38581.fb2
El hombre propone, el can dispone, tanto vale este dicho novísimo como el antiguo, algún nombre tendremos que dar a quien en instancia final decide, no siempre el de las decisiones es Dios, como generalmente se cree. Se hicieron allí las despedidas, los hombres hacia Figueira da Foz, que está más cerca, la mujer a la casa de aquellos parientes hospitalarios, pero cuando Dos Caballos ya había soltado el freno y empezaba a rodar, vieron todos, con general asombro, que el perro se colocaba ante Joana, impidiéndole avanzar. No ladró, no mostró los dientes, le dejó indiferente la amenaza del palo, que de gesto no pasó. El conductor José Anaiço pensó que la amada estaba en peligro, y otra vez caballero andante, paró bruscamente el coche, saltó a tierra y acudió, acción dramática del todo inadecuada, como de inmediato fue patente, pues el perro, simplemente, se había tumbado en el camino. Pedro Orce se acercó, vino también Joaquim Sassa, éste disimulando la antipatía con apariencia de desprendimiento, Qué querrá el animal este, preguntó, pero nadie sabía qué responderle, ni siquiera él mismo. Pedro Orce, como antes había hecho, se acercó al animal, puso la mano en la cabezorra. El perro cerró ojos bajo la caricia, de una manera afligida, si palabra cabe, que es de perros de lo que hablamos no de personas sensibles que practican la sensibilidad, y luego se levantó, miró a los humanos uno a uno, les dio tiempo para entender y empezó a andar. Recorrió unos diez metros, se detuvo, quedó a la espera.
La experiencia nos ha enseñado, y también las películas y las novelas abundan en semejantes demostraciones, Lassie, por ejemplo, dominaba perfectamente esta técnica, nos dice la experiencia que un perro siempre hace esto cuando quiere que lo sigamos. En el caso presente, salta a la vista que dificultó el paso de Joana Carda para obligar a los hombres a bajar del coche, y si, ahora que están juntos, les muestra el camino que, en su entendimiento de perro, deben seguir, es porque, perdonadas nos sean una vez más las repeticiones, quiere que juntos lo sigan. No es preciso ser inteligente como un hombre para entender esto, si un simple perro tan sencillamente y de modo tan natural lo sabe comunicar. Pero los hombres, tantas veces fueron engañados, aprendieron a ser experimentalistas, quieren asegurarlo todo, principalmente por vía de repetición, que es la más fácil, y cuando, como en este caso, alcanzaron un nivel cultural medio, no se contentan con una segunda experiencia igual a la primera, le introducen pequeñas variantes que no modifiquen radicalmente los datos básicos, por ejemplo, fueron José Anaiço y Joana Carda para el coche, se quedaron en tierra Pedro Orce y Joaquim Sassa, veremos ahora qué hace el perro. Digamos que hizo lo que debía. El perro, que sabe muy bien que no puede detener la marcha de un automóvil, a no ser poniéndose delante, pero eso es muerte cierta y ni un solo conductor lleva tan lejos su amor hacia los animales, nuestros amigos, hasta el punto de parar para asistirle en sus últimos momentos o arrastrar hasta la cuneta el cuerpo miserando, el perro cortó el paso a Joaquim Sassa y Pedro Orce como antes había hecho con Joana Carda. Tercera y decisiva comprobación fue que habiendo entrado los cuatro en Dos Caballos, empezó el coche a andar, y porque quiso el azar que Dos Caballos estuviese en la dirección correcta, el perro se puso delante, y esta vez no para impedir que avanzara, sino para abrir camino. Todos estos manejos ocurrieron sin asistencia de curiosos porque, como otras veces aconteció desde el inicio de este relato, ciertos importantes episodios siempre ocurrieron a la entrada y salida de villas y ciudades, y no dentro de ellas Como en general acontece, y esto sin duda merecería explicación, pero no somos competentes para darla, paciencia.
