38492.fb2 Juicio Final - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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Domingo, día de reuniones en Valencia. Podía afirmarse que la ciudad, políticamente, estaba convulsa. En el tablero de la política autóctona todo el mundo movía sus peones para situarlos según la estrategia necesaria, en busca de pactos dudosos entre caballeros de dudosa ética que se necesitaban mutuamente. Se intuía una lucha encarnizada. Por resultados y pronósticos electorales, siempre había sido así. Pero, ahora, la presencia ingrata y agresiva del empresario Juan Lloris añadía una amenaza más al bipartidismo. Una irrupción inquietante, inesperada, cuando todo el mundo le creía tranquilo y satisfecho con los beneficios que como presidente del Valencia C. F. había obtenido por la venta de parte de sus acciones y por el traspaso del africano Bouba, jugador emblemático pero irregular en el campo y demasiado reincidente en la vida nocturna. Una venta idónea llevada a cabo justo cuando el mercado del fútbol aún entendía de locuras económicas, antes de volver, al estallar la burbuja inflacionista, a una transitoria racionalidad. Dueño de Bouba, Lloris amortizó con creces su inversión y reinvirtió una parte en algunos fichajes de jugadores llamados «de clase media» que ofrecían un buen rendimiento, del agrado de un público que aprobaba con satisfacción su incondicional entrega. Lloris dejó la presidencia en contra de su voluntad, guardando un silencio sepulcral. Ni una entrevista, ni una salida pública, desaparecido hasta que Júlia Aleixandre encontró el momento y a la persona adecuados.

Antes de citarse con ella, Francesc Petit reflexionó sobre el sitio donde debían verse. En principio se abstendría de pedírselo. Antes quería escucharla. Estaba dispuesto a escuchar a todo el mundo. Dada la nueva situación, también él tenía armas por esgrimir, argumentos consistentes para ejercer presión, ayudas altruistas que solicitar.

Júlia sugirió que se encontraran en el coto de la Albufera de Lloris, aprovechando que el empresario, al día siguiente de la rueda de prensa en la que anunciaba su candidatura al Ayuntamiento de Valencia, se había ido un par de días a un lugar desconocido, aconsejado por ella, que de ese modo impedía que su incontinencia verbal se prodigara por las emisoras radiofónicas y televisivas, que con fruición buscaban la presencia de un hombre que siempre que hacía declaraciones congregaba audiencias notables. Unos porque le seguían con fervor, otros porque le despreciaban coléricamente. De ahí su carisma, su poder de convocatoria. Pero Francesc Petit se negó a acudir al coto y eligió otro lugar. Una primera demanda, una primera orden, para marcar la pauta y advertir que él ponía el escenario y dirigía el casting.

La citó en el aparcamiento que Porcelanosa tenía al aire libre en la Nacional de Alicante, en el término municipal de Sedaví, pueblo megaurbanizado que en paz descanse. Allí dejaron el coche de Júlia y con el de Petit fueron hasta una carretera que seguía por los campos de marjal. Un territorio muy autóctono: el arroz, las zonas húmedas vetadas a la voracidad constructora. De momento. A él le gustaba aquel paisaje llano y aún limpio por el que a veces transitaba. El viento no era excesivo, como de costumbre. Así, aparcaron junto a un caserón donde los agricultores guardaban los utensilios del campo e iniciaron el paseo para disgusto de Júlia, que hubiera preferido la calidez de un salón cómodo, más personal y discreto.

– Me encanta el marjal -dijo Petit encendiéndose un puro.

– No logro ver sus encantos.

– Eres demasiado urbana.

– Quizá esté imbuida de tendencias urbanísticas.

– ¿Sabes? Quienes hemos vivido en pueblos somos más tolerantes. Nos hemos criado de un modo más libre.

– ¿Ah, sí?

– Pues sí. Mira, cuando eras pequeña seguramente tus padres tenían que acompañarte siempre a jugar a los jardines, como si fueras un perrito. En los pueblos, nuestros padres nos abrían la puerta que daba a la calle y no volvíamos hasta la hora de comer o de cenar. Es un tipo de libertad que marca tu personalidad.

– Se lo preguntaré a mi psiquiatra.

– Los psiquiatras y los psicólogos son una necesidad urbana. -Nueva calada, ausente y plácida-. Y aún te diré más.

