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«Los recuerdos bonitos, mezclados con tristeza, saben mucho mejor. Así que, en realidad, no estoy triste, sino que soy un sibarita.»
FRANZ KAFKA
Todo me hace falta estos días, y creo que es este extraño y largo invierno el que me tiene así.
Quisiera tener cerca a todos. O sea cerca de verdad, en persona, porque en mi mente siempre están. El tío Dick tocando el arpa, mi papá con su sonriente bigote y su gran corazón, mis cinco hermanas, tú y tú y tú, Charlie Boston, recién desembarcado de Roma, Rafael Dulanto, de vuelta del cielo, su Patricia USA, que tanto lo amó, mis amigas de toda la vida y sus esposos, mis cuates, o sea Charlotte y Jean Charles, Silvia y su Richard, la Susana y su Juan Carlos, y desde luego mi mamá, que logró hasta morirse haciendo bromas con mi papá por eso de «Veinte años no es nada». La muy coqueta se murió veinte años cabales después que mi papá. «La exportación de los hijos queridos», como tú lo llamas en tu último disco en solitario, nos ha dejado bien tristes estos días a los chicos y a mí.
Por eso te dejo por hoy. Ya basta de tristezas nocturnas. El sol se volverá a instalar en su sitio y nos encontrará «Come piante novelle, rinovellate di novella fronda», o por lo menos más acostumbrados a las viejas espinas.
Otro año está corriendo como loco en la recta final, y pienso en lo poco que hemos correspondido en los últimos tiempos. Dos o tres cartas tal vez han logrado salir de mi pluma, a pesar de que todo el tiempo pienso que te estoy escribiendo. Será una de las más grandes alucinaciones, pero además también pienso que constantemente recibes mi carta, hasta la contestas, y leo tu carta de respuesta cada día. Así siempre nuestro viejo e inmenso cariño y nuestra eterna amistad siguen viento en popa, y eso es eternamente maravilloso. Siempre es una de las más grandes sorpresas del día.
O sea que todo está perfectamente bien, y tal vez no es necesario llenar los buzones de papel que va y que viene. Si las cartas te logran llegar tan bien de esta manera y tus respuestas también me llegan, mejor evitar todo ese lío de estampillas y de molestar a los carteros en todos los continentes. Aunque, desde luego, todo esto es pura mentira podrida porque es alegrísimo recibir una verdadera carta tuya, y seguramente será igual para ti.
Extractos de dos cartas de Mía, de 1995 y 1998.
Sausalito, 4 de octubre de 1988
Mi siempre querido Juan Manuel Carpio,
Cómo pasa el tiempo de repente. Después de los meses de angustia para establecerme una vez más, ya por dicha me siento mejor y más ambientada. Una hazaña, créeme. Básicamente se debe a que al fin estoy trabajando en algo más estable, y que además me gusta. El asunto de las traducciones e interpretaciones es demasiado inestable para mí en mi situación. Paga bastante bien, pero sin un respaldo seguro me siento bastante inquieta al no saber si voy a trabajar al día siguiente. Pasé todo este tiempo a puros sustos. Ahora estoy trabajando con un escritor que publica un noticiero quincenal sobre finanzas. El tema no es mi pista habitual, pero, en fin, se trata de entender algo y ponerlo en palabras, por lo menos el trabajo del editor. El mío es pulir idiomas, hacer el montaje, ayudar en la producción. No deja de ser alegre. Además, me queda bien cerca de la casa, en un pueblo vecino.
Pienso que algún día te animarás a venir de nuevo a este continente. Realmente no he tenido suerte con tus visitas, ya que siempre han sido en casa ajena, y eso es difícil para ti y para mí. Me encantaría tener el placer de recibirte en terreno propio. No pierdo la esperanza de volver a recorrer contigo esta zona, como hicimos el año pasado, disfrutando de los viñedos y las montañas que realmente son espectaculares.
