38576.fb2
Nunca me acostumbré a los Alfa Romeo verdes del mismo año y modelo que el de Fernanda y, aunque el tiempo pasa automovilísticamente también, y el carro de mi tristeza más grande iba siendo reemplazado por otros Alfa más modernos y muy distintos, siempre aparecía alguno por ahí, en el momento menos pensado, obligándome a partir la carrera detrás, si es que algún semáforo aparecía en el panorama, con la esperanza de detenerme jadeante, al llegar a su altura, y observar por algunos momentos al conductor de ese vehículo. Muy de vez en cuando era una mujer, y entonces yo cerraba ipso facto los ojos y cruzaba los dedos con toda mi alma, para que cuando los volviera a abrir el Alfa Romeo fuese verde y no blanco, por ejemplo, y la mujer que iba al timón no fuese esta vieja del diablo sino pelirroja y muy joven, e inmediatamente después ya fuese Mía en otro abrir y cerrar de ojos y dedos, con toda mi alma.
Mi sistema nunca funcionó, por supuesto, Pero debo decir que, en cierto modo, fue prácticamente la única comunicación que mantuve con Fernanda, mientras a ella las cosas empezaban a descomponérsele bastante en Caracas, y por eso seguro no me escribía, no quería preocuparme, no quería contarme más pormenores acerca de Enrique y la bebida, y la bebida de Enrique y la violencia, y la violencia de tan buen hombre y el insoportable exilio y la culpa, la maldita culpa del destino que todo había venido a joderlo, con hijo y esposa que mantener y ahora resulta que esperando otro hijo, y nada sale bien y todo es fracaso, puro fracaso, todos exponen menos yo, todos venden menos yo, y unas clases de mierda en una universidad de mierda, y más vino y más violencia y muchísima más culpa y hasta atisbos de odios irracionales, dónde estamos, a qué hemos llegado, qué carajo hago yo en Caracas, y un portazo, la noche, la calle, otro bar.
Sólo una larga carta de Mía me habló de este espanto, de algo que empezó rapidísimo, casi desde que llegaron a Venezuela y Enrique como que se enfrentó por primera vez con la conciencia del exilio, o lo que es prácticamente lo mismo, con la cotidianidad pasmosa y aplastante del exilio. Fernanda María, a la que uno habría imaginado eternamente protegida por ese hombrón de crin azabache, piel autóctona, y manos feroces, de pronto se vio teniendo que ocuparse de todo y de todos, y hasta escribiendo preciosos relatos infantiles ilustrados con unas fotos de Enrique que ella misma había tomado, porque él ni se ocupó del asunto, pero luego enfureció, eso sí, porque tú has embarrado mi nombre con unas fotos de mierda, y poco tiempo después enloqueció una noche, se olvidó hasta de su apellido y casi la mata de un botellazo en la cabeza.
Una sola y larga carta de Fernanda me puso al corriente de todo este horror, aunque como siempre mi tan maravillosa Maía se las arregló para terminar contándome noticias de nuestros amigos comunes, de Rafael Dulanto o de Charlie Boston, por ejemplo, con los que siempre mantenía algún contacto salvadoreño, y luego, además, agregó anécdotas divertidas, sucesos extraordinarios, llenos de frescura, radiantes de vida, porque ella tenía esa gracia con que se viene al mundo de salir impoluta de las más sucias y abismales situaciones, de ver el aspecto no culpable y el pespunte mal zurcidito que ironiza hasta la mano que aferra y le lanza a uno un botellazo, y encarnar a fondo estas palabras de Hemingway que a mí tanto me conmovieron, la tarde en que las leí, porque fue de golpe como si un Alfa Romeo verde con Mía al timón hubiese pegado un frenazo a mi lado y hubiese gritado mi nombre, sí, también mi adorada Fernanda María de la Trinidad Experimentó la angustia y el dolor, pero jamás estuvo triste una mañana.
Y esto es lo que dejaban translucir sus cartas, sus frases a veces breves, casi siempre burbujeantes, sus palabras dotadas de una frescura cristalina, como guijarros recién sacados de un arroyuelo curvilíneo y juguetón, por la mañanita, en primavera, con un sol sumamente alegre y nada perturbador. A veces, leyendo alguna carta de Fernanda María, tuve la sensación de encontrarme ante la prosa ágil y aparentemente parca del mejor Hemingway, esa capacidad de sugerir e inventar una realidad muy superior a la que pueden ver nuestros ojos cotidianizados, esa extensísima concisión de decirnos las cosas sin nombrarlas siquiera, ese truco alegre y prestidigitador de la brevedad y lo lacónico. O sea algo así como un Hemingway pero en castellano y escrito además por una mujer sumamente femenina. Que poco a poco se estaba convirtiendo en un hemingwayano Tarzán, eso sí, o también, por qué no, en ciudadela árabe: piedra y muralla por fuera, jardín por dentro.
El timbre sonó en mi departamento, en el momento en que yo estaba subrayando las palabras de Hemingway sobre Mía y pensando en el tiempo tan largo que había pasado sin recibir una sola línea suya. Insistí en escribirle y escribirle, pero una tarde un Alfa Romeo verde, aunque de un modelo mucho más moderno y ya nada que ver con el nuestro, sólo la marca y el color, me hizo saber que Fernanda prefería que yo no insistiese, que le incomodaban mis cartas, que podía resultarle muy doloroso, por ejemplo, que yo le contara que los Alfa Romeo como el verdecito nuestro olían total y proustianamente distinto de los actuales, debido a que ya hoy prácticamente no los fabrican con aquellos asientos de cuero que a ti te encantaban, ¿te acuerdas, Fernanda? Era mejor, pues, un tiempo de silencio, en vista de que cariño y confianza sobraban entre nosotros, y en vista también del mal rato que ella estaba pasando allá, seguro. Esto era lo que ocurría, a esto se debía aquel vacío postal, claro, qué tonto soy yo a veces… Y, puesto que Fernanda María jamás estuvo triste una mañana, atendí muy amablemente y con propina al cartero que tocó la puerta para entregarme una carta certificada y urgente, aquella tarde.
Caracas, 14 de octubre de 1976
Querido Juan Manuel Carpio,
Tienes razón. Yo siempre pensé que fue la rabia de Luisa, en Lima, pero no. Todo se decidió la mañana en que no te vi, mi amor, y tú no lograste moverte, tampoco, ante ese semáforo en rojo. Lo recuerdo vagamente, como escondido debajo de la bruma de una triste y oscura mañana de París y una buscando desesperadamente llegar a tiempo a la Unesco y de golpe torciendo a la derecha, en vez de seguir de frente, porque acaba de tomar la determinación de partir a Chile, aunque haciendo antes una escalita en Lima, no sea que. No sea que nada. Esa mañana, en París, Juan Manuel Carpio, cada cual decidió meterse en el lío que podía.
La culpa la tuvo, como siempre, nuestro Estimated time of arrival, al que tan disciplinadamente le obedecemos siempre tú y yo y que nos hace llegar siempre en otro momento, cuando no a otro lugar. Porque mírame tú ahora en Caracas, pero con la decisión tomada de desmontar esta tienda latinoamericana para trasladarme con mi tribu al Salvador. Por lo menos es mi país, y eso se aprecia. Y yo podré trabajar. Porque ahora soy, además, cuatro.
Y digo cuatro y que todo se decidió ante ese semáforo, esa mañana, en París, porque es a raíz de mi partida a Chile que hoy desde Caracas te escribo para avisarte que, nada menos que el Día de los Inocentes, nació Mariana Fernanda. Feroz, hambrienta, con enormes pies, y una nariz respetable, un poco colorín. Se salva de sus pecados nocturnos con una sonrisa de angelito triste que siempre me enamora. Ya la verás por aquí o por allá o por más allá.
Anteriormente respondimos Enrique y yo a una de tus cartas, a México. ¿Te fue bien? ¿Grabaste? ¿Cantaste mucho? Es más, te envié mensajes y dibujitos míos con un amigo que viajó hacia allá. Pero parece que estaba mala la dirección en tu carta enviada desde un Holiday Inn, en San Antonio, Texas. ¿Qué diablos hacías tú por ahí? Decías que cantabas. ¿Es verdad? ¡Qué bueno que tu voz se vaya haciendo conocida! Espero que ésta te encuentre ya de regreso a tu departamento en la rue Flatters.
No bien lleguemos a San Salvador te aviso. Abrazos al señor don Miguel Ángel d'Octeville, tan lindo el viejo, y abrazos de siempre para ti, un pedito de Rodrigo y una risa de la Mariana.
Fernanda María
Me olvidaba: la suertuda de mi hermana ha logrado alquilar el mismo departamento de la rue Colombe. La muy simpática dueña se acordaba de mí y se lo dio a precio de regalo. Búscala, que ya se instaló. Es bien gringota y amiga de reírse bastante. Podrás ver el departamento que tuvimos… ¿Hemos tenido algo juntos, alguna vez, Juan Manuel Carpio? No insisto porque mis ojitos verdes no resisten. Busca a la Susy. Chau.
La tal Susy resultó ser tan simpática como inestable y el mundo para ella era como una broma gigantesca y permanente. Y un incesante ir y venir de un país a otro y de un trabajito a un cachuelo, pero todo siempre feliz. Hablaba de su hermana Fernanda María como de una diosa mal empleada y de su cuñado Enrique como de un alcohólico irascible y enternecedor, al mismo tiempo. En cierta manera, Susy suplió otra larga ausencia de cartas de Fernanda, pues siempre me mantuvo al día de lo que ocurría con ella y con su familia en San Salvador. Nada muy bueno, por supuesto.
Por otro lado, y como quien ni cuenta se da, Susy prácticamente se apropió, por un puñadito de francos, de aquel hermoso departamento que yo ahora recordaba como el corazón de lo que alguna vez llamé mi mundo raro. Susy abandonaba París durante semanas y meses, a cada rato, y como ni me avisaba, yo aparecía, tocaba la puerta, y encontraba con alguna amiga a la que ella le había prestado el departamento o con alguna de las otras hermanas de Fernanda María. La verdad, entre las seis hermanas del Monte, una pelirroja, dos muy morenas de ojos y pelo negros, una castaña de ojos pardos, y dos rubísimas de ojos azules, el único común denominador parecía ser, aparte de los apellidos, la nariz grande y aguileña y un incesante vagabundeo internacional, con excepción de la mayor de todas, Cecilia María, muy bien casada con un norteamericano y muy instalada en California, aunque con su narizota, eso sí, prácticamente desde que terminó el colegio.
