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El hombre más desconcertado por el pacto de no agresión germano-ruso, y también por la entrada de las tropas rusas en Polonia -mucho más que el general Sánchez Bravo, que el doctor Andújar, que Mateo y que todos los gerundenses juntos-, era Cosme Vila, residente, desde el mes de junio, en Moscú, en compañía de su mujer e hijo, el chavalín que en Gerona se mordía el pulgar del pie derecho.
Y no había para menos. Desde su llegada a la capital de la Unión Soviética, formando parte de los cuatro mil exiliados españoles -cifra aproximada- que el Kremlin admitió, Cosme Vila no había hecho sino oír toda clase de injurias contra Hitler y el nazismo. Las injurias fueron tantas que al ex jefe comunista gerundense llegó a parecerle aquello una obsesión. Ciertamente, no sólo los militantes del Partido calificaban siempre a los gobernantes del Führer de "saqueadores subhumanos", sino que en los campos de tiro los blancos contra los que había que disparar estaban formados por siluetas nazis, y en las escuelas los muchachos jugaban "a comunistas contra nazis", juegos en los que estos últimos llevaban invariablemente la peor parte. Por si fuera poco, en muchos cines de la capital rusa se daban sin descanso películas anti alemanas, como El profesor Mamlock y La familia Oppenheim y, según Cosme Vila pudo enterarse, muchas de las purgas ordenadas por Stalin en el seno del Partido y del Ejército habían descansado sobre la base del peligro nazi, del peligro de que Alemania atacara a la URSS.
Pues bien. He ahí que, de repente, en aquel 23 de agosto, no sólo en la Escuela de Formación Política a la que Cosme Vila asistía se prohibió el uso de la palabra "fascismo" aplicada a los nazis, sino que las bibliotecas y librerías fueron expurgadas en cuestión de horas de toda propaganda anti alemana, mientras la cruz gamada y la hoz y el martillo se ensamblaban en todos los edificios públicos y se empezaba, por contraste, a ridiculizar a John Bull, al Tío Sam y a un ciudadano francés que en las caricaturas aparecía siempre bebiendo vino tinto.
¿Qué pensar? Cosme Vila exclamó ante su mujer, que en Moscú no hacía más que preguntar dónde podría conseguir una cacerola de aluminio: "¡Esto es para volverse loco!".
En el fondo era raro que Cosme Vila se expresara así, pues tiempo había tenido, desde que salió de Gerona, de familiarizarse con los virajes de su país de adopción, la Patria del Proletariado. En realidad había ido de sorpresa en sorpresa, hasta el extremo que si 'La Voz de Alerta' hubiera podido publicar en Amanecer la odisea del jefe comunista gerundense, se hubiera apuntado, a no dudarlo, uno de los más grandes éxitos de su carrera periodística. Tanto más cuanto que nadie en la ciudad tenía la menor noticia "de lo que había podido ocurrirle a Cosme Vila".
La primera sorpresa para éste tuvo lugar, como es sabido, en Francia, cuando el comisario Axelrod se negó a admitir en Rusia a Gorki y al resto de sus camaradas. "Se impone una selección. ¿Te das cuenta, Cosme? La experiencia nos demuestra que no todos los camaradas se aclimatan en la URSS". Cosme Vila no comprendió por qué no se aclimataban en la URSS todos los camaradas; pero se calló.
La segunda sorpresa la tuvo llegado el momento de trasladarse a Moscú. Él creyó que haría el viaje en avión, como lo habían hecho algunos prohombres del Partido. No fue así. Le avisaron que saldría por vía marítima, del puerto de El Havre, a bordo de uno de los buques soviéticos que hacían la línea regular Nueva York-Leningrado. Irían con él otros trescientos exiliados españoles y capitanearía la expedición el propio Axelrod, por parte rusa, y por parte española el camarada Jesús Hernández, miembro del Comité Central.
La tercera sorpresa, ésta de gran calibre, la tuvo a poco de iniciarse la travesía. El buque que le tocó en suerte fue el Komrodost, bastante confortable, que curiosamente estaba al mando de una mujer, detalle que causó el mayor asombro a la esposa de Cosme Vila. Todo iba a las mil maravillas -el entusiasmo de los trescientos exiliados era tan grande que muchos de ellos habían tirado el equipaje al mar, convencidos de que en Leningrado serían recibidos como héroes y colmados de obsequios-, cuando he aquí que, inesperadamente, el dirigente Jesús Hernández convocó una reunión urgente en un salón del barco llamado "Rincón de Lenin".
Cosme Vila y todos los demás, entre los que figuraba Eroles, el jorobado ex jefe de la checa de la calle de Vallmajor, acudieron a la reunión convencidos de que recibirían instrucciones… y buenas noticias. Y no fue así. Jesús Hernández, a boca de jarro, sin previo aviso, echó sobre todos sus oyentes tal chorro de agua fría que Cosme Vila notó en su espíritu que no olvidaría aquello de por vida. La charla fue muy breve; sin embargo, su contenido fue tan denso que el barco pareció envejecer.
