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Él hizo mi lengua como cortante espada; él me guarda a la sombra de su mano; hizo de mí aguda saeta y me guardó en su aljaba.
Yo te formé y te puse por alianza de mi pueblo, para restablecer la tierra y repartir las heredades devastadas.
isaías, 49-2, 8
Amo de moun pais, tu que dardais manifesto E dins sa lengo e dins sa gesto.
F. MISTRAL
Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros que menos. Somos treinta mil desde siempre. Desde que Fray Juan de Padilla vino a enseñarnos el catecismo, cuando Don Alonso de Ávalos dejó temblando estas tierras. Fray Juan era buena gente y andaba de aquí para allá vestido de franciscano, con la ropa hecha garras, levantando cruces y capillitas. Vio que nos gustaba mucho danzar y cantar, y mandó traer a Juan Montes para que nos enseñara la música. Nos quiso mucho a nosotros los de Tlayolan. Pero le fue mal y dizque lo matamos. Dicen que aquí, dicen que allá. Si fue en Tuxpan, lo hicieron cuachala. Si fue aquí, nos lo comimos en pozole. Mentiras. Lo mataron en Cíbola a flechazos. Sea por Dios.
Antes la tierra era de nosotros los naturales. Ahora es de las gentes de razón. La cosa viene de lejos. Desde que los de la Santa Inquisición se llevaron de aquí a don Francisco de Sayavedra, porque puso su iglesia aparte en la Cofradía del Rosario y dijo que no les quitaran la tierra a los tlayacanques. Unos dicen que lo quemaron. Otros que nomás lo vistieron de judas y le dieron azotes. Sea por Dios. Lo cierto es que la tierra ya no es cíe nosotros y allá cada y cuando nos acordamos. Sacamos los papeles antiguos y seguimos dale y dale. "Señor Oidor, Señor Gobernador del Estado, Señor Obispo, Señor Capitán General, Señor Virrey de la Nueva España, Señor Presidente de la República… Soy Juan Tepano, el más viejo de los tlayacanques, para servir a usted: nos lo quitaron todo…"
Vuestra Excelencia como superior y mediador, ponga atención a nuestras rústicas palabras; que a vuestro hogar lleguen nuestros clamores y aclamaciones.
¡Ya soy agricultor! Acabo de comprar una parcela de cincuenta y cuatro hectáreas de tierras inafectables en un fraccionamiento de la Hacienda de Huescalapa, calculada como de ocho yuntas de sembradura. Esto podré comprobarlo si caben en ella ocho hectolitros de semilla de maíz. La parcela está acotada por oriente y sur con lienzo de piedra china, abundante allí por la cercanía del Apastepetl. Al poniente, un vallado de dos metros de boca por uno y medio de profundidad sirve de límite. Al norte, una alambrada es el lindero con mi compadre Sabás. Este lienzo es de postes de mezquite, que a tres metros de distancia cada uno, sostienen cuatro alambres de púas, clavados con grapas y arpones. Los arpones son alcayatas de punta escamada para que no se salgan, y hechizas. Las forjan los aprendices de herrero con desperdicios de fierro y las entregan en los comercios a centavo y medio la pieza.
Esta aventura agrícola no deja de ser arriesgada, porque en la familia nunca ha habido gente cíe campo. Todos hemos sido zapateros. Nos ha ido bien en el negocio desde que mi padre, muy aficionado a la literatura, hizo famosa la zapatería con sus anuncios en verso. Yo heredé, y me felicito, el gusto por las letras. Soy miembro activo del Ateneo Tzaputlatena, aunque mi producción poética es breve, fuera de las obras de carácter estrictamente comercial.
Aunque bien acreditado, mi negocio es pequeño, y para no dañarlo con una arbitraria extracción de capital, preferí hipotecar la casa. Esto, no le ha gustado mucho a mi mujer. Junto a mi libro de cuentas agrícolas, que estoy llevando con todo detalle, se me ocurrió hacer estos apuntes. El año que viene, si Dios me da vida y licencia, podré valerme por mí mismo sin andar preguntándole todo a las gentes que saben.
Lo único que me ha extrañado un poco es que para la operación de compraventa han tenido que hacerse toda una serie de trámites notariales muy fastidiosos. El legajo de las escrituras es muy extenso. Tal parece que esta tierra, antes de llegar a las mías, ha pasado por muchas otras manos. Y eso no me gusta.
