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Los preparativos de la Navidad se parecieron mucho a los del año anterior, tal vez porque quien iba a nacer era Aquel que es siempre igual a sí mismo. Celebráronse más representaciones teatrales de los Pastorcillos, y la ciudad, mejor predispuesta a creer en el azar, gastó más en Lotería. En cambio, el champaña, los turrones y las golosinas en general estaban racionados y sólo la gente adinerada consiguió proveerse a medida de sus deseos.
Sin embargo, se produjeron algunas novedades. Dámaso, dueño de la Perfumería Diana, quiso romper una lanza en la Barbería de lujo del entresuelo de la Rambla. Compró un secador eléctrico para secar el cabello. Obligó a los dependientes a llevar bata azul. Y, como número fuerte, contrató a una manicura, Silvia de nombre, que empezó a trabajar precisamente el día en que Mateo y Pilar regresaron de su viaje de bodas.
El barbero Raimundo, en el barrio de la Barca, desde su cuchitril, abarrotado de carteles de toros y de anuncios de Anís del Mono, al enterarse de la "idea" de Dámaso se carcajeó, al igual que los restantes barberos de la ciudad. "¡Secador eléctrico! ¡Bata azul para los dependientes! Una monada… ¡Y manicura! ¡Manicuras en Gerona! Que no me joda… Claro que hay algún que otro "equivocao", como el doctor ese del perrito…Pero no tantos".
Una vez más Dámaso acertó. El mismo Ignacio se pasó a la Barbería Dámaso, cuyo espejo frontal, de una sola pieza, abarcaba toda la pared y donde podía uno leer toda clase de revistas. También se había ganado muchas simpatías uno de los dependientes, un madrileño llamado Herreros, que poseía el raro arte de contar más chismes que el señor Grote, pero sin que se notara. Mas la atracción principal la constituyó Silvia. Al principio, es cierto, nadie se atrevía a utilizar sus servicios. Hasta que un buen día el capitán Sánchez Bravo se decidió. "¿Por qué no?", dijo. Y Silvia, sentada en un taburete, muy juntas las piernas, le cortó las uñas que fue un primor. "Por favor, caballero…, ¿me da la otra mano?". ¡Dios! ¿Cuándo se había visto y oído en Gerona una cosa así? Pronto la crema varonil de la ciudad, sin excluir al doctor Andújar, imitó al capitán Sánchez Bravo. ¡Silvia era tan callada, sonreía tan imperceptiblemente! ¡Tenía unas pestañas tan largas…! La primera vez que Ignacio se hizo cortar las uñas se sintió hombre importante, y al regresar a casa miró las de su padre y exclamó: "¡Que horror! Tú también deberías ir…"
Galindo comentó, en el Café Nacional:
– Gerona va progresando. El año pasado, por estas fechas, los 'christmas' del abogado Manolo Fontana. Este año, manicura en la Perfumería Dámaso… ¡No, si nos estamos civilizando!
Otra novedad que sorprendió a la población corrió a cargo de Sólita, la hija del Fiscal de Tasas, a la que éste, hablando con su amigo el general Sánchez Bravo, había calificado de 'sargento'.
Sólita entró de enfermera en la Clínica Chaos. Era una muchacha con muchos arrestos y ganas de aprender. Le oyó una conferencia al doctor titulada "Importancia de la anestesia" y al día siguiente se presentó a él ofreciéndose para trabajar en su Clínica. Demostrados sus conocimientos, especialmente en lo que se refería al instrumental quirúrgico, el doctor Chaos, que lo que deseaba era disciplina en el quirófano, la aceptó.
Y ocurrió que… hicieron muy buenas migas en seguida. Sólita, aun sin conocer al madrileño Herreros y al señor Grote, había oído contar muchas cosas del doctor Chaos. Pero replicó que aquello no le importaba nada, que el doctor Chaos era un cirujano competentísimo y muy educado, y que allá él con su vida privada. A su padre, el Fiscal de Tasas, le dijo: "Además, tanto mejor para mí… Me dejará tranquila".
Sólita daría, por supuesto, muchas sorpresas al doctor Chaos. La primera fue demostrarle que había oído hablar de un médico escocés, bacteriólogo, apellidado Fleming, que afirmaba haber descubierto una sustancia originada por un moho mucho más eficaz que las sulfamidas para matar los microbios patógenos sin atacar las células del enfermo.