– Camaradas -dijo Jesús Hernández-, pronto vais a contemplar la verdad soviética no con los ojos del ideal, sino con los de la verdad cruda. En la URSS queda poco tiempo para las diversiones. La vida es de una dureza infinita. El nivel de los proletarios es muy bajo. Se elabora a destajo o mediante normas muy elevadas. Con la producción de un obrero español en el curso de ocho horas, en la Unión Soviética difícilmente se podrían untar de mantequilla cien gramos de pan diarios. El triunfo del socialismo requiere máquinas, máquinas, máquinas. Las primeras generaciones proletarias están destinadas al sacrificio, a las penalidades. Todo el esfuerzo se dirige a la gran industria. Se carece de lo más indispensable. Se hace cola por lo más inverosímil. Hay miseria y hambre en las capas de los obreros menos calificados. Veréis infinidad de gentes vestidas con extremada pobreza en las ciudades y cubiertas con harapos en las aldeas. Es lastimoso, pero la gran misión de la Rusia socialista tiene que cumplirse sin sentimentalismo. Para las mujeres será una odisea encontrar alfileres u horquillas para el cabello, polvos para la cara o lápices de labios. No hay salones de belleza, se fabrica en serie. No hay cafés, ni restaurantes, ni bares ni tabernas como en los demás países. El régimen no puede perder el tiempo en esas minucias. Cada ciudadano tiene su tarjeta de racionamiento y su comedor colectivo. También os chocarán las costumbres. Veréis en las fiestas particulares a las gentes emborracharse como si fuese una necesidad y en los retretes públicos, donde no existen puertas ni separaciones, veréis discutir o leer el periódico mientras se aligeran el intestino o la vejiga. Una de las plagas la constituyen los niños abandonados, sin hogar, que vagan por todo el país y que son auténticos delincuentes. Tragedia que ha obligado al Gobierno a establecer la pena de muerte para los mayores de doce años… El problema de la vivienda es atroz, pues millones de campesinos se han ido a las ciudades a causa de la industrialización. La familia que pueda disponer de cuatro metros de espacio, debe considerarse privilegiada. Etcétera.
Los rostros de los oyentes reflejaron el mayor estupor, sobre todo porque quien les hablaba, el camarada Hernández, había estado en Rusia una larga temporada, allá por 1931, como alumno de la "Escuela Leninista". Era, por tanto, testimonio de excepción. Tampoco podía imaginársele derrotista, por cuanto Axelrod había escuchado el discurso sin mostrar cara complaciente, pero sin tampoco contradecirle.
Jesús Hernández terminó:
– Cantaradas, hay una frase de Lenin que dice: Los hechos son verdades duras. La sesión ha terminado. ¡Salud!
Una vez fuera del "Rincón de Lenin", los oyentes dieron salida a los sentimientos que los embargaban. Eroles le preguntó a Cosme Vila:
– ¿Has oído…? Pero ¿es posible todo eso?
Cosme Vila, cuya gran cabeza despedía destellos, se dominó y respondió:
– Claro que lo he oído.
El jorobado Eroles daba vueltas alrededor de Cosme Vila como un bufón.
– Pero… ¿eso significa que en Rusia no vive todo el mundo igual, que no pasa todo el mundo las mismas privaciones?
Cosme Vila escupió al mar, aun cuando escupir no era su costumbre.
– Claro que no -contestó, tranquilo-. En Rusia se vive la primera etapa del socialismo, según la cual cada uno recibe a tenor de lo que produce. Eroles se quedó inmóvil.
– ¿Así, pues, existen clases?
– No es ésa la definición. Hay diferentes categorías de trabajo en el conjunto de los productores. Pero existe una diferencia respecto al capitalismo. En Rusia, un simple peón puede aspirar a ser ingeniero y un soldado a ser general. En el campo capitalista, en cambio, sólo los burgueses tienen acceso a los estudios y a los cargos superiores.
Eroles se fue a trompicones hacia su camarote, en el momento en que la mujer de Cosme Vila, que por fortuna no había asistido a la charla en el "Rincón de Lenin", salía con el crío al encuentro de su hombre y le decía:
– Qué bonito está el mar a esta hora, ¿verdad? Sí, era bonito, en verdad. El mar, el Báltico, estaba bonito, aun cuando el plateado gris de sus aguas fuera más triste que el azul de las aguas del Mediterráneo, que tanto emocionaba al profesor Civil. Cosme Vila repasó en un momento toda su trayectoria revolucionaria, desde que en el Banco Arús leía a escondidas El Capital, de Marx, sin entender gran cosa de él, hasta que le ordenó a Gorki emparedar a Laura y a mosén Francisco. Había vivido la gran experiencia española y había sido violentamente expulsado por esos burgueses a los que aludió al hablar con Eroles, burgueses que supieron, ¡hasta qué punto!, empuñar las armas y demostrar que sí, que los hechos eran a veces verdades duras. Se encontraba camino de Leningrado y de Moscú. ¿Qué le diría a su mujer cuando ésta buscara en vano polvos para la cara -tenía la manía de empolvarse- y un poco de pintura para los labios? Le diría que el socialismo necesitaba máquinas, máquinas, máquinas… "Sí, claro… -le replicaría ella, con su insoportable timidez-. Pero ¿y yo? Yo necesito polvos para la cara".
