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Hacer velas no es tan fácil. Hay que blanquear primero la cera, esparciéndola al sol en copos, estallados en caliente sobre una pila de agua fría. Doña María la Matraca entrega la cera como todo el mundo, en marquetas redondas de distintos tamaños y de distintos colores, unas amarillas, otras anaranjadas y otras cafés, llenas de impurezas y con abejas muertas.
Labrar la cera no es fácil… "¿Para qué me habré hecho cerero?" Don Fidencio no se podía dormir. "¿Para qué me eché el compromiso de la vela de a doscientos pesos?" Pero los pesos de plata que le llevaba la mujer, lo sacaban de muchos apuros. "Mañana voy con doña María y le encargo toda la cera de sus colmenas y le pago lo que le debo.
A partir del día del acabo, las labores quedan a merced del tiempo y de la voluntad divina, desde agosto hasta octubre. Todos pedimos, de rodillas en la iglesia, y al echarnos las cobijas antes de dormir, lluvias buenas y espaciadas, con veranillos de sol fuerte. De tierra, agua, sol y aire se hacen las mazorcas. Esto lo saben todos los que siembran año con año los campos de Zapotlán, pero para mí es un milagro. Y no creeré en él hasta que tenga en la mano los primeros granos de mi cosecha.
– Alcé los ojos y vi un hombre que tenía en la mano un cordel de medir y le pregunté qué andaba haciendo. Me dijo: "Voy a medir la tierra para ver cuánta es su anchura y cuánta su longitud."
– A mí me pasó lo mismo. Siempre me voy temprano a la labor y ahora vi a dos individuos a caballo con traza dizque de cazadores, siendo que allá por lo mío no hay nada a qué tirarle. Me guarecí en el rancho y vi que andaban recorriendo todo el lindero. Se me hicieron muy sospechosos. Uno era de aquí, creo que uno de los tlayacanques por más señas. El otro era fuerano y si no me equivoco creo que es el ingeniero que les mandaron de no sé dónde. Les pregunté a los mozos y me dijeron que ayer también los vieron.
– Sí, fíjese nomás que andan por todo el llano midiendo las tierras a cordel.
– Y yo, imagínese, apenas acabo de comprar mi potrero, y me aseguraron que eran tierras inafectables…
…y volviendo en la referida forma a la puerta de dicho cementerio que está al Poniente, se tiraron otros sesenta de dichos cordeles por todo el camino que sale de este Pueblo para la provincia de Amula, y habiendo pasado con dichos sesenta cordeles en un bajío que hace en el medio de dicho llano, por lindero conocido pidieron dichos indios otros cinco cordeles más, que se midieron hasta el propio camino que cruza por todo el llano y viene del Pueblo de Tuxpan para Sayula, que así mismo se les concedió por no haber circunvecino que sea damnificado, donde se mandó poner mojoneras…
– Yo no sé en qué estábamos pensando… Nunca se nos ocurrió acabar con todas esas mojoneras antiguas que a veces todavía están en los límites del llano y en las faldas de los cerros. Claro que no están todas, pero hay muchas, y de ellas se están agarrando para confirmar lo que dicen sus papeles, respecto a mediciones y límites antiguos. Mire usted el mapa que yo acabo de hacer nomás así a la ligera. Empecemos por el occidente. La línea va desde Apango, y pasando por el Florifundio y el Cerro de los Puercos va a dar hasta el Agua del Borrego al pie del Volcán de Nieve, baja por el Apastepetl y llega a Huescalapa. De la Puerta de Cadenas sigue por los Amóles y el Chuchul, por el rumbo de la Ferrería de Matacristos. Ya en Cerrillos, entra por toda la Cofradía hasta más allá del Papantón, y luego pues, volvemos cerca de Apango y ya le dimos la vuelta a todos los cerros que circundan el valle. Así que no le quepa a usted la menor duda, todo lo suyo y lo mío lo que todos los agricultores de Zapotlán hemos comprado con tantos sacrificios, hasta el último terrón, les pertenece a esta bola de cabrones…
Esto de medir las propiedades parece que es una moda. Ahora yo vi por la ventana que Apolinar, uno de los Godínez, andaba por la acera a pasos contados, midiendo el frente de mi casa, doce metros y medio… Luego tocó la puerta. "¡Pase!" Le grité desde el cancel. "No. Aquí nomás". Y asomaba la pura cabeza. "¡Pase, le estoy diciendo!" Lo metí casi a fuerzas. Preguntó por mi mujer, porque es medio pariente. No quiso sentarse y todo se le iba en mirar para adentro, en calcular el tamaño del patio y la altura de las paredes. "Esta casa linda con el Municipio ¿no es verdad?" "Sí, linda con el Municipio. Dígame, ¿qué más se le ofrece?"