Pero bueno, las noticias directas terminan por llegar, y el día bendito del 15 de marzo de 1979, recibí la siguiente, inmensa, sorpresa:
Querido Juan Manuel Carpio,
FÍJATE QUE VOY A PARÍS UNOS DÍAS!!!! Con muchísimas ganas de verte, con las manos llenas de encargos, de abrazos, de fotos, de dibujos y cuentos míos para niños. Ojalá logre encontrar algunos amigos y reunirnos. Los días que estaré serán pocos. La oficina con que trabajo me manda a un curso en Manchester. Brrr… Y después de Inglaterra tengo firme y alegre intención de fugarme a París a ver las gentes y lugares queridos. Estaré allá sólo una semanita. Y para rematar, serán los días de Semana Santa. Ojalá que no emigren en esas fechas todos los pájaros amigos.
Llegaré a tu pueblo el 7 de abril, y regreso el 15, o sea Domingo de Pascua Florida. Si acaso vas a salir en ese tiempo, por favor avísame, ya que realmente mi turismo es exclusivamente sentimental, y tal vez se pueda arreglar otras fechas si veo que hay una ausencia tan mayúscula como la tuya y la semana corre peligro de ser excesivamente santa.
Otra cosa: no tengo tu número de teléfono. Mándame telegrama, por favor.
Salgo de San Salvador el 25 de marzo y llego a Londres el 26 lunes. En Londres estaré donde mi hermana Andrea María, tel. 370 76 40. Dirección: 47A Evelyn Gardens. London SW-7.
Enrique se queda aquí, cuidando a los hijos abandonados, y cuidándose él de las tías, abuelos, etcétera, que estarán por supuesto alborotadísimas cuidando a los niños abandonados también. No le envidio su tarea. Pero llevo en la maleta algunos fuertes abrazos de él.
Pronto espero verte, y a los demás. Manda ese telegrama, por favor. Y dime si vas a estar o no. Como ves, el E.T.A. te lo he puesto íntegro, esta vez, con la ilusión de que París esté donde lo dejé y tú también.
Abrazos que allá serán mucho más abrazos,
Fernanda María
Nos dejamos capturar el uno por el otro, desde que nuestros labios se fueron directamente en busca de los labios del otro, no de las mejillas, ni de la frente, directa y ansiosamente a la boca del otro, y al abrazo muy fuerte, ya doloroso, se le escaparon brazos y manos que buscaban otras zonas del cuerpo, un seno, el corazón, las caderas, un resbalón por el muslo.
– Abandonemos este aeropuerto en el acto, Juan Manuel Carpio. No tenemos ni un minuto que perder. ¿Tienes auto o nos pagamos un taxi?
– Tengo un Alfa Romeo verde. El mismo modelo, sí. 1970 y los asientos de cuero.
– A lo mejor hasta huele a mí todavía, oye tú.
– Ya me habría dado cuenta, mi amor. Además, era azul. Lo acabo de hacer pintar.
– Qué alegre, Juan Manuel Carpio. Qué alegre y qué alegre y qué alegre.
– Julio Ramón Ribeyro, Edgardo de la Jara, y don Julián d'Octeville están en París. Sólo faltan Charlie Boston y Rafael Dulanto, pero bueno, qué le vamos a hacer, de ellos sabes tú siempre por allá.
– Vieras que en este instante ya no me provoca ver a nadie más que a ti.
– Eso puede arreglarse.
– ¿Y a cuál departamento vamos? El de la Susy está vacío, pues la muy ingrata -o la muy pertinente, ahora que lo pienso bien-, se me marchó a Roma justo para mi llegada.
– Escoge.
– El tuyo tiene menos pasado y, si nos convertimos en dos seres infames, hasta puede tener mucho más futuro.
– Fernanda…
– No sé cómo diablos vamos a hacer para salir impolutos de ésta, Juan Manuel Carpio. Pero saldremos, ya tú verás. Tú, por lo pronto, anda mirando esta cicatriz, aquí en tu cabecita roja. Mira. Me la partió como un coco, tu gran amigo y hermano. O sea que a lo mejor hasta tenemos derechos adquiridos. Mira que sí. Yo francamente creo que tenemos todos los derechos adquiridos del mundo, ahora que lo pienso bien, Juan Manuel Carpio. ¿O a ti te parece que estoy muy sobreexcitada?
– Lo que me parece es que tenemos un semáforo en rojo y un Alfa Romeo verde.
– Bésame, y que el de atrás se mate bocineando cuando se vuelva a poner verde. Bésame hasta que me olvide de que ahora el que maneja eres tú.
– Un Alfa Romeo de tercera mano…
– Bésame idiota, que esto se pone ámbar.
No vimos a nadie, aquellos días, y tuvimos toda la razón del mundo al actuar así, al escondernos superegoístamente. Los amigos comprendían perfectamente bien, además. Aquéllos eran nuestros siete días, nuestra semanita que podía ser para toda la vida, nuestro estar juntos por una vez en el mismo lugar y sabiendo ambos exactamente lo que deseábamos y cómo y cuánto tiempo nos era permitido amarnos, y que, por una vez en la vida que nuestro dichoso Estimated time of arrival había funcionado, lo que ocurría ahora es que todo un mundo nuevo -llamado esposo, hijos, dictaduras, exilios, problemas domésticos, en nuestro caso- había aparecido intempestivamente en los mapas del universo y sus rutas de navegación. En fin, ni más ni menos que Cristóbal Colón navegando contra viento y marea rumbo al Oriente de las especias y topándose con un tremendo asunto llamado América, en el camino.
No, pues, no teníamos tiempo para los amigos, aunque impolutamente Fernanda María los llamó a todos para saludarlos y hacerles saber que se hallaba en París y en mi casa y con mi Juan Manuel Carpio, y ellos, uno por uno, e impolutamente también, hicieron mutis por el foro, tras prometer una brevísima visita de mentira, para tomarse una copa de tinto también de mentira. Y el resto fueron tres salidas a restaurantes en los que Fernanda María había soñado comer conmigo y una visita muy seria, muy formal, sumamente protocolar y con su ramito de flores y todo, al semáforo del diablo que selló nuestro destino con un nada que hacer llenecito de las cosas que estábamos haciendo y soñábamos con seguir viviendo, un destino sin destino fijo, podríamos decir, pero en todo caso ahí estaba el semáforo ese, verde y rojo y otra vez verde y rojo, inamovible en esa esquina, eternamente en París, aunque un día de primavera lindo, eso sí, esta vez, pero bueno, mejor era que le dejáramos el ramillete de flores y volviéramos a mi departamento, a mi música nueva, a algún precioso cuento infantil que Mía deseaba leerme, a unos buenos quesos y un tinto muy correcto, mejor era que volviéramos, sí, ya estuvo bueno eso del soldado que regresa siempre al lugar de la guerra y la batalla precisa en que fue tan gravemente herido y con tremendas secuelas.
Nunca hubo una pareja que se separara en un aeropuerto con una fe tan grande en el futuro, con tantas ilusiones compartidas y tantos proyectos comunes, como Fernanda y yo. ¿Fue simple buen gusto, simple deseo de que acabara con besos y sonrisas esa semanita que terminó por convertirse en un sueño realmente vivido y compartido? Ahora que muchos de esos intensos deseos pertenecen al pasado, ahora que nada nos salió del todo mal ni tampoco bien, ahora que sólo quedan un montón de cartas de Mía, alguno que otro trozo escrito por mí y también algunas de mis cartas posteriores al robo de Oakland, muchísimo cariño y amistad, y la misma confianza y complicidad de siempre, tal vez lo único que podríamos decir Fernanda y yo es que hay despertares sumamente inesperados y que, incluso, a veces, en nuestro afán de no causarle daño alguno a terceros, terminamos convertidos nosotros en esos terceros. Y bien dañaditos, la verdad.
– Chau, Mía… Y ya verás cómo todo se arregla a nuestro favor, algún día.
– Algún día no, sino muy pronto, Juan Manuel Carpio, ya tú verás que algo nos sale por ahí. Porque de niña me llamaban Fernanda Mía y tú me has llamado así, siempre seré Fernanda Tuya, mi amor. Y chau… De Londres te escribo, no bien llegue…
16 de abril de 1979
Juan Manuel Carpio, mi amor,
Cansada y con poca gana he caminado por las calles. Un músico ciego tocaba eso de A kiss is just a kiss. El sol quiso salir un poco. Y sobre todo las calles se sienten tristes. Me hace una enorme falta tu presencia cariñosa, cuidadosa, paciente. Por eso he entrado a un café para estar contigo, como siempre has estado, como nunca has estado, como estás y estarás.
No me gusta comenzar esta correspondencia, porque la correspondencia es distancia y las palabras son unas desgraciadas que en cualquier descuido se apoderan de la situación. Prepotentes de mierda, que nos envuelven. Cuánto más quisiera que me envuelva tu linda y dulce presencia de amor. Dentro de la sencillez y la torpeza de una taza de café al amanecer.
Te quiero, te extraño, me siento mal, te abrazo, te adoro,
Tu Fernanda
18 de abril de 1979
Juan Manuel, mi amor,
Voy en el avión. Asustada de llegar. Alegre de llegar y ver a los niños. Y extrañando tus manos que me acarician y me dan alegría cuando me tocas. Chiquito, mi amor, con derecho a opinar, a pedirme lo que quieras.
He estado acordándome de tantos momentos, siempre juntos nosotros, sin decirlo, sin pensarlo. Yo sentada a tu lado, o a tus pies, en la rue Colombe. Tú triste, Luisa siempre ausente, ahí entre nosotros.
Estoy feliz de que al fin un día el mundo dio sus locas vueltas para favorecernos de alguna manera. Y pudimos estar juntos ya sabiéndolo, hablándolo, viviéndolo. Par de idiotas. En cambio hoy es difícil. Los dos más llenos de responsabilidades y de cansancios. Y hasta de manías, como la de las hierbas esas torturándole a una las muelas en el restaurante que más le gusta.
Espero que todo, un día, esté bien. Me gustaría saber que te vas a cuidar mucho. Que yo también seré muy fuerte y buena y acertada. Y que un día mis hijos podrán reír con nosotros.
Para mientras podamos tener estas responsabilidades, agradezco haber podido abrazarte, al fin.
Te quiero,
Fernanda Tuya
San Salvador, 26 de abril de 1979
Juan Manuel Carpio, amor,
En la horrible confusión en que han pasado estos días, no te he escrito esta carta, que sé que tú esperas, dándote noticias de mi llegada.
Pues llegué. Hecha un nudo de nervios y tristeza. Fatal. Y, por consiguiente, todo lo demás se puso desastroso también. Como tú bien pensaste, Enrique está en la mejor disposición de hacer lo mejor de todo, de quererme más que nunca. Aunque también las dificultades que ha tenido aquí para sacar adelante su trabajo lo están agobiando demasiado. El resultado es que mi estómago hace más ruido que nunca. Y ahora, última novedad, ¡Enrique vomita! No entiende qué me pasa, pero sabe que algo me pasa. Y está bastante desesperado, tanto con la situación de su obra y de su vida propia, como por la distancia que siente en mí. Como ves, nos acompañamos de la manera más completa, tres tristísimos tigres. Pienso que tú por tu lado estarás igual, aunque tengo la esperanza que por no tener tanto conflicto podrás estar más tranquilo, to transform histerical misery into common unhappiness.