José Anaiço frenó el coche, el perro se paró, mirando, Joana Carda resumió al fin, Quiere que vayamos con él a algún sitio. Tardaron tiempo en percibir algo que era evidente desde que el animal atravesó el claro, digamos que el momento avisó entonces, pero no siempre están las personas atentas a las señales. E incluso cuando ya dejó de haber razón para dudas, aún insisten en resistirse a la lección, es lo que hace Joaquim Sassa, que pregunta, Por qué tenemos que seguirlo, qué disparate es ese de ir cuatro personas mayores tras un perro vagabundo que ni siquiera lleva collar o chapa de identificación, me llamo Piloto, si alguien me encuentra, aquí viven mis dueños, don fulano de tal, o fulana, en tal sitio y, No te canses más, dijo José Anaiço, tan absurda es esta historia como otras que han venido ocurriendo y que parecían no tener sentido alguno, y todavía dudo de que lo tengan completo, No te preocupes por los sentidos completos, dijo esto Pedro Orce, un viaje no tiene más sentido que, acabarse, y nosotros todavía estamos a medio camino, o en su principio, quién sabe, dime qué fin tuviste y te diré qué sentido pudiste tener, Muy bien, y mientras ese día no llega, qué hacemos. Se hizo allí un silencio. Cae la tarde, el día se aleja y deja sombras dentro de los árboles, ya se ha hecho diferente el canto de las aves. El perro va a tumbarse frente al coche, a tres pasos, apoya la cabeza en las patas delanteras extendidas, espera sin impaciencia. Y es entonces cuando Joana Carda dice, Yo estoy dispuesta a ir a donde nos lleve, si para eso ha venido, cuando lleguemos al destino sabremos. José Anaiço respiró profundamente, no fue un suspiro, aunque los haya de alivio, Yo también, fue todo cuanto dijo, Y yo, añadió Pedro Orce, Pues si todos están de acuerdo, no voy a ser yo el malvado que os obligue a ir a pie tras de Piloto, iremos todos en compañía, para algo han de servir las vacaciones, remató Joaquim Sassa.
Decidir es decir sí o no, soplo de la boca hacia fuera, sólo luego vienen las dificultades, en la parte práctica, como dice la gran experiencia del pueblo, alcanzada a costa de tiempo y de paciencia para soportarlo, con pocas esperanzas y aún menos cambios. Seguiremos al perro, sí señor, pero es preciso saber cómo, dado que el guía no se sabe explicar, no puede ir dentro del coche, gira a la derecha, gira a la izquierda, siempre recto hasta el tercer semáforo, aparte de esto, que ya es grave embarazo, cómo va a caber un animal de este tamaño en un coche que lleva todos los asientos ocupados, sin hablar ya de las maletas y la vara de negrillo, aunque ésta apenas molesta, la llevan a lado Joana Carda y José Anaiço. Y hablando de Joana Carda, todavía falta su equipaje, y además antes de ordenarlo en el coche, habrá que ir a buscarlo, explicar a los primos la súbita partida, no pueden aparecer en la puerta de la casa tres hombres, Dos Caballos y un perro, Me voy con ellos, sería la voz de la verdad inocente, pero una mujer que se acaba de separar del marido no debe dar más razones al mundo, sobre todo en este pequeño pueblo que es Ereira, una aldea, las grandes rupturas están bien en la capital y ciudades importantes, e incluso así sabe Dios con qué luchas y trabajos de cuerpo y sentimiento.
