedido esto? El corazón me latía con fuerza.
Se oyeron fuertes golpes en la puerta.
– ¡Espere un momento! -gritó Grady-. Bennie, deja que te represente. No pueden interrogarte sin un letrado presente.
– Me puedo representar a mí misma.
– ¿Has perdido el juicio? A la policía le has costado una fortuna; han caído cabezas por tu culpa. No, ahí fuera tienen los cañones preparados. Aplazaré los casos de mis clientes y cuando la policía formule la acusación contra ti…
– ¿Acusarme a mí? -exclamé con un nudo de pánico en la garganta-. ¿Cómo pueden acusarme? ¿Qué pruebas tienen? ¡Por todos los santos, yo no lo hice!
– Bennie, piensa un poco -me dijo cogiéndome de un brazo-. Necesitas ayuda ahora mismo; estás metida en un buen lío. No he llevado muchos casos de homicidio, pero conozco los detalles a fondo y puedo actuar ante un tribunal. No sería testigo de cargo, no tendría que declarar lo que puede declarar cualquier asociado. Por tanto, contrátame. Estoy aquí y dispuesto.
El pomo de la puerta giró de un lado al otro devolviéndome a la realidad.
– -Se nos acaba el tiempo, Bennie. Di que sí. Ahora.
En un abrir y cerrar de ojos, pasé de ser abogada a cliente. Traté de escuchar a Grady mientras discutía con el policía uniformado, pero estaba desorientada, conmocionada por la muerte de Mark y la presencia policial. La última vez que vi a un uniformado en la oficina fue para interrogarlo. Ahora ellos iban a por mí. Las cosas habían cambiado. El mundo se había vuelto del revés.
– No hay ninguna razón para interrogarla en la central -decía Grady tratando de persuadir al agente Mullaney, un burócrata con bigote.
– No es decisión mía, señor Wells. Son órdenes del teniente Azzic. Me ordenó que estuviera con la señorita Rosato hasta que él la lleve a la central.
– La señorita Rosato tiene que ocuparse de varios clientes, muchos de los cuales tienen preguntas que hacer sobre el bufete y sobre sus propios casos. No puede salir de la oficina esta mañana. Es la única titular que queda en Rosato amp; Biscardi.
– Mis órdenes son llevarla a la central.
– Dígale al teniente Azzic que tiene una hora para interrogarla hoy. Lo veré más tarde en la central. -Grady me cogió de un brazo y me sacó de la sala de espera.
– Bennie -exclamó Marshall compungida; casi se desmayó en mis brazos cuando pasamos a su lado.
– -Lo sé --le dije tratando de quitarme el nudo de la garganta. Le froté la espalda.
– Es horrible, espantoso -dijo sollozando-. Tan pronto como abrí la puerta, supe que algo iba mal.
– ¿Encontraste tú a Mark? -pregunté atónita.
– ¿Qué viste, Marshall? ¿De qué te enteraste? -preguntó Grady apartándola de mi lado.
– La cafetera… estaba enchufada. -Se secó los ojos con un pañuelo y trató de controlarse-. Estaba toda quemada, apestaba. Y la Xerox estaba en marcha… y los ordenadores de la planta baja. Todo. Pensé que alguien lo había encendido todo durante la noche y entonces subí al primer piso. --Se sonó la nariz--. Mark… estaba sobre su escritorio. Tenía la cabeza ladeada y pensé que se había quedado dormido, como él suele hacer.
Sí, era cierto.
– -Así que llamé para despertarlo, pero no se movió. Entonces fue cuando… vi la sangre. --Le volvieron las lágrimas--. ¡Tenía la camisa ensangrentada!
Intenté visualizar la escena. Mark sobre el escritorio. La camisa blanca. La sangre derramada. Era espantoso.
Un criminólogo me empujó con su equipo de detección de huellas dactilares. El pasillo y la biblioteca estaban llenos de personal policial. Un fotógrafo subía la escalera de caracol que conducía al primer piso abriéndose paso entre la gente que bajaba, acaso proveniente del despacho de Mark. Aún no podía creer que lo hubieran asesinado aquí, en esta casa.
– Tengo que verlo por mí misma -dije en voz baja.