Yo estoy que me muero. Todas las yerbas de todos los pastos torturando mis muelas y todo lo demás. No quiero, no puedo, no debo herir a nadie a muerte. Ni a Enrique, ni a ti, ni a mí. Vamos a tratar de ser muy buenos.
La última noche que estuve en Londres cené con Adolfo Beltrán, gran amigo y más que amigo de Enrique, que me contó que, contra viento y marea, piensa regresar a Chile en julio próximo y hacer una exposición. Y tiene unas grandes esperanzas de que Enrique logre algún tipo de permiso para esas mismas fechas y hacer una exposición conjunta de sus fotos. O paralela, o simultánea, o como sea. De manera que Enrique escribiría la introducción a la exposición de Adolfo, y Adolfo la de Enrique, y juntos podrían caminar las calles de Santiago y Viña del Mar, tomar sus vinos de nuevo juntos en los viejos rincones. Ésta es una posibilidad al fin alegre. Enrique ha desistido de un viaje de trabajo a Guatemala, y va a dedicar estos dos meses a preparar obra para llevar a Chile. Espero poder sosegarme y dejar de joder tanto, para que sean meses tranquilos de buen trabajo. Y tal vez así el viaje de Enrique en julio sea más positivo y se puedan aclarar las cosas. Yo quiero estar clara y alegre de nuevo, mi amor, y no sentirme tan revuelta como ahora.
Pienso mucho en ti.
Me traje tu disco de Trenet por equivocación. Te lo repondré con algo que te gustará.
No he podido oír tus cassettes. Es como estar hablando contigo, y como no puedo estar conversando contigo, me duele un poco este hablar musical. Aunque hoy me ha hecho gran bien escribirte. Me siento fuerte. Me siento mucho mejor. Como Tarzán al tirarse al agua.
Creo que puedes escribir a la oficina: MANSFIELD Y CÍA. Apartado postal 424. San Salvador.
Voy a pedir que me entreguen todo personalmente, con la esperanza de que todo nos salga siempre bien, mi amor, te quiero, y he estado feliz contigo, y más que todo en el mundo quiero que todos estemos bien.
Te abrazo mucho,
Tu Fernanda
San Salvador, 2 de mayo de 1979
Mi amor querido,
Otro día pasó sin carta tuya. Y figúrate que con todos los disturbios que están pasando aquí, el centro de la ciudad está cerrado, hay veinticinco muertos en la Catedral -por dicha dicen que hoy los entierran-, el pobre embajador francés sigue preso en manos del FPL, y además ha quedado como un boludo porque el embajador de Costa Rica, que también estaba preso junto con su personal de embajada, logró escaparse, gran héroe, mientras que el pobre franchute quién sabe qué será de él. Han estado quemando los buses, de manera que ya no hay buses por miedo de que los sigan incendiando. Y ahora, para acabar de arruinar, ayer quemaron el furgón del correo con todas las cartas del día para todo el país. Y pienso que en medio de todos estos líos, se ha quemado una carta tuya. La situación está horrible. Y la mía, adentro, como en caja china.
¿Como se verá todo esto en tu París? Hoy, la oficina nuestra, English die hard, es casi la única abierta. Pero no han cerrado los bancos, para no crear un pánico mayor.
Yo estoy sólita sin tus cartas, pero igual te abrazo en una esquina de los laberintos de Montmartre.
Fernanda Tuya
San Salvador, 10 de mayo de 1979
Juan Manuel, mi amor, ¿dónde estás?
Nunca ni nunca llega una carta tuya y ya me siento muy en el aire. Como si quizás tal vez no te vi en París, me lo imaginé todo. Me haces falta. Todo es tanto más alegre cuando tú estás. Y siempre ha sido así. Y ahora me estoy entristeciendo en esta selva porque no estás, ni siquiera por carta. Para compensar, he escuchado tus cassettes un millón de veces. La última me gustó muchísimo, aunque, por supuesto, muerta de celos todo el rato.
Cuéntame de tu vida. Así como son las cosas, quién sabe lo que pudo haber sucedido por tu lado. Ya que por mi lado, todo es tan contradictorio. Ahora que ya me estoy yendo, Enrique al fin tiene ganas de llegar. Pero no se puede recuperar lo que no se gozó a tiempo, por más que uno quisiera. Enrique siempre se va a Chile en julio, la cosa es posible ya. De eso está contento, creo.
Escríbeme y cuéntame cómo está tu casa, y tu calle, y tu ciudad, y tú.
Mi familia, la poca que queda, anda fuera. Sólo está mi mamá aquí. Mis tíos andan en Europa, yo pienso que por precaución. Salieron a principios de mayo, por unos dos o tres meses.
Me haces falta. Te quiero.
Tu Fernanda
San Salvador, 15 de mayo de 1979
Juan Manuel, mi amor,
LLEGÓ TU CARTA!!! Me gustó tanto la imagen de nosotros juntos flotando en cuarto lugar en la tablita de salvación. Es lo más alegre que he oído desde que llegué. Porque aquí todo está bastante triste. El paisito se está encaminando rápidamente hacia la requetemierda. Puros muertos, secuestros, lugares tomados, autos incendiados. Y como han matado a tanto policía, ya no hay policías en las calles. Cuando anda la policía, es una manada completa de guardias nacionales con ametralladoras inquietas. Y del otro lado, el gran desorden de la ultra izquierda, y los maleantes que se aprovechan de toda ocasión. Con los obreros de la construcción parados en huelga, hay muchísima gente en las calles y no hay buses porque los queman. En fin, un panorama bien desquiciado. Y el pobre embajador francés sigue preso, en su embajada. El tiempo no está para tafetanes.
En medio de todo esto, pienso siempre en ti y eso me alegra y me hace bien, y me hace mal, y me hace bien otra vez. Por lo menos mentalmente estamos juntos. Pienso que has de estar preocupadísimo, si la prensa como de costumbre está diciendo todo lo mal que estamos aquí. Pero no te preocupes, que no me va a pasar nada, te lo aseguro. Ya el colmo sería. A mi edad y en mis condiciones.
Qué bueno lo de tu gira por las Canarias unos días. Tengo un mapa en frente de mí en la oficina, y estarás ya mucho más cerca. Casi a medio camino, si fueras un excelente nadador. Pero aun siendo como somos, creo que ya estamos a más de medio camino. No nos van a parar así nomás ahora. No al menos a mí que me siento tan fuerte como Tarzán al borde de un río muy caudaloso, donde hasta los cocodrilos le tienen mucho respeto. No. No nos van a parar. «Procesos irreversibles», como dicen los políticos. Bueno, ellos siempre se equivocan, pero estoy segura de que nosotros no.
El panorama personal aquí sigue igual. Enrique siempre piensa viajar a Chile en julio, con la idea de buscar camino allá. Pienso que no habría razón de no poder vernos este verano. Lo único que a mí se me hace más difícil viajar que a ti, puesto que no tengo vacación en este tiempo. Tal vez tú podrás viajar a este magnífico Pacific Paradise. No creas que todo ha de ser ametralladoras y asesinatos. Los lagos y los volcanes todavía están y el mar y sus conchas. Alguna que otra langosta se podrá comer todavía. Y podríamos ir a Guatemala o pasar los fines de semana en la costa. O simplemente pasarla juntos y poder hablar. Tú podrías trabajar, componer, hasta cantar, si quieres. Esto te lo arreglo yo facilito. Bueno, creo que algo muy bonito se nos podría ocurrir. Aunque, por supuesto, este mi paraíso no está muy tentador en este momento. Pero una fuga a otro lugar me parece más complicado. ¿A ti qué te parece?
Ya no te escribo más porque realmente tengo cosas que hacer. Estoy en la oficina, que como te imaginarás, es el único lugar donde tengo un poco de privacidad para escribirte. Siempre y a todo instante pienso en ti. Te quiero, te amo, te beso cien veces mientras nos tomamos una copa en algún café de alguna isla canaria,
Tu Fernanda
San Salvador, 24 de mayo de 1979
Juan Manuel Carpio,
Hay buenas noticias y hay malas. Hay buenos días y los hay malos. Lo más constante es que siempre pienso en ti a cada rato, y pienso y pienso si habrá solución para nosotros. Y al final mejor dejo de tanto pensar y me dejo llevar por el tiempo y los acontecimientos porque de todas maneras no es con preocuparse que se arreglan las cosas. Los acontecimientos son los siguientes.
El país sigue vuelto loco. Ayer mataron al ministro de Educación, por aquí a cuatro cuadras de la oficina, con su chofer. Y el gobierno al fin de tanto y tanto muerto ha declarado Estado de Sitio por treinta días. Entre el gobierno de militares de porquería que no se les puede creer nada, y por otro lado los ultras de todo tipo que andan matando gente, no se sabe qué pensar. Ahora ha aparecido una «Guardia Blanca» que está matando a los «traidores a la patria», o sea al bloque popular, que a su vez está matando a los colaboradores de la corrupción burguesa, que es cualquiera que se les atraviese. Y el gobierno mata a quien se le dé la gana. De manera que el denominador común es el cadáver. ¡Qué Pulgarcito más siniestro!
En lo personal, sigo mi caminito diario. O sea, la oficina por las mañanas. Ahora con los líos hay menos pedidos, menos trabajo, y también preocupación y desconcierto sobre si vale la pena o no seguir trabajando. Claro que no se puede cerrar la tienda así de la noche a la mañana. Los niños no van al colegio esta semana, porque han declarado duelo nacional por lo del ministro de Educación. Enrique sigue en su campaña de ser buenísimo. Ahora resulta que se muere sin los niños y sin mí. No deja de ser una canallada. Joder de la manera más constante, quejarse, pegar, tirar puertas y decir que se va a marchar a cada rato, y el día en que yo decido que ya basta, él decide que no, que va a ser buenísimo, y que al fin y al cabo me adora y a los niños y todo.
No me extrañaría nada que por tu lado de golpe Luisa te esté adorando también de nuevo. ¿Qué le pasará a la gente? Parece que sólo quieren lo que ya no tienen, o lo que ya no pueden tener. Y lo peor es que una cuando se entrega es tan entregada que tal vez les arruina todo eso del misterio y lo difícil, o a saber qué cosa rara. Y sólo recuperan ese amor cuando una ya se pone misteriosa y con ganas de irse. Lo malo es que en lo personal, cuando tengo ganas de irme, es bien de verdad. No hay ningún misterio. YA NO QUIERO MÁS.