…Denuncio a Vuestra Majestad las mil maldades y las mil ventas y reventas de que son objeto estas tierras. Y es que un oficial barbero, herrero, zapatero y otros hombres viles que no son labradores, teniendo amistad con uno de vuestros oidores e visorreyes, obtienen luego con seis testigos de manga beneficio de tierras, y antes de que hayan sacado el título las tienen ya vendidas a los señores principales en trescientos y en quinientos y en mil pesos, y en dos mil y en tres mil y en cinco mil pesos…
– Este pueblo, aquí donde usted lo ve, con todas sus calles empedradas, es la segunda ciudad de Jalisco, y en tiempos de la refulufia fuimos la capital del Estado, con el General Diéguez como Gobernador y Jefe de Plaza. Quisiera no acordarme. Carrancistas y villistas nos traían a salto de mata desde Colima a Guadalajara, pariendo chayotes. Y a la hora del ¡quién vive! no sabía uno ni qué responder. Si usted se quedaba callado, malo. Si contestaba una cosa por otra, tantito peor. Diario teníamos fusilados y colgados, todos gente de paz. Entraban y salían de aquí jueves y domingo. Y los postes del tren a todo lo largo de la vía tenían cada uno su cristiano, desde Manzano a Huescalapa, y ni siquiera nos daban permiso de bajar a los ahorcados que estaban allí cada quien con su letrero, para escarmiento del pueblo. Otro día le cuento.
…como desde mi llegada a la Loma de los Magueyes instalé mi telégrafo al pie de un poste de la vía del ferrocarril que pasa por la falda a poca distancia de la cumbre, rendí parte al General Diéguez sobre la superioridad del enemigo y de que sus cargas eran muy frecuentes y a fondo. No nos inquietábamos por lo que tocaba a nuestra línea de batalla, pero nuestros flancos descubiertos podían ser de un momento a otro ocupados. Era de imperiosa necesidad que me mandara el resto de mi brigada para cubrirlos, consistente en los Batallones 18° y 20°. Me contestó que el 20° había sido enviado con anterioridad a Pihuamo para combatir a Aldana, Bueno y demás jefes que yo conocía. El 18° estaba ocupado en cubrir la entrada de Tamarilla a Zapotlán. Finalmente me dijo que el 11° Batallón ya debía encontrarse entre nosotros, y que el General Figueroa estaba a punto cíe salir con su Regimiento para cubrir el camino cíe Sayula a San Gabriel.
Contraté para trabajar la tierra a un mayordomo, con sueldo de un peso diario. Él a su vez apalabró ocho peones o gañanes con paga de cincuenta centavos pelones, porque como yo no tengo maíz ni frijol de cosechas anteriores, no pude contratarlos a base de ración, o sea una medida de maíz y un litro de frijol diario, más veinticinco centavos en efectivo. El trato fue verbal, y cada uno recibió diez o doce pesos como acomodo, que deberán restituir abonando cincuenta centavos a la semana. El gañán que recibe este dinero se llama a sí mismo vendido, y no puede trabajar ya de alquilado, como hacen los que no tienen acomodo y trabajan libremente por días o semanas.
Una vez formada la cuadrilla, vamos a proceder a la limpia de la tierra, que es de rastrojo porque fue sembrada el año pasado. Las que no lo han sido se llaman descansadas y son las preferidas por medieros y parcioneros, que esperan de ellas, como es natural, mayor rendimiento.
– ¿Cuándo hiciste la primera Comunión?
– Hace mucho. Después que me dio la fiebre.
– ¿Cuántos años tenías?
– Siete. Siete entrados a ocho. La hice dos veces.
– ¿Dos veces?
– Bueno, no. Es que la primera vez que la iba a hacer me comí una galleta. Pero me confesé dos veces.
– ¿Dijiste todos tus pecados?
– Sí, porque me dijeron que si no los decía me iban a salir después sapos y culebras por la boca. Me confesé con el Padre López. Después me confesaba con £\ Padre Macías hasta que se fue de aquí.
– ¿Cada cuándo te confiesas?
– Todos los Viernes Primeros. Soy de la Congregación.
– Bueno. Desde ahora vas a confesarte cada ocho días. ¿Me entiendes? Ve a rezarle ahora un rosario a la Virgen, y luego un misterio todos los días para que te ayude en tu pureza.
Estamos haciendo la limpia con guango, machete corto y ancho, de punta encorvada. El cabo o agarradera es tubular, de la misma pieza y un poco cónico para encayarle un palo como de medio metro y poder blandirlo horizontalmente a derecha e izquierda y hacia abajo como guadaña. Así se derriban los rastrojos que quedan en pie y las plantas aventureras que en estas tierras florecen, como el moco de guajolote y el chicalote. El primero produce una semilla leguminosa que abona la tierra; es signo de fecundidad su abundancia.
– Abundancia, ¡madre! Somos un pueblo de muertos de hambre.