– Te escucho.

– Los de pueblo somos menos cínicos.

– Buenas noticias.

– Ese mismo ambiente de compartirlo todo y jugar con los demás hace que tengas una forma de ser más sana.

– Estoy ansiosa por comprobarlo.

Francesc Petit dio otra profunda calada. Parecía disfrutar del momento, del tabaco y del paisaje. Y, además, no prestaba atención a las ironías de Júlia, que se situó a su derecha, con tal de esquivar el humo que el escaso viento le arrojaba a la cara. Se esforzaba por descubrir qué rumbo político tomaría Petit. Sin embargo, con paciencia de mujer profesionalmente asesora, escuchaba los recuerdos infantiles de su compañero dominical.

– En fin, echo de menos las largas partidas de chamelo en el casino, la vida tranquila en mi pueblo.

Contempló las extensas llanuras de arroz, cultivo que en los últimos años sufría excedentes y una trepidante bajada de precios. ¿Cómo debía tomarse Júlia sus últimas palabras? ¿Estaba decepcionado a causa del revés sufrido en el congreso extraordinario? ¿Era una estrategia antes de iniciar las negociaciones? Sería cuestión de averiguarlo.

– Retírate.

– Tú no has venido a verme para que me retire.

– Es evidente, pero no podría evitarlo.

Petit se detuvo. Se quedó mirando a Júlia, pero esperó a que pasara un tractor conducido por un campesino ausente al que únicamente acompañaba un escandaloso perro barraquero.

– Si quieres evitarlo, ya sabes qué hacer.

– Yo sé qué hacer, pero no lo que quieres.

– Negociar.

– Hagámoslo.

– Empieza.

Júlia Aleixandre suspiró. ¿Cuántas veces había tenido que negociar desde sus comienzos en política? Ni se acordaba, pero demasiadas. Sobre todo con gente que siempre esperaba que ella pusiera la primera frase del tira y afloja. Aun así, era su especialidad. Se había vuelto una experta en la tarea de engañar al adversario sin que importasen los medios.

– Verás -dijo también con algo de fatiga-, Lloris se empeña en volver a la política…

– Aconsejado por ti…

– No soy el problema.

– Dejémoslo en una sonrisa beatífica.

– Sí, aconsejado por mí, pero del brazo de Higinio Pernón.

– ¿Quién es Higinio Pernón?

– Representa a un importante grupo de empresarios, con sede en Murcia, que ya ha entrado aquí tímidamente, con sigilo, pero tienen la intención de hacerlo por la puerta grande, aprovechando el tirón electoral de Lloris en la ciudad.

– ¿Y qué provecho sacas tú de eso?

– Ninguno. Sólo el político, del que deberíamos beneficiarnos.

– ¿Tú y yo?

– Si es irremediable que quiera intervenir en política, al menos impidamos que su presencia resulte funesta para la ciudad.

– ¿Cómo?

– Con un hombre como tú, que goza de buena imagen y aporta ideología.

– También el populismo es una ideología.

– Insisto en que se ha vuelto loco. Sólo tiene deseos de venganza.

– Y de negocios.

– Empezará una guerra si no colaboras aportando racionalidad. Contigo tendrá que moderarse.

– No veo por qué.

– Me sinceraré aunque no me interese: te necesita.

– ¿Electoralmente?

– En efecto. Además, si le controlamos a él controlaremos al grupo de Higinio. Yo sola no puedo hacerlo, él solo no puede obtener la alcaldía.

– ¿Conoce la patronal los vínculos entre Lloris y el tal Higinio?

– Todavía no.

– Así pues, mis peticiones adquieren un valor primordial.

– Si son razonables, quedarán satisfechas.

– Razonables… odio esa palabreja. Todo el mundo te pide que seas razonable cuando pides algo.

– Francesc, serás el segundo en la lista.

– El segundo no manda.

– Tú lo harás. Tengo un plan.

* * *

– Pase al salón y espere.