Ni siquiera quiero que Enrique se porte bien ni que sea bueno ni nada. Más bien me da cólera que por bruto sólo se le viene a ocurrir ahora que yo valgo la pena y que me quiere y que me va a respetar, y que en realidad siempre me ha adorado. Figúrate con lo que viene saliendo ahora. No sé ni qué puedo hacer.
Pero también hay buenas noticias. Regresó Andresín, nuestro desaparecido perro y locura de los niños. Bueno, regresó de una manera un poco especial. Porque no es propiamente Andresín. De partida, porque ahora es hembra. La cosa es que llegó a la casa una perrita de la misma raza, exacta, y hasta le quedó perfecto el collar del desaparecido. Y ahora Andresín se llama Manolita. Llegó ayer en la tarde y los niños y yo estamos todos excitados con este regreso. Mariana la bautizó y la verdad es que se encuentra muy feliz en la casa. Hoy la vamos a bañar antipulgas, etcétera, y llevarla a vacunar, en cuanto yo regrese de la oficina.
Otra buena buena noticia. Ayer soñé con un aeropuerto en que todos los pasajeros que llegaban eran tú. Y salía otro Juan Manuel Carpio y otro, todos con distintos trajes, y sacaban sus pasaportes y yo me ponía feliz mil veces seguidas con tu llegada.
Esta carta seguramente te va a llegar a tu regreso de tu largo y anunciado viaje a Canarias. Espero que ese viaje, y el mar que siempre lo compone todo, te hayan dado optimismo y te sientas bien, con cuerpecito caliente como se siente al regresar del mar. Fíjate que aquí no he ido al mar ni una sola vez desde que regresé de Europa. Y es que al mar aquí no se puede ir sola, porque de pacífico no tiene nada. Y a Enrique no le gusta ir al mar. Aunque cualquier día inventa que siempre le ha encantado la cosa. Con lo bueno y complaciente que se ha puesto. En fin.
Espero tener tu casa inundada de cartas a tu regreso de Canarias, ya que no puedo recibirte en persona.
Te quiero y confío en ti,
Fernanda Tuya
San Salvador, 5 de junio de 1979
Juan Manuel, mi amor, querido y distante en medio de los problemas que nos invaden,
Llegó Charlie Boston, dizque después de haber pasado y de haberte visto en París, antes de que partieras a Canarias. Y con él llegó un lindo disco de Yves Montand.
Y más que nada llegó tu amor en cada palabra de cada canción. Un millón de gracias. Tú seguirás con tu ronda por esas islas, y espero que el mar y el sol te darán fuerzas y optimismo. Con lo lento que está el correo, quizás esta carta no logre saludarte a tu regreso, como hubiera querido.
Quisiera contarte cómo es mi vida, cómo son mis días. Y quisiera tener algo lindo para contarte pero no están muy lindas las cosas en este momento. Por lo que me cuenta Charlie de que te vio triste y desanimado, deduzco que es un mal universal, por lo menos ha alcanzado tu casa y la mía y eso ya me parece universal. Yo, por mi lado, me bato cual Tarzán contra la tristeza, contra los interminables problemas económicos. Estoy pensando buscar otro empleo. Aquí estoy bien y sólo trabajo medio día, pero lo que gano no me alcanza para vivir. Ya me aburrí de «a mal tiempo buena cara». Ya no tengo buena cara que dar y prefiero tener un poco de bienestar. Necesito con urgencia, igual que tú en la carta que me trae Charlie, un tiempo de mi vida en que me sienta muy bien, muy querida, y no constantemente al borde del precipicio. Esto tiene bastante que ver con la razón de partir de Enrique. Nunca en los años que nos conocemos, hemos logrado una época de tranquilidad. Si no son los problemas económicos, son los problemas personales, la agresividad, el alcohol o cualquier otra cosa. Y aunque no me siento cansada y más bien tengo ganas de hacer un millón de cosas, Enrique está desesperado. Quizá ahora, por primera vez en su vida, quiera realmente ofrecerme cariño y ayuda material, pero no tiene ni la costumbre ni las posibilidades. Creo que nunca antes se le había ocurrido que a una mujer hay que quererla, o por lo menos intentarlo. Es curioso, he sido más feliz y me he sentido más mujer y más segura contigo, en una semana, que en siete años de conocer a Enrique. Es una tristeza, porque por otro lado, amor creo que sí tiene por mí, y muchísimo por los niños. Pero ya yo me aburrí. Y más que nada ahora que veo que, encima de todo, para salir del hoyo él dependerá de mis esfuerzos. Perdona. Siento que te estoy tirando mis problemas, y que te molestarán. Pero en ellos estoy metida, atrapada, como Tarzán en momentos de apuro, como estamos todos amarrados hoy por hoy.
Por otro lado, el pesimismo absoluto que reina en el país, ya que vemos avecinarse una crisis económica, política, humana y de todo tipo, muy grave. Como te imaginarás, el capital extranjero se ha retirado en su mayoría, así como el capital nacional ha sacado muchísimo. De aquí a fin de año, veremos agravarse bastante el problema económico, y con él todos los demás. Tengo que moverme muy rápido para colocarme con un sueldo que me permita guarecerme con los niños durante ese tiempo.
Todo esto es latoso y da cólera, y es una carta bien poco alegre y bien poco romántica la que te escribo. Pobrecito, mi amor, regresar de viaje y encontrarte con esta carta. Me dan ganas de romperla, pero entonces cómo vas a saber realmente de mí. Yo quisiera estar contenta. Mas qué puedo hacer si estoy como un animal atrapado. A veces hay también cosas bonitas, eso sí. Al fin me animé a volver a ver a los caballos, y fue lindo volver a montar. Ya ves que mis placeres son bien sencillos. Aunque mi pobre cabeza está hecha una omeleta.
Mejor bota esta carta, enviada desde el fondo de mi jaula, en el fondo de mi casa en crisis, en el fondo de mi país desmoronándose, en el fondo de mi Centroamérica queriendo torpemente nacer a otra vida. Y desde aquí te estrecho las manos y me abrazo a ti.
Te quiere, te ama,
Fernanda Tuya
San Salvador, 7 de junio de 1979
Querido Juan Manuel, mi amor,
Recibí tu última carta de París, antes de partir a tu gira, preocupado por la falta de correo que sentirías en Canarias. No hay que preocuparse. No son tiempos fáciles. Todos vamos a necesitar paciencia, fuerza y el mínimo indispensable de optimismo para pensar que lo que debe pasar -y que será bueno, ya verás-, tendrá que llegar. Te lo digo a ti porque me lo digo a mí misma. Y, a pesar de ser muy optimista, también me pierdo y pierdo la confianza. No quiero ser motivo de tristeza para ti. Todo tendrá que salir bien.
Espero que te engordes durante tu gira -estabas muy flaco, la última vez- y que se llene de seguridad tu casa. Necesito saber eso.
Estoy sembrando árboles y plantas en mi jardín. Y los niños están muy muy bien. Pura Emulsión de Scott. Y yo comencé ayer un serio intento de sacudir la tristeza y el pesimismo. Si no, me pongo verde y fea. Y eso sí que no.
Tengo cincuenta arbolitos que plantar. Te parecerá enorme, pero detrás de mi casa, que es pequeña, hay una quebrada, que es grande. Y quisiera sembrar árboles en la ladera, para recibir su olor y para que no se lave el terreno.
Enrique prepara su viaje. ¿Cómo hacer para que nuestros ángeles de la guarda comiencen al fin a trabajar en serio? Me parece que nos tocaron los más vagabundos.
Te abrazo, con tierra en las manos y la esperanza de lindos pinares. Quisiera verte feliz.
Fernanda Tuya
San Salvador, 3 de julio de 1979
Juan Manuel, amor del otro lado de los mares y de las nubes y de los sueños,
Cada cual se debate como puede en su terreno. Las separaciones no son fáciles, como tú bien sabes. Y los amores no se quitan con agua y jabón. Imaginarás también, porque me conoces, los días que estamos pasando. Como tú dices: sólo después de esta tormenta sabremos más claramente dónde estamos parados todos.
Y hablando de tormentas, fíjate que la casa de los tíos, los que están de viaje en Europa, se inundó por las tremendas lluvias. Se arruinaron unas alfombras y se manchó toda. Aquí he estado buscando maestros para arreglar las cosas.
También hay cierta posibilidad de que vaya a Milán en septiembre. Hay un curso de una compañía que trabaja con nosotros y si puedo me meto en él. Sólo sería por dos semanas, pero sería tan bueno. Dime por favor que sí.
No puedo escribirte mucho. Mi cabeza está hecha una omeleta, pero que estas líneas te lleven algo de mí. Por lo menos que sepas que no me he muerto y que pienso siempre en ti.
Fernanda
Abro la copia de aquel cuadernillo en el que Mía anotó trozos de mis respuestas a sus cartas, y compruebo que los siguientes párrafos y frases sueltas pueden haber correspondido a aquellos momentos. Se refieren, desde luego, a mi viaje a Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote y La Palma, y es indudable que cada una de estas palabras habla del temor que me produce el efecto causado por la partida de Enrique, sobre todo aquello de que «Los amores no se quitan con agua y jabón», por ejemplo. ¿De qué tiene miedo Mía? ¿De que sus hijos se queden sin padre o de quedarse ella sin ese hombre bueno cuya partida a Chile resultaba inminente? «Cuando los ojos ven lo que nunca antes vieron, el corazón siente lo que nunca antes sintió», sentenció Baltasar Gracián, y ahora a mí no me queda más solución que la de no darme por enterado de nada, de no mostrarme dolido por nada. No, nada pasa. Absolutamente nada, Tarzán.
O sea que uno escribe también como si nada. O soltando, en todo caso, frases del tipo: Estos arrechuchos pasan, Mía, Mía y Mía. Y al mismo tiempo, o casi, añade:
En las islas cobré como torero. Derroché. Mi representante (yes, my lady, tal como lo oyes: re-pre-sen-tan-te), quien te recuerda sin conocerte, sigue siendo amante del Tintoretto y tiene la peculiaridad de que a cada Botticelli lo para de cabeza hasta secarlo. ¡Dios mío! ¡Qué asco le tiene al frasco! Después duerme sin píldoras, no como nosotros, sacos de nervios, sino de sueño natural. Vive en una granja utópica, algo así como la muy limeña Ciudad de Dios de mis años muy mozos, pero con taberna. Aunque también, en la isla de La Palma, de donde vuelvo ahorita, frecuenté un grupo conocido como Los Tabernícolas. Uno de sus miembros era tan chiquito que hasta practicaba el bautismo por inmersión, por supuesto que en aguardiente, siguiendo a los antiguos cristianos y aprovechando su estatura. Y luego afirmaba que, ya inmerso, se sentía Arquímedes, y es verdad que salía corriendo calado por media isla, al sentir revelada la verdad de la física.