El chicalote planta de hojas escotadas y espinosas, da unos cascabeles llenos de semillitas negras como granos de mostaza. Los muchachos y las mujeres de los mozos las recolectan para venderlas en el mercado, donde son muy solicitadas por su aceite, que se utiliza en jabonería. En toda la región se recogen de quinientas a seiscientas toneladas de esta oleaginosa silvestre, que alivia en su tiempo la miseria de las clases menesterosas…
– Alivia, ¡madre! Este hombre no sabe lo que dice. En todo caso aliviaba, porque el chicalote se está acabando en Zapotlán, como el tule de la laguna… Vayan a ver: ¿dónde está el tule? ¿Dónde está el chicalote? Y es que el año pasado, del hambre que teníamos, no dejamos nada para semilla…
La limpia del campo puede hacerse por tareas individuales o en grupos, según le convenga más al patrón. La tumba se lleva a cabo en la mañana, y por la tarde se amontona el rastrojo y la maleza y se le prende fuego.
Al señor Cura le gustaba subirse al cerro, a veces, al ponerse el sol. Antes hasta la Cruz de las Piedritas. Ahora nomás hasta la Cruz Blanca.
– ¿Adonde va, señor Cura?
– A ver el pueblo por arriba. Estoy cansado de verlo por debajo.
Veía el valle como lo vio la primera vez Fray Juan de Padilla, sólo por encima: "Pero yo, Señor lo veo por debajo.]Qué iniquidad, Dios mío, qué iniquidad! Un río de estulticia me ha entrado por las orejas, incesante como las aguas que bajan de las Peñas en las crecidas de julio y agosto. Aguas limpias que la gente ensucia con la basura de sus culpas… Pero desde aquí, desde arriba, qué pueblo tan bonito, dormido a la orilla de su valle redondo, como una fábrica de adobes, de tejas y ladrillos. Juan de Padilla te prometió, Señor, las almas de sus moradores. Venía con el hábito raído y con las sandalias deshechas, y bendijo desde aquí la tierra virgen, antes de sembrarla con Tu palabra. Yo soy ahora el aparcero, y mira Señor lo que te entrego. Cada año un puñado de almas podridas, como un montón de mazorcas popoyotas… Juan de Padilla juntó las manos aquí, y bajó al valle corriendo, feliz, hacia la tierra maldita bajo el patrocinio del Diablo, la yacija fértil y enorme donde Tzaputlatena fornicaba con el Dios del Maíz, bajo el cielo confuso de los Tlaloques!"
– Cuando el tren acaba de subir la Cuesta de Sayula, un viento fresco y ligero llena los vagones. A mí me basta con sentirlo para preferir a Zapotlán entre todos los pueblos que conozco. Y no es porque yo sea de aquí. Miren, respiren, éste es el viento que les digo… Los fuereños también lo reconocen, y muchos que van de paso, se quedan a vivir. Hablan mal de nosotros, pero alaban el clima. Y así era antes también.
…Y habiendo hecho vista de ojos y reconocido todo aquel valle como se me ordena en el despacho de dicho señor Virrey, hallé ser tierra templada y de buen temperamento, y su cielo alegre, y que tiene para el sustento del ganado vacuno y caballar, un ojo de agua encharcado, y al parecer permanente, por ser este tiempo en que se reconoce la fuerza de la seca, y está al presente con bastante agua…
La limpia duró tres semanas. Ya hacen falta los bueyes. Hoy tomé en renta ocho yuntas, comprometido a pagar por cada una ocho hectolitros de maíz en cosecha, desgranado, harneado y limpio, de buena clase y puesto a domicilio del arrendador. Todo se me multiplica por ocho: compré ocho arados de fierro, de los llamados de un ala, pues aquí ya casi no se trabaja con arados de palo. Y luego los aperos y avíos: ocho yugos escopleados, ocho cuartas, ocho pares de coyundas de cuero crudío, bien engrasadas con sebo de riñonada, ocho barzones y ocho otates con puya… Ah y una castaña grande para el agua de beber.
– Me acuso Padre de que el otro día adiviné una adivinanza.
– Dímela.
– "Tenderete el pétatele,
alzarete el camisón…"
– ¿Qué más?
– Es muy fea… es la lavativa…
– ¿Quién te la enseñó?
– Chole. Mi prima.
Se nombró a uno de los gañanes para bueyero, quedando el mayordomo y siete peones para uncir cada uno su respectiva yunta. El bueyero tiene que dormir en el campo; para eso hubo que construir en la ladera de una barranquilla, junto a un frondoso tacamo, el pequeño rancho que le servirá de albergue, y donde habrán de guardarse los aperos de labranza. Al alba tendrá que reunir los bueyes para echarles la hoja, porque al rayar el sol deben ya estar listos para el trabajo.