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Las anteriores versiones al castellano de Jerusalén adolecen de males paradójicos, por una parte pecan de una excesiva literalidad, mientras que por otra abundan los malentendidos, los errores y las omisiones, especialmente de los pasajes descriptivos, que, francamente, no son tantos ni tan largos pero que, aun así, aparecen mutilados. Sin embargo, es estilísticamente donde se vuelve más necesaria una nueva versión, una que intente reflejar el genio narrativo de Selma Lagerlöf, que si algo sabía, era poner un adjetivo tras un sustantivo con un incuestionable sentido del ritmo, de la ironía y del detalle.
La obra de Selma Lagerlöf, después de gozar de fama internacional, como castigada por el peso de su popularidad cae en desgracia, es desvirtuada y acaba enterrada bajo una espesa capa de prejuicios que, en el peor de los casos, identifican el «sello» Lagerlöf con una literatura de tercer orden, aburrida y burguesa, de una ingenuidad apta para abuelitas cristianas, y en el mejor con literatura infantil. Probablemente, eso explique que entre los pocos títulos traducidos al castellano domine el que relata las maravillosas aventuras de Nils Holgersson, que se ha editado y reeditado, tanto en castellano como en catalán, varias veces durante las últimas décadas, siempre en colecciones de literatura juvenil. Vale decir que no siempre las traducciones son directamente del sueco sino de otras lenguas, como el noruego o el alemán.
Aunque los académicos nunca hayan renegado de ella, es a partir de la década de 1980 del pasado siglo, donde en Suecia, con el auge de la teorías literarias feministas, resurge un dinámico interés por Lagerlöf. Entre muchos otros ejemplos, se afirma que ya en 1891, con su primera novela, La saga de Gösta Berling, Selma Lagerlöf se había anticipado en casi un siglo al realismo fantástico de Cien años de soledad. Un hecho de notable relevancia para la progresiva actualidad que Selma Lagerlöf está adquiriendo en Suecia, supuso la publicación en 1992 de gran parte de la correspondencia que mantuvo con Sophie Elkan, la cual permite conocer no sólo su personalidad y vida íntima, sino también entrar en el taller de la artista. Ha sido como abrir las ventanas de una casa abandonada, el fantasma de la ingenua solterona que cuenta moralizantes historias para niños se lo lleva el viento. Selma Lagerlöf, aunque autodidacta como la mayoría de las mujeres de letras de épocas pasadas, no era ninguna diletante, su vocación para la escritura le llegó de niña y a ella dedicó íntegramente toda su vida. Los logros que consiguió no fueron fortuitos, Lagerlöf tenía una sólida base en los clásicos -la Biblia, las sagas islandesas y Dickens, entre otros, fueron algunos de sus principales maestros-, y ya antes de debutar y de entrar en la Academia Sueca, seguía las corrientes y debates literarios de su tiempo.
En 1996, el danés Bille August realiza una nueva versión cinematográfica de Jerusalén que si algo consigue, aparte de poner de manifiesto la vigencia del relato que le sirve de base, es devolverle a la historia algo del tono de la primera versión. Si en Escandinavia, fuera de las aulas, poco a poco emergen entusiastas y asombrados lectores de Selma Lagerlöf entre las nuevas generaciones, también tiene lectores en los lugares más insospechados, y así, en su discurso de agradecimiento, el premio Nobel de 1994 Kenzaburo Oe confesó que si alguien le había enseñado cómo hacer mitología de su terruño japonés, ésta era Selma Lagerlöf. Da la impresión de que su buena estrella, en la que ella tanto creía, vuelve a ascender. Esperemos que esta última y, por primera vez, completa traducción al castellano contribuya a impulsar su movimiento.