Ya se ha puesto el sol, pronto caerá la noche, no es hora de iniciar un viaje a lo desconocido, y Joana Carda haría mal desapareciendo sin más, les dijo a los parientes que iba a Lisboa a tratar un asunto, fue en un tren y vino en otro. Dificultades como ésta parecen nudos ciegos, tanto pueden las conveniencias de la sociedad y de la familia. Pedro Orce salió del coche, el perro se levantó al ver que se acercaba, y allí, en la penumbra, se quedaron conversando los dos, por lo menos eso diríamos, pese a saber que este perro ni de ladrar es capaz. Terminado el diálogo, Pedro Orce volvió al coche y dijo, Creo que Joana ya puede irse a casa, el perro se queda con nosotros, decidid adónde podemos ir a dormir y pongámonos de acuerdo sobre el lugar del encuentro de mañana. Nadie puso en duda la garantía, Joaquim Sassa abrió el mapa y en tres segundos decidieron que se quedarían en Montemor-o- Velho, al agasajo de una modesta pensión, Y si allí no hay ninguna, preguntó Joaquim Sassa, Vamos a Figueira, dijo José Anaiço, y creo que lo mejor es ir sobre seguro, vamos a dormir a Figueira, y mañana tú coges el autobús de línea, te esperamos a la puerta del casino, en el estacionamiento, no hace falta decir que estas instrucciones iban destinadas a Joana Carda, que las recibió sin poner en duda la competencia de quien las daba. Dijo Joana adiós, hasta mañana, yen el último momento, cuando ya tenía un pie en el suelo, se volvió atrás y besó a José Anaiço en la boca, eso digo, que no hubo disimulo de hacerlo en la mejilla o comisura, fueron dos relámpagos, uno de rapidez, otro de choque, pero de éste se prolongaron los efectos, cosa que no ocurriría si el contacto de los labios, tan dulce, se hubiera prolongado. Qué dirían los primos de Ereira si supieran lo que aquí acaba de ocurrir, Resulta que no eres más que una frívola, nosotros convencidos de que el culpable era tu marido, la paciencia que habrá tenido, un hombre que Conociste ayer, y ya lo besas, si al menos hubieras dejado que fuera él quien tomara la iniciativa, es lo que una mujer debe hacer, porque, en fin, hay que tener un respeto, y además dijiste que ibas y venías en el mismo día, dormiste en Lisboa, fuera de casa, no está bien, no, lo que has hecho, pero la prima, cuando todos están durmiendo, se levanta de la cama y va al cuarto de Joana a preguntarle cómo fue, ella le dice que no lo sabe bien, y es verdad, Por qué hice eso, se pregunta Joana Carda cuando se aleja bajo la densa penumbra de los árboles, lleva las manos sin carga, y puede así llevárselas a la boca, como quien retiene el alma. La maleta ha quedado en el coche, señalando ya el lugar del resto del equipaje, la vara de negrillo está bien entregada, bajo la guarda de tres hombres y un perro, éste que llamado por Pedro Orce, entró en el coche y se acomodó en el lugar de Joana Carda, cuando ya todos están durmiendo en Figueira da Foz, aún estarán las dos mujeres charlando en una casa de Ereira, en el secreto de la noche, Lo que daría por ir contigo, dice la prima de Joana, casada y mal maridada.
El día siguiente amaneció cargado, no hay que fiarse del tiempo, ayer aquella tarde que parecía un reflejo del paraíso, límpida y suave, los árboles blandamente moviendo las ramas, el Mondego liso como la piel del cielo, nadie diría que es el mismo río, bajo las nubes bajas, el mar deshecho en espuma, pero los viejos se encogen de hombros, Primero de agosto, primero de invierno, dicen ellos, qué suerte que haya venido el día con un retraso de casi un mes. Joana Carda llegó matutina, pero José Anaiço estaba ya a la espera en el automóvil, fue así porque los otros dos hombres procuraron que los enamorados pudieran estar solos y conversar antes de que todos iniciaran el viaje, en qué dirección todavía no se sabe. El perro pasó la noche al abrigo del automóvil, pero ahora paseaba por la playa acompañando a Pedro Orce y a Joaquim Sassa, rozando la cabeza en la pierna del español, cuya compañía particular manifiestamente había elegido.
