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– Pues mire, yo prefiero que sean así como Celso, maricas con ganas y de a deveras, como unos que vi en la frontera con la boca pintada y con la ceja sacada, y no como esos que parecen hombres y que andan por allí con la mirada perdida, mordiéndose los labios. No se les nota nada, si usted no se fija, pero la apariencia de sus rostros testifica contra ellos, como Sodoma publican su pecado. Se hacen señas unos a otros y se reconocen sin hablarse y quedan en verse quién sabe dónde.
– ¿Las mánfulas? Ésas la mera verdad me divierten. Los que las han visto dicen que son muy ardientes y desesperadas. A mí me gustan tanto las mujeres que no les tomo a mal que se gusten unas a otras, se me hacen chistosas, y lo que es más, no lo creo. Son cuentos de la gente.
– Poco después del temblor yo iba para mi casa y me encontré con Juan Vites. Nunca me gusta verlo de cerca, ni cuando le doy limosna, ya ven cómo huele. Y además no tiene ninguna gracia. Pero se me atravesó en la banqueta como cerrándome el paso. Yo creo que también andaba asustado, pero a su modo. Traía una cara como siempre, risueña, y le brillaban mucho los ojos. Tuve que detenerme, saqué un centavo y se lo tendí con la punta de los dedos. Pero él no lo tomó, y sin dejar de mirarme y de reírse me dijo: "Vites cómo salió cierto?" Y esas palabras, que todos hemos oído tantas veces porque son las únicas que dice, me sonaron distinto, como si me las dijera un profeta o el mismo diablo. Tuve un mal presentimiento y me fui de prisa a mi casa. Por fortuna a nadie le había pasado nada, aparte del susto. Creo que a todas las gentes que se encontraron a Juan Vites el día del temblor les ha de haber pasado con él lo mismo que a mí.
Parece mentira, pero es la pura verdad. Después de un día de terror y de una noche de angustia, estamos ahora en un ambiente de verbena. Desde la segunda noche a la intemperie, no han faltado quienes lleven guitarras y flautas. Y en vez de dormir llenos de temor de Dios, hay gentes que beben, cantan y bailan hasta las altas horas. Más de un padre de familia se ha retirado a su casa, resuelto a que se le caiga encima, antes que exponer a sus hijos al mal ejemplo que han dado en el jardín dos o tres parejas indecorosas. ¡Habráse visto!
Por el rumbo del Panteón se cayeron algunas bardas viejas el día del temblor. Al pasar, alguien oyó bajo un montón de adobes unos lastimeros quejidos. Se puso a remover los escombros y halló el cadáver de un perro sarnoso, que ha sido en realidad la única víctima registrada del terremoto. Cosa curiosa, resultó que muchas otras gentes de por allí lo conocían, y le tenían cierto cariño porque estaba casi ciego y no se movía de su lugar, esperando la muerte al pie de la barda, donde había hecho un socavón, rascándose la sarna…
– Estaba el Padre Jesuita en el, Santuario diciéndoles a las gentes después de la bendición que se fueran a dormir a sus casas tranquilamente, confiados en la Divina Providencia, y que ya no se quedaran frente al templo y a la intemperie, cuando a una beata que estaba dormitando se le cayó la llave de las manos. Una llave de esas así de grandes, que rebotó sobre el piso de mosaico con gran ruido. No lo pasan ustedes a creer, pero al Padre nomás le voló la sotana y se salió corriendo del templo. Todas las gentes se asustaron, porque el Padre había estado hablando del temor de Dios y del castigo que espera a los pecadores, pero no se movieron de su lugar. Luego volvió el Padre muy apenado.
– ¿Ya ven cómo son todos ustedes? Hasta a mí me pusieron nervioso…
Las autoridades civiles y eclesiásticas han ciado órdenes terminantes para impedir que las gentes dizque asustadas sigan durmiendo en calles y plazas. Varias mujeres de mala nota han sido arrestadas porque ¡válganos Dios!, alegando que su calle es muy estrecha se han desparramado de noche por toda la población, cometiendo gravísimos atentados en contra de la moral.