Para no hacerle el cuento largo, ¿sabe lo que quería? Pues que yo le traspasara la hipoteca que hice para comprar el potrero. Me ofreció interés más bajo del que estoy pagando, y se permitió decir que si la casa se perdía, siquiera quedaba en familia.
– ¿Cómo que todo?
– Sí todo. Todo el valle de Zapotlán es de ellos, según les están metiendo en la cabeza los historiadores y tinterillos que los azuzan contra nosotros. Cincuenta y cuatro mil hectáreas de sembradura, sin contar las tierras de la Comunidad Agraria, porque eso sí, ellos no van a meterse con el Gobierno.
– Y lo más chistoso de todo es que si les dieran las tierras, digo, es un decir, se vendría abajo toda la agricultura de la región. ¿Se imagina usted la crisis? ¿De dónde iban a sacar para hacer las labores si no tienen ni para taparse el fundillo? Ya ve usted, muy pocos pueden agarrar las tierras a medias, y los cuatroparteros ya casi se acabaron porque hay que habilitarlos de todo y prestarles hasta los pizcalones. Ni modo que le entren otra vez al llano con arados de palo…
– No se haga usted ilusiones. Detrás de ellos andan muchos interesados, de aquí y de fuera. Yo lo sé de buena tinta, hay quien les ha ofrecido dinero para los pleitos, cuesten lo que cuesten, y préstamos para cuando ganen. Por fortuna ellos no aceptan y quieren hacer las cosas a su modo, ya ve usted, son como los pájaros prietos, pendejos y desconfiados.
– Yo propongo que si Señor San José es de veras el patrón de Zapotlán, que nos lo demuestre y nos dé a entender de una vez si está con los pobres o con los ricos.
– ¿Y eso cómo lo vamos a saber?
– Pues si está con nosotros, que se arregle lo de las tierras. Y si no, nosotros para qué nos metemos ya en lo de la Función…
– A mí me parece mejor que este año no gastemos de más. Se ha juntado bastantito dinero, no se lo demos todo al señor Cura, al cabo él está de acuerdo. Lo que siempre nos falta es con qué pagar los juicios, por eso siempre ganan los ricos. Necesitamos ayudarle a Señor San José a que nos haga el milagro…
Desde que se echó el compromiso de hacer la vela de doscientos pesos, don Fidencio estaba intratable. Regañaba a su mujer, a sus hijas y a las mujeres que manoseaban sus velas.
– ¿Cuál de todas se va a llevar? Deje ái, deje, me las está llenando de mugre.
Pero al mismo tiempo estaba orgulloso pensando en el tamaño de la vela de veinte arrobas. Casi tres metros de alto y medio metro de diámetro.