¿Cómo te va por tu lado? Recibí tu carta de Menorca, contándome de tus proyectos de regreso al Perú, aunque siempre conservando tu casa isleña para pasar ahí los meses en que en Lima es invierno y allá pleno verano. Gracias por escribirme, como siempre. Los niños nunca olvidan el verano que pasamos allá. Fue una temporada linda para ellos porque ni en USA ni en El Salvador habían estado al lado del mar por tan largo tiempo. Aquí, vivimos cerca del mar, o sea de la bahía, y nuestra vista es bien linda. Pero imposible poner ni un dedo en esa agua. Para comenzar la bahía no es de lo más limpia, y además hace un frío espantoso. En cambio en Menorca se puede uno bañar todo el día. Espero que la temporada te haya hecho bien.
Yo no veo manera de pensar en visitar por tu lado por quién sabe cuánto tiempo. Aunque el viaje es mucho más barato desde aquí que desde El Salvador. Además, la moneda no nos desfavorece tantísimo. Desde San Salvador uno piensa que comprar un sorbete en el extranjero es una fortuna. Como en el Perú.
Te mando todo mi cariño. Te mando muchos abrazos. Quisiera pasar una tarde platicando contigo. Por favor, mándame recortes, ideas, trabajos que te interesen, y sobre todo tus nuevas canciones. Me hace falta platicar. Te recordamos siempre y tu puesto te espera en la mesa día tras día, por más que la vez pasada tuviste que alojarte en un hotel. Qué vergüenza, Dios mío, pero sencillamente no cabíamos en la casa de la buena amiga que nos alojaba entonces. Te besa y te abraza,
Fernanda María
Sausalito, 26 de octubre de 1989
Queridísimo Juan Manuel Carpio,
Qué alegría fue recibir tu carta después de tanto tiempo, llena de nuevas noticias y entusiasmo en tu nueva vida en Lima, nueva casa, viejos amigos y tus lugares predilectos de siempre. Qué duda cabe, las mudanzas nunca son definitivas, y me hace feliz que pienses que ésta tampoco ha sido la última.
Mi traslado a estas costas no ha sido fácil, como recordarás por tu visita de la vez pasada, en que ni cama propia tenía aún. Pero estoy convencida de que fue necesario. La vida en El Salvador, rodeados de injusticia y de miseria que no podemos remediar, no podía ser buena ni para los niños ni para mí. Paraíso no hay, y si lo hubiera quizás no sería aquí, pero en todo caso hay más alternativas de vida que en El Salvador. Y en lo que concierne a la Mariana y Rodrigo, están felices. Yo también empiezo a estar más contenta, tras largos meses cual vela sin viento. Creo que ya te he contado que estoy trabajando en una publicación financiera, de asistente del editor.
Me gustaría tanto que volvieras, tenerte cerca. Mis amigos me hacen mucha falta. Si vienes por estos lados será un alegrón para mí. Miro y miro tu carta y sólo ver tu letra me hace feliz.
Hablé esta semana con tu amigo Raúl Hernández, el profe de Stanford. Quiero usar su nombre en una solicitud de empleo de editora de publicaciones destinadas a la enseñanza del español, que me parece mucho mejor para mí que el asunto financiero. Si sale, me haría feliz.
Raúl me contó que te vio en Lima, aunque no tuvo la posibilidad de parrandearse un poco contigo por estar él bastante enfermo. Está recluido en Stanford con sus dos hijas, pero sigue con su cátedra, aunque no a diario.
Qué ganas de platicar contigo. Realmente te agradezco tu carta, pues me sacó del silencio y además coincidió con mi solicitud para este empleo que me encantaría. Lo bueno aquí es que si no sale eso, habrá otras cosas. Como las mudanzas, siempre es bueno saber que no es la última.
No desaparezcas, por favor, porque siempre te quiero muchísimo y a cada rato te necesito aquí.
Mía y Tuya,
Fernanda María
California, 13 de mayo de 1990
Queridísimo Juan Manuel Carpio,
Ahora nos toca a nosotros avisarte que nos hemos mudado. Estamos viviendo en Berkeley, y realmente espero que me visites algún día, pronto, muy pronto.
