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Higinio Pernón representaba la figura del intermediario a gran escala. Actuaba en nombre de un consorcio murciano con enormes intereses en los proyectos urbanísticos de la ciudad de Valencia y otros puntos del país. Con Lloris en la alcaldía, el Parc Central y el Parc de Capçalera serían los objetivos prioritarios. Habían invertido muchos millones. Una apuesta decisiva para el grupo. También para Pernón, cuyos consejos hicieron que el consorcio se decidiera a jugar el envite de una sola carta: Juan Lloris. Pernón, pues, debía asegurarse de que el proceso cumpliera con lo que, desde hacía tiempo, había planeado con él. La amistad entre Pernón y Lloris era discreta pero intensa. Gracias a él, el candidato había invertido en lugares estratégicos del litoral mientras presidía el Valencia C. F. Su red de influencias le permitía preparar proyectos de gran envergadura que servía en bandeja de plata a las inmobiliarias más prestigiosas, por lo general de Madrid, de Barcelona y alemanas. Si lo creía oportuno participaba en el negocio o, al contrario, cobraba una elevada comisión por él. El éxito de un intermediario de ese tipo reside en la confianza que sus clientes depositan en él. Pernón era un hombre avalado por operaciones urbanísticas que, complicadas en un principio, acababan por ser negocios redondos.
Aunque para todo el mundo Júlia Aleixandre era la persona que desde la sombra programaba la carrera de Lloris, en realidad, desde hacía un tiempo, tras ella estaba Higinio Pernón. Pero Júlia tenía sus propias ideas y Pernón debía estar atento, satisfacerla, sobre todo desde que Lloris la despreciaba más que de costumbre. Ella era una pieza importante que siempre había que tener en cuenta, por lo que aportaba, pero más aún por lo que sabía. Si Pernón hubiera conocido años atrás a Lloris, Júlia no formaría parte de la trama. El intermediario desconfiaba de los peones con demasiada iniciativa. Era del parecer de que cada uno tenía que encargarse de una tarea específica, y la asesora quería hacerlo todo. La convivencia entre Lloris y Júlia era difícil, y antes de que las cosas fueran irreversibles se reunió con ella. A Pernón le preocupaba el estado de las relaciones entre ambos. Se lo preguntó. Júlia meditó la respuesta. Si confesaba que el continuo desprecio de Lloris la tenía harta, temía que el consorcio prescindiera de ella. Sabía que era importante en todo el dispositivo, pero también que no era imprescindible. La pieza irreemplazable, por lógica, era Lloris. De modo que optó por una respuesta que aportara indicios de que algo iba a cambiar.
– Señor Pernón, usted conoce a Lloris. Es un hombre impetuoso e irreflexivo, difícil de asesorar -puso un ejemplo-: me cuesta mucho convencerle de que Francesc Petit es muy importante para tener éxito en la operación política. Es cierto que Petit resulta intransigente en sus peticiones, pero debemos entender que dará un paso muy arriesgado para él. Pide mucho, pero nos jugamos tanto que cualquier exigencia es asumible. En el fondo se trata de un tira y afloja fruto del carácter dictatorial de Lloris.
– ¿Cuáles son sus peticiones?
Las detalló de cabo a rabo. Pernón estuvo de acuerdo.
– Hablaré con él.
– Tendrá que hacerlo pronto. Con toda seguridad, Petit tendrá ofertas de conservadores y socialistas, y, aunque para él es muy complicado aceptarlas, no deberíamos obviar que está sujeto a presiones que podrían decantar su retirada de la política si le ponemos entre la espada y la pared.
– ¿Tan decisivo es para nosotros?
– Rotundamente, sí.
– ¿Lo sabe Lloris?
– Estoy cansada de explicárselo, pero su ego le induce a creer que la única persona imprescindible es él. Las diferencias no son irreconciliables. Estoy segura de que admitirá las exigencias, pero retrasar su decisión pone en peligro todo el proceso.
– Se lo dejaré muy claro.
Era mediodía y estaban en el piso de Júlia. Higinio Pernón había ido allí para hacerse una idea de su nivel de vida. Una vivienda de esas características y con aquella situación geográfica, en la zona de mayor especulación, justo enfrente de la Ciutat de les Arts i les Ciències, no provenía de un sueldo de asesora. Pernón sabía que Júlia participaba en algunas de las sociedades de Lloris. Ella tenía quejas al respecto. Las expresó mientras Pernón la escuchaba atentamente.
– Intervendré para resolverlo -le dijo-. Las aguas deben volver a su cauce. La operación del Parc Central es de suma importancia. No hace falta que te subraye cuánto dinero se ha invertido en eso. Te seré franco y directo, Júlia. Estoy facultado para ofrecerte grandes beneficios si todo va bien.
