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Escarmentados por el tiroteo de Rosal de la Frontera, de sangrienta memoria, los estorninos, por esta vez prudentes, dieron un largo rodeo por el norte y atravesaron donde los aires eran libres y la circulación abierta, a unos tres kilómetros del puente, que en estos días de que venimos hablando ya se había construido, y era hora. A la policía del lado portugués no le llamó la atención el que uno de los viajeros se llamara Joaquim Sassa, era patente que más graves preocupaciones absorbían el espíritu de las autoridades, cuáles eran éstas, se sabrá por el diálogo, Hacia dónde van ustedes, preguntó el agente, A Lisboa, respondió José Anaiço, que iba al volante, y preguntó, Por qué, Van a encontrar barreras en el camino, cumplan rigurosamente las instrucciones que reciban, nada de forzar el paso o dar un rodeo, porque podría costarles caro, Ha ocurrido alguna desgracia, Depende de lo que entiendan por desgracia, No nos diga que también el Algarve se ha marchado, tarde o temprano tenía que ocurrir, siempre pensaron que eran un reino aparte, El caso es otro, y más grave, la gente está queriendo ocupar los hoteles, dicen que si no hay turistas, ellos tienen que vivir en algún lado, No lo sabíamos, y cuándo empezó la ocupación, Ayer por la noche. E esta, hem, exclamó José Anaiço, de ser francés habría dicho, Ça alors, que cada quien tiene su manera de expresar la sorpresa que el otro también sintió, oigamos lo que dijo Pedro Orce sonoramente, Caramba, mientras Joaquim Sassa parecía un eco del primero, E esta, hem.
El policía les mandó que siguieran, dijo de nuevo, Ojo con las barreras, y Dos Caballos pudo atravesar Vila Real de Santo António mientras los pasajeros comentaban el extraordinario suceso, ya ven, quién lo iba a decir, los portugueses son de dos especies diferentes, hay unos que van a las playas y márgenes a otear melancólicos el horizonte, hay otros que avanzan intrépidos sobre las fortalezas hoteleras defendidas por la policía, por la guardia republicana y también, según consta, por el mismo ejército, heridos hay ya, esto les fue secretamente comunicado en un café donde decidieron detenerse para obtener información. Supieron así que en tres hoteles, uno en Albufeira, otro en Praia da Rocha, el tercero en Lagos, la situación era crítica, hasta el punto de que las fuerzas del orden cercaron los edificios donde los insurrectos se amotinaron, atrincherados en puertas y ventanas, cortando los accesos, son como moros sitiados, infieles sin remisión que maldicen del credo, tan poco caso les hacen a las llamadas como a las amenazas, saben que tras la bandera blanca vendrá el gas lacrimógeno, por eso no parlamentan, y no conocen la palabra rendición. Pedro Orce está impresionado, repite en voz baja, Caramba, y se lee en su cara cierto despecho patriótico, el pesar de que no fuesen los españoles los primeros en tomar la iniciativa.
En la primera barrera quisieron desviarlos hacia Castro Marim, pero José Anaiço protestó diciendo que tenía un negocio importante e inaplazable en Silves, dijo Silves para no despertar sospechas, Además, me conviene ir por las carreteras del interior, Y lo más adentro posible si quiere evitar complicaciones, recomendó el oficial responsable, tranquilizado por el semblante pacífico de los tres pasajeros y por la respetabilidad fatigada de Dos Caballos, Pero, teniente, es inaudito que en una situación como ésta, con el país a la deriva, y no podía venir más a propósito la palabra, estemos aquí obsesionados por la ocupación de algunos hoteles, esto no es ninguna revolución para decretar la movilización general, las masas a veces son impacientes, nada mas, el del comentarlo fue Joaquim Sassa, poco diplomático, suerte que el teniente era de aquellos que no cambian la palabra dada, de acuerdo con las antiguas tradiciones, si no nada le libraría de ir por Castro Marim. Sin embargo, el impertinente no se libró de la reprimenda del militar, El ejército está aquí para cumplir con su deber, le parecería bien que a causa de la incomodidad de los cuarteles ocupáramos nosotros el Ritz o el Sheraton, grande debe ser la desorientación de este oficial para condescender a dar explicaciones a un paisano. Tiene usted razón, teniente, mi amigo es así, habla sin pensar, por más que se lo digo, Pues debería pensar, que ya tiene edad, finalizó el militar perentorio. Con un gesto seco les permitió seguir, no oyó lo que Joaquim Sassa dijo, y menos mal, pues el caso habría acabado en prisión.