Nueva dirección: 1492 Sundance Drive. Berkeley, CA. 94701. Tel. (415) 867 57 43.
Tenemos árboles y vista alrededor y más espacio, aunque también es verdad que tenemos muchas y muy importantes obras por hacer. Todo esto te lo debo a ti, mi tan y tan querido socio. La buena venta de nuestros dos primeros discos y ese 50% que nuestro agente me ha hecho llegar, los he gastado íntegros en pagar esta casa bastante achacosa, es verdad, pero al fin y al cabo mía y de mis hijos. Un millón de gracias por todo. Por el agente, por el dinero, por la promoción que has hecho de los discos. Los chicos, inmensos, bien sanotes y felices.
Te adjunto el texto que le he enviado a nuestro agente, una suerte de curriculum-prólogo que él quiere para los nuevos catálogos y los relanzamientos que, me dice, no tardan en llegar, y a lo mejor son tan generosos que el pago me permite emprender esas aterradoras pero indispensables obras. Bueno, aquí va mi texto, a ver qué te parece a ti. Me encantaría que te gustara:
«Me han pedido que te cuente algo sobre mí. Lo primero que debo decirte es que siempre me han gustado los cuentos, los poemas, las canciones y los niños.
»Ya sé que resulta bastante largo y hasta inverosímil, pero realmente me llamo Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes. Nací en San Salvador, el 27 de septiembre de 1944, en el pequeño barrio que rodea la Primera Calle Levante, cerca de la Ermita y detrás del Acueducto. Digo "pequeño", porque el vecindario entero consta sólo de tres manzanas, las cuales recorríamos a diario todos los niños que vivíamos allí. Pero igual podría decirte "inmenso", ya que los vecinos de aquel barrio seguimos siendo amigos hasta el día de hoy, sea cual sea la distancia que nos separa.
»Muchas de las canciones de estos discos y cassettes las he trabajado "a cuatro manos" con el extraordinario cantautor que es Juan Manuel Carpio, y tienen que ver con el tema del barrio de infancia al que siempre se vuelve, barrio donde jugamos, reímos, corrimos y cantamos de niños con nuestros amigos, barrio que en el fondo nunca abandonamos, por más que viajemos y por más que nos alejemos mucho de él. Y Dios sabe las correrías por el mundo a las que la vida nos ha empujado, a veces de mala gana, a Juan Manuel Carpio y a mí.
»Por eso me alegro mucho de que estas canciones sean compuestas "a cuatro manos", junto con uno de mis mejores amigos del mundo, Juan Manuel Carpio. Como un juego de niños, Juan Manuel y yo tejimos estas canciones, hasta que su música y mis palabras encontraron un lenguaje común para cantarles las historias de nuestros países, ciudades, barrios, amigos y viajes, que en el fondo es la historia de una maravillosa amistad.»
Estaba conteniendo las lágrimas, porque el texto de Mía realmente me había emocionado por su ingenuo realismo, y porque yo acababa de decidir que había llegado el momento de decirle: «Ya mi amor, vente a Lima con tus hijos, y nos casamos a como dé lugar. Y a los ochenta años todavía seguiremos felices de haberlo logrado, finalmente», cuando se me resbalaron los ojos hasta la frase siguiente y la despedida:
Bob y yo, bien. Recibe todo mi cariño, mi amistad, y mi eterna gratitud, en un millón de besos y abrazos.
