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20

Maria se tomó dos días de vacaciones que le debía la empresa. Tenía previsto cogérselos más adelante, el miércoles de Semana Santa, para tener cinco días seguidos, pero la irrupción de Liam en su vida hizo que cambiara de planes. Tras la primera noche se originó el inicio de la confianza. De hecho, a esa noche siguieron tres más hasta la madrugada, cuando el irlandés acompañaba a Maria a su casa. Pese a ser una mujer de treinta y un años, sus padres preferían que no pasara la noche fuera. Decidió decirles que se iría los dos días de permiso a la montaña, con una amiga. Necesitaba relajarse. A Liam también le apetecía estar dos días enteros con Maria. Ella programó una serie de visitas a museos y a algunos rincones turísticos cercanos a la ciudad que a buen seguro le gustarían. Pero Liam conocía muchos rincones, de toda clase. En una guía turística buscó el lugar que más le apetecía. Con un rotulador marcó el complejo hotelero y recreativo de la Calderona. Maria nunca había estado allí.

Tres cuartos de hora después de que Júlia Aleixandre hubo convocado a Manuel Gil en un punto de la carretera de Ademuz, a las once de la noche, para comunicarle de manera irrevocable y con efectos inmediatos la suspensión del encargo al irlandés, Gil llamó por teléfono a Lluís Lloris. Aunque el hijo del candidato exigió que se le adelantara algo de lo que parecía tan urgente, Gil se negó en redondo y quedaron en verse junto al centro comercial del Saler. En el coche de Lluís, como si se quitara un gran peso de encima, Gil le dijo que Júlia había ordenado cancelar el plan.

– ¿Por qué?

– No me lo ha dicho.

– ¿Crees que lo sabe la policía?

– Me habría enterado.

Lluís se quedó pensativo. ¿Por qué sin consultárselo decidía unilateralmente detenerlo? Sin duda, por las razones que fueran, ahora le convenía otra estrategia. Lluís se enfadó.

– Habla con él y dile que siga adelante con el plan.

– No puedo hacerlo. Le he enviado un mail con la orden de Júlia.

– Pues ahora le envías otro revocándolo. Si hace falta, le pagaré más.

– Lluís, el irlandés es un tipo peligroso. No admitirá estas bromas de ahora para, ahora vuelve a empezar. Son asesinos. Profesionales del crimen. Ha ganado una cantidad importante sin hacer nada. Quizá ya se haya ido.

– Aún no lo habrá leído.

– Cuando lea los dos se quedará con el primero. Al fin y al cabo, ya ha cobrado la mitad.

– Que he pagado yo.

– ¿Y Júlia?

– Tenía que pagar la otra mitad.

– Lluís, he venido a decírtelo por amistad. Júlia me dijo que no te contara nada.

– Te compensaré si hablas con él.

– No quiero saber nada de este asunto. Me he metido demasiado a fondo. No me gusta ese tipo. Renuncio a la parte que me correspondía. Es más, desapareceré unos días de la ciudad. Tienes su teléfono. Ponte en contacto con él.

– De acuerdo, pero no se lo digas a Júlia. Te daré algo de dinero, para que te vayas fuera una semana.

– Te lo agradezco, no quiero verme involucrado.

A las nueve de la mañana, Miquel, Albert y el ex comisario Tordera acudieron al piso de Toni Butxana. Antes, el detective se había tomado un café con Núria cerca del lugar de trabajo de ella. Una visita con la idea de tranquilizarla, en previsión de que sus inquietudes pudieran interponerse en las tareas de investigación. Además, el encuentro sirvió para que Butxana pusiera a prueba la relación.

– ¿Sabes, Núria?, si esto sale bien ganaré mucho dinero.

– Me alegro mucho por ti.

– Tienes que alegrarte por ambos. Con ese dinero podemos hacer planes. Hasta ahora no he podido ofrecerte nada que no tuvieras. Pero, cariño, todo cambiará. Yo también podré darte seguridad, una vida sin estrecheces. Es obvio que no seremos millonarios, pero será distinto. Me apetece tener una vida estable. ¿Te gustaría vivir en un pueblecito de montaña?

– Me gustan los pueblecitos.

– Magnífico.

– Toni, tengo dos hijos.

– Vendrán con nosotros.

– Tengo un trabajo en la ciudad.

– No te hará falta.

– Toni…

– Dime, cariño.

Núria miró su reloj. Tenía que fichar y faltaban tres minutos para las ocho y media de la mañana.

– Toni… ya hablaremos. Tenemos tiempo -dijo levantándose deprisa y corriendo.

Le besó de forma rutinaria, con prisas.

– Lo siento, cariño, pero son casi las ocho y media. ¿Cuándo podremos vernos con normalidad?

Había cierta ironía en su petición, aunque la formulaba como un derecho irrenunciable.

– Te llamaré.

Otro beso cotidiano y se fue.

