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Como ya lo he subrayado en mis Reflexiones locas (un manual de comportamiento del Samurai redactado para mi yerno Gonojo), el non plus ultra del servicio de un Samurai es saber expresar con inteligencia su propia opinión, como los hombres cualificados el feudo, que son los consejeros experimentados del Daimio. Cuando uno ha comprendido esto, poco importa lo que uno piensa o lo que hace. Pero nadie lo ha comprendido hasta ahora. Hay pocas personas cuya inteligencia sea suficiente para conformarse a este principio. Algunos, más preocupados de su avance personal, usan de la adulación y de la zalamería para mejorar su situación. Tales personas sólo alimentan bajas ambiciones y no podrán alcanzar el nivel de hombre de estado experimentado. Algunos, más calculadores todavía que estos últimos, no ven ningún interés en volverse buenos Samuráis y pasan el tiempo deleitándose con los "Ensayos sobre la pereza" o la poesía de Sagyo. Sin embargo, desde mi punto de vista, Kenko y Sagyo no son más que cobardes, y es porque eran incapaces de asumir las funciones de Samurai que tratan con desdén estos problemas, prevaleciéndose del título de religiosos retirados del mundo. Aún hoy en día, si bien yo pienso que es bueno para estos bonzos y las personas ancianas consagrarse a esta literatura, es preferible para el que tenga la ambición de ser un verdadero Samurai, que aunque acaparado por su combate para penetrar en el mundo, se esfuerce en servir perfecta y lealmente a su amo. Incluso si para conseguirlo tiene que estar hundido en el seno del infierno.