Fernanda María de la Trinidad Etcétera
¡Bob! ¡Quién diablos era Bob! ¡Ese Bob! De dónde sale un hombre, un Bob, con el que sólo se está: «Bien». ¿En qué momento se volvió realismo puro y duro el ingenuo realismo de Mía? Con un hombre se es feliz, o nada. Y ese hombre, feliz con esa mujer, o nada. Por consiguiente: ¿Me mataba yo, o iba a matarlos a él y a ella, tras haber despachado a los niños a un buen internado, hasta que llegara el momento, no tan lejano ya, en que querrían y tendrían que ir a la universidad? Todo esto es real, y realmente pasó dentro de mí, más que por mi mente, digamos. Sí, pasó con toda su brutal fuerza, muy hondo por la integridad de mi cuerpo y alma, por todo mi sistema nervioso. Y, claro que sí, lógico, también por todo mi sistema sentimental. Y perdí el sendero, perdí la calma. Pero, cuando transcurrido un buen momento y por sí solas, volvieron las aguas a su cauce, recordé que también mi organismo entero y, cómo decirlo, mi organización completa, el hombre en su salsa y en su circunstancia que soy yo, ya había vivido una terrible situación y una terrible sensación, muy pero muy similares, cuando Mía me contó que había partido de Chile tristísima, en vez de feliz, que era lo que yo me esperaba, porque dos y dos son cuatro, tras despedirse de Enrique y de sus suegros. Pero como que fueron cinco, dos y dos, y yo la pasé pésimo, aquella vez, aunque también fui yo quien después la volvió a pasar realmente fatal, pero por Flor a Secas, en el tremendo movimiento perpetuo que es la vida, una vorágine tan atragantadora que, en verdad, hay que vivir aferrado a algo en el presente, algo que cuando menos represente también al pasado, para perpetuarnos de esta manera y ser tolerantes y fieles y pacientes y perdurables, o, dicho en buen latín, para que no nos olviden ni cuando nosotros nos olvidamos. O sea que, no bien terminé de releer la carta de mi adorada Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, tranquilamente me dirigí al teléfono, marqué el número de American Airlines, e hice mi reserva hasta el aeropuerto de San Francisco. Después la llamé a ella, por supuesto, y le dije que me esperara ahí el jueves, mi amor, en el vuelo de American Airlines, sí, ése, el que llega a las ocho en punto de la noche, Estimated time of arrival. Y ni siquiera tuve que decirle nada de Bob, ya, pues el pobre hombre, lo más probable es que se hubiera esfumado para siempre, gracias a mi realismo puro y duro.
Pero, a pesar de su aspecto de invitado grandulón y bastante lacónico, el que se acostó en la cama de Mía todos los días que permanecí en Berkeley fue Bob, y no me quedó más remedio que hacerme a la idea de que el invitado era yo, y que probablemente lo sería para siempre ya. Por lo demás, Bob, el hombre con el que se estaba bien y punto, resultó ser una persona sumamente pacífica y penetrante, y sin lugar a dudas con nervios a prueba de Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes y su Juan Manuel Carpio, que no cesaron de adorarse desde el desayuno hasta la sobremesa nocturna y musical posterior a la comida, a veces en esa casa que no tardaba en venirse abajo, a veces en un restaurante de Berkeley o San Francisco. Además, Bob tenía la especialidad de desaparecer un buen rato, cada noche, para que ella y yo pudiésemos asomarnos a una ventana, tomarnos de la mano, y hablar, por ejemplo, de la forma tan increíble en que nos seguíamos queriendo y nos íbamos a querer siempre.
– Y entonces, ¿Bob?… ¿Qué pinta Bob aquí, mi amor?
– Es el compañero ideal, por un montón de razones. Para empezar, sabe todo lo que nos queremos tú y yo, y lo respeta inmensamente, pero además como que contagia la paz esa inmensa que lo caracteriza, y adora a los chicos, que también lo adoran a él, y a cada rato se va de viaje porque la empresa con que trabaja es capaz de mandármelo un mes al Paraguay y el siguiente a Senegal.
– Perdona que meta la nariz donde tal vez no deba, Mía, pero realmente tengo la impresión de que Bob es lo que más se parece a una cura de reposo para alguien que no está en absoluto cansada.
– Yo no lo veo así, Juan Manuel. Bob me quiere mucho, yo también a él, y como que me acompaña a no vivir contigo. Y, modestia aparte, también yo sé que soy excelente compañía para él.