El barco, el Komrodost, prosiguió su ruta… y llegó a Leningrado. Y allí se produjo la cuarta sorpresa para Cosme Vila: Jesús Hernández no les había mentido, tenía razón. Cosme Vila lo advirtió sólo con ver el puerto de la antigua e histórica ciudad rusa. Un espectáculo caótico, mezcla de protocolo, de trepidación industrial y de miseria. Por todas partes retratos de Stalin, de Molotov y de Beria. Delegados del Komintern recibiéndolos efusivamente. Delegados de los Sindicatos, fotógrafos encaramados en viejos vagones de ferrocarril, un coronel llamado Popov y una serie de tipos vestidos de paisano, que a Eroles le recordaron los comisarios políticos que actuaron en España. Los compases de La Internacional sonaron en honor de los recién llegados. ¡Claro que sí! Y en los alrededores veíanse grandes fábricas y gigantescas grúas. Pero al propio tiempo, aquí y allá, chabolas y más chabolas y seres harapientos, raquíticos, como arrancados de una página de Gogol o de un grabado de la época de los 'mujiks'. Flotaba en el aire tal sensación de fatalismo y abandono que los trescientos emigrantes españoles se sintieron anonadados. La primera pregunta que asomaba a sus labios era ésta: "¿Por qué no se construyen viviendas?". La respuesta: "Porque en Rusia lo que en este momento interesa es construir fábricas". Y luego: "¿Por qué no se reparte ropa a la población?". "Porque en este momento las fábricas no pueden producir telas, sino maquinaria y artículos de otro orden". "¿Y los alimentos?". "El Plan Quinquenal, que se llama Piatillka, es el que determina lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer".
La próxima sorpresa fue la llegada a Moscú, meta soñada, al término de un viaje en tren mucho más agotador que el que hicieron los Alvear de Burgos para trasladarse a Gerona. En la estación de la capital rusa el recibimiento fue más apoteósico aún que el de Leningrado; pero resultó que la mayor parte de los camaradas que componían la expedición, incluyendo a Eroles, debían proseguir inmediatamente viaje hacia el Sur… Por la vida de Stalin, ¿dónde estaba el Sur? ¿Y cómo era aquello posible? ¿Y la Plaza Roja? ¿Y el mausoleo de Lenin? ¿No podían abandonar por unas horas aquellos andenes y darse una vuelta por la capital? Por lo visto, el horario era rígido y había que respetarlo…
Cosme Vila, tal vez por influencia de Axelrod, fue de los pocos autorizados a quedarse en Moscú, con su mujer e hijo. Pero sus camaradas le dieron pena. Ni siquiera pudo despedirse de Eroles, pues de pronto el jorobado había sido conducido a un tren apartado, cuya locomotora resoplaba ya, presta a partir. Cosme Vila vio la cabeza de Eroles asomarse a una de las ventanillas de ese tren. Su expresión era desasosegada. El camarada Eroles, al localizar con la mirada a Cosme Vila, al principio pareció dudar, pero luego levantó el puño con un vigor que casi daba angustia.
Entretanto, los autorizados a quedarse habían sido agrupados por orden alfabético, debajo del gran reloj del andén central, y a su lado habían brotado inesperadamente varias muchachas con brazales de la NKWD, las cuales los invitaron a permanecer quietos, en espera de órdenes. Éstas no tardaron en llegar; el grupo abandonó la estación como si fuera a desfilar, y su presencia en el exterior provocó otro gran movimiento de cámaras fotográficas y fue jaleada de nuevo por los compases de La Internacional.
Una hora después, Cosme Vila recibía la última sorpresa del viaje, pórtico de otras muchas, sobre todo de carácter psicológico, que iba a recibir a lo largo de su permanencia en la capital soviética: no podría ir a ningún hotel, ni dispondría de piso propio. Ni siquiera de un piso como el que fue del Cojo. Debería compartir una reducida vivienda, situada en la calle Bujanian, con otros tres camaradas españoles llegados a Rusia ocho días antes, también por la ruta El Havre-Leningrado.
Cosme Vila no tuvo ánimo siquiera para protestar. ¿No se había pasado la vida pregonando la conveniencia de someter el individualismo a la colectividad?