Por su parte, nuestros dos periódicos semanarios han sacado ediciones extras en que dan noticias de los males sufridos en toda la comarca, con precisiones de casas derrumbadas, muertos y heridos. Aquí la protección de Señor San José ha sido evidente, pues sólo sufrimos daños materiales, que aunque graves a veces, son siempre remediables. La Parroquia es el edificio que más sufrió, pero las obras de reparación se llevan a cabo con gran prisa, y el gremio de albañiles ha dado prueba de su acendrada religiosidad, trabajando de manera entusiasta y desinteresada. Los materiales necesarios han sido proporcionados gratuitamente por los señores comerciantes y agricultores, así que el señor Cura no ha tenido que disponer, como en un principio se creyó, de los fondos que se están reuniendo para la Función. Cabe decir que la fe de Zapotlán, en lo que se refiere a las aportaciones en efectivo, es verdaderamente extraordinaria. Todos han llenado sus alcancías antes del plazo fijado para la primera serie, y han pedido las siguientes… Aunque en un principio se habló de muertos en la localidad, no hubo más que unos cuantos golpeados, que recibieron atención médica inmediata. Se han estado publicando también el texto de los Juramentos que nuestros antepasados hicieron en 1747 y en 1806, así como la carta del Padre Núñez, que es la descripción más impresionante del gran terremoto, a fin de edificar el ánimo de los vecinos y apartarlos dé todos esos lamentables desórdenes que se han venido observando después del castigo divino. Se habla de que este año debería hacerse una revalidación del Juramento. Pero la mera verdad, si seguimos así, no tenemos derecho a hablar con la misma voz de nuestros abuelos para repetir sus ejemplares palabras…
En el pueblo de Zapotlán el Grande, en veinte y ocho días del mes de marzo de mil ochocientos seis; Ante mí Don Diego de Zarate, Subdelegado provisional de esta jurisdicción por el Muy Ilustre Señor Presidente, Gobernador e Intendente y Comandante General de este Reino de la Nueva Galicia etceetera… parecieron presentes: el Señor Doctor Don Alejo de la Cueva, Párroco actual de esta feligresía, sus vicarios… y los supernumerarios eclesiásticos… en consorcio de los vecinos… y los actuales alcaldes de la Reducción de este pueblo, por sí y en común con su escribano de República José Carrillo, quien suscribirá por ellos, en sus personas que doy fe conozco, dijeron: Que habiendo experimentado el día veinte y cinco del corriente el rigor de la Divina Justicia, con el formidable temblor de tierra que acaeció a las cuatro y media de la tarde de dicho día, en que perecieron casi dos mil almas bajo la total ruina del templo, con otros muchos que resultaron malheridos, estando las gentes congregadas oyendo la Santa Misión que actual hacen los Reverendos Padres de la Santa Cruz de Querétaro… a tiempo que predicaba o explicaba la doctrina el Reverendo Padre Núñez, que por prescripción divina libertó entre ruinas, destruidas todas las capillas o Templos, hasta el extremo de haber carecido dos días del espiritual consuelo del Santo Sacrificio de la Misa, que hoy se ha celebrado en una enramada en esta Plaza, donde se hallan rancheados, por destruidas o inhabitables todas las casas, haciendo conmemoración de igual acaecimiento que experimentaron sus ascendientes el día veinte y dos de octubre del año de mil setecientos cuarenta y nueve del vencido próximo siglo…
– Hombres malhechores, mentirosos, adúlteros, rebeldes, impíos, injustos, odiosos, traidores, insidiosos, blasfemos, hipócritas, abominables, falsos profetas, ateos, esquivos, enemigos de vuestros propios hijos, conculcadores de la cruz, codiciosos del mal, desobedientes, charlatanes, enemigos de la luz y amantes de las tinieblas; vosotros que decís: Amamos a Cristo pero deshonramos al prójimo y devoramos a los pobres. ¡De cuántas cosas se arrepentirán el Día del Juicio los que obran tales maldades! ¿Cómo no se ha de abrir la tierra y os va a devorar vivos? Porque ejecutan las obras del Diablo, heredarán la condenación juntamente con Satanás…
– Ah qué usted, don Isaías.