– ¿Podría explicitármelo?
– Sin duda. Comisiones escalonadas a medida que el proyecto tome cuerpo. Con una peculiaridad: te hemos abierto una sociedad en Gibraltar. No la compartirás con Lloris. Será sólo tuya. Ahora mismo no puedo hablarte de cantidades, pero puedes estar segura de que, si así lo deseas, pese a tu juventud, podrás retirarte. Vivir el resto de tus días con un nivel de vida envidiable. Sin embargo, para que todo funcione, Lloris es la pieza clave. Así pues, te pido paciencia y mano izquierda. Me encargaré de lo que no puedas solucionar. Tenemos que trabajar como un equipo en pos del éxito electoral de Lloris. Sin él, no tenemos nada. ¿He sido explícito?
– Sí.
– ¿Te das por satisfecha?
– Mucho.
– He intercedido por ti ante el consorcio. Volveré a sincerarme: Lloris quería dejarte fuera, pero yo valoro tu trabajo y he conseguido que te lo recompensen como mereces. Una vez sea alcalde, ya no tendrás que preocuparte por eso. A partir de ese momento tendrás de sobra para vivir. ¿Verdad que vale la pena un último esfuerzo?
– Estoy absolutamente convencida de ello.
– Trátale con guantes de seda. Es vital para ti. Para todos nosotros.
– Lo he entendido perfectamente.
– Aquí tienes el banco y el número de cuenta corriente de la sociedad. -Le tendió un impreso de la entidad de Gibraltar-. El consorcio te ha ingresado algo de dinero. Un adelanto de la confianza que depositamos en ti.
– Gracias, señor Pernón.
Después de otra semana de trabajo, Butxana redactó un informe para Lloris. Se lo inventó todo, porque había dejado a Júlia al margen de los seguimientos, pero sí que reveló lo que Albert y Miquel le habían dicho: además de negociar asuntos políticos, Júlia y Petit se entendían.
– Ésta todo lo arregla con el coño -concluyó Lloris.
– ¿Es capaz de deducir algo más?
– ¿Qué quieres decir? -Lloris, ofendido por la ironía.
– Quiero decir que a lo mejor ambos le hacen la cama con algún tipo de estrategia política para desbancarle cuando sea alcalde.
El detective piojoso acababa de plantear una hipótesis que el candidato no contemplaba. Quizá no anduviese desencaminado. Si Francesc Petit le exigía el segundo puesto de la candidatura, y prácticamente el resto de la lista, salvo Puren y el chófer, la confeccionaba Júlia, era obvio que en cualquier momento de la legislatura Júlia y Petit le darían la vuelta a todo.
– Es una contingencia que ya he tenido en cuenta.
Lloris no se dejó amilanar por la conjetura del detective. Habría sido una imprudencia de idiota admitir que no había previsto tal posibilidad. Así pues, permitiría que Petit fuera el segundo, pero controlaría el resto de la candidatura.
– ¿Por qué no me lo has puesto en el informe?
– Imaginaba que un hombre tan despierto como usted ya debería tenerlo en cuenta. Pero prefería no dejar constancia de ello por escrito. Quizá el informe, por un olvido suyo, podría haberse quedado encima de la mesa y Júlia haberle echado un vistazo. En todo caso, tan sólo es una suposición. Ahora bien, puedo indagar sobre las negociaciones que llevan entre manos.
– ¿Puedes hacerlo?
– Por supuesto.
Butxana no tenía ni idea de cómo descubrir lo que Júlia y Petit trataban políticamente, pero pretendía ganar tiempo con tal de profundizar en la investigación que de verdad le interesaba.
– ¿Cómo lo harás?
– Por discreción, permítame que no se lo diga. Cuando llegue el momento lo sabrá todo.
– ¿Trabaja alguien más contigo?
– Sí, pero no le diré quién.
– Muy bien, pero quiero resultados y los quiero pronto.
– Los buenos resultados tardan un poco.
– Una pregunta: ¿se ha reunido Júlia con un tipo alto, de cabellera plateada y abundante, de unos sesenta años?
Lloris se refería a Higinio Pernón.
– La sigo durante buena parte del día, desde que sale de casa hasta que vuelve, y no he visto a ese individuo. ¿Alguien en especial?
– Simple curiosidad.
– Tendré en cuenta la descripción que me ha facilitado.
– Puedes irte.
– Gracias por su atención.
El detective salió del despacho que Lloris tenía en la avenida de Aragón y dejó algo de sarcasmo en el ambiente. Era más listo de lo que el candidato imaginaba. Y, además, no le gustaban los modos de tipo engreído de los que hacía gala.