En el estacionamiento, entre otros coches de mayor porte, Dos Caballos no hace gran bulto, y ésta es una, aparte de eso, como ya fue explicado, la mañana es agreste, nadie anda por aquí, y éstas son dos, nada más natural por tanto que se abracen Joana Carda y José Anaiço como si llevaran un año separados y padecieran saudades desde el primer día. Se besaron ansiosos, ávidos, no fue un relámpago sino una sucesión de ellos, las palabras fueron menos, es difícil hablar en medio de un beso, pero, en fin, pasados unos minutos, pudieron oírse, Me gustas, creo que te quiero, dijo José Anaiço honestamente, También tú me gustas, y también creo que te amo, por eso te besé ayer, no, no es exactamente así, no te habría besado si no sintiera que te amaba, pero puedo amarte mucho más, No sabes nada de mí, Si uno, para que otro le guste, tuviera que esperar a conocerlo, no le bastaría la vida entera, Dudas que dos personas puedan llegar a conocerse, Y tú, lo crees, Soy yo quien te lo pregunto, Primero dime qué es conocer, No llevo aquí un diccionario, En este caso, ir al diccionario es quedarse sabiendo lo que ya se sabía antes, Los diccionarios sólo dicen lo que puede servir a todos, Repito la pregunta, qué es conocer, No lo sé, Y sin embargo puedes amar, Puedo amarte, Sin conocerme, Así parece, Ese apellido de Anaiço, de dónde viene, Un abuelo mío se llamaba Ignacio, pero allá en la aldea le cambiaban el nombre, empezaron a decir Anaiço, y con el tiempo se convirtió en el apellido de la familia, y tú, por qué te llamas Carda, Tiempos atrás la familia tenía Cardo de apellido, pero una abuela, cuando el marido le murió y se quedó con la familia a su cargo, empezó a ser conocida por la Carda, bien merecido tenía su propio nombre de mujer, Creí que fueses carda de cardar lana, Ahora podría ser, y otra cosa, miré una vez en el diccionario y vi que Carda era también un instrumento de desgarrar la carne, pobres mártires, desollados, quemados, degollados, cardados, Eso es lo que me espera, Si volviera al nombre de Cardo no ganarías con el cambio, Picarás siempre, No, yo no soy el nombre que tengo, Quién eres, entonces, Yo. José Anaiço tendió la mano, le tocó el rostro, murmuró, Tú, ella hizo lo mismo, tendió la mano, y en voz baja repitió, Tú, y se le llenaron los ojos de lágrimas, será porque todavía está sensible por su mala vida pasada, ahora, tenía que ser, va a querer saber la vida de él, Estás casado, tienes hijos, qué haces, Estuve casado, no tengo hijos, soy maestro. Ella respiró profundamente, si no fue más bien un suspiro de alivio, luego dijo, sonriendo, Es mejor llamarlos, pobres, estarán muertos de frío. José Anaiço dijo, Cuando le conté a Joaquim nuestro primer encuentro, quise describirle el color de tus ojos, pero no fui capaz, dije color de cielo nuevo, dije unos ojos no sé bien, y a él le hizo gracia la frase, y empezó a llamarte así, Cómo, Doña Ojos No Sé Bien, claro que en tu presencia no se atreve, Pues me gusta el nombre, A mí me gustas tú, y ahora tenemos que llamarlos ya.
Un brazo que hace un gesto, otro a lo lejos que responde, lentos por la arena vienen Pedro Orce y Joaquim Sassa, el perro grande y manso entre los dos. Por la manera de agitar el brazo, dijo Joaquim Sassa, les fue bien el encuentro, cualquier oído con experiencia de la vida no tendría dificultad en reconocer, en el tono de estas palabras, una contenida melancolía, que es noble sentimiento, disfrazada de envidia, o de despecho, para quien prefiera expresión más trabajada. También te gusta la chica, preguntó Pedro Orce, comprensivo, No, no es eso, o quizá pudiera serlo, mi problema es que no sé a quién querer ni cómo se hace para seguir queriendo. A esta declaración toda negativa, no supo Pedro Orce qué responder. Entraron en el coche, buenos días, felices los ojos que la vean, bienvenida a bordo, adónde nos va a llevar esta aventura, frases hechas y joviales, errada la última, más exacta hubiera sido dicha así, Adónde nos llevará este perro. José Anaiço puso en marcha el motor, si está ya al volante bien puede continuar, maniobró para salir del estacionamiento, ahora qué hago, giro a la derecha, giro a la izquierda, estaba en esta fingida vacilación, dando tiempo, cuando el perro dio una vuelta sobre sí y, en un trotecillo contenido pero rápido, tan regular que parecía mecánico, empezó a andar hacia el norte. Con el hilo azul colgando de la boca.