Me quedé diez días, que evidentemente transcurrieron en santa y contagiada paz, y como la mañana de mi partida la casa todavía no se había venido abajo y no tardaba en salir otro disco nuestro, Mía aceptó que le adelantara algún dinero para, al menos, apuntalar la fachada, las paredes laterales y posterior de aquella vetusta vivienda en que había descubierto, sin duda gracias a su Bob a secas (hasta hoy no sé su apellido, lo juro, aunque a mí me encanta llamarlo Bob Bien o Bob Paz, según el momento, y ni a Mía ni a él les molesta mi hallazgo, la verdad), una tranquilidad que realmente hacía mucho tiempo que le estaba haciendo falta. Y ése fue el comienzo de unas cuantas visitas mías a Berkeley, que se hicieron más frecuentes desde que Rodrigo, primero, y Mariana, tres años después, ingresaron a la Universidad de Harvard, y sobre todo desde que nuestra música «a cuatro manos» nos permitió una serie de lujos y gastos, entre los cuales el más importante, para Mía, fue la adquisición de una muy buena casa en Telegraph Avenue, siempre en Berkeley. Cuando Bob está, Mía y yo siempre nos asomamos a una ventana, como si a Bob y a Dios realmente les importara un comino el asunto, y ahí nos pasamos horas entregados a la importancia ya histórica de nuestro amor, bien agarraditos de la mano bajo la luz de la luna o de lo que sea. Y yo después regreso contagiadísimo de paz a Lima o a Menorca. Cuando Bob no está, es como si Dios tampoco estuviera, o sea que no nos asomamos a ventana alguna, por si acaso a Bob o a Dios sí les importe el asunto, esta vez, en cuyo caso a nosotros por supuesto que también nos importa, porque ni tú ni yo, Juan Manuel Carpio, en la vida hemos sido capaces de hacerle daño a nadie.
– Exacto, mi amor.
– Capaz, ése fue nuestro más grande error, fíjate tú.
– Desde luego que fue un error muy grande, Mía, pero la verdad es que nada fue tan importante como los continuos fallos de nuestro dichoso E.T.A.
– Pasemos al comedor, Juan Manuel, que la Mariana y el Rodrigo están que se me mueren» de hambre.
– Ladies first, madame.
Berkeley, 16 de octubre de 1991
Mi queridísimo Juan Manuel Carpio,
Incluso tu carta tristona me ha traído alegría. Gracias por calcular el tiempo para recibirme con tu presencia a mi regreso. La vida desde luego no es chiche, y uno no es ninguna pascua tampoco, y por dicha. Qué aburridas nos daríamos si fuéramos pascuas.
Mi viaje a San Salvador fue lindo, pues coincidí allá con tres de mis hermanas que también andaban de visita, y además recuperé el espíritu al sentir el verdadero cariño de los amigos. Mi mamá estaba muy bien de salud, aunque bastante distraída. La Ana Dolores y la Andrea cada día más jóvenes. Ahora parecen adolescentes. Disfrutamos el tiempo juntas. La Susy también estuvo, por supuesto, pero ahora anda con un nuevo novio pintor que no hace más que pintarla todo el día. Ya llevaba como siete retratos cuando me vine. Cuando pienso que a Enrique no le pude inspirar ni siquiera una foto para pasaporte. ¿Será que no tengo vocación de musa? Musaraña, tal vez.
Qué ganas de verte. Pero parece que va a tardar un tiempo. Por lo menos escribámonos mucho.
Bob y yo siempre estamos bien, y sepa usted, caballero, que esto no es ninguna broma.
Te quiero cantidades enormes. Tuya,
Fernanda
Berkeley, 23 de diciembre de 1991
Mi tan y tan querido Juan Manuel,
Ya sin posibilidad de que ésta te llegue a tiempo antes de Navidad, fincaré mis esperanzas en que mis palabras logren comunicarte mi cariño y mi agradecimiento por tu amistad, que ha sido un regalo atesorado a través de los años. En todos los recodos del camino, y ahora en este carajo mezzo camino del a veces oscurísimo bosque, la calidad de tu amistad ha sido una luz.