El 25 de éste, hallándome en el pulpito de esta Parroquia a las cuatro tres cuartos de la tarde, se experimentó un temblor tan furioso que puso todo el auditorio en movimiento. Se compondría éste de más de tres mil almas. Exclamé rogándoles no se precipitaran, receloso de que la misma confusión les impediría la salida, como sucedió. Pues repitiendo inmediatamente con mayor fuerza, y conocido por mí el peligro, eché la absolución al auditorio, la cual apenas concluí, cuando vi desplomarse y caer sobre más de quinientas almas que oprimidas unas con otras solicitaban la salida por la puerta principal, la bóveda primera con la portada y coro. En este estado eché la segunda absolución, y poniendo el pie en el primer escalón para bajar del pulpito, la repetición del temblor, que fue casi sin interrupción, me arrojó bajo la media naranja, donde oprimido de la gente, que unos pasaban sobre mí, otros asidos a mí mismo, con mil trabajos y ayudado de un pobrecito hombre pude levantarme, y pasando el crucero de Señor San José, apenas entré en él cuando se desplomó la media naranja o cimborio, de modo que mi vida estribó en que de ocho bóvedas y el cimborio que tenía la iglesia, sólo la de Señor San José hubiera quedado sin caer. Salí sin otra lesión que una descompostura en un pie, de la que estoy bueno, aunque muy adolorido del pecho, que juzgo provenga de los apretones y mucha cal que tragamos, lo tengo aún muy sofocado: el corazón se me inquieta por instantes, causándome un trastorno total interior y mucha frialdad exterior de las extremidades…
…y que por esto otorgaron con juramento formal escritura, para solemnizar anualmente al Santísimo Patriarca Señor San José, que eligieron por su patrono, por cuya intercesión que imploraron, aplacó al Todo Poderoso su justa ira, se han convenido pues todos, y cada uno de por sí e in solidum, en otorgar como desde luego otorgan por la presente escritura, en la mejor forma que haya lugar en Derecho, que reproducen, ratifican y de nuevo revalidan el antiguo juramento de sus mayores, obligándose todos los comparecientes, a sí y a sus sucesores, al cumplimiento de su promesa y voto… sin que se consientan otras superfluidades, como convites, banquetes, corridas de Toros, etceetera, que tal vez ocasionan muchos pecados, origen del castigo que han sufrido…
– Estamos operando con pérdida.
– ¿De veras, don Salva?
– Sí. Pero más vale operar con pérdida que dejar de operar…
Don Salva ponía una cara de mártir, como si cada cliente fuera a saquearle la tienda. Sus manos pulidas de tanto sobar las telas, acariciaban en ese momento una pieza de céfiro con listas azules.
– Búsquelo en todas partes. Sólo nosotros lo tenemos en plaza. Es un céfiro inglés, del de antes, del que ya no se ve…
Por fin don Salva vendió sus dos metros y medio de céfiro. Se puso el sombrero, para ir a la junta. Le echó una última mirada a la caja registradora. "Qué días tan malos", pensó.
– A ver, María Luisa, ¿por qué no le dan entre usted y Jobita una arreglada a la bodega de atrás? Van a llegar los pedidos de La Carolina y de La Ciudad de México, y no vamos a poder acomodar tanta cosa. Usted, Chayo, quédese en el mostrador, por si hay gente.
Chayo sacó el muestrario de las madejas de artisela, y se puso a revisar los colores.
– Don Salvador, sería bueno pedir más artisela. Hacen falta ya casi todos los verdes matizados…
Don Salva miró de perfil a la empleada, desde la caja registradora. Chayo parecía así más bonita, en la luz de la tarde.
– Chayo, ¿es cierto que se va usted a casar con Odilón?
– Mentiras. Yo me voy a hacer vieja en su tienda, don Salva…
Don Salva sintió que pasaban de pronto muchos años. Ya no estaban de moda las luisinas, la tela de fierro y el chermés. La tienda se iba haciendo cada vez más grande, y él, con el pelo completamente blanco, veía a Chayo. Una Chayo borrosa y desteñida, peinada de chongo, que seguía ordenando madejas en el muestrario: "Don Salvador, sería bueno pedir más anísela…"
– Bueno, aquí le encargo la tienda. Me voy a la junta.
– Lleve usted un paraguas, parece que va a llover.
Don Salva salió de prisa, dejando su tienda como un campo abierto al enemigo. "Con tal de que no fuera hija de don Fidencio el cerero, con tal de que no anduviera de novia de Odilón", pensaba don Salva apretando el puño de su paraguas. Luego dijo casi en voz alta: "Estoy operando con pérdida".
Terminamos la segunda, y con ella la labor. Hoy fue el día de fiesta del acabo. Desde muy temprano, los mozos se dedican a engalanar las yuntas bajo la dirección del mayordomo. Sobre los yugos forman grandes arcos de carrizo verde con todo y hojas y los llenan de banderitas de papel, de pañuelos de colores, de plumas y de espejos. A pesar de que la labor es pequeña, la fiesta acabó en grande. Al principio llevé lo indispensable, unas docenas de cohetes, botellas de ponche y una música de mariachi.
En el momento en que una yunta adornada acabó simbólicamente la última vuelta de la segunda, Florentino el mayordomo tiró al suelo su sombrero, con la copa para arriba. Todos los mozos y los invitados de las labores vecinas hicieron lo mismo, trazando una cruz con los sombreros, del tamaño de la concurrencia: esto les da derecho de asistir al festejo. Arrodillados en torno a la cruz rezamos varias oraciones y luego ellos cantaron a coro, en acción de gracias, los famosos versos del Alabado.