Ése fue el día señalado en que la ya distante Europa, que según las últimas mediciones conocidas iba por los doscientos kilómetros de alejamiento, se vio sacudida, de los cimientos al tejado, por una convulsión de naturaleza psicológica y social que dramáticamente puso en mortal peligro su identidad, negada, en ese decisivo momento, en sus fundamentos particulares e intrínsecos, las nacionalidades, tan laboriosamente formuladas a lo largo de siglos y siglos. Los europeos, desde los máximos gobernantes a los ciudadanos comunes, se acostumbraron rápidamente, e incluso se sospecha que con un inexpresado sentimiento de alivio, a la falta de las tierras extremas occidentales, y si los nuevos mapas, rápidamente puestos en circulación para actualizar la cultura del pueblo, causaban aún a la vista cierto desasosiego, sería tan sólo por motivos de orden estético, aquella indefinible impresión de malestar que en un tiempo habrá causado, y todavía nos causa hoy a nosotros, la falta de brazos de la Venus de Milo, que éste es el nombre más seguro de la isla donde fue encontrada, Así que Milo no era el nombre del escultor, No señor, Milo es la isla donde fue descubierta la pobrecilla, resucitó de las profundidades como Lázaro, pero no hubo milagro que le hiciera crecer otra vez los brazos.
Con la continuación de los siglos, si es que continúan, Europa ni se acordará del tiempo en que fue grande y penetraba mar adentro, tal como hoy nosotros ya ni conseguimos imaginar a Venus con brazos. Claro que no se pueden ignorar los daños y aflicciones que van por el Mediterráneo adelante, con las mareas altas, las ciudades ribereñas destruidas en su franja marítima, los hoteles que tenían escalinatas hasta la playa, ya no tienen ni playa ni escalinata, y Venecia, Venecia está como un pantano, es una aldea palafítica amenazada, se acabó el bello turismo, hijos míos, pero, si los holandeses trabajaran de prisa, en pocos meses la ciudad de los Dogos, Aveiro de Italia, podrá volver a abrir sus puertas al público ansioso, muy mejorada, ya sin peligro de inmersión catastrófica, pues los sistemas de equilibrio hidráulico comunicante, los diques, las compuertas, las válvulas de relleno y descarga, asegurarán un nivel constante de las aguas, ahora cabe a los italianos la responsabilidad de reforzar las estructuras inferiores de la ciudad para que no acabe enterrándose tristemente en el lodo, lo más difícil, permita que se lo diga, está ya hecho, agradezcamos a los descendientes de aquel heroico muchachito que, con sólo la tierna punta del índice, evitó que la ciudad de Harlem desapareciera del mapa por sumersión y diluvio.
Remediado lo de Venecia, también para el resto del Mediterráneo se encontrará solución. Cuántas veces pasaron por aquí peste y guerra, terremotos e incendios, y siempre esta tierra envolvente resurgió del polvo y las cenizas haciendo del amargo sufrimiento dulzura de vivir, de la tentación barbárica civilización, campo de golf y piscina, yate en la marina y descapotable en el muelle, el hombre es la más adaptable de las criaturas, principalmente cuando va para mejor. Aunque no sea lisonjero confesarlo, para ciertos europeos, verse libres de los incomprensibles pueblos occidentales, ahora en navegación desmesurada por el océano, de donde nunca deberían haber venido, fue, sólo por sí, una satisfacción, promesa de días aún más confortables, cada uno con su igual, empezamos al fin a saber qué es Europa, aunque queden en ella, todavía, parcelas espurias que más tarde o más temprano acabarán desligándose también de un modo u otro. Apostemos a que en nuestro final futuro seremos un país solo, quintaesencia del espíritu europeo, sublimado perfecto, Europa, es decir, Suiza.
Pero, si hay de esos europeos, también hay europeos de éstos. La raza de los inquietos, fermento del diablo, no se extingue fácilmente, por más que se fatiguen los augures en pronósticos. Ella es la que sigue con los ojos el tren que va pasando y se entristece con la nostalgia del viaje que no hará, ella es la que no puede ver un pájaro en el cielo sin experimentar un ansia de alciónico vuelo, ella es la que, al perderse el barco en el horizonte, arranca del alma un suspiro trémulo, pensó la amada que era de estar tan próximos, sólo él sabía que es de estar tan lejos. Fue una de esas disconformes y desasosegadas personas quien por primera vez se atrevió a escribir las palabras escandalosas, señal de una perversión evidente, Nous aussi, nous sommes ibériques, las escribió en un rincón de la pared, con miedo, como quien no pudiendo aún proclamar su deseo, no puede tampoco esconderlo. Por haber sido, como se puede leer, en lengua francesa, se creerá que fue en Francia, pero la cosa es discutible, pudo haber sido también en Bélgica o en Luxemburgo. Esta declaración inauguradora se difundió rápidamente, apareció en las fachadas de los grandes edificios, en los frontispicios, en el asfalto de las calles, en los pasillos del metro, en puentes y viaductos, los europeos fieles conservadores protestaban, Estos anarquistas están locos, siempre es así, de todo tiene la culpa el anarquismo.