Fueron detenidos en otras barreras, las de la guardia republicana resultaron menos benévolas, tuvieron que desviarse a veces por trochas y veredas hasta volver a la carretera principal. Joaquim Sassa iba enfadado, y con razón, había sido reprendido dos veces, Acepto que el teniente nos monte el número de rigor, es lo suyo, pero tú no tenías por qué haber dicho que no pienso lo que digo, Perdona, fue para evitar que se agriase el debate, estabas haciendo ironías con el teniente y eso es un error, con la autoridad nunca se debe ser irónico, si no entienden la ironía, no vale la pena, y si la entienden, peor. Pedro Orce pidió que le explicaran, despacio, qué pasaba, y la necesaria mudanza en el tono y las repeticiones mostraron que el caso no tenía importancia, cuando Pedro Orce lo entendió todo, todo quedó entendido.
Después de la bifurcación de Boliqueime, en un tramo de carretera desierta, José Anaiço, aprovechando un borde raso, y sin avisar, metió a Dos Caballos por la sembradura, atajando, Adónde vas, gritó Joaquim Sassa, Si seguimos por la carretera como chiquillos obedientes jamás lograremos acercarnos a uno de esos hoteles, y nosotros queremos ver lo que pasa allí, sí o no, respondió entre sacudidas José Anaiço, luchando con el volante inestable, el coche saltaba en los surcos como un loco. Pedro Orce, en el asiento de atrás, era lanzado de un lado a otro sin compasión, y Joaquim Sassa, que reía a carcajadas, repetía con voz entrecortada, Tiene gracia, tiene gracia. Afortunadamente, al cabo de trescientos metros encontraron un camino escondido entre las higueras, tras un muro derribado, de piedra suelta o de piedra que el tiempo soltó de la argamasa. Estaban, por así decirlo, en el teatro de operaciones. Con toda cautela se fueron acercando a Albufeira, siempre que les era posible aprovechaban los caminos bajos, lo peor son las nubes de polvo que levanta Dos Caballos, tiene escasas habilidades para batidor y guardia avanzado, pero la policía ya está lejos, cubre las encrucijadas, los principales nudos viarios, que así se dice en el moderno lenguaje de las comunicaciones, además, las fuerzas del orden no son tan numerosas como para cubrir estratégicamente una provincia tan rica en hoteles como en algarrobas, si puede admitirse la comparación. La verdad es que, teniendo como destino próximo la ciudad de Lisboa, no precisaban aventurarse en estos parajes donde reina la subversión, pero vale la pena comprobar la veracidad de las informaciones, mil veces se ha visto que cuento contado es cuento aumentado, podía tratarse sólo de un caso aislado, o de dos, y las barreras, a fin de cuentas, serían la aplicación práctica de aquella prescriptiva prudencia que manda prevenir antes que curar. Pero había ya infiltraciones. En medio de la arboleda rala, pisando ansiosamente la tierra roja, avanzaban hombres y mujeres cargados con sacos, maletas y bultos, en brazos los niños, con la idea de marcar así su territorio en el hotel, con estas modestas pertenencias y lo más allegado de la familia en garantía, la mujer, los hijos, después, si todo iba bien, llamarán al resto de los parientes, y harán traer la cama, el arca, la mesa, a falta de más rico ajuar, nadie pensó que en los hoteles lo que abunda son camas y mesas, y aunque la arcas no son tantas, están los armarios que hacen ventajosamente sus veces.
