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El mismo sábado que Francesc Petit fue derrotado en el congreso extraordinario del Front, por algo más del setenta por ciento de la militancia, ese mismo sábado en que el ex secretario general pretendía tomarse unas semanas de reflexión para ver cuál era el rumbo más propicio, Juan Lloris anunció en rueda de prensa que presentaba su candidatura al Ayuntamiento de Valencia.
El anuncio movilizó a los demás partidos. Los conservadores, en principio los más perjudicados, llamaron a los socialistas, que se mostraron receptivos dado que la figura de Lloris, muy popular entre los aficionados del Valencia C. F, también los amenazaba (entre sus votantes había un considerable sector de simpatizantes del equipo), mientras que el nuevo Front de Horaci Guardiola era convocado a una reunión posterior que mantendría con Josep Maria Madrid, maestro socialista en el arte de gestar y romper acuerdos siempre cobijado por una sombra que tras años acogiéndole era tan larga como visible.
El menos preocupado de todos, Petit, se ocupaba del mayor problema que le planteaba la escisión del Front, que tenía planeada desde el primer día que se había anunciado el congreso extraordinario: el dinero. Si por una parte la creación de un nuevo partido le libraba de las deudas del Front con Bancam, entidad supuestamente de ahorro, por otra pensaba de qué forma podría sonsacarle a la entidad bancaria un crédito blando para poner en marcha «Democracia Valenciana», el nombre elegido para la formación política que lideraría junto a los cuatro diputados que le quedaban en el Parlament y la mayor parte de los militantes que seguían siéndole fieles, casi todos en la capital. Pensó en una fórmula rápida y efectiva: amenazar a los conservadores con retirarles su apoyo si no le permitían, ya que presidían y dominaban el consejo de administración de Bancam, obtener un crédito en condiciones favorables; tenían que ser tan favorables que debían otorgarlo sin que el nuevo partido avalara con patrimonio, aval imposible porque Democracia Valenciana, por decirlo con una expresión popular, estaba «canina».
La amenaza no era muy consistente. Si se escindía del Front para no prestar su apoyo a los socialistas, no hundiría a los conservadores para que éstos gobernaran. Resultaría absurdo que, recién clausurado un congreso extraordinario en el que había defendido la tesis de que los socialistas iban a fagocitarlos, semanas después cambiara de parecer. En ningún caso podía venderle a la opinión pública un cambio así. Ahora bien, ¿qué era más nocivo, la posibilidad de echarse atrás o la de que los conservadores perdieran el poder? Trataría de plantearles el dilema convencido de que les perjudicaría enormemente perder el Govern de la Generalitat. La patronal les obligaría a aceptarlo.
Hizo un recuento de urgencia de cuanto necesitaba: una buena sede, amplia, céntrica y con algunos empleados liberados. Y un millón de euros para afrontar las municipales de la ciudad con ciertas garantías. Al fin y al cabo, el éxito de Democracia Valenciana debilitaría al Front, circunstancia que también iría en detrimento de los socialistas. Concluyó que los conservadores tendrían una papeleta difícil de resolver. Como muy bien intuía Petit, el anuncio de Lloris haría que socialistas y conservadores llegaran a acuerdos. Acuerdos imposibles si Bancam ayudaba a Democracia Valenciana.
Pero en aquellos momentos, en el coto de Juan Lloris, Júlia Aleixandre y el propio empresario urdían un plan para resolver su problema económico. Desde hacía un tiempo, desde que Lloris había abandonado la presidencia del Valencia C. F, tras buenas campañas bajo su mandato y con la promesa de que volvería si el equipo no mantenía su buena racha (como prueba del cumplimiento de la promesa sólo vendió una parte de su paquete accionarial, quedándose con otra que, en un momento dado, sería decisiva sumada a la de los pequeños accionistas), el empresario quería lanzarse a la arena consistorial. Júlia le hizo desistir hasta que se dieran las condiciones óptimas. Así pues, cuando el Front hizo público que tendría lugar el congreso extraordinario, y tan pronto como Júlia descubrió las escasas posibilidades de Francesc Petit, decidió que el mismo día del congreso Juan Lloris, en rueda de prensa multitudinaria en el hotel Valencia Palace, anunciaría su candidatura a la alcaldía de Valencia.
Sin embargo, Júlia tenía un problema político con Juan Lloris. Era un hombre tan desbocado, con tantas ansias de venganza contra los conservadores, que siempre le habían despreciado, y contra los empresarios, que nunca le habían apreciado, que temía que sus actos acabaran pasándole factura política. Que fuera viril, autoritario y populista le beneficiaba ante una masa electoral poco proclive a cuestiones ideológicas; pero esa vehemencia, en el país de los matices, debía adaptarse a unos límites que no hicieran saltar la alarma entre los mismos sectores sociales que en principio eran receptivos a los mensajes de una Valencia fuerte y admirada en España.
La base electoral de Lloris se hallaba radicada en el entramado de peñas valencianistas y en su influencia en todos los barrios de la ciudad. Como presidente del Valencia C. F., Lloris se había forjado la sólida reputación de una persona de grandes proyectos, algo que siempre entusiasmaba a una ciudad a la que costaba superar su complejo de inferioridad respecto a Barcelona y Madrid, y la eterna sensación de perder el tercer puesto del ranking de las ciudades españolas. Con Lloris como alcalde, la ciudad, con la Copa América a la vista, sería reconocida en todo el mundo. «Seremos una ciudad de Champions», exclamó con un símil futbolístico que procuró repetir durante la rueda de prensa en todos los instantes en que se salió del guión preparado por Júlia Aleixandre.
El lenguaje de Lloris debía compensarse con la moderación y las tablas políticas de Francesc Petit. Ambos se necesitaban. Uno, para subsistir; el otro, para evitar que su discurso quizá llenara de prevenciones de todo tipo la decisión de votarle. Pero, como por desgracia sabía Júlia, Lloris era un hombre difícil de asesorar. Durante un tiempo, cautivado por Júlia en la cama, Lloris fue dócil. Sin embargo, la pasión había disminuido y sólo la perspicacia de su asesora, que un listillo como él valoraba mucho, la retenía a su lado. Por otra parte, Júlia dependía económicamente de Lloris, como empleada y como socia en varios negocios de inversión especulativa, hechos que descartaban la ruptura, aunque cada vez Lloris se volvía más irreductible y, también, más personalista. A pesar de todo, Júlia no era mujer de rendición fácil. Llamó a Petit para verse con él al día siguiente, domingo. Fue un día de encuentros: socialistas y conservadores también se habían convocado.