"¿Cómo la haré? Si la hago como todas, me pasaría la vida bañándola con el resmillón subido en una escalera. Tengo que hacer un molde. Eso es, un molde. ¿De madera? ¿De yeso? No, mejor de barro. Primero tengo que hacer una columna, de lo que sea, para sacar el molde hueco. La columna la voy a hacer con ladrillos redondos… ¿Y si en vez de ladrillos redondos voy poniendo panes de cera, uno encima de otro, pegándolos con cera derretida, hasta llegar al tamaño? Luego sería cosa nomás de bañarla por encima para borrar las junturas…"
Como ya tenía ochenta pesos recibidos, don Fidencio se decidió a acometer la tarea. "Más vale empezar de una vez y no estarme quebrando la cabeza en que si la hago de este modo o del otro. Mañana mismo voy a hacer una hijuela…"
Reverendo Padre Superior, Padre mío en Jesucristo:
Confirmo a su paternidad lo dicho en mi anterior, y agrego lo siguiente. Circula cada vez más por aquí el rumor de que el señor Cura, o mejor dicho los jefes de la Comunidad Indígena, que por otra parte son Hermanos Mayores de las Cofradías antiguas, han estado disponiendo del dinero que se recauda en sus sectores para otros fines muy distintos a los festejos religiosos del próximo octubre, como son los de contribuir a los gastos del pleito que los naturales de aquí siguen en contra de los señores hacendados en sus reclamaciones de tierras. Sin atreverme a juzgar la conducta del respetable señor Cura (pues como he dicho a Su Paternidad, se trata de simples rumores, aunque muy autorizados), sí puedo decir, y Dios me perdone si incurro en falso testimonio contra mi voluntad, que el señor Cura parece estar francamente de parte de los indígenas, y les está dando mucha beligerancia en los asuntos de la Función, cosa que afecta los intereses y el prestigio de las otras clases sociales, injustamente postergadas y puestas a un lado, por decirlo así.
Por otra parte, un grupo de señores distinguidos (casi todos ellos Caballeros de Colón o miembros de la Guardia de Honor de Nuestra Señora de Guadalupe) se han acercado a mí para ofrecerme toda su colaboración económica en lo que a las obras materiales del Seminario se refiere. Como usted sabe, todos los años queda en manos del Comité de la Feria que organiza los festejos profanos, un buen remanente en efectivo que se destina siempre a una obra de beneficio social, y este año el dinero sobrante ya nos había sido prometido por los miembros de un primitivo Comité, ahora disuelto. En nuestra última entrevista el señor Cura me expresó que ya no podríamos contar con ese dinero, Dios sabrá por qué… Además (y de esto no arrojo la culpa sobre ninguna persona en particular), se ha observado un manifiesto sabotaje por lo que se refiere a las alcancías a beneficio del Seminario. Nadie, entre las clases media y baja, parece dispuesto a echar en ellas ni un solo centavo…
Septiembre 23
Fui a Colima de un día para otro, a decirle a María Helena que la sigo queriendo y que me duele mucho su ausencia. Una amiga suya de aquí me dio la dirección, y me la econtré allá en otra Academia de Costura. Con su formalidad de siempre escuchó mis palabras de amor, y me contestó muy seria: "Si es cierto lo que usted está diciendo, vuelva aquí dentro de un año y le resuelvo…"
La quiero mucho, pero un año es muy largo. Además este diario ya no sirve de nada. Mejor escribo otra novela…
En estos últimos días se ha soltado una verdadera plaga de anónimos dirigidos lo mismo a personas humildes que principales. Un espíritu chocarrero se ha erigido en juez de vidas privadas y se divierte achacando a faltas supuestas o reales las calamidades que cada quien padece. Lo peor de todo es que no contengo con ofender a las personas separadamente, envía copias de sus libelos (a veces breves como telegramas y otras muy extensos en prosa y verso) a gran cantidad de vecinos. Se han ocasionado ya serios disgustos entre personas lastimadas en su honra y en su prestigio. Circula el rumor de que el ferrocarrilero que mató a su mujer, lo hizo prevenido por este canalla solapado que hasta ahora nadie ha podido descubrir.
Como esto de los anónimos está de moda, a mí se me ocurrió que los principales dueños de tierras, que somos los más perjudicados, nos mandáramos unas cartas muy mal hechas en que se nos pidiera dinero con amenaza de muerte, para achacárselas a los tlayacanques. Así podremos meter en la cárcel a dos o tres indios de los más encalabrinados, para que todos se pongan en paz. Yo le dicté las cartas a uno de mis mozos, que apenas sabe escribir. No quería, pero lo asusté con la pistola y le prometí unos centavos.
Hoy en la tarde el cartero me trajo mi anónimo y se lo enseñé a mi mujer. Se mortificó mucho y le empezó una Novena a San Judas Tadeo, para que me cuide.