A las puertas de Albufeira se preparaba la batalla campal. Los viajeros habían dejado a Dos Caballos en retaguardia, al remanso de una sombra, en casos como éste no se puede contar con su ayuda, es ente mecánico, sin emociones, a donde lo llevan va y donde está se queda, tanto le importa a él que la península navegue como que no, no van a hacerse las distancias más cortas porque se mueva. Tuvo el combate un preámbulo oratorio, tal como se usaba antes, en la antigüedad de las guerras, con desafíos, exhortaciones a la tropa, preces a la Virgen o a Santiago, son siempre buenas las palabras cuando empiezan, pésimos siempre sus resultados, en Albufeira de nada sirvió la arenga del jefe de las huestes populares invasoras, y qué bien las arengó, Guardias, soldados, amigos, abrid esos oídos, dadme vuestra atención, vosotros sois, no lo olvidéis, hijos del pueblo como nosotros, este pueblo tan sacrificado que hace las casas y no las tiene, construye hoteles y no gana para hospedarse en ellos, hasta aquí vinimos con nuestros hijos y nuestras mujeres, pero no vinimos para pedir el cielo, sólo un techo más digno, un tejado más seguro, cuartos para dormir en ellos con el recato y respeto que a seres humanos se debe, que no somos animales, y tampoco somos máquinas, tenemos sentimientos, ahora bien, estos hoteles están ahora vacíos, centenares de habitaciones, millares, se hicieron hoteles para turistas y ahora los turistas se han ido, no volverán, mientras estuvieron aquí nos resignamos a nuestro mal pasar, ahora, por favor, dejadnos entrar, pagaremos una renta igual a la que pagábamos por la casa de donde venimos, no sería justo pedirnos más, y juramos, tanto por lo sagrado como por lo que no lo es, que estará siempre todo limpio y ordenado, para eso jamás hubo mujeres que les llegaran a las nuestras ni a la suela del zapato, bien lo sé, tenéis razón, hay niños, los niños lo ponen todo perdido, pero éstos van a ir como los chorros de oro, que, como sabemos, cada cuarto tiene su baño, ducha y bañera, a elegir, agua caliente y fría, así poco cuesta ir limpio, y aunque puede que algunos de nuestros hijos, por ir adelantados ya en el vicio de la mugre, no se habitúen a la higiene, sus hijos os prometo que serán las más limpias criaturas del mundo, la cosa está en darles tiempo, es eso lo que los hombres necesitan, tiempo, y tiempo tienen, el resto no pasa de ilusión, esto sí que nadie lo esperaba, que nos saliera filósofo el jefe rebelde.
Se ve por los rasgos de sus rostros, y se podría confirmar por los carnets de identidad, que los soldados son realmente hijos del pueblo, pero su mandamás, o también lo es y repudió en los bancos de la academia militar su humilde ascendencia o pertenece de nacimiento a las clases superiores, para quienes los hoteles del Algarve fueron hechos, por la respuesta dada no se puede saber tanto, Fuera todos o los echo a patadas, este grosero hablar no es atributo exclusivo de las clases bajas. La tropa veía allí, en ayuntamiento, la querida imagen del padre y de la madre, pero el deber, cuando nos llama, es más fuerte, Eres la luz de mis ojos, le dice a la madre el hijo que le va a dar el cintarazo. Pero el comandante paisano clamó airado, cambiando por desespero la expresión del vocativo, Pandilla de lameculos, serviles, que no reconocen el pecho que les dio de mamar, libertad poética, acusación de poco sentido y nulo objeto, pues no hay hijo ni hija que tal recuerde, aunque abunden las autoridades para afirmar que, en el fondo de nuestra conciencia, guardamos secretamente esa y otras memorias asustadoras, y que nuestra vida es, toda ella, algo hecho sobre esos y otros miedos.