También pude haberle enviado estas frases, por lo tarde y nunca, que, me enteré después -recuerdo-, le llegaron a Fernanda algunas de las cartas o postales que le despaché durante aquel viaje:
Por lo prontamente es falso que no te escribí en todo este tiempo. Lo hice con iconografía de rumbón bien temperado. Pero tu carta siguiente, cuyo silencio anuncia la cercana partida del hombre con el que vives, llegó a París tan tarde como resuello de buzo. Sólo quiero que sepas una cosa, Mía, o Fernanda María, o como prefiera tu estado de ánimo que te llame, de ahora en adelante: Yo no estoy ni a favor ni en contra de la partida de Enrique, ni de nadie. Yo estoy. Yo, sencillamente, estoy.
Silencio pero cariños, pues no voy a cantarte ahora tangos y rancheras y arruinar mi recuerdo. Y perdona erratas, errores, y horrores. Si no, la carta se enfría, y ésta en cambio quiere correr para ver en qué puede ser útil.
París también está. Sencillamente está, y sigue teniendo semáforos. Chau.
Juan Manuel
Debo haber sentido mucho miedo para escribir tanto disparate, en mi afán de no darme por muy enterado de todo lo que se estaba cocinando en esa casa de San Salvador. Aunque por ahí Fernanda cita unas palabrejas mías que realmente no sé en qué contexto situar, ni si se refieren a ella, a ella y Enrique, a mí, o a todos nosotros. Suena patético esto de todos nosotros, precisamente cuando yo estoy viviendo -y reviviendo, ahora, tantos años después- la dura sensación de andarme quedando varado en París, una vez más. Luisa representó una muerte súbita. ¿Empezaba ahora una muerte lenta? Siempre quise, siempre quiero y siempre querré tanto a Fernanda María de la Trinidad que sigo pensando que ya desde entonces empecé a prepararme para un lentísimo y sumamente digno camino a la horca. Bueno, he aquí las palabrejas:
«Ergo, no veo fracaso, sino por lo contrario una hermosa aventura bien cumplida». Y su comentario en verso: «…que así es la rosa». (Juan Ramón Jiménez.)
Pero tengo que haberle escrito muchísimo más que estos párrafos y frases, porque las respuestas, o, en todo caso, las cartas de Fernanda que corresponden a aquel verano europeo, hablan de cosas totalmente distintas.
San Salvador, 15 de julio de 1979
Juan Manuel, amor,
Recibí tu última carta, angustiado por la falta de palabras mías, y con tu depresión nerviosa, o lo que sea que te pasó. La angustia parece ser un mal universal. Todos estamos pisando arenas movedizas estos días. Por las más diversas razones, el mundo está inhabitable. Lo mismo aquí, como en tu departamento, como en Egipto. Figúrate que hoy recibí carta de una pareja de grandes amigos norteamericanos que están allá -él como agregado cultural de su misión diplomática en El Cairo-. Y hoy escriben: «Demasiada amargura se filtraría si prosiguiera el inventario de los absurdos que nos acometen». Esta frase me sorprendió viniendo de ellos, que partieron recién casados y llenos de ilusiones aventureras, hace menos de dos años. Ya ni la más optimista de las personas escapa a la tristeza, angustia, locura, desconcierto que es nuestro pan de cada día. Tampoco pueden vislumbrarse días mejores.
En la oficina, que siempre ha sido un gran descanso emocional, como son las oficinas, por su trato impersonal y cotidianamente fácil, ahora todo está en la mayor zozobra. En fin, habrás leído, quizás, que soltaron a los dos ingleses secuestrados. Pero ahora se han ido TODOS los ingleses, menos una docena, de los cuales tenemos dos en la oficina. Y están tristísimos. El socio de mi tío y su hijo son ingleses, y han recibido órdenes de evacuar. El hijo se quiere ir, el papá no. Pero quizás tendrán que partir. No pueden salir a ningún lado. Tienen que tener cuidado siempre, y eso no es vida. La pequeña docena de ingleses que queda hoy no tiene ni sede diplomática que responda por ellos. Tal vez manden nuevos representantes para la delegación inglesa. No se sabe lo que va a pasar de un día para otro. No sé qué haría mi tío si su socio tiene que irse, pero sin duda cambiaría bastante la cosa.
El viernes pasado regresaron de su viaje a Europa los otros tíos. Lástima que no los viste con la Susy a su paso por París y que te sintieras tan mal en esos días. La Susy, tan viajera como siempre, estará triste de no haberte visto. Te ha tomado mucho cariño.
En casa seguimos a la espera de alguna resolución, y del dinero para que Enrique pueda viajar. Yo no sé ni qué pensar. Él adora a los niños, que por cierto son adorables, y ellos también lo quieren mucho. No sé si podría separarse de ellos. Pero algún día pronto hará su viaje, y estar solos nos ayudará a los dos a pensar las cosas.
Tu soledad, en cambio, ya no te ayuda. Me preocupo muchísimo, aunque pienso que el verano que te espera, con amigos como Charlie Boston y don Julián d'Octeville, te ayudará bastante. Es tan bueno sentir el viejo y cómodo amor de los amigos que ya le conocen a uno todas las canciones, y sin embargo mágicamente sigue siempre la alegría al verse y la emoción.
No pierdo la esperanza del viaje a Milán en septiembre. Aunque a veces uno pierde todo en este terremoto que vivimos.
Saludos grandes y jugosos para don Julián y Charlie.
Y claro, también para el Maestro Bailarín, si aparece.
Mi amor para ti,
Fernanda Tuya
San Salvador, 1 de agosto de 1979
Querido Juan Manuel Carpio,
Efectivamente, el correo se puso pésimo, porque no he escrito nada en este último mes de saber y no saber lo que pasa. De manera que nuestras quejas con la oficina de correos, la desorganización centroamericana, etcétera, no podrán ser tan vehementes, en esta oportunidad. Es más, es posible que la carta que hoy te escribo recién la leas en septiembre, por tu vacación, tan necesitada y que ojalá te devuelva a París con buen sol y con buenos ratos cuerpo adentro.
Cuánto lamento que Ernesto Flores haya llegado en mi lugar a tus tierras. Supongo que ese sucio cantautor colombiano llevará con él, como siempre, su fuerte dosis de delirante, carcajeante vulgaridad y cinismo. Pero si él ha optado en su vida y en sus canciones por agarrar el mundo por los pies, por los sobacos, por el culo, no debería hacerte esto nunca daño. Creo, además, que él respeta y admira tu capacidad contraria de tocar la vida profundamente por medios menos crudos, saber acariciar su cabellera al viento. Son simplemente pasiones distintas, maneras distintas. Pero creo -puesto que nada es SÍ ni NO del todo, en esta vida- que Ernesto Flores es tu amigo, si pudiera llamarse amistad algún sentimiento suyo. Dentro de lo posible, digamos. Claro que a veces su amistad es una patada en el culo.
En cuanto a mí, y Lima hace como mil años, y Luisa y todo eso. Tú me dices que Ernesto Flores andaba por allá, cuando yo pasé, pero la verdad es que no recuerdo si lo busqué. No lo creo. En todo caso, en este momento realmente no puedo pensar en Ernesto Flores. Tengo cupo lleno en mi mente, en mi vida, en mí. Aunque, por supuesto, no lo desprecio y lamento lo que me dices de que dejó de escribir y componer canciones, o por lo menos de hacerlo bien. ¿Cómo desperdiciar ese exceso de vulgaridad, esa tal cantidad de bajas pasiones y malos sentimientos?
Te cuento de mí. Enrique partió este domingo. Triste y sin saber exactamente cuál será el futuro. Yo tampoco lo sé. El paisito no ofrece mucho elemento. Como tú bien dices, una mierda. Cuesta sudor y sangre vivir aquí, y no hay tiempo para las lágrimas. Cualquiera de nuestros amigos salvadoreños bien te lo puede contar. Aun conociendo las mañas y torpezas del medio, siempre cuesta y duele sentir la mezquindad a cada vuelta de la esquina, las pequeñas envidias y la mediocridad que es el elemento general. Claro que se encuentran mejores personas, y eso da placer. Pero la vida diaria cuesta. Quizás por todos lados cuesta. Por otra parte, el país es un vicio difícil de abandonar. No sé si podría de nuevo vivir en otro lugar. Por lo menos no este día, que amaneció tan lindo. Tal vez otro día, mi amor.
Los niños están rebién. Pero los dos tienen soplo al corazón. Hay que cuidarlos, ni mucho ni poco. Enrique se fue destrozado por ellos, que realmente son muy lindos niños, y con la idea de que no iba a aguantar más de un mes.
Para mientras estas cosas pasan y se deciden, para mientras Centro América entera acaba de explotar o no, para mientras cada cual busca afianzar y ahondar y fortalecer su sede en algún mundo íntimo, yo crío niños y visito tías en este pueblo: lindo, feo, horrible, loco, mediocre, explosivo, fácil, dificilísimo, peligroso, con lindo y tibio mar con ricas ostras y conchas, con un calor del demonio en el tráfico del mediodía. Hoy por hoy éste es mi mundo.
Cuánto me gustaría saber de tu verano. Me gusta tanto poder hablar contigo. Siempre.
Mía, pero bastante Tuya
San Salvador, 16 de agosto, de 1979
Querido Juan Manuel Carpio,
De tantas amigas que ya viven fuera, Silvia fue la única que al fin llegó. Charlotte se quedó en París y mis hermanas no vinieron tampoco. Todo el mundo le tiene terror al país estos días. Vieras cuánta gente se va. Una vendezón de casas. Yo también he tenido que abandonar mi casa estos días, pero no por irme. Tuve que hacer unos trabajos que son sucios porque se levanta bastante tierra. La situación del agua se volvió insoportable. No llega agua todos los días y cuando llega es sólo en la noche. De manera que hubo que hacer la cisterna de captación, con bomba y todo, para tener la cisterna de agua. Esperemos que sea una solución. Por lo menos es una gran ayuda y es terrible no tener agua para bañarse, etcétera. Esta semana terminan los trabajos y volvemos a casa. Los niños se desquician un poco mientras están fuera.