Pero la frase saltó las fronteras, y tras haberlas saltado, se comprueba que aparece también en otros países, en alemán Auch wir sind Iberisch, en inglés We are iberians too, en italiano Anche noi siamo iberici, y, de repente, fue como un reguero de pólvora, ardía en todas partes con letras rojas, negras, azules, verdes, amarillas, violeta, un fuego que parecía inextinguible, en neerlandés y flamenco Wij zijn ook Iberiërs, en sueco Vi också är iberiska, en finlandés Me myöskin olemme iberialaisia, en noruego Vi også er iberer, en danés Ogsaa vi er iberiske, en griego Eímaste íberoi ki emeís, en frisón Ek Wv Binne Ibeariërs, y también, aunque con reconocible timidez, en polaco My tez jestesmy iberyjczykami, en búlgaro Nie sachto sme iberiytzi, en húngaro Mi is ibérek vagyunk; en ruso Mi toje iberitsi, en rumano Si noi sintem iberici, en eslovaco Ai my sme ibercamia. Pero el colmo, el ápice, el máximo, el acmé, palabra rara que no volveremos a usar, fue cuando en los muros del Vaticano, por las venerables paredes y columnas de la basílica, en el zócalo de la Pietà de Miguel Ángel, en la cúpula, en enormes letras azul celeste en el suelo de la plaza de San Pedro apareció la mismísima frase en latín, Nos quoque iberi sumus, como una sentencia divina en mayestático plural, un manetecelfares de las nuevas eras, y el papa, en la ventana de sus aposentos, se santiguaba de puro asombro, trazaba en el espacio la señal de la cruz, inútilmente, que esta tinta es de las firmes, diez congregaciones enteras no bastarán, armadas de cepillo, lejía, piedra pómez y raspadores, con refuerzo de diluyentes, aquí hay trabajo hasta el próximo concilio.
De la noche a la mañana Europa apareció cubierta de estas pintadas. Lo que al principio quizá no pasaba de un mero e impotente desahogo de un soñador, fue extendiéndose hasta convertirse en grito, protesta, manifestación en la calle. El fenómeno empezó siendo menospreciado, sus expresiones blanco de irrisión. Pero no tardaron las autoridades en inquietarse ante un proceso que esta vez no podía atribuirse a maniobras del exterior, siendo también el exterior campo de la misma maniobra subversiva, y esta circunstancia ahorró al menos el trabajo de investigar qué exterior sería ése, nominalmente identificado. Se puso de moda que salieran los contestatarios a la calle con pegatinas en la solapa o, más libertariamente, colocados por delante y por detrás, en las piernas, en todas las partes del cuerpo y en todas aquellas lenguas, y también en los dialectos regionales, en las distintas jergas, y al fin en esperanto, pero éste era difícil entenderlo. Una acción de contrafuego decidida por los gobiernos europeos consistió en organizar debates y mesas redondas en la televisión, con la principal participación de personas que huyeron de la península cuando la ruptura se consumó y resultó irreversible, no aquellas que estaban allí como turistas y que, pobrecillas, aún no se habían repuesto del susto, sino los nativos propiamente dichos, los que, pese a los apretados lazos de tradición y cultura, de propiedad y poder, dieron la espalda al desvarío geológico y eligieron la estabilidad física del continente. Estas personas trazaron el negro cuadro de las realidades ibéricas, aconsejaron, con mucha caridad y conocimiento de causa, a los turbulentos que imprudentemente estaban poniendo en peligro la identidad europea, y concluyeron su intervención en el debate con una frase definitiva, clavando sus ojos en los ojos del espectador, en actitud de gran franqueza, Haga como yo, elija Europa.