No le gustó al mayor que le llamaran lameculos e, ipso facto, gritó, A la carga, al tiempo que clamaba, arrebatado, el general de los invasores, A ellos, patriotas, y fueron todos juntos, cuerpo contra cuerpo, y hubo un terrible choque. Fue en ese momento cuando llegaron Joaquim Sassa, Pedro Orce y José Anaiço, curiosos pero inocentes, en buena se metieron, que la tropa, perdida la sindéresis, no reconocía entre actores y espectadores, puede decirse que los tres amigos, aún sin precisar de casa, tuvieron que luchar por ella. Pedro Orce, pese a la edad, bregaba como si ésta fuese su tierra, los otros hacían lo mejor que podían, tal vez un tanto menos, por pertenecer a una raza pacífica. Había heridos que se arrastraban o eran llevados a la cuneta, mujeres llorosas, maldiciendo, niños a salvo en los carromatos, que batallas así son sólo medievales y hay que hablar de ellas con palabras del tiempo. Una piedra lanzada de lejos por un adolescente llamado David dio en tierra con el mayor Goliat, que empezó a sangrar por un boquete en el mentón, no lo pudo proteger el yelmo de hierro, éste es el resultado de haberse dejado de usar aquel lujo de viseras y cubrenarices, lo peor fue que, en la confusión de la caída, los insurrectos desbordaron a las tropas, pasaron por un lado y otro para correr luego, en un golpe táctico instintivo pero genial, en dispersión por callejas y travesías, evitando así que los militares que cercaban el hotel ocupado pudieran acudir, con suficiente eficacia, en refuerzo de la hueste vencida, de humillación semejante no había memoria desde los antiguos tiempos de la jacquerie. Un hotelero, sin duda con la mente perturbada, o súbitamente convertido a los intereses populares, abrió sus puertas de par en par diciendo, Entrad, entrad, antes vosotros que el desierto.
Con tales facilidades de rendición, se encontraron Pedro Orce, José Anaiço y Joaquim Sassa ocupantes de una habitación por la que realmente no habían luchado y que dos días después cedieron a una de las familias más necesitadas, con una abuela paralítica y heridos que cuidar. En aquella jamás vista confusión hubo maridos que perdieron a sus mujeres, hijos que perdieron a sus padres, pero el resultado de tan dramáticas separaciones, hecho que nadie sería capaz de inventar, lo que por si solo prueba la irresistible veracidad de este relato, el resultado, decíamos, fue que una misma familia, fragmentada, pero animada por una idéntica dinámica en cada una de sus desarboladas partes, ocupó aposentos en hoteles diferentes, gran trabajo costó reunir bajo un mismo techo a quien un techo decía ansiar, generalmente acababan instalándose todos en el hotel de más estrellas en el cartel. Los comisarios de policía, los coroneles del ejército y de la guardia pedían refuerzos, carros blindados e instrucciones a Lisboa, el gobierno, sin saber adónde acudir, daba órdenes y contraórdenes, amenazaba y rogaba, constaba incluso que ya habían dimitido tres ministros. Entretanto, desde las playas y las calles de Albufeira podían verse a las triunfantes familias en las ventanas de los hoteles, aquellos miradores abiertos y luminosos con mesa para el desayuno y tumbonas mullidas, el padre de familia martilleaba los primeros clavos y tensaba las cuerdas donde sería tendida la ropa de la semana que la madre, cantando, había empezado ya a lavar en la bañera. Y las piscinas eran un hervidero de chapuzones y brazadas, nadie se había cuidado de explicarles a los chiquillos que hay que ir primero a la ducha y luego tirarse al agua azul, no va a ser nada fácil que esta gente se olvide de sus hábitos arrabaleros.
Mucho más y mejor que las buenas lecciones, fructifican y prosperan los malos ejemplos, y no se sabe por qué aceleradas vías se transmiten, que en pocas horas el movimiento popular de ocupación saltó la frontera, se extendió por España, imagínense lo que habrá sido en Marbella y Torremolinos, donde los hoteles son como ciudades y con tres sale una megalópolis. En Europa, al saber estas alarmantes noticias, comenzaron a oírse los gritos, Anarquía, Caos Social, Atentado a la Propiedad Privada, y un diario francés de los que forman la opinión pública tituló sibilinamente a todo lo ancho de la primera página, No se Puede Huir de la Naturaleza. Esta sentencia, nada original por cierto, dio en el blanco, y las gentes de Europa, cuando hablaban de lo que fue Península Ibérica, se encogían de hombros y se decían unas a las otras, Qué le vamos a hacer, esa gente es así, no se puede huir de la naturaleza, la única excepción en la condena general fue la de aquel pequeño periódico napolitano y maquiavélico que anunció, Resuelto el problema de la vivienda en Portugal y España.