Sobre todo Marianita, que es una gran sentimental. Hace unos días, Rodrigo durmió en casa de una amiga, y ella se despertó toda la noche buscándolo. «¿Y mi hermanito, mamá?» Seguro se asustó de que él se le fuera también. Después de la partida de Enrique está sentimental, perdida y llorona. En cambio Rodrigo es el hombre liberado. Anda más suelto que nunca. Y ya va a entrar en primer grado. ¡Mi bebe! Parece mentira pero ya va a tener seis años, en enero. Y es mimoso y muy enamorado, eso sí, sobre todo de su mamá. Todavía. Ahora que Rodrigo va a pasar a un colegio serio, ella se quedará sola en su kínder. Seguro eso la va a hacer más fuerte, aunque al principio le cueste. La ida de Enrique sí que le ha costado. Se ha puesto muy llorona y taciturna, aunque nunca lo menciona. A veces dice, y me sorprende, que se va a ir al aeropuerto, ese terrible lugar que se traga a la gente. El nuevo colegio de Rodrigo parece que es bueno. Les dan clases de natación y tienen buenos profesores. Queda cerca de la casa, con bastante jardín con árboles. Después ahí mismo iría Mariana. Aunque por lo general, los colegios son un desastre. Sólo van a aprender malas palabras y a agarrar bichos en el estómago (palabras de Mariana). Mira qué mamá reaccionaria salí. En realidad, se ve bonito el colegio, tiene naranjales, una arboleda grande. La casa del colegio es más bien chica y con muchas ventanas, casi es toda de vidrio. Tienen bastantes clases al aire libre -danza, teatro, pintura, natación-. Todo eso lo hacen afuera, en los gramales. Ya me dan ganas de ir a mí.
Tu Fernanda está hecha un desastre. He llegado a la más completa bancarrota. Debo dinero por todos lados. El carro se arruinó y que volviera andar fue casi como comprar otro. Debo cada centavo que me entra y más y ya no se puede. De manera que la semana próxima me voy de bancos, a ver si alguno me da un buen préstamo a largo plazo, para salir del hoyo, y tener unos seis meses de tregua para buscar un empleo mejor pagado. Al final, habrá que ser mujer ejecutiva. Si no nos ahogamos de un todo. Para decirte que le debo hasta a la gasolinera. Ya cuando uno llega a necesitar préstamos de ese tamañito, casi limosnas, es que no se puede más. La bancarrota. Aunque una cosa sí que es cierta. Mi situación no puede más que mejorar. El lunes parto a colocar mis solicitudes en varios bancos. Necesito unos veinticinco mil dólares. No es ni tanto ni tan poco, y me puede poner de pie otra vez. Luego habrá que pagar las cuotas, pero una vez enderezada mi senda tropical.
Saludos y mil abrazos a los amigos, y a ti los recuerdos de mil años atravesando puentes desde tu casa a la mía.
Fernanda
San Salvador, 21 de septiembre de 1979
Muy querido Juan Manuel Carpio,
Recibí tu carta de Mallorca, y siento que tienes razón. Mis últimas cartas no fueron muy lindas, ni muy cariñosas, y eso te ha de haber herido. Te pido perdón. Estoy segura de que la de hoy, en la cual tengo mucho que decirte, te herirá menos, por ser más real y más mía.
Primero, el viaje de septiembre se canceló. Al fin, mandaron a otro de la oficina, un vendedor que acaba de casarse y se aprovechó para que viajara con su esposa y pasara su luna de miel allá, mientras asistía al curso. Tengo que admitir que me pareció una decisión muy humana y correcta. Por más que yo tenía realmente muchas ganas de ir. Tal vez más adelante.
Ahora te hablaré de mí, de mi estado de ánimo, con la mayor honradez y cariño, que te debo, que me debo.
He pasado este tiempo bastante sola. Recuperando mis lugares, mis costumbres, mi soledad. Quizás por eso te rechacé bastante en estos días, y eso me impulsó a escribirte cartas tan frías. Tenía muchas ganas de estar completamente sola y que me dejen pensar y actuar con tranquilidad. Y mucho se ha conseguido. Para comenzar, estoy tranquila y contenta. He arreglado bastante mi casa, que tenía bastantes cosas en estado de reparación y limpieza. Ahora, ya parece mía otra vez. No he visto gente para nada. Y he salido poco, porque el tiempo ha estado muy lluvioso. Y los niños no pueden salir con esta lluvia. En fin, muy casera, me he comprado unos buenos discos, y he recuperado en la casa la serenidad de los espacios en paz. Hasta se ve más grande. En la oficina, he pedido que me aumenten el sueldo, y con eso las horas de trabajo. En el mes de octubre empiezo a trabajar a tiempo completo, y espero que se resolverán estos absurdos problemas que es tan ridículo tener. En cuanto a Enrique, ha escrito varias veces. Parece que le hacemos bastante falta, y que realmente nos quiere mucho. Va a regresar, quizás a fines de septiembre o en octubre, y vamos a hacer el intento de limpiar la mesa de tanta cosa equivocada que ha sucedido. Yo también creo sinceramente que eso es lo que debemos hacer, ya que Enrique adora a sus niños, y si puede funcionar la cosa, pues tanto mejor. Espero que ahora, armada de mi nueva y duramente recuperada tranquilidad, no me deje tan fácilmente arruinar la existencia de nuevo. Y que los dos estemos más atentos a no repetir tanto error espantosamente caro para el mínimo bienestar. Confío en que estarás de acuerdo con esto, aunque sé que te vas a sentir triste. Pienso que es lo más limpio que puedo hacer, y lo más de acuerdo con la realidad.
De cualquier manera, y pase lo que pase, tendrás en mí la más admiradora y la más fiel amiga, con un enorme amor para ti. Escríbeme, te lo ruego, tu reacción y tus sentimientos. Abrazos,
Fernanda
Muchas cosas más, buenas y malas, habrían de ocurrir todavía entre Fernanda y yo, por supuesto. Y entre Fernanda y Enrique, y hasta entre los tres. Y, aunque esta carta habla, cuando menos entre líneas, del fin de algo, también contiene, para mí, un elemento auroral, algo profundamente umbral, casi de puerta de entrada a una nueva realidad, y de nuevo giro -tal vez más profundo que nunca- en nuestra relación, a pesar de su apariencia y de las cosas que en ella se afirman. O es que, sencillamente, por más que recuerdo el impacto brutal que me produjo y la inmensa pena que sentí al leerla y releerla mil veces, yo siempre me negué a que la distancia geográfica y circunstancial que había entre Mía y yo adquiriera el más mínimo matiz de dramatismo, de culpa o de error achacable a ella o a mí. A nosotros, como en tantas otras oportunidades ya, lo único que nos falló siempre, que nos falló de entrada, eso sí, fue nuestro Estimated time of arrival. Pero eso no había dependido jamás de nosotros sino de unos dioses adversos y, por consiguiente, lo nuestro tendría que desembocar siempre en un futuro risueño y mejor, en un descarado optimismo que nos permitiera afirmar, cada vez con mayor entusiasmo, que el verdadero milagro del amor es que, además de todo, existe.
Y ahí está la copia del cuaderno hecha por Mía, llenecita de frases que, sin duda alguna, pertenecieron a las cartas que comentaron la suya y que además motivaron la siguiente carta que recibí de ella. Empiezo, pues, citándome:
Recibí tu efusiva… ¡Aleluya por tus decisiones! ¡Aleluya, porque hacen de las suyas!… Aunque no te lo creas, por momentos tu carta desborda en generosidades, como la antigua leche, en tiempos de la nata… Por lo demás, mi redundada Mía, hay que saber apreciar la calidad de la melcocha… Aunque bueno, debo reconocer también que todos los seres que me va tocando querer y respetar en esta vida tienen varias personalidades trenzadas y hasta entrencaramadas…
Lo que sí, Mía, todos tenemos tristezas, desencantos, amarguras. Algunos por culpa de su costilla, otros por locura de corriente alterna… Por eso llegan tan rápido como se van, gracias a Dios, los momentos esos en que no puedes contar con nadie, así sepas que te quieren.
Un dato muy objetivo. No bien termine estas vacaciones, que en tu país llaman vacación, muy singularmente, y casi como si de algo sacerdotal se tratara, iré unos brevísimos días de gira por México. ¿Crees que podríamos sintonizar algo? Tu respuesta la espero con perruna mirada de pongo a misti, en novela de mi genial compatriota José María Arguedas. Entre tanto, efusiones abrumadoras y copa en mano, en posición y actitud de brindis de un bohemio con una reina, y en compañía de don Julián, que agradece, en piyama y con sarita, eso sí, tu existencia y la de Palma de Mallorca, y la de Charlie Boston, que desayuna brindando con Chivas, por tu culpa, dice él.
Las líneas que vienen enseguida me las esperaba todas, pues son una lógica respuesta, una reacción muy sana y normal, a las cosas tan serenas y alegres que le decía yo a Fernanda, al comentar su carta. Indudablemente, yo me había aferrado desesperadamente a las enseñanzas del refrán «Quien mucho abarca, poco aprieta», para que a Fernanda no se le ocurriera, un solo instante, dar por terminada nuestra relación, ni siquiera en su aspecto epistolar. Del comentario que ella hace de mi carta, sólo me sorprende lo del second best, que no me suena a mí, francamente, pero que debo aceptar, puesto que lo escribí. En el fondo, deseándolo o no, tanto ella como yo habíamos estado esperando que fuera Enrique el que diera el paso en falso, el que por fin una noche de violencia y borrachera tirase la puerta y se largara a Chile para siempre, ahora que ya podía regresar a su país tan desesperadamente. Pero luego resulta que el araucanazo de la crin azabache se había largado ma non troppo, porque al partir había afirmado que adoraba a todo el mundo en esa casa y que no aguantaría mucho tiempo lejos de su mujer y de sus hijos, dejándonos a todos bastante fuera de juego, la verdad, aunque también hay que reconocer que la muy tonta de mi Fernanda se había conmovido como una niña inocente con el regreso de Enrique, que a mí me sonaba a caballo de Troya, más bien. Yo no contaba con este regreso, sinceramente, y estoy seguro de que tampoco Fernanda contaba mucho con él. Pero terminó conmovidísima con el pronto retorno a casa del gigantón ese, conmovida de la pura sorpresa que se llevó al verlo reaparecer tan rápido y de tan buena traza y tamañas intenciones. Lo que es la vida.
Ay, mi Tarzana, qué tontita eras entonces todavía, de vez en cuando, y cuánto de niña bien y de educación suiza y católica y todo aquello te quedaba aún, cuánto faltaba para que Tarzán llegara a serlo en una selva de verdad, con una musculatura también de verdad, y con un grito que impusiera respeto total desde el primer hasta el último hombre, animal o vegetal, en aquel enmarañado, endemoniado mundo en el que todo parecía depender de cualquiera, menos de nosotros dos.
San Salvador, 20 de octubre de 1979
Juan Manuel Carpio querido y amado,
Llegó tu carta, más que buena y generosa, y he pensado tantísimo en ti y por consiguiente he hablado también mucho de ti con todo aquel que quisiera escucharme.
