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La política valenciana parece un rompecabezas al que siempre le falta una pieza. Quizá la propia anomalía del país infunda anormalidad en unos acuerdos que serían impensables en otros lugares. Cuando no eran las ansias del Front de Francesc Petit por erigirse en fuerza decisiva de obediencia autóctona, era la presencia de un outsider, además de intruso, como Juan Lloris lo que complicaba aún más la coyuntura e imposibilitaba pactos coherentes. La escisión en el Front aún añadía más dificultades. En esas circunstancias, un hombre curtido en política, con veinte años de experiencia, intentaba reconducir la situación con un último esfuerzo. La iniciativa del socialista Josep Maria Madrid tenía como objetivo, en caso de ser exitosa, potenciar su figura en el partido, donde las corrientes ideológicas, o más bien los distintos grupos que pugnaban por el poder interno, también dirimían batallas con compromisos puntuales que hacían de los socialistas un partido versátil: unas veces más o menos autonomistas, otras más o menos de izquierdas, según su dinámica interna. El pacto con Horaci Guardiola, actual secretario general del Front, les obligaba a confeccionar un programa más social, pero la irrupción en escena de Juan Lloris les ponía en la tesitura de llegar a un acuerdo electoral con la derecha, entente que generaba un problema con el Front, que a su vez, si no quería desaparecer del mapa parlamentario, necesitaba a los socialistas. También Juan Lloris era un quebradero de cabeza para la derecha, que, quisiera o no, tenía que pactar secretamente con los socialistas para que el empresario no obtuviera la alcaldía. Pactos contra natura, acuerdos que generaban desconfianza entre unos y otros, mientras Francesc Petit se erigía en actor principal, un elemento indispensable aunque todavía se desconociera su tirón electoral en la ciudad.
Él mismo intuía que era la pieza clave, pero a la vez era consciente de que, para jugar su baza con habilidad, lo más importante no era disponer de buenas cartas, sino saber utilizarlas. Juan Lloris, los conservadores y los socialistas le necesitaban. Pero la partida más importante era la que se jugaba con el empresario. Los socialistas eran rehenes de Horaci Guardiola, que impediría cualquier acuerdo con Petit; los votantes conservadores no entenderían que un hombre con el pasado de Petit figurase en las listas de la derecha, algo que tampoco admitirían los hipotéticos votantes del ex secretario del Front. Así pues, todos los caminos llevaban a Lloris. Entonces, ¿por qué Josep Maria Madrid se empeñaba en reunirse con él? Políticamente no podía ofrecerle nada, y personalmente rechazaba cualquier cargo de asesor que le apartara del ámbito de la política estricta. Además, no se fiaba de Madrid aunque no le importara escucharle. A pesar de todo, la cortesía era una costumbre que aún mantenía su valor diplomático entre todos ellos. Tenía pocas cosas que decirle a Josep Maria Madrid, pero habló largo y tendido con él.
Empezó los preámbulos con una exposición razonable sobre el callejón sin salida al que todo el mundo había llegado: la necesidad de pactos contra natura a los que se veían obligados de resultas de la candidatura sorpresa de Juan Lloris. Me alegro de que no hayas evitado recordármelo, porque me encuentro en el mismo dilema. No obstante, Madrid replicó que no era la misma situación, ya que, si Petit decidía apoyar a Lloris, probablemente el empresario tendría posibilidades de conseguir mayoría absoluta. De modo que el socialista le hizo una propuesta con tal que no tomara el camino que le conducía hasta el empresario. Preséntate solo, con un nuevo partido, y nosotros te ayudaremos con la financiación. Incluso convenceríamos a los conservadores para que te ayudaran económicamente. ¿Con un crédito de Bancam?, preguntó Petit. En efecto. ¿De cuánto? De lo que haga falta… pero que sea razonable. Francesc Petit objetó que, si no obtenía representación política en el Ayuntamiento, entonces su nuevo partido tendría una deuda imposible de mantener; por no mencionar que, a causa de esa deuda, se vería políticamente en manos de sus avaladores. Arreglaríamos la deuda, trató de persuadirle Madrid. Obviamente, añadió el influyente socialista, en caso de obtener concejales deberías comprometerte por escrito a no apoyar la candidatura de Lloris. Todo será por escrito, remató Francesc Petit pensando en la condonación de la previsible deuda. En cualquier caso, al ex secretario general del Front le preocupaba quedarse fuera de la política institucional. Con Lloris tenía todas las posibilidades. Sin él, todas las posibilidades eran dudosas.
Petit no se comprometió a nada, tan sólo a reflexionar, junto a sus diputados, sobre la propuesta socialista. Sin embargo, tenía una última pregunta: ¿estaban los conservadores enterados de aquel encuentro? Sí, respondió Josep María Madrid sin la menor vacilación. Muy bien, dijo Petit, se dieron la mano y se fue no sin un ruego de su interlocutor: Decídete pronto. Estaba decidido: no aceptaría, pero evitaría durante el máximo tiempo posible hacer pública su decisión tanto en lo referente a la negativa a socialistas y conservadores como en lo relativo al anuncio de su coalición con las listas de Juan Lloris. Ambas opciones eran ases en la manga de un jugador que, antes de iniciarse la partida, ya tenía ventaja.
El único camino apropiado era el del empresario. Los socialistas se jugaban mucho. Llevaban años sin gobernar ni en el Ayuntamiento ni en la Generalitat, se veían presionados por sus compañeros de Madrid, que después de ganar en Cataluña y en Galicia, y de haber recuperado el gobierno del Estado, necesitaban apuntalar su éxito en las municipales de la ciudad de Valencia para beneficiarse posteriormente de los comicios autonómicos. Aquella presión obligaba a los socialistas locales a hacer promesas que en la práctica no podían cumplir; a forjar cualquier pacto que les fuera útil para su objetivo de presentar buenos resultados en Madrid. De no ser así, desde la central española, hostigados por la impaciencia, forzarían la celebración de un congreso extraordinario, o, peor aún, nombrarían una gestora provisional y expulsarían del partido a todos los dirigentes coetáneos, cansados de las sucesivas derrotas electorales. La autonomía de los partidos regionales es, como los programas políticos, un enunciado teórico. De modo que Petit lo tenía claro. Conservadores y socialistas lo tenían claro con él. Sin embargo, para dilatar la declaración pública de la decisión, volvería a reunirse con Josep Maria Madrid para presentarle una contrapropuesta: si apartaba a Guardiola, aceptaría un acuerdo. Mejor aún: se lo pondría fácil. Incluso, con el beneplácito de sus diputados, existía la posibilidad de darles el gobierno de la Generalitat durante lo que quedaba de legislatura. Tentador, muy tentador, pero es imposible aceptarlo. Unos meses en el gobierno autóctono no les compensarían por el furibundo ataque de los conservadores ni por el desamparo en que los dejaría Horaci Guardiola en las próximas elecciones. Entonces, comprensiblemente, Petit no tendría más remedio que aliarse con Lloris. Por él no habría quedado.