– Bennie, espera -dijo Grady, pero me di media vuelta, pasé junto a los asociados y la policía, y me encaminé a la escalera. La escalera por la que había subido y bajado toda mi vida; aunque esta vez algo muy especial me forzaba a hacerlo. Llegué al primer piso, pasé por debajo de la cinta y me apresuré por el pasillo.
– ¡Señorita! -exclamó un agente detrás de mí, pero no le hice caso y entré en el despacho de Mark.
Lo que vi me quitó el aliento. Me apoyé en la jamba de la puerta. Había una gran mancha negruzca en medio del escritorio de Mark. Empapaba los documentos y la agenda de cuero que habíamos comprado juntos. Se derramaba, ensuciándolo por el lateral del escritorio que yo le había barnizado como regalo. La sangre de Mark.
Grady apareció a mis espaldas.
– -Está bien, Bennie.
– -No, no está bien. Nada de esto está bien --dije más bruscamente de lo que hubiera deseado. Miré el manchón de sangre y sentí emerger la náusea que había experimentado en otras escenas de muerte a lo largo de mi carrera; un callejón anónimo, un apartamento destrozado, la fachada desconchada de una casa abandonada. Esta escena era diferente: era obscena. Un lugar de quehaceres jurídicos, de estatutos y legislación. De Mark y mío.
– Debía de estar trabajando -comentó Grady inclinándose sobre el escritorio para leer los papeles-. Es un contrato, un acuerdo para liquidar R amp; B. Parece que lo estaba corrigiendo cuando lo mataron. Hay una cláusula por la que tú estarías de acuerdo en no aceptar trabajos de ninguna empresa farmacéutica en un radio de veinte kilómetros durante los próximos dos años.
– -Tonterías. Sabía que yo jamás le robaría los clientes. -No podía apartar la vista del escritorio. La sangre manchaba los papeles que lo cubrían. Por todas partes había polvillo para las huellas dactilares en manchones oscuros como nubes de tormenta.
– Ya he estado aquí antes y nada me ha parecido fuera de su lugar. ¿Qué opinas? ¿Hay algo extraño? Tú debes saberlo.
Traté de examinar la habitación fríamente. Los ventanales dejaban pasar una luz brillante sobre la lustrosa me-sita moderna; contra la pared estaban las estanterías de teca con los manuales de Mark y otros volúmenes de referencia perfectamente colocados. Un archivador de teca haciendo juego estaba al lado de la estantería con un aparato de discos compactos encima.
– Todo parece en orden -murmuré.
Grady miró por la ventana a la calle.
– Tal vez alguien de las casas contiguas vio lo que pasó.
– Lo estamos investigando -dijo una voz ronca.
Me di la vuelta y vi a un detective que no conocía. Tenía el físico de un jugador de rugby y vestía un traje azul marino con camisa blanca y una corbata de poliéster.
– Soy el teniente Azzic -dijo, y extendió una mano con la típica sonrisa de policía. Tenía una cara ancha, eslava, con ojos castaños curiosamente rasgados hacia arriba-. Frank Azzic.
Le di la mano.
– -Bennie Rosato.
– -Sé quién es usted. El cordón policial está allí por una razón, señorita Rosato. Esta es mi escena del crimen.
– -También es mi bufete jurídico.
Su sonrisa se esfumó.
– Ya sé que usted no siente mucho respeto por la policía, pero nosotros tenemos nuestras propias normas y las tenemos por alguna razón.
– -No me dé la murga, teniente, ahora no. No tengo ningún problema con la policía cuando hace cumplir las leyes. Cuando se quedan con objetos robados es cuando pierdo el sentido del humor.
– Soy Grady Wells -dijo Grady interponiéndose prácticamente entre los dos-. Represento a la señorita Rosato en esta investigación. Ella tiene muchas ganas de ayudarles a descubrir al asesino de su socio.
Azzic replicó de mala manera:
– ¿Por eso violó el cordón policial y entró en la escena del crimen? En la mayoría de los casos, se encuentran pruebas físicas en la escena del crimen. Ella puede alterar las pistas, dejar caer fibras o pelos e incluso destruir pruebas.
No me gustó nada la insinuación.
– Vamos al grano, teniente. Sé que la policía piensa que maté a mi socio, lo cual es absurdo.
Se dirigió a mí con toda la calma del mundo.