– Pero ¿cómo sabe usted eso. Sólita?
– Recibo periódicamente revistas médicas americanas.
– ¿Lee usted inglés?
– Perfectamente.
– Dígame… ¿Qué más sabe sobre esa sustancia?
– Pues… poca cosa más. Que el doctor Fleming la llama penicilina… Que hasta ahora la ha obtenido sólo en bruto… Que empezó a hacer pruebas cuando la primera guerra mundial… En fin, que ojalá el descubrimiento sea una realidad y que algún día dispongamos en la Clínica de unos cuantos frascos. Supongo que para el período postoperatorio sería fenomenal.
El doctor Chaos sonrió.
– Me gusta oírle hablar así, Sólita. No tenía yo en la Clínica con quién tratar de esos temas… Pues sí, es verdad lo que usted cuenta. El doctor Fleming ha descubierto eso. Yo me enteré por una revista alemana. Por cierto que daba un detalle que me llamó mucho la atención. Decía que el doctor, antes de encontrar este moho, efectuaba las pruebas a que usted aludió con elementos muy diversos: mucus nasal, saliva, clara de huevo… Y que el que mejor resultado le había dado habían sido las lágrimas. ¿No es curioso? ¡Ah, sí! El doctor Fleming exprimió durante años docenas de limones para poder llorar… -El doctor Chaos cambió de tono-. Por lo visto estaba convencido, como yo, de que las lágrimas pueden curar muchas cosas.
Sólita miró con fijeza al doctor Chaos. Se encontraban en el pasillo central de la Clínica.
– ¿Por qué dice usted eso, doctor?
El doctor Chaos, mientras levantaba sus largos brazos, con las manos ya enguantadas, dispuesto a entrar en el quirófano, contestó:
– Por nada, Sólita. No haga usted caso.
Sólita no le obedeció. Reflexionó sobre aquello a lo largo de toda la operación, que fue rutinaria: un apéndice. Y luego siguió reflexionando. Y a la hora de la cena le dijo a su padre, don Óscar Pinel:
– El doctor Chaos me da pena…
– ¿Por qué, hija mía?
– Porque tiene mucha clase. Y no es feliz…
– ¿Cómo va a serlo? Pero nosotros no tenemos la culpa, ¿verdad?
– No, claro…
Llegó el 25 de diciembre, Navidad… En el piso de los Alvear se celebró un almuerzo semejante al del año anterior, pero con la presencia de Mateo y de don Emilio Santos. Hubo que alargar la mesa todo lo que ésta daba de sí. Por fortuna, no se produjo el menor incidente con Paz, gracias a que Mateo supo tratarla con sumo tacto y a que mosén Alberto permaneció en el Museo Diocesano. Su sirvienta había caído enferma y juzgó elemental no dejarla sola en un día tan señalado. Manuel volvió a recitar su poesía dedicada al Niño-Dios y Eloy volvió a levantarse y a pegar en el aire un puntapié imaginario. Y tía Conchi volvió a marearse un poquitín… y a eructar.
En el Gobierno Civil la fiesta fue por todo lo alto. El Gobernador había soñado con reunir en Gerona para ese día a toda su familia: a los "cuatro hermanos Dávila", de que Mateo le habló. Pero sus gestiones fracasaron. Los dos hermanos que vivían en Santander cuidando de las fincas y del negocio de ganadería tenían muchos hijos y no pudieron desplazarse. Sólo los visitó el primogénito, coronel de Caballería en Madrid, que llevó obsequios para Pablito y Cristina. El coronel, en la mesa, habló con tal precisión y autoridad de una serie de asuntos relacionados con España y con la guerra, que a la hora del brindis Cristina le dio un codazo a su hermano, a Pablito, y le preguntó en voz baja: "Escucha…, ¿quién manda más, el tío o papá?". Una de las cosas que afirmó el coronel Dávila, a quien María del Mar colmó de atenciones, fue que Franco, cuando su entrevista con Hitler en Hendaya, llegó a la estación con una hora de retraso, haciendo esperar al Führer una hora larga… También se hizo lenguas del monumental belén instalado en el Parque del Retiro, en Madrid. "Más de cuatrocientas figuras, el Palacio de Herodes, el sepulcro de Raquel, la Fuente Sellada, el Portal de la Gloria… -El coronel añadió-: Es una maravilla. No creo que en Cataluña se haya hecho nunca nada igual".