Mañana voy a presentar la acusación al juzgado, a ver si no me sale el tiro por la culata.
– "No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre", palabras tomadas, hermanos míos en Jesucristo, de un anónimo que recibí ayer por la mañana…
Decidido a poner punto final a su situación, el ferrocarrilero dijo los versos con voz fuerte y provocativa, alentado por unas copas de tequila y clavando los ojos en su mujer, que salía de la cocina con un plato de sopa humeante y apetitosa. Sus manos no temblaron y sostuvo la mirada del hombre con una sonrisa dulce, infantil, y el golpe de la palabrota, en vez de turbarla, puso alrededor de su cabeza un halo de inocencia.
– Te hice sopa de elote, de esa que te gusta mucho…
– Y los tamales de chivo.
El hombre se sentó a la mesa y devoró a cucharadas rápidas y enérgicas su manjar predilecto.
Esto de los anónimos no ha resultado tan fácil como yo pensaba. No fue uno, sino tres, los individuos que tuvimos que convencer a como dio lugar, para que declararan ante el Ministerio Público que el tlayacanque Mucio Calvez y el tequilastro Félix Mejía Caray fueron los autores de las cartas. A su vez, ellos se declararon cómplices engañados y reconocieron su letra en los escritos.
Están ahora en la cárcel, pero les hemos prometido que saldrán libres en cuanto caigan Calvez y Mejía Caray, que son los principales instigadores de todo este pleito y los responsables de que los indígenas anden alborotados reclamando las tierras.
Por lo que a mí toca, tengo la conciencia tranquila, porque creo haber evitado males mayores. El otro día para no ir más lejos, mi hijo salió al campo resuelto a matar a balazos a los dos cabecillas de este embrollo. Gracias a Dios que no los encontró…
Yo, Félix Mejía Garay, de treinta y seis años de edad, casado y con seis hijos de familia, miembro de la Comunidad Indígena de Zapotlán el Grande, que tiene juicio promovido por la restitución de tierras, declaro que en los últimos días del presente mes fuimos a Guadalajara al Departamento Agrario con el asunto del expediente, y qué allá nos encontramos con los señores de la Junta de Agricultores, que por lo visto habían ido a echar al periódico una noticia en la primera plana diciendo que íbamos a hacer una invasión de tierras y que todos los de la Comunidad éramos bolcheviques y quién sabe cuántas cosas más.
Yo venía de comprar el periódico, cuando me encontré con Odilón en la puerta del juzgado. Me llamó y me dijo sin más ni más: "Tú qué necesidad tienes de andar metido en los asuntos de la Comunidad". Yo le dije que sí tenía, porque me hace falta un pedazo de tierra para mantener a mi familia. Nos hicimos de palabras, y él me dijo que en su casa había camiones suficientes para llenarlos de indios y tapar con ellos las barrancas de Zapotlán. En eso salió el juez y le dijo: "Pásate para que te arregle el asunto ese que quieres". Entonces Odilón cambió el tema y me dijo muy risueño antes de irse con el juez: "Te doy los bueyes por las vacas pintas…"
– A mí que no me vengan con cosas, los indios han sido siempre enemigos del progreso en este pueblo. ¿Sabe usted lo que le escribieron al rey de España en 1633, cuando se dispuso aquí la construcción de un ingenio azucarero? "Somos pobres indios menores. Por amor cíe Dios hacemos suplicación del decreto; no queremos que haya cañaverales en nuestra tierra…" Y nos quedamos reducidos al puro cultivo del maíz, por culpa de estos llorones.
– ¿Pues sabe usted que no andaban tan errados? Si no, fíjese en Tamazula y en otros lugares donde pusieron ingenios, ya casi no quedan indígenas. A todos se los acabaron poniéndolos a trabajar como negros…
– Pues más hubiera valido. Entre menos burros más olotes.
– Perdóneme, pero yo no soy de su parecer, los. naturales son como nosotros ni más ni menos. Si no han progresado, la culpa es nuestra, para qué es más que la verdad.
– ¡Óigame, óigame, qué se me hace que usted ya se nos está volteando! A ver qué me dice a la hora que le quiten sus tierras…