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Mascardi habló por lo bajo:
– Está acompañado. Flor de hembra. No por nada pintan la suerte con una venda en los ojos.
Seguida de Lemonier, entró una chica morena, flaquita, con grandes ojos, un poco ansiosos y graves.
– Laura. Los amigos Mascardi y Almanza -presentó Lemonier y preguntó: -¿Podemos sentarnos con ustedes?
– Claro -dijo Almanza y ofreció una silla a Laura.
Ésta dijo al patrón:
– Dos cafés con leche completos.
– No. Para mí un mate cocido -dijo Lemonier.
– Qué manera de alimentarse. O de no alimentarse -protestó Laura.
Conteniendo una risita comentó Mascardi:
– Hay que reponer fuerzas.
– El café con leche me cae como una piedra, pero si te doy un gusto, que venga nomás.
Laura corrió hacia donde estaba el patrón, para cambiar el pedido. Lemonier preguntó:
– Nuestro fotógrafo ¿no se cansó todavía de La Plata?
– Al contrario -contestó Almanza.
Cuando les trajeron el café, Laura sirvió y dijo:
– Tomalo ahora, antes que se enfríe.
– Es muy raro -dijo Lemonier-, la gente quiere a esta ciudad. Vaya uno a saber por qué. Una ciudad de estudiantes, de empleados públicos, de funcionarios del gobierno.
– Todo el mundo quiere a los estudiantes -dijo Laura.
– De la boca para afuera -replicó Lemonier-. En cuanto a los empleados públicos y a los funcionarios del gobierno…
– ¿Para qué te pedí un completo si vas a tomar el café bebido? -preguntó Laura.
– No come porque sólo piensa en caerle al gobierno -observó Mascardi.
– A este gobierno en particular, no. A todos -aclaró apresuradamente Laura.
– A éste también -dijo Lemonier.
– Es un anarquista hecho y derecho, un ácrata, un rebelde -dijo Mascardi-. Justo al revés de Almanza.
– ¿Nuestro fotógrafo es oficialista? -preguntó Lemonier.
– Como lo oyen, pero nada más que de una señora, de una señorita y de la parentela que las acompaña. Eso sí, con esa gente, está para lo que manden.
– Eso no me parece tan mal -comentó Lemonier.
– Porque no estás informado. Lo usan, te juro que lo usan.
– Yo te diría que si me usa una mujer que me gusta, me siento orgulloso -comentó Lemonier.
– Cada uno es como le da la gana, pero que a un amigo lo tomen por sonso, no me divierte. ¿Oíste, Laura? El Viejito se declaró tu esclavo.
Laura contestó:
– No sé quién es esclavo de quién.
– ¿Les digo lo que estoy pensando? -preguntó Mascardi-. Que las reuniones entre nuestro fotógrafo y una famosa familia ya no van a ser lo mismo. Cuando la soltera lo vea, le saca los ojos. Apuesto que por amor propio no lo ha llamado todavía para pedirle explicaciones. Desinteresadamente le doy mi parecer: si quiere zafarse, que me presente a la señorita en cuestión.
La señora de la caja se acercó y preguntó:
– El señor ¿es el señor Almanza? Lo llaman de su casa.
Almanza fue al teléfono, habló menos de un minuto, volvió a la mesa, cargó la valija de la cámara y los lentes y anunció:
– Me voy.
– ¿Dónde? -preguntó Mascardi-. ¿A la pensión de los Lombardo?
– Adivinaste.
– Soy brujo.
– El señor Lombardo quiere verme.
– ¿No será mejor que te acompañe?
– Bueno fuera que me presentara con escolta.
Mascardi pareció molesto. El Viejito comentó:
– Un hombre valiente. Se va al foso de los leones y no quiere que lo acompañen.
No fue al foso de los leones, al menos directamente. A mitad de camino recordó que no había despachado la segunda remesa de fotografías. Pasó por el correo y mandó el sobre por expreso (era grande y pesado). Pensó: “Por suerte me alcanza todavía la plata, para el correo”.