Lluís Sola, conseller de Relaciones Institucionales de la Generalitat y portavoz del Govern, agradeció al mayordomo su invitación pese a la severidad con que, con una mano tendida señalando hacia la puerta, le hizo pasar a la biblioteca. Eran las diez de la mañana. No conocía la casa, pero mantenía una regularidad de visitas al despacho del empresario José Antonio Tamarit, hombre de escasa vida social. Apenas aparecía públicamente por ninguna parte, pero su influencia en la gran patronal era decisiva, desde la sombra, tal como suelen hacer los potentes empresarios que evitan convertirse en personajes a fin de salvaguardar detalles de su actividad económica y preservar su intimidad ante la curiosidad popular.

En los círculos políticos, no obstante, el señor Tamarit era muy conocido y respetado, sobre todo por los conservadores, que disfrutaban de su extraordinario altruismo económico y del de los empresarios bajo su influencia. Cada petición de José Antonio Tamarit se convertía en una orden. A las nueve de la mañana Sola recibió una llamada del conseller de Industria, para que se presentara lo antes posible en casa del empresario, que había llegado el sábado por la noche desde Albacete, abandonando su tiempo de ocio como cazador a causa de la situación creada por Juan Lloris.

El empresario Tamarit entró al salón con un batín de varios colores, ninguno de ellos llamativo. Era un hombre de altura y frente considerables, mirada penetrante, mentón afilado: andaba rebosando sobriedad. Sorprendió a Lluís Sola observando unos libros del siglo XIX. Enseguida fue a saludarle y recibió un bon dia enérgico, como si hubiera prisa por resolver el tema que los había reunido.

– ¿Ya has desayunado? -dijo mientras le hacía sentarse en uno de los sofás.

– Sí, señor.

– Entonces yo lo haré cuando te hayas marchado.

– Por mí, señor Tamarit…

– Cuando te hayas marchado -repitió con la práctica de tener siempre la última palabra-. Así desayunaré con mi esposa e hijos. Entre semana cada uno tiene horarios distintos, y a menudo, a causa de mis viajes, pasamos días sin vernos.

Sola recordó que José Antonio Tamarit era uno de los pocos empresarios que para hacer frente a la competencia china había decidido instalar una de las muchas fábricas que poseía en la región de Shanghai. Tenía fama de reflejos expeditivos.

– Bien, Sola, lo único que nos faltaba era que Juan Lloris anunciara su candidatura al Ayuntamiento.

– Nos ha sorprendido a todos.

– A mí me sorprenden pocas cosas de él. Pero debo reconocer que, tras las últimas y beneficiosas gangas que entre todos le permitimos, esperaba que tuviera bastante. La bestia quiere más y hay que frenarla.

– Hoy mismo nos reunimos con los socialistas para tratar de llegar a acuerdos que le impidan alcanzar la alcaldía -Sola, solícito, demostrándole que se movían con rapidez y eficacia.

– Los acuerdos tienen que estar muy calculados. Los socialistas necesitan a Horaci Guardiola, un extremista que ahora lidera el Front.

– Una lástima, lo del Front, ahora que por fin se habían moderado.

– Pero debemos vivir de realidades: si los socialistas necesitan a Guardiola, aplicarán una política condicionada por el Front. Ya estamos castigados por la política exterior del gobierno central con los norteamericanos, que estamos pagando con creces en algunas exportaciones. Si los socialistas alcanzaran también la Generalitat, con el tal Horaci en el Govern, todo empeoraría.

– Señor Tamarit, los acuerdos de los socialistas con el Front serán puntuales, electorales. Se necesitan. Si ganaran, y espero y deseo que no lo hagan, no cambiarían nuestros proyectos.

– Estarán obligados a llevar a cabo políticas sociales, en detrimento de una parte importante de los presupuestos destinada a obras públicas, relacionada con actividades privadas, como los parques temáticos, que necesitan el aeropuerto de Castellón, imprescindible para la actuación turística en el norte de la Comunidad. Hay muchos planes de urbanización en marcha en aquella zona.

En «aquella zona» se proyectaba el plan urbanístico más desproporcionado hasta la fecha, que incluía la expropiación de tierra hortícola productiva en los términos municipales de Oropesa y Cabanes, donde numerosos vecinos se veían empujados, forzosamente, a abandonar, también por expropiación, casas y masías centenarias.

– No lo suprimirían.

– Pero lo aplazarían. ¿Sabes qué significaría eso?