Fue una Navidad extraña en Gerona y en el mundo. El conflicto internacional, las batallas en el aire, en el mar y en la tierra gravitaban sobre el ánimo de la gente. Predominaban las plegarias por la paz. El Papa recibió, como todos los años, al Sacro Colegio Cardenalicio, que acudió a felicitarle, y en su mensaje les dijo que las condiciones indispensables para el "nuevo orden europeo" debían ser "La Paz con la Justicia". También anunció que la Iglesia, a través de Radio Vaticano, se encargaría de dar noticia de los heridos, de los prisioneros, de los refugiados, para que sus familiares supieran a qué atenerse. Este proyecto emocionó sinceramente al consiliario de Falange, mosén Falcó. "La Iglesia siempre en su sitio", dijo en casa de los Martínez de Soria, que le habían invitado. José Luis comentó: "De todos modos, desde el punto de vista militar eso puede tener sus inconvenientes".
Los partes oficiales darían cuenta luego de que la "actividad había sido escasa" durante la jornada, sin duda en homenaje al Nacimiento de Jesús. Sin embargo, Goebbels, en Berlín, declaró por la radio: "El mundo entero admira a Hitler. Nosotros, los alemanes, tenemos el privilegio de poder amarle". Y por otra parte, se supo que en Tierra Santa, en el pueblecito de Belén, por primera vez desde hacía dos mil años, la Nochebuena se había celebrado en la más completa oscuridad. Las autoridades británicas prohibieron incluso encender la tradicional hoguera de los pastores ante el templo. Las procesiones y desfile de los peregrinos se efectuaron en medio de las tinieblas, bajo la vigilancia de aviones ingleses.
Agustín Lago, que hubiera deseado compartir ese día con su amigo Carlos Godo, de Barcelona, almorzó en su modesta pensión con los dueños. A la hora del café y los licores les contó una serie de graciosas anécdotas de la guerra, con un desparpajo que admiró a todos, habida cuenta de que un casco de metralla le había arrancado a Agustín su brazo izquierdo. Por si fuera poco, el Inspector de Enseñanza Primaria no le quitó el ojo de encima a una sirvienta recién llegada, de seno robusto y andar picaresco. "¿Qué? Está buena la chiquilla ¿verdad. Inspector?", aventuró el patrón. Agustín se ruborizó… pero consiguió contestar: "¡No me disgustaría enseñarle a leer!". El militante del Opus Dei se mordió el labio inferior al oír su propia frase; pero pensó para sí: "¡No ha pasado nada! Las cosas son como son".
Asunción celebró la festividad con más espíritu eclesiástico. A media tarde se dirigió personalmente al Palacio Episcopal, donde la esperaba el señor obispo. El objeto de la visita era entregarle a éste las llamadas Huchas del Granito de Trigo, que los alumnos del Grupo Escolar San Narciso habían llenado desde el inicio del curso. Tratábase de una idea de la Directora de dicho Grupo, puesta en práctica aquel trimestre: los alumnos, cada sábado, habían ido vertiendo en la hucha correspondiente un granito de trigo por cada buena acción que hubiesen realizado durante la semana. Las huchas, por descontado, habían quedado repletas, al tope, y su destino -el destino del trigo en ellas recogido- era que las monjas de clausura lo convirtieran en hostias, hostias que se reservarían para los misacantanos. Cuando el doctor Gregorio Lascasas recibió de manos de Asunción la sorprendente y virginal ofrenda, le dijo a la muchacha: "No creo que nada pueda gustarle tanto al Niño-Dios como estas huchas que acaba usted de entregarme. Muchas veces me pregunto si no será usted, verdaderamente, una elegida del Señor".
Navidad extraña en Gerona y en el mundo… ¿Y la lotería? La lotería, que en todas partes fue un éxito rotundo, se mostró tan caprichosa como siempre y favoreció con el gordo a Madrid; con el segundo premio a una serie de vecinos pobres del barrio de Gracia, de Barcelona; con el tercero, a unas cigarreras de Sevilla. Un guardia civil cobraría un millón de pesetas. Un ferroviario, medio millón. Matías comentó: "Eso es lo que me gusta: que la lotería favorezca a familias modestas". Eloy dijo: "Nosotros somos una familia modesta. ¿Por qué, pues, no nos ha tocado nada?".
