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A menudo uno se pregunta si seremos lo bastante modernos, si los demás nos consideraran dignos contemporáneos suyos, si nos encontraremos a la altura de nuestro tiempo. Hasta hace unas horas tenía para este artículo tres o cuatro temas posibles. Temas no sé si modernos, pero sí actuales. En cierto modo los que escribimos esta clase de artículos no somos muy diferentes de los viejos pintores, que con el caballete de campaña debajo del brazo, marchan en busca de un rincón que les parezca significativo, bien sea la montaña de Sainte Victoire, bien el Cours Mirabeau, para no salirnos del país provenzal ni del impresionismo, en este caso de Cézanne o Van Gogh. A veces incluso el articulista no tiene que ser más que uno de aquellos atentos, obedientes y mal llamados ambulantes, porque no eran ellos los ambulantes, los transitorios, sino los demás, ellos permanecían fijos en la misma plaza, en el mismo rincón durante largos años, donde se les encontraba a la espera de la anunciación del verbo, de la vida.
¿Cuáles eran los temas que uno ha postergado? Desde luego no eran en absoluto originales. Es muy difícil ser original si se quiere ser actual, y es muy raro ser actual si se quiere ser verdaderamente moderno. Por ejemplo, a Van Gogh, lo acaban de expulsar del Museo de Arte Moderno de Nueva York, y sin embargo sigue siendo todavía muy moderno y muy original, y por eso ha sido represaliado por el MOMA: demasiado original para ser actual y demasiado nuevo para ser moderno. Éste era uno de los temas, cómo se puede ser moderno sin tener que pasar el fielato de la actualidad.
Cuando escribo estas líneas no se sabe cuál será la suerte inmediata de Pinochet. Cuando se publiquen puede incluso que se haya olvidado ya. Así que es muy probable que ni yo ni ninguno otro vuelva a ocuparse de él en mucho tiempo. Habría sido alentador, no obstante, verlo juzgado, como uno de esos vulgares genocidas nazis que la tenacidad y la responsabilidad histórica de unos cuantos judíos descubren en un apartado lugar de Sudamérica, llevando una vida ejemplar, como sin duda la llevan ahora Pinochet y su señora, que no olvida pedirle a la Virgen en sus oraciones por la suerte de su marido. Doña Carmen Polo era también una mujer muy piadosa. ¿Qué hicimos mal los españoles para no llevar a Franco también a un banquillo? ¿A qué año deberemos remontarnos para olvidarlo todo?
Cerca de mi casa hay un pasaje subterráneo en el que se pasa horas y horas un hombre que toca la flauta travesera. Allí, en la sórdidez de aquel túnel de paredes de cemento, desatendido de todos los transeúntes que cruzan delante de él con prisas, de pie, se está horas enteras interpretando a Mozart y a Haydn. Era otro de los temas de los que pensaba escribir. De éste quizá pueda hacerlo la semana que viene. Se irá Pinochet, en cambio él seguirá tocando su flauta. Tal vez sea un músico chileno, una de las miles de personas a las que el general estropeó su vida para siempre. En cualquier caso alguien se la ha estropeado, puesto que sigue allí.
¿Qué le ha impedido a uno hablar de esto y de lo otro, asuntos de actualidad, candentes como se dice en los periódicos? Lo ha impedido un tema de nuestro tiempo: el otoño, que este año está siendo templado y suave. Hemos encendido el primer fuego de la chimenea, y la noche se echa encima. Estamos a gusto y nos amamos como mejor sabemos. Ni siquiera sentimos vergüenza de ello por haber encontrado un espacio entre tantas muertes, de ayer y de hoy, mientras recordamos el poema de Yeats sobre la guerra civil española, la guerra de los genocidios, que a todos preocupaba, menos a él, que sólo pensaba en cómo abrazar a la muchacha de aquella reunión, y hacerla suya.