El efecto no fue particularmente productivo, a no ser en las protestas contra la discriminación de que habían sido víctimas los partidarios de la península, quienes, si la inmunidad y el pluralismo democrático no fueran palabras vanas, tendrían que haber estado presentes en la televisión para exponer sus razones, si las tenían. Se comprende la precaución. Armados con las razones que la discusión sobre la razón siempre crea, los jóvenes, porque eran ellos sobre todo los que realizaban las acciones más espectaculares, habrían podido fundamentar con más convicción su protesta, tanto en la escuela como en la calle, y en la familia, no lo olvidemos. Cabe discutir si los jóvenes, bien provistos de razones, habrían renunciado a la acción directa, aunque sólo fuera por el efecto sedante de la inteligencia, al contrario de lo que ha sido convicción desde el inicio de los siglos. Cabe discutir, pero no vale la pena, porque entretanto fueron apedreados los edificios de la televisión, saqueadas las tiendas que vendían aparatos de TV ante la desesperación de los vendedores que clamaban, Pero yo no tengo la culpa, de nada les valía su inocencia relativa, estallaban las lámparas como petardos, las cajas eran apiladas en las calles, les prendían fuego, quedaban reducidas a cenizas. Venía la policía, cargaba, se dispersaban los insurrectos y en ese juego pasaron ocho días, hasta este en que estamos, cuando de Figueira da Foz partieron, tras de un perro, tres hombres y la mujer de uno de ellos, que lo era no siéndolo aún, o que aun no siéndolo lo era, quien de encuentros y desencuentros del corazón tenga alguna experiencia entenderá el batiburrillo. Mientras éstos viajan hacia el norte, Joaquim Sassa dijo, Si pasamos por Porto nos quedamos todos en casa, centenares de miles, millones de jóvenes en todo el continente salieron a la calle a la misma hora, armados no de razones sino de bastones, de cadenas de bicicleta, de navajas, de bicheros, de lemas, de tijeras, como si hubieran enloquecido de rabia, y también de frustración y de anticipado dolor, y gritaban, Nosotros también somos ibéricos, con la misma desesperación que hacía gemir a los comerciantes, Pero nosotros no tenemos la culpa.
Cuando los ánimos se hayan serenado, dentro de unos días o semanas, vendrán los psicólogos y los sociólogos a demostrar que, en el fondo, aquellos jóvenes no querían ser realmente ibéricos, lo que hacían, aprovechando un pretexto ofrecido por las circunstancias, era dar salida al sueño irreprimible que, viviendo tanto cuanto la vida dura, tiene en la juventud generalmente su primera irrupción, sentimental o violenta, no pudiendo ser de una manera, es de otra. Entretanto se trabaron batallas campales, o de plaza y calle por hablar con más rigor, los heridos se contaron por centenares, hubo tres o cuatro muertos, aunque las autoridades intentaron ocultar tan tristes casos en la confusión y contradicción de las noticias, nunca las madres de agosto llegaron a saber con certeza cuántos fueron sus hijos desaparecidos, por la simple razón de no haber sabido organizarse, hay siempre unas cuantas que quedan fuera, estaban ocupadas llorando su pesar, o cuidando del hijo que les quedaba, o debajo del padre del hijo desaparecido haciendo otro hijo, por eso las madres pierden siempre. Gases lacrimógenos, coches-manguera, porras, escudos y cascos, piedras arrancadas de la calzada, barras de las vallas urbanas, lanzas de las verjas de los jardines, he aquí algunas de las armas utilizadas por un bando y otro, ciertas novedades, de efectos más dolorosamente persuasivos, empezaron a ser ensayadas aquí por las diferentes policías, las guerras son como las desgracias, nunca vienen solas, la primera experimenta, la segunda perfecciona, la tercera es la que vale, siendo cada una de ellas, según por dónde se empiece a contar, tercera, segunda y primera. Para los almanaques de memorias y recuerdos quedó la última frase de aquel gentil mozo holandés, alcanzado por una bala de goma que, por tara de fabricación, salió más dura que el acero, aunque la leyenda se apoderará pronto del episodio y cada país jurará que el muchacho era suyo, mientras la bala, claro está, queda por reivindicar, y la frase no lo fue tanto por su sentido objetivo, sino por ser hermosa, romántica, increíblemente joven, y a los países les gusta esto, principalmente tratándose de causas perdidas, como ésta, Al fin, soy ibérico, y habiendo dicho esto, expiró. Sabía este muchacho lo que quería, o creía saberlo, lo que, a falta de cosa mejor, hace sus veces, no era como Joaquim Sassa, que no sabe a quién querer, pero éste sigue vivo, tal vez le llegue su día, si está atento a la oportunidad.
