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2 de enero de 1933
Señora de Degas Coelho Rua Real da Torre, 722 Madalena, Recife
Querida señora de Coelho:
Feliz Año Nuevo. Usted no me recordará por mi nombre, pero espero que la conversación que compartimos en el teatro Santa Isabel no haya sido del todo olvidada. Tuve el placer de conocerla en el vestíbulo durante la fiesta del Partido Verde. Hablamos un momento, pero no intercambiamos nuestros nombres. Afortunadamente, tengo buena memoria para las caras.
Nunca había leído la sección de sociedad del periódico hasta hace poco, cuando alguien me mostró su fotografía. Me sorprendió descubrir que la dama en la sección de sociedad era la misma a quien había conocido en Recife. Me hizo recordar una frase que repiten mis hombres en el rancho: «Pregunta siempre el nombre de un desconocido, porque podría ser un hermano perdido». He vivido en el noreste toda mi vida y me sigue sorprendiendo que, a pesar de la inmensidad de estas tierras, nuestras esferas de conocimiento sean tan pequeñas y tan intrincadamente entrelazadas como una puntilla de encaje.
He leído acerca de su trabajo de caridad con los refugiados que han huido a Recife a causa de estos tiempos de sequía. Admiro sus esfuerzos. Es mucho más fácil condenar al vecino que ayudarle.
Como usted, he decidido ayudar a esos desdichados. Como recordará, soy médico. He abandonado la explotación del rancho para supervisar un modesto hospital en el campo de refugiados de Río Branco. Hay mucho dolor aquí. Muchos de mis colegas dicen que las personas de tierra adentro son una raza resistente, capaz de soportar cualquier miseria. Yo digo que ésa es una creencia absurda. Como usted sabe, señora de Coelho, y como mi propio entrenamiento médico me ha demostrado, la gente de tierra adentro es tan mortal y tan imperfecta como el resto de nosotros. Esta gente está, sin embargo, más estrechamente ligada a la tierra, que durante esta sequía los ha abandonado. Son como niños que han perdido a su madre.
Vine a Río Branco para ayudar a aquellos a los que la sequía ha dejado sin amparo. No soy un hombre religioso, pero hace poco he rezado. He pedido que una mano amable y cariñosa arranque al menos a un niño de la miseria y cambie su destino.
Hemos llegado finalmente al propósito que da sentido a mi carta, señora de Coelho. Le agradezco su paciencia. Soy un hombre de ciencia, no de palabras, así que seré franco: necesito su ayuda. Ropa, comida, agua y medicamentos son de gran valor en el campamento de Río Branco, pero, como tal vez usted ya sepa, tales envíos caritativos desde de las capitales son fácilmente desviados por comerciantes corruptos o robados por los cangaceiros. Los suministros donados estarían más seguros si fueran acompañados por una delegación. Esa delegación recibiría gran atención por parte de la prensa, y daría a los refugiados del campamento la publicidad que necesitan desesperadamente. Los desplazados son personas que tienen hambre, y no, como algunos periodistas han dicho, unos aprovechados. Esta delegación no puede estar compuesta sólo por representantes del gobierno o periodistas, ninguno de los cuales servirá de inspiración a los residentes del campamento. Usted, señora de Coelho, atrae la atención de manera favorable sobre toda causa que respalda. Usted y las Damas Voluntarias pueden traer esperanza y calor a nuestro desolado hogar.
Le estoy pidiendo que viaje a un lugar del que la mayoría de las personas desea escapar. Le aseguro que no pido esto con ligereza. He escogido mis palabras cuidadosamente, porque no la conozco bien. He oído, sin embargo, que usted es una mujer de gran corazón y firme voluntad. Espero que mi petición no sea imposible, y si lo es, ruego que san Expedito intervenga y lo haga posible.
Atentamente,
Doctor Eronildes Epifano