Adiós, Núria, dijo Butxana en voz baja, inaudible para los clientes que había a su alrededor. Basta con dejar ver a quien quiera mirar. Los ojos de Butxana observaban con indulgencia a Núria, sus temores, sus frustraciones. No hacía falta haberla puesto a prueba para saber lo que iba a encontrar. Ni en el fondo ni en la superficie, tampoco él estaba dispuesto a cambiar de vida. Hay trenes que llegan demasiado tarde y entonces es mejor no quedarte esperando en el andén. Además, lo importante no es ser feliz. Aquí hay un error: lo importante es no ser desgraciado. Y quizá aquélla fuese la consigna de las parejas de tres. La conversación entre ellos tendría que haber consistido en pedirle un poco de paciencia, hasta que al cabo de unos días, cuando el encargo estuviera resuelto, las cosas volvieran a lo habitual: ella con su marido y él con ella, algunas tardes, algunas horas. Butxana se ratificó en su determinación. Las excusas de Núria le tranquilizaban. Llegado el momento, él tomaría el rumbo que le interesaba sin tener que dar ese tipo de explicaciones que no hacen más que ocultar la fatiga de la rutina. Sin hacerlo, para preservar la sutileza que cualquier encuentro clandestino exige, ambos participaban en el juego de la sustitución temporal. Pero él ya se había acostumbrado al vacío de Héctor Barrera con la certeza de que una mujer no lo llenaría. Porque es falso que la vida esté hecha de ocasiones perdidas; más bien está repleta de decisiones que no se han tomado.

En el piso, Butxana pidió que le informasen de las novedades de los últimos días, sobre todo Miquel y Albert. El periodista se quejó de que el seguimiento inmóvil en el pub La Escapada no aportaba nada nuevo. Uno de los franceses siempre estaba allí, y del otro apenas podían añadir nada porque aparecía muy poco. En cuanto a Miquel, disponía de la información del encuentro entre Lluís Lloris y Manuel Gil, que había tenido lugar sobre las doce de la noche.

– Estaba esperando a Gil cuando le vi subir al piso y pasados diez minutos bajó. Se vio con el hijo de Lloris en el centro comercial del Saler

– Novedad importante -dijo Butxana-. ¿Y tú? -le preguntó a Tordera.

– Nada. Ya te dije que era muy difícil controlar al individuo que nos interesa en el Astoria. Hay muchos turistas. Ninguno me llama la atención.

– ¿Cuántos van solos?

– Cuatro. Pero uno apenas está algún rato en el hotel.

– Explícate.

– Supongo que tiene una amiguita y pasa las noches en su casa.

– Pues podría ser el hombre que buscamos. Pero vayamos por partes. He dicho que la novedad de Miquel era importante, porque yo, siguiendo a Gil, fui testigo de la reunión entre Júlia y él, en la carretera de Ademuz. Por cierto, Miquel, tú no estabas allí.

– En ese momento no tenía el coche de Albert. Y, ahora que lo dices, tú tampoco seguiste a Gil hasta su casa.

– Después de su encuentro con Júlia lo dejé estar.

– Pues ya ves -dijo el ex comisario-, gracias a Miquel sabemos que Gil se encontró con ambos la misma noche. Interesante, ¿no?

– En efecto. Centrémonos: algo importante está pasando cuando Gil se reúne por separado y la misma noche con ambos.

– Quizá eviten que los vean juntos -dijo Albert.

– Sea como fuere, esa reunión de urgencia, a las horas a las que tuvo lugar, es un indicador de novedades. Mirad -explicó Butxana-, creo que los seguimientos que hacemos son tan dispersos que dan resultados pobres.

– Los planeaste tú -recordó Tordera.

– Hay que cambiar de estrategia. Veamos: si quieren cargarse a Lloris, para descubrir a su ejecutor debemos seguir al candidato.

– ¿Para ser testigos cuando le liquiden? -ironizó Tordera.

– Si quieres cargarte a alguien tendrás que conocer sus horarios y los lugares que frecuenta.

– ¿Y si ya lo ha hecho y sólo espera el día adecuado? -preguntó Miquel.

– No podemos saberlo -replicó Butxana.

– Pues vamos al grano -intervino Tordera.

– ¿A qué grano te refieres?

– Al grano de Lloris. Decirle que van a por él, evitar que le liquiden; impedir, sobre todo, que nos quedemos sin la compensación económica que como agradecimiento nos dará.

– Estoy de acuerdo -aprobó Miquel.

– Yo no. Faltan pruebas -apuntó Albert.

– Exactamente, faltan pruebas -redundó Butxana.

– ¿Quieres pruebas? Yo te las consigo enseguida.

– Pues di cómo -desafió el detective al ex comisario.

– Tienes fotos de Júlia reuniéndose con el hijo de Lloris, también del hijo con Gil, de Gil con los franceses, de Gil con Júlia… Si se las llevas a Lloris, Júlia tendrá problemas.

– Pero eso no demuestra que quieran liquidarle.

– Si esperas a tener la prueba definitiva, le liquidarán antes.

– ¿Y qué propones?

– Muy sencillo: extorsión. Obligar a Júlia a contárnoslo todo a cambio de dejarla al margen. No la implicaremos si nos dice quién es el individuo que llevará a cabo el encargo.

– Por precaución, ella no sabrá quién es.

– Pero Gil sí -dijo Miquel-. Él es el enlace, el coordinador, el hombre que conoce todos los movimientos.

– Eso es otra cosa -dijo Butxana, satisfecho. Se levantó de la mesa de la salita-. En efecto, Gil ha formado parte de todo el proceso. Ha hablado con el hijo de Lloris, con Júlia, y muy probablemente, a través de los franceses, ha contratado al individuo. Es nuestro hombre para acortar pasos. ¿Por qué no se nos ha ocurrido antes?

– Porque nosotros tenemos la deformación profesional de actuar según métodos deductivos. Miquel es matemático y recurre a la suma sencilla para obtener el resultado.

– Estudiaremos la fórmula idónea para atraparle ahora mismo. Pero antes hagamos un pequeño receso. ¿Queréis almorzar?

Se oyó un no unánime.