En Gerona, sólo pedrea… Entre los favorecidos se contaban los componentes de la Gerona Jazz, gracias a un décimo que había comprado en Barcelona el batería, Fermín. Paz cobraría unas pesetillas, que distribuiría en cuatro partes. Una, para el Socorro Rojo, del que recientemente, a propuesta de Jaime, el librero, había sido nombrada cajera; otra, para comprarle un vestido a tía Conchi; un vestido… ¡y champú!; otra, para comprarle una bufanda de lana a Manuel, pues en el Museo Diocesano hacía un frío que pelaba; la última, para comprarle a Pachín tres corbatas verdes, idénticas. "¿No lleva el comisario Diéguez siempre un clavel blanco en la solapa? -le dijo Paz al futbolista-. Pues tú llevarás también siempre un distintivo: corbata verde". Pachín sonrió… Y, como siempre, echó un soplo de humo a los ojos de Gol, el gato-mascota de la muchacha.
Un hecho era indudable: el más alegre de los almuerzos de Navidad tuvo lugar en los respectivos hogares de los hermanos Costa. Los hermanos Costa, el 24 de diciembre, fueron liberados. El previsto indulto se confirmó. Salieron de la cárcel en compañía de otros muchos reclusos igualmente beneficiarios del decreto.
En el interior del Seminario la liberación de los hermanos Costa constituyó una suerte de catástrofe. Los presos que continuarían allí tuvieron la sensación de quedarse huérfanos: tal era la fuerza estimulante de los dos ex diputados de Izquierda Republicana. Pero ¿qué hacer?
Los Costa salieron a las once y media de la noche, de la Nochebuena, como sombras, cruzándose con los fieles que se dirigían a la Catedral para asistir a la misa del gallo. Y dedicaron el día de Navidad íntegramente a sus esposas, las cuales, en las semanas precedentes, habían acondicionado como era menester los respectivos hogares, sitos en el mismo inmueble, en la calle de Ciudadanos.
El almuerzo navideño se celebró en el piso más alto: a los Costa les gustaba volar.
En los brindis una palabra dominó a todas las demás: la palabra libertad. ¡Por fin libres! Libertad condicional -no podían ausentarse de Gerona-, pero libertad. ¿No era aquello hermoso? ¡Dormir en una cama de mullido colchón! ¡Bañera con agua tibia! ¡Olor a mujer! "Lo más duro de la cárcel es eso: que huele siempre a hombre… ¿Comprendéis, pequeñas?".
Al día siguiente, festividad de San Esteban, los Costa permanecieron también en casa. Por un lado anhelaban salir a la calle a respirar; pero por otro, ¡era todo tan acogedor allí dentro!: pisar una alfombra, utilizar un cenicero, encender una lámpara, ¡los espejos! Llevaban meses sin verse de cuerpo entero. En los espejos de luna se contemplaron a placer. Tuvieron la impresión de haber envejecido mucho. Y era verdad.
– Sí, no le deis más vueltas: os han salido muchas canas.
– Lo curioso es que estamos más gordos.
– Os conviene una revisión médica a fondo.
– Tal vez…
Salieron el día 27. Todo preparado para Año Nuevo y para Reyes. Escaparates deslumbrantes. Y mucho frío… Un buzón monumental en la Rambla, para que los niños echaran en él sus cartas a los Magos de Oriente.
La ciudad los reconoció. Los reconoció en seguida. Y hubo reacciones muy diversas, lo cual los asombró, pues los Costa habían soñado con unánimes demostraciones de afecto. Nada de eso. Salidos de la cárcel, mucha gente los saludaba con indiferencia. "Enhorabuena", les decían al pasar, sin detenerse a estrecharles la mano. Peor aún: abundaban las actitudes de reproche e incluso de desprecio. Los obreros 'rojos' los consideraban traidores, por sus actividades en Francia en favor de los 'nacionales'; los 'nacionales' a ultranza jamás los mirarían a la cara y estimaban que el indulto era a todas luces inmerecido.
Aquello supuso para los Costa una dura lección. Achacaron la general indiferencia "a que la gente tenía miedo". Sus esposas admitieron: "Es posible. De todos modos… ¡cuando conozcan vuestros proyectos!".