Últimamente me han hecho falta tus cartas, y me preocupa tu ausencia. Me preocupa por ti, porque pienso que tal vez no estás bien. Y me preocupa por mí, porque tu presencia en mi vida es desde hace ya más de veinte años un pilar indispensable. He tratado una y otra vez de conseguir tu teléfono de Lima, pero sin éxito. Mándamelo al escribir, por favor, para que no ande diciéndome, una y otra vez: ¡Estos amigos de porra! ¡Se me vuelven famosos y ya ni encontrarlos puedo! Además, tenemos un agente tan común como implacable, pues hasta a mí, que ya en cuatro discos soy tu socia, se niega a darme tu maldito número de Lima. ¿Le puedes decir, por favor, que soy bastante más que una fan cualquiera, aparte de sumamente discreta?
Últimamente, ya sólo te he encontrado en tu música. La que escribes tú solo, la que por ser ya bastante mayorcita me gusta más. Algo semejante me dijiste tú una vez de algo que te envié. Pero lo que asombra de tus canciones, año tras año, es la gracia y la flexibilidad de unas melodías y unas letras realmente salidas de tus entrañas, con ese dolorido goce del que realmente tienes el secreto. O a lo mejor es el secreto el que te tiene a ti.
Mis noticias son pocas. Tras unos meses de tanta obra en casa y de mufa y desánimo por tanto camino loco que he tomado, mientras corría como despavorida por el bosque, y también por verme bastante sola esta Navidad en que tú andas desaparecido y la empresa literalmente me ha robado a Bob Bien en el otro extremo del planeta, de golpe como que me he reconciliado con la perra soledad y me siento por consiguiente, mejor.
Vivo dedicada en cuerpo y alma a mi trabajo, que no siempre son letras para nuestras canciones, o sea que no siempre es halagador, ahora que la casa tan venida a menos que logré conseguir -y que bien conoces- está totalmente recuperada.
No veo muchas posibilidades de viaje hacia tu barrio este año que viene, pero ganas no faltan.
Escribe, por favor.
Te deseo todo lo bueno para el año nuevo.
Con muchísimo amor,
Fernanda
Berkeley, 11 de julio de 1994
Juan Manuel Carpio, mi querido hermano,
Con lo ciegos que somos, parece que nos cuesta aun más ser vistos que ver. A veces pensamos que alguien nos vio y nos quiso como somos -lindos y queriéndonos en la más estricta realidad-. Pero de pronto resulta que no. Para peor, la presencia de uno como que no ayuda. Por lo menos a mí siempre me han querido más a distancia. ¿Será que somos torpes de solemnidad?
Porque fíjate tú. Tú siempre me has escrito bellas cartas de amor y alegría, pero después nuestro impuntualísimo Estimated time of arrival ha hecho el resto. Bob Bien no cesa de enviarme faxes llenos del más puro y sincero cariño. Y no te rías, por favor. Él es lacónico y su estilo es el fax. Aun cuando nos alumbra la misma velita de amor casero y bajo el mismo techo, o sea muy de vez en cuando, porque su empresa siempre lo manda a quererme desde la Patagonia o Australia.
Tendré que viajar a San Salvador de nuevo a fin de mes, y me quedaré varias semanas. Con la muerte de mi mamá, ya no tiene mucho sentido mantener mi casita de allá y voy a tratar de venderla. Con esta casa como nueva, la de San Salvador, y los «fuertes ingresos» de que habla nuestro agente, ¿por qué no soñar con una mudanza más y un lugar al que la Mariana y Rodrigo vuelvan felices cada vez que tienen un buen asueto en la universidad?