Suben los cohetes y estallan sobre el cielo campestre. Todos gritan vivas al patrón para alentar su esplendidez, y como en este caso el patrón era yo, decidí aumentar hasta donde fuera necesario los alcances de la fiesta… Como mi compadre Sabás me prestó su casa de campo para el convite, nos vinimos a ella todos a pie, entre los dichos y chanzas de los mozos, alentados por la música y las canciones.
– Chíngale ora mas que mañana no vengas.
– Te callas pulque o te doy un trago.
– Mi padre era hombre, vendía tamales.
– Todavía ni te horcan y tu ya te estás encuerando.
– ¡Sacudió el pico y siguió cantando…!
En la casa de campo ya nos esperaban los amigos y las familias de los mozos. Al ver el gentío hice de tripas corazón y mandé a la plaza para que los vendedores se vinieran con sus cajones de birria y sus bateas de chicharrones, porque todo lo que yo tenía previsto no ajustaba ni para empezar. Si a esto agrego los chiquihuites de tortillas, las dos barricas de ponche, los paquetes de cigarros y todo el día de mariachi, resulta que los asistentes tienen razón: hacía mucho que no se veía en Zapotlán un acabo como el mío.
También estuvieron como invitados los mozos de Tiachepa, que todavía no acaban ni la escarda. Les hicieron muchas bromas, como si ellos tuvieran la culpa, pero al fin y al cabo comieron y se emborracharon a más y mejor, como que presienten que en aquella labor no habrá fiestas, acabos ni convites…
Se me quedó grabado un dicho que le oí decir a uno de los mozos, a propósito de mí. Sin ver que yo estaba cerca, dijo que el patrón "era como el gallo de tía Petoraca, sin cola, pero cantador…"
– Dicen que Dios no les da alas a los alacranes, pero mire, allí va uno de flor en flor, volando como una chuparrosa…
– Ellas tienen la culpa. Yo la mera verdad no entiendo a las mujeres: en vez de darles miedo, les gusta que se les pare por enfrente. No hay como tener fama.
– Deje usted lo de la fama. Lo que tiene son centavos, es joven y bien plantado. Yo creo que ni siquiera les dice mayor cosa, ya ve, no es muy decidor que digamos. Lo que sabe es agarrarlas a sus horas, para no perder el tiempo. Ya ve usted lo que les hizo a los Hurtado, después de un día de campo. Muy acomedido, se ofreció a llevarlos a su casa, y cuando todos se habían bajado, menos la hija mayor, arrancó la camioneta y se la quitó en sus meras narices. Dicen que ella estaba de acuerdo y que por eso no se bajó, vaya usted a saber…
Allí está otra vez don Salva caído en el insomnio, como sapo en lo profundo de un pozo, golpeándose la cabeza en su almohada de piedra, casándose y descasándose, enviudando y volviéndose a casar con todas las muchachas de Zapotlán, con las de ahora y con las que conoció hace mucho, poniéndoles miles de defectos a unas y a otras, quedándose definitivamente solo en su noche de soltero empedernido, deshojando la inmensa margarita de los enamorados infieles, con ésta sí, con ésta no, con ésta tampoco, con aquélla Dios me libre, como si las tuviera a su entera disposición, porque saben que es rico y bien parecido… Todas se le entregan y se le desvanecen, pero Chayo se le resiste a las tres de la mañana, y el sultán solitario se duerme pensando en ella, allí en su cama angosta con perillas de latón: "Mañana mismo le voy a decir que se case conmigo…"
– Ese noviazgo no me gusta, la mera verdad, cada oveja con su pareja. Odilón tiene que casarse con una rica, y eso de que ande con una pobre me da muy mala espina. Chayo es muy guapa, de buen semblante y muy acuerpadita, nadie lo niega, pero yo también fui guapa ¿y de qué me sirvió? Traje de cabeza a don Abigail, allá cuando éramos jóvenes. Pero a la hora de la hora, me dijo que antes de casarnos le diera una prueba de amor, en un día de campo.
– ¿Y tú se la diste?
– ¿Pues qué no estás viendo en lo que vine parar? Mi vida estuvo como el tamal de tía Cleta, que se acabó a probadas…
Muy buena idea la de don Alfonso: nuestro Ateneo, que tan grato pasatiempo nos proporciona la noche del jueves de cada semana, es un islote incomunicado en este archipiélago del sur de Jalisco. No sabemos nada de aquellos que tan cerca de nosotros cultivan las letras en sus rincones de provincia. Apenas si de vez en cuando algún periódico local nos da muestras de esos ingenios escondidos.