Sin embargo, era evidente que debían obrar con cautela. Nada de actos exhibicionistas, que resultarían improcedentes. Ni siquiera se atrevieron a ir al restaurante de la Barca a comer ranas. Ahora bien, había un par de visitas que no podían dejar de hacer. La primera, al cementerio, al panteón de su hermana Laura. Alquilaron un taxi y fueron allí. La lápida decía: Laura Costa. Caída por Dios y por España. Se santiguaron. La segunda visita fue para el notario Noguer. Quisieron darle las gracias por cuanto hizo por ellos a raíz del juicio. "Ya sabe usted dónde nos tiene… Cuente con nosotros". Apenas salieron, el notario Noguer le dijo a su esposa: "¿Te das cuenta? Como si de un momento a otro tuvieran que avalarme a mí…" En cuanto a visitar o no a 'La Voz de Alerta', preferían reflexionar sobre el asunto. Entre otras cosas le reprochaban a su cuñado que le hubiera guardado a Laura tan corta ausencia, que hubiera vuelto a casarse.
El día 30 salieron ya menos angustiados. Se pasearon, un poco al azar, por la ciudad. ¡Cuántos cambios! Multitud de detalles, a los que sus esposas y los gerundenses en general se habían habituado, les herían la retina. ¡Qué cantidad de letreros, de carteles, de consignas! No quedaba libre un palmo de pared… Algunas de aquellas consignas los sobrecogían. "La finalidad del Frente de Juventudes es el Imperio". "Cada niño que muere es un ciudadano que se pierde para la Patria". "¡Gerundenses! Dios te está mirando…" Y aquellos retratos a la trepa, silueteados en negro, de Franco y de José Antonio.
También les sorprendió la riada humana que entraba y salía de las iglesias. De repente, al reconocer a determinada persona con el misal debajo del brazo, los hermanos Costa se miraban: "¿Ése también…?".
Se detenían ante las librerías. Aparte de los libros infantiles, propios de aquellas fechas, gran predominio de devocionarios, de catecismos, de vidas de santos, el Kempis… Un solo libro de historia: "El general Sanjurjo, su vida y su obra", por el Caballero Audaz. ¿Dónde estaban Baroja y aquellos folletos de Gorki sobre "los milagritos" de Lourdes?
En la Dehesa se emocionaron. "Esto siempre está igual. Esto es eterno…" Recordaron el día en que, desde allí, partieron en abigarrados camiones los voluntarios para el frente de Aragón. "¿Te acuerdas de Porvenir, con la bocina? Estaba chiflado…" "¿Te acuerdas de Santi, con la pancarta que decía somos la rehostia?". Sus esposas les dijeron.
– Mejor que no habléis de eso. Vosotros les hacíais el caldo gordo.
Todo les parecía destartalado: la huella de la guerra. Llevaban impresa en la memoria la imagen de la floreciente Francia, de la Francia de antes de la invasión alemana; Marsella, la Costa Azul… Ahora, en Gerona, además de la Fundición Costa, que se vino abajo cuando la inundación, solares sin edificar; construcciones cuyas obras se habían paralizado; restos de refugios antiaéreos; una especie de monotonía, de expresión única, en los semblantes. "¿A qué se deberá?".
¡El Estadio de Vista Alegre! ¡Su amado campo de fútbol! Aquello les gustó… El verde césped, rectangular y perfecto, y aquel pasillo subterráneo para los jugadores… "¿Ese Pachín… será tan bueno como dicen?". Los hermanos Costa de pronto se entristecieron en el Estadio. No les importaba no poder salir de Gerona y saberse constantemente vigilados. Pero no poder formar parte de la junta del Gerona Club de Fútbol…
¡Ah, claro! Pese a sus proyectos, y a su talonario de cheques, debería pasar algún tiempo antes de adaptarse a su nueva situación. Entonces pensaron que la idea de la revisión médica era conveniente. Fueron a la Clínica Chaos y el doctor los atendió con solicitud. Análisis de sangre, de orina, radiografías, auscultaciones…
– Un poco anémicos. ¿Quién lo diría? Bueno, con vitaminas y un régimen alimenticio racional, todo arreglado.
Sus esposas los llevaron también al sastre. A un sastre recién llegado de un pueblo, pero que había aprendido el oficio en Lyon.
– ¿Qué se les ofrece?
– Los señores desearían unos cuantos trajes…
– ¿Unos cuantos? Un momento, por favor… Siéntense, por favor…
El día uno de enero se atrevieron a entrar en el Café Nacional para zamparse una copa de coñac. Y allí recibieron la primera prueba de adhesión espontánea. Ramón, el camarero, al verlos salió a su encuentro y les dijo en voz baja: "¡Viva la República!".