Por fortuna, sus tres compañeros de piso -dos catalanes, llamados Soldevila y Puigvert, y un madrileño llamado Ruano- los recibieron con efusión y les aclararon algunas dudas. Oh, no, no debían extrañarse de aquel reparto de hombres. Dicho reparto había sido meditado a conciencia por los jefes soviéticos, de acuerdo con la ficha que el Kremlin tenía de cada exiliado español. Ruano, el madrileño, que llevaba una hermosa corbata roja, añadió:
– No creo que pasemos de un centenar los que podremos quedarnos en Moscú. Los demás, se considera que serán mucho más útiles al Partido trabajando en los complejos industriales de Rostov y de Jarkov…
Cosme Vila se tocó el ancho cinturón de cuero, que al tiempo que lo asfixiaba le daba seguridad.
– ¿Trabajando en calidad de qué?
El madrileño Ruano se encogió de hombros.
– No sé. Depende… Si tienen alguna especialidad…
Cosme Vila se esforzaba por hablar en tono neutro.
– ¿Y quién dirige esos complejos industriales?
– ¡Ah! -intervino Soldevila, tumbado en un sofá, en actitud displicente-. Es de suponer que todo funcione a toque de silbato.
El otro catalán, Puigvert, añadió:
– ¿Cómo quieres que sepamos esas cosas? Llegamos hace una semana y apenas si nos han permitido movernos de aquí.
Cosme Vila comprendió que era inútil prolongar el interrogatorio. Aquellos tres camaradas, que compartirían con él la minúscula vivienda, eran efectivamente cordiales, pero parecían sumidos, como el camarada Eroles en la ventanilla del tren, en la mayor perplejidad. Por otra parte, muy pronto dieron muestras de interesarse más por el crío de Cosme Vila, que parecía el más contento de la reunión, que por las "verdades que se escondían en las entrañas de la Unión Soviética" y por la suerte que les esperaba.
– Desde luego -concluyó Ruano, viendo que Cosme Vila se acercaba a la cocina para beberse un vaso de agua-, hazte cargo de que esto no es Madrid. Y de que aquí eres uno más…
Cosme Vila había de ver muy pronto despejadas una serie de incógnitas. Las fábricas del sur de Rusia se chuparon, como una araña se chupa una mosca, la casi totalidad de exiliados españoles, los cuales empezaron a trabajar codo con codo con los pilotos, también españoles, que al terminar la guerra se encontraban en Odesa haciendo cursillos de perfeccionamiento, y con los marinos mercantes que, por las mismas fechas, se encontraban en puertos rusos cargando o descargando.
Tocante a los elegidos para quedarse en Moscú, sumaron, tal como predijo Ruano, un centenar, una treintena de los cuales fueron destinados a cursar estudios militares y el resto a cursar estudios políticos. Entre los primeros figuraban los grandes jefes y los grandes guerrilleros de la contienda española: Modesto, Líster, el Campesino, Tagüeña, etcétera. La Academia Militar a que fueron destinados era la Academia Frunze -Escuela Superior de Guerra-, situada en las afueras de Moscú y que los rusos consideraban como la mejor del mundo, con parques inmensos y disciplina férrea. Estudiaban en ella unos cinco mil alumnos, de las más diversas nacionalidades.
Cosme Vila, que no tenia la menor pinta de militar, fue adscrito a los cursillos de estudios políticos en una de las muchas "Escuelas de Formación Política" existentes, dedicadas a preparar a los camaradas para tareas de Propaganda: Radio, Prensa y diversos puestos técnicos. Cosme Vila tuvo la inmensa fortuna de ser destinado, al margen de las clases, a la confección de programas de radio en lengua española. Ello habría de suponer para él un gran estímulo, pues se dijo a sí mismo -como le ocurría a Gorki en la pequeña emisora de Toulouse- que todo cuanto escribiera lo escribiría pensando en Gerona y con la convicción de que no faltarían gerundenses que procurarían cada noche localizar su emisión y escuchar sus palabras.
La vida revolucionaria de Cosme Vila transcurrió, pues, en dos planos totalmente distintos. Uno, la Escuela de Formación Política, que lo ponía en contacto con Rusia; otro, la Radio, que lo mantenía en contacto con Gerona. Su asombro fue grande al comprobar que ambos le interesaban por igual. Él creía estar inmunizado contra sentimentalismos y así era, en efecto, tratándose de personas y de instituciones; pero la Gerona de su infancia, e incluso España, significaban todavía algo para su corazón, hecho que no sólo no le gustaba un ápice, sino que jamás se hubiera atrevido a confesar a nadie, pues las autoridades rusas, tal como le previno Axelrod, controlaban muy de cerca los "impulsos emocionales de los comunistas extranjeros".