Durante los días que los tres amigos pasaron en Albufeira, la policía antidisturbios, apoyada por el grupo de operaciones especiales, intentó proceder al desalojo violento de uno de los hoteles, pero la reacción conjunta y concordante de los nuevos huéspedes y de los propietarios, decididos aquellos a resistir hasta la última habitación, temerosos éstos de la habitual destrucción dejada por los salvadores, llevaron a suspender las operaciones, aplazadas para mejor ocasión, cuando el tiempo y las promesas adormecieran la vigilancia. Cuando Pedro Orce, Joaquim Sassa y José Anaiço prosiguieron viaje hacia Lisboa, había ya en los edificios ocupados comisiones de alojados, elegidas democráticamente, que constituían células especializadas, a saber, higiene y conservación, cocina, lavandería, fiestas y diversiones, animación cultural, educación y formación cívica, gimnasia y deportes, en fin, todo lo indispensable para la armonía y buen funcionamiento de cualquier comunidad. En los mástiles propios e improvisados ondeaban banderolas y gallardetes de todos los colores, cualquier cosa servía para el caso, banderas de países extranjeros, de clubes deportivos, de asociaciones varias, bajo la égida del símbolo de la patria, enarbolado en lo más alto, había incluso colchas colgadas de las ventanas, en saludable emulación decorativa.
Pero, conjunción coordenada adversativa que siempre anuncia oposición, restricción o diferencia, y que, aplicada al caso, viene a recordar que hasta las buenas cosas para unos tienen siempre sus peros para otros, la ocupación de los hoteles de aquella selvática manera fue la gota de agua que desbordó la inquietud en que vivían los ricos y poderosos. Muchos, por miedo de que acabara hundiéndose la península con vidas y haciendas, se habían marchado con aquella desbandada de turistas, cosa que, naturalmente, no significa que ellos fueran extranjeros en su tierra, aunque haya varios grados de pertenencia de cada uno a la patria natural y administrativamente suya, como la historia ha demostrado ya bastantes veces.
Ahora, bajo la condena general de los desafueros sociales, más que general universal si exceptuamos el tratamiento incongruente del pequeño periódico de Nápoles, empezaba una segunda emigración, masiva, hasta el punto de que resultaba lícito pensar si no habría sido preparada minuciosamente desde que, ante los ojos de todos, se había hecho patente que las heridas de lo que entonces era aún completa Europa no tenían cicatrización posible, que la estructura física de la península, quién iba a imaginarlo, se había roto por lo más fuerte. Las grandes cuentas bancarias se hicieron repentinamente mínimas, mantuvieron un resto simbólico, unos quinientos escudos en Portugal, en España unas quinientas pesetas, o poco más, limpias así y rapadas las cuentas corrientes, con cierta dificultad los depósitos a plazo fijo, y todo todo, los oros, las platas, las piedras preciosas, las joyas, las obras de arte, los títulos, todo fue arrastrado por el poderoso soplo que barrió por encima de los mares, en las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos, los bienes móviles de los fugitivos, queda la esperanza de recuperar el resto un día, si es que hay tiempo, y paciencia. Claro que tan grandes mudanzas no pudieron hacerse en veinticuatro horas, pero una semana bastó para que cambiara de arriba abajo y de lado a lado, radicalmente, la fisonomía social de los dos países ibéricos. Un observador, nesciente de hechos y razones, que se dejase engañar por apariencias superficiales, concluiría que portugueses y españoles se habían empobrecido súbitamente, de una hora a otra, cuando, a fin de cuentas y en términos propios y rigurosos, lo que había ocurrido era que se habían ido los ricos, cuando ellos faltan inmediatamente sufre la estadística.
A esos observadores que consiguen ver un completo olimpo de dioses y diosas donde no hay más que nubes que pasan, o a aquellos que tienen ante los ojos a Júpiter Tonante, y le llaman vapor atmosférico, no nos cansaremos nunca de recordarles que no basta hablar de circunstancias, con su división bipolar entre antecedentes y consecuentes, como por abreviación de esfuerzo mental se usa, es necesario, sí, considerar lo que infaliblemente se sitúa entre unos y otros, digámoslo por extenso y en su orden, el tiempo, el lugar, el motivo, los medios, la persona, el hecho, la manera, si todo esto no es medido y ponderado nos espera el error fatal en el primer juicio propuesto.
El hombre es un ser inteligente, sin duda, pero no tanto como sería deseable, y ésta es una comprobación y confesión de humildad que debiera empezar siempre por nosotros mismos, como de la caridad bien entendida se dice, antes de que nos lo echen en cara.