– Tal vez lo sea. ¿Dónde estaba usted anoche después de las veintitrés horas?
– Teniente -le interrumpió Grady-, en este preciso momento le aconsejo a mi representada que no conteste a esa pregunta. Y si ella ya está bajo arresto, usted no le ha leído sus derechos.
El teniente Azzic lanzó una risita.
– Calma, muchacho. Aquí no veo ninguna situación; de arresto. Solo le estoy haciendo un par de preguntas. Tal vez podamos evitar aquí y ahora el viaje a la; central.
Lo dudé, pero contesté de cualquier manera. j
– Estaba remando.
– -¿Remando? --Levantó sus cejas ralas y pareció más, sorprendido de lo que puede estar un detective de homicidios-. ¿En un bote?
– Sí, un skull.
– -¿De noche? ¿En la oscuridad?
– -Me gusta remar de noche. Es la única hora en que puedo hacerlo. --Grady se movía a mi lado, visiblemente disgustado.
– -¿La vio alguien?
– -No, que yo sepa.
– -¿Cómo llegó a la caseta de botes?
– -Caminando.
– -Teniente --dijo Grady--, creo que estas preguntas son innecesarias. ¿Es esa toda la información que necesita?
El policía se cruzó de brazos.
– -No, considero que debemos continuar este interrogatorio en la central de policía.
– ¿A qué hora? -replicó Grady, y si estaba contrariado no lo demostró.
– Dentro de una hora más o menos. Denos algo de tiempo para reunir los papeles. Tengo que conseguir un original del testamento del señor Biscardi.
– -¿El testamento? -pregunté, y Grady me lanzó una mirada que significaba: «Deja esto en mis manos».
El teniente Azzic me miró moviendo la cabeza de arriba abajo.
– -¿No sabía usted que el señor Biscardi había hecho testamento, señorita Rosato? ¿No era él su amigo y su socio?
Grady me lanzó otra mirada de advertencia.
– Por favor, no contestes, Bennie. Me gustaría ver ese documento, teniente.
Me callé. Traté de recuperar la calma. Mark, asesinado. Yo, sospechosa. Era previsible que Mark hubiera hecho testamento, pero nunca habíamos hablado de ello. En realidad, nunca lo pensé. Era un hombre joven. De repente, noté una señal de alarma.
El teniente Azzic metió la mano en un bolsillo y sacó un montón de documentos, que pasó a Grady.
– Hice estas copias antes de llevármelo. El testamento está fechado el 11 de julio de hace tres años, pero supongo que usted no lo sabía, señorita Rosato.
No recogí el guante, pero vi los ojos tensos de Grady mientras leía. Había unas diez páginas, pero las hojeó rápidamente. Su rostro permaneció impasible cuando terminó de leer y devolvió los papeles al teniente Azzic.
– Gracias -dijo.
– Interesante, ¿verdad? -dijo el teniente mirándome a mí y no a Grady.
Grady me llevó hacia la puerta.
– Nos veremos en la central, teniente.
– ¿Qué decía? -susurré cuando llegamos al recibidor. Estaba a punto de contestarme cuando al girar casi nos llevamos por delante a Eve Eberlein.
– ¡Oh! -Retrocedió como si se sorprendiera. Era obvio que había estado llorando; tenía los ojos hinchados y no iba maquillada. Tenía el pelo corto enredado y el vestido blanco, arrugado-. ¿Qué ha pasado, Bennie? ¿Qué ha pasado? -dijo con voz dolorida y confusa.
Yo sabía muy bien cómo se sentía. Tuve un retortijón en el estómago. Compartíamos la misma pérdida.
– -No lo sé --contesté antes de que Grady me cogiera del brazo y prácticamente me arrastrara por el pasillo.
– -Lo siento, Eve -dijo Grady--. Adiós, cuídate.
Eché una última mirada a Eve. Estaba hecha una piltrafa, apoyada contra la pared. Detrás de ella, al fondo del pasillo, estaba el teniente Azzic. Me observaba mientras encendía un cigarrillo delante del despacho de Mark y soltaba una bocanada de humo. Entrecerró los ojos por el humo; tenía una expresión sombría y suspicaz.
¿Qué sabía él? ¿Qué había en el testamento de Mark?