Sus clases en la Escuela empezaron el 1 de julio y cabe decir que al principio sufrió, sin atreverse tampoco a manifestarlo, una grave decepción. Los profesores eran todos excelentes, muy Preparados, pero el jefe gerundense tuvo la impresión de que, tocante a "técnicas de penetración", a sistemas de "excitación de las masas", etcétera, le repetían un disco de sobra conocido y aplicado en la guerra de España e incluso antes. A veces le parecía descubrir, en aquellas mentalidades profesionales que le rodeaban, un punto de anquilosamiento y de falta de flexibilidad. Como si el marxismo fuera ya para ellos una asignatura, una figura geométrica. Por fortuna, cuando su entrecejo se arrugaba lo máximo, cualquiera de los profesores se reconciliaba con él de golpe, demostrándole poseer un profundo conocimiento de las idiosincrasias raciales -la teoría era que en cada pueblo los individuos reaccionaban tan automáticamente como los perros de Pawlow-, o bien, si la cosa venía a cuento, demostrándole conocer tanto o mejor que él el pasado revolucionario de España. ¡Oh, sí, aquellos profesores poseían incluso fotografías de Galán y García Hernández, del atentado contra Canalejas, del conde de Romanones! Y estadísticas sobre los latifundios andaluces y sobre la extracción mineral…
Sin embargo, Cosme Vila empezó a interesarse de veras cuando las clases -y las visitas colectivas a los Museos y otros lugares importantes de la ciudad- se refirieron a la historia de la Revolución de Octubre propiamente dicha, a las peculiaridades de los hombres que la protagonizaron y a las características de la URSS. Intuyó que ahí descubriría la clave del enigma que lo subyugó desde que trabajaba en el Banco Arús. Y no se equivocó. En el Museo Antirreligioso comprendió por qué Cristo y sus herederos le daban tanto asco. En el Museo de la Revolución, en el que se exponían hasta recuerdos del asalto de Stalin al Banco Tifus, comprendió por qué Lenin y "los camaradas de la primera hora" fueron capaces de derribar las murallas zaristas y de cambiar la trayectoria del mundo. Al conocer detalles de la "traición" de Trotsky sintió que la sangre se le agolpaba en la cabeza. Al enterarse de que Stalin, ¡a los catorce años!, leía ya las obras de Darwin, se avergonzó de su tardía, y tan escasa, formación intelectual. Y al ver por las calles de Moscú a las mujeres trabajar con tanto ardor como los hombres, sin pedir a cambio nada inmediato, parecióle que la capital rusa, menos deprimente que Leningrado, y con zonas majestuosas, era una gigantesca ampliación de sí mismo, que había entregado incluso su colchón con el solo afán de ayudar a la Causa.
Referente a la URSS, la tesis de la Escuela de Formación Política estaba clara: el atraso reinante, inescamoteable a los ojos de quienes procedían del mundo occidental; la existencia de tantas chabolas, los campos de trabajo, las deportaciones, la abundancia de niños vagabundos, la intensidad de los sufrimientos, etcétera, tenían dos causas precisas. La primera de ellas, el cúmulo de injusticias que la sociedad burguesa había legado al país y que obligaba al socialismo a avanzar por él penosamente, como a través de un campo minado. La segunda, la inmensidad del territorio… He ahí la gran realidad objetiva, fácilmente olvidada: no era posible comprender nada de los contrastes de la Unión Soviética si no se tenía en cuenta su inmensidad y el hecho de que su población ascendía a doscientos millones de habitantes, con una mezcla tal de razas -exactamente, ciento ochenta y tres, algunas de ellas muy primitivas-, que se resistían a la unidad.
Un profesor de la Escuela, de origen letón, que parecía haberle tomado afecto a Cosme Vila, era un auténtico maniático de este aspecto del problema y sus argumentos parecían difícilmente impugnables. "En Rusia -decía- hay ríos enormes, como el Reuss o el Ninmat, que ni siquiera figuran en muchos tratados geográficos y que son llamados por los rusos "riachuelos". La extensión del lago Baikal es casi tres veces la de Suiza y en él a veces se levanta un oleaje digno de cualquier océano. Todo es aquí inmenso. Las montañas, los bosques, los yacimientos mineralógicos, la estepa, los cambios de clima, con diferencias de sesenta grados y con un frío que obliga a cocinar con mucha grasa y a tomarse grandes cantidades de té caliente. Los camaradas españoles han de comprender que, desde 1917, año de la Revolución, la Unión Soviética no puede haber convertido todos sus territorios y todas sus razas en un restaurante de lujo como los que hay en Nueva York. Es preciso trabajar aún de firme y convencerse de algo fundamental: de que la disciplina es sagrada. Tan sagrada, que por falta de disciplina se perdió la guerra en España. Y en los momentos de desfallecimiento, que invaden al hombre cuando se formula a sí mismo preguntas o cuando se entrega a una obra titánica como lo es formar parte del Partido Comunista, es aconsejable llegarse, de noche a ser posible, a la Plaza Roja, también inmensa, y allí contemplar las cinco estrellas rutilantes en las cinco torres del Kremlin. ¡Oh, sí, esas estrellas son un símbolo para quienquiera que no exija demasiadas explicaciones! Un solo razonamiento ha de bastaros, y ése es mi lema: nuestra revolución socialista lleva su carga dentro, como es de rigor. Por supuesto, ahora los esfuerzos aparecen aislados, dispersos; pero todo converge hacia un fin premeditado en la mente de nuestro jefe, camarada Stalin. Y llegará un día en que se producirá la eclosión. Entonces la perseverancia aparecerá justificada y el mundo entero iniciará su época gloriosa, socialista, en la que no tendrán cabida los ambiciosos ni será necesario inventar o perpetuar el mito de Dios".
