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Nota A La Cuarta Edición

Seguimos en las mismas inútiles resignaciones: los mismos dulces paisajes que tanto sirven para un roto como para un descosido. Es grave confundir la anestesia con la esperanza; también lo es, tomar el noble rábano de la paciencia por las ruines hojas -lacias, ajadas, trémulas- de la renunciación.

Desde la última salida de estas páginas han pasado cinco años más: el tiempo, en nuestros corazones, lleva cinco años más parado, igual que una ave zancuda muerta -y enhiesta e ignorante- sobre la muerta roca del cantil. ¡Qué ridicula, la carne que envejece sin escuchar el zarpazo -o el lento roído- del tiempo, ese alacrán!

Sobre los zurrados cueros de mis títeres (Juan Lorenzo, natural de Astorga, hubiera dicho caeran fornecinos e de rafez affer) (1) han caído no cinco, sino veinte lentos, degollados, monótonos años. Para los míos -que el tiempo late en los de todos y de su marca no se libra ni la badana de los tres estamentos barbirrapados: curas, cómicos y toreros- también sonaron los veinte agrios (o no tan agrios) avisos de veinte sansilvestres.

Sí. Han pasado los años, tan dolorosos que casi ni se sienten, pero la colmena sigue bullendo, pese a todo, en adoración y pasmo de lo que ni entiende ni le va. Unas insignias (el collar del perro que no cambia) han sido arrumbadas por las otras y los usos de mis pobres conejos domésticos (que son unos pobres conejos domésticos que, a lo que se ve, sólo aspiran a ir tirandillo) se fueron acoplando, dóciles y casi suplicantes, al último chinchín que les sopló (¡qué ilusión mandar a la plaza todos los días!) en las orejas.

A la historia -y éste es un libro de historia, no una novela- le acontece que, de cuando en cuando, deja de entenderse. Pero la vida continúa, aun a su pesar, y la historia, como la vida, también sigue cociéndose en el inclemente puchero de la sordidez. A lo mejor la sordidez, como la tristeza de la que hablaba hace cinco años, también es un atavismo.

La política -se dijo- es el arte de encauzar la inercia de la historia. La literatura, probablemente, no es más cosa que el arte (y, a lo mejor, ni aun eso) de reseñar la marejadilla de aquella inercia. Todo lo que no sea humildad, una inmensa y descarada humildad, sobra en el equipaje del escritor: ese macuto que ganaría en eficacia si acertara a tirar por la borda, uno tras otro, todos los atavismos que lo lastran. Aunque entonces, quizás, la literatura muriese: cosa que tampoco debería preocuparnos demasiado.

C. J . C.

Palma de Mallorca, 7 de mayo de 1962

Ultima Recapitulación


  1. <a l:href="#_ftnref2">(1)</a>…fornicarios y de fácil negocio. En singular, Libro de Alexan-dre, verso 1016 d