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Se levantó a la hora de siempre. Cuando se acordó, apartó el biombo. Mascardi no estaba. El desorden de sábanas y mantas parecía indicar que durmió ahí. Al pasar al salón oyó:
– ¿Gusta un mate?
Le hacía la pregunta la señora del inspector de estaciones de servicio. Con ella mateaba una muchacha, de grandes ojos y largas trenzas, relucientemente oscuras. Tardó un instante en contestar, porque se admiró ante la desconocida. Así encuadrada en el alto respaldo del sillón de mimbre, la veía como si ya la tuviera en una foto. Una postal, quizá.
– No se moleste, señora -contestó.
– No es molestia -dijo la señora Elvira y le pasó el mate.
Tras una chupada comentó:
– Está muy bueno, señora.
– Algunos dicen que tengo buena mano para cebar.
Almanza recordó que el viejo Gentile siempre comentaba que sería una gran idea preparar una colección de postales para las fiestas de fin de año. Cuidando las palabras dijo:
– Agradecido. También le voy a agradecer a la señora, si le pide a la niña que me pose para un retrato.
– Le prevengo, Almanza, que la niña es licenciada en ciencias políticas.
– Socióloga, tanto da -terció la desconocida.
– ¿Te fijaste, Zulema? -observó la señora-. Todos son iguales. Hasta los artistas. Ven la belleza de la juventud y que las demás revienten.
– Te prometo que me gustaría ser tan linda como vos -dijo Zulema.
– Y a mí, tan buena como vos -dijo riendo Elvira.
– Las dos son lindas -se apuró a decir Almanza.
– Y usted me gusta más cuando es franco -dijo Elvira-. Creo que para ver la belleza de la madurez le falta un poco de imaginación y de refinamiento.
– No estoy seguro de entender -contestó Almanza-. ¿Puedo fotografiarlas?
– Ya habrá ocasión de fotografías y de lo que se le ocurra. La licenciada llegó hace poco y la tenemos para rato.
Caminó hasta el bar de la otra cuadra, se sentó en la mesa donde Mascardi leía el diario y pidió mate cocido y pan.
– ¿Con manteca y dulce? -preguntó el mozo.
– Pan solo, pero abundante, por favor.
– ¿Midiendo los gastos? -preguntó Mascardi.
– No es para menos.
– ¿Y realmente creés que si pidieras un café con leche completo, como la gente, serías un derrochón?
– No, pero me gusta el mate cocido con pan. Cuando trabajaba en el campo, nos desayunábamos con mate cocido y galleta. También me gusta.
– Sufrido, el joven.
Después de un rato comentó Almanza:
– Te vi anoche.
– Yo también te vi -contestó Mascardi.
– ¿Por qué me espiabas?
– No te espiaba. Me di una vuelta, entre las dos pensiones, por si te preparaban una trampa.
– Jugando a los detectives. ¿No te habrás vuelto loco?
– Sabía que te ibas a enojar. Sé, también, que tu suegro no es trigo limpio. Para sus antiguos patrones, los propietarios de un campo en el partido de la Magdalena, es un grandísimo bribón.
– Eso no prueba nada. Los propietarios nunca hablan bien del mayordomo que se fue.
– En Brandsen tuvo pleitos. Uno con un lindero, que de puro bueno le cedió paso por el campo. Y don Juan lo acusó de haber corrido alambrado para quedarse con hectáreas de su pertenencia y otras falsía.
– Te voy a pedir muy en serio que no sigas tus averiguaciones.
– Es mi trabajo.
– Lo sé, pero te pido que dejes en paz a los Lombardo. No quiero que por mi culpa te pongas a ventilar sus secretos.
– De acuerdo. ¿Puedo hacerte una última pregunta, antes de abandonar el tema?
– Claro.
– ¿Supiste por qué se fue el hijo?
– ¿Ventura? Don Juan me contó.
– ¿También te contó que el hijo tenía miedo que lo matara para cobrar el seguro? Todo Brandsen lo sabe.
– Si me mata a mí no podrá cobrar el seguro.
– Me das la idea. Francamente, no se me había ocurrido.
Pagaron y salieron. Antes de tomar cada cual su camino Almanza dijo:
– Echás las cosas a la broma, pero yo te hablo en serio. Por favor, dejá en paz a los Lombardo y no me sigas.
– Está bien.
– No sé qué pasa últimamente. Es muy cansador. Todos quieren cuidarme. Antes no era así.
– Antes no habían aparecido… Ya me olvidaba de la promesa. Hasta luego. Si no me apuro, llego tarde al trabajo.