Aquello los estimuló. Al día siguiente subieron a la Barbería Dámaso, cuya instalación los dejó asombrados. Desde sus respectivos sillones descubrieron la presencia de Silvia, la manicura, y los dos hermanos se guiñaron el ojo. "Por favor, las uñas…" Al terminar, cada uno de ellos le dio cinco duros de propina. Silvia se azoró tanto que, contra su costumbre, por un momento separó un poco las piernas.
El día cinco presenciaron la Cabalgata de los Reyes Magos. El espectáculo los fascinó. Pensaron que era doloroso no haber tenido hijos. Ahora los hubieran visto desfilar, con el farolillo… "Desde luego -comentaron- esas tradiciones son bonitas. La guerra se perdió por eso, porque Cosme Villa y demás no respetaron esas costumbres".
Cosme Vila y demás… Este pensamiento los obsesionaba. ¿Qué habría sido de los exiliados? ¿De los hombres con los que hicieron causa común durante la República y al inicio de la guerra civil? Ahora, con los alemanes en Francia…
El administrador de la Constructora Gerundense, S. A., les dio información cumplida del paradero de cada cual -excepto de Antonio Casal, que se había quedado en París-, añadiendo una noticia que los dejó desolados: en octubre, o sea, hacía de ello tres meses, Companys, el ex presidente de la Generalidad de Cataluña, había sido entregado por los alemanes a las autoridades españolas. "Lo juzgaron en Barcelona y lo fusilaron en el acto, en Montjuich".
– Pero ¿es posible? ¿Es posible que el Gobierno de Vichy lo entregara?
– Así fue. Pero hay más: Companys, antes de morir, y al igual que Azaña, pidió un cura y se confesó…
– ¿Un cura? Pero ¡si Companys era espiritista!
– Precisamente por eso: creía en el más allá…
Los Costa movieron simultáneamente la cabeza.
– Hay que ver, hay que ver…
Entonces se interesaron por los "vencidos" que andaban por Gerona, y fueron también detalladamente informados por el Administrador. Por supuesto, entraba en sus planes dar trabajo a todos los reclusos que habían salido de la cárcel el mismo día que ellos. Así se lo habían prometido y así lo harían.
Los desazonó especialmente enterarse de la suerte que había corrido Alfonso Reyes, el ex cajero del Banco Arús, que había sido siempre, dentro de Izquierda Republicana, hombre adicto, honrado, leal. "Conque… redimiendo penas a doce grados bajo cero, ¿verdad?".
Se sintieron culpables. Los invadió un sentimiento de culpabilidad. "Él allí, y nosotros haciéndonos la manicura…" Imposibilitados para ayudar a Reyes, volcaron su atención hacia su hijo, Félix. Lo mandaron llamar y el muchacho se presentó, un poco intimidado:
– ¿Tú qué querrías hacer?
– Dibujar.
El chico los impresionó. Estaba muy delgado, pero había en su interior algo que era de fuego. Después de una breve charla convinieron en que le pagarían los estudios y en que ayudarían a él y a su madre con una cantidad mensual.
– Y cuando quieras ir a Bellas Artes, ya sabes…
– ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias!
Félix salió de allí convencido de que los hermanos Costa no eran dos sino tres: Gaspar, Melchor y Baltasar.
Los interesados en las actividades de la Constructora Gerundense, S. A., no acertaban a explicarse que los hermanos Costa, quince días después de haber salido de la cárcel, no se hubieran dignado pisar todavía las oficinas de la Sociedad, instaladas en la calle Platería. Habían supuesto que les faltaría tiempo para tomar posesión del despacho cuya placa decía Dirección y que convocarían una reunión general. En vez de eso, los hermanos Costa continuaban deambulando románticamente y tomándoselo todo con una parsimonia que crispaba los nervios. Sobre todo el coronel Triguero, desde que había recibido la visita de Gaspar Ley con la oferta de ponerlos en contacto con la sociedad barcelonesa Sarró y Compañía, no vivía. "Pero ¿a qué esperar? Han sido indultados. No pueden ocupar cargos públicos. Pero ¿quién les impide dedicarse a los negocios?".