Cosme Vila, que de pronto sentía como si estuviera soñando -ino estaba en Gerona, con sus suegros, sino en Moscú!- no era insensible, desde luego, a tan ceñidas teorías. Existía en todo aquello una gran verdad. Por si fuera poco, los profesores de la Escuela los llevaban a visitar hospitales y centros de investigación, y a asistir a conciertos y a sesiones de ballet. Y, por descontado, los obligaban a estudiar a marchas forzadas el idioma ruso y tendían como flechas a hacerles olvidar, en la medida de lo posible, su pasado e incluso su patria de origen. Ruano, el madrileño, acariciándose la corbata roja, tan llamativa como la blusa de Paz, comentaba sonriendo: "Compréndelo, camarada. Quieren rusificarnos. Y lo conseguirán…"
Por supuesto, Cosme Vila, pese a su buena voluntad, cultivaba algunas reservas mentales… Por ejemplo, le hubiera gustado poder salir de la capital y viajar por el campo en cualquier dirección, conocer otras comarcas de la URSS; pero les estaba prohibido. Ünicamente se les permitió hacer una excursión a la aldea de Toguskaia, donde había un centenar de niños españoles educándose bajo la dirección de una maestra de Oviedo, llamada Regina Suárez, que los atendió muy bien y que desde ese día efectuó periódicas visitas al domicilio de Cosme Vila. Dicha maestra creía conocer la causa de aquel confinamiento: las zonas agrícolas de Rusia producían mucha tristeza y sus moradores eran mucho más reacios que los obreros de las fábricas a integrarse en la Revolución.
También le hubiera gustado a Cosme Vila, como es natural, relacionarse con los prohombres españoles del Partido, con aquellos que habían sido sus ídolos y sus jefes en España; pero apenas si tenían oportunidad. A los internados en la Escuela Superior de Guerra, en la Academia Frunze, no había quien les echara la vista encima. A Cosme Vila le dolía especialmente no poder establecer contacto con el Campesino, que era sin duda el español más popular en Rusia, hasta el punto que en los colegios se relataban sus gestas y se repartían fotografías suyas, en las que solía vérsele "persiguiendo a los italianos en Guadalajara", o bien montando guardia con su despanzaburros en lo alto de un cerro.
Por lo que respecta a los restantes jefes, a los jefes estrictamente políticos, que residían en Moscú -Uribe, Checa, el propio Jesús Hernández, Castro, Ciutat, etcétera-, tampoco había manera de verlos. Al parecer, todos andaban atareadísimos "redactando informes para justificar la derrota de España", pues, según noticias, Stalin les había formulado, a través de Dimitrov, la inevitable pregunta: "¿Por qué la guerra española ha terminado en forma tan inesperada y luctuosa?". Cosme Vila y sus camaradas no consiguieron sino saludar esporádicamente, en un mitin, a la Pasionaria, sin duda la más influyente en Moscú, y a Palmiro Togliatti, el dirigente italiano que en España se llamó "Alfredo" y que fue, con mucho, el hombre que a Cosme Vila le causó más fuerte impresión.
Cosme Vila, pues, debía contentarse con platicar con los tres cantaradas que compartían con él el piso de la calle Bujanian: Puigvert y Soldevila, de Barcelona, y Ruano, de Madrid. Éste, que era intelectual, siempre decía que a él las mujeres moscovitas trabajando en la calle, en trabajos de hombre, le daban mucha pena. En principio, los cuatro camaradas solían estar de acuerdo cuando hablaban de Rusia y en desacuerdo cuando hablaban de España. Por descontado, se llevaban bien y la mujer de Cosme Vila hacía cuanto estaba en su mano para que todos se sintieran "en casa"; aun cuando la comida habitual: gachas, sopa de coles, sopa de berzas, etcétera, los fatigaba mucho, por su monotonía.