La mañana se hizo tarde, la tarde se hará noche, por esta larga carretera casi ceñida al mar va el perro lazarillo con su trotecillo seguro, que no es galgo corredor, lejos de eso, incluso Dos Caballos, a pesar de su decrepitud sería capaz de andar mucho más de prisa como lo ha probado en los últimos tiempos, Y esta velocidad no le hace ningún bien, se inquieta Joaquim Sassa, ahora al volante, si alguna avería sobreviene a tan fatigada mecánica, que sea en sus manos. La radio, con pilas nuevas, dio noticia de los calamitosos acontecimientos de Europa y se refirió a fuentes bien informadas, según las cuales estaban realizándose presiones internacionales sobre los gobiernos portugués y español para poner coto a tal situación, como si en manos de ellos estuviera el poder realizar tal desiderátum, como si ser gobierno de una península a la deriva fuera lo mismo que conducir a Dos Caballos. Las protestas fueron dignamente rechazadas, con viril orgullo por parte de los españoles y femenina altivez por el lado portugués, sin desdoro o vanagloria de sexo, anunciándose que los primeros ministros hablarían por la noche, cada uno en su tierra, claro está, pero concertados. Lo que sí ha causado cierta perplejidad es la prudencia de la Casa Blanca, tan pronta en general a intervenir en los negocios del mundo, dondequiera que puedan ver ventajas, habiendo sin embargo quien sostiene que los norteamericanos no están dispuestos a comprometerse antes de ver, literalmente hablando, adónde va aparar esto. Entretanto, de los Estados Unidos llega el abastecimiento de los carburantes, con alguna irregularidad, cierto es, pero debemos estarles agradecidos por el hecho de que en lugares apartados aún sea posible encontrar gasolina, en gasolinera sí, gasolinera no. De no ser por los norteamericanos, estos viajeros tendrían que ir a pie, si es que se empeñan en seguir tras el perro.
Cuando se detuvieron para almorzar, el animal se quedó fuera del restaurante, sin resistencia, debió de comprender que sus compañeros humanos necesitaban alimentarse. Finalizada la refección Pedro Orce salió antes que los otros, llevaba unos restos, pero el perro no quiso comer, y pronto se entendió el porqué, había señales de sangre fresca en su pelo y alrededor de la boca, Anduvo de caza, dijo José Anaiço, Pero sigue con el hilo azul, observó Joana Carda, hecho este más singular que el otro, pues, nuestro perro, si es el que creemos, lleva en esta vida vagabunda dos semanas, y si atravesó toda la península a pie, desde los Pirineos hasta aquí, y sabe Dios adónde más, no debe haber tenido quien le llenase la escudilla o lo consolara con un hueso. En cuanto al hilo azul, puede que lo deje en el suelo y después lo recoja, como un cazador que está sin respirar mientras dispara, y luego recomienza, con toda naturalidad. Dijo Joaquim Sassa benevolente al fin, Perrito guapo, si eres capaz de cuidar de nosotros como por lo visto te cuidas tú, nos declaramos entregados a tu canina competencia. El perro movió la cabeza, movimiento que no hemos aprendido a traducir. Luego bajó a la carretera y empezó de nuevo a andar, sin mirar atrás. La tarde está mejor que la mañana, hace sol, y este diablo de perro, o este perro del diablo, vuelve a su trote infatigable, con la cabeza baja, estirado el hocico, la cola prolongándole el lomo, el pelo rubio oscuro, De qué raza será, pregunta José Anaiço, Si no fuera por la cola podría ser hijo de perdiguero y pastor, dijo Pedro Orce, Ha acelerado, observó Joaquim Sassa, satisfecho, y Joana Carda, quizá sólo por no permanecer callada, Qué nombre le habrán puesto, tarde o temprano, es inevitable, sale siempre la cuestión de los nombres.