Los Costa procuraban calmar los ánimos de sus colaboradores: "Paciencia… Todo se andará". Sabían que el Gobernador había dicho: "Que se anden con cuidado. Prefiero uno de la FAI a esos arribistas que salen siempre a flote". Sabían también que la Fiscalía de Tasas tenía atribuciones para enviar a los infractores incluso a batallones disciplinarios… "Por favor, no os impacientéis. Dejadnos actuar a nuestro modo. Además, ¡no perdemos el tiempo! De momento, lo importante es observar el panorama".
De acuerdo con esta idea, pues, los Costa se dedicaron por encima de todo a informarse sobre algo que estimaban esencial para enfocar las cosas de una u otra manera: la marcha de la guerra. Las noticias en la cárcel les habían llegado siempre tan unilateralmente, que habían salido de allí convencidos de que Mr. Churchill era una pulga y Hitler un elefante. En aquellos quince días, leyendo entre líneas la Prensa y, sobre todo, escuchando por la noche la BBC, de Londres, se dieron cuenta de que el pleito no era tan sencillo. Su asombro fue muy grande, pero era así: "¿Te das cuenta? Eso no está tan claro… En realidad, la pelota está en el tejado".
Para hablar de este modo se basaban en lo ocurrido en las últimas semanas: mientras los italianos sufrían serios reveses en el frente griego-albanés, los Estados Unidos, bajo la presión del reelegido presidente Roosevelt, incrementaban cada vez más su ayuda a la causa británica y votaban enormes presupuestos para el rearme. En África, en el desierto líbico-egipcio, también Mussolini tropezaba con una reacción enemiga inesperada. El jefe supremo de sus fuerzas, el general Graziani, había tenido que ceder ante la acción conjunta de las tropas inglesas, ayudadas esta vez por varias compañías neocelandesas, por otras australianas, por unidades del Camel Corps, ¡y por una división india! Lo cual indicaba que Inglaterra empezaba a aglutinar los recursos de su Imperio; mientras por su parte el general De Gaulle, instalado en Londres, pese a haber sido repudiado por Pétain, se afianzaba día a día como jefe absoluto de la Francia Libre y procuraba atraerse a los súbditos de los territorios franceses de ultramar.
Los Costa sabían que no cabía valorar con exceso esa reacción, pues "los italianos no contaban" y Hitler continuaba siendo superior y tal vez se estuviera preparando para asestar en cualquier momento el golpe definitivo. Sin embargo, de momento, lo dicho: la pelota estaba en el tejado, y nada de pulga y nada de elefante. Y cuanto más se extendiese y se complicase el conflicto, más probabilidades para Inglaterra… y mejores perspectivas para la Constructora Gerundense, S. A.
A otra cosa se dedicaban los Costa: a garantizarse, antes de empezar su acción, el debido asesoramiento jurídico. En realidad, su deseo hubiera sido depositar sus asuntos en manos de Manolo Fontana, cuya actuación en Auditoría de Guerra les había parecido digna de todo encomio; pero descartaron a Manolo precisamente por eso, por la "integridad profesional" de que el ex teniente jurídico hacía gala en su bufete.
En cambio, estimaron idónea la forma de actuar en la Agencia Gerunda, no sólo porque su anuncio en Amanecer continuaba asegurando "Se lo resolveremos a usted todo", sino porque su abogado, Mijares, era un lince, que según opinión unánime, había demostrado tener mucha experiencia y ganas de prosperar. "Si el abogado Mijares -le dijeron los Costa a su administrador- se aviniese a renunciar a la asesoría de la CNS y a ocuparse exclusivamente de nuestros asuntos, por mediación de Agencia Gerunda, le haríamos una oferta… especial".
El administrador sonrió. Aquello empezaba a encarrilarse. También sonrió el coronel Triguero, aunque éste continuaba preguntándose día tras día: "¿Por qué no me llamarán? ¿Cuándo podré estrecharles la mano?". Habló con el administrador.
– Por favor -le dijo el coronel-, dígales de mi parte que soy mayor de edad… Que el Gobernador y el general llevan lo menos cuatro meses enviando a Madrid informes y más informes intentando empapelarme, sin conseguirlo. Y es que… tengo en Madrid una hada milagrosa que vela por mí. ¡Y que Dios mediante continuará haciéndolo!
El administrador asintió con la cabeza y le dijo:
– Sin embargo, convendría que hablara usted, coronel, con el capitán Sánchez Bravo. ¡Convénzalo como sea! Le necesitarnos. Prometió decidirse cuando los hermanos Costa salieran de la cárcel. Pues bien, ya están fuera, y hasta ahora no ha dicho una palabra…