Día señalado, por muchas razones, en aquel hogar de la calle Bujanian, era cuando llamaba inesperadamente a la puerta la maestra asturiana, Regina Suárez, escapada de su colegio de Toguskaia. Regina era una mujer de unos treinta y cinco años, extremadamente animosa, hija de minero, que no tenía pelos en la lengua. Ah, no, ella no estaba conforme, ni mucho menos, con todo lo que veía, ni creía que "los grandes espacios y la vastedad del territorio ruso" justificaran una serie de anomalías que podían registrarse con sólo echar una ojeada en torno. Ella había viajado un poco en los dos años que llevaba allí y había podido ver las condiciones en que muchos obreros trabajaban; condiciones que imaginaba debían soportar los pobres camaradas españoles que desde la estación de Moscú habían sido enviados al Sur… "¿Os gustaría encontraros ahora, en premio a vuestra labor en España, trabajando con agua hasta la rodilla en cualquier mina del Kanjijstán?". Cierto que la URSS iba convirtiéndose en una potencia industrial de primer orden y que no lo hacía por capricho, sino porque el enemigo era fuerte y había que pararle los pies; pero el precio estaba resultando un tanto exagerado. Cuando llevaran más tiempo en el país acaso comprendieran lo que quería decir… Y mejor lo comprenderían aún el día que, por casualidad, como a ella le había ocurrido, pudieran franquear el umbral de la casa de un jefe del Partido. ¡Bueno, ella se permitía hablar de ese modo en familia, convencida de que su hoja de servicios, que se inició a los doce años en Oviedo, la inmunizaba contra sospechas y malos pensamientos! Necesitaba desahogarse, eso era todo, especialmente porque su labor de maestra le estaba resultando muy difícil, por cuanto sus alumnos eran españoles y no rusos. En efecto, le ocurría que, si se amoldaba estrictamente a las consignas rusas, sus alumnos la ponían en constante aprieto, por la sencilla razón de que no habían nacido en Minks o en Novgorod, sino en Gijón o en Málaga, y en consecuencia utilizaban su masa gris. Nunca olvidaría al respecto la pregunta que un buen día le espetó a boca de jarro un espabilado chico de Murcia: "Si Rusia es tan potente ¿por qué ha permitido que perdiéramos la guerra en España?". Era una muestra que podría multiplicar por mil. Los alumnos tampoco acertaban a comprender los términos en que ella, por orden superior, debía referirse al camarada Stalin. Leerles, por ejemplo, todos los sábados, el poema de Djamnboul, en el que éste llamaba a Stalin "Padre de los pueblos, Creador del paraíso terrenal, Grandísimo sol que brilla, más grande que el Universo", etcétera, provocaba un estupor que era sin duda contraproducente. Claro que Stalin era el digno sucesor de Lenin; sin embargo, lo dicho, dicho estaba, ¡qué caramba! ¡Y otra cosa! Se atrevía a aconsejarles que no aventuraran ningún juicio definitivo sobre la URSS hasta que no llegara el invierno. "Entonces, cuando llegue la nieve, cuando veáis los trineos y los caballos a trote ligero, os enfrentaréis con la verdadera cara de Rusia. Y os colocaréis también en la cabeza un gorro de astrakán… aunque a lo mejor habréis de explicar de dónde lo habéis sacado".
Cosme Vila y sus camaradas, al advertir que escuchaban esos discursos de Regina Suárez sin tomar medidas drásticas o por lo menos sin obligarla a callarse, quedaban asombrados. En el fondo, se notaban un tanto cambiados, como si se les despertara, sobre todo a Cosme Vila y al intelectual Ruano, un espíritu crítico que en España no hubieran concebido siquiera. Por otra parte, la maestra tenía autoridad. Su padre fue un gran militante y ella, ya en 1934, anduvo por Asturias enfrentándose, con los moros.
– De acuerdo, Regina… No todo puede ser un lecho de rosas, ¿verdad?
– Eso digo yo…
El día en que Regina les notificó que acababan de salir de Moscú tres camaradas españoles, cuyos nombres se callaba, con la orden de instalarse en Méjico y asesinar a Trotsky, Cosme Vila irguió el busto y tensó su ancho cinturón.
– ¿Y tú cómo sabes eso?
Regina hizo un mohín.
– ¡Ah, ja…! ¡Tengo un pajarito que me lo cuenta todo!
Regina era una mujer culta. Sabía muchas cosas de Rusia, además de dominar ya el idioma, y a menudo gozaba poniendo en apuros a sus anfitriones, así como en San Sebastián gozó 'La Voz de Alerta' poniendo en apuros a Javier Ichaso.
– ¿A que no sabéis lo que significa vodka?
– No…
– Significa "agüilla", y ello por la facilidad con que los rusos la beben…
– ¡Menuda agüilla! -exclamaba la mujer de Cosme Vila.
Regina continuaba:
– ¿A que no sabéis quién construyó el Kremlin?
– Arquitectos rusos, es de suponer…
– Pues os equivocáis… La fortaleza la construyeron artistas italianos, contratados por Iván III. Artistas del Renacimiento… ¡Bueno, no es para ponerse así, hombres! Consolaos pensando que las cinco torres las construyó más tarde un inglés llamado Gallosway…
La mujer de Cosme Vila exclamó en esta ocasión:
– ¡Ah! ¿Entonces esa mole que tanto asusta a mi crío no es rusa?