¿Cómo se te ocurre que podría ofenderme con tu ya legendaria visita a Enrique, en Chiloé? Me alegra siempre que los tres nos sigamos queriendo. Ojalá los tres tristes tigres salgamos triunfantes del tremendo trigal. Si mis cartas se hicieron escasas, es porque casi no le escribí a nadie durante dos años, cosa que realmente no puedo explicarme, y que me da cólera conmigo misma. Pero espero haber recuperado mis sentidos y volver al ruedo.
Ya recibí mi parte de la venta de nuestros discos en México. Qué buena cosa que se vendan tan bien allá.
Escríbeme aquí o a San Salvador.
Te abrazo mucho y con todo mi inmenso cariño,
Fernanda María
A veces siento la fuerza con que el tiempo pasa y lo desparrama todo. Y también el maldito viento de la distancia termina por desparramarlo todo, poco a poco pero firmemente y con una cierta tristeza que solitos los años van acumulando y que uno ni siquiera sabe en qué lugar anida. Tal vez en un gesto, al sonreír, a lo mejor en una mueca que, a fuerza de afeitarnos siempre ante un espejo en el que ni siquiera nos observamos ya, jamás notaremos. ¿Cómo será todo esto cuando sean treinta los años transcurridos? ¿Y después, cuando sean cuarenta, ahora que Mía ha encontrado la calma, un cariño verdadero y perdurable, mucho respeto en un hombre de bien, llamado asimismo Bob Paz? A mí, por supuesto, puede seguirme queriendo, adorando, pero releo sus cartas y compruebo cómo poco a poco me voy quedando sembrado por mil caminos, en una y otra misiva, siempre cariñosa y amablemente, sí, pero a veces como una planta llamada Amor, otras llamada Hermano, las más veces llamada Amigo. Por supuesto que nada de esto está mal y que, visto así, hasta lógico resulta. Aunque debo confesar que no siempre resulta lógico y que a veces es tan absurdo como llorar una noche por Flor a Secas, en Menorca, y, luego, en algún hotel de París o de Madrid, de la Ciudad de México o de Buenos Aires, en el que uno apaga la luz, muerto de sueño y cansancio después de un concierto y la consiguiente comilona, y, en la oscuridad de la habitación, reaparece un muchacho paralizado ante un semáforo parisino y un antiguo Alfa Romeo verde. ¿Veinticinco años? En el volante de ese carro parece haberse quedado, detenida y ciega para siempre, una preciosa narigudita de pelo rojo, pecas eternas.
– A ti te parecerá ya increíble, Mía -le dice uno a nadie, en la oscuridad de ese cuarto de hotel-, pero acabo de tener la profunda alegría, la emoción, el honor de soltar unos lagrimones por ti. Me pasa a menudo, pelirroja.
Berkeley, 9 de septiembre de 1996
Querido Juan Manuel,
Parece que hubieran pasado décadas sin saber de ti y sin escribirte. Me sucede que siempre pienso que estás cerca y no tengo más que atravesar el río. ¿Qué río? Pues no lo sé, porque aquí en Berkeley más bien serían la bahía y alguno de sus puentes. Sin embargo, ya muchas lunas han pasado sin atravesar ese río y poder visitarte. También a mí me hacen falta tus cartas y tus noticias, aunque es cierto que te debo al menos dos llamadas y tres cartas.
Lo sabes. Ahora tengo una casa muy buena y un cuarto de lujo para cuando vengas a visitarnos.
Yo sigo igualita a mí misma, quizás más igual últimamente, cosa que te alegrará. A mí por lo menos me alegra.
¿Qué te puedo contar de mí? Que ya voy a cumplir bastantes años, el 27 de septiembre, y que me gustaría tener una linda fiesta con tantos amigos, pero todos andan por todos lados.
Escribo poco, pero no por eso dejo de tenerte presente.
Me imagino que tú igual, aunque es verdad que tú escribes bastante más.
¿No te apena y avergüenza que nos comuniquemos más a través del agente que de tu pluma a la mía, y al revés?
Life, the main event, que decía Frank Sinatra, tan viejito ya, el pobre. ¿Te acuerdas?
