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Arqueos

Los periódicos tienen cada año unas cuantas citas inexcusables, y ésta, la de los arqueos del día de San Silvestre, es una de ellas. En casi todos los periódicos y televisiones veremos prácticamente las mismas fotografías, las mismas noticias resaltadas, las mismas secuencias. Aparecerá el rostro de las figuras célebres que murieron, y el de otros que no eran nada y se hicieron célebres precisamente en este año. Una vez más veremos el rostro de algunos premios Nobel y de aquellos a los que la Fortuna señaló con el dedo. Recapitulamos, porque la memoria necesita de estos periódicos repasos, para fijarlos aún más en su movediza sustancia, porque lo cierto es que ahora, en diciembre, apenas recordamos ya lo que sucedió en enero o febrero.

Cuando se está acostumbrado a recordar, cuando el ejercicio de la memoria es casi una disciplina, acabamos por observar algunos fenómenos interesantes y extraños. Uno, desde hace ya muchos años, tiene el extravagante propósito de escribir un extenso diario, que se publica cinco años después. Lleva uno publicados de esa larga novela en marcha algunos miles de páginas. Por ejemplo, el tomo que aparecerá en las librerías dentro de una o dos semanas se escribió en 1993. Al enfrentarse, sólo cinco años después, a lo ocurrido entonces, sorprendemos cómo la perspectiva, de las cosas o nuestra, ha variado a veces de modo radical. Asuntos que nos parecieron cruciales en su día, cinco años más tarde, apenas son nada. Afectos, disputas, alegrías, proyectos que hacía cinco años centraban nuestra atención, acaban por deshacerse entre los dedos, como las arenas de un desierto.

Vuelve uno la vista atrás y todo parece más lejano aún de lo que estuvo. Hace unos meses pasaron por la televisión una larga entrevista que le hacían a Marcelllo Mastroianni, poco antes de que éste muriera hace sólo dos años, ¿o fue antes? Le preguntaban, ¿qué ha sido para usted la vida? En esa fecha ya estaba muy enfermo de cáncer. Todos sabían, incluido el propio actor, que le quedaba poco. Se veía frente a él un amplio panorama, y a lejos un pueblo portugués, donde rodaba su última película. Para responder una pregunta tan sencilla y tan compleja, Mastroianni recordó un relato de Kafka. Un jinete emprende un viaje hacia una aldea. Cuando se es joven uno ve la aldea muy remota, no cree que pueda llegar nunca a ella. Pero un buen día, al fin, se encuentra frente a ella, la tiene ante los ojos. Entonces mira hacia atrás, y se pregunta, ¿dónde ha quedado todo? Eso, dijo el actor, ha sido mi vida. Creía uno que esto jamás iba a llegar, y ha llegado, y lo mira uno con extrañeza, como miramos con extrañeza lo que hemos dejado atrás.

No sé qué quedará dentro de cinco, dentro de cincuenta años, de todo lo que ha venido sucediéndose en estos doce últimos meses. Dentro de un siglo, quizá, hablen de hechos que pasaron desapercibidos para nosotros. Dentro de cien años quizá lean libros que rechazaron este mismo año los editores o que los críticos reputaron mediocres. Tal vez vuelvan los ojos hacia vidas heroicas que apenas destacaron.

Se hablará estos días de Lewinsky, de la tregua, del caso Marey, de Saramago, para muchos este año será crucial, para Saramago, para muchos este año será crucial, para Saramago, para Lewinsky, para Marey, y sin embargo para mí este año sólo podrá ser el año en que murió mi padre. Todo lo demás se ha desvanecido ya. Cuando vuelva la vista atrás veré las infinitas arenas del desierto. El jinete ha llegado ya a su aldea. Ahora yo monto su caballo y si miro hacia adelante, a lo lejos, veo también una aldea, entre palmeras, temblorosa en la calima, y no sé si es aquella hacia donde cabalgo a ciegas o sólo, por el momento, un espejismo.