En la casa, ya regresó Enrique, con mejores ánimos. Hizo muchas cosas en su país y eso le ha hecho un gran bien. No eres second best. Como supongo que yo tampoco lo fui en aquel tiempo, cuando tú todavía soñabas, apoyado en mi pecho y whisky en mano, con el retorno de Luisa y con una reconciliación. Lo que nos ha pasado es nuestro eterno problema de tiempo. En cuanto uno está libre, el otro está casado. Y tú bien sabes que estar casado no es tampoco la gran ganga.
Pienso que tus calles estarán lindas en estos días de otoño. Es la época que más me gustó siempre allá. De septiembre a noviembre. Luego París se pone un poco oscuro para mis ojos tropicales. Aunque hay gente que le gusta el invierno, la saison du confort. Ricas comidas y ricos vinos, que nos matarían aquí con este implacable sol. Me da hambre de solo pensar en los olores al lado de tu casa. Espero que pronto me toque ir por allá de nuevo. Escuchamos mucho tu disco Le Paris d'Yves Montand, aquí en casa, y nos llegan abrazos tuyos y olores de metro, de impermeables mojados, de salchichas en Pigalle y sencillos restaurantes griegos de esos que a ti te gustan tanto. Ahora que pienso en todo eso, con la calma, con la tranquilidad y la gratitud de tus palabras tan generosas, tus decires limeños tan alegres, tu amabilidad para conmigo, para con los míos, para todo lo que me rodea, me parece que al salir voy a encontrar la suave luz de París, caminando en las calles despacito contigo. Y se me mezclan con el mismo cariño el tiempo en que tú eras el hombre que había perdido a Luisa y los días en que yo fui una mujer totalmente feliz a tu lado, pero que sencillamente tenía que regresar a un país, donde unos hijos y donde un esposo.
Pero como tú bien dices, la señora realidad es la verdadera gran triunfadora de todas nuestras batallas. Y quizás a veces se venga con nosotros porque no le rendimos el culto que ella exige de las personas realistas. Más bien como que le sacamos la lengua, y es tan y tan orgullosa la señora realidad.
Bueno, mi amor, te abrazo, y te comunico los abrazos de todos tus grandes y viejos amigos de aquí, incluso de esa gran mayoría de personas que sólo te conoce de oídas, sean musicales o conversacionales. Siempre estás con nosotros en todas las reuniones. No tengo la menor duda de que un día vendrás a vernos y que ya no habrá que ir a sacar ningún cassette, porque estarás entre nuestros amigos de siempre y habrá una guitarra en alguna parte.
Fernanda
Pero bueno, las cosas que tiene la vida, también. Porque yo acababa de regresar a París, bronceado, físicamente muy en forma, y con un estado de ánimo francamente vacacional aún, después de las deliciosas semanitas en Mallorca, cuando una gorda tan rubicunda como guapísima me cayó de visita. Me estoy refiriendo a Luisa, por supuesto -y me alegró verla, y me apenó verla-, y todavía puedo comprobar en su cara, en sus ojos, en el esto de sus labios, en fin, en todo, el profundo disgusto que le produjo encontrarme tan vivito y coleando, y además con cara de andar pensando y soñando con Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, noche y día.
Por todas partes había oído yo decir lo bien que le iba a Luisa en sus negocios, pero ahora era ella quien deseaba hacérmelo saber a mí, personalmente, para que de una vez por todas abandonara 'la absurda vida de bohemio que me empeñaba en continuar llevando, para que me dejara de tanto verso y de tanta canción de amor, de protesta y de lo que me echaran, en resumidas cuentas para que abandonara París de una vez por todas, regresara a Lima, sentara cabeza, le diera a ella aquel hijo que aún estábamos a tiempo de tener, y ocupara algún cargo de responsabilidad limitada en una de sus empresas, en vista de que medio irresponsable y hasta irresponsable y medio fuiste siempre, mi querido Juan Manuel, aunque es verdad que yo te he querido desde que te conocí, no sé por qué, realmente, pero esto también es purita verdad, y te sigo queriendo mucho, y qué te parece si esta noche lo festejamos todo en La tour d'argent, invito yo, por supuesto, porque lo que es tú, a juzgar por el departamentito que te gastas…
Lo increíble, claro, es que fuera yo el que soltara los lagrimones de pena y de donde hubo amor siempre quedan cenizas, aquella noche en La tour d'argent, invitadísimo, sí, pero insultadísimo también por las apreciaciones de Luisa acerca de un departamento en el que Fernanda y yo habíamos sido tan felices, y acerca también de lo que aquellas paredes decían de mi éxito o fracaso en el mundo de la canción y en el mundo en general, y punto.
– Pero, Luisa… Yo sin cantar, sin componer, no puedo vivir.
– Siempre tendrás tus horitas libres para eso, Juan Manuel…
– Para mí no se trata de horitas, Luisa. Se trata de una vocación, de una vida…
– No, Juan Manuel. De lo único que se trata ya es de que llegue el día en que por fin madures.
– Luisa…
– Juan Manuel… He venido hasta París a verte y a decirte que ya es hora de que vuelvas a casa.
– ¿A casa? ¿Qué casa?
– Conmigo, tonto. ¿No te basta con que te lo proponga? ¿O tengo que humillarme y decirte que yo también te extraño horrores?
– Luisa, eso no es verdad…
– No es verdad, qué, Juan Manuel. Explícate, por favor.
– Mi explicación más global se llama Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes…
– ¿El espagueti pecoso ese con salsa de tomate?
– No es necesario insultar ni herir a nadie de esa manera, Luisa…
Luisa pidió la cuenta y, aunque el mozo se la hubiera entregado batiendo todos los récords mundiales de velocidad en entrega de cuentas en un restaurante, a mí aquello se me hizo eterno. Interminable fue, en efecto, el tiempo en que, por defenderme de la herida de Luisa, terminé yo hiriéndola a ella con la sola mención del nombre de Mía y con el uso de palabras como mi explicación más global. Fue como si mi mano derecha, que tan sólo me sirve en esta vida para interpretar melodías en una guitarra, de golpe hubiese encontrado toda la violencia y la precisión necesarias para vengar a Fernanda, devolviéndole a Luisa el tremendo cachetadón que recibió de ella casi diez años atrás, en Lima. Y después Luisa se rebajó a un insulto y una herida, pero yo volví a reaccionar con esa pertinencia que le hizo pagar la cuenta en un abrir y cerrar de ojos, largarse del restaurante, dejarme con media botella de un excelente Côtes du Rhône Gigondas, nuevamente abandonado en París, pero tan distinto esta vez a la anterior, porque ahora yo sentía que un par de buenos lagrimones me velaban su patética partida de pésima perdedora, y mentalmente empezaba a escribirle a Mía una larga carta contándoselo todo, más o menos como en aquel tango: Volvió una noche, nunca la olvido, había en sus ojos tanta ansiedad, en fin, así más o menos era el tono que empleaba para contarle a Mía, ante una deliciosa copa de vino tinto, que Luisa, la pobre Luisa, tú no te imaginas qué gorda, qué torpe, y qué horror, Maía Mía…
San Salvador, 3 de diciembre de 1979
Mi siempre queridísimo Juan Manuel Carpio,
Recibí tu carta contándome de la llegada de Luisa a París, con intempestividad, autosuficiencia, con sonrisa conmiserativa y todo. Qué lástima que una persona como ella se envuelva de tanto misterio y autocomplacencia ante ti, que eres el que más podrías hacerle bien. Además, estoy segura de que mantiene ese misterio y esa parquedad con todos sus amigos, igualmente. Y así no se deja abordar ni por una mariposa ni por un portaviones. De manera que tiene que manejárselas sola, y sólo según su propio y orgulloso criterio, que no ha demostrado ser el más claro ni mucho menos el más eficaz. Yo a Luisa la recuerdo con mucho cariño y respeto. Tal vez no debería ser así, pero bueno, así es, mira tú. Aunque en serio y en broma te digo que su bofetada limeña todavía me duele mucho, a veces, sobre todo por lo que hizo de nuestras vidas, sin ganar ella absolutamente nada, al fin y al cabo.
El horror por aquí se acerca a casa, al menos a la casa de los seres que uno más quiere. Fíjate que se han raptado al hermano de Rafael Dulanto, que acaba de aterrizar en San Salvador acompañado de una guapísima novia norteamericana, de nombre Patricia. Y por un momento se complicaron aún más las cosas, porque un tercer hermano se encontraba haciendo las gestiones para el pago del rescate, en el ministerio de Economía, en el momento en que lo tomaron con trescientos rehenes, durante dos semanas. De modo que hubo unos días -largos- en que los dos hermanos estaban privados de libertad, y Rafael tuvo que venirse corriendo de Nueva York, donde anda ahora de representante ante la ONU, con el grave riesgo que eso implica. Ahora, por dicha, ya desalojaron el ministerio y soltaron a los rehenes. Pero no hay todavía noticias del hermano secuestrado. Los secuestradores piensan que la gente tiene millones y millones, listos en la gaveta del velador. Supongo que Charlie Boston siempre hará sus incursiones a París, desde Roma, y a lo mejor estás más al corriente que yo de estos terribles asuntos.
Esta semana tengo la esperanza de tomar una pequeña vacación, para ir al mar unos días con los niños. A todos nos caería muy bien. Rodrigo ha estado con amigdalitis sobre amigdalitis. En cambio la Mariana, que es flaquita como su mamá, se mantiene con una salud de hierro. Ahora está muy contenta con unas clases de ballet. Acaba de comenzar y le gusta mucho, a pesar de que apenas logra tenerse en pie. Pero parece ser que es una buena disciplina de concentración, tanto física como mental, cosa que mi lindo pajarito necesita mucho. Yo también he estado cansada y nerviosa con tanto secuestro, y unos días de respirar mar me vendrían muy bien.
Claro que puedes escribir a la casa, sólo que tendrán que ser cartas generales y expurgadas, ya que Enrique estará curiosísimo de leerlas, porque te quiere muchísimo, lo sabes. Siempre habla de ti. Más bien siempre hablamos de ti. Por aquí andas siempre, debajo del sillón o detrás de las plantas, y apareces en cualquier conversación. En fin, que el matrimonio, bien lo sabemos, es cosa bastante curiosa, cuyas reglas seguirán siendo eternamente un secreto para mí. No sé si Enrique va a ir al mar. En general, no le gusta la playa, y si es por varios días, menos. Bueno, termino repitiéndote que él estaría encantado de recibir carta tuya también. Y yo, por supuesto. Estás perdido: separadamente y conjuntamente te amamos. Mira suerte. ¡Por la madonna!
Pero sí te quiero más que nadie, aunque sea en coro la serenata.