Te abrazo,
Fernanda María
¿Ya ves, Juan Manuel, ex Carpio? En esta ocasión te has quedado sembrado, diríase que en un desierto, y tu nuevo nombre se ha acortado hasta quedar en Querido. Pareces un Juan Manuel a secas, ahora tú también. No es así, sin embargo. Una carta de Mía recibida en Menorca, casi un año más tarde, lo resolvió prácticamente todo. En la medida de lo posible, por supuesto.
Berkeley, 7 de septiembre de 1997
Juan Manuel Carpio queridísimo siempre,
No te preocupes. No me pierdo. Y, como tú, siempre te tengo presente. Sin olvidar jamás.
Bob y yo vamos camino a Londres, a fin de mes. Llegaremos el 26 de septiembre donde la Andrea María, justo para celebrar mi cumpleaños al día siguiente. Las señas y el teléfono son los de siempre, o sea que te ruego salir de tu isla, donde espero que hayas pasado una linda temporada de descanso.
Te ruego estar en Londres el 27, para brindar por mis primeras canas (bastante abundantes, las muy canallas), y porque realmente creo que me merezco unos tangos o unos mariachis.
Después Bob Bien y yo seguimos rumbo a Irlanda, aunque bien convencido lo tengo ya de que no abandonaremos Londres mientras no te dejes ver.
Recibe el amor de siempre y el inmenso entusiasmo con que estoy preparando este viaje tan y tan esperado a mi siempre favorita London town.
Y como en Londres también hay ventanas para asomarse a una noche de luna, o de lo que sea, y Bob les destiló también toda su paz, su sonriente laconismo y su tranquilidad a la Andrea María, a su esposo e hijo, aquel cumpleaños de Mía fue un verdadero exitazo en santa paz, por más mariachis y gardeles que sonaran y por más rato agarraditos de la mano que Mía y yo nos pasáramos horas, como quien se desquita, o como quien regresa al mundo y al amor después de un merecido descanso. Cantaron incluso el Happy birthday, dear Mía, con nosotros tan asomados como abstraídos, y lo más que alguien dijo allá adentro, en el departamento, aunque vaya usted a saber si fue en la sala o en el comedor, fue:
– Par de locos estos.
– Es que no se han visto desde hace tiempo -moderó Bob Paz, realmente muy muy bien, profesional casi.
Y desde entonces, gracias a Bob, eso sí, jamás nos ha vuelto a fallar el Estimated time of arrival a Mía y a mí. Es como si ese excelente amigo lo combinara todo e impidiera que ella o yo metiéramos jamás nuestras narizotas en el asunto. Mientras haya noches y ventanas y mientras lo de la luna o lo que sea nos importe un comino, siempre hay y siempre habrá puntuales encuentros. Y muy alegres y hasta felices, diría yo. Además, como aquel encuentro en la ventana nocturna de Londres, el 27 de septiembre de 1997, cuando en algún lugar del departamento un pequeño coro entonó un largo Happy birthday, también podrá haber encuentros que, además de alegres, exitosos, pacíficos y tranquilos, sean como aquél, también tremendamente aclaradores, hasta explicativos de tantas y tantas cosas, Fernanda Mía.
– A veces, en algún hotel, después de un concierto en cualquier parte, te juro que todavía suelto unos lagrimones por ti, y ya al borde de mis sesenta, Mía. Pero me alegra mucho hacerlo, porque en el fondo de aquella callada tristeza, también aquellos lagrimones contienen su dosis de alegría profunda. Y la dosis sin duda será mayor desde esta noche en que bendigo el momento en que decidí venir a verte en Londres, por primera vez desde que nos conocimos. Y realmente me alegra comprobar, una vez más, hasta qué punto has encontrado la paz, Fernanda Mía…
– Créeme que la paz no es más una manifestación muy profunda de la nostalgia, Juan Manuel Carpio. La paz, en el fondo, es una nostalgia, mi viejo y querido…
Montpellier, Madrid, Las Palmas de Gran Canaria,
enero de 1997 / abril de 1998.