La mujer de Cosme Vila… Era, tal vez, el problema más arduo con que había de enfrentarse el ex jefe comunista gerundense. Más menudita que nunca, se afanaba cuanto podía, pero la había invadido la añoranza. Nunca había comprendido, ni siquiera en Gerona, lo que era el comunismo, lo que pretendía; pero ahora la cosa la desbordaba por todos lados. Cada día, cuando a primera hora de la mañana los hombres salían para ir a la Escuela y se quedaba ella sola en casa con el niño, le entraba una tristeza infinita y unas ganas locas de ver a sus padres, que debían de morirse de pena en Toulouse. No conseguía situar en su mente la posición de Rusia en el mapa del mundo; sólo sabía que estaba muy lejos y que no había perspectivas de retornar a Gerona. ¿Por qué todo aquello? ¿Por qué Cosme Vila no continuó trabajando en el Banco Arús? Los árboles de la Dehesa, en aquella época, deberían de estar hermosos… No podía ir al cine; no podía recorrer tiendas, porque no las había; no tenía amigas -Regina Suárez, la maestra, apenas si le hacía caso-; las ocupaciones de sus vecinas, su indumentaria, su gesticulación y su aire resignado la desconcertaban, y cuando a veces la saludaban desde la ventana con una inclinación de cabeza, no acertaba a corresponder con naturalidad. Aquello era un hormiguero. Y por si fuera poco, Ruano, el madrileño, de tarde en tarde, si Cosme Vila se ausentaba un momento, la miraba con descarada procacidad… pese a que ella no podía siquiera pintarse los labios. ¿Y a quién recurriría si se ponía enferma? ¿Y cuando llegara el invierno, el famoso invierno de que la maestra hablaba siempre? ¿Qué significaban Plan Quinquenal, koljós, Academia Frunze, estepa? Nunca oía hablar de amor.
Sentía una secreta admiración: el Campesino. Y es que, según les contó Regina Suárez, la primera vez que le dijeron al guerrillero extremeño, como a todos los demás, que debía olvidarse de que era español, contestó rotundamente: "Eso no…" Así debían ser los hombres. Tampoco ella olvidaría nunca dónde nació. Ella, menudita, y confundiendo las letras rusas del periódico con patitas de mosca, no se rusificaría jamás y haría lo imposible para que su hijo imitase su ejemplo. Su hijo, su querido hijo, al que Cosme llamaba, medio en broma, Wladimir, pero que para ella seguía llamándose "mi rey", aun cuando no pudiera encontrar para su delicada piel ni tan sólo un bote de polvos de talco.
El día de la capitulación de Polonia -Cosme Vila llevaba ya cerca de cuatro meses en Rusia-, el ex jefe gerundense se acordó especialmente de Gerona, de su tierra natal. Se acordó incluso de los campanarios de la Catedral y de San Félix, "que debían de estar presidiendo, junto con 'La Voz de Alerta', los avalares diarios de la dictadura de Franco en la ciudad". Cosme Vila se pasó toda la mañana con el ánimo un tanto excitado, hasta el punto que les escribió a sus suegros, que continuaban en Toulouse, una carta cariñosa, amén de otra carta a Gorki, un poco más explicativa que las anteriores. Y por la noche, en la Radio, se dirigió a los hipotéticos oyentes de Gerona, con una voz distinta a la de los demás días, y les dijo: "Aquí, Radio Moscú. Emisora al servicio del Proletariado. Camaradas de Gerona, no os desesperéis. Sabotead cuanto podáis las órdenes de vuestros verdugos. Estamos con vosotros. Os enviamos un saludo desde la Plaza Roja, donde en estos momentos brillan las cinco estrellas en las cinco torres del Kremlin, fortaleza sin par, construida por arquitectos rusos que ya en su época presentían la Revolución. Rusia está a vuestro lado, desde Odesa al maravilloso lago Baikal, y para liberaros un día de la tiranía fascista sus doscientos millones de habitantes, unidos fraternalmente, trabajan en las minas y en los colectivos, en los campos ubérrimos y en la ciudad, y estudian en las Universidades, sin distinción de clases. Ahora estos esfuerzos os parecen lejanos; pero todos convergen hacia un fin premeditado en la mente de nuestro jefe, el camarada Stalin. Y llegará un día en que se producirá la eclosión. Entonces, radioescuchas de Gerona, no sólo dichos esfuerzos os parecerán justificados, sino que en el mundo entero se iniciará la época gloriosa del socialismo, en la que no tendrán cabida ni las proclamas de los obispos ni las procesiones de Corpus, que invitan a la resignación. ¡Salud, camaradas de Gerona! ¡Sabotead las órdenes de vuestros verdugos! ¡Os habla Moscú! Y luchad contra las viles democracias Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, que cuando vuestra guerra civil os traicionaron y os dejaron indefensos a merced de los moros y de la pandilla de Franco".