Lo sabía, pero el señor Tamarit no evitó recordárselo:

– Una importante paralización de la economía. Si ahora mismo somos la comunidad española más emprendedora es gracias a los proyectos que hemos levantado. Si se detienen o se aplazan, se creará un grave problema social, sobre todo entre los inmigrantes.

– Lo sabemos, señor Tamarit. Sabemos que gracias al esfuerzo emprendedor de hombres como usted disfrutamos de paz social y de proyectos envidiados. Y puedo dar fe de lo que digo por las reuniones que mantengo con colegas de otras comunidades. Pero reitero que los socialistas no se atreverían a tocar nada. Se volvería en su contra. Engañarán a Guardiola, es un tipo con ansias de poder. Nunca lo ha tenido, pese a los años que lleva en política. Si llegan a ganar…

– Habéis bajado tres puntos desde las últimas elecciones.

– La acción del poder desgasta, pero hay tiempo para recuperarlos. Las municipales son más preocupantes. Lloris cuenta con el apoyo del entramado de las peñas del Valencia.

– Fue un error que accediera a la presidencia.

Error del que él también era responsable, pero que Sola asumió de forma simbólica al reforzar aún más su erguida posición en el sofá.

– Lo hicimos para apartarle de la política.

– Ahora tiene un trampolín formidable.

– Nos equivocamos.

– Pues algo tendremos que hacer.

– Estamos en ello. A los socialistas les perjudica tanto como a nosotros. Llegaremos a acuerdos que impidan el éxito de Lloris.

– ¿Qué hay de Francesc Petit?

– De momento está de nuestra parte.

– Y cuando acabe la legislatura, ¿qué hará?

– Hemos intentado ofrecerle una salida digna como asesor, pero la ha rechazado. Le gusta la política. Siempre se ha dedicado a ella.

– ¿Creará un partido?

– Puede que sí, pero ahora mismo ignoramos la representatividad que podría tener. A los socialistas no se unirá, eso seguro.

– Tampoco a vosotros.

– Defiende encarnizadamente la autonomía política del nacionalismo.

– Sin dinero para llevarla a cabo.

– Sólo tiene la subvención del Parlament por los cuatro diputados que se han quedado con él.

– Nada.

– Insuficiente para asumir los gastos del nuevo partido y afrontar las próximas elecciones. Supongamos que sólo presente candidatura por la ciudad.

– Donde se presenta Lloris.

– Son incompatibles.

– Lloris es incompatible con todo el mundo, pero, en principio, también lo erais vosotros con Petit.

– Es distinto.

– Las necesidades económicas crean alianzas impensables. Debemos actuar con rapidez. Que Bancam ayude a Petit.

– Eso es imposible, señor Tamarit. En minoría, los socialistas están presentes en el consejo de administración de la entidad. Si le otorgamos un crédito no llegaremos a acuerdos con ellos.

– Probablemente Lloris ya esté pactando con Petit.

– No tenemos noticias de ello, pero esa unión le resultaría difícil de explicar a su electorado.

– ¿Aceptaría Petit ayuda nuestra?

– Sí, pero hay un problema.

– ¿Cuál?

– Su ayuda sería para que no apoye a Lloris, es decir, para que nos ayude, pero nosotros vamos a firmar acuerdos con los socialistas, que han sido en parte la causa de la escisión del Front.

– Estamos en un callejón sin salida.

– Lo estamos, señor Tamarit.

– Y, sin embargo, debemos actuar de inmediato. ¿Habéis pensado en los proyectos que caerían en manos de Lloris?

– Somos conscientes de ello.

– El Parc Central, el Parc de Capçalera, la Copa América, la construcción del nuevo estadio del Valencia, los terrenos de Mestalla, la Zona de Actividad Logística de la ampliación del puerto, las urbanizaciones de los márgenes derecho e izquierdo del nuevo río… En la ciudad a duras penas se encuentra un solar sin edificar. Y eso provoca que estos proyectos sean imprescindibles. Nos lo estamos jugando todo.

– Le aseguro que actuaremos con la mayor habilidad posible para unir fuerzas con los socialistas.

– Estoy convencido… pero siempre he tenido dificultades para creer en la existencia de algo que no haya visto. Y lo veo todo muy complicado, excesivamente complicado -repitió el señor Tamarit con gesto pensativo.