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El hecho de que Josep Álvarez se pasara las horas cavando en el monte pronto se convirtió en tema de conversación en Santa Eulalia. Sus vecinos apenas tenían un interés relativo, aunque unos pocos creían que se había vuelto raro y le sonreían cuando lo atisbaban por las calles del pueblo.
El invierno era tiempo de limpiar y podar. Las vides de la parcela de los Torras necesitaban trabajos cuidadosos de saneamiento y Josep se los administró; aun así, la mayor parte de los días consiguió apartar unas pocas horas para trabajar con el pico y la pala, y más adelante, cuando todas sus vides quedaron bellamente podadas, se convirtió en excavador a tiempo completo. Dentro del agujero siempre hacía algo de fresco, pero no frío, y siempre era de noche, de modo que él cavaba junto a una lámpara chisporroteante que emitía luz amarilla y sombras negras.
Nivaldo miraba el proyecto con mala cara.
– Cuando empieces a cavar más hondo te puede matar el aire estancado. Hay malos vapores y… ¿cómo los llaman? ¿Miasmas? Como pedos venenosos del vientre de la tierra; si los respiras, te mueres. Tendrías que conseguirte un pajarillo con una jaula para que te acompañe ahí dentro, como hacen los mineros. Si se muere el pájaro, echas a correr como alma que lleva el diablo.
No tenía tiempo que perder con pajaritos. Era una máquina de cavar, se desplomaba exhausto en la cama, a menudo sin tiempo de quitarse la ropa que usaba para cavar, llena de tierra, y con la peste a sudor en las narices. Los días calurosos eran una bendición, pues podía darse un buen baño en el río y tal vez incluso lavar algo de ropa. Si no, se lavaba con un cubo de agua cuando ya le disgustaba demasiado la crudeza de su propio olor.
El espacio despejado en el interior de la colina empezó a tomar forma. Parecía más un pasadizo hacia el interior del promontorio que una bodega propiamente dicha, para la que hubiera preferido una forma cuadrada, o tal vez un rectángulo más amplio. Sin embargo, Josep cavaba a lo largo de la pared de roca y bajo el techo que había encontrado al principio en la burbuja original, la madriguera del jabalí. La pared izquierda, de roca, se alargaba sin perder su forma, levemente curvada, parecida a una sección a lo largo de un tubo al que se hubiera arrancado la parte derecha siguiendo un corte irregular. La anchura del túnel quedaba determinada por el hecho de que cuando cavaba más allá del límite marcado por el techo de roca, sólo había tierra. Josep no era minero; no sabía cómo apuntalar el enorme peso de la tierra que quedaba sobre su cabeza, por lo que se limitaba a cavar el suelo a partir de los límites marcados por el techo y la pared izquierda, e iba siguiendo la forma que éstos generaban. Lentamente empezó a formarse un túnel algo más alto que Josep y más ancho que alto; la pared izquierda y el techo, ambos de roca, se unían en una curva, mientras que la pared derecha y el suelo no tenían más que la arena de la colina.
Una tarde, en el periódico de Nivaldo, Josep leyó una noticia de un hombre condenado por asalto y robo. El delincuente era un portugués llamado Carlos Cabral, un proxeneta que seducía jovencitas a las que luego mantenía en una casa de prostitución de Sant Cugat.
Josep pensó en Renata, su desgracia, su enfermedad, en aquel burdel de Sitges, y recordó el hombre que la tenía aterrorizada, un tipo corpulento que llevaba un traje blanco sucio y estaba sentado a la entrada de su habitación.
La imaginación empezó a picotearle. Nivaldo le había dicho que el hombre que se había casado con Teresa Gallego y se la había llevado era zapatero remendón.
Se llamaba Luis Mondres, o algo parecido.
Nivaldo le había dicho que llevaba un traje blanco y fumaba puros portugueses.
Bueno, ¿y qué?
Supongamos, pensaba Josep…
Supongamos que ese zapatero, ese tal Luis, era como el proxeneta del periódico, que se había casado con las cuatro mujeres para convertirlas en putas. Supongamos que Luis se había casado con Teresa para llevársela a una casa como la de Sitges. Supongamos que, incluso ahora mismo, Teresa pudiera estar en una habitación como la de Renata.
Se obligó a descartar esa idea.
Sin embargo, a veces, mientras cavaba como un topo bajo su promontorio, o cuando estaba acostado y no conseguía dormir, Teresa se le colaba en la memoria.
Recordó lo ingenua que era. En más de una ocasión se le ocurrió que, por no haber sido capaz de regresar con ella, tal vez él fuera responsable de la vida terrible que pudiera llevar Teresa.