Mía Tuya
Me había vuelto un angelito, podrán ver, y hasta a Enrique quería escribirle en mi afán de estar presente en esa casa de San Salvador, mañana, tarde y noche. Pero no estaba la virgen para tafetanes, y, como suele decirse, en el horizonte se divisaban ya los más negros nubarrones.
San Salvador, 8 de febrero de 1980
Queridísimo Juan Manuel Carpio,
Esto se está poniendo demasiado bravo. Hasta yo, que soy la más optimista siempre, la última optimista en toda situación, ya me estoy preocupando. Hemos recibido tres amenazas seguidas de rapto de mi hermana Ana Dolores. Yo no quiero asustarme y no quiero que tú te asustes, mi amor, pues insisto en creer que se trata de una tremenda maldad, antes que de una tremenda realidad. Mi hermana, por supuesto, se va. Pero quién va a andar tan mal informado en este paisito como para pedir plata por un miembro de una familia que, desde la muy prematura muerte de mi padre, perdió todas sus fuentes de ingreso y sólo vive de recuerdos, amistades, y unas cuantas joyitas que quedan por ahí.
Sin embargo, se vienen asomando unos nubarrones del tamaño de veinte portaaviones. Lo más peligroso para nosotros, quizás, es que se ha formado un «Ejército de Liberación Centroamericana», con los viejos de la Guardia Nacional de Somoza, todos los que salieron en desbandada de Nicaragua, los superreaccionarios de Guatemala, los ricos de El Salvador que se han ido a vivir y a invertir en Guatemala, y el gobierno de Honduras que parece también colabora. Hasta Rodrigo Carazo Odio (sic), el actual presi de Costa Rica, mete sus discursos reaccionarios, si bien por lo menos no ayuda con armamentos ni hombres. Pues todas estas bellas personas están decididas a «parar el avance comunista», aquí en mi paisito. Imagínate lo que será ese enfrentamiento. Ojalá los muchachos y los compas estén bien preparaditos. En todo caso será como para hacerse un hoyo y buscar guarida. Claro que tienen armas y gente los compadres, aunque creo que están en desventaja en cuanto a armas, si bien tienen grandes masas bastante organizadas. La manifestación de la Coordinadora Popular fue enorme, la mayor que se haya visto aquí jamás. Doscientas mil personas en San Salvador… Imagínate… En esta ciudad hasta hace pocos años cien personas juntas eran una muchedumbre. Y cuando alguien no estaba dos domingos seguidos en su misa o en su cantina, ya se podía ir deduciendo que se había echado al monte de guerrillero o de justiciero.
Aunque no quiero estarlo, estoy aterrada por mi hermana, por mis hijos, hasta por el bebedor de Enrique, que todo lo enfrenta copa en mano, estoy aterrada. Y ahora mismo me gustaría cerrar muy fuerte los ojos y sólo sentir la existencia de esa confianza total que tengo en ti. Entonces todo funcionaría, Juan Manuel Carpio, porque tú eres como yo y no me abandonarías ni siquiera por la Luisa de entonces, no la de hace unas cuantas cartas.
Pero bueno, la vida es tal que ya ves: ni hablar en este momento de soñar siquiera con esa «sintonización» con tu gira por México, a la que te referías en tu última carta desde Mallorca.
Piensa mucho en mí, viajes o no.
Fernanda Tuya
Viajé a México, además me di un salto a Lima, y hasta tuve tiempo para fracturarme la mano izquierda, muy levemente, gracias a Dios. A todo ello aluden algunas frases sacadas del cuadernillo fotocopiado, cuyo original tanto atesoró siempre Mía.
En México, mi dichoso representante está tan dedicado al Tintoretto, que apenas ha podido conseguirme lo justo para pagar hotel y vitute. Pero recién empiezo con las calamidades, porque también me ha pescado una venganza de Moctezuma que, al no ser bacterias, a lo mejor acaba, digo yo, siendo psicosomática, y con el tipo de locura que suele aquejarme a mí, muy probablemente me llevará a cagar un piano de cola. Con tu perdón.
Ya ves tú que terminé huyendo de México, para darme un saltito a Lima y decirle bonjour a la familia y a los amigos. Mi éxito ha sido rotundo, pues ya en el aeropuerto me pegué el resbalón del siglo y fractureme la mano izquierda, aunque sin gravedad alguna para mi guitarra y mi vocación trovadora. Parecía hombre público en esa ciudad donde todos los políticos tienen la mano rota (algunos, además, caída).
Efusiones como chorro de ballena. Te extraño y te quiero HORRORES.
Juan Manuel
Me avergüenzo aún de haber escrito aquellas cosas, cuando releo la siguiente carta que recibí de Mía.
San Salvador, 26 de febrero de 1980
Mi queridísimo Juan Manuel Carpio,
Tú siempre tratando de hacerme reír. Acabo de recibir tu breve carta, muy preocupada eso sí por los que estamos aquí, por ti mismo, en México, en Lima, y ya de regreso a París. Parece ser que vaya donde uno vaya los peligros que corremos tú y yo son en cierta medida los mismos, al nivel interior. Yo creo que son los demonios internos que nos pinchan las llantas, nos queman los barcos, nos rasgan las velas, y a veces nos dejan náufragos en plena mañana soleada del más lindo París. Por eso nos acompañamos, con el más continuo cariño. Fíjate que aquí hemos hablado muchísimo de ti, y todos preocupados por tu vida, por tu andar siempre solitario en París o dando solitarios saltos para ganar cuatro reales. Y al mismo tiempo todos queriéndote mucho y orgullosos también de ser parte del mundo que te rodea en tu departamento de la rue Flatters y donde vayas.
Dos veces he hecho el viaje a Occidente, como se dice de la zona de Santa Rosa donde ahora se están quedando Rafael Dulanto y Patricia, su novia. La familia de Rafael tiene una casa muy linda a orillas del lago de Coatepeque, y allí nos hemos reunido con ellos, con Virginia Corleone, que también te conoció en París y no te olvida nunca, con Enrique y con los niños. En fin, toda la familia. Otros amigos que sólo te conocen de oídas y que también tienen casa por ahí se unen con sus voces para recordarte o preguntar por ti.
Por nuestro lado, no estamos nada tranquilos, pues la Ana Dolores se demora en poderse ir y aquellas absurdas pero graves amenazas pesan sobre todos nosotros como una espada de Damocles. En cambio ya soltaron al hermano de Rafael. No sé realmente lo que él y Patricia piensan hacer ahora, pero a lo mejor te caen por París para una necesaria vacación, después de tanto susto y trajín. Todos estamos bien aliviados con esto y la familia de Rafael bastante tranquila, aunque supongo que asimismo bastante más pobre. Pero más vale por lo menos estar con vida. Él sigue exacto. Se ríe con la bocota de cipote extrovertido y tropical, se duerme con sus amigos, y eso sí, adora a su novia. Es generoso y bueno, eso tú bien lo sabes. Y un poco encontrado y un poco perdido como siempre. Creo que si vuelve a París no te costará ningún trabajo reconocerlo, no bien lo vuelvas a ver.
El asunto de su hermano lo tenía muy mal a nuestro Rafael, pero ahora está mucho mejor. La primera vez que lo vi estaba triste, pálido, e increíblemente callado. Y lo mismo Patricia, que no ha podido tener peor debut en este catastrófico paisito. Pero ahora todo parece mejorar nuevamente para ellos. Sin embargo, hace tres días los vi en San Salvador. Iban en su carro y de riguroso luto. Yo también iba toda de negro. Y pensé que nos dirigíamos a la misma misa, de un amigo que mataron, ametrallado saliendo de su finca, hermano de Walter Béneke. Tal vez lo conociste a Walter, o te acuerdes de él por Rafael. Fue ministro de Educación. Era también de nuestra camada. Yo iba con Enrique y mi mamá a la misa, y todos de negro nos saludamos con Patricia y Rafael, pero después ya no nos vimos. Sin duda tenían otro muerto.
Ahora espero poderlos ver antes de que se vayan, pues siempre han sido alegres las reuniones con Rafael, y Patricia es una mujer encantadora. Se me olvidó contarte que vinieron a la casa el día del cumpleaños de Mariana. La pasamos muy alegres todos, comimos como desaforados un plato de mondongo delicioso, con bastante vino. Creo que fue piñata para adultos, aunque los niños pasaron también muy alegres porque, en medio del puro verano, llovió y eso causó un gran revuelo y un absoluto éxito para ellos. Anduvieron jugando con paraguas en medio del jardín lodoso, qué maravilla. Mientras tanto, los adultos nos excedíamos con el vino. Y brindamos contigo y tocamos un montón de Frank Sinatra, mientras comentábamos lo mucho que te queremos y lo poco o nada que queremos a Bernardo Rojas, un compatriota tuyo que vive aquí y es cuñado de Virginia Corleone. De manera que deberíamos mandar al tal Bernardito Rojas a vivir solo, y que vengas tú a brindar con nosotros. A todos nos pareció muy lógico.
¿Quieres alegrarte y tomarte una buena copa de vino y un plato de la mejor lasaña, de puro contento? Pues fíjate que tal vez viaje de nuevo a tu ciudad. Estoy viendo si voy allá en julio, aunque esta vez iría con los niños. En cuanto se confirme te avisaré. Claro que seríamos tres y que tendría que alojarme donde la madrina de la Mariana, que tiene casa allá, y espacio y niños. Iría por tres semanas. De todas maneras te escribiré en cuanto sepa.
Cruza los dedos y no me olvides nunca,
Fernanda María
Pero nuevamente fue otro el destino de Fernanda. Y nuevamente nada dependió de ella. De Chile había salido seis años atrás, en calidad de exiliada política, por una inexistente militancia política de izquierda. Y tan sólo porque Enrique, su esposo, era profesor en la misma facultad en que ella estudiaba arquitectura y fue acusado de simpatizar con algunos grupos extremistas, cuando en realidad con lo único que simpatizaba a fondo y hasta militantemente este excelente hombre y gran fotógrafo era con el buen whisky y el vino tinto. Y, ahora, Fernanda María de la Trinidad, por el único estigma de llevar el apellido del Monte Montes y tener entre sus familiares a algún ferviente partidario de la extrema derecha, tenía que fugarse de su propio país con sus dos hijos porque se acababa de descubrir su nombre y el de Rodrigo y Mariana en la más negra y tenebrosa de las listas de una derecha poderosa, raptable y asesinable. Un telegrama interrumpió por mucho tiempo la alegría de sus dos últimos párrafos escritos desde El Salvador.
S. Salvador. 17-6-80. Juan Manuel. Los niños y yo disparamos para USA. Probablemente California. Nuestra vida va en ello. Ya Enrique verá cuándo y cómo nos sigue. Estamos con lo puesto pero bien. Te escribo en cuanto pueda. Cruza deditos. Te abrazo. Túa.